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Siete por siete (65): La partida de los celos




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Compendio I


Siento un poco la tardanza.
Ayer fue un día agitado, pero afortunadamente, mi esposa está más tranquila hoy, luego de pasear y de demostrarle que la sigo queriendo.
Como han visto, Pamela se fue con su familia y nuevamente, Marisol y yo quedamos solos. Los 2 estamos tristes, pero la más afectada es mi esposa.
Pero aunque sigo amando a Pamela, entiendo su decisión y espero que vuelva pronto.
Siempre creí que la razón por la que Marisol me compartía se debía a su afición por los mangas.
Desde que la conocí, esas revistas y novelas han sido parte importante de su vida.
Pero también sentía que mi ruiseñor estaba incompleto.
Como les digo, siempre he visto a Verónica como la esposa y madre que algún día me gustaría que mi ruiseñor fuese; a Pamela, como la chica madura, celosa y aterrizada que mi esposa debería ser; a Amelia, como la novia tierna e inocente que mi esposa fue cuando niña.
Y supongo que a mi amiga Sonia, como la Marisol resuelta y decidida en el ámbito laboral.
Pero la verdad es que mi ruiseñor nunca tuvo el apoyo o cariño de mi suegro y a raíz de eso, debió depender de mujeres, para suplir esa necesidad afectiva.
Estuve en lo cierto desde el principio: todos esos aspectos que hacen completo a mi ruiseñor estaban representadas en su familia y una de mis grandes equivocaciones fue sacarla de una manera tan abrupta de ese entorno.
Desde que le hacía clases, supe que Marisol era insegura de sí misma. Su intuición era acertada y aunque habíamos realizado ejercicios similares, siempre se cuestionaba cada respuesta.
También me costó que empezara a confiar en sus decisiones. Pero con el tiempo, fue esforzándose y viendo los frutos.
Y esa es una de sus mayores fortalezas: la capacidad de intentarlo e intentarlo una vez más, hasta lograr la victoria.
Pero nunca se ha enfrentado a la vida sola.
Yo la amo y aunque también amo (y extraño) a Pamela, no me arrepiento de haberme casado con mi esposa.
Ella nunca me ha atrapado. Al contrario, yo caminé feliz hacia esa “trampa” y uno de los días más felices de mi vida lo viví a su lado, al descubrir que seríamos padres, que me aceptara como esposo y que decidiera seguirme a esta parte lejana del mundo.
Pero yo no supe entender ese otro aspecto en la complejidad hermosa de mi ruiseñor: ella necesita una mujer a su lado, para sentirse cómoda y segura.
Tal vez, la solución más obvia sería la terapia. Pero yo no quiero que cambie y no es solamente por conveniencia.
Amo a mi esposa, tanto por sus virtudes como por sus falencias y si bien es cierto, en las otras veo aspectos que me encantaría que mi ruiseñor tuviera, sigo prefiriendo a ella como es, porque es la que he amado por más tiempo.
Ella cubre mis defectos y nos complementamos perfectamente: es el lado alocado e infantil que mi vida seria y calculadora necesita; es la calentura y la pasión que compensa mi intelecto y predictibilidad; es la belleza, la juventud y la ternura, que complementa mi madurez y responsabilidad.
Incluso cuando salimos con las pequeñas, descanso en ella: Mientras que yo me preocupo de los sombreros, es Marisol las que las protege sus caritas con protectores solares.
Es ella la que las cuida mientras conduzco. Es ella la que se preocupa de que ropa no nos falte, mientras que yo me encargo de biberones y comidas.
Y tal vez, lo que nos hace tan perfectos el uno para el otro es que los 2 nos levantamos a ver a las pequeñas, sin importar qué tan cansado estemos.
Y es por eso que anoche me preocupé por ella. Sabía que estaba tristona y la encontré en nuestro dormitorio, llorando.
No me gusta ver mujeres llorar. Me hacen sentir impotente.
Tomé el portátil y lo hice a un lado. No tenía motivos para preocuparse.
Aunque amo a otras, mi esposa es perfecta y con ella me basta para ser feliz. Y soy incapaz de dejarla.
Le desabroche su blusa y descubrí sus pechos. Ella me miraba acongojada, pensando que no eran tan lindos como los de Pamela, pero quiero mucho los suyos, porque han estado conmigo desde siempre.
Me encanta que tenga leche. Pasé una buena cantidad de meses esperando para poder probarlos y los encuentro deliciosos y sensuales.
Y a Marisol, le gusta amamantarme. Como dice Pamela, estoy “obsesionado por las tetas”. Pero los pechos de mi ruiseñor son mis favoritos.
Yo los amo, porque ella siempre ha querido tenerlos gorditos y esponjosos, para poder complacerme y su deseo se ha hecho realidad.
Pero con solo mirar su carita, quedo contento. Aún tiene esa belleza de niña inocente.
Cada vez que miro su rostro, me siento tranquilo. Es tan blanquita y tierna, que me hipnotiza y a ella le incomoda, porque no se siente tan hermosa.
Metí la mano, desabrochando su pantalón y tanteando sus tesoros, mientras le besaba.
Ella suspiraba, todavía sin poder entender cómo la podía preferir a ella.
Pero para mí, sigue siendo esa sensual y coqueta alumna, que clase a clase me tiraba miradas indiscretas, que confundían mi existencia.
Nunca entendía sus miradas y ella siempre me pedía que me quedara, que si le podía ayudar a repasar un poco más con sus materias.
Y de no haberme robado mi primer beso, lo más probable es que hubiese entrado a la universidad soltera y haber conocido otro chico más astuto que yo en esos ámbitos.
Me encanta meter las manos, fisgoneando sus calzones.
Me ha reclamado desde la primera vez y siempre me ha pedido que no lo haga. Pero aparte de eso, nunca me ha sacado la mano y ya he aprendido la manera para acariciarla que le resulta más agradable.
Entonces, me desnudé yo y ella lo palpaba, suspirando.
Lo toma todos los días y es tan suyo como mío es su cuerpo. Pero le sigue sorprendiendo el primer pene que ha visto y que la ha desflorado por todos sus agujeros.
Y mi ruiseñor se calienta, porque sabe que a pesar de que soy rutinario, de vez en cuando la puedo sorprender y a ella le agrada por igual donde lo meta, mientras que sea dentro de ella.
Mastico suavemente sus pechos y acaricio su entrepierna, para humedecer mis dedos con sus jugos.
Ella, en cambio, masajea mi ardiente herramienta, deseosa porque me decida.
Entonces, en una juguetona revolcada, la ubico encima de mí y por un par de segundos, piensa que va a cabalgarme, pero la giro nuevamente y quedo a sus espaldas.
Vibra al sentir mi glande, probando su delicioso trasero, mientras la beso por el cuello y apoyo mis manos en su vientre celestial, para iniciar la penetración.
La pobrecita es tan viciosa, que ya no necesito lubricarla tanto para hacerlo (me bastan sus propios jugos) y se queja placenteramente, a medida que el glande empieza a avanzar por su estrecha cavidad posterior, entregándome parte de su ardor.
Logro encajarla hasta el fondo, de la manera lenta y suave que a ella le encanta, disfrutando cada movimiento con un gemido de alivio.
Por el momento, sé que no tiene dudas. Sé que se siente una mujer completa y pienso cómo puede creer que ella sola no me puede hacer feliz…
Es tan bonita, tierna y honesta.
Y lo que más me encanta: que siempre está dispuesta a superarse.
Empiezo a entrar y salir y ella se pone tensa, para comprimirme con su apretado intestino.
Sé que le encantaría que me pusiera más rudo, pero si tuvieras una avecilla hermosa cantando en tus manos, ¿Serías capaz de aplaudir?
Avanzo lento, pero seguro y ella solamente se queja con suavidad.
“Marisol, eres estupenda…” le digo, para hacerla un poco más feliz.
Ella se conforma con tan poquito. Con que diga que es la mejor y es tan humilde, que le da lo mismo si le miento.
Pero ¿Cómo podría mentirle, si ella fue la primera mujer en entregarse completamente, para que yo hiciera lo que quisiera?
Es simplemente, la mejor. ¿Cuántas mujeres reconocerán honestamente que disfrutan más del sexo anal? ¿Qué aunque hagamos el amor un par de veces, te termine siempre suplicando que le hagas la cola?
Su cola es tan gordita. La primera vez que vi a mi ruiseñor de espalda, mientras nos duchábamos, me sorprendí de ver esa enorme y jugosa cola.
A mí me gustaban los pechos, pero con solo verla de esa manera, me daban ganas de probar el sexo anal con ella y ella ni siquiera sospechaba que terminaría disfrutándolo más de esa manera.
Se dejó llevar. El interior de mi esposa se siente suave, como la seda y forcejeaba, apretando esos elásticos cachetes, muy afirmado de su vientre.
Seguía llorando, pero sus lágrimas eran de satisfacción y se quejaba con dulzura.
Ella se sacudía maravillosamente, enterrándosela en la cola. Sus pechitos se zamarreaban alocados y tenía que afirmárselos.
Se han vuelto tan esponjosos y buenos. Ha agarrado sensibilidad en los pezones e incluso, disfruta porque los apriete suavemente entre los dedos.
Estaba sepultada en dicha y para hacerle más placentera la experiencia, le lamía el cuello, lo que le da cosquillas, deseándola más y más.
La enterraba a fondo y le daba con la mayor potencia. Ella también añoraba porque me corriera.
Doblé mi cintura, para demostrarle que quería llenarla de leche por la cola y la sacudí constantemente, hasta que la mayor cantidad de jugos quedase alojada en su interior.
Ella los recibía con mucha felicidad, quedando desecha en la cama. Por el momento, no le preocupaba su prima y por ese motivo, aproveché de explicarle lo ocurrido.
Siendo sincero, quería que Pamela se quedara. Aunque hacer el amor con ella es uno de los motivos, la razón principal es que me gusta su carácter.
Disfruto que me maltrate y me diga que soy “un pervertido”, “un hijo de puta”, “un bastardo” y todas esas cosas, en su amplio vocabulario, porque aunque no lo dice en serio, me recuerda cada vez que lo hacemos que no me la merezco.
Que comparado con ella, soy un insecto. Y que si ella me deja hacerle cochinadas, es porque se apiada de mí.
Pamela me ama tanto como Marisol, pero ella se encuentra emocionalmente en el mismo lugar donde me encontraba yo, cuando me casé.
Aunque gozaba como loco con su familia, yo creía que un hombre debía amar solamente a una mujer y con ella, armar familia.
Detestaba los antiguos ideales de “amor libre”, porque en esos tiempos, no imaginaba que pudiese amar a otra mujer tanto como amo a mi esposa.
Pero ni siquiera terminaba nuestra luna de miel y ella ya estaba buscando llenar el vacío emocional con la pelirroja que más le molesta.
Posteriormente, le siguió Diana. Después, Fio y así, toda la nueva variedad que tengo en Adelaide.
Pero esas 3 (Verónica, Pamela y Amelia. Aunque lo intento, no puedo subir a la misma categoría a Sonia, ya que pienso que nunca me ha necesitado de verdad) eran las que conformaban a mi Marisol perfecta, los “aditamentos” que le complementan.
Y es curioso, porque la relación era recíproca.
Verónica siempre ha dicho que, aunque está orgullosa de sus 3 hijas y las quiere mucho, en la que más confiaba era en Marisol, porque era tan previsiva, protectora y tenía un instinto maternal tan desarrollado por sus hermanas, que le tenía plena confianza en su juicio y que le habría encantado tener el mismo valor y determinación que su hija.
Amelia siempre ha admirado a su hermana. Entre ella y mi esposa, existe un nexo de confianza muy fuerte, ya que siempre se contaban secretos y siempre sintió que Marisol le defendería de cualquier persona o situación mala y que algún día, espera ser tan empeñosa y valiente como ella.
Y Pamela se volvió fuerte y dura, gracias al apoyo de mi ruiseñor. Fue Marisol la que le incentivó a no ponerse a llorar, “a pararse, limpiarse el polvo y seguir caminando”, gesto que nadie en su familia lo había hecho (nadie, aparte de Marisol, se hacía altas expectativas de Pamela) y era por eso que la quiere como a su hermana y la admira incondicionalmente.
Fue este el principal motivo por el que no pudo aceptar mi invitación.
El primer día que le dije, estaba ilusionado, porque me dejé llevar por la idea que se quedaría.
Pero al finalizar el día siguiente, adiviné su respuesta. No le era fácil, porque era una pregunta difícil y ella no tenía suficiente tiempo para decidirse.
A Pamela aun le cuesta entender la mentalidad de Marisol y para ella, el matrimonio sigue siendo una relación entre 2 personas que se quieren, por lo que tener hijos con un hombre casado estaba fuera de lugar.
Por el momento, pienso que está confundida y no sabe qué es lo que quiere.
Por un lado me ama y debe desear tener una familia conmigo. Pero le cuesta procesar el giro que tendría nuestra relación como familia, ya que sería algo permanente.
En el fondo, ella sigue creyendo que, a pesar de las buenas intenciones de mi esposa para compartirme, Pamela se está aprovechando y traicionando a mi ruiseñor, disfrutando de algo que no le corresponde.
Pero tengo la esperanza que volverá por una sencilla razón: la mayoría de los hombres se queda con el atractivo físico que tiene Pamela e ignoran completamente la complejidad, ternura e inteligencia tras esos ojos castaños.
Yo la he tratado distinto: la he apoyado, defendido y verdaderamente, la he amado muchísimo más por su personalidad, que por su atractivo externo.
Y estos últimos días, para ella fueron mágicos, porque pude cortejarla como corresponde y dejamos el sexo completamente de lado, ya que todavía no está convencida que la amo por aspectos distintos a sus aptitudes en la cama.
Se mantuvo reservada y tímida sobre su respuesta, hasta casi el final, para no hacernos sentir mal.
Pero ya la conozco bien.
“Entonces, te vas…” le dije la última noche, mientras Celeste y Lucia terminaban los últimos detalles de sus preparativos.
“Amor, ¿Cómo dices que se va? ¡No bromees con eso! Porque te quedas, ¿Cierto, primita?” preguntó Marisol, con nerviosismo.
Pero la mirada que nos dimos Pamela y yo fue una de la más profundas que nos hemos dado. No necesitábamos palabras ni explicaciones.
Siempre que nos hemos mentido, rompíamos contacto visual entre nuestros ojos. Pero esa vez fue diferente.
Estaba sorprendida, pero me seguía mirando y hubo ligeros gestos en ella que me mostraban su alivio, al no sentirme triste y comprenderla.
“¡Lo siento, Mari!... pero no puedo quedarme…” respondió Pamela, sonriendo ligeramente, como si se sintiera culpable.
“¿Cómo que no puedes, prima? ¡Sabes que te quieres quedar!” Preguntaba Marisol con impaciencia y desesperación.
“¡Calma, Amor! Que simplemente se va por un tiempo…” le dije, abrazándola para tranquilizarla.
“¡No, Amor!... ella se quiere quedar… ¿Verdad?” insistía mi esposa.
Pamela no sabía que responder. Parte de ella quería quedarse. Pero la otra le incomodaba demasiado.
“Si, Marisol… pero tiene que aclarar un poco lo que siente.” Le dije, obligándola a que me viera los ojos. “Es un paso grande para ella y necesita tiempo para pensarlo.”
Pero Marisol no tranzaba ideas ni palabras.
“¿Por qué, amor? ¡Eres tan lindo! ¡No tiene que pensarlo tanto!” preguntaba mi ruiseñor, llorando desconsolada.
Pamela estaba conmovida y disimulaba sus lágrimas.
“Porque ella es así, Marisol…” le dije, mirándola a los ojos. “Ella es tu lado celoso y reflexivo y no puede quedarse hasta que no se decida.”
A Pamela le llamaron la atención mis palabras, porque nunca se ha visto a si misma de esa manera. Pero le tranquilizaba saber que la comprendía.
Al día siguiente, Lucia estaba contenta de ver a su hija lista para viajar.
En el aeropuerto, me agradeció por mis cuidados y por haberle tratado tan bien y me preguntó si podía recibirla de nuevo, en un tiempo más, solamente para asegurarse que olvidó a Diego.
Acepté su propuesta de buena gana.
Celeste me agradeció las vacaciones que le habíamos dado y me preguntó una vez más si acaso podía quedarse con nosotros.
Aunque le di las gracias, le dije que no.
La única que quería que se quedara era Pamela.
Y entonces, llegó la última despedida. La que no quería que pasara.
Mi esposa le lloraba desconsolada, suplicándole que no se fuera.
Pero Pamela ya estaba resuelta.
“Mari… sólo cuídamelo, ¿Si?...” le pidió mi “Amazona española”, también llorando. “¡No dejéis que se vuelva más guarro!... y si conoce una tía que lo engatusa, ¡Golpéale fuerte entre las piernas!”
Y entonces, nos miramos nuevamente a los ojos. Lucia tomó a su sobrina, para poder tranquilizarla y nos pudiésemos despedir.
Una vez más, Pamela se colgó a mi cuello, como si fuese una colegiala.
“Sabéis qué… de irme, irme… no quiero tanto, ¿Verdad?” me preguntó, toda colorada.
No necesitaba decírmelo.
“¡Lo sé, porque me amas!” respondí.
Ella se rió y avergonzó.
“¡No lo sé! ¡No lo sé! A lo mejor, tenéis razón…” dijo ella, sonriendo confundida.
La besé deliciosamente, una última vez. Me encanta su saliva. Tiene un saborcito dulce, aunque su boca no tiene el sabor a limón de Marisol.
Pero sus labios y lengua son excelentes besadores. De esos que te dejan algo mareado, tras besar.
“¡Tío, por favor, no cambies!” dijo, cerrando los ojos y suspirando, como si retuviera mi sabor.
Le daba pena marcharse y me iba a extrañar, pero era algo que tenía que hacer.
“Arregla tus cosas luego, para que vuelvas pronto a molestar…” le dije, disimulando mi tristeza.
“¡Eres un guarro hijo de puta!” respondió ella, con un tono enojado y fingido.
Pero sonriendo y llorando al mismo tiempo.
“¡Pervertido de mierda, obsesionado con las tetas!” fue lo último que dijo, antes de pasar a la aduana.
Y como era de esperarse, algunos de sus compañeros de vuelo entendían español y me miraban raro, al oír sus palabras.
Y quedamos abrazados Marisol y yo, junto con las pequeñas en el coche, en el mirador de la terminal, esperando el inminente despegue del vuelo que se llevaba los celos de Marisol.


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