Esta historia no tiene nada que ver con mis últimas experiencias. Tuve otra vivencia similar, pero la dejaré para otro relato.
Sucedió hace algunos años, algo así como 5 o 6. Un amigo de mi trabajo de aquel tiempo realizó una reunión en su casa y nos invitó a mí y otros compañeros.
Hasta ahí todo normal. Amigos, música, cerveza, algunas cosas para picar, algunas para fumar… Hasta que apareció ella. La hermana de nuestro amigo. Pendeja, morocha, tetona, piernas para comer a mordiscones. La temperatura en el ambiente se elevó considerablemente, más allá de que en el aire ya se respiraba un verano agotador. Su musculosa que de tan pequeña dejaba escapar sus gomas, su mini-short de jean que invitaba a saborear su conchita húmeda y adolescente, sus hermosos pies en havaianas con plataforma, que enloquecía por besar.
Zorramente, fue a encararnos, a rozar la concha de sus ojos contra nuestras pijas desesperadas. A internarse tierra adentro, como si la habitación en ese momento haya mutado en un acuario de tiburones hambrientos. Se burlaba de nosotros, tomaba hasta hacer estallar su boca carnosa, bamboleaba sus tetas gigantes.
Se avecinó un momento irrefutable. Sabía que sería imposible al menos besarla con furia, comer de toda su boca, convirtiéndola en la cazadora cazada. Entonces ¿qué hacer? La cabeza de mi pija se encontraba punto de romper la bragueta, además de sentir cómo estaba humedeciendo mi ropa interior. Me encontraba ya ciego, obnubilado. Entonces decidí que debía descargar toda esa locura. Me dirigí al baño, bajé intempestivamente mi bermuda, y mi pene babeante saltó como un resorte. Con los ojos bien cerrados comencé a masturbarme frenéticamente. En un momento los abrí y divisé algo que me dejó perplejo. Una tanga goteando desde la canilla de la bañera. Me acerqué sigilosamente hacia ella, la observé, y finalmente la tomé. Una diminuta tanga de adolescente. Me la llevé a la nariz y comencé a olerla profundamente. A aspirarla. A pesar de que estaba lavada, podía percibir débilmente su olor a vagina virginal. Acto seguido empecé a pasármela por la pija, por los huevos, cada vez con más violencia. Llegué a tal nivel de excitación que me la puse y comencé a pajearme con la bombachita puesta. Al sentir que estaba por acabar me la saqué rápidamente y derramé toda mi perversa leche en ella. Por unos minutos, continué restregando mi pija contra esa tanguita ultrajada. Recompuesto, le saqué la guasca con papel higiénico y me dispuse a lavarla. Pero finalmente no lo hice, y allí quedó colgada nuevamente en la canilla, húmeda de agua, sí, pero también de leche de macho.
Cómo me hubiese gustado ver cuándo se la ponía nuevamente…
Sucedió hace algunos años, algo así como 5 o 6. Un amigo de mi trabajo de aquel tiempo realizó una reunión en su casa y nos invitó a mí y otros compañeros.
Hasta ahí todo normal. Amigos, música, cerveza, algunas cosas para picar, algunas para fumar… Hasta que apareció ella. La hermana de nuestro amigo. Pendeja, morocha, tetona, piernas para comer a mordiscones. La temperatura en el ambiente se elevó considerablemente, más allá de que en el aire ya se respiraba un verano agotador. Su musculosa que de tan pequeña dejaba escapar sus gomas, su mini-short de jean que invitaba a saborear su conchita húmeda y adolescente, sus hermosos pies en havaianas con plataforma, que enloquecía por besar.
Zorramente, fue a encararnos, a rozar la concha de sus ojos contra nuestras pijas desesperadas. A internarse tierra adentro, como si la habitación en ese momento haya mutado en un acuario de tiburones hambrientos. Se burlaba de nosotros, tomaba hasta hacer estallar su boca carnosa, bamboleaba sus tetas gigantes.
Se avecinó un momento irrefutable. Sabía que sería imposible al menos besarla con furia, comer de toda su boca, convirtiéndola en la cazadora cazada. Entonces ¿qué hacer? La cabeza de mi pija se encontraba punto de romper la bragueta, además de sentir cómo estaba humedeciendo mi ropa interior. Me encontraba ya ciego, obnubilado. Entonces decidí que debía descargar toda esa locura. Me dirigí al baño, bajé intempestivamente mi bermuda, y mi pene babeante saltó como un resorte. Con los ojos bien cerrados comencé a masturbarme frenéticamente. En un momento los abrí y divisé algo que me dejó perplejo. Una tanga goteando desde la canilla de la bañera. Me acerqué sigilosamente hacia ella, la observé, y finalmente la tomé. Una diminuta tanga de adolescente. Me la llevé a la nariz y comencé a olerla profundamente. A aspirarla. A pesar de que estaba lavada, podía percibir débilmente su olor a vagina virginal. Acto seguido empecé a pasármela por la pija, por los huevos, cada vez con más violencia. Llegué a tal nivel de excitación que me la puse y comencé a pajearme con la bombachita puesta. Al sentir que estaba por acabar me la saqué rápidamente y derramé toda mi perversa leche en ella. Por unos minutos, continué restregando mi pija contra esa tanguita ultrajada. Recompuesto, le saqué la guasca con papel higiénico y me dispuse a lavarla. Pero finalmente no lo hice, y allí quedó colgada nuevamente en la canilla, húmeda de agua, sí, pero también de leche de macho.
Cómo me hubiese gustado ver cuándo se la ponía nuevamente…
4 comentarios - Huele a bombachita adolescente... (Real)