Pasó poco menos de una hora y recibí el llamado de mi novia avisándome que ya estaban en camino. Acomodé un poco el desorden hogareño y me dispuse a esperar. Estaba muy nervioso, ¡no sabía cómo desenvolverme! Y también sentía un poco de culpa por meter a un tipo cualquiera en nuestra casa, pero ambos estábamos muy, muy calientes. Llegaron, y abrí la puerta naturalmente. Como lanzada por un resorte ella me comió la boca, y de mientras pude apreciar el rostro inquieto del flaco. Ahí entendí que no había nada de qué preocuparse, aunque nunca hay que bajar la guardia. Ella fue al baño y yo me quedé sólo con él. No podía posar la mirada en ningún lado, menos que menos en mis ojos. Lo invité a tomar una cerveza y de un momento a otro se relajó. Finalmente el también entendió que no había nada que temer.
Mientras charlábamos cada vez más en confianza con mi futuro corneador, reapareció mi novia, bañada y con ropa cómoda de entrecasa: una remerita algo pequeña que aprisionaba sus gomas que parecían a punto de estallar, y un shortcito de jean que dejaban ver el comienzo de sus duras nalgas.
Se sentó a la mesa y comenzamos a hablar los tres. Palabras van, palabras vienen, la conversación se fue tornando cada vez más caliente. Hasta que yo hice mención de que nuestro invitado se encontraba al palo. ‘Mm, bebé, que ganas de que peles la chota´. Eso dijo mi chica antes de pedirme permiso para dirigirse a la bragueta de nuestro invitado de ocasión. Se levantó de su asiento directamente a la entrepierna de su macho, comenzó a manosear su bulto, olía y mordía el jean, desabrochó su pantalón, bajó su cierre, olía y mordía su ropa interior, hasta que se decidió a descubrir su pija. Era de tamaño normal, aunque interesantemente gorda y gruesa, agradable a la vista.
Siendo esta la segunda vez que experimenté ver a mi novia mamar otra verga delante de mí, debo decir que lo sentí mucho más natural y placentero. No tenía la necesidad de participar, sino de ser un espectador privilegiado. Adorable era ver como mi nena le chupaba la poronga a ese desconocido, afortunado, que salió un Sábado por la noche a tomar una cerveza y ahora estaba siendo deleitado por los labios de una soberana puta, MI PUTA. Más interesante fue cuando su pija se puso decididamente al palo, cuando se encontraba lubricada por sus propios jugos y la saliva de mi zorra. Tenía una buena cabeza, como le gusta a ella, y se la succionaba con fruición. Cada vez que hacía eso, él echaba su cabeza hacia atrás y sus ojos se ponían prácticamente en blanco. ‘¿Te gusta cornudito?’ repetía mi nena, y yo le respondía afirmativamente inundado de placer y de morbo mientras me toqueteaba la entrepierna por arriba del jean. Lamía y chupaba sus bolas bien redondas mientras pajeaba el mástil con su mano izquierda. Él la tomaba de su cabellera cada vez más violentamente y hundía la cara de mi novia en sus genitales, no dejándola respirar y ensuciando toda su boca y mejillas de lechita. En eso me acerqué a besarla, lamerla, y tremendamente excitante fue saborear el semen de su macho, olerlo, y tener su pija a escasos centímetros de mi rostro.
Luego fue turno de llenar su conchita de carne. La dirigí a la cama, la arrojé como un objeto y la ofrecí como la más vulgar puta. Le dije que debía hacer gozar a nuestro invitado como la trola despreciable que era. Ella era Mi Puta, Mi Esclava, la que saciaba mis perversiones, y yo era su Amo que le permitía cumplir todas sus fantasías más ocultas. En ese sentido, ella también me poseía a mí, convirtiéndome yo en su Esclavo.
Yo ya estaba prácticamente decidido a no participar. Ellos se adueñarían de la cama y yo los observaría a un costado. Llevé un cómodo asiento hasta allí, mi cerveza, y me aboqué a disfrutar de la faena. Ella terminó por desnudar completamente a su macho, apreciando cada centímetro de su cuerpo. Tenía buen lomo, formado, buenos tubos. Ella arrastraba la boca por toda esa piel que exudaba testosterona, gimiendo, dando suaves mordidas y lengüetazos. Hasta que él la tomó fuertemente con sus manos por la cintura y la dio vuelta como si fuese una pluma. Bajó levemente el short de mi novia, corrió su tanguita y le introdujo un par de dedos. Su vagina era un charco. Luego fueron tres dedos, hasta que introdujo su pija y comenzó a bombearla. Me era una obra de arte excelso ver a mi chica en 4, ver cómo se contraían sus pies, ver su cara de sufrimiento y goce por las bravas embestidas. Yo ya me encontraba sólo con una remera por vestimenta masturbándome a un lado. Luego se desplomó sobre ella y la comenzó a montar como una perrita en celo. El nivel de cosificación era altísimo (aunque jamás se perdió un ápice de respeto), y nos encontrábamos los tres conectados en un viaje de desenfreno sexual. Comenzó a pegarle nalgadas, luego cachetadas. Yo también me sume a ello, le hablaba al oído, la insultaba, escupía en su boca. El flaco le vació la concha y volvió a llenar su boca. Se la comenzó a coger prácticamente por ahí, la verga y sus huevos ya habían cobrado unas muy agradables proporciones, se veía venosa y sus pelotas con un muy buen suministro lácteo. Decidí sumarme a ello también y entre los dos la llenamos de pija. Ella se encontraba allí sumida, su cara, sus ojos cansados, su boca a punto de estallar, de rodillas ante los dos mástiles. Pasábamos la pija por su rostro, dejábamos rastros de leche, yo volví a lamer su cara y sentir todo ese olor, saborear ese gusto a verga, a besarla.
El chabón volvió a levantarla como si fuese una pluma, la hizo abrirse bien de gambas y se la cogió cara a cara. Otra muy sugerente imagen había surgido: las piernas abiertas de mi novia de par en par para recibir a su macho en la concha. La cogió así durante unos minutos, hasta que volvió a hacerlo en 4.
Había llegado la hora de la ración de esperma. Mi chica apuntó su enorme culo hacia arriba, separándose bien las nalgas, y el comenzó a pajearse. Yo me acerqué a lamer el ojete de mi novia, y los aromas que se mezclaban eran grandiosos: concha, pija, leche, transpiración. Que delicia saborear ese orto, ese orto en el cual habían estado golpeando las bolas de su macho con el cuál me estaba haciendo flor de cornudo delante mío, ese orto salpicado de jugo de verga de corneador. Al intuir que el flaco estaba por descargar, me corrí y vi como una buena cantidad de guasca bañaba ese culo, como hilos de lechita pendían de su pija venosa, al rojo vivo, como su cabeza, mientras ella se metía hasta tres dedos en la concha y gemía de placer profundamente.
Nuestro invitado pidió permiso para pasar al baño y nosotros nos quedamos conversando suavemente en la cama. Salió, agradeció, y nos dejó su teléfono. Bajé a abrirle y esperé a que se tomase un taxi en la Avenida. Yo me sentía espectacularmente bien, seguro de mí mismo, de mi novia y de nuestro amor. Subí y nos entregamos el uno al otro.
Pero esa es otra historia.
Mientras charlábamos cada vez más en confianza con mi futuro corneador, reapareció mi novia, bañada y con ropa cómoda de entrecasa: una remerita algo pequeña que aprisionaba sus gomas que parecían a punto de estallar, y un shortcito de jean que dejaban ver el comienzo de sus duras nalgas.
Se sentó a la mesa y comenzamos a hablar los tres. Palabras van, palabras vienen, la conversación se fue tornando cada vez más caliente. Hasta que yo hice mención de que nuestro invitado se encontraba al palo. ‘Mm, bebé, que ganas de que peles la chota´. Eso dijo mi chica antes de pedirme permiso para dirigirse a la bragueta de nuestro invitado de ocasión. Se levantó de su asiento directamente a la entrepierna de su macho, comenzó a manosear su bulto, olía y mordía el jean, desabrochó su pantalón, bajó su cierre, olía y mordía su ropa interior, hasta que se decidió a descubrir su pija. Era de tamaño normal, aunque interesantemente gorda y gruesa, agradable a la vista.
Siendo esta la segunda vez que experimenté ver a mi novia mamar otra verga delante de mí, debo decir que lo sentí mucho más natural y placentero. No tenía la necesidad de participar, sino de ser un espectador privilegiado. Adorable era ver como mi nena le chupaba la poronga a ese desconocido, afortunado, que salió un Sábado por la noche a tomar una cerveza y ahora estaba siendo deleitado por los labios de una soberana puta, MI PUTA. Más interesante fue cuando su pija se puso decididamente al palo, cuando se encontraba lubricada por sus propios jugos y la saliva de mi zorra. Tenía una buena cabeza, como le gusta a ella, y se la succionaba con fruición. Cada vez que hacía eso, él echaba su cabeza hacia atrás y sus ojos se ponían prácticamente en blanco. ‘¿Te gusta cornudito?’ repetía mi nena, y yo le respondía afirmativamente inundado de placer y de morbo mientras me toqueteaba la entrepierna por arriba del jean. Lamía y chupaba sus bolas bien redondas mientras pajeaba el mástil con su mano izquierda. Él la tomaba de su cabellera cada vez más violentamente y hundía la cara de mi novia en sus genitales, no dejándola respirar y ensuciando toda su boca y mejillas de lechita. En eso me acerqué a besarla, lamerla, y tremendamente excitante fue saborear el semen de su macho, olerlo, y tener su pija a escasos centímetros de mi rostro.
Luego fue turno de llenar su conchita de carne. La dirigí a la cama, la arrojé como un objeto y la ofrecí como la más vulgar puta. Le dije que debía hacer gozar a nuestro invitado como la trola despreciable que era. Ella era Mi Puta, Mi Esclava, la que saciaba mis perversiones, y yo era su Amo que le permitía cumplir todas sus fantasías más ocultas. En ese sentido, ella también me poseía a mí, convirtiéndome yo en su Esclavo.
Yo ya estaba prácticamente decidido a no participar. Ellos se adueñarían de la cama y yo los observaría a un costado. Llevé un cómodo asiento hasta allí, mi cerveza, y me aboqué a disfrutar de la faena. Ella terminó por desnudar completamente a su macho, apreciando cada centímetro de su cuerpo. Tenía buen lomo, formado, buenos tubos. Ella arrastraba la boca por toda esa piel que exudaba testosterona, gimiendo, dando suaves mordidas y lengüetazos. Hasta que él la tomó fuertemente con sus manos por la cintura y la dio vuelta como si fuese una pluma. Bajó levemente el short de mi novia, corrió su tanguita y le introdujo un par de dedos. Su vagina era un charco. Luego fueron tres dedos, hasta que introdujo su pija y comenzó a bombearla. Me era una obra de arte excelso ver a mi chica en 4, ver cómo se contraían sus pies, ver su cara de sufrimiento y goce por las bravas embestidas. Yo ya me encontraba sólo con una remera por vestimenta masturbándome a un lado. Luego se desplomó sobre ella y la comenzó a montar como una perrita en celo. El nivel de cosificación era altísimo (aunque jamás se perdió un ápice de respeto), y nos encontrábamos los tres conectados en un viaje de desenfreno sexual. Comenzó a pegarle nalgadas, luego cachetadas. Yo también me sume a ello, le hablaba al oído, la insultaba, escupía en su boca. El flaco le vació la concha y volvió a llenar su boca. Se la comenzó a coger prácticamente por ahí, la verga y sus huevos ya habían cobrado unas muy agradables proporciones, se veía venosa y sus pelotas con un muy buen suministro lácteo. Decidí sumarme a ello también y entre los dos la llenamos de pija. Ella se encontraba allí sumida, su cara, sus ojos cansados, su boca a punto de estallar, de rodillas ante los dos mástiles. Pasábamos la pija por su rostro, dejábamos rastros de leche, yo volví a lamer su cara y sentir todo ese olor, saborear ese gusto a verga, a besarla.
El chabón volvió a levantarla como si fuese una pluma, la hizo abrirse bien de gambas y se la cogió cara a cara. Otra muy sugerente imagen había surgido: las piernas abiertas de mi novia de par en par para recibir a su macho en la concha. La cogió así durante unos minutos, hasta que volvió a hacerlo en 4.
Había llegado la hora de la ración de esperma. Mi chica apuntó su enorme culo hacia arriba, separándose bien las nalgas, y el comenzó a pajearse. Yo me acerqué a lamer el ojete de mi novia, y los aromas que se mezclaban eran grandiosos: concha, pija, leche, transpiración. Que delicia saborear ese orto, ese orto en el cual habían estado golpeando las bolas de su macho con el cuál me estaba haciendo flor de cornudo delante mío, ese orto salpicado de jugo de verga de corneador. Al intuir que el flaco estaba por descargar, me corrí y vi como una buena cantidad de guasca bañaba ese culo, como hilos de lechita pendían de su pija venosa, al rojo vivo, como su cabeza, mientras ella se metía hasta tres dedos en la concha y gemía de placer profundamente.
Nuestro invitado pidió permiso para pasar al baño y nosotros nos quedamos conversando suavemente en la cama. Salió, agradeció, y nos dejó su teléfono. Bajé a abrirle y esperé a que se tomase un taxi en la Avenida. Yo me sentía espectacularmente bien, seguro de mí mismo, de mi novia y de nuestro amor. Subí y nos entregamos el uno al otro.
Pero esa es otra historia.
7 comentarios - Goce del cornudo - Parte 2 y Final (Real)