Hola poringueros y poringueras. Quienes me siguen y/o me conocen saben que escribo relatos eróticos de hace un par de años, felizmente con mucho éxito y aceptación de parte de ustedes.
Hoy vamos a ser protagonista con mi esposa de una saga de relatos que va describir nuestra actividad el fin de semana largo de carnaval. Pero para empezar lo hacemos mejor desde el principio.
Todo empezó hace unos meses, tuvimos una cena romántica y, luego de unas copas de buen vino, fuimos a un buen hotel. Ella lucía preciosa, sus cuarenta y tantos años los lleva bien puesto. No tiene una cinturita de avispa, pero luce una figura bien femenina. Aquella noche tenía una blusa con un par de botones sueltos para lucir un sugerente escote, un pantalón tipo capri bien ajustado que marcaba su pubis de manera prominente y unas sandalias clásicas con tacos altos. Su perfume endulzaba el aire de Buenos Aires y me estimulaba.
De a uno fui desabrochando sus botones y acaricié sus pechos por sobre su fino y delicado brassier, beso su nuca y recorro sus hombros con mi lengua. Ella suspiró entregada, como lo hizo en estos últimos diez años. Su ajustado pantalón yacía en sus tobillos y su blusa tirada me permitió verla semidesnuda, bellísima. Ella se dio vuelta, tomó la iniciativa y con su lengua jugueteó con la cabeza de mi pene. Lo lamía, lo besaba, lo chupaba con devoción, lo devoraba hasta tragar el último milímetro. Nos acomodamos para hacernos un 69, en mi caso me estremezco cuando ella me estimula con un beso negro. Ella se acomodó recibiéndome con sus piernas abiertas, dejándome a mi disposición su lubricada vagina. Las sacudí con fuerza, bombeé con mi pene firme su femenino sexo, nuestros cuerpos se rozaban y se estimulaban. Varios minutos más tarde le dejé el resultado de mi excitación.
Nos fumamos un cigarrillo y charlamos un poco.
-Sos hermosa!!! – le dije.
- Seep… - me contestó con indiferencia.
- Qué te pasa? – le dije algo descolocado.
- Nada, nada – me respondió casi con indiferencia.
Hicimos el amor varias veces esa noche, pero estaba rara esa noche.
Al día siguiente busqué la manera de tocar el tema con mi esposa íntimamente. Ella me aclaró que no estaba enojada conmigo, pero estaba harta de la rutina, quería algo distinto, no sabía qué pero quería algo distinto.
Empezamos a charlarlo más seguido y tomamos cartas en el asunto. Probamos con disfraces y sirvió bastante, ella se puso un traje de la Mujer Maravilla muy sexy y yo tenía una zunga negra que me mostraba con un bulto prominente. Otro día tenía un trajecito de ejecutiva y medias con portaligas debajo de el. Todo bonito pero en poco tiempo ya no nos satisfacía. Fuimos a un sex shop y fuimos sumando juguetes. Esposas, consoladores, bolas chinas, lencería erótica… Todo duraba unos días pero luego nos aburríamos. La última vez compramos una publicación erótica. La mirábamos y nos masturbábamos juntos, cuando nos hartamos de las fotos empezamos a leer las notas. Una de las notas se titulaba “Las noches swingers de Buenos Aires” nos llamó la atención. Nos miramos y pareciera haberle encontrado la vuelta a nuestros problemas… Un sábado fuimos a uno de los boliches para conocer el ambiente. Nos causó rechazo de entrada al ver que algunos que vinieron solos encararon a mi mujer como si yo la estuviera entregando a cualquier gil. Nos sentamos en una mesa y pedimos un trago. Antes de recorrer el lugar se nos acercó una pareja joven. Nos pidieron permiso para compartir la mesa. Él se llamaba Daniel, arquitecto, 28 años, de cuerpo atlético, cabeza rapada y sonrisa amplia; ella era Patricia, maestra de una escuela pública, 26 años, esbelta, de tetas pequeñas pero un culito en apariencia firme y prominente. Nos presentamos, pedimos unos tragos y charlamos animosamente. Nos aclararon que sentían curiosidad sobre el mundo swing, querían conocer los boliches y escuchar experiencias ajenas, nada más. Nosotros les aclaramos nuestra historia y de a poco nos fuimos soltando. Pronto hacíamos hipótesis planteando un intercambio. Al principio ni ellos ni nosotros estábamos convencidos, pero pronto, lo estábamos dando por hecho. Avanzada la noche arreglamos para irnos con aquella familia para seguir la noche juntos. Buscamos mi auto al garaje y nos fuimos hacia el barrio de Caballito. A la altura del Cid Campeador Patricia, que iba con su marido en los asientos de atrás, pidió frenar e intercambiar los lugares con mi esposa y así lo hicimos. Agarramos por Avenida Gaona y a las pocas cuadras sentí la tibia mano de Patricia acariciando mi entrepierna, veo por el espejo retrovisor y Daniel besaba el cuello de mi esposa.
Llegamos a un departamento tipo PH. Caminando por el pasillo Patricia se colgaba de mi cuello, cuando trato de ubicar a mi esposa la veo que estaba estrechada en un abrazo y se besaba apasionadamente con Daniel. Para cuando entramos al departamento Patricia se había quitado su vestido corto y suelto, quedando únicamente con una diminuta tanga blanca, mi esposa tenía el vestido subido luciendo algo vulgar. Patricia me llevó a un estudio, me desabrochó el pantalón, sacó mi pene y lo empezó a chupar como poseída. La tomé de la cabeza y la empujaba para que no se apartara ni un segundo. Poco después la subo al escritorio y le empiezo a chupar su vagina ya húmeda y a la vez acariciaba sus pequeños pechos. Mi lengua saboreaba sus jugos y cuando empecé a querer meterle uno de mis dedos en su ano ella me atajó, pidiéndome que no lo haga.
Del living empecé a escucharla a mi esposa gritar de placer y eso me pareció estimular aún más. Así como estaba me puse un profiláctico y empecé a penetrarla a Patricia, se confundían los gemidos de ella con los gritos de mi esposa. No sé por qué pero al ver una foto de ella con un alumno me excité más, quizás empujado por el morbo de saber que aquella maestra tenía sus perversiones sexuales y lo hacía con una persona que hasta hacía unas horas era un perfecto extraño y a la vez permitía que su esposo lo haga con una extraña. Me aparté un instante, la bajé del escritorio, la di vuelta y la empujé de modo tal que quedaran sus pechitos desnudos apoyando al escritorio y su culo esperando recibirme. La penetro por detrás con fuerza, chocábamos nuestros cuerpos y se estremecía al recibir a un hombre corpulento siendo ella de un cuerpo menudito. Sus músculos vaginales se contraían y apretaban mi pene ante cada orgasmo, sus uñas finamente esculpidas se clavaban en mi y sus gritos estremecían. Poco después mi esperma termina dentro del profiláctico. Al acabar termino apoyado sobre ella. Nos besamos suavemente y marchó hacia el baño para higienizarse. Para cuando me dirijo al baño me encuentro con mi esposa que lucía el esperma de Daniel en su pecho. Su sonrisa mostraba que la había pasado bien.
Poco después nos encontramos todos en el living, Daniel nos convidó unos tragos y nos sentamos a charlar. En un sillón individual Patricia, desnuda, estaba sentada sobre mi regazo; en tanto mi esposa, también desnuda se apoyaba sobre Daniel, también desnudo. No tardamos tanto en volver a hacerlo. Incluso, en un momento, la escuché a mi esposa decir “Haceme la cola, papi”.
Lo hicimos varias veces esa noche, las mujeres, incluso, se besaron y acariciaron mutuamente para nuestro deleite. Al despedirnos prometimos mantenernos en contacto.
Una vez en el auto con mi esposa nos miramos y nos dimos cuenta que esto era lo que nos faltaba para salir de nuestra meseta sexual. Nuestra historia no sería la misma a partir de esa noche…
Hoy vamos a ser protagonista con mi esposa de una saga de relatos que va describir nuestra actividad el fin de semana largo de carnaval. Pero para empezar lo hacemos mejor desde el principio.
Todo empezó hace unos meses, tuvimos una cena romántica y, luego de unas copas de buen vino, fuimos a un buen hotel. Ella lucía preciosa, sus cuarenta y tantos años los lleva bien puesto. No tiene una cinturita de avispa, pero luce una figura bien femenina. Aquella noche tenía una blusa con un par de botones sueltos para lucir un sugerente escote, un pantalón tipo capri bien ajustado que marcaba su pubis de manera prominente y unas sandalias clásicas con tacos altos. Su perfume endulzaba el aire de Buenos Aires y me estimulaba.
De a uno fui desabrochando sus botones y acaricié sus pechos por sobre su fino y delicado brassier, beso su nuca y recorro sus hombros con mi lengua. Ella suspiró entregada, como lo hizo en estos últimos diez años. Su ajustado pantalón yacía en sus tobillos y su blusa tirada me permitió verla semidesnuda, bellísima. Ella se dio vuelta, tomó la iniciativa y con su lengua jugueteó con la cabeza de mi pene. Lo lamía, lo besaba, lo chupaba con devoción, lo devoraba hasta tragar el último milímetro. Nos acomodamos para hacernos un 69, en mi caso me estremezco cuando ella me estimula con un beso negro. Ella se acomodó recibiéndome con sus piernas abiertas, dejándome a mi disposición su lubricada vagina. Las sacudí con fuerza, bombeé con mi pene firme su femenino sexo, nuestros cuerpos se rozaban y se estimulaban. Varios minutos más tarde le dejé el resultado de mi excitación.
Nos fumamos un cigarrillo y charlamos un poco.
-Sos hermosa!!! – le dije.
- Seep… - me contestó con indiferencia.
- Qué te pasa? – le dije algo descolocado.
- Nada, nada – me respondió casi con indiferencia.
Hicimos el amor varias veces esa noche, pero estaba rara esa noche.
Al día siguiente busqué la manera de tocar el tema con mi esposa íntimamente. Ella me aclaró que no estaba enojada conmigo, pero estaba harta de la rutina, quería algo distinto, no sabía qué pero quería algo distinto.
Empezamos a charlarlo más seguido y tomamos cartas en el asunto. Probamos con disfraces y sirvió bastante, ella se puso un traje de la Mujer Maravilla muy sexy y yo tenía una zunga negra que me mostraba con un bulto prominente. Otro día tenía un trajecito de ejecutiva y medias con portaligas debajo de el. Todo bonito pero en poco tiempo ya no nos satisfacía. Fuimos a un sex shop y fuimos sumando juguetes. Esposas, consoladores, bolas chinas, lencería erótica… Todo duraba unos días pero luego nos aburríamos. La última vez compramos una publicación erótica. La mirábamos y nos masturbábamos juntos, cuando nos hartamos de las fotos empezamos a leer las notas. Una de las notas se titulaba “Las noches swingers de Buenos Aires” nos llamó la atención. Nos miramos y pareciera haberle encontrado la vuelta a nuestros problemas… Un sábado fuimos a uno de los boliches para conocer el ambiente. Nos causó rechazo de entrada al ver que algunos que vinieron solos encararon a mi mujer como si yo la estuviera entregando a cualquier gil. Nos sentamos en una mesa y pedimos un trago. Antes de recorrer el lugar se nos acercó una pareja joven. Nos pidieron permiso para compartir la mesa. Él se llamaba Daniel, arquitecto, 28 años, de cuerpo atlético, cabeza rapada y sonrisa amplia; ella era Patricia, maestra de una escuela pública, 26 años, esbelta, de tetas pequeñas pero un culito en apariencia firme y prominente. Nos presentamos, pedimos unos tragos y charlamos animosamente. Nos aclararon que sentían curiosidad sobre el mundo swing, querían conocer los boliches y escuchar experiencias ajenas, nada más. Nosotros les aclaramos nuestra historia y de a poco nos fuimos soltando. Pronto hacíamos hipótesis planteando un intercambio. Al principio ni ellos ni nosotros estábamos convencidos, pero pronto, lo estábamos dando por hecho. Avanzada la noche arreglamos para irnos con aquella familia para seguir la noche juntos. Buscamos mi auto al garaje y nos fuimos hacia el barrio de Caballito. A la altura del Cid Campeador Patricia, que iba con su marido en los asientos de atrás, pidió frenar e intercambiar los lugares con mi esposa y así lo hicimos. Agarramos por Avenida Gaona y a las pocas cuadras sentí la tibia mano de Patricia acariciando mi entrepierna, veo por el espejo retrovisor y Daniel besaba el cuello de mi esposa.
Llegamos a un departamento tipo PH. Caminando por el pasillo Patricia se colgaba de mi cuello, cuando trato de ubicar a mi esposa la veo que estaba estrechada en un abrazo y se besaba apasionadamente con Daniel. Para cuando entramos al departamento Patricia se había quitado su vestido corto y suelto, quedando únicamente con una diminuta tanga blanca, mi esposa tenía el vestido subido luciendo algo vulgar. Patricia me llevó a un estudio, me desabrochó el pantalón, sacó mi pene y lo empezó a chupar como poseída. La tomé de la cabeza y la empujaba para que no se apartara ni un segundo. Poco después la subo al escritorio y le empiezo a chupar su vagina ya húmeda y a la vez acariciaba sus pequeños pechos. Mi lengua saboreaba sus jugos y cuando empecé a querer meterle uno de mis dedos en su ano ella me atajó, pidiéndome que no lo haga.
Del living empecé a escucharla a mi esposa gritar de placer y eso me pareció estimular aún más. Así como estaba me puse un profiláctico y empecé a penetrarla a Patricia, se confundían los gemidos de ella con los gritos de mi esposa. No sé por qué pero al ver una foto de ella con un alumno me excité más, quizás empujado por el morbo de saber que aquella maestra tenía sus perversiones sexuales y lo hacía con una persona que hasta hacía unas horas era un perfecto extraño y a la vez permitía que su esposo lo haga con una extraña. Me aparté un instante, la bajé del escritorio, la di vuelta y la empujé de modo tal que quedaran sus pechitos desnudos apoyando al escritorio y su culo esperando recibirme. La penetro por detrás con fuerza, chocábamos nuestros cuerpos y se estremecía al recibir a un hombre corpulento siendo ella de un cuerpo menudito. Sus músculos vaginales se contraían y apretaban mi pene ante cada orgasmo, sus uñas finamente esculpidas se clavaban en mi y sus gritos estremecían. Poco después mi esperma termina dentro del profiláctico. Al acabar termino apoyado sobre ella. Nos besamos suavemente y marchó hacia el baño para higienizarse. Para cuando me dirijo al baño me encuentro con mi esposa que lucía el esperma de Daniel en su pecho. Su sonrisa mostraba que la había pasado bien.
Poco después nos encontramos todos en el living, Daniel nos convidó unos tragos y nos sentamos a charlar. En un sillón individual Patricia, desnuda, estaba sentada sobre mi regazo; en tanto mi esposa, también desnuda se apoyaba sobre Daniel, también desnudo. No tardamos tanto en volver a hacerlo. Incluso, en un momento, la escuché a mi esposa decir “Haceme la cola, papi”.
Lo hicimos varias veces esa noche, las mujeres, incluso, se besaron y acariciaron mutuamente para nuestro deleite. Al despedirnos prometimos mantenernos en contacto.
Una vez en el auto con mi esposa nos miramos y nos dimos cuenta que esto era lo que nos faltaba para salir de nuestra meseta sexual. Nuestra historia no sería la misma a partir de esa noche…
7 comentarios - Fín de semana swingers (precuela I)