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Compendio I
Hoy pasó algo tragicómico.
“¡Niñas, hablé con la compañía y estaríamos volviendo el 12!” dijo Lucia, mientras hacíamos sobremesa.
“¡Pero mamá!…” protestó su hija.
“¡Nada de peros, Pamelita! ¡Yo no puedo quedarme más!” y luego me miró, tirando un suspiro. “Y aunque sé que lo hemos pasado extremadamente bien, tenemos que volver…”
“¡Pero tía, yo quería pasar el día de los enamorados con mi prima, porque el año pasado no pudo!…” suplicó mi ruiseñor.
Hasta Celeste le miraba pidiendo más tiempo.
“¡No, niñas! ¡Yo ya no puedo! ¡Tengo responsabilidades pendientes y mal que mal, este viaje no era del todo por placer!” sentenció Lucia.
Pero diciendo eso, tuve que esquivar la mirada. Me miraban como lobas hambrientas. Incluso Marisol, que se queda conmigo, pero se adhiere tan fácilmente a la mentalidad de grupo.
No me quedaba más opción que hacerme el leso. Recién las cosas se están arreglando y lo único que quiero es descansar.
Tanto Pamela como yo mostrábamos las consecuencias tras esa nefasta noche, la mañana del miércoles.
Aunque ella se veía para el resto sensual como siempre, sus ojos estaban muy hinchados de tanto llorar y me miraba echando flamas.
Yo, en cambio, me veía pálido y me sentía enfermo. Apenas pude abrigarme y no habría hecho mucha diferencia si hubiese dormido a la intemperie.
Fue la misma Pamela la que fue a ver a Tom, para acompañar a su equipo.
Y me dejó solo, sin decirme siquiera una palabra.
“¡Cielos, jefe! ¡Luce terrible!” dijo uno de mis hombres. “¡Debería ir a la enfermería!”
Traté de darle una sonrisa simpática.
“¡No importa! Tengo otras cosas de qué preocuparme…”
“Cualquiera pensaría que compartiendo habitación con una chica como esa, luciría de mejor ánimo.” Agregó, tratando de subirme los ánimos.
Pero ese día, el que tuvo un desempeño bajo en el trabajo fui yo.
No podía quitarme la idea de la mente que Pamela se sentía traicionada. Me asustaba lo que Tom dijo de su grupo y que aprovechando la oscuridad del yacimiento, alguno de ellos se la llevara y abusara de ella.
Para la hora de almuerzo, mis pensamientos se habían desbocado, imaginando a Pamela en verdaderas orgias con los mineros, solamente para hacerme sufrir.
Pero la verdad fue que se mostró fría. Apagada.
Ya no era la chica animosa del día anterior. Le había destrozado el corazón.
Cuando terminó la jornada, regresé a la cabaña y tome mi bolso, pensando dormir en la camioneta otra vez.
Pero hubo una breve luz de esperanza.
“¡No tenéis que dormir en la camioneta!” dijo ella, sin mirarme. “Los chicos dijeron que las noches son heladas… y está la otra cama que conseguiste.”
Por razones obvias, la acomodé al otro extremo de la habitación, al lado de la cocinilla.
Fuimos a cenar y cada uno comió por su lado. Tampoco nos mirábamos y trataba de ignorar a la bola de mineros que intentaban ganar su atención.
Volvimos a casa por separado. Yo llegué primero y como de costumbre, preparé mis cosas para el día siguiente.
Al poco rato apareció ella y la muralla del silencio fue evidente.
Fue al baño, a hacer sus necesidades, cuando de repente, tocan a la puerta.
“¡Jefe Marco!” exclamó sorprendido Albert, un miembro del equipo de Tom.
Es un hombre de unos 35 años, alto, de cabello negro, ojos verdes y con bigote, con cierto encanto. Hannah me contó que tenía problemas con las apuestas, era un vividor y además, estaba casado.
“¿Dime?”
“¡Disculpe, jefe!...” dijo Albert, muy complicado. “Al parecer, me han jugado una broma. Me dijeron que la chica nueva, la trainee, se hospedaba aquí… ¡Siento mucho importunarle!”
“Espera un poco…” le respondí.
Llamé a Pamela y le conté lo que pasaba.
Cuando salió del baño, noté que no tenía ganas de salir. Pero la situación entre nosotros estaba tan tensa, que cualquier escape parecía mejor.
Me quedé a solas, en una vorágine de pensamientos. Seguía amando a Marisol y sabía que si volvía a casa, recibiría su cariño.
Pero también amaba a Pamela y aunque mi raciocinio me decía que era natural, que ella no podía quedarse conmigo, el latir de mi corazón se rehusaba a creer esa verdad.
Volvió a eso de las 11 de la noche. Aunque tardó 2 horas en el pueblo, me parecieron 9 milenios.
Ella sabía que seguía despierto, por lo que tomó su pijama y se cambió en el baño.
Sin embargo, lo que hizo más tensa la noche (y que me hizo reconsiderar haber dormido nuevamente en la camioneta), fue escuchar el llanto apagado de Pamela.
El jueves, nuevamente cada uno anduvo por su lado en el trabajo, pero a la hora de regresar a la cabaña, hubo un cambio.
Estaba sentada en una de las sillas que Hannah y yo usamos para comer, esperándome a que regresara.
“Marco, ¿Tenéis unos minutos?” preguntó, con mucha timidez.
Me senté a su lado, mientras que esquivaba mi mirada.
“¡Quiero pediros disculpas, porque he actuado fuera de lugar!” dijo ella, jugueteando con sus manos en el mueble que apoyamos los platos. “Yo no soy Marisol… y no debería ponerme celosa… ¡Pero no puedo evitarlo, Marco!…”
Me miró profundamente a los ojos, en una mezcla entre tristeza e impotencia.
“¡Eres el chico que más me ha gustado jamás!... y me duele que Marisol no te cuide…” confesó, llorando con mucha tristeza. “No debería estar celosa… porque no soy tu esposa… pero mi corazón duele tanto porque no lo soy…”
Quería acariciarla, pero no podía. Era impredecible su forma de reaccionar.
“Veo tus ojos y me siento tan tranquila… porque no sois como los otros chicos… y eres tierno y gentil… que no puedo decir que no a lo que me pidáis…” dijo ella, acariciándome en la cara, con mucha ternura. “Y me siento tan afligida…”
Yo quería besarla…
Y eso hice.
“¡Marco!” exclamó, sorprendida, pero agradada.
“¡Pamela, no tienes idea de cuánto te he extrañado!…” le dije, finalmente, acariciando su rostro. “¡Eres tan hermosa!... y piensas como yo… ¡Eres los celos que no tiene Marisol!... y es por eso que te amo tanto…”
La deseaba. Pamela es mi ancla. La que me tiene centrado.
Marisol es la vela de mis sueños. Ella me da permiso para todo.
Pero es Pamela la que pone los límites y tras tantos meses, entregándome de una a otra, era ella la que se sentía enojada por mis acciones y para una persona como yo, que prefiere la vida de casado, realmente la necesitaba.
La llevaba a la cama, desabrochando su sensualísimo overol y revelando, una vez más, sus deliciosos y lindos senos.
“¡No, Marco!... ¡No, Marco!” protestaba ella, aunque en ningún momento me rechazaba. “¡No podéis hacerme esto!... ¡Quiero dejar de amarte, Marco, porque mío no sois!”
Pero yo no la podía dejar. Es Pamela. Aunque amo a Marisol profundamente, con todo el corazón, de la misma manera amo a Pamela, porque pienso que es lo que complementa a mi ruiseñor.
Pamela es, lo que en pocas palabras, busco de mi ruiseñor: una chica más mezquina con sus sentimientos. Que me quiera solo para ella.
El amor de Marisol es incomparable, pero es complaciente. Según su manera de pensar, no debería bastarme con el suyo para hacerme feliz y por eso me comparte, porque así lo ha hecho con casi todas sus cosas, desde pequeña.
Y la amo. De verdad, amo a mi esposa. Pero no puedo negar que también amo a Pamela.
Nos empezamos a besar un largo rato. Aunque quería rechazarme, los sentimientos se esfumaron rápidamente, al sentir mis labios sobre los suyos.
“¡Marco, te amo tan profundamente!” dijo ella, sollozando. “¡Quiero a Mari y trato de entenderla, pero te quiero tanto a ti, Marco!... ¡Quiero ser tu esposa, aunque sé que no se puede!”
Sentía en mi cuerpo esa mezcla entre amor y calentura. Un deseo imperioso por tomarla y hacerla mía.
La ropa estorbaba y el overol, junto con el peto, por muy sensual que se vieran en ella, sobraba. Ella se resignaba. Seguía molesta, porque la “Amazona española” en sus ojos no abandonaba del todo la guardia.
Pero me deseaba, ardiendo en flamas de pasión.
“¡Marco, podéis hacer lo que quieras conmigo!” decía ella, enterrándome en sus pechos. “Incluso… ¡ah!... incluso…”
Tuvo un orgasmo, simplemente porque le estaba bajando el overol hasta la altura de la cintura y su aroma cautivador, proveniente de su impaciente fuente de placer, me avisó de su transfiguración.
Me miró a los ojos, con la belleza de un ángel.
“Incluso… quería preguntaros… qué opinas de mamá…” dijo ella, con una sonrisa un tanto traviesa.
Se puso más contenta al verme tan confundido.
“Es que mamá aun no olvida al gilipollas de mi padre… y bueno… como tú eres bueno para arreglar esas cosas… quería preguntar si os interesaba…” me besó ardientemente en el cuello.
No podía comprender que el motivo por el cual se terminó de enfadar conmigo hubiese sido uno de sus deseos.
“¡Es que me molesto que lo hicierais sin mi permiso!” explicó ella, besándome sin descanso en las mejillas, aprovechando mi parálisis. “Imagino que mamá debe gustaros, porque obvio, sois un guarro pervertido, obsesionado con las tetas… pero pensé que si lo hicierais… hablaríais antes conmigo…”
Tuve que contenerla y mirarla a los ojos.
“¡No me miréis así!” exclamó ella, avergonzada. “Sigo pensando que Mari está tan loca como una vaca…”
“¡Cabra!” corregí, por reflejo.
Se enfadó al instante.
“¡Carajos, Marco! ¡No interrumpas lo importante!... pero mamá tiene que olvidarlo, porque papá sigue siendo un hijo de puta…” y me miró con ternura. “Y aunque me cuesta reconocerlo… sois el tipo más guay que conozco…”
Tuve que contarle lo que quedaba de verdad.
“Pamela… tanto tu prima, como tu tía me lo han pedido desde mucho tiempo… incluso, de antes de casarme con Marisol… pero yo no quise… porque piensas como yo y encontraba que estaba mal…”
Puso una sonrisa complacida…
“Pero al día siguiente que llegaron… cuando le pediste que fuera a la farmacia… pues ella y yo…”
A la “Amazona española” no le hacía gracia…
Sin embargo, la Pamela de verdad, la que es casi tan o más inmadura que mi ruiseñor, se impuso.
“¡Sois un verdadero pilluelo!… y todo un bandido… y no puedo de dejar de amarte…”
Y empezamos a besarnos, nuevamente.
Esa noche, no fuimos a cenar. Teníamos hambre, pero más de uno por el otro.
Al principio, ella literalmente me cabalgó.
Sus pechos se sacudían alocados y su carita, que hasta unos momentos estaba triste, rebosaba de alegría por tenerme en su interior.
Nos besábamos, con verdadero ardor, porque por primera vez, en toda esta relación, no había secretos entre nosotros. Todo estaba sobre la mesa y a nosotros, nos encantaba.
Pero no nos bastaba con una sola vez. Luego de acabar en ella y esperar a despegarme, lo hicimos a lo perrito.
Su espalda y su deliciosa cintura se marcaban muy bien con el vaivén y sus gemidos de placer, eran fabulosos. No podía creer que lo estaba haciendo nuevamente con ella.
Y yo seguía con las pilas puestas: una vez que nos despegamos, me puse a comer su rajita.
“¡Tío!... ¿Hasta cuándo te cansas?” protestaba ella, entre gemidos.
“Bueno, Pamela… cuando amas a alguien, como yo lo hago contigo… y piensas que la vas a perder y no la tendrás jamás, te das cuenta que no es fácil contenerse…” le respondí, acostándome en la cama, para que ella también me atendiera.
“Marco… ¡Por favor, nunca paréis de decir que me amas!” dijo ella, antes de probarme.
Pero mi sed de lujuria no se frenaba. Luego de correrme en su boca y beber cantidades enormes de sus jugos, le hice la cosa que más le gusta a Marisol, pero que nunca antes le habían hecho a ella.
“¡Marco, sé que te gusta romper mi culo… pero no es necesario que lo chupéis!” dijo ella, algo sorprendida por la situación.
“Solo déjame enseñarte algunas otras cosas que he aprendido en este tiempo…” le dije, estirando sus cachetes.
“¡No, Marco!... ¡No, Marco!... ¡No metáis la lengua en mi ojete!... ¡Carajos!... ¡Para!... ¡Para, por favor!... ¡Rayos!... ¡Se siente bien!...”
Y por molestarla, me quedé unos 15 minutos lamiendo la punta de su esfínter. Su rajita se corrió 4 veces en el proceso y para cuando terminé, ella suplicaba que la metiera por su culo.
“¡Eres un pervertido de mierda!” protestó ella, al sentirme en su interior. “¡Te coges a mi madre!... ¡Y más encima, me coges por el culo!... ¡Sois de lo peor!...”
Pero aunque protestaba mucho porque su madre y yo nos habíamos acostado, la noté muchísimo más fogosa al momento de romperle la cola.
Y a eso de las 11, acabamos. Fueron casi 5 horas de hacer el amor desenfrenadamente.
Y ella, lucía tierna.
“¿Qué pensará Mari de todo esto?” preguntó, bastante confundida, acostada a mi lado.
“Bueno… la verdad es que ella disfruta que tenga otras…” me miró levemente enfadada. “¡No me malentiendas! Para mí, tampoco es tan fácil, porque le he suplicado con que me deje serle fiel…
Se rió con el tono de mi voz, que sonaba realmente complicado…
“Pero la verdad es que tanto tú, como tu prima y tu tía son especiales para ella y ella dice que quiere que encuentren alguien como yo para ser felices…”
Me besó cariñosamente.
“Yo soy feliz contigo… aunque me siento mal por ella, porque será su cumpleaños y su primer aniversario de casada y soy yo la que está acá…”
Mi rostro se complicó dramáticamente.
“¡Querrá matarme porque no la he llamado!”
Pamela se rió a carcajadas de mi aflicción.
“¡Sois un verdadero zoquete, Marco!” exclamó ella, acariciando mi cara. “Pero si queréis, puedo ayudaros. Hay una canción que le gusta mucho, porque dice que piensa en ti cuando la oye. Tal vez, podáis llamarla y dedicársela.”
Le di las gracias y le hice el amor, una vez más.
A los 2 nos sigue confundiendo este arreglo. Pamela y yo amamos mucho a Marisol y ninguno querría lastimarla.
Pero situaciones como esa, donde debería ser mi esposa la que está en mi cama, son complicadas, porque también nos queremos.
Desperté antes que Pamela, que sonreía feliz mientras la abrazaba. Me duché primero y la dejé descansar…
Pero cuando salí del baño, ella dormitaba con la cara apoyada al borde de la cama.
Descubrí la bragueta del bóxer y decidí intentarlo una vez más.
Era un alivio sentir sus labios en la puntita y ella respiraba profundamente, con los ojos cerrados.
Durante unos momentos, pareció reconocer el objeto que tenía en los labios y abrió su boca suavemente.
Sentía su lengua ardiente, acariciándola, como si la probara de manera inconsciente y su saliva, muy espesa, a medida que yo me dejaba llevar por la situación.
Gemía muy agradada, a medida que entraba y salía de su boca.
Repentinamente, la agarró con una de sus manos y la sacó de sus labios.
“Sabéis que es imposible que os chupe la verga mientras duermo… ¿Verdad?” preguntó, mirándome a los ojos, ligeramente enojada.
Aunque estaba petrificado (en más de una ocasión, me ha amenazado con morderla si lo vuelvo a hacer), le respondí.
“Bueno… nunca está de más intentarlo…”
Ella sonrió y dijo “¡Gilipollas!”, volviendo a mamarla hasta hacerme acabar.
Luego que se duchara y nos termináramos de vestir, me miró con preocupación.
“Marco… ¿Me daríais permiso para ir con el grupo de Mr. Tom hoy?” preguntó, con mucha timidez. “Es que ya armamos el Manitou… y los chicos van a probarlo… y no os miento las ganas de verlo funcionando…”
“¡Por supuesto, Pamela! ¡No necesitas preguntarlo!”
“¡Claro que tengo!” exclamó, un tanto sorprendida. “No sois muy bueno en esto de ser jefe, ¿Cierto? Marisol te dejó de responsable por mí y Mr. Tom dice que como tú me trajiste… sois como mi jefe…”
Su mirada cobró un brillo raro cuando dijo eso…
“En cierta forma… soy como Sonia… en la mina…” comprendió, con una mirada de cachonda.
“¡No tengo problemas!... pero tenemos que cuidar las apariencias. Nadie puede saber que tú y yo nos amamos…” le dije, acariciando su cara.
Ella sonrió.
“¡Tío, odiarte es la mar de fácil!” me abrazó por la cintura y me robó un beso. “¡Parar de amarte, no lo es tanto!”
Y nuevamente, se unió al grupo de Tom.
Y nuevamente, a la hora de almuerzo, nos tiraba besos y saludos, muy contenta.
Por la noche, luego de la cena y tras acostarnos, se puso a conversarme muy entusiasmada de cómo el manitou había funcionado a la perfección.
Tom le había dejado a cargo de la bomba sentina, que según sus explicaciones, era la encargada de drenar el agua almacenada en el casco del vehículo, en caso que estuviese operando en una posa profunda de agua.
Por la forma de expresarse y por como movía sus manos, simulando el movimiento de las piezas, vi en ella a Hannah, expresándose de sus motores hidráulicos y definitivamente, zanjaba todas mis dudas que Pamela tiene habilidades para ser una ingeniero.
Yo le conté que Marisol se puso contenta con el saludo y aunque estaba enfadada porque no la había llamado, con la canción que Pamela me había sugerido, había quedado como rey.
“Mari debe estar extrañándote mucho…” dijo Pamela, con algo de vergüenza.
“¡Yo también!” le confesé. “¡Cuánto me gustaría tener una esposa en la mina para poder hacerle el amor!”
Ella sonreía, divertida con mis palabras.
“¿Por qué no sois más sincero y me decís quiero coger?” dijo, abrazándome por el cuello e insertando la punta en su interior, exponiendo sus perfectos y excitadísimos pechos. “Yo soy más honesta y digo que me encanta coger contigo…”
La besaba, perdiéndome entre su aroma a transpiración y la ligera esencia de su perfume francés, que por estos días, por estar trabajando en la faena, se había esfumado, mientras ella se empezaba a sacudir e inundar con sus jugos de placer.
“Porque como te explique… uno coge con alguien que no ama…”
Ella me miró muy coqueta.
“¡Tío! ¡Entonces, solamente contigo he hecho el amor!” sentenció, empezando a sacudirse con mayor rapidez.
Sus cabellos empezaban a mostrar sus rizos, pero no se veía mal. Son tan finos, que cuando sopla el viento, se arremolinan en su cara.
Ella cerraba los ojos, gozando al tenerme adentro, mientras saltaba sobre mí de una manera agradable.
Pero yo quería estar más adentro de ella, por lo que tuve que voltearla.
“¡Tío, cómo coges!... ¡Cómo coges!... ¡Siento que me partes!...”
“¡Pamela… te digo que te hago el amor!” le dije yo, afirmándome a su cintura.
“¡Si…ahora te entiendo!” me besaba profusamente, abrazándose a mi hombro para que la penetrara más y más. “¡Amo esta manera de coger, Marco!... aparte que os adoro más que la vida misma… y tu verga… ¡Es tan dura, tío!... ¡ahhh!... Marisol… es mejor chica que yo, Marco… (beso en los labios, con mucha saliva y mucho deseo)… fuera yo tu esposa… no te comparto…”
El catre se sacudía entero y Pamela le daba por gemir.
Tenía que besarla y ella, más que contenta. Le encanta que la bese, que la acaricie, que le diga que la amo y que no quiero que se vaya.
Pero ella es Pamela. Es más racional. Aunque me tiene muchas ganas, igual se aguanta. Aunque a solas, conmigo se desbanda.
“¡Tio!... ¡Tiooo!... ¡Tiooooo!” exclamaba, a medida que alcanzaba los orgasmos, bastante fuerte y su boca se escapaba de mis labios. “¡Tío… las corridas más intensas… las alcanzo contigo!”
“¡A mí también me encanta hacerte el amor, Pamela!” le decía, bombeándola a toda potencia. “¡Aun mantienes ese orgullo!... ¡Como si fuera indigno de ti!...”
“¡No, Marco!... ¡Estáis equivocado!... ¡Te amo mucho!... ¡ahhh!... ¡Y me vuelves loca con tu verga!...”
Y seguimos así, hasta casi la 1 de la mañana.
A Pamela le encantaba meter la mano bajo la sabana y palpar mi erección, ansiosa por su cola y también estaba de ganas, porque nos acomodábamos de cucharita, ofreciendo su trasero como si me tentara y haciendo que le agarrara los pechos, para ponerme de más ánimos.
Pero tanto a ella como a mí nos costaba más levantarnos por las mañanas, así que tuvimos que contenernos.
El sábado por la mañana, nuevamente me atendió con sus labios deliciosos y en la ducha, aprovechábamos de hacer el amor una vez más, de la manera que tanto le gustaba.
Pero tras desayunar y marchar a la faena, subió el ánimo de mis hombres.
“¡Qué bueno que has vuelto! ¡Te hemos extrañado!” decían ellos, arremolinándose a su alrededor.
Tras trabajar en un bar, Pamela aprendió a controlar multitudes de hombres ansiosos.
“¡Gracias, chicos! ¡Son muy dulces!” dijo ella, tratando de abrirse el paso.
“Te trataron bien, ¿Verdad?... porque estábamos preocupados por ti…”
Unos y otros empezaban a afirmar.
“Si, los chicos fueron muy caballeros y me trataron bien… pero ¡Vamos, que yo también quiero trabajar acá hoy!”
Y por primera vez, mis muchachos trabajaron de buena gana… aunque la eficiencia dejaba mucho que desear, porque miraban constantemente a Pamela.
Le enseñé a realizar amortizaciones en un portátil, para que se divirtiera con los cálculos.
Es inusual ver a una mujer tan hermosa como ella celebrando como si metiera un gol, simplemente porque completaba la amortización de un equipo y con una carita tan brillante de satisfacción.
Pienso que fue por eso que no les sorprendió a mis hombres que no se les uniera a almorzar.
“¡Lo siento, chicos!... pero me ha gustado todo esto y me gustaría sacar un equipo más… les acompañaré luego…”
“¡Te estaremos esperando!” dijeron mis hombres. “Jefe, ¿Aun sigue complicado con el Gantt?”
Como era mi última semana de trabajo, tenía que redactar la carta Gantt antes de marcharme.
“¡Si, creo que también me tomaré un tiempo!” les respondí, casi sin despegarme de la pantalla.
Imagino que más de uno debió imaginarse lo que pasaría a continuación.
“Bueno, jefe… no olvide que el casino cierra a las 2…” dijo uno de ellos, cerrando la puerta.
Tras un par de minutos, Pamela salió de su escritorio.
“Bueno, Marco… sois mi jefe… ¿Qué queréis pedirme?” dijo ella, desabrochando su overol para apreciar su escote.
“¡Me encantaría metértelo, pero se darán cuenta!” le confesé, abochornado, mientras ella se abalanzaba sobre mi cuerpo, deseosa.
El rostro de Pamela se iluminó como un árbol navideño.
“Podría usar mis pechos… para bajarte las tensiones…”
Se levantó el peto hasta la altura de sus pechos y la envolvió, mientras su lengua lamía la puntita.
“Hubiese sido Sonia… te la chupaba cada vez que pudiera…” confesó ella, lamiendo muy animosa.
Me tuvo loco toda la mañana, con su cola de caballo y ese overol tan apretado. Y por la forma de chupar, yo también la tenía calentona.
“Dime, Marco… ¿Son mejores mis pechos?...” preguntó ella, mirándome a los ojos muy seria, mientras la envolvía. “¿Pensáis que mis tetas siguen siendo buenas?... ¿O prefieres las de mi mamá o las mis primas?...”
“Es que son estilos distintos…” le respondí.
Pamela tiene casi el mismo busto de Marisol, pero es la que tiene más experiencia haciendo paizuris.
Amelia tiene unos dirigibles impresionantes, que con su carácter dócil, dan gusto de probar.
Verónica, su madre, también tiene unos pechos grandes, pero más sensibles y las sacudidas también le dan placer.
Los de Marisol son deliciosos, porque ahora que me estrujan, tiran algo de leche, que no deja de calentarme.
Y los de Lucia son gigantescos, al punto que me puedo correr entre ellos y la cabeza saca levemente la punta, tal cual como los mangas hentai.
Pero la manera de Pamela es diferente. Ella trabaja sus pechos, para apretarte y le encanta chupar.
“¡Sois tan guarrillo!... y me encanta haceros cubanas… ¡Te pones tan loquito cuando la chupo!...”
Y me hizo una demostración…
Yo flotaba en una nube.
“¡Pamela!... ¡Pamela!... ¡Me voy a correr!” le avisé.
“¡Ya!... ¡Ya!...” dijo ella, sellando mi pene con su peto. “¡Córrete en mis tetas!”
Y le obedecí. El peto quedó manchado por dentro con mis jugos…
“¡Qué guarro sois!” dijo, lamiendo una gota solitaria que alcanzo su cuello. “¡Siempre tirando leche tan fuerte!... al menos, no manchaste mi pelo…”
Luego me limpio y la guardó.
“Bueno, tío. ¡Arréglate y te veo en el casino!” dijo ella. “¡Voy a limpiarme y nos vemos luego!”
Pero cuando se unió conmigo, TODOS nos dimos cuenta que los pechos de Pamela estaban sueltos. Y cuando digo TODOS, es porque eran TODOS.
Desde el cocinero y el lavaplatos, hasta el encargado del pañol, se habían dado cuenta que el sacudir de los pechos de Pamela no era normal.
La tarde de ese sábado, nadie, aparte de ella, trabajó. Incluso yo estaba caliente, pensando que estaba sin ropa interior bajo el overol y quedábamos como mensos contemplándola.
Ella, por supuesto, disfrutando del momento.
“¡Tío, es que no quería manchar mi sujetador con tus jugos!... y veo que te ha gustado mucho…” dijo ella, al ver que mis ojos no se despegaban de sus pechos.
Le salté encima y no fuimos a cenar, haciendo el amor hasta casi las 2 de la mañana.
Pero el domingo fue un día más normal.
Al mediodía, Tom se unió a nuestro grupo para el almuerzo.
“¡Al parecer, no tienes mucha experiencia con los Trainees!” me dijo. “Por lo general, se redacta un informe de desempeño cuando se marchan…”
Y luego me dijo que me acercara, para decirme algo al oído.
“Y generalmente, pasan con nosotros 3 meses…”
Luego volvimos a nuestras posiciones.
“Pero siempre ocurren errores en el sistema.” Dijo, acariciando con ternura el rostro de Pamela, que sonrió complacida. “No me sorprendería que esta preciosura la hayan mandado originalmente a Melbourne.”
“¡Muchas gracias!” dijo ella, sonriendo con dulzura.
“Pero esta chica es especial.” Le dijo, mirándola a los ojos. “Hicimos pruebas a la sentina y funciona bastante bien. Pensé que le daría asco trabajar con aceite, pero no fue el caso. Trabajo mejor que mis hombres…”
Entendía bien sus carcajadas. En nuestra oficina, también había pasado lo mismo.
“Cuando aceptamos a uno de los nuestros, les damos un apodo.” Dijo Tom, con un tono más paternal. “Pensábamos llamarte “princesa”, pero te vimos tan empeñosa y contenta de trabajar, que te bautizamos “bujía” (Sparkplug) y si decides un día regresar, te tendremos un lugar reservado.”
Aunque era la típica frase cliché, Pamela y yo sabíamos que lo decía con honestidad. Incluso, mi preciosa “Amazona española” mostró algunas lágrimas, en agradecimiento.
Con 20 minutos antes que terminara el turno, le di permiso para que se fuera a despedir del personal de mantenimiento y de mis propios hombres.
Para ellos fue una agradable sorpresa, ya que no están muy acostumbrados a que mujeres bonitas se despidan de ellos con besos en las mejillas.
Cenamos una última vez en la casa de huéspedes e hicimos el amor un par de veces, más callados y más tristes.
No quería irse. Esa semana, para ella, había sido mágica, así como para mí fue la pasantía que me concedió ese verano mi tío.
Pudo probar que realmente, tiene habilidades para lo que está estudiando, además de la experiencia de ser mi esposa por un par de días.
Luego de entregar mi turno, cargar las cosas en la camioneta y entregar las llaves de la cabaña en la recepción, Pamela soltó unas últimas lágrimas al abandonar el complejo.
“¡Gracias, Marco!” dijo, besándome suavemente. “¡Nunca olvidaré esto!”
Y fue de esa manera que abandonamos esa semana de ensueño y volvimos a la ligeramente más fría realidad.
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5 comentarios - Siete por siete (60): Pamela en faena (III)