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Cordobeses en Reñaca

Fueron tres culos blancos al borde de la cama. El más joven estaba lleno de lunares, los otros dos estaban cubiertos de vellos cobrizos. Me habían dicho que era la primera vez con un chico en Reñaca, que el resto de las veces sólo pagaron por travestis. No eran maricas, según ellos, pero durante los veranos preferían portarse mal en las playas chilenas. Me daba gusto verlos tan seguros y cómplices. Mis clientes chilenos sufren un poco cuando me dicen que tienen polola o esposa mientras me pagan por sexo. La culpa quizás les calienta, pero, al fin y al cabo, sienten culpa. En cambio, estos tres amigos llegaron el departamento muy confiados. Acostumbran a venirse durante el verano a las playas de Viña del Mar y es parte de su turismo pagar para que les chupen el culo.

Los tres tenían un sabor bastante parecido. Eran anillos rosados y calientes que latían con cada lengüetazo que les daba. Se meneaban como perros contentos. Lo que más me calentó era escucharlos decirme “dale, pibito, meté toda tu lengua”. Me imaginaba a los cordobeses que fascinaron a medio país durante el reality del 13. Se veían igual de cancheros. Me exigían que les lamiera el culo de la misma forma que debían exigirle a sus minitas que les chuparan la pichula. A ellos les gustaba que yo dijera pichula. Les conté que esa era mi palabra favorita. “El sonido de la ch la vuelve más jugosa”. La ch de ellos no sonaba tan rica cuando decían pichula, pero sí cuando decían “voy a estallar”. Tenían novias al otro lado de la cordillera y saber que sus culos eran heterosexuales me hacía desear que el tiempo no pasara. No se besaban entre ellos; sólo se miraban y hundían su cara entre las sábanas. Les enloquecía mi lengua. Eso es lo mejor de los culos hetero; el mínimo roce los vuelve locos.

Cuando ya sentía mi lengua acalambrada de tanto lamer se pusieron de rodillas. Con su tonito cordobés me pedían que les regalara la pichula, que los premiara con toda mi leche. La palabra leche les sonaba tan sexi. Me rogaban que dijera pichula una y otra vez mientras se la peleaban. Ya querían la oleada, pero yo quería más. Estaban desesperados. “Danos, chilenito, danos lo que tenés en las bolas”. Hablaban y yo sentía que me iban a explotar. Trataba de aguantar para seguir viéndolos ahí arrodillados. El más joven ya estaba chorreando en el suelo y los otros dos estiraban su lengua ansiosos. “Dale, pibito, soltá la leche”. Y fue la insistencia de la ch la que me hizo explotar. En los ojos, la boca, en la nariz y el pelo. Estaban felices con la lluvia encima. Reían, me felicitaban y entre ellos se preguntaban cómo la habían pasado. Decían que no eran fanáticos de los chicos, pero que este año querían probar algo nuevo. El más joven me preguntó si yo hacía trío con travestis. Apenas se fueron me metí a Facebook para contactar a mis amigas. Afuera se oían más argentinos gritando con su ch como todos los veranos en Reñaca.

José Carlos Henríquez
*Prostituto, escritor y activista de CUDS.
Estraído de http://www.theclinic.cl/2015/01/20/la-columna-hot-de-josecarlo-cordobeses-en-renaca/

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