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Compendio I
Ni siquiera pude tomarme un día de descanso para reponerme. El 3 de enero, a las 2 de la tarde, empezaba la temporada de Pamela.
¿Qué más puedo decirles de ella? Bueno, Pamela es de esas mujeres con pésimo carácter, que podrías encontrar en un bar o en una disco y simplemente, te desprecian porque no estás a su altura.
Mide 1.70 m, al igual que Marisol. Su color de piel es moreno, que la hace ver siempre bronceada. Sus ojos son café, con labios gruesos y seductores. Su nariz es pequeñita y respingada.
Tenía cabello negro y corto, brilloso y bien cuidado y siempre anda perfumada, con un aroma elegante y francés.
Y su cuerpo… ¡Uf!
Sus pechos no serán tan grandes como los de su prima Amelia (98 cm, contra los 104 de su prima), pero su cola y cintura son las más ricas que he visto… aunque mi ruiseñor está alcanzando su figura.
A pesar de haber vivido en mi tierra por casi 6 años, todavía mantiene ese sonsonete español de madrileña, al igual que ese carácter violento y medio explosivo, razón por la que le he apodado “Amazona Española” cuando se enoja.
Sin embargo, en la intimidad, es tierna, dulce y algo tímida. Siempre trata de ocultar sus sentimientos, pero tras haber vivido con ella tanto tiempo, la he aprendido a conocer mejor.
Es la única mujer que me hizo cuestionarme si mi decisión de casarme con Marisol era correcta, porque Pamela es muchísimo más aterrizada que mi ruiseñor y las experiencias que vivimos juntos eran casi romances de telenovelas…
Pero esos fueron otros tiempos…
“¡Cielos, Pamela, luces terrible!” le dije, al verla en el aeropuerto.
Tal vez, no debería recibir a las viajeras de esa manera…
“¡Qué culo eres, Marco!” replicó la “Amazona española”, bastante enfadada. “¡Apenas me ves y lo primero que dices son sandeces!”
Sonreí, al ver que era mi antigua Pamela. Aunque sus ojeras le hacían ver demacrada, tal cual como me lo había advertido Amelia, sus cabellos negros habían crecido hasta sus hombros y eran lisos, por lo que mi entrepierna picaba, pensando cómo le quedaría una cola de caballo.
Vestía una minifalda blanca y una camisa sin cuello rosada, que exponía sus firmes pechos de una manera sobria y elegante.
“¡Vamos, Pamelita! ¡Sé gentil!” dijo Lucia. “¡Marco se ha tomado la molestia de recibirnos!”
Lucia se veía tan despampanante como siempre. Dado que trabaja en el mundo de la moda, vestía una falda fucsia, con una camisa blanca y una boina celeste.
Bordeara por debajo los 40 años, aunque al igual que su hermana mayor, no se ve nada mal.
Debe medir 1.65m aproximadamente, porque es un pelo más grande que Verónica, pero no tan alta como su hija. Ojos verdes, labios gruesos, nariz fina y cejas delgadas, que le dan un toque elegante y refinado.
Cabello color miel, sedoso y largo con melena hasta la altura de sus soberbios pechos, de unos 110cm y que al igual que Verónica, no usa sujetador.
“¡Lo siento, Marco! ¡Está cansada, porque ha dormido muy poco!” Se excusó Lucia, muy avergonzada por la actitud de su hija.
Fue un agrado ver que Lucia era mucho más dulce que la última vez que la vi. Cuando la conocí, era una mujer altanera y prejuiciosa, que había descuidado el cariño de su hija por enfocarse solamente a su trabajo y que me menospreciaba, ya que no me consideraba digno para Pamela.
“No me diga que se vino todo el vuelo despierta…” exclamé, asombrado.
El vuelo entre mi tierra y Melbourne es de unas 15 horas aproximadamente. De Melbourne a Adelaide son otras 3 horas más.
Si además se consideran los preparativos previos al vuelo, Pamela perfectamente pudo haber estado más de 20 horas despiertas.
“¡No, Marco! ¡Te equivocas! Nosotras…”
“¡Mamá, será mejor que busquemos el equipaje!” interrumpió Pamela.
Se dieron una mirada extraña. Lucia le sonrió, como si le comprendiera…
“¡Está bien!” respondió con dulzura, aunque luego suspiró. “Solo hay que esperar a Celeste…”
Celeste, la sensual sirvienta centroamericana de Lucia, había viajado en tercera clase.
Quedé con la boca abierta cuando la vi aparecer en la terminal: Sandalias; Bermudas de mezclilla, que realzaban su generosa cola y un peto verde (como me indicaría Marisol posteriormente, al preguntarle el nombre de la prenda), con el que exponía su sensual cintura y sus atrayentes pechos.
“¡Señorito! ¡Qué gusto verle!” exclamó ella, al reconocerme.
Era la más bajita de las 3, pero sin lugar a dudas, la más coqueta.
Con 1.60m., ojos intensamente negros, nariz pequeña, y unos labios carnosos bastante sensuales, complementados con una piel curtida, cabello rizado negro y un acento cantarín, entre venezolano y colombiano, hicieron que la cabeza de abajo se estremeciera.
“Cuando te aburras de ver sus tetas, podemos ir a buscar el equipaje…” exclamó Pamela, furibunda.
Mientras caminábamos, Lucia discutía con Celeste.
“¡No puedes vestirte así en público!” le reprendió su empleadora. “¡Pareces casi una prostituta!... y lo que es peor, se refleja en mí.”
“Pero señora, estamos lejos y estaba aburrida de usar ese vestido…” se quejó Celeste.
Lucia suspiró y me miró.
“Hace poco, leí que aceptaron la ley para que las empleadas dejaran de usar uniforme de sirvienta y esta bandida se ha aprovechado de la situación.” Me explicó, aunque luego le volvió a amenazar. “Pero ahora estamos en otro país…”
“¡Disculpe, señora!... es que lo tome como si fueran mis vacaciones…” se excusó Celeste.
“¿Vacaciones? ¿Vacaciones?” preguntó Lucia. “¿Piensas que te hemos traído para que vacaciones?... ¡Ay, no!... ¡Estás muy equivocada si piensas que vienes a vacacionar aquí!… ¡No señor!...”
“¡Señora Lucia, sea más flexible!” interrumpí. “En parte, tiene razón: estamos en la mitad del mundo y usted debería tener muy mala suerte para que alguien la conozca. Además, en mi casa no necesitamos sirvientes. Cada uno coopera con lo suyo…”
Aunque Lucia refunfuño, aceptó mis términos…
El rostro de Celeste se vio más aliviado.
Luego de llevar el equipaje y cargarlo en la camioneta, empezaron los problemas.
“¿Quieres sentarte atrás?” pregunté a Pamela. “Puedes ir durmiendo…”
“¿Eso te gustaría, no?... ir mirando las tetas de Celeste mientras conduces…” respondió, muy irritada.
“¡Pamela!” exclamó su madre, muy enfadada.
Sonreí.
“¡Está bien!” le dije. “Si me extrañas tanto, siéntate a mi lado…”
Mi amazona se acholó ligeramente con mis palabras, mientras que su madre sonreía. Aprovechó de contarme lo bien que le estaba yendo en su negocio.
Incluso, se habían pegado una arrancada a Buenos Aires con Verónica y sus hijas para comprar algo de ropa, la última semana de noviembre.
Para ellas, Adelaide no era tan impresionante. Pamela pasó sus primeros años en Madrid y Lucia, por su trabajo, viaja constantemente alrededor del mundo.
Sin embargo, llegamos a mi casa e igual quedaron impresionadas. Lucia me felicitó por la casa, a pesar que me excusé con que la compañía me la había prestado.
Marisol y Diana salieron con el coche, empujando a las pequeñas.
“¡Marisol!” exclamó Pamela sorprendida al ver nuevamente a su prima. “¡Tienes tetas!”
Mi ruiseñor quedó confundida con el saludo…
“¡También estoy contenta de verte, prima!... pero es natural…” señaló, sonriéndome “¡Ahora soy mamá!”
Pamela, en cambio, estrujaba suavemente los pechos de Marisol por encima de su camisa, aun sin poder creer el cambio de su prima.
“¡Pamela, compórtate!” le reprendió Lucia.
Luego de descargar su equipaje y llevarlo a sus respectivas habitaciones, Marisol les invitó a tomarse un té.
No obstante, nuestro sofá es tan cómodo, que a los pocos minutos de sentarse, Pamela empezó a roncar a todo pulmón.
“¡Discúlpenla!” nos pidió Lucia, avergonzada por las acciones de su hija. “¡Está muy cansada!”
“¡No se preocupe, tía!” le dijo Marisol, tomando su mano para calmarla. “Aunque es mi prima, la quiero tanto como si fuera mi hermana… y la entiendo bastante bien.”
“Será mejor que la lleve a dormir a su pieza…” le dije a mi esposa, tomando a su prima en los brazos.
En las escaleras, con las sacudidas, se despertó.
“¡Marco!” dijo, muy colorada, al ver que estaba en mis brazos. “¿Dónde estoy?”
“En mi casa y te llevo para que descanses en la pieza que te hemos preparado…” le respondí, en un tono calmado.
“¡Marco!... ¡Discúlpame por ser un culo!... la verdad es que yo…”
“¿De qué hablas, Pamela? ¡Esto era lo que más extrañaba de ti!” le expliqué, con una gran sonrisa.
Ella sonrió con ternura.
“La verdad… es que también te extrañaba mucho…” dijo ella.
La acosté en la cama y la cubrí con la cubierta. Aunque llegaba recia y tempestuosa, podía ver que todavía me seguía queriendo.
Sin embargo, mientras cerraba la puerta, pensaba en lo que me esperaba abajo: las miradas de Celeste y Lucia no me habían pasado desapercibidas.
Sé que mi mamá estaría contenta: ahora puedo identificar cuando las mujeres me tienen ganas.
Pero por el momento, mientras no sepa qué tiene Pamela que anda así, no es bueno adentrarse en ese campo minado…
Aunque es demasiado tentador para intentarlo…
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1 comentarios - Siete por siete (47): El campo minado