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Compendio I
Sé que Marisol quisiera que contara desde el principio de estas 2 últimas semanas. Han sido simplemente espectaculares, porque tengo la sensación de haber comido 4 sabores de helados todos los días: un delicioso y exótico sabor a chocolate (Celeste), con piel morena, unos pechos sorpresivamente generosos y un trasero de otro mundo, que le encanta su condición de empleada y que está más que dispuesta a entregar su cuerpo para satisfacer los deseos de “su macho”; una apetitosa vainilla (Lucía), excelente mamadora, un trasero delicioso y unos pechos enormes, dispuesta a olvidar un mal amor, follando y sometiéndose a los placeres carnales que un chico como yo puede enseñarle; Una agridulce limón (Pamela), con un carácter duro, pero tierno, que se derrite en el paladar y que en esta última semana, pude experimentar por un par de días (porque también tuvo sus arrebatos de enojo, aunque calmó más mi conciencia) la sensación de estar casado con ella.
Y por supuesto, mi favorito, 3 leches (Marisol), que sigo amándola y deseándola como siempre.
Esta última semana fue excelente, porque me permitió aclarar mis sentimientos. Amo a Pamela y me encantaría ser su marido y el padre de sus hijos.
Pero aun así, no dejo de amar a Marisol. Sin el amor de mi tierno ruiseñor, pienso que no sería mucho y es por eso que quise actualizar mi bitácora (la cual quedará bastante desordenada en las próximas entradas), con la entrada más reciente.
Ayer, cuando volvimos de faena, fue distinto.
A pesar que Pamela no me lo decía, no quería que regresáramos. Habría sido feliz con que nos desviáramos y nos hubiésemos quedado un par de días en un motel, emulando esa realidad alterna donde ella y yo estamos casados.
Aunque quiere mucho a Marisol y comprende que nuestro amor no puede ser más allá de una relación entre amantes, no quería “devolverme” a mi esposa.
Parte de mí también lo consideraba. Pero la otra parte, la que ama a Marisol, a las pequeñas y en el fondo, la vida de casado “normal”, quería que regresara y era más fuerte.
“¡Aquí te traigo a tu marido! ¡Sano y salvo!” le dijo a mi esposa, apenas bajó del auto.
Marisol comprendió su mirada y la abrazó con mucha fuerza y vino a mi lado y nos besamos como lo hemos hecho siempre.
Durante el almuerzo, a pesar que me había acostado con todas, se dieron cuenta que mis ojos eran simplemente para Marisol.
A Pamela le incomodaba, porque solamente un par de horas antes, la contemplaba a ella de la misma manera y aunque acariciaba ocasionalmente su mano y sabía que la seguía amando, trataba de sobreponerse a la situación.
Fue un día excelente. Jugué con las pequeñas, dormí la siesta y cenamos.
Y durante la noche, nuestro dormitorio se llenó de esa emoción particular, con la que mi esposa siempre me recibe.
Pero estaba hambriento de ella. La deseaba. No quería hacerle recapitulaciones especiales.
Simplemente, quería tomar a mi esposa y así lo hice.
“¿Y qué tal fue…?” alcanzó a preguntar, cuando mis labios buscaban su deliciosa lengua.
Ella sabe lo que pasa cuando me pongo de esa manera. Pierde todo significado preguntar por lo que he hecho con las demás, dado que la deseo a ella con ganas.
Y a ella le gusta, porque casi siempre me pongo un poco más brusco.
Pamela es una de las mujeres más hermosas, pero mi esposa tiene una belleza especial.
Los ojos verdes y su lunar son parte del encanto de mi cónyuge. Tiene una piel blanca, como la crema y deliciosa.
Su rostro me encanta. Sus ojos son bonitos y grandes, pero su carita tiene cejas delgadas, mejillas rosas y delgadas y una nariz menudita, con una expresión virginal e inteligente.
Sus labios son delgados, como si estuviesen diseñados para amar a un solo hombre.
No podría describirlo con palabras. El rostro de Pamela (cuando está excitada) es todo lo contrario: travieso y coqueto, como si deseara con ansias que se la metan.
Pero Marisol no. Es como una gatita tierna, que quiere que la seduzcan.
Nada comparable con la docilidad de su hermana…
Pero el cuerpo de Marisol me encanta. He visto su evolución y me siguen excitando sus pechos y su trasero.
Empecé a penetrarla, mientras que mis manos removían los colgantes del camisón blanco, que más virginal la hacen ver y agarraba sus excitadas fresitas.
“¿Me… extrañaste?” preguntó, mientras ella tocaba el cielo por primera vez.
Pero yo solo la besaba y dejaba que mi cintura arrebatara de ella el placer que el turno me había impedido disfrutar.
Los pechos de Pamela son del mismo tamaño que los de mi ruiseñor, pero carecen de la leche que tanto me gusta. Y tampoco lo disfruta de la manera que lo hace con mi esposa, quien cierra los ojos y se deja devorar por mí.
Le encanta “darme pecho”, ya que a diferencia de las pequeñas, que chupan de manera esporádica, mi succión es constante y la sensación producida por el flujo de leche, atravesando sus pezones con mayor fuerza, le da mayor placer.
Se tiene que morder los labios y cerrar los ojos, porque yo no perdono a sus fresas y las succiono, como si no hubiese mañana.
Por suerte, se ha acostumbrado a mis tratos, porque por la noche recupera la carga para las pequeñas. De lo contrario, mis hijas me odiarían por huir con su desayuno.
Cuando sacié mi sed por ella, mis manos iban por el tesoro que más disfruta acariciar.
Ella se deshace en mis manos con solo rozar su cola y es que me encanta.
Marisol siempre ha tenido una cola apetitosa (es lo único que no ha cambiado mucho tras su embarazo), pero cuando éramos novios y estaba soltero, yo pensaba solamente en pechos.
Más encima, la vine a disfrutar casi al final, luego de haber probado (y practicado varias veces) con la cola de mi suegra, mi cuñada y la de Pamela.
Se vuelve loquita cuando le meto los dedos en la cola, porque sabe que después le daré por ahí y se nota por la manera de besarme y abrazarme.
“¡Te quiero, amor!... ¡Te quiero mucho!” me dice ella, acelerada y jadeando de deseo, a medida que empiezo a masajear su ano, preparándola.
Según me cuenta, siente como una picazón en su colita y cuando la masajeo, siente como si le rascara y es un bombardeo de sensaciones agradables, porque mi entrepierna ya la tiene dichosa.
Es entonces que la volteo y dejo que me cabalgue.
A mi esposa le encanta enterrarse mi verga en su interior. Se afirma de mis hombros y arremete con fuerza, mientras sus pechos, alocados, se sacuden completamente desbocados.
Mis manos dejan su cintura y agarran sus pechos, estrujándolos suavemente.
Su cabello se sacude alborotadamente y su cintura se menea casi de la misma manera que lo hace su hermana, como si intentara exprimirme todos mis jugos en su interior.
Finalmente, me corro y ella colapsa. Quiere gemir, pero le pongo mi mano en su boca, porque no quiero que nos escuchen las otras y a Marisol, entre la frustra y la deshace, acostándose a mi lado.
Suspirando, agotada y con una sonrisa de ángel, me pregunta:
“¿Y qué tal… fueron tus días… con Pamela?”
“Más o menos… Una noche me tocó dormir en la camioneta.” le respondí.
Marisol puso unos ojos enormes…
“¿Qué? ¿Por qué?”
Yo le di la sonrisa calmada de siempre.
“Porque le conté casi todo lo que he hecho en estos meses…” respondí, acariciando su lunar. “Pero quiero pedirte disculpas. No estuve para tu cumpleaños…”
Las sensaciones son tan intensas cuando hago el amor con mi esposa, que Marisol a veces llora.
“¿Cómo dices eso?” me pregunta, sonriendo, pero llorando a borbotones. “¡Estoy contenta con que vuelvas y que me sigas queriendo!”
Y nos empezamos a besar y besar, disfrutando del sabor a limón de los labios de Marisol.
Pienso que Marisol es un helado de 3 leches, porque es suave y delicado para el paladar.
Pamela es un limón, por su carácter indomable. Pero mi esposa es serena y comprensiva.
Las pocas veces que estamos a solas, me gusta abrazarla y quererla, mientras vemos alguna serie de anime o bien, ella la ve por segunda o tercera vez, solamente para hacerme compañía.
Es un placer que compartimos y me hace sentir tan bien, porque en esos momentos, nadie más que ella me entiende. Y lo que la hace mejor, se acurruca, abrazando mi cintura, como si fuera una gata que necesita cariño.
Pero no era suficiente para mí besarla. Quería probar más de ella…
“Marco, ¿Qué haces?” preguntó, cuando bajaba por las sabanas.
Me sentía como una abeja, buscando una flor…
Mi cara quedó mojada, por la mezcolanza de jugos que manchaba nuestra sabana, pero poco me importó, porque quería probar el agujerito de mi ruiseñor.
“¡No, Marco!... ¡No chupes ahí!...” protestaba, suspirando “¡Está sucio!... ¡Y pegajoso!... ¡Y no me he lavado!”
Pero no me importaba chupetear nuestros jugos. Hace un buen tiempo que no le daba sexo oral a mi esposa.
Además, su voz se pone tan excitante y es rico ver cómo estira sus pies, como si intentara resistirse al placer que le estoy dando.
Le empiezo a molestar, con mi cintura en la cara. A Marisol le encanta darme sexo oral, pero pocas veces hemos hecho 69, porque me distraía con sus mamadas.
Pero mi paquete nuevamente se empieza a alzar y para ella, una erección es un bocado irresistible.
La empieza a desnudar de a poquito. A hacerle caricias, y sobarla con suavidad.
Sé que quiere comerla, porque el flujo de jugos se incrementa y yo sigo empujando mi cintura, hacia su cara.
Se deja llevar, besando el glande despacito, como si espera que vaya a protestar. Pero yo sigo preocupado de limpiarla y hurguetear con mi lengua en su rajita.
Empieza a probar un poco más. La cara que pone Marisol por las mañanas, cuando chupa mi erección matinal, es tan libidinosa…
La volteo nuevamente, quedando ella arriba. Quiero llenarla de placer, nuevamente, insertando dedos por su esfínter.
Sus chupadas se vuelven más intensas. La posición, como es distinta, me da la sensación que cubre partes que sus otras mamadas no abarcan. Y a Marisol, le encanta mi sabor.
“¡Si, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡No pares!” me suplica, meneando con locura mi verga, para luego meterla a la boca.
Le encanta. Se entierra el glande, nuevamente hasta la punta de la garganta y puedo sentir su lengua envolviéndola y chupeteándola como una viciosa.
No la culpo. Por debajo, la inundación es permanente.
Mientras que una de mis manos estimula el clítoris, mis labios sorben sus jugos, mi lengua insidiosa penetra sus labios vaginales, recibiendo el calor intenso de su cuerpo y para rematar, 2 dedos la masturban analmente
Se toma mis jugos. Yo, los de ella y la limpia con mucho placer.
Entonces, le doy la atención que más le gusta: avanzo un poquito más abajo, separo sus cachetes y meto la lengua en el jugoso agujerito.
“¡No, Marco!... ¡Ya está bien!... ¡No metas la lengua… ahí!” dice.
Pero ese “Ahí” sale con un suspiro de gozo, que no puedo resistirme.
Mientras que una de mis manos separa sus cachetes, la otra continúa masajeando el clítoris y su rajita, porque no la quiero dejar en paz.
Han pasado 7 días en faena, donde ella me ha sido fiel y me ha esperado. El 23 de enero fue su cumpleaños y nuestro primer aniversario de matrimonio.
¿Y qué hacía yo? Estaba trabajando y haciéndole el amor a su prima.
Tenía que compensarla. Hacerle todas las cosas que le gustan, sin importar sus protestas.
Sentía sus suspiros agitados, mientras que su mano derecha acariciaba mi cabeza, para que ingresara más adentro de su ano con mi lengua, mientras que la izquierda sobaba de manera solidaria mi herramienta.
“¡Marisol, tengo que meterla!” le dije, cuando no aguantaba la dureza.
“¡Si, hazlo, amor!” me pidió ella.
Y fui avanzando por su cálido y estrecho agujero.
Quería gemir, pero yo le decía…
“¡Que nadie nos escuche!”
Alborotando más sus placeres.
Es curioso, pero me da la impresión que la familia de Marisol disfruta más del sexo anal. A todas les gusta que se las meta por la cola.
En especial, mi cuñada, que se corre por montones cuando lo hago. Pamela protesta al principio, pero cuando empiezo a deformarla por dentro, se deja moler y a mi suegra, fue la primera cosa que me enseño cuando me fui a vivir al norte.
Pero el trasero de Marisol es estrecho, con cachetes enormes y blanquecinos. Le encanta que la sodomice al estilo perrito y su cola es tan sugerente, que me descontrola y me dejo llevar por mis instintos.
“¡No gimas, Marisol!... ¡No gimas!... ¡Aguántate!...” le sugiero, mientras ya estoy avanzando a fondo.
Su respiración se vuelve agitada y pone una cara como si quisiera llorar.
Está gozando como nunca, porque se ha acostumbrado a gritar y a ella le encanta el morbo que la encuentren en el momento del orgasmo.
Yo ya bombeo hasta el fondo y a ella le encanta sentir cómo mis testículos rozan sus esplendorosos cachetes.
Aprovecho de agarrarle los pechos por detrás, tomando sus pezones, mientras que ella jadea y se masturba con sus manos, mientras la bombeo sin misericordia.
Cuando siento que no voy a dar más, la beso y me pierdo en su lengua, mientras que ella se estremece al recibir mis jugos por su cola.
Quedamos así, pegados, por un rato y ella, amada hasta el cansancio, se queda dormida, mientras que mi pene aun sigue atrapado en su esfínter.
Me despego y la abrazo por la cintura, quedándome dormido a su lado.
Pero a eso de las 4 de la mañana, accidentalmente me da un manotazo en la cara, que me despierta y me desvela.
Aprovecho de reírme bien bajo, leyendo sus entradas y viendo que en el despertador marcan las 5:48 am, lo tomo, desconecto la alarma y me mentalizo, pensando que en 20 minutos más, estaré probando el delicioso sabor del chocolate…
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3 comentarios - Siete por siete (52): Hambre por 3 leches
gracias