Post anterior
Post siguiente
Compendio I
Marisol me está pidiendo lo imposible.
Quiere que cuente toda la semana de una sola pasada, pero no puedo. Son muchas cosas.
Le agradezco que “me cubra” (según dice ella, pero el propósito de todas estas bitácoras eran para que ella no me extrañara mientras estaba en faena, aunque también sirve para informar a mi suegra y a mi amiga Sonia).
Pero me siento muy cansado y también he perdido peso. Bajé 2.8 Kg. Y si antes tenía panza, se me ha extraviado en el cuerpo de ellas.
Al menos, han cambiado el menú. No quiero ver mariscos ni pescados por un buen tiempo y hoy comimos tortilla de acelga con arroz.
Puede que Pamela no tenga ojos verdes o que su color de piel sea más oscuro que el de Marisol. Pero aparte de su cuerpo, tiene algo en sus ojos que me cautiva y me embelesa.
Son de color castaños y misteriosos. Por un lado, son tiernos y amigables. Pero cuando se enfadan, brillan con pleno fulgor madrileño. Pestañas largas y seductoras, que hacen cordiales invitaciones a quien la ve y unas cejas delgaditas y bien cuidadas, que resaltan la finura de sus rasgos.
Su nariz es chiquitita. Levemente respingada, con un tabique largo y distinguido, factor común en las parientes de mi ruiseñor.
Sus mejillas son delgadas y suaves, que le dan a su rostro la forma de avellana, con un mentón menudito.
Y sus labios son gruesos, carnosos y sensuales. Cuando besa, te arrebatan el aire y reciben tu lengua con otra dulce y ardiente. Cuando chupan, la envuelven en una atmosfera agradable y deliciosa, donde su lengua se encarga de recibir deliciosamente al visitante inesperado.
En más de una ocasión, me ha reprendido porque le pongo la puntita en los labios cuando duerme. Pero es que son tan tentadores y chupan tan rico cuando está despierta, que es un sueño sentir lo mismo cuando está dormida.
Su cuerpo, es simplemente estupendo. Unos pechos del tamaño de Marisol, pero distintos. Mientras que los de mi esposa son suaves, elásticos y rebosan de volumen por la leche en su interior, los de Pamela son paraditos, pujantes y desafían la gravedad como si fuera una quinceañera, con la misma actitud que su dueña mira al mundo.
Su cola es divina: unas nalgas bien formadas, gruesas y carnosas, en completa proporción con su cuerpo, pero irresistible para el tacto.
Y su cabello… Lo que más me ha matado estos días es su cabello. Negro, alisado y con una cola de caballo sensual y resplandeciente.
Ella se ríe, porque me altero cuando se lo toma (anda con un moño en los bolsillos), diciendo que son tonterías mías.
Pero se da cuenta que lo disfrutamos más cuando lo hace.
La semana anterior al viaje en faena fue complicada. Con Marisol, nos acostábamos a eso de las 9 de la noche y lo hacíamos hasta alrededor de la medianoche.
Sin embargo, a eso de la 1 de la mañana, Marisol se dormía y yo me escabullía a la pieza de Pamela. Le avergonzaba recibirme a esas horas, pero no lo suficiente para mandarme de vuelta.
Dormía con un pijama veraniego calipso de 2 piezas: un pantaloncillo corto, que resaltaba libidinosamente su trasero y una camiseta de algodón con mangas cortas, que resaltaba sus pechos.
Nos empezábamos a besar desbocadamente. Aunque me gusta el sabor a limón de los labios de Marisol, tanto Pamela como yo teníamos ansias por nuestras bocas.
La fui arrinconando hasta la cama, metiendo mis manos bajo su ropa y ella me dejaba. Para cuando se acostaba, me esperaba mojadita y sonriente, con piernas abiertas para que la desflorara una vez más.
Me besaba el pecho y me miraba con ojos suplicantes y tiernos. No quería que la dejara.
Con sus piernas, se aferraba a mi cintura, para que mis embestidas fuesen más profundas y potentes. Le encanta que la aplaste, apoyada a la pared que la separa del cuarto de su madre y ella gemía apasionadamente.
Ya habían pasado esos negros días donde usábamos preservativos y atacaba a fierro limpio, irrumpiendo a través de ese estrecho, húmedo y fluyente templo del placer.
Le encantaba que tocase sus nalgas. Se sentía más cerca y le forzaba una entrada más intensa que la habitual.
Se corría incesantemente, a medida que la bombeaba, dando pequeños sollozos. La pobrecita no quería que terminara y para su dicha, recién estábamos empezando.
Cuando empezó todo este asunto con la familia de Marisol, los remordimientos me impidieron ver los beneficios de la situación.
Al principio, era Verónica, que aprovechaba cada momento que teníamos a escondidas para darme mamadas o que la metiera en la cola.
Después, le siguió Pamela, que aprovechaba las horas que Marisol estaba en la universidad para masturbarme con sus pechos o que le hiciera la cola también.
Posteriormente, cuando Amelia se unió al grupo, tenía que turnarme las noches para satisfacerla a ella y a su madre, en la casa de mi suegro.
Y finalmente, cuando Sonia empezó a acompañarme en faena, tuve que aprender a moderarme.
La situación me ayudó mucho, aunque fue una espada de 2 filos: por un lado, mi resistencia mejoró bastante y Marisol era la principal beneficiada. Pero por el otro, el cansancio físico causó estragos en mi cuerpo (Al igual que ahora).
De los miserables 20 minutos de placer que le concedía a mi ruiseñor, los pude extender hasta 45 y solamente, considerando la penetración en sí, dado que el juego previo incrementaba su placer en media hora más.
Entonces, cuando dejaba a Pamela dichosa, literalmente molida a vergazos, nos besábamos otro poco, esperábamos que me bajara y luego le hacía la cola.
Finalmente, luego de unos 45 minutos adicionales de placer anal, la dejaba dormir y volvía a la habitación de mi ruiseñor, a dormir unas 2 horas, para luego preparar el desayuno con Celeste.
Pamela me contó que ni siquiera a su otro novio le había dado la cola, puesto que vivía obsesionado con manosear sus pechos y porque su resistencia en la cama era deplorable.
Pero conmigo, Pamela no me hace bajar del todo. Le puedo hacer el amor las veces que quiera y cómo quiera, pero nos separamos, nos acurrucamos y al poco rato, la estoy molestando para meterlo.
También me pasa con mi ruiseñor, pero ella sabe contenerse, principalmente por si las pequeñas se despiertan por la noche y uno de los 2 tiene que ir a atenderlas.
Sin embargo, a Pamela le divierte que la encuentre tan divina, diciendo que soy un “pervertido de mierda”, un “depravado por sus tetas” y otras linduras más.
La madrugada del domingo, a vísperas de mi viaje a faena, nos pusimos a charlar.
“Entonces… te vas por una semana.” Dijo, algo triste, mientras la abrazaba por la espalda.
“Si, pero vuelvo pronto…” respondí con un tono más alegre.
“¿Y no extrañas a Marisol mientras estás allá?”
“¡Por supuesto!” respondí. “La faena es complicada, dura y como la mayoría son hombres, las noches se vuelven muy largas…”
Y llegamos a ese momento que me hizo tomar esa alocada decisión.
Me miró, con sus ojitos brillantes y tiernos y me preguntó.
“Marco… ¿Tú crees que pueda hacerlo también?”
Recapitulando un poco, luego que Pamela y Lucia hicieran las paces tras su exitoso desempeño en las pruebas de admisión universitaria, Pamela decidió seguir mis pasos y estudiar ingeniería en minas.
Aunque el primer semestre no tuvo complicaciones, en el segundo empezaron las dificultades. Los 2 profesores que le pusieron problemas eran de ramos introductorios de administración, quienes al verla tan bonita e inteligente, la acusaron de hacer trampa en los exámenes y la mantuvieron en una situación parecida a lo que pasó con Amelia, con su profesor de educación física, manteniendo sus calificaciones al borde del aprobado.
Le dije que esas materias son una porquería y que le tenía fe, porque Pamela es simplemente brillante en los cálculos y las matemáticas…
“Y estoy seguro que si me acompañaras a la mina, me serías de mucha ayuda…” le dije, tratando de subirle los ánimos.
Ella se puso colorada.
“¡Vamos, Marco! ¡No jodas!...” dijo, sin poder mirarme a los ojos y con ese sonsonete español que me derrite. “¡La única razón por la que me llevarías a la mina sería para coger!”
“¡Te equivocas, Pamela!” le aclaré. “En faena, la situación es completamente distinta…”
E inconscientemente, empecé a cranear la situación…
Si bien, tenemos casas particulares para hospedarnos, la empresa permite el acceso solamente de trabajadores del complejo, para así prevenir hurtos y que en el fondo, no se ejerza la prostitución dentro del recinto.
No obstante, en mi condición de jefe de faena de extracción, puedo solicitar el uso de las instalaciones a particulares, ya que en algunas ocasiones debo interactuar con contratistas y proveedores de servicios.
El único problema era que necesitaba un permiso administrativo. Pero pensaba que en el peor de los casos, podría arrendar un cuarto en el pueblo e ir a buscarla por las mañanas.
Mi idea causó sorpresa al desayuno.
“¡Marco, ella es una estudiante de primer año!... ¿Cómo puedes sugerir eso?” preguntó Lucia.
“Pamela es muy inteligente y tengo confianza que le ira bien…”
“Pero amor… ¿Y si tus compañeros le hacen algo?”
Yo sonreí.
“Pamela sabe defenderse y me acompañara a todas partes…” respondí, mirando a Pamela, que estaba ligeramente colorada.
“Bueno… si tú me aseguras que la cuidaras y no le pasará algo, yo puedo dejarte.” Dijo mi ruiseñor.
Pude ver que a Lucia le preocupaba cómo dormiríamos por la noche, pero no hizo comentarios al respecto.
Sugerí que empacara ropa veraniega, aunque nada demasiado llamativo y que para la noche, algunas prendas más gruesas.
Salimos a eso de las 5 de la mañana. Mi turno en faena empieza a las 8, pero casi todos llegan atrasados el primer día. En el camino, le fui explicando la situación.
A diferencia de Amelia y Verónica, Pamela y Lucia saben hablar perfectamente el inglés. Sin embargo, es gracioso y sensual escuchar a Pamela, porque su sonsonete español también se marca en la lengua inglesa.
Ella seguía ilusionada con que dormiríamos en la misma habitación y que viviríamos una semana como si estuviésemos casados, pero tuve que romperle esa burbuja, diciéndole que le conseguiría una habitación aparte.
No sabía lo equivocado que yo estaba…
Pamela es hermosa, independiente de donde vaya. Todos se arremolinaban a mi lado, al ver la beldad que me acompañaba.
Incluso el encargado del pañol no podía creer lo hermosa que Pamela se veía en overol.
Sinceramente, las fotos de chicas en la pared no lucían tan sensuales y seductoras como Pamela vestida de esa manera: se destacaba su busto perfecto y su cola de diosa e incluso, el casco y las orejeras la hacían ver algo tierna.
Lo único que no pudimos conseguir fueron botas de seguridad de su tamaño, porque sus pies son pequeños y delicados. El encargado, después, me dio las gracias por presentársela.
En mi oficina, también los dejó con la boca abierta.
Pamela hizo su actuación a la perfección: se hizo pasar por Ingeniero Trainee de intercambio y ellos no lo dudaron, porque ese sonsonete especial y esa mirada cautivadora nubla todo pensamiento.
Le pedí que se dieran su tiempo y les explicaran sus labores, lo que hicieron más que encantados. Pero Pamela me daba breves sonrisitas de contenta.
A la hora de almuerzo, eso sí, Pamela mostró sus garras. Uno de los mecánicos del equipo de Tom osó agarrarle una nalga, mientras hacíamos la cola para el almuerzo.
Recibió toda la furia de la “Amazona española”, que en un par de segundos, lo inmovilizó y le dejó de cara al piso, amenazándole con que le rompería el brazo con una llave karateca, si volvía hacer algo como eso otra vez.
Pero aparte de eso, Pamela disfrutó mucho su primer día en faena y a medida que marchábamos a la casa de huéspedes, se iba poniendo más y más ansiosa.
Al presentarme en la recepción, me dijeron que todas las otras habitaciones estaban copadas, porque estaban haciendo auditorías al yacimiento.
Pregunté si acaso había una habitación ocupada por alguna mujer, para que pudiera compartirla, pero respondieron que no. Que incluso la habitación de Hannah la habían prestado.
Lo bueno fue que con tantos visitantes, el papeleo se hizo caótico y se disculparon conmigo, porque si la administración había mandado un memo informando que iba con una Ingeniero Trainee, no pudieron tomar las consideraciones necesarias.
Me concedieron una cama adicional para mi habitación y nuevamente, se disculparon por las molestias.
“¡Finalmente, me tenéis a solas en tu dormitorio, pillo!” dijo ella, sonriendo coqueta y más aliviada. “¿Qué es lo que pensáis hacerme?”
La besé despacio.
“¡Nada!... solamente quererte por un par de horas…”
Ella se puso colorada hasta las orejas.
“¡Vamos, tío!... que solamente me has traído para coger…” protestó ella con ese sonsonete encantador, tratando de no mirarme.
La abracé por la cintura. No quería que se me arrancara.
“¡No, te traje para hacerte el amor!”
Y ella se puso más colorada y me miró con sorpresa.
La fui desvistiendo y acariciándola. Pamela es preciosa y no lo digo por su cuerpo.
En muchas ocasiones, he creído que es más vergonzosa que Marisol o Amelia.
Y ella se deja guiar por mis tratos. Dirá que soy un mañoso, pervertido, lo que se le venga a la cabeza.
Pero ella me deja acariciarla y aunque se queja, nunca me rechaza.
Ella suspiraba, mientras la acomodaba en mi cama, con sus cabellos alisados quedando prisioneros bajo su cabeza. Aunque nos besábamos con amor verdadero, había un pensamiento en su cabecita que le causaba más vergüenza.
“Marco… si tú y yo estamos a solas aquí… es como si fuese tu esposa, ¿Verdad?”
Su perfume francés y su carita tierna y temerosa la hacían irresistible.
No quise responderle con palabras. Bastó un beso apasionado para ponerle al tanto de la situación.
Confieso que quería un par de días a solas, para compartir con ella. Pienso que ha alcanzado el nivel de Marisol en mi corazón, pero no dejo de amar a mi ruiseñor.
A Pamela la veo como una sillita coja y yo soy el soporte que la nivela. Ella me necesita en su vida o al menos, necesita a alguien como yo.
Que la reconozca por todas esas otras cosas que van más allá de su sensual cuerpo. Que la mimen y la escuchen, el momento que lo necesite.
Obviamente, nos empezamos a desvestir. La ropa interior de Pamela no podía ser más sensual: un sostén enorme, color blanco y una tanga delgadita, del mismo color, que no podían contener los húmedos deseos porque la tomara.
“¡Pamela, sé que te lo han dicho muchas veces, pero encuentro que eres preciosa!”
Me dio un beso cariñoso y puso una sonrisa angelical.
“¡Cambiaría a todos esos tíos, por una vez que me lo digas tú!” respondió, suspirando, con ese sonsonete loco que me fascina.
Aun no puedo entender cómo ella se aferra a mis hombros y me recibe con sus piernas abiertas.
Es hermosa. Divina.
Yo no merezco a ninguna. Ni siquiera a Marisol.
Pero Pamela me quiere. Tal vez, me ama. Yo sé que si la amo y que sería eternamente feliz si viviera con nosotros, junto con mi suegra y mi cuñada.
Me gusta hacerle el amor. Su piel es tan suave y ella huele tan rico. Aparte que se sacude entera, cuando lo deslizo dentro de ella.
“¡Marco, me encantas cuando coges!” suspira ella, rebosante de placer. “¡Me hacéis sentir tan linda y llena!”
“Pamela… yo no te cojo.” Le aclaré, embistiéndola con mayor intensidad. “Una cogida es con alguien que no necesariamente quieres… yo te hago el amor…”
Me recordó a Rachel.
“¡Vamos, tío!... ¡No me mientas!... sé que te gustaría estar más con Marisol…”
Y así empezábamos otra vez…
“¿Por qué me gustaría estar más con Marisol, si te tengo a ti, aquí y ahora?” le pregunté, bombeándola cabreado.
“Pues… porque ella tiene tetas más ricas… sus ojos son más bonitos… y porque estás casada con ella…” respondió, aguantando mis embestidas.
“Pamela… ¿Hasta cuándo… vas a creer… que me gustas por tu cuerpo?” le preguntaba, disfrutando más y más de ella.
“¡Marco… no finjas!... soy una boba, Marco… sin ti, no he sido nada… ¿Cómo podéis decir eso?”
Y en esos momentos, tuve que abrazarla. Hasta sus cabellos son suaves y delicados. La besaba con pasión y ella me miraba tan triste.
Esa noche, le hice el amor 3 veces.
No quería dejarla pensar. La primera vez, la envolví con mi cuerpo y se la metí con locura. Tenía ganas de ella. La deseaba, porque la amo mucho y me molesta verla triste.
Me corrí una primera vez, pero no era suficiente. Ella aun lloraba.
“Marco… ¿Qué haces?” preguntó, al sentirme bombear en su interior nuevamente.
“¡No me gusta verte llorar, Pamela!” le dije, acariciándola. “¡Eres muy linda para que llores!”
Y ella se dejaba querer, montándome. Acaricie sus pechos perfectos y se los comí, porque sus pezones estaban deseosos porque lo hiciera.
Me corrí otra vez, pero simplemente no tenía suficiente.
Nos acostamos frente a frente. Nuestros besos y caricias guiaban nuestro amor. Ella era mía y se entregaba completa.
Agarrábamos nuestros torsos con fuerza, acercándonos más y más intensamente.
El calor de nuestros cuerpos. El aroma a nuestra transpiración, mezclado con el aroma a sexo y el perfume dulce de mi sensual compañera…
Aún recuerdo todo.
Finalmente, cuando acabé en ella una vez más (ella ya había acabado más de 12 veces), nos quedamos más calmados.
“Marco… yo te quiero…” dijo, acariciándome con ternura. “Si me pides que sea “la otra”… lo seré… y no sé… si queréis tener hijos conmigo… bueno… yo…”
La besé y la tranquilice. Estábamos en la misma página.
Pero al día siguiente, todo se iría en bajada.
Post siguiente
1 comentarios - Siete por siete (58): Pamela en faena (I)