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Compendio I
Días como hoy me arrepiento un poco. Yo amo mucho a mi esposa y disfruto mucho de ella y de su cuerpo.
Pero en la mañana, cuando leía feliz el regalo que le había dejado, me dijo que le ardía su cola.
En eso, ella es preciosa.
“¡No te preocupes, amor! ¡Estoy bien!” me decía, sintiendo un poco de dolor en los pechos al darle leche a las pequeñas. “¡Tú sabes que me gusta cuando te pones rudo!... y fue excelente, porque recordé los días que no estabas por tu turno y cuánto te deseaba a mi lado…”
La atendí como una reina y la dejé que se quedara en cama todo el día, que es lo que más le gusta. Ordené comida china por teléfono (Carne Mongoliana con Rollitos Primavera, que son sus favoritos), y le conecté el portátil al televisor, para que pudiéramos ver las series de anime que más nos gustan.
Pero lo que más la hace feliz es tener a las pequeñas con nosotros. Ya están haciendo sus primeros esfuerzos por ponerse de pie, pero las 2 empiezan a rebotar cuando ven que las vamos a tomar en brazos.
Finalmente, tuvimos que pelearnos para ver quien escribía hoy.
Ella me daba la razón, diciendo que sigo de vacaciones y que debo descansar. Que también ella debía practicar, para calentar motores para la próxima semana y que disfrutaba mucho al ver que nadie protestaba porque escribía lento.
Le pedí que me dejara hacerlo, porque hubo un momento con Nery que ella no presenció y que también valía la pena mencionar y solamente de esa manera, soltó su ordenador y se arrimó a mi lado.
Es increíble pensar que con solo conocer a esas gemelas por 6 días, tengamos tantas cosas que decir de ellas. Vivimos tantos momentos especiales y nos dimos cuenta de tantas cosas con ellas, que nos es difícil ponernos de acuerdo quien cuenta esto y quien cuenta lo otro.
Hasta ese día (El viernes. El plazo de Marisol expiraba el domingo, ya que el lunes embarcábamos de vuelta), Marisol consideró a Neryda como “la agregada” o el “Bonus track de mi misión”. Que en el fondo, era una chica buena, pero no hacía méritos suficientes para que me prestara y que la que realmente valía la pena era Susana.
Sin embargo, tras esa noche donde encaré a Giacopo, mi opinión sobre ella cambio totalmente. No era una simple “cara y cuerpo bonito, deseosa de atención”, como erróneamente juzgue una vez a Pamela.
Por la tarde, Neryda y Susana nos esperaban en el lugar donde siempre.
“Es solo que hoy quiero broncearme…” le respondió a Marisol, cuando le preguntó por qué no surfeaba como los otros días. “Marco dice que bajo el traje estoy blanca…”
No me miraba demasiado e incluso Marisol se daba cuenta.
“¿Y por qué vinieron acá?” preguntó Nery, con mucha curiosidad. “Porque vos no parecés el tipo que le interesen las playas tropicales.”
“¡Ay, no otra vez!” exclamó Marisol y se metió a la tienda, a ver a las pequeñas.
Yo sonreí, mientras que ellas me miraban confundidas.
“Vine porque quería ver un Dragón de Komodo…”
Ellas se miraron, sin encontrar una respuesta.
“¿Y qué es eso?”
“Es un lagarto de unos 70 kg. que vive en estas islas.”
Miraron nerviosas a los alrededores…
“¿Por acá… también?” preguntó Susana, muy temerosa.
“¡Descuiden!” les dije, tratando de calmarlas. “En esta, no… lamentablemente para mí…”
“Pero ¿Por qué querés ver una cosa así?”
“Pues, porque sé casi todo de ellos…” les respondí.
Les dije que eran los depredadores dominantes de estas islas. Que se les conocía también como “La bestia de Gilla” y que, en el fondo, son iguanas gigantes, con una de las mordidas más toxicas en el mundo.
También les conté que durante un tiempo, se les consideró descendientes de los dinosaurios, por su gran tamaño y que son animales en peligro de extinción.
“Pero… ¿Por qué querés verlo?” preguntó nuevamente Nery.
“Porque es especial. Es algo que no todos conocen…”
“¿Terminaste?” gritó Marisol, desde la tienda.
“¡Si, ruiseñor! ¡Puedes salir!” le avisé.
“¿Pero por qué querés ver algo como eso?” Insistió Nery, una vez más.
A Marisol le aterra el tema y me miraba, preguntando si seguiría hablando de ellos. Traté de calmarla, con las manos.
“Pues… porque es un detalle.” Le traté de explicar. “Marisol puede decírtelo: nos enamoramos, porque nos gusta el mismo libro y la misma serie de animación japonesa; quise trabajar en Australia, para conocer una piedra enorme; viajé a Japón, solamente para comer Okonomiyaki y he venido hasta acá, para conocer ese animal.”
Ellas se rieron.
“Cuando lo decís así, sonás como un loco…” sentenció Susana.
“Pero son los detalles los que cuentan.” Le dije, mirándola más serio. “Por ejemplo, el anillo de compromiso de Marisol tiene un diseño de delfín, hecho de lapislázuli y tiene una historia bastante profunda para los 2…”
Marisol se sonroja cuando hablo de su anillo y lo muestra, pero nunca dice la historia.
“Son cosas chiquititas, como una piedrecilla o un sticker…”le dije, para que Susana me dejara en paz. “Que en un momento especial, cobran un valor distinto, porque van ligadas a un recuerdo mayor.”
“¡No entiendo lo que decís!...” dijo Nery, confundida, pero resignándose añadió. “Pero si es importante para vos…”
“¿Y por qué no lo podés ver?” preguntó Susana, un poco avergonzada por mi comentario.
“Porque el barco que lleva de tour a la isla sale de este puerto y tienes que acampar 2 días en ese lugar.”
“¿Y por qué querés ir en barco?”
Señalé la tienda con las pequeñas.
“¡Y es una suerte que se arrepintió, porque ni loca me quedo en una isla con esas cosas…gigantes!” dijo Marisol, muy alborotada.
“¡Te entiendo, Mari!” respondió Susana, con escalofríos y también asqueada.
“Pero vos llegaste tan lejos… ¿Cómo podés rendirte tan cerca?” preguntó Nery, sintiendo lastima.
“¡Es una lección de la vida, Nery!” le dije, subiéndole los ánimos. “Cuando te enamoras, eres capaz de dejar los sueños de lado.”
Marisol se sonrojó, porque ella lo sabe bastante bien.
Durante la tarde, Marisol le pidió a Susana si la podía acompañar a nadar, mientras me quedaba con las pequeñas, por lo que pude estar a solas con Nery.
“Marco… a vos, te gusta mi hermana, ¿Cierto?” preguntó de repente, con un poco de vergüenza.
Yo estaba sorprendido.
“¿Por qué lo preguntas?”
“Porque vos… no me mirás igual que a ella…” respondió. “Y quería preguntarte… si me encontrás algo raro…”
Quedé impresionado por sus preguntas.
“¿Por qué piensas que te encontraría rara?”
“Es que vos dijiste ayer… que era buena para las fiestas… porque no te miraba a los ojos…” Dijo, con un rostro que anunciaba lágrimas.
“¡Lo siento!” me disculpé, buscando un pañuelo en el bolso de Marisol. “Solamente, adivine…”
“¡No! ¡Vos sabés algo!” dijo ella, rompiendo finalmente en llanto. “Porque es siempre Susi la de los noviazgos largos… y yo soy siempre la mina que llaman a fiestas…”
“¡Nery!”
Acaricie sus mejillas y nuestros ojos se encontraron.
Necesitaba de cariño y durante esos momentos, no cortó la mirada.
“Hace un tiempo atrás, conocí a la prima de Marisol.” Le expliqué. “Es una de las mujeres más bonitas que he conocido y siempre fue el centro de atención, porque vestía de manera llamativa, tiene una bonita figura y muchos hombres la deseaban. Sin embargo, cuando se vino a vivir con nosotros, nos dimos cuenta que a ella la miraban como una entretención más. Que todos se quedaban en la belleza de su cuerpo y nadie la conocía bien, lo que pensaba o lo que sentía.”
“¿Y vos… también?” preguntó, mirándome más calmada. Pero yo me había distraído, perdiéndome en el mar de los recuerdos.
“¡No!” le respondí, mirándola nuevamente a los ojos. “En ese tiempo, yo estaba enamorado de Marisol y era la única mujer que me interesaba. Pero tú me recordabas a ella, por tu manera de vestir y porque ella tampoco podía mirarme a los ojos.”
“Es que… vos sos raro.” Me dijo, limpiándose las lágrimas. “Como nos vemos iguales… le he robado un par de veces los novios a mi hermana… los he besado y he hecho otras cositas… que no me siento orgullosa de contar. Pero vos sos el único que me ha mirado a los ojos… y cuando mirás a mi hermana… me da un poco de envidia.”
“¿Por qué?”
“Porque vos la encontrás más interesante. Le hablás de radiación, de reactores y todo eso… y conmigo, hablás de noticias…”
“¡No, Nery! ¡Te equivocas!” Le respondí. “A las 2 las encuentro interesantes…”
Ella sonrió.
“Incluso en eso… vos sos diferente…” dijo, sonriéndome con dulzura. “Otro pibe ya me habría dicho Susi un par de veces… pero vos, ninguna…”
“Bueno, Nery… tú y tu hermana lucen exactamente iguales de cara… pero si te miro a los ojos, puedo distinguirte fácilmente…”
“¡Y es por eso que vos me gustás!” confesó, con el rubor de una quinceañera.
Sonreí, halagado y ella me miraba con ternura. Pero no podíamos seguir conversando más, hasta que llegaron Susana y mi esposa.
Por la noche, nos encontramos nuevamente en el restaurant.
Giacopo llegó a la mesa humilde y suplicante, pero Susana lo desechaba con facilidad.
“¡No, no! ¡Largáte!” le decía en español. “¡Me hiciste pasar una enorme vergüenza ayer!… y no quiero nada con vos… así que andáte con tus pelotudos amigos…”
Debía entender algo de español o a lo mejor, le bastaba ver los gestos de Susana. Pero tras observar un poco la mesa y ver que ninguno le apoyaba, se marchó con la cola entre las piernas.
“¿Y qué tal es mi marido, Susana?” le preguntó mi esposa. “¿Te gustó cómo lo hizo hoy?”
Se puso roja…
“Mari… ¿De qué hablás?”
“¡De la tabla, loquilla! ¡De la tabla!” le respondió mi ruiseñor. “¿Qué tal fue su primera lección?”
“Pues… fue una clase bastante buena…” y mirándome con un poco de timidez, agregó. “Tu marido… es un pibe… con gran talento…”
“¡Qué bien!” le respondió. “Entonces, ¿Te molestaría enseñarle más días?”
Susana parecía espantada…
“¿Por qué?”
“Porque necesito que queme energías.” Le dijo mi esposa, sonriéndole. “Ya te dije que por las noches no me deja tranquila… y encuentro una suerte que te hayamos encontrado, para ver si se calma un poco…”
“Bueno…” respondió Susana. “Si vos querés… puedo hacer el intento…”
Y conversamos de otras cosas, sin mucha importancia. A la media hora, apareció Nery.
“¿Dónde andabas, boluda? ¡Me tenís con el corazón en la mano de los nervios!” le reprendió Susana.
“Andaba en el aeropuerto.” Le respondió, resoplando. “¡Marco, tengo buenas noticias para vos!”
“¿De qué hablas?”
“¡Hay un tour, un chárter, que te lleva a la isla que querés ir!” me dijo, resoplando de felicidad. “El vuelo dura como 20 minutos y podés recorrer toda la isla, si queres.”
También me había informado, pero dado que íbamos con las pequeñas, lo había desechado.
“Pero… ¿Cómo lo sabes?” le preguntó Marisol, impresionada.
“Es que esa palabra… Komodo… se me quedó en la cabeza… y pensé en dónde la había visto antes… y me acordé…” Nos dio una tremenda sonrisa. “Si queres… Susi y yo nos quedamos cuidando las nenas… y vos y Mari van de paseo…”
“¿Estás loca, boluda?” le reprendió Susana. “¡No tenemos idea de cuidar nenas!”
“¡Eso no importa, Susana!” le respondió, enfadada. “Para Marco, es importante ver esas cosas… y si ha viajado tan lejos, tenés que ayudarle… yo tampoco entiendo sus razones, pero si él quiere hacerlo… ¡Tenés que ayudar!...”
Cuando dijo eso, Marisol la empezó a mirar diferente.
“Bueno…” le dijo Marisol. “Si quieres, puedes ir tú con él…”
“¿En serio?” preguntaron las gemelas, en coro. Aunque una sonreía más que la otra.
“Sí.” Le respondió Marisol, con una gran sonrisa. “Él quería venir hasta acá para ver esos lagartos… ¡Y me harías un enorme favor si lo hicieras, porque yo detesto ver esas cosas!…”
Nery saltaba como una niña…
“Pero Mari… ¿Estás segura? ¡Vos sos su esposa!” preguntó Susana, muy preocupada.
“¡Si, está bien!” le respondió Marisol, con esa sonrisa tan rara y tierna que pone ella cuando me presta. “También es una chica buena… y sé que me lo va a cuidar…”
Por la noche, hicimos el amor un par de veces…
“¡Estás un poquito mejor!” me dijo ella, apoyándose en mi hombro, mientras que con sus dedos jugueteaba sobre mi pecho. “Yo pienso que mañana… por la tarde… ya vas a estar ideal…”
Como les dije al principio, hasta ese viernes, Neryda era un “agregado” para Marisol.
Pero a partir del día siguiente, sería otra más de sus amigas cercanas…
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1 comentarios - Siete por siete (78): El sueño del pibe (VII)