Cocinitas calientes
Eran las 8 en punto y Ricardo estaba al llegar, con todos los ingredientes para la cena. Lucy no pasaba una buena época y, por ello, él le había prometido que le cocinaría una deliciosa cena para que se le esfumaran todos los problemas. “Qué encanto”, pensó ella, cuando vio a Ricardo aparecer cargado con varias bolsas de la compra. Sin soltarlas, se agachó y le dio un tierno beso en los labios mientras le aseguraba lo guapa que estaba. Olía a “hombre” y llevaba los pantalones favoritos de Lucy, desgastados, que le daban un toque grunge que la enloquecía.
Ricardo empezó a desplegar todo lo que iban a necesitar sobre la encimera. Lucy estaba ese día mimosa y, mientras él ponía un poco de orden entre los ingredientes, le abrazaba por detrás, pegando su cuerpo al de él y dándole besos sugerentes en el cuello. Éste se giró y comenzaron a besarse acaloradamente, con sus lenguas moviéndose al compás de sus ganas.
Pero recordaron cuál era, en primer lugar, su cometido: preparar la cena. La tensión sexual revoloteaba por la cocina pero, poco a poco, volvieron a su menester. Resultaba una delicia observar a Ricardo cortar las verduras y disponerlas perfectamente alineadas en los platos. Ella ejercía torpemente de pinche, siguiendo sus instrucciones, encendiendo el fuego, sacando las ollas…
No había duda: Lucy estaba tontorrona desde el minuto uno, desde el momento en el que vio a Ricardo entrar por la puerta. Agarró un pepino, hortaliza cuya connotación sexual es más que obvia, lo miró fijamente y se lo pasó por los labios, ante un estupefacto Ricardo. Al principio, él sólo se limitó a sonreír, pero posteriormente, cuando Lucy empezó a chuparlo maliciosamente, su semblante cambió.
Ricardo cogió la mano libre de Lucy y la aproximó a su paquete, que estaba duro. La levantó y la sentó en la encimera. Se lanzó a sus labios, mientras ella rodeaba su cintura con las piernas.
Él empezó a desabrochar uno a uno los botones de la camisa de ella hasta que asomaron sus pechos. Los atrapó con ambas manos y aproximó su boca a los pezones. Lamió cada milímetro de sus senos, dedicando especial atención a esas protuberancias rosadas que se erguían entre sus dientes. Los pellizcó, observando cómo Lucy se agitaba ante estos deliciosos estímulos.
Lo siguiente fue bajarle los pantalones y las braguitas. Le tocó su sexo. Su chica estaba ya muy mojadita. Tiró de sus rodillas hacia los extremos y se agachó para explorar con su lengua la zona más íntima y sensible de ella. Lucy jadeaba con la cabeza de su hombre bajo ella. Sintió cómo su lengua de seda lamía su clítoris y se vio al borde del orgasmo.
Pero Ricardo paró, enganchó un pepino y comenzó a masturbarla con él. Ella se quedó atónita, aunque pronto descubrió que volvía a situarse frente a las puertas del clímax. Se lo introdujo un poco, solo un extremo y la penetró con él una y otra vez cuidadosamente.
Sus gemidos continuaron hasta que, de repente, sintió algo conocido en su interior. Ricardo la embistió salvajemente. Su pene entraba y salía de ella con violenta excitación hasta que se unieron en un esperado orgasmo. Primero ella, instantes después, él.
Tenía todavía en su interior a un manitas en la cocina y en la intimidad, ¿qué más podía pedir?
Andrea B.C.
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