Hola comunidad! Este es mi primer post y quiero contarles algo que me sucedió hace unos años. Espero lo disfruten...
Soy Gerente de Operaciones de una empresa con filiales en todo el país. La nuestra está radicada en Olivos. Trabaja conmigo María, la Jefa de Marketing, una hermosa mujer, rubia, delgada, fina, cuarenta años que no aparenta, muy linda. Los dos estamos matrimonialmente divorciados hace mucho tiempo. Ambos vivimos solos.
Siempre tuvimos una excelente relación en la que si bien conversábamos bastante sobre nuestras vidas, gustos y costumbres, pocas veces iba más allá de lo laboral.
Hasta que una vez, un mediodía de verano en la víspera del 31 de diciembre y con la excusa de despedir el año, invitó a todos quienes trabajamos en la filial a hacer un almuerzo, muy sencillo, compró algunos rolls de sushi, unos vinos y champagne para brindar. A propósito, recuerdo que una vez comentamos el gusto que compartimos por los buenos vinos y espumantes.
Ese mediodía hacía mucho calor, todos estábamos con ropas livianas. Ella llevaba una amplia pollera negra con lunares blancos larga hasta las rodillas, sandalias de taco alto y una blusa de seda clara y holgada apenas desabrochada como para permitir sospechar que debajo de esa camisa habitaba un hermoso par de senos.
Éramos siete a almorzar. El lugar no era lo suficientemente amplio como para ubicarnos todos alrededor de la mesa, pequeña por cierto, así es que me tocó sentarme en un taburete a su lado, apenas detrás. Desde mi posición podía perfectamente asomarme por sobre su escote sin que ella lo notara. Grande fue mi sorpresa cuando descubrí que no llevaba sostén pero no veía más que eso.
El almuerzo avanzaba y al mismo tiempo se consumían las botellas de vino, que como me había tocado a mi elegirlo, escogí para esa ocasión un buen Beaujolais que bien enfriado serviría para refrescarnos un poco esa tórrida tarde, o al menos eso yo creía. Parece que no fue así; después de la tercera o cuarta copa comenzó a sentir más y más calor, al punto de tomarse la blusa por las solapa y sacudirlas como para abanicarse. Sin darse cuenta, ese movimiento provocó que se desabrochara un botón más de su blusa dejando desde mi punto de observación su pecho derecho casi totalmente desnudo, mucho más blanco que su piel bronceada por el sol. Podía apreciar gustoso el borde de un pezón rosado, con una aréola bien definida pronunciándose algo por sobre su seno. No podía quitar la vista de allí. Y ella ajena a lo que sucedía…
Terminamos el almuerzo, hicimos un escueto brindis con lo poco que nos quedaba en las copas y decidimos terminar allí mismo la jornada laboral. Así es que nos saludamos deseándonos todo lo que se desea en esas fechas y cada uno se fue a su casa. Como yo tenía alguna tarea por terminar y me tomaba mis vacaciones durante todo enero, decidí quedarme a concluirla. Me fui a mi oficina, puse un disco de Sabina, me senté frente al teclado de la PC y me puse a trabajar.
Creía que estaba solo en el Piso, pero no habían pasado ni quince minutos que escucho el taconear de sus pasos por el pasillo casi confundiéndose con el ritmo de ‘Y sin embargo’.
“¡Se fueron todos y no tomamos el champagne!” me dijo alzando los brazos con dos copas en una mano y la botella en la otra mientras se desplomaba cruzada de piernas en el sillón frente a mí, con signos de haber bebido un poco de más.
Mis ojos se salían de las órbitas.
Desde entonces, y ya han pasado casi dos años, no puedo dejar de recordar esa imagen: su cuerpo literalmente desparramado en el sillón, semi acostado entre el asiento y el respaldo y su cabeza apoyada en el apoyabrazos, sus manos sosteniendo aún las copas y la botella, los botones superiores de su blusa desprendidos dejando asomar parte de sus pequeños pero perfectos pechos, la pollera algo subida más allá de sus rodillas y su tobillo derecho apoyado sobre su rodilla izquierda, formando así sus piernas un ángulo perfecto para permitirme descubrir sus muslos perfectamente formados por el tenis.
Me levanté de mi silla y dudé. No atinaba a darme cuenta si me estaba buscando o simplemente estaba algo borracha y solamente quería tomar una copa más. Decidí esperar y con un gesto muy galante tomé la botella para descorcharla. Al mismo tiempo se incorporó apenas, rápidamente acomodó mínimamente sus ropas y de un manotazo arrancó la botella de mi mano con un “Dejame a mí”. Con una facilidad que debo reconocer jamás vi en una mujer, descorchó el champagne cuyas burbujas con tanto sacudimiento habían tomado una vida impensada, el corcho salió despedido como un misil, se aplastó en el techo, cayó y rebotó en el piso para finalmente descansar sobre la alfombra. Este raid del corcho habrá durado apenas algunas de décimas de segundo, tiempo suficiente para que mientras tratábamos de seguir su recorrido con la vista, gran parte del espumante que desbordaba de la botella se derramara sobre su blusa. La seda empapada se adhirió a su piel y ahí pude apreciar sólo por un instante la redondez de sus formas femeninas en su pecho.
No me dio tiempo para disfrutar de tan maravillosa escena ya que inmediatamente cruzó sus brazos escondiéndose a sí misma y de un salto salió de la oficina, ruborizada como una niña.
Decidí no seguirla, darle fin a esa situación y terminar mi trabajo.
Más tarde volvió a mi despacho, pero esta vez sólo para disculparse, saludar y despedirse. Dado su avanzado estado de ebriedad le propuse llevarla a su casa, cosa que agradeció pero no aceptó. Como todos los días, nos saludamos con un beso chocando nuestras mejillas y se fue.
El mar, la playa, el ocio y las mujeres que conocí en mis vacaciones ayudaron mucho a sacarme de la cabeza aquello que había sucedido aunque debo reconocer que no del todo. Pocas veces había quedado tan impactado con una mujer.
Lo cierto es que el sábado siguiente de mi regreso de vacaciones era el cumpleaños de mi sobrina, Andy, la preferida. ¡Vaya tarea pensar en un regalo para una chiquita de 16 años! Recordé entonces que María vendía bijouterie por Internet y no dudé de que allí estuviera la solución. “Listo –pensé- el lunes le pido que elija algo lindo, se lo compro y ya está”.
Estaba orgulloso de haber resuelto lo del regalo tan eficientemente que cuando volví a la oficina se me notaba en la cara mi satisfacción. Cara que cambió al rato cuando después de saludar a todos y contar algunas banales anécdotas de mi ausencia me entero que María había viajado a una presentación en Brasil.
- El jueves está de vuelta. Me tranquilizó Oscar, uno de mis mejores colaboradores y amigo, guiñándome un ojo.
- No seas boludo. Nada de lo que puedas estar imaginándote. Necesito comprar algo para mi sobrina.
- ¿La extrañaste? Porque parece que ella si…
- Insisto, no seas boludo. Parece que a mí no me extraña nadie. La única vez que me sonó el celular era Andy invitándome a su cumple.
- Bueno, pero yo no estaría tan seguro…
- Fin del episodio. Vamos a trabajar.
Finalmente llegó el tan esperado jueves. Obviamente, mi ansiedad hizo que fuera el primero en llegar a la oficina y también obviamente, como siempre, María la última.
- ¡Hola, viajero! Volviste.
- ¡Vos volviste por fin! No sabés cuánto te estuve esperando.
- Epa, epa… –sonrió-
- Pará. Es que el sábado es el cumpleaños de Andy y tenés que ayudarme con su regalo. -le interrumpí rápidamente- ¿Tenés alguna cosa linda de esas que vendés para regalarle?
- ¡Claro! Mañana te traigo algo para que elijas. Y hasta te puedo hacer algún descuentito…
- ¡Buenísimo, cuento con vos!
- Ni lo dudes
- Okey. ¿Cómo te fue en Río?
- Uf, agotador. Un trabajo de locos, se necesitaba una semana para hacer lo que tenía que hacer en tres días.
- No se nota –dije arqueando las comisuras hacia abajo y levantando las cejas- Parece que tuviste tiempo para disfrutar la playa; tenés un muy buen bronceado.
- ¡Lo notaste, pillo! Jaja… No puedo mentirte, la verdad es que no sé a qué me mandaron. Cuando llegué estaba todo armado, las promotoras entrenadas y el stand hecho un chiche. No tenía nada que hacer, más que comprarme un bikini que no había llevado y disfrutar del sol y unos traguetes…
- Che, ¿chiquito el bikini? –le chichonée-
- Muy. Y flúo, jaja. Pero no me importaba nada. Estaba sola y nadie me conocía. Me di un gustito bien de pendevieja, jajaja…
- Me parece fabuloso.
Imaginaba su cuerpo brillante por el aceite de coco, tendido en una reposera, reflejando el sol cada puntito de transpiración de su vientre… Me maldecía por haber elegido Pinamar y no Río. “Aflojá loco, es una compañera de laburo, no te metas en quilombos…” trataba de calmarme a mí mismo.
- Por favor, no te olvides de traerme algo mañana.
- Tranquilo, nunca te fallé y mañana no será la primera vez.
- Es cierto. Gracias.
Esa noche llegué a casa filtrado, muerto. No cené, me tomé un whisky mirando alguna huevada en la tele y me fui a dormir.
Era viernes al mediodía y esta turra todavía no había llegado. La llamo.
- ¿Qué te pasó? Te estoy esperando…
- Disculpame, estaba por llamarte. No me siento bien, seguramente algo que comí… -seguro que mentía-. Pero no te preocupes, tengo lo tuyo preparado. ¿No querés pasar a buscarlo?
- Estoy en medio de un despelote de laburo… Ahora no puedo ni mamado…
- Venite esta noche, cuando salís de la oficina. Dale, es un toque, te espero.
- ¡La puta madre! Bueno, está bien, pero llegaré a eso de las ocho…
- No hay problema. Dale.
Colgué el teléfono tirándolo lejos. Pensé en mandar todo al carajo, irme a un shopping y chau. Pero si me dejo llevar por los consejos de estas pendejitas refuertes que atienden en esos negocios no cabe ninguna duda de que soy capaz de comprar cualquier pelotudez y pagarla como oro. Había que poner también en la balanza que irme de Olivos a San Telmo un viernes a la tarde, con el tránsito de locos de esta ciudad, me rompía soberanamente las pelotas. Y también había que sopesar que no tenía un pomo que hacer y que verdaderamente siempre me picó el bichito de la curiosidad por conocer dónde vivía esta guachita.
A las siete de la tarde apagué la PC y salí a la cochera a buscar el auto. Empezaba a llover y el cielo se había puesto negro como de noche. “¡Encima esto!”. Inesperadamente, el trayecto de Olivos al centro no fue nada complicado, salvo por esa lluviecita que a estas horas era un verdadero diluvio.
Pude estacionar más o menos cerca, pero no lo suficiente como para no llegar a la puerta del edificio literalmente empapado. Toqué el timbre y casi sin preguntar me abrió el pestillo. Un lindo edificio, antiguo como la mayoría de San Telmo pero perfectamente reacondicionado: techos altos, puertas largas, mármoles, pinturas, hierros y maderas en perfectas condiciones, con uno de esos ascensores de rejas que corren por el centro del hueco de la escalera. Ya arriba llamé a su puerta, que me abrió casi inmediatamente…
- ¡Hola! –confundió su saludo con un abrazo y un muy ruidoso beso en la mejilla. Me gustó abrazarla.
Estaba realmente hermosa. Su pelo rubio prolijamente recogido en la nuca, como casi siempre nada de maquillaje y su cuerpo cubierto con una especie de túnica blanca, larga y escotada, con un generoso tajo que iba desde el muslo hasta el dobladillo, muy liviana, apenas ajustada al cuerpo permitiéndome dibujar en mi imaginación las curvas que cubría y dejándome absolutamente seguro que debajo de ese vestido sólo había una minúscula tanga blanca.
- ¡Estás empapado! ¿Querés cambiarte la camisa?- Dijo apurando el trámite acercándose y tratando de desabrocharme el primer botón.
Una fiera en celo brotó de mi. Puse mis manos sobre su espalda y la traje fuertemente hacia mi pecho, separándome de los suyos solamente sus brazos que habían intentado desabrochar la camisa. Sin darle tiempo a nada le besé con ahínco los labios. Su primera reacción fue de querer separar su cara, sentí la fuerza de sus manos sobre mi pecho tratando de alejarme, pero inmediatamente relajó y hundió su lengua hasta lo más profundo de mi boca.
Sus brazos se cruzaron por mi cuello y mientras continuábamos en un beso casi infinito deslicé mis manos por su espalda, bajando más allá de la cintura y descansándolas en sus nalgas, duras, tersas, separadas por una tibia raya que me produjo una inmediata erección. Empujé su pubis hacia mí haciéndole sentir la dureza de mi pene, que se estimulaba con sus movimientos suaves laterales.
Lentamente se fue dando vuelta mientras yo me sacaba la camisa, hasta apoyar todo su torso en mi pecho y su culo en mi miembro. Mientras besaba su cuello me excitaba con el perfume de su piel y con la sensación de sentir con mis manos sus pezones erectos. Puso sus manos sobre las mías y me obligó a apretar sus pechos. Comenzó a gemir tímidamente.
- ¡Guau! –gritó tras un suspiro- ¿Qué estamos haciendo?
- Aún nada comparado con lo que deseo.
Una sonrisa cómplice abrió las puertas a la confirmación de que mis expectativas se harían realidad.
- Tomemos algo… ¿Champagne, whisky?
- Escocés, largo, con una piedra.
Ese living era muy cálido con muy buena iluminación, tenue y justa, pisos de pinotea, alguna alfombra, muy minimalista, moderno y todo en colores claros. Mientras me acomodaba en un gran sillón esquinero con muchísimos almohadones la miré mientras se dirigía a la heladera. Nunca me había percatado de que tenía semejante culo… Perfecto. Y más me calentaba con esa mínima tanga que se le metía en la raya.
- Dale, elegí y poné algo de buena música. Hay un compilado de Mulligan que seguro te va a gustar; y buscá el whisky que prefieras. –Me autorizó desde la cocina. ¿Sabrá que considero que Mulligan es para mí lo mejor para estos momentos? Puse el CD a un volumen bajo. Yo sabía que ella no tomaba whisky y me sorprendió que me diera a elegir; pero no había para elegir, en el bar sólo había una botella nueva, sin abrir y aún en su caja, de un J. Walker etiqueta negra, mi preferido… ¡Qué boludo, qué bien me la hizo! Caí.
Volvió de la cocina con un balde de hielo y una botella de champagne. Se sentó a mi lado, más cerca de lo necesario y de las posibilidades que brindaba ese enorme sillón. Nos servimos nuestras bebidas, se cruzó de piernas desnudándolas gracias a ese generoso tajo del vestido y propuso un brindis…
- ¿Por qué?- Pregunté medio incrédulo y otro tanto incisivo.
- Propongo que brindemos, si no tenés algo mejor, por el fin de esta racha de sequía…
- ¿Sequía?
- Sequía. –confirmó- Hace casi tres años que no tengo sexo. La última vez fue en Valencia, ¿te acordás de mi viaje a España?, en plena borrachera a la salida de un boliche con un gallego más borracho que yo…
- ¿Y esta vez será producto de otra borrachera? Interrumpí.
- No, esta es por deseo.
Chocamos las copas aceptando la situación y tras un breve trago nos atornillamos en un beso descomunal. Ella tanteó la mesa ratona para dejar su copa y comenzó a besarme el cuello mientras acariciaba mi miembro por sobre el pantalón. Al notar mi erección se montó sobre mí bajándose los breteles y acariciando mi pecho con sus tetas desnudas al tiempo que cabalgaba suavemente sobre mi polla. Yo le acariciaba el culo tratando de levantarla hasta tener sus rosados pezones a la altura de mis labios para mordisqueárselos y lamérselos hasta ponérselos bien duros. Entre gemidos se deslizó hasta el piso, desabrochó mis pantalones, la ayudé a sacar mi miembro del bóxer, y tomándolo fuertemente con una mano mientras con la otra se acariciaba las tetas se lo puso íntegro en la boca succionando con todas sus ganas. Me costaba contener la eyaculación.
Afortunadamente –porque quería que esa noche no terminara nunca- se puso de pie frente a mí para soltarse el cabello y quitarse por completo la poca ropa que le quedaba. Mientras yo también me quedaba totalmente desnudo volvió a sentarse apoyando sus pies en el sillón abriendo sus piernas hasta donde su flexibilidad –envidiable por cierto- le permitía. Su concha era digna de un cuadro, unos labios perfectamente simétricos, rosados, perfectamente depilados con un copete de vello rubio, casi blanco, muy bien recortado formando una figura entre un triángulo y un corazón sobre su pubis. Por debajo, asomaba un orificio anal muy estrecho, una pequeña flor rosa pálida. Me arrodillé frente a ella separando sus labios vaginales con mis dedos y comencé a pasar suavemente la punta de mi lengua por su clítoris. Su vulva cada vez más mojada chorreaba hasta el ano, lo que aproveché para lubricar mi dedo mayor intentando penetrar con la primera falange su culo. Su “Ahhhh!!!” tapó la música del barítono que acariciaba el ambiente.
- Cogeme. –me imploró-. ¡Cogeme! –insistió-.
Le introduje los veinte centímetros de mi pija en su concha y con movimientos suaves sentí cuánto gozaba. Su vagina estaba tan mojada que podía sentir a pleno la alta temperatura de su interior. Acabó antes que yo, en medio de cuasi convulsiones y aullidos de placer.
Me separó, se puso de espaldas a mi y se acomodó con las rodillas sobre el sillón y la cabeza sobre el respaldo, brindándome el mejor paisaje de un culo que jamás había apreciado en mi vida.
- Dámela por el culo, quiero que me lo desvirgues.
- Te va a doler. –la persuadí al mismo tiempo que mi glande se esforzaba por entrar en esa deliciosa caverna.
- Ahhh, me encanta. Dame más…
Finalmente, no sin poco esfuerzo de ambos, pude penetrarla totalmente. Recuerdo aún la ida y venida de su culo mientras intentaba tapar los gritos mordiéndose los labios y yo trataba de ayudar separando los glúteos con mis manos. Estuve varios minutos bombeando disfrutando de esa espalda que se afinaba en la cintura y volvía a ensancharse, con proporciones exactas, en las caderas. Cuando yo ya estaba a punto de acabar me pidió tomarme la leche. La retiré de su culo, la acerqué a su boca, me masturbó unos segundos y finalmente un chorro de semen espeso y caliente entró derecho en su boca; los siguientes, no tan potentes, cayeron sobre sus mejillas, a lo que ella con un dedo llevó el líquido a su boca para tragar todo…
Rendidos, caímos de bruces en el sillón.
Lo que siguió es lo de costumbre: ducha juntos, mucha espuma, otra cogida, y finalmente, con el regalo de Andy bajo el brazo me volví feliz a casa.
Soy Gerente de Operaciones de una empresa con filiales en todo el país. La nuestra está radicada en Olivos. Trabaja conmigo María, la Jefa de Marketing, una hermosa mujer, rubia, delgada, fina, cuarenta años que no aparenta, muy linda. Los dos estamos matrimonialmente divorciados hace mucho tiempo. Ambos vivimos solos.
Siempre tuvimos una excelente relación en la que si bien conversábamos bastante sobre nuestras vidas, gustos y costumbres, pocas veces iba más allá de lo laboral.
Hasta que una vez, un mediodía de verano en la víspera del 31 de diciembre y con la excusa de despedir el año, invitó a todos quienes trabajamos en la filial a hacer un almuerzo, muy sencillo, compró algunos rolls de sushi, unos vinos y champagne para brindar. A propósito, recuerdo que una vez comentamos el gusto que compartimos por los buenos vinos y espumantes.
Ese mediodía hacía mucho calor, todos estábamos con ropas livianas. Ella llevaba una amplia pollera negra con lunares blancos larga hasta las rodillas, sandalias de taco alto y una blusa de seda clara y holgada apenas desabrochada como para permitir sospechar que debajo de esa camisa habitaba un hermoso par de senos.
Éramos siete a almorzar. El lugar no era lo suficientemente amplio como para ubicarnos todos alrededor de la mesa, pequeña por cierto, así es que me tocó sentarme en un taburete a su lado, apenas detrás. Desde mi posición podía perfectamente asomarme por sobre su escote sin que ella lo notara. Grande fue mi sorpresa cuando descubrí que no llevaba sostén pero no veía más que eso.
El almuerzo avanzaba y al mismo tiempo se consumían las botellas de vino, que como me había tocado a mi elegirlo, escogí para esa ocasión un buen Beaujolais que bien enfriado serviría para refrescarnos un poco esa tórrida tarde, o al menos eso yo creía. Parece que no fue así; después de la tercera o cuarta copa comenzó a sentir más y más calor, al punto de tomarse la blusa por las solapa y sacudirlas como para abanicarse. Sin darse cuenta, ese movimiento provocó que se desabrochara un botón más de su blusa dejando desde mi punto de observación su pecho derecho casi totalmente desnudo, mucho más blanco que su piel bronceada por el sol. Podía apreciar gustoso el borde de un pezón rosado, con una aréola bien definida pronunciándose algo por sobre su seno. No podía quitar la vista de allí. Y ella ajena a lo que sucedía…
Terminamos el almuerzo, hicimos un escueto brindis con lo poco que nos quedaba en las copas y decidimos terminar allí mismo la jornada laboral. Así es que nos saludamos deseándonos todo lo que se desea en esas fechas y cada uno se fue a su casa. Como yo tenía alguna tarea por terminar y me tomaba mis vacaciones durante todo enero, decidí quedarme a concluirla. Me fui a mi oficina, puse un disco de Sabina, me senté frente al teclado de la PC y me puse a trabajar.
Creía que estaba solo en el Piso, pero no habían pasado ni quince minutos que escucho el taconear de sus pasos por el pasillo casi confundiéndose con el ritmo de ‘Y sin embargo’.
“¡Se fueron todos y no tomamos el champagne!” me dijo alzando los brazos con dos copas en una mano y la botella en la otra mientras se desplomaba cruzada de piernas en el sillón frente a mí, con signos de haber bebido un poco de más.
Mis ojos se salían de las órbitas.
Desde entonces, y ya han pasado casi dos años, no puedo dejar de recordar esa imagen: su cuerpo literalmente desparramado en el sillón, semi acostado entre el asiento y el respaldo y su cabeza apoyada en el apoyabrazos, sus manos sosteniendo aún las copas y la botella, los botones superiores de su blusa desprendidos dejando asomar parte de sus pequeños pero perfectos pechos, la pollera algo subida más allá de sus rodillas y su tobillo derecho apoyado sobre su rodilla izquierda, formando así sus piernas un ángulo perfecto para permitirme descubrir sus muslos perfectamente formados por el tenis.
Me levanté de mi silla y dudé. No atinaba a darme cuenta si me estaba buscando o simplemente estaba algo borracha y solamente quería tomar una copa más. Decidí esperar y con un gesto muy galante tomé la botella para descorcharla. Al mismo tiempo se incorporó apenas, rápidamente acomodó mínimamente sus ropas y de un manotazo arrancó la botella de mi mano con un “Dejame a mí”. Con una facilidad que debo reconocer jamás vi en una mujer, descorchó el champagne cuyas burbujas con tanto sacudimiento habían tomado una vida impensada, el corcho salió despedido como un misil, se aplastó en el techo, cayó y rebotó en el piso para finalmente descansar sobre la alfombra. Este raid del corcho habrá durado apenas algunas de décimas de segundo, tiempo suficiente para que mientras tratábamos de seguir su recorrido con la vista, gran parte del espumante que desbordaba de la botella se derramara sobre su blusa. La seda empapada se adhirió a su piel y ahí pude apreciar sólo por un instante la redondez de sus formas femeninas en su pecho.
No me dio tiempo para disfrutar de tan maravillosa escena ya que inmediatamente cruzó sus brazos escondiéndose a sí misma y de un salto salió de la oficina, ruborizada como una niña.
Decidí no seguirla, darle fin a esa situación y terminar mi trabajo.
Más tarde volvió a mi despacho, pero esta vez sólo para disculparse, saludar y despedirse. Dado su avanzado estado de ebriedad le propuse llevarla a su casa, cosa que agradeció pero no aceptó. Como todos los días, nos saludamos con un beso chocando nuestras mejillas y se fue.
El mar, la playa, el ocio y las mujeres que conocí en mis vacaciones ayudaron mucho a sacarme de la cabeza aquello que había sucedido aunque debo reconocer que no del todo. Pocas veces había quedado tan impactado con una mujer.
Lo cierto es que el sábado siguiente de mi regreso de vacaciones era el cumpleaños de mi sobrina, Andy, la preferida. ¡Vaya tarea pensar en un regalo para una chiquita de 16 años! Recordé entonces que María vendía bijouterie por Internet y no dudé de que allí estuviera la solución. “Listo –pensé- el lunes le pido que elija algo lindo, se lo compro y ya está”.
Estaba orgulloso de haber resuelto lo del regalo tan eficientemente que cuando volví a la oficina se me notaba en la cara mi satisfacción. Cara que cambió al rato cuando después de saludar a todos y contar algunas banales anécdotas de mi ausencia me entero que María había viajado a una presentación en Brasil.
- El jueves está de vuelta. Me tranquilizó Oscar, uno de mis mejores colaboradores y amigo, guiñándome un ojo.
- No seas boludo. Nada de lo que puedas estar imaginándote. Necesito comprar algo para mi sobrina.
- ¿La extrañaste? Porque parece que ella si…
- Insisto, no seas boludo. Parece que a mí no me extraña nadie. La única vez que me sonó el celular era Andy invitándome a su cumple.
- Bueno, pero yo no estaría tan seguro…
- Fin del episodio. Vamos a trabajar.
Finalmente llegó el tan esperado jueves. Obviamente, mi ansiedad hizo que fuera el primero en llegar a la oficina y también obviamente, como siempre, María la última.
- ¡Hola, viajero! Volviste.
- ¡Vos volviste por fin! No sabés cuánto te estuve esperando.
- Epa, epa… –sonrió-
- Pará. Es que el sábado es el cumpleaños de Andy y tenés que ayudarme con su regalo. -le interrumpí rápidamente- ¿Tenés alguna cosa linda de esas que vendés para regalarle?
- ¡Claro! Mañana te traigo algo para que elijas. Y hasta te puedo hacer algún descuentito…
- ¡Buenísimo, cuento con vos!
- Ni lo dudes
- Okey. ¿Cómo te fue en Río?
- Uf, agotador. Un trabajo de locos, se necesitaba una semana para hacer lo que tenía que hacer en tres días.
- No se nota –dije arqueando las comisuras hacia abajo y levantando las cejas- Parece que tuviste tiempo para disfrutar la playa; tenés un muy buen bronceado.
- ¡Lo notaste, pillo! Jaja… No puedo mentirte, la verdad es que no sé a qué me mandaron. Cuando llegué estaba todo armado, las promotoras entrenadas y el stand hecho un chiche. No tenía nada que hacer, más que comprarme un bikini que no había llevado y disfrutar del sol y unos traguetes…
- Che, ¿chiquito el bikini? –le chichonée-
- Muy. Y flúo, jaja. Pero no me importaba nada. Estaba sola y nadie me conocía. Me di un gustito bien de pendevieja, jajaja…
- Me parece fabuloso.
Imaginaba su cuerpo brillante por el aceite de coco, tendido en una reposera, reflejando el sol cada puntito de transpiración de su vientre… Me maldecía por haber elegido Pinamar y no Río. “Aflojá loco, es una compañera de laburo, no te metas en quilombos…” trataba de calmarme a mí mismo.
- Por favor, no te olvides de traerme algo mañana.
- Tranquilo, nunca te fallé y mañana no será la primera vez.
- Es cierto. Gracias.
Esa noche llegué a casa filtrado, muerto. No cené, me tomé un whisky mirando alguna huevada en la tele y me fui a dormir.
Era viernes al mediodía y esta turra todavía no había llegado. La llamo.
- ¿Qué te pasó? Te estoy esperando…
- Disculpame, estaba por llamarte. No me siento bien, seguramente algo que comí… -seguro que mentía-. Pero no te preocupes, tengo lo tuyo preparado. ¿No querés pasar a buscarlo?
- Estoy en medio de un despelote de laburo… Ahora no puedo ni mamado…
- Venite esta noche, cuando salís de la oficina. Dale, es un toque, te espero.
- ¡La puta madre! Bueno, está bien, pero llegaré a eso de las ocho…
- No hay problema. Dale.
Colgué el teléfono tirándolo lejos. Pensé en mandar todo al carajo, irme a un shopping y chau. Pero si me dejo llevar por los consejos de estas pendejitas refuertes que atienden en esos negocios no cabe ninguna duda de que soy capaz de comprar cualquier pelotudez y pagarla como oro. Había que poner también en la balanza que irme de Olivos a San Telmo un viernes a la tarde, con el tránsito de locos de esta ciudad, me rompía soberanamente las pelotas. Y también había que sopesar que no tenía un pomo que hacer y que verdaderamente siempre me picó el bichito de la curiosidad por conocer dónde vivía esta guachita.
A las siete de la tarde apagué la PC y salí a la cochera a buscar el auto. Empezaba a llover y el cielo se había puesto negro como de noche. “¡Encima esto!”. Inesperadamente, el trayecto de Olivos al centro no fue nada complicado, salvo por esa lluviecita que a estas horas era un verdadero diluvio.
Pude estacionar más o menos cerca, pero no lo suficiente como para no llegar a la puerta del edificio literalmente empapado. Toqué el timbre y casi sin preguntar me abrió el pestillo. Un lindo edificio, antiguo como la mayoría de San Telmo pero perfectamente reacondicionado: techos altos, puertas largas, mármoles, pinturas, hierros y maderas en perfectas condiciones, con uno de esos ascensores de rejas que corren por el centro del hueco de la escalera. Ya arriba llamé a su puerta, que me abrió casi inmediatamente…
- ¡Hola! –confundió su saludo con un abrazo y un muy ruidoso beso en la mejilla. Me gustó abrazarla.
Estaba realmente hermosa. Su pelo rubio prolijamente recogido en la nuca, como casi siempre nada de maquillaje y su cuerpo cubierto con una especie de túnica blanca, larga y escotada, con un generoso tajo que iba desde el muslo hasta el dobladillo, muy liviana, apenas ajustada al cuerpo permitiéndome dibujar en mi imaginación las curvas que cubría y dejándome absolutamente seguro que debajo de ese vestido sólo había una minúscula tanga blanca.
- ¡Estás empapado! ¿Querés cambiarte la camisa?- Dijo apurando el trámite acercándose y tratando de desabrocharme el primer botón.
Una fiera en celo brotó de mi. Puse mis manos sobre su espalda y la traje fuertemente hacia mi pecho, separándome de los suyos solamente sus brazos que habían intentado desabrochar la camisa. Sin darle tiempo a nada le besé con ahínco los labios. Su primera reacción fue de querer separar su cara, sentí la fuerza de sus manos sobre mi pecho tratando de alejarme, pero inmediatamente relajó y hundió su lengua hasta lo más profundo de mi boca.
Sus brazos se cruzaron por mi cuello y mientras continuábamos en un beso casi infinito deslicé mis manos por su espalda, bajando más allá de la cintura y descansándolas en sus nalgas, duras, tersas, separadas por una tibia raya que me produjo una inmediata erección. Empujé su pubis hacia mí haciéndole sentir la dureza de mi pene, que se estimulaba con sus movimientos suaves laterales.
Lentamente se fue dando vuelta mientras yo me sacaba la camisa, hasta apoyar todo su torso en mi pecho y su culo en mi miembro. Mientras besaba su cuello me excitaba con el perfume de su piel y con la sensación de sentir con mis manos sus pezones erectos. Puso sus manos sobre las mías y me obligó a apretar sus pechos. Comenzó a gemir tímidamente.
- ¡Guau! –gritó tras un suspiro- ¿Qué estamos haciendo?
- Aún nada comparado con lo que deseo.
Una sonrisa cómplice abrió las puertas a la confirmación de que mis expectativas se harían realidad.
- Tomemos algo… ¿Champagne, whisky?
- Escocés, largo, con una piedra.
Ese living era muy cálido con muy buena iluminación, tenue y justa, pisos de pinotea, alguna alfombra, muy minimalista, moderno y todo en colores claros. Mientras me acomodaba en un gran sillón esquinero con muchísimos almohadones la miré mientras se dirigía a la heladera. Nunca me había percatado de que tenía semejante culo… Perfecto. Y más me calentaba con esa mínima tanga que se le metía en la raya.
- Dale, elegí y poné algo de buena música. Hay un compilado de Mulligan que seguro te va a gustar; y buscá el whisky que prefieras. –Me autorizó desde la cocina. ¿Sabrá que considero que Mulligan es para mí lo mejor para estos momentos? Puse el CD a un volumen bajo. Yo sabía que ella no tomaba whisky y me sorprendió que me diera a elegir; pero no había para elegir, en el bar sólo había una botella nueva, sin abrir y aún en su caja, de un J. Walker etiqueta negra, mi preferido… ¡Qué boludo, qué bien me la hizo! Caí.
Volvió de la cocina con un balde de hielo y una botella de champagne. Se sentó a mi lado, más cerca de lo necesario y de las posibilidades que brindaba ese enorme sillón. Nos servimos nuestras bebidas, se cruzó de piernas desnudándolas gracias a ese generoso tajo del vestido y propuso un brindis…
- ¿Por qué?- Pregunté medio incrédulo y otro tanto incisivo.
- Propongo que brindemos, si no tenés algo mejor, por el fin de esta racha de sequía…
- ¿Sequía?
- Sequía. –confirmó- Hace casi tres años que no tengo sexo. La última vez fue en Valencia, ¿te acordás de mi viaje a España?, en plena borrachera a la salida de un boliche con un gallego más borracho que yo…
- ¿Y esta vez será producto de otra borrachera? Interrumpí.
- No, esta es por deseo.
Chocamos las copas aceptando la situación y tras un breve trago nos atornillamos en un beso descomunal. Ella tanteó la mesa ratona para dejar su copa y comenzó a besarme el cuello mientras acariciaba mi miembro por sobre el pantalón. Al notar mi erección se montó sobre mí bajándose los breteles y acariciando mi pecho con sus tetas desnudas al tiempo que cabalgaba suavemente sobre mi polla. Yo le acariciaba el culo tratando de levantarla hasta tener sus rosados pezones a la altura de mis labios para mordisqueárselos y lamérselos hasta ponérselos bien duros. Entre gemidos se deslizó hasta el piso, desabrochó mis pantalones, la ayudé a sacar mi miembro del bóxer, y tomándolo fuertemente con una mano mientras con la otra se acariciaba las tetas se lo puso íntegro en la boca succionando con todas sus ganas. Me costaba contener la eyaculación.
Afortunadamente –porque quería que esa noche no terminara nunca- se puso de pie frente a mí para soltarse el cabello y quitarse por completo la poca ropa que le quedaba. Mientras yo también me quedaba totalmente desnudo volvió a sentarse apoyando sus pies en el sillón abriendo sus piernas hasta donde su flexibilidad –envidiable por cierto- le permitía. Su concha era digna de un cuadro, unos labios perfectamente simétricos, rosados, perfectamente depilados con un copete de vello rubio, casi blanco, muy bien recortado formando una figura entre un triángulo y un corazón sobre su pubis. Por debajo, asomaba un orificio anal muy estrecho, una pequeña flor rosa pálida. Me arrodillé frente a ella separando sus labios vaginales con mis dedos y comencé a pasar suavemente la punta de mi lengua por su clítoris. Su vulva cada vez más mojada chorreaba hasta el ano, lo que aproveché para lubricar mi dedo mayor intentando penetrar con la primera falange su culo. Su “Ahhhh!!!” tapó la música del barítono que acariciaba el ambiente.
- Cogeme. –me imploró-. ¡Cogeme! –insistió-.
Le introduje los veinte centímetros de mi pija en su concha y con movimientos suaves sentí cuánto gozaba. Su vagina estaba tan mojada que podía sentir a pleno la alta temperatura de su interior. Acabó antes que yo, en medio de cuasi convulsiones y aullidos de placer.
Me separó, se puso de espaldas a mi y se acomodó con las rodillas sobre el sillón y la cabeza sobre el respaldo, brindándome el mejor paisaje de un culo que jamás había apreciado en mi vida.
- Dámela por el culo, quiero que me lo desvirgues.
- Te va a doler. –la persuadí al mismo tiempo que mi glande se esforzaba por entrar en esa deliciosa caverna.
- Ahhh, me encanta. Dame más…
Finalmente, no sin poco esfuerzo de ambos, pude penetrarla totalmente. Recuerdo aún la ida y venida de su culo mientras intentaba tapar los gritos mordiéndose los labios y yo trataba de ayudar separando los glúteos con mis manos. Estuve varios minutos bombeando disfrutando de esa espalda que se afinaba en la cintura y volvía a ensancharse, con proporciones exactas, en las caderas. Cuando yo ya estaba a punto de acabar me pidió tomarme la leche. La retiré de su culo, la acerqué a su boca, me masturbó unos segundos y finalmente un chorro de semen espeso y caliente entró derecho en su boca; los siguientes, no tan potentes, cayeron sobre sus mejillas, a lo que ella con un dedo llevó el líquido a su boca para tragar todo…
Rendidos, caímos de bruces en el sillón.
Lo que siguió es lo de costumbre: ducha juntos, mucha espuma, otra cogida, y finalmente, con el regalo de Andy bajo el brazo me volví feliz a casa.
5 comentarios - María -relato real-