HISTORIAS REALES - CAPÍTULO II.
(Los nombres han sido cambiados)
Esa noche jugaba Independiente, el Rojo de mis amores, uno de esos partidos boludos de alguna copa de verano, en Mar del Plata o Mendoza, no recuerdo. Había terminado de cenar –una huevada, como casi siempre-, me serví un buen whisky y me senté cómodamente en mi sillón con mis cigarrillos a mano a ver el partido por TV.
Fin del primer tiempo. Cero a cero. La pelota no llegó nunca a ninguno de los dos arcos. Aburridísimo. Sobre la mesa ratona junto a las llaves del auto y al lado de mis pies, estaba la billetera. Parecía que me llamaba. Acepté la invitación. Apagué el televisor, puse algo de música –como para crear un buen “clima” elegí algo de smooth-jazz-, me acerqué el teléfono y disqué el número que ya apenas se leía en esa hoja vieja y arrugada del taco. Entrar fue fácil pero tedioso, tuve que dar un nombre de fantasía y escuchar una larguísima serie de instrucciones para manejarse en el chat.
Tal como anticipó el Gallego, desfiló todo tipo de personajes, nada me interesaba. ¿Qué buscaba? No lo sabía, lo único que tenía claro era que quería ponerla pronto. Inmediatamente escuché a Claudia, su voz gastada que me recordaba a la Varela me despertó todos los ratones, no lo pensé, marqué el 4 para una charla personal. La espera de la respuesta me pareció interminable aunque creo que sólo habían pasado un par de minutos, que aproveché para correr a buscar unos hielos y recargar mi vaso de escocés. De pronto se hizo un silencio en la línea…
-Hola, hola… -dije como pidiendo auxilio por temor a que se hubiera cortado-. ¡Puta madre, se cortó!
-Hola. No, loquito, no se cortó, acá estoy –me responden-.
-¿Claudia?
-Si, hola, muy buenas noches.
-Muy buenas, por cierto –avancé para dar optimismo al contacto. Créanme que la escuchaba y me imaginaba hablando con la Varela- ¿Qué hacías?
-Nada, huevo, fumando un puchito, tomando un whiskito y ahora hablando con vos.
Su voz áspera, de cigarrillo y alcohol, me calentaba mucho, su actitud más aún y que fumara y le gustara el whisky la convertía en ese momento en la mujer de mis sueños… Si tan solo tuviera un buen par de gomas…
-¿Podés creer que yo estaba exactamente en la misma? –dije muy animado.
-¡Qué bueno! Empezamos bien. Dale, contame de vos…
Y así siguió la charla de presentación durante un buen rato muy agradable. Cuando iba por mi cuarto vaso de whisky ya sabía que Claudia vivía en La Plata, 48 años, casada muy joven, divorciada, con tres hijas, la menor vivía con ella. De muy buena posición económica, trabajaba como secretaria ejecutiva de un estudio legal y contable muy importante. Se describió físicamente delgada, alta, morocha de cabello muy corto y buenas curvas, según ella, un estado poco normal para su edad. También supe que tras su último parto decidió hacerse las lolas y un par de retoques más. Ya más entrados en la intimidad me contó que desde su separación no había estado con ningún hombre, cosa que no le creí y poco me importó, y que sus únicos compromisos además de su laburo eran ir indefectiblemente tres veces por semana a Pilates y todos los viernes a la peluquería, donde se arreglaba el cabello, las manos y se depilaba completamente, tira de cola incluida.
-Decime Clau, ¿Qué esperás encontrar por acá? –apuré-
-Sexo. Quiero un hombre en la cama. Pero no un novio, mucho menos un marido… Sólo un “touch & go”.
-Ya mismo salgo a buscarte…
-¡Pará loco! –rió- Son las 3 de la mañana, estamos a 60 kilómetros y como todos los pobres mañana tenemos que ir a trabajar.
-La puta, tenés razón. Hagamos una cosa: te paso mi mail, me pasás alguna foto y te contesto con una mía.
Nos pasamos la data y nos despedimos hasta muy pronto.
Al día siguiente recibo su mail con dos fotos y la aclaración de que no eran actuales, tenían un par de años o más. La verdad, no me sentí muy atraído. Estaba buena pero esperaba más. Estaba por cerrar las fotos y olvidar el asunto cuando pasa por detrás de mí Ricardo:
-¿Quién es?
-Claudia. –le respondo como sin darle importancia-.
-¿Tu tía? Presentala!
-No, boludo, la conocí en el chat del Gallego. Quiere un polvo pero mucho no me convence… Además debería viajar hasta La Plata…
-Yo por hacer una turca en esas tetas viajaría hasta Kuala Lumpur. ¿Qué esperás, boludo?
-No se… ¿Qué opinás, voy?
-¡Pero más bien!
-Sesenta kilómetros para encamarme con una jovata… -dudaba- Si a la vuelta de casa hay más lindas y más pendejas…
-Pero no tenés chance de cojerlas… -remató como leyendo en mi mente lo único que quería-.
Esa misma tarde la llamé proponiéndole encontrarnos a la noche. No dudó. Tan grande fue mi autoestima que le propuse que me esperara con minifaldas, a lo que accedió a pesar de decirme que hacía mucho que no las usaba. Me propuso encontrarnos en la rotonda de la Calle 13 de entrada a La Plata, donde me esperaría en su auto a fin de que la siguiera hasta su casa para no perderme entre diagonales, donde dejaría su coche y seguiríamos en el mío.
Allí estaba esperándome esa noche, un juego de luces y la seguí. Tras andar algunas cuadras estaciona a mano derecha en una zona bastante céntrica. Paré mi auto detrás del de ella pero bastante alejado del cordón lo cual me permitió tener una primera impresión de su despampanante cuerpo: abrió la puerta del auto y vi bajar unas largas piernas perfectamente trabajadas, al instante pude apreciarla de cuerpo entero… Morocha, cabello muy corto, unas tetas hechas infartantes, un andar increíble y un culo maravilloso.
No la voy a hacer muy larga. Fuimos a una confitería muy paqueta, de esas con sillones muy mullidos. Tomamos whisky, mucho, tanto como para que se agarre un pedo memorable. Y con toda esa ebriedad me pregunta desafiante:
-¿Qué esperás para darme un beso? ¿O lo tengo que hacer yo?
Le besé tímidamente los labios. Ella pasó su brazo por detrás de mi cuello apretando mi cara contra la suya, enroscó su lengua en mi boca, cruzó su pierna semidesnuda sobre la mía, apoyó suavemente su mano en mi pija, le acaricié el muslo, y en un suspiro…
-Me estoy mojando… Quiero que me cojas…
-¡Vamos! –apuré mi trago poniéndome de pie, dejé unos billetes sobre la mesa y salimos.
Entramos a un telo de Av. Centenario después de haber parado en una Shell a comprar una de esas bebidas energizantes que me pidió para apagar un poco la borrachera.
Apenas entramos a la habitación se desplomó en la cama. Pensé que se había desmayado; pero no, me confesó (como si no se notara) que estaba absolutamente borracha y me pidió que le quitara la ropa. Suavemente la dejé completamente desnuda y dormida. Después de desnudarme me senté a un costado de la cama y contemplar ese cuerpo desnudo me puso inmediatamente al palo. No pude más que comenzar a masturbarme deleitando ese hermoso culo y acariciando sus nalgas. Tratando de no despertarla le separé un poco las piernas, me monté sobre sus espaldas y la penetré por detrás. Se despertó, sonrió y se entregó. Le cogí el culo un buen rato. Sentía que mi pija entraba con suma facilidad denotando que ese ojete estaba ya muy caminado. Sus exclamaciones del tipo “Bestia!”, “Ahhh, másss!”, “Así, así!” y algún gracioso “Oh, my God!” copiado de alguna porno berreta me calentaban cada vez más; pero la cantidad de escocés que corría por mis arterias diluido en menor cantidad de sangre demoraba la eyaculación.
Me apartó, me acostó boca arriba y tomando mi pene fuertemente con una mano me prodigó una profusa mamada. Con su mano libre me acariciaba los huevos y el ano con lo cual mi poronga emulaba al palo mayor de la Fragata Libertad.
Cruzó una pierna por sobre mi cabeza acomodándose para un ‘69’. Su concha -como todo su cuerpo- estaba perfectamente depilada. Era suave, carnosa, de amplios labios. Tomando su culo entre mis manos comencé a lamérsela, pasando suavemente la lengua por su clítoris o introduciéndola en su profunda vagina jugueteando en su interior. Sentía en ella sucesivas vibraciones como si su cuerpo fuera recorrido por una débil corriente eléctrica. El voltaje parecía en aumento hasta que finalmente derramó sobre mi cara un largo y potente chorro de líquido caliente que emanó de su concha con la fuerza de una meada contenida en un largo viaje…
-¿Qué hacés? ¡Me measte! –le reproché retirando con energía su entrepierna de mi cara-.
-Acabé… Y preparate, es el primero… -respondió agitada-.
Nunca había pasado por una experiencia similar. Sabía que toda mujer se moja acercándose al éxtasis, algunas más y otras menos, pero esto era otra cosa… Créanme que no exagero, ese largo y continuo chorro salió de su vulva como si brotara del pico de una manguera de presión.
Tras tomarse unos breves segundos de descanso, sin cambiar de posición o apenas estirando un poco las piernas, así, en cuatro patas y aún sujetando mi pene, gateó hacia mis pies ubicando la concha sobre el miembro viril e introduciéndolo con un solo movimiento. Comenzó a cabalgar alocadamente. Mientras me deleitaba cogiéndola y viendo como su culo separaba y cerraba sus cantos al ritmo del galope, ella gemía, gritaba y gozaba como una yegua. No se demoró en llegar su segundo orgasmo. Un nuevo manantial de jugos bañó mi bajo vientre. Rendida se recostó sobre la cama, me incorporé a su lado acercándole la poronga a su cara y comenzó a masturbarme mientras con la otra mano apoyada en la parte baja de mi espalda mantenía constante una distancia correcta. Sentía como un furioso borbotón de semen subía desde mis huevos. Giré apenas mi cuerpo para apuntar con mi poronga a sus tetas, que lucían entonces erguidas con dos grandes aréolas oscuras y bien definidas, cada una enmarcando un prominente y duro pezón. Con sus manos presionó sus tetas una contra otra aguardando que derramara sobre ellas toda mi masculinidad. Acabé una muy abundante cantidad de semen espeso. Tras el primer chorro se sucedió un segundo y un tercero ya menos contundente.
Se retozó masajeando sus pechos con la cremosa leche derramada y mirándome a los ojos llevó sus dedos a la boca arrastrando con sus labios hacia el interior una buena porción de semen. Tras tomarla limpió con su lengua la última gota que aún colgaba de mi glande, sonriendo satisfecha.
CONTINÚA…
(Los nombres han sido cambiados)
Esa noche jugaba Independiente, el Rojo de mis amores, uno de esos partidos boludos de alguna copa de verano, en Mar del Plata o Mendoza, no recuerdo. Había terminado de cenar –una huevada, como casi siempre-, me serví un buen whisky y me senté cómodamente en mi sillón con mis cigarrillos a mano a ver el partido por TV.
Fin del primer tiempo. Cero a cero. La pelota no llegó nunca a ninguno de los dos arcos. Aburridísimo. Sobre la mesa ratona junto a las llaves del auto y al lado de mis pies, estaba la billetera. Parecía que me llamaba. Acepté la invitación. Apagué el televisor, puse algo de música –como para crear un buen “clima” elegí algo de smooth-jazz-, me acerqué el teléfono y disqué el número que ya apenas se leía en esa hoja vieja y arrugada del taco. Entrar fue fácil pero tedioso, tuve que dar un nombre de fantasía y escuchar una larguísima serie de instrucciones para manejarse en el chat.
Tal como anticipó el Gallego, desfiló todo tipo de personajes, nada me interesaba. ¿Qué buscaba? No lo sabía, lo único que tenía claro era que quería ponerla pronto. Inmediatamente escuché a Claudia, su voz gastada que me recordaba a la Varela me despertó todos los ratones, no lo pensé, marqué el 4 para una charla personal. La espera de la respuesta me pareció interminable aunque creo que sólo habían pasado un par de minutos, que aproveché para correr a buscar unos hielos y recargar mi vaso de escocés. De pronto se hizo un silencio en la línea…
-Hola, hola… -dije como pidiendo auxilio por temor a que se hubiera cortado-. ¡Puta madre, se cortó!
-Hola. No, loquito, no se cortó, acá estoy –me responden-.
-¿Claudia?
-Si, hola, muy buenas noches.
-Muy buenas, por cierto –avancé para dar optimismo al contacto. Créanme que la escuchaba y me imaginaba hablando con la Varela- ¿Qué hacías?
-Nada, huevo, fumando un puchito, tomando un whiskito y ahora hablando con vos.
Su voz áspera, de cigarrillo y alcohol, me calentaba mucho, su actitud más aún y que fumara y le gustara el whisky la convertía en ese momento en la mujer de mis sueños… Si tan solo tuviera un buen par de gomas…
-¿Podés creer que yo estaba exactamente en la misma? –dije muy animado.
-¡Qué bueno! Empezamos bien. Dale, contame de vos…
Y así siguió la charla de presentación durante un buen rato muy agradable. Cuando iba por mi cuarto vaso de whisky ya sabía que Claudia vivía en La Plata, 48 años, casada muy joven, divorciada, con tres hijas, la menor vivía con ella. De muy buena posición económica, trabajaba como secretaria ejecutiva de un estudio legal y contable muy importante. Se describió físicamente delgada, alta, morocha de cabello muy corto y buenas curvas, según ella, un estado poco normal para su edad. También supe que tras su último parto decidió hacerse las lolas y un par de retoques más. Ya más entrados en la intimidad me contó que desde su separación no había estado con ningún hombre, cosa que no le creí y poco me importó, y que sus únicos compromisos además de su laburo eran ir indefectiblemente tres veces por semana a Pilates y todos los viernes a la peluquería, donde se arreglaba el cabello, las manos y se depilaba completamente, tira de cola incluida.
-Decime Clau, ¿Qué esperás encontrar por acá? –apuré-
-Sexo. Quiero un hombre en la cama. Pero no un novio, mucho menos un marido… Sólo un “touch & go”.
-Ya mismo salgo a buscarte…
-¡Pará loco! –rió- Son las 3 de la mañana, estamos a 60 kilómetros y como todos los pobres mañana tenemos que ir a trabajar.
-La puta, tenés razón. Hagamos una cosa: te paso mi mail, me pasás alguna foto y te contesto con una mía.
Nos pasamos la data y nos despedimos hasta muy pronto.
Al día siguiente recibo su mail con dos fotos y la aclaración de que no eran actuales, tenían un par de años o más. La verdad, no me sentí muy atraído. Estaba buena pero esperaba más. Estaba por cerrar las fotos y olvidar el asunto cuando pasa por detrás de mí Ricardo:
-¿Quién es?
-Claudia. –le respondo como sin darle importancia-.
-¿Tu tía? Presentala!
-No, boludo, la conocí en el chat del Gallego. Quiere un polvo pero mucho no me convence… Además debería viajar hasta La Plata…
-Yo por hacer una turca en esas tetas viajaría hasta Kuala Lumpur. ¿Qué esperás, boludo?
-No se… ¿Qué opinás, voy?
-¡Pero más bien!
-Sesenta kilómetros para encamarme con una jovata… -dudaba- Si a la vuelta de casa hay más lindas y más pendejas…
-Pero no tenés chance de cojerlas… -remató como leyendo en mi mente lo único que quería-.
Esa misma tarde la llamé proponiéndole encontrarnos a la noche. No dudó. Tan grande fue mi autoestima que le propuse que me esperara con minifaldas, a lo que accedió a pesar de decirme que hacía mucho que no las usaba. Me propuso encontrarnos en la rotonda de la Calle 13 de entrada a La Plata, donde me esperaría en su auto a fin de que la siguiera hasta su casa para no perderme entre diagonales, donde dejaría su coche y seguiríamos en el mío.
Allí estaba esperándome esa noche, un juego de luces y la seguí. Tras andar algunas cuadras estaciona a mano derecha en una zona bastante céntrica. Paré mi auto detrás del de ella pero bastante alejado del cordón lo cual me permitió tener una primera impresión de su despampanante cuerpo: abrió la puerta del auto y vi bajar unas largas piernas perfectamente trabajadas, al instante pude apreciarla de cuerpo entero… Morocha, cabello muy corto, unas tetas hechas infartantes, un andar increíble y un culo maravilloso.
No la voy a hacer muy larga. Fuimos a una confitería muy paqueta, de esas con sillones muy mullidos. Tomamos whisky, mucho, tanto como para que se agarre un pedo memorable. Y con toda esa ebriedad me pregunta desafiante:
-¿Qué esperás para darme un beso? ¿O lo tengo que hacer yo?
Le besé tímidamente los labios. Ella pasó su brazo por detrás de mi cuello apretando mi cara contra la suya, enroscó su lengua en mi boca, cruzó su pierna semidesnuda sobre la mía, apoyó suavemente su mano en mi pija, le acaricié el muslo, y en un suspiro…
-Me estoy mojando… Quiero que me cojas…
-¡Vamos! –apuré mi trago poniéndome de pie, dejé unos billetes sobre la mesa y salimos.
Entramos a un telo de Av. Centenario después de haber parado en una Shell a comprar una de esas bebidas energizantes que me pidió para apagar un poco la borrachera.
Apenas entramos a la habitación se desplomó en la cama. Pensé que se había desmayado; pero no, me confesó (como si no se notara) que estaba absolutamente borracha y me pidió que le quitara la ropa. Suavemente la dejé completamente desnuda y dormida. Después de desnudarme me senté a un costado de la cama y contemplar ese cuerpo desnudo me puso inmediatamente al palo. No pude más que comenzar a masturbarme deleitando ese hermoso culo y acariciando sus nalgas. Tratando de no despertarla le separé un poco las piernas, me monté sobre sus espaldas y la penetré por detrás. Se despertó, sonrió y se entregó. Le cogí el culo un buen rato. Sentía que mi pija entraba con suma facilidad denotando que ese ojete estaba ya muy caminado. Sus exclamaciones del tipo “Bestia!”, “Ahhh, másss!”, “Así, así!” y algún gracioso “Oh, my God!” copiado de alguna porno berreta me calentaban cada vez más; pero la cantidad de escocés que corría por mis arterias diluido en menor cantidad de sangre demoraba la eyaculación.
Me apartó, me acostó boca arriba y tomando mi pene fuertemente con una mano me prodigó una profusa mamada. Con su mano libre me acariciaba los huevos y el ano con lo cual mi poronga emulaba al palo mayor de la Fragata Libertad.
Cruzó una pierna por sobre mi cabeza acomodándose para un ‘69’. Su concha -como todo su cuerpo- estaba perfectamente depilada. Era suave, carnosa, de amplios labios. Tomando su culo entre mis manos comencé a lamérsela, pasando suavemente la lengua por su clítoris o introduciéndola en su profunda vagina jugueteando en su interior. Sentía en ella sucesivas vibraciones como si su cuerpo fuera recorrido por una débil corriente eléctrica. El voltaje parecía en aumento hasta que finalmente derramó sobre mi cara un largo y potente chorro de líquido caliente que emanó de su concha con la fuerza de una meada contenida en un largo viaje…
-¿Qué hacés? ¡Me measte! –le reproché retirando con energía su entrepierna de mi cara-.
-Acabé… Y preparate, es el primero… -respondió agitada-.
Nunca había pasado por una experiencia similar. Sabía que toda mujer se moja acercándose al éxtasis, algunas más y otras menos, pero esto era otra cosa… Créanme que no exagero, ese largo y continuo chorro salió de su vulva como si brotara del pico de una manguera de presión.
Tras tomarse unos breves segundos de descanso, sin cambiar de posición o apenas estirando un poco las piernas, así, en cuatro patas y aún sujetando mi pene, gateó hacia mis pies ubicando la concha sobre el miembro viril e introduciéndolo con un solo movimiento. Comenzó a cabalgar alocadamente. Mientras me deleitaba cogiéndola y viendo como su culo separaba y cerraba sus cantos al ritmo del galope, ella gemía, gritaba y gozaba como una yegua. No se demoró en llegar su segundo orgasmo. Un nuevo manantial de jugos bañó mi bajo vientre. Rendida se recostó sobre la cama, me incorporé a su lado acercándole la poronga a su cara y comenzó a masturbarme mientras con la otra mano apoyada en la parte baja de mi espalda mantenía constante una distancia correcta. Sentía como un furioso borbotón de semen subía desde mis huevos. Giré apenas mi cuerpo para apuntar con mi poronga a sus tetas, que lucían entonces erguidas con dos grandes aréolas oscuras y bien definidas, cada una enmarcando un prominente y duro pezón. Con sus manos presionó sus tetas una contra otra aguardando que derramara sobre ellas toda mi masculinidad. Acabé una muy abundante cantidad de semen espeso. Tras el primer chorro se sucedió un segundo y un tercero ya menos contundente.
Se retozó masajeando sus pechos con la cremosa leche derramada y mirándome a los ojos llevó sus dedos a la boca arrastrando con sus labios hacia el interior una buena porción de semen. Tras tomarla limpió con su lengua la última gota que aún colgaba de mi glande, sonriendo satisfecha.
CONTINÚA…
2 comentarios - Historia Real -II-
Por más que suene lógico y hasta habitual, no siempre nos detenemos a retribuir, al menos con algunas palabras, a aquel que se ha comportado bien regalandonos a toda la comunidad P! su trabajo.
Por eso yo, Stoffel te dice ¡¡GRACIAS POR TU APORTE!! ¡¡TE FELICITO!! por eso merece dichas gracias!!!