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Siete por siete (48): Los encargos




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Compendio I


A veces, pienso que soy el coyote del correcaminos, cuando prueba por qué fallo su trampa, sin medir los riesgos que le explote en la cara…
No puedo negar que mi esposa es especial. Incluso en estos días, en faena, he investigado por la red.
Relatos de cornudos felices hay millares…
Pero de cornudas, algunos pocos foros…
De hecho, la mayoría eran como los esperaba yo: de mujeres que se sentían mal, porque sus maridos las traicionaban, que no es mi caso.
Wikipedia en inglés me dio una orientación más amplia.
Resumiendo, traduciendo y resaltando un poco sobre “Cuckquean”, el término se refiere a una mujer con un esposo adultero.
Es un fetichismo consciente de la actividad del esposo, ALGUNAS VECES ACTIVAMENTE INCITANDOLO Y DERIVANDO PLACER SEXUAL DE EL.
Más adelante, dice que el hombre toma el rol dominante, mientras que la mujer toma el rol de sumisión. LA ESPOSA SE INVOLUCRA CON EL ESPOSO O SU AMANTE CUANDO ÉL LO PERMITE. ALGUNAS VECES, LLEGANDO A PERMANECER COMPLETAMENTE CELIBE.
Y para rematar la orientación de la página, el fetiche puede ser completamente heterosexual, en donde la esposa no participa o participa exclusivamente con su esposo, COMO TAMBIÉN BISEXUAL, EN EL CUAL LA ESPOSA PARTICIPA CON TODOS O HACE CONTACTO CON LAS MUJERES.
Pero para mí, sigue siendo un tema delicado.
Marisol es tierna, dulce y hermosa. Para mí, no tiene igual y es una lucha constante, porque me remuerde la consciencia el poder disfrutarlo.
Por eso, cada 3 o 4 meses, tenemos una charla. Sinceramente, no quiero que nuestra relación se rompa, porque sinceramente la amo y es la más especial para mí, a pesar que, curiosamente, a ella le molesta que le pregunte.
Pero para mí, es un poco como cuando haces la revisión técnica de los automóviles. Ya saben, el cambio de aceite cada 5000 km para asegurarse que todo lo que funciona bien, siga funcionando bien...
“¿Te das cuenta que las otras 3 mujeres que están en la casa, también le gustarían acostarse conmigo?”
Puso esa sonrisita risueña y traviesa…
“¡No! ¡No! ¡No me mires así, Marisol!” le dije, sonriendo, para detener su calentura. “¡Amor, somos padres, somos adultos y somos inteligentes!… ¡Dame una explicación de por qué seguimos haciendo esto!”
Ella se frustró un poco…
“Marco… ¿Qué quieres que te diga?... a mí me gusta.”
Y la eterna pregunta que le hago siempre…
“¿Por qué?”
Ella esquivó mi mirada. No creo que sea fácil explicarlo…
“Pues… porque pienso que después… bueno… tú mejoras…” respondió, algo avergonzada.
Me parecía un disparate y me reí, sin querer, hiriendo un poco sus sentimientos…
“Pero… ¿No sería preferible que mejorara contigo?” pregunté, acariciando su lunar.
Sonrió, al ver que intentaba ver su punto de vista.
“Pienso que no…” respondió, un poco avergonzada. “¡Es que piensa, Amor! ¡Toma este mismo momento!: hace meses que no hacemos el amor en silencio y sin embargo, pienso que ha sido la mejor de las veces…”
En efecto, tenía una percepción similar.
Desde que terminó nuestra luna de miel, Marisol se ha desvivido gritando su satisfacción al momento de tocar la gloria.
Pero esa noche, dado que no sabíamos bien qué le pasaba a Pamela, cerramos por primera vez en meses nuestra puerta e hicimos el amor, tratando de contener sus gemidos.
“Tal vez… tengas un poco de razón…” reconocí.
Ella, en cambio, se veía más segura…
“Además, Marco, lo has hecho con mujeres que conozco y quiero…” señaló, mientras sentía que se desprendía una muralla sobre mi cabeza.
Divertida, al verme complicado, añadió…
“Tú eres un hombre bueno… tierno… y muy viril…” dijo, acariciando mi herramienta suavemente. “Y me encanta saber… que este amiguito… trae felicidad… tanto a mamá… como a mi hermana… como a mi prima…”
Su mamada era divina…
“Pero… ese no es el punto…” logré tomarla, para que me soltara.
Curiosamente, me hizo un puchero…
“Es que yo me pongo en tu lugar, Marisol, y si tú me hicieras lo que me pides, me sentiría mal…”
Fue como apagar fuego con gasolina…
Me besó apasionadamente y empezó a meneármela como una delicia.
“¡Es que eso es lo que más me gusta, Amor!…” dijo, besándome y saltando nuevamente a la entrepierna. “Todas te desean… todas te quieren… y me escoges siempre… a mí:… la más delgadita… la más feíta… y la más extraña…”
Yo me aferraba a la cama, disfrutando del placer que me daba mi esposa con sus labios.
“¡Marisol!… ¡No eres la más feíta!…” alcancé a decir.
Mientras subía y bajaba con devoción, me miró…
“Encuentro que tu cara… es la más deliciosa… y antes de esto… cuando decía que me gustaba… más que un par de pechos… (Exhalaba)… yo no mentía…”
Ella paró de mamarme y me sacudió frenéticamente con su mano.
“¡Eres tan tierno! Y por eso, me encanta complacerte…” dijo, resumiendo como un pistón con sus labios…
Se la metió hasta el principio de la garganta y tragó todos mis jugos, mientras que su lengua saboreaba deliciosamente el contorno de mi glande y la succión de sus labios, buscaba estrujar hasta la última gota.
“¡Con labios como esos… no necesito a nadie más!” le dije, más relajado.
Sin embargo, ella estaba obstinada en sacudirla…
“¿De veras?” preguntó, volviendo a chuparla… “Entonces… si Amelia volviera milagrosamente… y te pidiera darte una mamada… ¿Le dirías que no?...”
Le pasaba la lengua y le daba pequeños mordiscos suaves…
“¡Vamos, Marisol!... ¡No me tientes!...” le pedí, sumergido en placer.
“O si te encontraras con Celeste en el baño… y pidiera ver “qué tan macho eres”… ¿No la dejarías?” preguntó, sacudiendo con su mano derecha y apoyando su mentón, expectante, con la mano izquierda.
Mi esposa es el “compendio andante” de mis bitácoras…
“¡Marisol!... ¡Por favor!... ¡No sigas!...”
“Porque apuesto que aceptarías…” sentencio ella, metiéndola nuevamente entre sus labios. “Incluso, si te encontraras con mi tía… yo pienso que lo harías….”
Si iba a jugar así de ruda conmigo, no valía la pena resistirse.
La levanté a mi boca y la envolví en mi cuerpo. Sorprendida e inmovilizada, quedaba a merced de mis besos y caricias…
“Puede que tengas razón, Marisol…” dije, suspirando al meterla dentro de la fuente de la vida. “Tal vez… haga todo eso… pero eso no quita… que la que más quiero… seas tú…”
Ella se quejaba suavemente, a medida que la embestía. Su carita era una mezcla de dicha, confusión y sorpresa.
“Yo… también te quiero… Amor…” me respondía, aguantando mi incesante bombeo.
Besaba a mi ruiseñor con pasión, ahogando sus gemidos con mis labios, mientras que mis manos recorrían su hermosísimo cuerpo, acariciándola con la misma dedicación de siempre.
Ella sonreía cuando mis manos se concentraban en sus pechos. Me encanta probar sus fresitas y el sabor a su leche, deliciosa, no tiene comparación.
Pero cuando alcanzamos el orgasmo, pegaditos y juntitos, como corresponde a una pareja de recién casados, me extraviaba en esos dulces ojitos verdes y la contemplaba sin comprender.
“Marisol… pienso que eres la mejor…” le decía, acariciando su lunar picarón. “Y si algún día, me pides que te tenga solo a ti… haré lo posible por complacerte.”
Ella sonrió, con su cara de traviesa.
“¡Créeme que tendré presente tu propuesta!” respondió. Sin embargo, ese rubor raro y esa sonrisa tan extraña, que me da dolores de cabezas, apareció nuevamente en su cara, cuando dijo. “Pero ahora… me haría feliz que alegraras a mi prima… que relajaras a mi tía… y que atendieras a Celeste…”
No tuve más opción que reírme.
“¿Y de Diana? ¿No me harás un encargo?”
Sonrió.
“¡Es que… estás muy ocupado!” respondió con un tono tierno y algo bromista. “No quiero que te canses tanto. Además… a ella le gusta Ryan…”
La besé con ternura.
“¿Podría hacerte la cola?” le pregunté.
Su cara se llenó de alegría.
“¡Pensé que no me la pedirías!”
El domingo por la mañana, Pamela estaba más repuesta. Por fortuna, todas vestían pijamas y camisones relativamente sobrios.
Particularmente, me preocupaba Celeste, quien la última vez usaba ropa interior para dormir.
“¿Y ella? ¿Quién es?” preguntó Pamela, refiriéndose a Diana, quien se sintió intimidada por la española.
“Ella es una amiga que conocí en Sydney, para nuestra luna de miel. Su nombre es Diana y se hospeda en casa, cuando tiene libre.” Respondió Marisol, tranquilizándola.
Pamela sonrió.
“¿“Cuando tiene libre”?” preguntó, divertida. “¿Esta tía también trabaja con Marco?”
“Para nada.” Respondí yo. “Ella es azafata y vuela constantemente.”
Pamela se notó ligeramente aliviada.
“¿Y qué tal han sido las habitaciones?” les pregunté. “¿Les han sido cómodas?”
Lucia puso una mirada nerviosa, mientras que Celeste sonreía…
“Las camas han sido bastante cómodas. El único problema es que escuchamos unos tíos cogiendo hasta tarde…” respondió Pamela.
Marisol me miró nerviosa…
Yo solo sonreía.
“¡Sí, son los vecinos!” Le expliqué. Pamela me miró confundida. “Tú debes saberlo: como el aire por la noche es más frio, el sonido no asciende y se transmite casi a la misma altura.”
El rostro de Pamela se volvía cada vez más amable...
“¿Y tienen planes para hoy?” pregunté. “¿Necesitan que las lleve a alguna parte?”
Pamela se sentía cansada y quería dormir un poco más. Marisol tenía pensado ir con Celeste y las pequeñas caminando al North Haven, para que tomasen aire, ya que Diana tendría su primera cita con Ryan en el cine.
Lucia me pidió si la podía llevar a una farmacia…
“¡Es un encargo pequeñito!” dijo ella, al subir en la camioneta. “¡Lo siento, Marco, si te he causado molestias!”
“¡No se preocupe!” le dije. “¡No es ninguna molestia!”
Vestía una falda corta blanca, que revelaba bastante bien sus piernas y una camiseta rosada, con cuello amplio, que dejaba ver su tentador escote y sus tremendos pechos bambolear.
“Quería aprovechar para disculparme, Marco…” se excusó. “Las últimas veces que nos hemos visto, te he tratado muy mal.”
“¡No se preocupe, señora Lucia!” le respondí. “¡También ha sido mi culpa!”
Ella sonrió.
“¡No tienes que llamarme señora!...” me dijo. “Pamelita te quiere mucho y puedes llamarme simplemente Lucía…”
“Por cierto, eso quería preguntarle… Lucia…”
Sonreí, porque me costaba tutearla.
“¿Sabe qué le pasa a su hija?”
“¡Ah!... ¡Eso!...” dijo, ligeramente complicada, pero sonriendo con complicidad. “¡Mira!... te lo diré porque te tengo confianza… pero si Pamela se entera, se enojara con ambos.”
“¡No se preocupe! ¡Seré una tumba!”
Ella sonrió.
“La razón por la que está enojada es que le han llegado esos días del mes…” me explicó, con una gran sonrisa. “Y mi hija tenía muchas ganas de verte.”
“¡Vaya!” exclamé sorprendido.
“De hecho, vamos a la farmacia precisamente por eso.” Añadió. “Con sus prisas, olvidó preocuparse de ese detalle y me pidió si le podía ayudar…”
“¡Es bonito verlas con tanta confianza!” le dije, sonriendo. “Aun me acuerdo de esos días que Pamela suplicaba por su cariño…”
Entonces, le vino una especie de sofoco…
“En realidad… es gracias a ti…” dijo, ligeramente colorada. “Siéndote muy honesta… Pamela te ama mucho… y yo me siento tan contenta… que haría lo que me pidieras para hacerte feliz…”
Tuve que estacionar la camioneta, a medida que nos besábamos.
Lucia era como un banco de neblina. Algo que te envuelve y tú no puedes manejar.
Sus labios eran dulces, al igual que su saliva y sus manos tanteaban, casi con desesperación mi entrepierna.
“¡Verónica me hablo de ella!... ¡Se ve tan bonita!” dijo, al desabrochar mi pantalón y soltar a la bestia.
Chupaba con tal dedicación, que era imposible pararla…
“¿Sabes Marco?...” dijo ella, suspirando y con tiritas colgando de sus labios. “Desde el día que te casaste que quería probarla… (Suspiró, siempre meneándola)… ¡Estaba tan contenta, porque me devolvías a Pamelita a mi lado… y me recordabas tanto a mi Diego, cuando recién nos casamos!... (Me besó en los labios)… ¡No sé, Marco!... ¡No sé!... ¡Sé que estás casado y que eres papá!... pero por alguna razón… siento que contigo… podré finalmente olvidarlo…”
Yo, a esas alturas, no procesaba nada. Ni siquiera se me había ocurrido destapar sus pechos, porque sus labios parecían sedientos de mis jugos.
Fue tan intenso, que cuando sintió que acababa se enterró más y más mi glande en la garganta, saboreando hasta lo más profundo de mis jugos…
“Verónica decía que era deliciosa… pero no pensé que fuera tanto…” dijo ella, con ganas de probar más. “Con razón, Pamelita te ama tanto…” se limpió los labios y la miró aun erecta. “Me muero de ganas por probarla de nuevo…”
Y salió caminando a la farmacia…
Yo estaba anonadado y sonriendo. ¡Será una delicia cumplir los encargos de Marisol!


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