Décadas de sexo (6): Impresiones

“¡Yo no hice eso así!”, reclama María, al leer un pasaje de uno de mis cuentos que la tiene de protagonista. “Es que es una obra de ficción”, le aclaro. “Lo que pasa que todo el resto…”, comienza a replicarme. La interrumpo con el otro aspecto: “Es que es una obra autobiográfica”.

Dice Bukowski que los besos son más sensuales que un polvo rutinario. Confirmo: algunas liberales libertinas me llevaron a la vez al paraíso y al infierno con sus bocas en la mía.

Jovencitos: los viejos somos sexuados. Tu médico, tu vecino, el empleado de la tienda tienen procaces historias que contar sobre los muchísimos litros de su semen derramado. Tu profesora, tu tía, aquella señora que cruza la calle se tragaron kilómetros de pijas a lo largo de sus vidas.

Mirando en la televisión un programa que no nos interesa mucho, María y yo cogemos como al descuido, de costado y de frente uno a otro, los torsos separados y girados hacia el aparato, serruchando suavemente. Los orgasmos, no por distraídos, son menos potentes.

Me acuesto con Fernanda pero estamos cansados. “Durmamos”, me invita. Accedo encantado; dormir con una mujer amada es muy íntimo, aun sin sexo. Estoy boca arriba cuando su mano cae sobre mi bulto. Tras un segundo de quietud, empieza a acariciarlo. Nadie duerme esa noche.

Mientras yo veo un concierto en la televisión, María y José miran fotos porno en el otro cuarto. Como no cierran la puerta, se oyen risitas, ruido de revistas que caen al piso y de una cama acompasando al ritmo de la banda. La voz de María gozando se funde con la del cantante.

Sí, me clavo a mis amigas. De ningún modo juzgo a quienes cogen con desconocidos; es que yo soy bastante romántico. Además, me atrae la diversidad de roles: por ejemplo, ver en otro contexto a una que habla en serio y que la tuviste sudando y gimiendo en la punta de tu verga.

Le pregunto a María por qué no se hace un piercing en un pezón, como @JustLady, la joven y sensual Anarkia. “Porque me dolería así”, responde, retorciendo mis tetillas. Agonía y delirio.

Fernanda quiere que le de por el culo pero duda por una mala experiencia con otro amante. Arde el 69 cuando comienzo a meterle los dedos para domar el esfínter. Por desgracia, me distraigo y le acabo en la experta boca. Me sonríe paladeando con un par de gruesas gotas en el mentón.

Me enloquece, me enloquece, me enloquece María cuando junta sus carnosas pechugas con los brazos para recibir mis andanadas de leche caliente. Para colmo, las sacude un poco de costado.

Boca arriba, Sandra mueve con arrebato su dedo mayor sobre el clítoris. De rodillas a su izquierda, me pajeo mirándola. Cuando estoy cerca de explotar, me acerco. Ella saca la lengua para recibir mis caldos. Le erro a la boca e impacto el ojo derecho. El sexo te puede cegar.

Aún no ha pasado nada entre Vicente y María. Le digo a él que ella es una gran amante. Me voy tres días y los dejo solos, sabiendo que me harán cornudo. A mi vuelta, ella tiene una mordedura en el brazo. Protesto, Vicente se disculpa, María intercede: “Le demostré que tenías razón”.

Gracie, con la que venimos rondándonos hace unos días, duda en sucumbir. Suena “The rain song”. Inspirada por la canción, condiciona: “Si esta noche llueve, me dejo”. Empiezan a caer las primeras gotas, cuyo ruido es eclipsado por su carcajada. Just a little rain must fall.

Volvemos de ver “9 semanas y media”. Alterada por la escena del cubito de hielo, María agrega, creativa, una vuelta perversa: llena de agua un condón, lo pone en el congelador de la heladera y me mira desafiante. Yo busco otro, lo lleno de agua y lo pongo al lado del primero.