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Compendio I
Debo decir que la situación está mejorando. Ya me dejan que yo las busque.
Es que ese es el problema. Verónica me lo advirtió una vez: que cuando una mujer no tiene buen sexo por mucho tiempo, se envicia fácilmente y trata de compensar el tiempo perdido.
Incluso la misma Celeste me dijo la vez que la conocí que una mujer que no follaba por mucho tiempo, agarraba un carácter de perros.
El factor tiempo siempre me ha jugado en mi contra. No porque me falte, pero al parecer, me he vuelto bueno en la cama y ese periodo de cambio entre fin de turno y regreso a casa es siempre un poquito más agotador, porque la chica que dejo me exige un poco más, para no olvidarme y la que me recibe, trata de compensar mi ausencia.
Entonces, por esos motivos, Pamela y su familia no me dejaron tranquilo hasta el 2 de febrero, que era la fecha que originalmente volvían. Lucia suspendió los boletos y por eso, hasta esa fecha me tomaron sin dejarme descansar.
También debo agregar que hoy tuve una cita oficial con Pamela. Me sorprende que una chica tan hermosa como ella no la lleven al cine más a menudo. Como siempre, mi esposa me apoyó en todo momento, mientras que Lucia tomaba mi camioneta y aprovechaba de llevarlas a ella, a las pequeñas y a Celeste a la playa.
La mañana de ese martes, fue delicioso despertar al lado de ella. Me abrazaba fuertemente, como si fuera su oso de peluche y podía sentir el aroma a sus cabellos.
“¡Buenos días, Pamela!” le dije, cuando despertó por la alarma.
Dio un bostezo enorme y estiró sus brazos, pero luego se sobresaltó al ver dónde estaba.
“¡Buenos días, Marco!” dijo ella, afirmándose más fuerte a mi cintura. “¡Qué bueno que no os marchaste!”
“¡Por supuesto que no, Pamela! ¡Habría que estar loco para hacerlo!”
Ella sonrió avergonzada.
“¡Vamos, tío!... ¡No digáis esas cosas, que ya estáis casado!”
Nos empezamos a besar y sin querer (O a lo mejor, fue intencional), deslizo su mano bajo la sabana.
“¡Joder, tío! ¿Cómo podéis estar así?” exclamó, sorprendida al ver mi erección matinal. “¡Cogiste conmigo hasta el cansancio y aun queréis más!”
“¡Es que eres muy linda, Pamela y aunque te hago el amor, me separo y quiero hacerlo otra vez!” respondí.
A ella le avergüenza que le diga que le hago el amor.
“¡Vale, tío!... pero no digáis esas cosas…” me pidió, muy colorada. “Muchos chicos me lo han dicho… y no quiero que suenes como ellos.”
“Lo sé y te pido disculpas. Pero sinceramente, yo te hago el amor…”
Ella dio un suspiro y una leve sonrisa.
“Bueno… si soy tu esposa en la mina… debo hacer lo mismo que Marisol… ¿No?” preguntó, con una mirada tan sensual.
“¡No lo sé!…” respondí, tragando saliva. “Es cosa tuya…”
Ella sonrío y la empezó a mamar.
Era delicioso. No es el estilo de Marisol, que lo chupa con un vacío impresionante.
Pamela me estimulaba, envolviéndola en una especie de anillo con sus dedos, que subían y bajaban. Me sentía como un envase de pasta dental, que Pamela estaba obstinada en vaciar.
Pero tenía que correr sus cabellos constantemente, producto del vaivén.
“Pamela… ¿Te molestaría mucho… si te pidiera que usaras una cola de caballo?”
Ella sonrió.
“¿Lo decís por mi pelo? Porque no me molesta tanto…” respondió, volviendo a chupar.
“Es que es algo que me excita…” confesé.
Ella se detuvo.
“¡Sí que sois un tío guarrillo!” dijo ella, sonriendo. Se puso de pie y busco en su bolso un moño.
Se lo tomó y definitivamente, se veía mejor.
“¿Contento?”
Moví la cabeza, en aprobación, babeando porque volviera a chuparla.
A ella le encanta mi sabor y a ratos, paraba de chuparla y la lamía como si fuera un helado.
“¡Tío, toco tu verga y me mojo!... lo único que pienso es en follar contigo, follar contigo y que me beses… y lamerla así… tan paradita en la mañana… me pone más arrecha…” confesaba, para luego colocarla en sus labios.
Yo suspiraba, a medida que subía y bajaba la cabeza con más y más rapidez. Y su cola de caballo se sacudía como un látigo.
Finalmente, me corrí en sus labios.
“¿Cómo botas tanta leche, tío?” preguntó, lamiendo los restos que bajaban por mi falo. “Pensé que sería menos y más encima, sigue parada…”
“Es el poder de la cola de caballo…” respondí, con una sonrisa de satisfacción.
Fuimos a la ducha y nos bañamos juntos.
“¡Carajos, Marco!... ¡Carajos, Marco!...” exclamaba ella, a medida que la sodomizaba en la ducha. “¿Cómo puedes… seguir tan duro?”
“¡Pamela, no hables tan fuerte, que pueden escucharte!” le respondí.
Estaba apoyada de brazos en la pared que daba a la ventana. Las veces que he estado solo, he pasado por fuera de esas ventanas y he escuchado a los tipos que se bañan cantando o conversando.
De hecho, en una ocasión, me pareció oír a alguien haciéndose una paja.
Su trasero es apretado, ardiente y tentador. Incluso mojada con el agua de la ducha no podía avanzar fácilmente en su intestino.
Sus pechos se sacudían como si fueran gelatinas, pero yo le daba duro, afirmado a sus caderas.
“¡Pendejo!” exclamaba la “Amazona española”, muy excitada. “¡Como te gusta romperme el culo!”
“Es que tu culo es perfecto…” le respondí, descargando mi leche en su interior.
Pamela se sacudió, completamente desecha.
“¡Uff!... cómo te gusta coger…” exclamó, apoyándose en la muralla, esperando a que nos separáramos.
Le sugerí que usara ropa interior y un peto bajo el overol.
Tenía planeado llevarla adentro de la mina y el calor es terrible.
Nuevamente, las miradas se posaron en ella, mientras buscábamos nuestro desayuno en la casa de huéspedes. Dio la casualidad de encontrarme con Tom.
“¡Hace tiempo que no te veía al desayuno!” luego, miró a Pamela. “¿Y quién es esta chica? ¡Es un ángel caído del cielo!”
Pamela se avergonzó con los comentarios del viejo verde.
“Muchas gracias por sus palabras.” Respondió, remarcando su sonsonete en inglés.
“¡Ese acento!... ¿Esta chica es de tu país?” preguntó, mirándome a los ojos.
“¡No! ¡Ella es española!” respondí, con una verdad a medias. “Es una Ingeniero Trainee y ha venido para aprender.”
“¡Ya veo! Si “Cargo” la viera, se volvería una furia…”
Pamela me miró confundida.
La primera nube de tormenta…
“¿Cargo? ¿Qué es eso?” me preguntó Pamela, en nuestra lengua nativa.
“Después te explico…” respondí, levemente nervioso.
“¡Ahora veo por qué está a tu lado! ¡Hablan el mismo idioma!” exclamó Tom, limpiando su boca con la servilleta.
Con sólo vernos, ya sabía la verdad. Pero tiene la madurez de los años y la experiencia de una vida de minero.
Además, aunque Hannah lo calienta, la quiere como una nieta y es uno de los pocos hombres en faena que le tengo confianza.
“La verdad, es una estudiante de ingeniería de primer año y estoy mostrándole lo que hace un ingeniero. Incluso, quería pedirte si podía acompañar a tu grupo.”
“¿Estás seguro de lo que me pides? Porque esta chica es demasiado linda para entrar a oscuras, en una cueva…”
Pamela entristeció ligeramente, comprendiendo la intención de sus palabras. Sin embargo, recuperó su fulgor con mi respuesta.
“Aunque es bellísima, es habilidosa, inteligente y muy fuerte. Además, ustedes siempre se quejan que dejan trabajos pendientes…”
La mirada que le di a Tom confirmó sus sospechas, porque es Hannah la que se queja de eso.
“¡Está bien, Marco!... trataré de cuidarla, pero no te garantizo nada… y guardaré tu secreto…” sentenció, tomando la bandeja.
Aunque Pamela creyó que se refería al engaño que era una Ingeniero Trainee, entendí que se refería a mi relación con Hannah.
Al llegar a la oficina, todos preguntaron ansiosos por ella.
“Ha ido con el grupo de Tom, a revisar un Manitou…” les expliqué, para sacármelos de encima.
“Pero jefe, ¿Cómo le dejó hacer eso?” preguntó uno.
“¡Es una Trainee!” Le expliqué. “¡No puede quedarse exclusivamente de administrativa!”
“Pero jefe… los del grupo de Tom… son unos depravados…” afirmó otro.
Me miraba con cinismo. Como si no fuese igual a ellos.
“¡Ella sabe cuidarse!” Respondí, algo molesto “Además, dejé a Tom de responsable por ella.”
Pero hubo uno más astuto que los demás…
“Jefe, ¿Y la vio desnuda?”
Sus compañeros se volvieron a mirarle.
“¿De qué hablas?”
“Hablé con Shawn, el de la recepción y le di unos billetes, para que me dijera dónde se está hospedando.” Luego, me miró con ojos ladinos. “Dijo que se acomodó en su cabaña.”
Si antes me miraban con impaciencia, ahora me miraban con envidia.
“¿Es eso verdad?” empezaron a preguntar unos y otros.
“¡Si, eso es cierto!” Respondí, sabiendo que no me los quitaría de encima.
Luego de una ovación, empezaron con…
“¿Cómo es?”
“¿Vio sus tetas?”
“¿Qué tal es su culo?”
Traté de llamarles a la calma.
“¡Chicos, chicos!... soy un caballero. ¡No puedo contarle esas cosas!”
“¡Vamos, jefe!” exclamó el astuto. “Todos sabemos que se coge a “Cargo”…”
Lo miré enfadado.
“¡Y es por eso que no puedo contarles!” Refuté, bien enérgico. “No voy a negarles que Hannah es mi “novia de la mina”, pero soy un caballero y si le preguntas a Shawn, no fue mi primera elección que durmiera en mi cabaña…”
Algunos me creyeron, porque soy honesto y bien derecho en el trabajo.
“Pero jefe… no puede negar que esa chica es sensual…” dijo uno de los que me creyó.
Lo miré con dureza.
“¿Y solamente en eso te quedas?” le pregunté. “¿Hablaron con ella? ¿Escucharon sus preguntas? Yo tuve la oportunidad de conversar con ella y aunque la encuentro muy bonita, también es muy inteligente.”
Les ordené que volvieran a sus puestos y obedecieron no de buena gana. De tener que redactar los reportes de evaluación ese día, habría dicho que su desempeño fue ínfimo.
Escuchaba algunas risas y comentarios soeces sobre Pamela, pero tenía que aguantármelos. Era el precio porque ella entrara en la faena.
A la hora de almuerzo, se sentó con el grupo de Tom.
Pamela, contenta como una niña, me saludaba a la mesa, gesto que mis hombres interpretaban para ellos mismos y le devolvían muy contentos. Yo solamente le podía dar una sonrisa.
Entonces, al atardecer, nos juntamos en la cabaña.
“¡Tío, cómo jodes!” se quejaba, mientras le agarraba los pechos por encima del overol. “¡Que ya cogimos en la mañana!...”
“¡Lo siento, Pamela! Es que te ves hermosa así.” le respondí.
Ella palpaba mi miembro.
“No digo que me moleste…” se volvió para besarme. “Es que si me seguís tocando así… voy a perder la cena por follarte…”
Le bajé la cremallera y su peto blanco, con sus pechos regordetes y bien parados, salieron a recibirme, con sus pezones en punta.
“Podemos hacerlo rapidito…” le sugerí, punteándola.
Me besó muy contenta.
“¡Esa idea me gusta!”
Fuimos al baño y nos desnudamos.
La montaba encima de mí, apresándola contra la pared. El agua tibia nos impactaba, pero ella se veía muy sensual.
“Amelia… me dijo… que tenías algo… por las colas de caballo…” decía ella, recibiendo mis fuertes embestidas.
“¡Así es!... me encantan… las mujeres… con cabello liso…” le dije, enterrándola entre sus piernas.
Trató de no mirarme.
“Pues, tío… yo… tengo rizos…” confesó, con un rubor delicioso.
“¡No me digas!” exclamé, bombeando con más fuerza.
“Por eso… usaba el cabello corto…” me explicaba, abrazándome a su pecho. “Tengo que alisarlo… cada 3 días… sino se me infla…”
La levantaba de las piernas, para que me envolviera. Se quejaba deliciosamente sobre mi hombro derecho, mientras nuevamente la ensanchaba.
Ella se afirmaba, abrazándome por el pelo y mi espalda.
“¡Eres un tío extraño!” sonreía, mientras me besaba. “A ningún chico… le he dicho eso…”
La apoyé contra la pared, sujetándola por el vientre. Quería acabar en ella terriblemente, por montones.
“¡Ay, Marco!... ¡Ay, Marco!... ¡Cuánto me llenas!...” exclamó ella, muy contenta, al recibir mis jugos.
Se miraba los dedos de los pies, una vez que nos separamos.
“¿No pensáis que coger en la ducha es lo mejor?” reflexionó ella, muy contenta, sentándose en el excusado. “Los pies se arrugan… y tus dedos se duermen… y te sientes tan limpia y viva… como si fueses otra persona.”
“¡Lo pensaré cuando lo haga!” respondí, tomando mi toalla. “Por ahora, me conformo con hacerte el amor bajo la ducha…”
Nuevamente, enrojeció y sonrió con mis palabras.
Nos vestimos nuevamente y fuimos a cenar.
Pamela vestía una falda de mezclilla y una camisa roja a cuadros, que medio cubrían su peto y su apetitoso escote. Al entrar en el casino, nuevamente fue el centro de atención y lo fue hasta que nos marchamos.
“¿Cómo lo pasaste hoy? ¿Me extrañaste?” preguntó, muy coqueta, después de cenar.
“Todos mis hombres preguntaron por ti.” Le respondí. “Incluso, me preguntaron si te vi desnuda.”
Enrojeció hasta el pelo…
“No les respondí, si eso te preocupa…” dije para que volvieran sus colores, mientras abría la puerta de la cabaña.
“¡Qué considerado!... pero dime, ¿Qué carajos es “Cargo”? Los chicos no pararon de hablar de ello.”
Otro trueno, lejano, anunciando la tormenta en nuestra relación.
Se sentó en la cama, mientras preparaba mis cosas para el día siguiente.
“Cargo es el apodo del Jefe de mantenimiento y operaciones…”
Una leve llovizna…
“¡Ya va!... pero ¿Qué carajos tiene que ver conmigo?”
“Pues… Hannah es una mujer…”
Un fuerte trueno, mucho más cerca…
“¿”Cargo” es una mujer?” preguntó ella, sorprendida.
“¡Así es!” respondí con una gran sonrisa.
Sus ojos se volvieron inquisidores.
“Y… ¿La tía es bonita?”
“La chica más bonita que han visto, hasta que llegaste tú…” respondí, sonriendo.
El aguacero caía con gotas gordas…
“¿Y cómo es? ¿Es alta? ¿Rubia?... ¿De ojos azules?” preguntó, con mucho temor.
Se desataba el diluvio universal…
“Es más baja que tú… pero rubia y de ojos azules…”
Se detuvo, al ver mis ojos.
“¿Y a ti?... ¿También te gusta?”
El relámpago me cayó encima…
“¡Cerdo! ¡Pervertido!” dijo, rompiendo en llanto, al ver mi cara. “¿Marisol lo sabe?”
Yo estaba acorralado…
“¡Por supuesto que lo sabe! ¡Es mi esposa!”
Se acostó en la cama, a enterrar su rostro en el cojín y llorar con amargura.
Fue por impulso. No pude controlarme y al verla así, le conté todo, desde el principio, hasta la última semana.
Tenía remordimientos y dado que la relación entre Pamela y yo estaba llena de mentiras, quería serle honesto, aunque la verdad le doliera.
Cuando terminé de hablar de su madre, se volvió hacia mí, iracunda.
“¡Sois un puerco! ¡No quiero verte!”
Me arrojó un plato, directo a la cara.
“¡Vete, vete!” dijo ella, correteándome con sus manos, mientras yo me sobaba con mis manos. “¡Ya no te quiero!... ¡Eres malo!”
Y me echó de la cabaña.
No tenía adonde acudir. Incluso si lo tuviera, ¿Cómo lo explicaba?
Y me acomodé en la camioneta, con la poca ropa que llevaba, sintiéndome horrible.
Había hecho llorar a Pamela. Una chica, que a pesar de las apariencias, es sensible y tierna y en el silencioso y oscuro vehículo, yo también lloraba.
Pensé en llamar a Marisol, pero ¿Qué podía decirle?
Esa noche, la temperatura mínima registrada por el termómetro fue de 13º C y recuerdo que cuando entré a la cabaña, tenía un poco de fiebre.
Me di una ducha caliente, cuando repentinamente, se abrió la puerta del baño.
Pensé que Pamela se había calmado, pero cuando metió su mano a la ducha, abrió toda el agua fría.
Sin embargo, no todo lo que baja se queda sin subir…
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1 comentarios - Siete por siete (59): Pamela en faena (II)
gracias