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Compendio I
Hubo un detalle que Marisol olvidó mencionar: Pamela confrontó a todas el martes siguiente a nuestro regreso de faena, a la hora de almuerzo.
Se habían conformado 2 grupos, que posteriormente se unieron. Por una parte, estábamos Pamela y yo, que teníamos una relación más sería románticamente.
Mientras que del otro lado, estaba Marisol con mis 2 nuevas “amantes”, con las cuales tuvo la oportunidad de compartir sus diferentes experiencias conmigo y se volvieron mucho más amigas.
Entonces, como yo me esperaba, Marisol organizó los tiempos, prestándome a Celeste por las mañanas, a Lucia por las tardes y Pamela, tras la cena, teniendo que regresar al dormitorio con Marisol alrededor de la medianoche, para cubrir mis labores como esposo.
Al tercer día, ya estaba seco de cansancio y a Marisol y Pamela no se les ocurrió nada mejor que organizara el trío que mencionó mi ruiseñor.
Pero a la noche siguiente, Marisol me mandaba al dormitorio de Celeste.
Yo estaba temeroso y cansado. Aunque ese día, la mañana había sido normal (La pase con mi ruiseñor, quien pidió recapitulaciones), y un poquito antes del almuerzo, Pamela me secuestró para su habitación, por la tarde me tocó con Lucia.
Y la madre de Pamela es infatigable: no se cansa de chupar, de cabalgarme, de hacerme paizuris…
En el fondo, es casi tan calentona como su hermana y supera por más el doble a los deseos de su hija y su sobrina, combinadas.
Y Celeste, de por sí, es fogosa, me había pedido para esa noche.
Estaba vestida con una falda pequeñita y rosada, con un peto celeste que dejaba ver su cintura y su ombligo y que marcaba sus pechos saltones y vibrantes. Definitivamente, se había preparado para esa noche.
“¡Aun no puedo creer que el amito esté aquí!” decía muy contenta. “¿Quiere tomarse algo? ¿Un roncito? ¿Un tequila?”
Ella creía que se iba el 2 de enero y ya tenía todo empacado. Había ido con Marisol al North Haven y había comprado algunas cosas, como petaquitas con trago, una radio, ropa…
No paraba de sonreírme.
“¡Bailemos juntos! ¡Tome la cinturita de su Celeste!” dijo, luego de encender una radio.
Había cargado pura ropa tropical y aunque empezamos a bailar de frente, me dio una mirada, tomó mis brazos, los levanto y se dio la vuelta, haciendo que quedara cruzada de brazos, pero sacudiendo su cola entre mis piernas.
“¡Aun no creo que la señora Marisol me lo preste!” dijo, enterrando la cola sobre mi bulto. “¡Usted es su marido!... y folla tan rico…”
Aunque estaba agotado, el movimiento de Celeste sobre mi polla me empezaba a excitar.
Quería que se la metiera y ella sabía convencer.
“¿Le gusta el cuerpo de su Celeste?” preguntaba, guiando mis torpes manos sobre sus nalgas, su cintura, sus caderas y subiendo vertiginosamente a la altura de sus pechos, con sonidos seductores, a medida que la punta de mis dedos tocaba su cuerpo. “Porque su Celeste es suya para hacerlo feliz.”
Ya estaba más que templado, por el bulto que tenía entre las piernas y ella se lo encajaba bastante bien por su fisura trasera, porque también le encanta que se la metan por detrás.
Entonces, como que dio un salto.
“¿Me deja poner mi tema favorito?” preguntó, sonriente.
Yo estaba alelado y ella me sonrió, casi brincando hasta la radio.
“¡Uy!... ¡Me dicen que cuando ella baila… te agarra y te aprieta de verdad!...” cantaba la radio.
Puse unos tremendos ojos, cuando reconocí que era “el baile de la botella” (Hay varias versiones. Yo escuché la versión argentina, pero recomiendo que lo busquen, porque me sentía cansado y me puso de ánimos), que no escuchaba en años.
Y Celeste se la sabía de corazón, porque la musitaba en silencio con sus labios y empezó, apretándose a mi cuerpo.
“Pero ahora se agarró a la botella y yo no sé qué se hacer con ella que no para de bailar…” decía la letra.
Y ella, sonriente, agarró mi bulto, sin parar de bailar. Yo estaba tieso y expectante, porque aunque escucho música en inglés, en más de una fiesta que fui con Marisol, escuché la letra.
“Y se pega la boquita en la botella… en la boca la botella… encima la boca la botella… en la boca la botella…”
Turulato, contemplaba que Celeste seguía las instrucciones al pie de la letra: La tenía en la punta de los labios y la besaba suavemente.
El siguiente estribillo me hacía ver estrellitas...
“Baja más, baja más un poquito… baja más, baja más despacito… baja más baja, más un poquito… baja más, baja más despacito…”
La chupaba con ganas y me miraba con sonrisa en los ojos.
“Va saliendo la boca la botella… la boquita en la botella… va subiendo por la boca en la botella… la boquita en la botella…”
En efecto, me liberaba, pero con su lengua iba catando mi botella, como si le encantara.
“Sube más, sube más un poquito… sube más, sube más despacito… sube más, sube más un poquito… sube más, sube más despacito…”
La muy puta la lamía por todas partes. Simplemente, le encantaba.
Y la letra se puso peor…
“A ella le gusta el jala, jala… y moviendo las caderas, solo piensa en bailar… si, le gusta el jala, jala, con la boca en la botella, ella no puede parar…”
Y me hizo una manuela impresionante, jalando como si buscara ordeñarme y probar mi leche (que en el fondo, eso quería), con la boquita en la punta, lengua afuera y expectante.
Y no perdía el ritmo.
“Si, a ella le gusta el jala, jala, está moviendo las caderas y no me puedo ni acercar… si, a ella le gusta el jala, jala, está moviendo las caderas. No me puedo ni acercar…”
Ya era masturbación pura, con las 2 manos. Con la derecha, me estrujaba la verga y con la izquierda, me acariciaba los testículos.
Y su boca, impaciente, porque acabara en sus labios.
“Si, le gusta el jala, jala, vio en la boca en la botella y ya no puede parar… si, le gusta el jala, jala, vio en la boca en la botella y ya no puede parar…”
Eso pensé en esos momentos: Celeste no me iba a dejar en paz, hasta que acabara. ¿Qué pasaría cuando terminara la letra, si yo no acababa?
En una parte de la letra, se escucha a alguien diciendo “¡No pares!” y claro, ella ni loca iba a parar.
¡Y luego, se repitió todo, desde el comienzo! He estado caliente, pero esa vez estaba ardiendo y Celeste le gustaba verme así, porque era ella la que me tenía duro y realmente, me costaba contenerme, porque tenía que pretender que no estaba ahí, apegada a mi botella.
El día anterior había sido un pescado. Ese día era una botella y el día siguiente, sería otra cosa más.
Es por eso que prefiero quedarme con Marisol, que me da tregua mientras escriba. Nada más de noches en solitario.
Entre paréntesis (), lo que hacía Celeste. El resto de la letra es:
“Va jalando la boquita de la botella... La boquita de la botella… (Manuela incesante)
Sube y baja la boquita de la botella… La boquita de la botella… (Lamida, de punta a base)
Y se pega a la boquita de la botella… La boquita de la botella… (La pegaba al lado de su nariz, lamiendo la base)
Baja encima de la boquita de la botella… La boquita de la botella… (Felación)
Va saliendo de la boca de la botella… La boquita de la botella. (Felación)
Va subiendo por la boca de la botella… La boquita de la botella. (Lamida)
Va jalando la boquita de la botella… La boquita de la botella. (Masturbación)
Sube y baja la boquita de la botella… La boquita de la botella. (Felación, pero más rápida)
Y terminó la canción y me sentía como si hubiese resistido una bomba. Pero Celeste no paraba de chupar.
De repente, empezó la canción otra vez y a Celeste le importaba un carajo seguir la letra. La chupaba con devoción.
Aguanté 2 repeticiones más y acabé en los labios de Celeste.
Aunque la mayor parte de mis jugos le manchó la cara, se tragó muy contenta los restos que quedaron en su boca.
“Mi amito siempre da lechita… con su vergota… jugosita…” canturreaba contenta, limpiándose mis jugos y probándolos.
Me besó, muy contenta.
“¿Quiere meterla en mi puchita?” me preguntó.
No era que yo quisiera. Es que me tenía tan caliente que debía hacerlo.
“¡Si, mi amo!... ¡Si, mi amo!...” gritaba ella, bastante fuerte, a medida que la enterraba a la cama. “¡Cójame, amo!... ¡Cójame fuerte!... ¡Entiérreme con su rica vergota en la cama!… ¡ahhh!... como lo hizo anoche con las señoritas… ¡Por favor, amo!... ¡Fólleme!... ¡Fólleme entera!... ¡Ahhh!...”
La cama entera se sacudía y la bombeaba tan rápido, que sentía cómo se cortaba el aire sobre mis nalgas.
“¡Si, mi amo!... ¡Si, mi amo!... ¡Ayyy!... ¡Rompa mi puchita, amo!... ¡Rómpala con su vergota… dura… y gorda!...” me suplicaba, cerrando los ojos.
Sus pechos se marcaban y los pezones estaban en punta. Estábamos cubiertos de transpiración y ella se afirmaba a mi espalda, para aguantar las embestidas.
“¡Si, mi amo!... ¡Si, mi amo!... ¡Lléneme con leche, amo!... ¡Llene con su leche calientita, la puchita de su yegua amo!... ¡Ay!... ¡Ayyyy!... ¡Folla tan rico!... ¡Folla tan rico!... ¡Lléneme!... ¡Lléneme!... ¡Por favor!... ¡Ahhhh!... ¡Ayyyy!... ¡Ahhh!... ¡Ahhh!... ¡Ahh!... ¡Lo amo, mi amo!... ¡Me folla tan rico!... ¡Tiene tanta leche!... ¡Deje que me quede, mi amo!... ¡Para que me folle así, todos los días!...” me pedía Celeste, luego de acabar.
“¡Lo siento, Celeste, no puedo!” le respondí.
“¿Cómo que no puede, mi amo?... ¡Folla tan rico!...” sonreía, al tratar de moverse. “¡La tiene tan grande, que no me puedo ni mover!... ¡Lo tengo atrapado, amo!... ¡Ni siquiera yo lo quiero dejar salir!...”
Me besaba con ternura, esperando a que me aflojara. Pero le sorprendía que me hinchara tanto.
“Amo, ¿Y usted toma algo?... ya sabe… para que su cosa se quede así de grande…” me preguntó, luego de despegarme.
Por el brillo de sus ojos, estaba indecisa si la volvía a chupar, tocarla o que se la volviera a meter.
Yo, en cambio, estaba en erección media. De unos 15 cm., pero gorda y parada. Hace tiempo que no me baja más.
“¡Nada!... es completamente natural…”
Ella sonrió, avergonzada.
“Pero… ¿Cómo no le gusta follar más?” preguntó ella, con algo de vergüenza. “Porque yo lo veo, mi amo, y se ve tan tranquilito, como si fuera un santito… y le veo su cosa… y lo único que quiero es probarla…”
Se decidió por estrujarla. Empezó despacito.
“Es que debuté tarde.” Le confesé. “Lo hice hace unos 2 años, con mi esposa.”
“¿Ah, sí?... ¿Por eso se casó con ella?” preguntó, estrujándola con más fuerza.
“¡No, me casé porque la amo!” le respondí, dejándola hacer porque quería ver hasta donde llegaba.
“Y su esposa… ¿Folla bien?” preguntó, sacudiéndola con más y más fuerza.
“Sí. En la cama es muy buena.” Le dije, empezando a suspirar.
“¿Y por qué lo presta?” preguntó, sin resistir las ganas de volver a probarla en sus labios. “Porque una vergota así… caliente y durita… yo no la prestaría a nadie…”
“Porque mi esposa se acostumbró a compartir sus cosas.” Respondí.
Chupaba cerrando los ojos, como si probara un manjar.
No digo que mi verga sea la mejor. He visto la del vecino y esa es una asesina. Podría romper paredes con ella.
Pero la gracia de la mía es que es gordita. Hasta el momento, nunca me ha fallado (siempre acabo) y que ahora se queda así, medio hinchada y paradita.
“¿Le gustaría meterla otra vez, amo?... porque me tiene chorreando de hace rato…”
Se puso en 4 patas, para hacerlo a lo perrito.
“¡Me gusta mucho su verga, amo!... siempre que la mete, siento que me ensancha…” dijo ella, con un tono de agrado.
“¡Celeste, dime Marco!” le pedí, afirmándome de su cintura. “¡Incluso, puedes tutearme!”
Creo que tuvo un orgasmo cuando se lo dije.
“Amo… ¿Cómo voy a tutearlo?... yo no soy su familiar… solamente, trabajo para su familia…”
“Pero con que mi esposa me preste, significa que eres de mi familia…” le expliqué.
“Entonces… ¿Podemos follar las veces que quiera?...” preguntó, subiendo el ritmo vertiginosamente.
“Bueno… nunca tanto…” respondí, algo complicado, porque Lucia, Pamela y Marisol me estrujaban hasta que no me quedaran fuerzas.
“¡Es que lo hace tan rico!... y cuando se queda atrapado… es lo mejor…”
Por un momento, pensé en llamar a Ryan. Pero aunque me cansaba por montones, no iba a compartir a Pamela o Lucia con él.
No me quedaba más opción que aguantarme el cansancio....
“¡Si, deme duro Marco!... ¡Deme duro!... ¡Me gusta mucho la suya!... ¡Si, siga así!...” decía ella.
Pero me daba la impresión que yo era un hombre de cristal o algo.
“¡Celeste, dilo con posesión!... ¡Cómo si fuera tuyo!...”
“¡Ayy!... ¡Ay!... ¡Es que lo mete tan rico!...” respondía ella, haciendo una reverencia para aguantar las embestidas.
Yo la bombeaba duro y al parecer, empezaba a verme como un tipo normal. Pero lo que dijo, me llenó de morbo.
“¡Si!... ¡Siii!... ¡Marco, eres mi papí!... ¡Eres mi papi!... ¡Que folla tan rico!... ¡Rompe mi pucha, papi!... ¡Rompe la pucha!...”
Y me empecé a frenar.
“¡Celeste, sabes que soy papá de recién nacidas! ¿Cómo me dices así?”
“¡Lo siento!... ¡Lo siento!... ¡No te frenes!... ¡Ay!... ¡No te frenes!...” suplicaba ella, con lágrimas. “¡Por favor, métela más duro!... ¡Métela más duro, Marco!... ¡Rómpeme entera!”
Y empecé a bombearla, nuevamente.
“¡Si, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡Quémame con tu vergota!... ¡Ay, que rica!... ¡Me encanta tu vergota, Marco!... ¡Siento que me partes con ella!... ¡Dame más!... ¡Dame más!... ¡Ahí!... ¡Ahiii!... ¡Asiiii!... ¡Ahhhhh!... ¡Ahhh!...” dijo ella, cuando la llené de leche otra vez.
Nuevamente, ella se reía de verme atrapado.
“¡Estoy como una perra en celo… pegada a mi macho!” decía, ella, suspirando. “¡Nunca me ha pasado! ¿Le ha pasado muchas veces?”
Sonreí.
“Varias. De hecho, son raras las veces que no me pego.”
Ella suspiraba.
“¡Por eso encuentro que follar con usted es rico! Yo lo veo y se ve tímido. Hasta lo encuentro tierno. Pero saca su cosa del pantalón y es otra persona y lo miro a los ojos y los pone tan bonitos, que me encanta hacerlo una y otra y otra vez.”
Nos quedamos así un rato, mientras amasaba un poco sus pechos y la besaba ocasionalmente.
Entonces me despegué.
“Entonces ¿Ve?” me preguntó, sonriente. “Yo la veo así, paradita y me pongo nerviosa, porque quiero que me la meta otra vez y usted folla muy bien.”
Y fue ella quien se separó los cachetes.
“¿Le molestaría hacerme la colita? ¡Me encanta cuando me la mete usted y hace tiempo que no me la follan bien!”
Lo pidió con tanta cortesía y le tenía tantas ganas que acepté.
“¡Usted… sabe romper… bien las colas!... ¿Sabe?... porque yo… después me duele para sentarme… pero me acuerdo del momento… y me río sola…” decía ella, mientras la bombeaba despacito.
Nuevamente, ese olorcito cautivador, dulzón y parecido al chocolate, empezaba a inundar la habitación.
Mis movimientos empezaban a ganar más ritmo.
“¡Ay!... ¡Ayyy!... ¡Ayyy!...” se quejaba, entre risas. “¡Mi cola duele tan rico!... ¿La puede meter más fuerte?... ¡Quiero que me la rompa!... ¡Por favor!...”
Le di en el gusto y empecé a bombearla con más fuerza.
“¡Ayyyy!... ¡Ayyy!... ¡Me quema la cola!... ¡Enterita!... ¡Por favor!... ¡No pares!... ¡No pares!... ¡Así se siente rico!...”
Me afirmaba a sus amplias cinturas y trataba de meterlo más a fondo.
“¡Ayyy!... ¡Ayyy!... ¡Ahhh!... ¡Mi cola!... ¡Ayyy!... ¡Mañana… de nuevo me dolerá!... ¡Se siente… tan rico!... ¡Dele más!...” pedía ella.
Le daba más potencia, con la cama crujiendo con un “qui-cu- qui-cu-qui-cu”, mientras se sacudía entera.
“¡Mi cola!... ¡Mi cola!... ¡Ayyy!... ¡Me quema tan rico… por la cola!... ¡Dele más!... ¡Más!...” imploraba.
La cama ahora crujía con un “Cra-cra-cra”, que me daba la impresión que cabalgaba el oscuro trasero de Celeste.
“¡Ayyyy!... ¡Ayyyy!... ¡Siga!... ¡Siga!... ¡Rómpame la cola!... ¡Rómpala con su vergota!... ¡Con su vergota roja y caliente!... ¡Siii!... ¡Quémeme la cola!... ¡Quémeme la cola!... como lo hace con su señora… con la señorita… ¡Ayyy!... ¡Con todas sus yeguas!... ¡Si!... ¡Dele!... ¡Dele!... ¡Con su enorme verga al culo de su Celeste!... ¡Ayyy!... ¡Ayyy!... ¡Rómpala tan rico!... ¡Quémeme con sus jugos!... ¡Si!... ¡Así!... ¡Lo siento!... ¡Se va a correr!... ¡Ahhh!... ¡Queme la cola de su Celeste!... ¡Siii!... ¡Siii!... ¡Ahhhh!... ¡Bote sus jugos!... ¡Siii!... ¡Llénele el culo a su Celeste… con su leche tan rica!... ¡Ay, Marco!... ¡Amo cómo me rompes el culo!... ¡Ayyy!.... ¡Ay!... ¡Ahhh!...”
Celeste estaba extasiada. Me miraba divina.
Estábamos sudados y contentos y mientras nos acomodábamos para dormir, ni siquiera sospechaba que las paredes que me separaban de Lucia no eran lo suficientemente gruesas para aislar el sonido.
Ni para contener su curiosidad…
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