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Sólo una paja
Nuestro amigo Juan había roto con su novia recientemente después de varios años de relación, y aunque todos pensábamos que probablemente la cosa se arreglaría, de momento nada indicaba que fuera a ser así.
Un día lo invitamos a cenar a casa, y hablando de todo un poco, nos dijo, entre risas, que una de las cosas que peor llevaba era la abstinencia, que Elena (su ex) y él, habían hecho de todo, confesando, yo creo que debido al vino de la cena, que hasta habían hecho tríos e intercambios.
María, mi mujer, dijo que eso no le parecía mal siempre que ambos hubiesen estado de acuerdo, a lo que él contestó que así había sido, pero que pese a todo, no había sido fácil asimilar esas relaciones, especialmente para él.
Yo dije que no me parecía para tanto, que María y yo no lo habíamos hecho sencillamente porque no habíamos sentido la necesidad, pero que no descartábamos ese tipo de relaciones llegado el caso de que a ambos nos apeteciera realmente hacerlo. Juan se rió, y repitió que eso no era nada fácil. Y yo volví a decir que sí, apoyado ahora también por María, que lo veía tan claro como yo.
Mira- le decía a Juan- se trata de tener las ideas claras, yo creo. No lo sé porque nunca lo he hecho, pero pienso que no es para tanto si los dos lo tienen claro, lo hacen por amor y lo entienden como lo que es, puro sexo.
Es cierto- confirmé.
De acuerdo. Vamos a ver quién tiene razón- espetó Juan-. Llevo más de dos meses sin tener relaciones, y os puedo asegurar que me apetece muchísimo desfogarme. Sabéis que os aprecio, os considero mis mejores amigos y no quiero que eso se estropee, pero, ¿qué me diríais si os propusiera que María me hiciera una paja ahora mismo?- soltó de repente-. Sólo una paja, nada más. Así os demostraré lo que quiero decir.
María y yo nos quedamos atónitos, sin saber qué decir. No dijimos una palabra, así que Juan soltó:
Os voy a dejar tiempo para pensarlo. Voy al jardín a fumar un cigarrillo. Si dentro de quince minutos no me habéis llamado, me voy a casa y olvidamos todo. Si me llamáis, es que aceptáis.
De acuerdo- acerté a decir. Se levantó y se marchó.
María y yo nos quedamos solos.
¿Qué opinas?- me dijo.
No sé si estamos listos para una cosa así. Aunque me jode darle la razón. Por otro lado, una paja no es nada, quiero decir, que no es como un polvo. ¿Tú que dices?
No lo sé. Por un lado no me apetece hacerle nada, desde luego, pero por otro, me excita la idea de masturbar a un hombre delante de ti. Yo sé que a ti te excita tanto como a mí, muchas veces me lo has dicho, y si no hemos hecho nada es porque no es fácil dar el paso, pero ahora es más fácil, y sólo es una paja. Él no me va a tocar sino queremos, ni me voy a desnudar. Como has dicho, una paja no compromete para nada, no es como un polvo, casi se hace por piedad si me apuras. Está muy necesitado, es tu amigo y podemos aprovechar la oportunidad. Pero quiero que tú lo veas claro también.
Sí, es sólo una paja, no va a cambiar nada. Siempre he dicho que me gustaría ver cómo otro hombre te posee. Esto es algo más suave, como para empezar- me acerqué a ella y la acaricié y besé. Ella me acarició la polla por encima del pantalón, que ya se me había puesto como una piedra sólo de pensar en la escena.- ¿Me prometes que no vas a desearlo?
Te lo prometo. ¿Y tú me prometes que no vas a tener celos? Yo sólo te quiero a ti. Esto es sólo sexo, no significa nada.
Sí, sólo sexo. Pienso cuando tu mano esté sobre su polla, haciéndole retorcer de placer.
¿Te excita pensar eso?
Me vuelve loco.
A mí también.
Ponte de rodillas, chúpamela- le dije.
Ella se arrodilló, me sacó la verga del pantalón, se la metió en la boca y me la mamó muy despacio. Tenía los labios muy rojos, y me excité sobremanera viendo cómo mi grueso cipote era rodeado por esos labios carnosos, gruesos, sensuales. Me corrí enseguida en su boca.- Te quiero. Voy a llamarle- le dije. Y fui a la terraza. Se sorprendió al verme allí. Subió en dos minutos.
Tres condiciones: tú no la tocas, tú te la sacas y te la metes, y no pides nada más ni hablas.
Hecho. ¿Dónde me pongo?
Aquí- dijo María-, en el sillón. Baja las luces- me dijo a mí.
Juan se acercó al sillón, y se sentó. María me dio un beso y se puso a su lado. Yo estaba en el sillón de enfrente, a menos de dos metros. Sácala- le dijo María.
Juan se puso de pie, se desabrochó el botón del pantalón y se bajó la bragueta para facilitar que bajara. Se lo bajó junto con los calzoncillos, de manera que la polla y las pelotas casi saltaron de entre la ropa. Se quedó un instante de pie, como para dejar que María y yo, pero sobre todo María, pudiera verla bien. María se la miró y luego me miró a mí. No era excesivamente grande, pero tenía un tamaño más que aceptable, supongo que pensamos los dos. Juan se sentó en el sillón, separando bien las piernas, de manera que María pudiera llegar bien hasta su polla.
Ella alargó lentamente la mano derecha, con sus dedos alargados tan blancos, y se la cogió. Empezó a meneársela un poco con toda la mano, sobándosela bien para que se le acabara de poner dura, lo cual consiguió en un par de minutos. Luego se la cogió muy delicadamente entre el índice y el pulgar y con esos dos dedos empezó a subir y bajar, dejándole el prepucio al descubierto.
Ninguno de los tres quitábamos ojo del conjunto mano-polla. Juan gemía de vez en cuando, mientras María seguía con su movimiento vertical, masturbándole ahora ya con tres dedos. A veces me miraba a mí con una mirada cómplice, a veces miraba a Juan para ver cómo reaccionaba y la mayoría de las veces miraba su mano deslizándose sobre la verga. Le estaba pajeando despacio, haciendo que la piel del prepucio se deslizara lentamente sobre éste para luego bajarla de manera que todo su glande, unos cinco centímetros de polla, quedaba al descubierto, con movimientos amplios, lentos y muy pensados. Se la estaba pelando de manera soberbia, y Juan acabó por cerrar los ojos y echar la cabeza para atrás, dejando que mi mujer se encargara de darle placer.
Desde mi sitio podía ver cómo las venas de la polla se le estaban hinchando cada vez más, y el mismo color había cambiado hasta ser casi púrpura en la punta y muy rojo en el resto. María, con el rostro muy relajado, iba aumentando el ritmo de su mano muy lentamente. A partir de ahí, Juan ya no dejó de gemir ni un instante, y a mi se me estaba poniendo la polla que no me cabía ya en el pantalón.
De repente María, sin soltarle la polla, se arrodilló delante de él y se la empezó a besar y lamer. Juan y yo nos quedamos atónitos, pero ni él obviamente iba a decir nada ni yo pude reaccionar en ese momento, y nos miramos en el preciso instante en que María se metía la verga en la boca, empezando así una mamada que no estaba en el guión cuando esa extraña sesión de sexo había comenzado. Juan, que con la mirada me decía al mismo tiempo "lo siento" y "qué pasada", tuvo que cerrar los ojos de placer, sintiendo que toda su polla estaba dentro de la boca de mi mujer.
No daba crédito a lo que veía, pero allí, tan cerca de mí que podía tocarla, estaba mi mujer chupándole la polla a mi amigo, como una perfecta puta. Todavía tenía los labios pintados, y ahora era el rabo de otro el que los estaba tensando. Me imaginé lo que a Juan le debía estar pasando en ese preciso momento, pues diez minutos antes era mi propia polla la que estaba en esa boca, cálida, suave, con unos labios que te rodean el glande, unos dientes que te rozan continuamente y sobre todo una lengua que no para de jugar con tu punta, mientras te mueve la polla a uno y otro lado para que roce con el interior, húmedo y suave, y la mano con la que te sujeta te está pajeando desde fuera mientras la otra te masajea los huevos. Las mamadas de mi mujer no son nada malas, no. Él gemía de manera ostentosa, y deduje que le faltaba poco para correrse.
María también debió darse cuenta de que estaba muy cerca del orgasmo, quizá porque la polla empezó a soltar algo de semen, pues sacó el rabo de mi amigo de su boca y empezó a comerle los huevos, para así permitir que se le bajara un poco la excitación. Estaba claro que quería mamársela más rato, no deseaba que Juan se corriera tan pronto, pues apenas se la había chupado un par de minutos. De repente, para aumentar aún más mi sorpresa, se dio la vuelta hacia mí y me dijo:
Cariño, ¿por qué no me follas por detrás?
Me levanté y me quité los pantalones y los calzoncillos. Me acerqué a ellos ya con la polla fuera y le subí la falda lo suficiente como para dejar su culito al aire. Llevaba una braguita calada, se la bajé y me metí entre sus nalgas mientras ella seguía comiéndole los huevos a su amante. Le acaricié el clítoris con la lengua, haciéndola gemir. Después, sin aguantar más, le metí el rabo por detrás.
Estaba empapada de la excitación, y no hubo ningún problema para poner la polla a fondo. A Juan se le había pasado el calentón y María volvió a meterse la polla en la boca, empezando de nuevo la mamada antes interrumpida. Ahora estábamos los dos disfrutando de mi mujer, y ella de los dos. Deslizaba el anillo de sus labios muy despacio sobre la polla de Juan, y yo cogí también un ritmo muy lento en mis embestidas, disfrutando de cada centímetro de su coño, haciendo embestidas muy largas, hasta casi poner los huevos a tope con los labios vaginales para luego casi sacarla del todo.
Había un silencio increíble, sólo se oían los ruidos que la boca de María hacía al chupar el glande de Juan, y los que yo hacía al meter y sacar la polla de su coño: sonidos de sexo. Intenté ajustar mi ritmo al de la mamada, haciendo que mi polla estuviera dentro de ella cuando la de Juan estaba casi completamente dentro de su boca. Puse ambas manos sobre sus nalgas y se las acariciaba al mismo tiempo que la follaba.
Desde luego la escena debía resultar muy excitante, y entonces me di cuenta de que estábamos justo enfrente del espejo que había a mi izquierda, en la pared. Volví la cabeza y vi la escena que ofrecíamos: Juan estaba sentado casi fuera del sillón, abierto de piernas, completamente desnudo ya, pues hacía rato que se había quitado la camisa (no es de extrañar que tuviera sudores); mi mujer tenía la cabeza entre sus piernas, con su largo pelo negro sobre la espalda y hacia el lado derecho, con las rodillas sobre la alfombra, separadas para permitirme entrar en su coño, la mano izquierda sobre la pierna derecha de Juan y la mano derecha agarrando la verga de éste mientras su boca se deslizaba sobre ella, haciendo que el miembro apareciera y desapareciera con sus movimientos rítmicos; yo estaba de cuclillas, follándola por detrás, metiéndole mi rabo mientras con las manos le sobaba las nalgas.
Me incliné un poco hacia delante y le desabroché la blusa, quitándosela luego desde atrás. Le desabroché el sujetador y los pechos colgaron, balanceándose con los movimientos que yo le imprimía al montarla.
Me incliné de nuevo, esta vez para sobarle las tetas mientras la jodía. Volví a mirar al espejo; ahora mi mujer estaba completamente desnuda (yo le había quitado todo) excepto la faldita, que estaba recogida alrededor de la cintura, ora lamiendo ora mamando la polla; Juan miraba a María comiéndole el rabo y le acariciaba la cara y la cabeza, y yo estaba inclinado sobre ella, sobándole los pechos o el culo mientras me la tiraba.
Juan descubrió el espejo y se puso a mirar; María era entonces la única que no podía ver el trío, pues seguía con la cabeza hundida en el vientre de Juan. Los gemidos empezaron a tapar los sonidos de las penetraciones. Cuando uno se tranquilizaba un poco, el otro gemía más alto. Lamenté no haber puesto música, pues los vecinos tendrían diversión gratis. Los gemidos de mi mujer empezaron a destacar sobre los nuestros: le faltaba poco para correrse.
Aumenté el ritmo para hacerla marcharse cuanto antes. Se corrió como una loca, gritando hasta sacar la polla de su boca. Cuando terminó, siguió mamándola, pero ya poco rato, pues Juan estaba al límite, y aunque se le notaba que quería aguantar más, no podía. Sus gemidos eran ahora bien patentes.
Cogió la cabeza de María y marcó su ritmo, obligándola a chupársela como él quería, pero ella no estaba por la labor de dejar que se corriera en su boca, y se las apañó, muy a su pesar, para sacarla de la boca y ordeñarle con la mano. La corrida fue impresionante: se notaba que hacía dos meses que no follaba. Salió una cantidad de semen impresionante.
Mi mujer se retiró todo lo que pudo, riéndose, pero aún así algo de semen le llegó a los brazos y al pecho. Yo seguía follando, muy excitado por esos orgasmos, y decidí que era mi turno. Aceleré, buscado el final, y al cabo de dos docenas de empellones logré vaciarme, haciendo que ella también acabara conmigo. Juan se había dedicado a vernos terminar mientras se limpiaba la polla, manchada de semen y de pintalabios de mi mujer por todos lados. Parecía que sangraba de lo roja que estaba en la punta.
Saqué la polla del coño de mi mujer, y ella me limpió con unos pañuelos. Nadie decía nada. Vimos que mi polla seguía bastante dura, y también la de Juan. Los tres nos miramos y al final fue mi mujer la que tomó la decisión de cogernos a los dos por el brazo y llevarnos al dormitorio.
Ahora al revés- nos dijo.
Lo entendimos sin necesidad de más explicaciones. Juan se tumbó en la cama mientras María abría la mesilla para coger unas gomas y yo iba al baño a lavarme bien el rabo. Cuando volví, María se había subido a la cama y estaba meneándosela despacio a Juan para que se le pusiera bien dura de nuevo. Cuando lo consiguió, le puso una goma, se subió encima de él y se puso la polla junto al coño, excitándolo cada vez más. Yo me dediqué a mirar mientras ellos empezaban el polvo, sentado en un sillón, masturbándome lentamente. María seguía con el rabo en la entrada de su sexo, jugando con él, sin dejarlo entrar, haciendo que Juan se volviera loco. Yo me estaba poniendo también como una moto viendo cómo disfrutaban delante de mí.
No podía pararme a pensar lo que estaba pasando, pues aquello se había desamadrado de tal forma que ya no había forma de pararlo, y allí tenía a mi mujer con la polla de otro tío entre las piernas, a punto de follárselo delante de mí sin el más mínimo reparo, como una zorra cualquiera, disfrutando con el rabo de otro hombre y llevándolo a las puertas del paraíso sin ningún pudor.
Por fin María se deslizó, dejando entrar la polla de Juan en su coño, lo cual éste agradeció con un gemido monumental, mientras le agarraba las tetas con las manos. Mi mujer se empezó a mover arriba y abajo, dejando que la verga entrara completamente en su interior, ya dilatado por el polvo que yo le había echado antes. Se acostó sobre él, haciendo que la verga entrara en un ángulo muy cerrado, mientras se besaban y Juan ponía las manos sobre sus nalgas, acariciándola y agradeciéndole el polvo que le estaba echando.
Mi mujer tiene un buen culo, y era precioso vérselo mientras se estaba tirando a otro tío, tan redondo, tan grande, tan perfecto, tan apetitoso. Juan empezó a comerle el cuello, mientras por detrás le acariciaba el esfínter de forma delicada. Yo seguía masturbándome, observando todo aquello, con celos y con una excitación monumental, deseando no correrme para poder seguir pajeándome ante ese espectáculo. Mi mujer se incorporó y me dijo:
Acércate.
Al acercarme, alargó un brazo, me agarró la polla y se la metió en la boca mientras cabalgaba a su amante. Yo tenía la verga a punto de explotar, y ella lo sabía, pero me la chupó de manera que pude retenerme y disfrutar. No tenía ningún problema en follar y chupar al mismo tiempo, parecía una estrella del porno, no perdía el ritmo en ningún momento ni con Juan, que le estaba comiendo los pechos, ni conmigo, masajeándome los huevos mientras me felaba. Al cabo de un rato, y para mi completa perplejidad, me dijo:
-¿Qué te parece si intentas metérmela por detrás?
No podía dar crédito a lo que oía. El sexo anal no es que le fascinara precisamente, y aunque lo hacíamos de vez en cuando, era más por mi insistencia que por su interés. Pero en ese instante de locura, después de haber chupado la polla de mi amigo mientras yo me la follaba, y estando encima de él, follándolo, mientras me la mamaba a mí, parecía que estaba decidida a probar todas esas cosas que habíamos visto en las películas porno o en las revistas, con interés, pero pensando que nunca las haríamos. Mi mujer quería una doble penetración.
Me fui al baño a por un poco de crema de la que usábamos para esos menesteres, volví, me puse detrás de ella, que ya estaba con el culo en posición de recibirme, inclinada sobre Juan, ofreciéndome todo su ano. Le unté un poquito el culito, a escasos centímetros de la polla de Juan, metí un dedo para dilatarlo, despacio, muy despacio, luego dos, también muy despacio.
Ella casi había parado de moverse sobre Juan y estaba esperando que la penetrara. Pensé que ya estaba lista y me puse de cuclillas, apuntando mi polla a su esfínter. La apoyé sobre él y empujé un poco; entró la punta, ella gimió, metí un poco más, se quejó un poco, paré para que se acostumbrara a tenerme dentro, volví a empujar un poco y así hasta que tuve media polla dentro de su culo. Cuando estaba suficientemente dilatado el esfínter, me empecé a mover despacio para no hacerle daño. Podía sentir la polla de Juan metida en el coño, separada de la mía por una fila lámina de carne, inmóvil, esperando a que María pasara lo peor de la enculada y pudiera por fin moverse sobre él. Y eso pasó algo después; María empezó a encontrarse a gusto con las dos pollas dentro y comenzó a moverse, muy despacio, para no hacerse daño. Yo me empecé a mover, con cuidado de coordinar los vaivenes con los suyos para que no se saliera la verga. Era fantástico ver su culo dilatado por mi rabo mientras el cipote de Juan estaba en su coño. Sin embargo, en seguida me di cuenta de que a ella le sería imposible correrse con los dos dentro, pues aunque disfrutaba, no se podía mover lo suficiente como para que le llegara el orgasmo, y tampoco a Juan.
Decidí correrme yo primero, así que aceleré el ritmo mientras ella se quedaba quieta sobre él, que aguantaba sin que la erección le bajara. Estaba tan excitado de pensar que estaba enculando a mi mujer mientras otra polla le llenaba el coño, que no me costó mucho correrme. Le llené el culito de semen y me salí. Ellos siguieron follando, pero ya poco rato, pues María estaba que se iba. No acabaron juntos, pues Juan no pudo llegar, así que cuando ella hubo terminado, la puso de espaldas en la cama, le separó las piernas y le metió la polla en el sexo, levantándole las piernas para meterla mejor. Se la tiró así, rápido, hasta correrse, vaciándose en el coño de mi mujer y mugiendo como un toro. Al acabar, sacó la polla y se retiró de ella.
Nos quedamos un rato sentados los tres sobre la cama. Mi mujer me besó y se quedó abrazada a mí. Juan se empezó a vestir, buscando su ropa por toda la casa. Cuando estuvo listo, nos dijo:
Me habéis dejado impresionado. Estaba equivocado.
María le contestó:
Te lo dije, Juan. Todo depende de cómo te lo tomes. Nosotros no lo teníamos planeado, yo he tomado la iniciativa porque sé que a Carlos y a mí nos apetecía, aunque nos costaba dar el paso. Pero hoy todo se puso muy fácil y decidí hacerlo. No te equivoques, lo que ha pasado hoy aquí sólo es sexo, no siento nada por ti, sólo quiero a mi marido. Hemos pasado un buen rato, eso es todo. Quién sabe, puede que algún día repitamos.
Hasta luego, Juan- dije.
Hasta luego- dijo, y se marchó.
Miré a mi mujer, ya a solas, interrogante.
Pues eso, me lancé y ya está- me dijo-, y yo creo que no ha salido mal. Tú tenías muchas ganas, no lo niegues, de hacer un trío. Yo también. Y nos costaba decidirnos. Tanto que nunca lo hubiéramos hecho, pero, mira, vi la oportunidad clara.
¿Has disfrutado?
Claro que he disfrutado, pero sobre todo por que estabas conmigo. Me costó chupársela, pero después de eso, todo ha sido más fácil.
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Sólo una paja
Nuestro amigo Juan había roto con su novia recientemente después de varios años de relación, y aunque todos pensábamos que probablemente la cosa se arreglaría, de momento nada indicaba que fuera a ser así.
Un día lo invitamos a cenar a casa, y hablando de todo un poco, nos dijo, entre risas, que una de las cosas que peor llevaba era la abstinencia, que Elena (su ex) y él, habían hecho de todo, confesando, yo creo que debido al vino de la cena, que hasta habían hecho tríos e intercambios.
María, mi mujer, dijo que eso no le parecía mal siempre que ambos hubiesen estado de acuerdo, a lo que él contestó que así había sido, pero que pese a todo, no había sido fácil asimilar esas relaciones, especialmente para él.
Yo dije que no me parecía para tanto, que María y yo no lo habíamos hecho sencillamente porque no habíamos sentido la necesidad, pero que no descartábamos ese tipo de relaciones llegado el caso de que a ambos nos apeteciera realmente hacerlo. Juan se rió, y repitió que eso no era nada fácil. Y yo volví a decir que sí, apoyado ahora también por María, que lo veía tan claro como yo.
Mira- le decía a Juan- se trata de tener las ideas claras, yo creo. No lo sé porque nunca lo he hecho, pero pienso que no es para tanto si los dos lo tienen claro, lo hacen por amor y lo entienden como lo que es, puro sexo.
Es cierto- confirmé.
De acuerdo. Vamos a ver quién tiene razón- espetó Juan-. Llevo más de dos meses sin tener relaciones, y os puedo asegurar que me apetece muchísimo desfogarme. Sabéis que os aprecio, os considero mis mejores amigos y no quiero que eso se estropee, pero, ¿qué me diríais si os propusiera que María me hiciera una paja ahora mismo?- soltó de repente-. Sólo una paja, nada más. Así os demostraré lo que quiero decir.
María y yo nos quedamos atónitos, sin saber qué decir. No dijimos una palabra, así que Juan soltó:
Os voy a dejar tiempo para pensarlo. Voy al jardín a fumar un cigarrillo. Si dentro de quince minutos no me habéis llamado, me voy a casa y olvidamos todo. Si me llamáis, es que aceptáis.
De acuerdo- acerté a decir. Se levantó y se marchó.
María y yo nos quedamos solos.
¿Qué opinas?- me dijo.
No sé si estamos listos para una cosa así. Aunque me jode darle la razón. Por otro lado, una paja no es nada, quiero decir, que no es como un polvo. ¿Tú que dices?
No lo sé. Por un lado no me apetece hacerle nada, desde luego, pero por otro, me excita la idea de masturbar a un hombre delante de ti. Yo sé que a ti te excita tanto como a mí, muchas veces me lo has dicho, y si no hemos hecho nada es porque no es fácil dar el paso, pero ahora es más fácil, y sólo es una paja. Él no me va a tocar sino queremos, ni me voy a desnudar. Como has dicho, una paja no compromete para nada, no es como un polvo, casi se hace por piedad si me apuras. Está muy necesitado, es tu amigo y podemos aprovechar la oportunidad. Pero quiero que tú lo veas claro también.
Sí, es sólo una paja, no va a cambiar nada. Siempre he dicho que me gustaría ver cómo otro hombre te posee. Esto es algo más suave, como para empezar- me acerqué a ella y la acaricié y besé. Ella me acarició la polla por encima del pantalón, que ya se me había puesto como una piedra sólo de pensar en la escena.- ¿Me prometes que no vas a desearlo?
Te lo prometo. ¿Y tú me prometes que no vas a tener celos? Yo sólo te quiero a ti. Esto es sólo sexo, no significa nada.
Sí, sólo sexo. Pienso cuando tu mano esté sobre su polla, haciéndole retorcer de placer.
¿Te excita pensar eso?
Me vuelve loco.
A mí también.
Ponte de rodillas, chúpamela- le dije.
Ella se arrodilló, me sacó la verga del pantalón, se la metió en la boca y me la mamó muy despacio. Tenía los labios muy rojos, y me excité sobremanera viendo cómo mi grueso cipote era rodeado por esos labios carnosos, gruesos, sensuales. Me corrí enseguida en su boca.- Te quiero. Voy a llamarle- le dije. Y fui a la terraza. Se sorprendió al verme allí. Subió en dos minutos.
Tres condiciones: tú no la tocas, tú te la sacas y te la metes, y no pides nada más ni hablas.
Hecho. ¿Dónde me pongo?
Aquí- dijo María-, en el sillón. Baja las luces- me dijo a mí.
Juan se acercó al sillón, y se sentó. María me dio un beso y se puso a su lado. Yo estaba en el sillón de enfrente, a menos de dos metros. Sácala- le dijo María.
Juan se puso de pie, se desabrochó el botón del pantalón y se bajó la bragueta para facilitar que bajara. Se lo bajó junto con los calzoncillos, de manera que la polla y las pelotas casi saltaron de entre la ropa. Se quedó un instante de pie, como para dejar que María y yo, pero sobre todo María, pudiera verla bien. María se la miró y luego me miró a mí. No era excesivamente grande, pero tenía un tamaño más que aceptable, supongo que pensamos los dos. Juan se sentó en el sillón, separando bien las piernas, de manera que María pudiera llegar bien hasta su polla.
Ella alargó lentamente la mano derecha, con sus dedos alargados tan blancos, y se la cogió. Empezó a meneársela un poco con toda la mano, sobándosela bien para que se le acabara de poner dura, lo cual consiguió en un par de minutos. Luego se la cogió muy delicadamente entre el índice y el pulgar y con esos dos dedos empezó a subir y bajar, dejándole el prepucio al descubierto.
Ninguno de los tres quitábamos ojo del conjunto mano-polla. Juan gemía de vez en cuando, mientras María seguía con su movimiento vertical, masturbándole ahora ya con tres dedos. A veces me miraba a mí con una mirada cómplice, a veces miraba a Juan para ver cómo reaccionaba y la mayoría de las veces miraba su mano deslizándose sobre la verga. Le estaba pajeando despacio, haciendo que la piel del prepucio se deslizara lentamente sobre éste para luego bajarla de manera que todo su glande, unos cinco centímetros de polla, quedaba al descubierto, con movimientos amplios, lentos y muy pensados. Se la estaba pelando de manera soberbia, y Juan acabó por cerrar los ojos y echar la cabeza para atrás, dejando que mi mujer se encargara de darle placer.
Desde mi sitio podía ver cómo las venas de la polla se le estaban hinchando cada vez más, y el mismo color había cambiado hasta ser casi púrpura en la punta y muy rojo en el resto. María, con el rostro muy relajado, iba aumentando el ritmo de su mano muy lentamente. A partir de ahí, Juan ya no dejó de gemir ni un instante, y a mi se me estaba poniendo la polla que no me cabía ya en el pantalón.
De repente María, sin soltarle la polla, se arrodilló delante de él y se la empezó a besar y lamer. Juan y yo nos quedamos atónitos, pero ni él obviamente iba a decir nada ni yo pude reaccionar en ese momento, y nos miramos en el preciso instante en que María se metía la verga en la boca, empezando así una mamada que no estaba en el guión cuando esa extraña sesión de sexo había comenzado. Juan, que con la mirada me decía al mismo tiempo "lo siento" y "qué pasada", tuvo que cerrar los ojos de placer, sintiendo que toda su polla estaba dentro de la boca de mi mujer.
No daba crédito a lo que veía, pero allí, tan cerca de mí que podía tocarla, estaba mi mujer chupándole la polla a mi amigo, como una perfecta puta. Todavía tenía los labios pintados, y ahora era el rabo de otro el que los estaba tensando. Me imaginé lo que a Juan le debía estar pasando en ese preciso momento, pues diez minutos antes era mi propia polla la que estaba en esa boca, cálida, suave, con unos labios que te rodean el glande, unos dientes que te rozan continuamente y sobre todo una lengua que no para de jugar con tu punta, mientras te mueve la polla a uno y otro lado para que roce con el interior, húmedo y suave, y la mano con la que te sujeta te está pajeando desde fuera mientras la otra te masajea los huevos. Las mamadas de mi mujer no son nada malas, no. Él gemía de manera ostentosa, y deduje que le faltaba poco para correrse.
María también debió darse cuenta de que estaba muy cerca del orgasmo, quizá porque la polla empezó a soltar algo de semen, pues sacó el rabo de mi amigo de su boca y empezó a comerle los huevos, para así permitir que se le bajara un poco la excitación. Estaba claro que quería mamársela más rato, no deseaba que Juan se corriera tan pronto, pues apenas se la había chupado un par de minutos. De repente, para aumentar aún más mi sorpresa, se dio la vuelta hacia mí y me dijo:
Cariño, ¿por qué no me follas por detrás?
Me levanté y me quité los pantalones y los calzoncillos. Me acerqué a ellos ya con la polla fuera y le subí la falda lo suficiente como para dejar su culito al aire. Llevaba una braguita calada, se la bajé y me metí entre sus nalgas mientras ella seguía comiéndole los huevos a su amante. Le acaricié el clítoris con la lengua, haciéndola gemir. Después, sin aguantar más, le metí el rabo por detrás.
Estaba empapada de la excitación, y no hubo ningún problema para poner la polla a fondo. A Juan se le había pasado el calentón y María volvió a meterse la polla en la boca, empezando de nuevo la mamada antes interrumpida. Ahora estábamos los dos disfrutando de mi mujer, y ella de los dos. Deslizaba el anillo de sus labios muy despacio sobre la polla de Juan, y yo cogí también un ritmo muy lento en mis embestidas, disfrutando de cada centímetro de su coño, haciendo embestidas muy largas, hasta casi poner los huevos a tope con los labios vaginales para luego casi sacarla del todo.
Había un silencio increíble, sólo se oían los ruidos que la boca de María hacía al chupar el glande de Juan, y los que yo hacía al meter y sacar la polla de su coño: sonidos de sexo. Intenté ajustar mi ritmo al de la mamada, haciendo que mi polla estuviera dentro de ella cuando la de Juan estaba casi completamente dentro de su boca. Puse ambas manos sobre sus nalgas y se las acariciaba al mismo tiempo que la follaba.
Desde luego la escena debía resultar muy excitante, y entonces me di cuenta de que estábamos justo enfrente del espejo que había a mi izquierda, en la pared. Volví la cabeza y vi la escena que ofrecíamos: Juan estaba sentado casi fuera del sillón, abierto de piernas, completamente desnudo ya, pues hacía rato que se había quitado la camisa (no es de extrañar que tuviera sudores); mi mujer tenía la cabeza entre sus piernas, con su largo pelo negro sobre la espalda y hacia el lado derecho, con las rodillas sobre la alfombra, separadas para permitirme entrar en su coño, la mano izquierda sobre la pierna derecha de Juan y la mano derecha agarrando la verga de éste mientras su boca se deslizaba sobre ella, haciendo que el miembro apareciera y desapareciera con sus movimientos rítmicos; yo estaba de cuclillas, follándola por detrás, metiéndole mi rabo mientras con las manos le sobaba las nalgas.
Me incliné un poco hacia delante y le desabroché la blusa, quitándosela luego desde atrás. Le desabroché el sujetador y los pechos colgaron, balanceándose con los movimientos que yo le imprimía al montarla.
Me incliné de nuevo, esta vez para sobarle las tetas mientras la jodía. Volví a mirar al espejo; ahora mi mujer estaba completamente desnuda (yo le había quitado todo) excepto la faldita, que estaba recogida alrededor de la cintura, ora lamiendo ora mamando la polla; Juan miraba a María comiéndole el rabo y le acariciaba la cara y la cabeza, y yo estaba inclinado sobre ella, sobándole los pechos o el culo mientras me la tiraba.
Juan descubrió el espejo y se puso a mirar; María era entonces la única que no podía ver el trío, pues seguía con la cabeza hundida en el vientre de Juan. Los gemidos empezaron a tapar los sonidos de las penetraciones. Cuando uno se tranquilizaba un poco, el otro gemía más alto. Lamenté no haber puesto música, pues los vecinos tendrían diversión gratis. Los gemidos de mi mujer empezaron a destacar sobre los nuestros: le faltaba poco para correrse.
Aumenté el ritmo para hacerla marcharse cuanto antes. Se corrió como una loca, gritando hasta sacar la polla de su boca. Cuando terminó, siguió mamándola, pero ya poco rato, pues Juan estaba al límite, y aunque se le notaba que quería aguantar más, no podía. Sus gemidos eran ahora bien patentes.
Cogió la cabeza de María y marcó su ritmo, obligándola a chupársela como él quería, pero ella no estaba por la labor de dejar que se corriera en su boca, y se las apañó, muy a su pesar, para sacarla de la boca y ordeñarle con la mano. La corrida fue impresionante: se notaba que hacía dos meses que no follaba. Salió una cantidad de semen impresionante.
Mi mujer se retiró todo lo que pudo, riéndose, pero aún así algo de semen le llegó a los brazos y al pecho. Yo seguía follando, muy excitado por esos orgasmos, y decidí que era mi turno. Aceleré, buscado el final, y al cabo de dos docenas de empellones logré vaciarme, haciendo que ella también acabara conmigo. Juan se había dedicado a vernos terminar mientras se limpiaba la polla, manchada de semen y de pintalabios de mi mujer por todos lados. Parecía que sangraba de lo roja que estaba en la punta.
Saqué la polla del coño de mi mujer, y ella me limpió con unos pañuelos. Nadie decía nada. Vimos que mi polla seguía bastante dura, y también la de Juan. Los tres nos miramos y al final fue mi mujer la que tomó la decisión de cogernos a los dos por el brazo y llevarnos al dormitorio.
Ahora al revés- nos dijo.
Lo entendimos sin necesidad de más explicaciones. Juan se tumbó en la cama mientras María abría la mesilla para coger unas gomas y yo iba al baño a lavarme bien el rabo. Cuando volví, María se había subido a la cama y estaba meneándosela despacio a Juan para que se le pusiera bien dura de nuevo. Cuando lo consiguió, le puso una goma, se subió encima de él y se puso la polla junto al coño, excitándolo cada vez más. Yo me dediqué a mirar mientras ellos empezaban el polvo, sentado en un sillón, masturbándome lentamente. María seguía con el rabo en la entrada de su sexo, jugando con él, sin dejarlo entrar, haciendo que Juan se volviera loco. Yo me estaba poniendo también como una moto viendo cómo disfrutaban delante de mí.
No podía pararme a pensar lo que estaba pasando, pues aquello se había desamadrado de tal forma que ya no había forma de pararlo, y allí tenía a mi mujer con la polla de otro tío entre las piernas, a punto de follárselo delante de mí sin el más mínimo reparo, como una zorra cualquiera, disfrutando con el rabo de otro hombre y llevándolo a las puertas del paraíso sin ningún pudor.
Por fin María se deslizó, dejando entrar la polla de Juan en su coño, lo cual éste agradeció con un gemido monumental, mientras le agarraba las tetas con las manos. Mi mujer se empezó a mover arriba y abajo, dejando que la verga entrara completamente en su interior, ya dilatado por el polvo que yo le había echado antes. Se acostó sobre él, haciendo que la verga entrara en un ángulo muy cerrado, mientras se besaban y Juan ponía las manos sobre sus nalgas, acariciándola y agradeciéndole el polvo que le estaba echando.
Mi mujer tiene un buen culo, y era precioso vérselo mientras se estaba tirando a otro tío, tan redondo, tan grande, tan perfecto, tan apetitoso. Juan empezó a comerle el cuello, mientras por detrás le acariciaba el esfínter de forma delicada. Yo seguía masturbándome, observando todo aquello, con celos y con una excitación monumental, deseando no correrme para poder seguir pajeándome ante ese espectáculo. Mi mujer se incorporó y me dijo:
Acércate.
Al acercarme, alargó un brazo, me agarró la polla y se la metió en la boca mientras cabalgaba a su amante. Yo tenía la verga a punto de explotar, y ella lo sabía, pero me la chupó de manera que pude retenerme y disfrutar. No tenía ningún problema en follar y chupar al mismo tiempo, parecía una estrella del porno, no perdía el ritmo en ningún momento ni con Juan, que le estaba comiendo los pechos, ni conmigo, masajeándome los huevos mientras me felaba. Al cabo de un rato, y para mi completa perplejidad, me dijo:
-¿Qué te parece si intentas metérmela por detrás?
No podía dar crédito a lo que oía. El sexo anal no es que le fascinara precisamente, y aunque lo hacíamos de vez en cuando, era más por mi insistencia que por su interés. Pero en ese instante de locura, después de haber chupado la polla de mi amigo mientras yo me la follaba, y estando encima de él, follándolo, mientras me la mamaba a mí, parecía que estaba decidida a probar todas esas cosas que habíamos visto en las películas porno o en las revistas, con interés, pero pensando que nunca las haríamos. Mi mujer quería una doble penetración.
Me fui al baño a por un poco de crema de la que usábamos para esos menesteres, volví, me puse detrás de ella, que ya estaba con el culo en posición de recibirme, inclinada sobre Juan, ofreciéndome todo su ano. Le unté un poquito el culito, a escasos centímetros de la polla de Juan, metí un dedo para dilatarlo, despacio, muy despacio, luego dos, también muy despacio.
Ella casi había parado de moverse sobre Juan y estaba esperando que la penetrara. Pensé que ya estaba lista y me puse de cuclillas, apuntando mi polla a su esfínter. La apoyé sobre él y empujé un poco; entró la punta, ella gimió, metí un poco más, se quejó un poco, paré para que se acostumbrara a tenerme dentro, volví a empujar un poco y así hasta que tuve media polla dentro de su culo. Cuando estaba suficientemente dilatado el esfínter, me empecé a mover despacio para no hacerle daño. Podía sentir la polla de Juan metida en el coño, separada de la mía por una fila lámina de carne, inmóvil, esperando a que María pasara lo peor de la enculada y pudiera por fin moverse sobre él. Y eso pasó algo después; María empezó a encontrarse a gusto con las dos pollas dentro y comenzó a moverse, muy despacio, para no hacerse daño. Yo me empecé a mover, con cuidado de coordinar los vaivenes con los suyos para que no se saliera la verga. Era fantástico ver su culo dilatado por mi rabo mientras el cipote de Juan estaba en su coño. Sin embargo, en seguida me di cuenta de que a ella le sería imposible correrse con los dos dentro, pues aunque disfrutaba, no se podía mover lo suficiente como para que le llegara el orgasmo, y tampoco a Juan.
Decidí correrme yo primero, así que aceleré el ritmo mientras ella se quedaba quieta sobre él, que aguantaba sin que la erección le bajara. Estaba tan excitado de pensar que estaba enculando a mi mujer mientras otra polla le llenaba el coño, que no me costó mucho correrme. Le llené el culito de semen y me salí. Ellos siguieron follando, pero ya poco rato, pues María estaba que se iba. No acabaron juntos, pues Juan no pudo llegar, así que cuando ella hubo terminado, la puso de espaldas en la cama, le separó las piernas y le metió la polla en el sexo, levantándole las piernas para meterla mejor. Se la tiró así, rápido, hasta correrse, vaciándose en el coño de mi mujer y mugiendo como un toro. Al acabar, sacó la polla y se retiró de ella.
Nos quedamos un rato sentados los tres sobre la cama. Mi mujer me besó y se quedó abrazada a mí. Juan se empezó a vestir, buscando su ropa por toda la casa. Cuando estuvo listo, nos dijo:
Me habéis dejado impresionado. Estaba equivocado.
María le contestó:
Te lo dije, Juan. Todo depende de cómo te lo tomes. Nosotros no lo teníamos planeado, yo he tomado la iniciativa porque sé que a Carlos y a mí nos apetecía, aunque nos costaba dar el paso. Pero hoy todo se puso muy fácil y decidí hacerlo. No te equivoques, lo que ha pasado hoy aquí sólo es sexo, no siento nada por ti, sólo quiero a mi marido. Hemos pasado un buen rato, eso es todo. Quién sabe, puede que algún día repitamos.
Hasta luego, Juan- dije.
Hasta luego- dijo, y se marchó.
Miré a mi mujer, ya a solas, interrogante.
Pues eso, me lancé y ya está- me dijo-, y yo creo que no ha salido mal. Tú tenías muchas ganas, no lo niegues, de hacer un trío. Yo también. Y nos costaba decidirnos. Tanto que nunca lo hubiéramos hecho, pero, mira, vi la oportunidad clara.
¿Has disfrutado?
Claro que he disfrutado, pero sobre todo por que estabas conmigo. Me costó chupársela, pero después de eso, todo ha sido más fácil.
6 comentarios - Solo una paja (Relato)