Los sábados voy a intercalar estos conjuntos de breves impresiones entre los relatos más largos de los viernes (empezó ayer: Décadas de sexo (1): Introducción), como quien echa una sucesión de rapiditos alternando con largas y esmeradas sesiones de intercambio de calores. Todo suma.
María es gritona. A veces es un problema. Siempre es maravilloso.
Souvenir glorioso: vas al baño, varón, tras haber huido sin bañarte de una noche de desenfreno, y encontrás un pelo de la amada enredado en tus partes.
Mirando en la cama un programa que no nos interesa mucho, María y yo cogemos como al descuido, de costado y de frente uno a otro, los torsos separados y girados hacia el televisor, serruchando suavemente.
Anita, jovencita y tierna, me pide que la ayude a perder su virginidad posterior. Se para contra la mesa, descansa su torso sobre ella, en puntas de pie levanta las caderas. Le impido todo movimiento apoyando con vigor la mano en la espalda y le taladro el ojete. De nada, dulce.
Otra Ana, veterana, me baja el pantalón, me agarra con firmeza el palo, lo monta sin metérselo, se lo pasa despaciosamente por los labios y el clítoris mientras me sonríe desde detrás de sus grandes lentes. Media hora de lenta e intensa cabalgata.
Estoy de lo más tranquilo, escribiendo. María lee en el patio. No sé por qué, se calienta sola. Me viene a buscar, me lleva a la cama, se me sube, me abofetea con sus exuberantes tetas, me hace de trapo. ¿No van a abolir esta esclavitud? Ojalá que no.
Gracie, increíblemente rubia, señora de profundos besos, acaba entre sonoras carcajadas pero Lara, tan juguetona, entre llantos.
Ahora que menciono a Lara, nos capturó la urgencia en la nocturna calle en demolición. Con los dedos y contra una solitaria columna le arranqué gemidos y, como decía, lágrimas de orgasmo. Cuando nos íbamos, la columna se derrumbó.
María dice que me porto mal, que miro nenas. Me azota las nalgas con fuerza. Dice y repite que me las quiero coger. Me azota con más fuerza. Me recuerda que a algunas de hecho me las cogí. Miento una protesta: “Yo no quería”. Lame, succiona y mordisquea mi carne pecadora.
La Beba boca arriba, sin piedad bombeo dentro de su boca mientras lamo los salados jugos de su femineidad. Cuando aparece el semen, es demasiado; se le escapa por las comisuras.
Néstor es extranjero. De visita en casa, duerme en el sofá. Ya por dormirme, María me da un oral violento y amoroso como solamente ella sabe. Le pregunto, sabiendo la respuesta, a quién se cree que se la está chupando. “Mm”, dice con la boca llena, señalando hacia el comedor.
Laetitia maneja su coche por la autopista, agarra mi bulto por encima del pantalón, lo saca y lo sacude. Un camión toca su portentosa bocina. Laetitia saluda con la otra mano. ¿Y el volante?
Negocio por teléfono los múltiples detalles de una conferencia. María se tiene que ir pero antes me baja el short y juega con su boca. No pierdo la concentración, una hazaña de profesionalismo no exenta de perversión. Como sigo hablando, se va y me deja sin acabar.
Hay miradas y susurros que me endurecen allá abajo, hay curvas nalgas que me endurecen allá abajo, hay escotes, colores de ojos, palabras, silencios, ausencias y pensamientos perdidos que me endurecen allá abajo. Escribir esto me endurece allá abajo. Creo que soy un poco calentón.
María es gritona. A veces es un problema. Siempre es maravilloso.
Souvenir glorioso: vas al baño, varón, tras haber huido sin bañarte de una noche de desenfreno, y encontrás un pelo de la amada enredado en tus partes.
Mirando en la cama un programa que no nos interesa mucho, María y yo cogemos como al descuido, de costado y de frente uno a otro, los torsos separados y girados hacia el televisor, serruchando suavemente.
Anita, jovencita y tierna, me pide que la ayude a perder su virginidad posterior. Se para contra la mesa, descansa su torso sobre ella, en puntas de pie levanta las caderas. Le impido todo movimiento apoyando con vigor la mano en la espalda y le taladro el ojete. De nada, dulce.
Otra Ana, veterana, me baja el pantalón, me agarra con firmeza el palo, lo monta sin metérselo, se lo pasa despaciosamente por los labios y el clítoris mientras me sonríe desde detrás de sus grandes lentes. Media hora de lenta e intensa cabalgata.
Estoy de lo más tranquilo, escribiendo. María lee en el patio. No sé por qué, se calienta sola. Me viene a buscar, me lleva a la cama, se me sube, me abofetea con sus exuberantes tetas, me hace de trapo. ¿No van a abolir esta esclavitud? Ojalá que no.
Gracie, increíblemente rubia, señora de profundos besos, acaba entre sonoras carcajadas pero Lara, tan juguetona, entre llantos.
Ahora que menciono a Lara, nos capturó la urgencia en la nocturna calle en demolición. Con los dedos y contra una solitaria columna le arranqué gemidos y, como decía, lágrimas de orgasmo. Cuando nos íbamos, la columna se derrumbó.
María dice que me porto mal, que miro nenas. Me azota las nalgas con fuerza. Dice y repite que me las quiero coger. Me azota con más fuerza. Me recuerda que a algunas de hecho me las cogí. Miento una protesta: “Yo no quería”. Lame, succiona y mordisquea mi carne pecadora.
La Beba boca arriba, sin piedad bombeo dentro de su boca mientras lamo los salados jugos de su femineidad. Cuando aparece el semen, es demasiado; se le escapa por las comisuras.
Néstor es extranjero. De visita en casa, duerme en el sofá. Ya por dormirme, María me da un oral violento y amoroso como solamente ella sabe. Le pregunto, sabiendo la respuesta, a quién se cree que se la está chupando. “Mm”, dice con la boca llena, señalando hacia el comedor.
Laetitia maneja su coche por la autopista, agarra mi bulto por encima del pantalón, lo saca y lo sacude. Un camión toca su portentosa bocina. Laetitia saluda con la otra mano. ¿Y el volante?
Negocio por teléfono los múltiples detalles de una conferencia. María se tiene que ir pero antes me baja el short y juega con su boca. No pierdo la concentración, una hazaña de profesionalismo no exenta de perversión. Como sigo hablando, se va y me deja sin acabar.
Hay miradas y susurros que me endurecen allá abajo, hay curvas nalgas que me endurecen allá abajo, hay escotes, colores de ojos, palabras, silencios, ausencias y pensamientos perdidos que me endurecen allá abajo. Escribir esto me endurece allá abajo. Creo que soy un poco calentón.
16 comentarios - Décadas de sexo (2): Impresiones
La de Néstor me mató...
Y... cree que es Ud. calentón? .... mmm
😏😏😏😏😏😏😏😏😏😏😏
Feli
¡Muchas gracias por pasar!