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Cobardía

Cuando despierto en las madrugadas con los ojos entreabiertos y aún con el sudor tibio resbalando desde mi pecho hasta mi vientre, observo a través del ventanal la neblina que recorre la base del castaño que nunca he abandonado. Luego apoyo el codo sobre la almohada y sostengo mi cabeza mientras miro cómo duermen. En ese ritual los veo libres, recién nacidos, sin prejuicios morales. Con sus cuerpos desnudos relajados, comienzo a recordar cada señal del castigo lujurioso que acaban de recibir de parte mía. Recreo con mis pensamientos e ilustro en su piel cada caricia obscena, llena de un deseo voraz por poseerlos e interiorizarme hasta lo más profundo... Más de lo que hubiesen creído que permitirían. Y ese ritual es el que convierte un mero acto en algo eterno... Ese ritual es el que me señala cada madrugada que ya no volverán a ser los mismos y que ya no volverán.

Es que existe una diferencia determinante entre ellos y yo… Una diferencia que hace que yo sea un amante eterno y ellos sólo lo sean esa noche. Esa diferencia es lo que subraya que yo sea un depravado y ellos sólo han cometido un acto de locura al permitirse haber vivido una noche de pasión salvaje e instintiva. Para mí el sexo es una necesidad… Una necesidad comparable con alimentarse y ellos no se permiten el sexo tanto como se permiten comer y beber cuantas veces les venga en gana. El libertinaje es la naturaleza de mi vida y esa virtud a la que llaman castidad es sólo un impedimento para realzar el espíritu y ser humanos: ellos han dejado de serlo. Ese valor que han dado al definir algo como una virtud y como un vicio es lo que me diferencia y me hace saber en ese ritual que ya no volverán.

¿Qué atroz enseñanza ha sido la responsable de semejante prejuicio? ¿Qué es lo que ha logrado que al otro día en su humanidad mundana cuando recuerden lo que cometieron yo sea aquel psicópata responsable de su indiscreción? Sé que me usan. Me usan para escapar del ostracismo de la vida que han concebido y para alejarse de la inmundicia en la que se revuelcan día tras día en sus obligaciones. Lo saben y aun sabiéndolo no logran despegarse de esa inmundicia… Si hay algo que un muerto no puede hacer es liberarse de los gusanos.

Sé con certeza que el recuerdo de esa noche será eterno tanto para ellos como para mí… Solo que para mí ellos serán eternos en mis recuerdos y yo sólo seré un momento de inmoralidad de la que deberán arrepentirse: ya no son humanos, son cobardes… Lo desean codiciosamente pero no volverán.

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