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Compendio I
Creo que mi actitud en el trabajo comienza a ser algo molesta. Mientras que todos están festivos y más relajados, soy el que anda más tenso y cansado (porque me entretengo escribiendo hasta tarde) y aunque intento no interrumpirlos con mi mal humor, el simple hecho de verme trabajando a toda máquina les agota.
No es por impaciencia por recorrer esos 360 y algo kilómetros, para volver a mi hogar y disfrutar de las mujeres que amo… y las otras, con las que me entretengo…
Simplemente, estas fiestas me irritan.
Antes de conocer a Marisol, era una rutina que detestaba: para navidad, una cena familiar, donde venían mi hermana y mi hermano, con sus respectivas parejas y niños, en donde yo, como “Benjamín de la casa”, me tocaba cargar las sillas y ayudar a armar las mesas para recibir a los invitados.
Por si fuera poco, tenía que aguantarme horas y horas de sus “consejos”: qué buscara pareja, qué me cambiara de trabajo, qué me independizara definitivamente y todo ese tipo de comentarios, de personas que ni siquiera manejan tan bien sus vidas.
Para año nuevo, era peor. Afortunadamente, no lo celebrábamos en casa. Íbamos a ver los fuegos artificiales en la costa. Pero debíamos viajar 2 horas para llegar a la casa de playa donde nos hospedábamos.
Luego, arreglar las camas.
Posteriormente, preparar la cena para año nuevo.
Después, viajar otra hora más, para llegar al puerto y en ese lugar, esperar 3 horas, para que empezara el juego pirotécnico de media hora, donde finalmente tardábamos otras 2 horas más para regresar a la casa de la playa y dormir un par de horas.
Al igual que la mayoría, a mis padres les alegraban esas fiestas, porque “empezaba un año nuevo”. Pero para mí, que presenciaba la misma rutina todos los años, ya no creía en esos embustes.
Cuando conocí a Marisol, las cosas cambiaron un poco: mamá y papá empezaban con esos comentarios de “Cuándo nos casaríamos y le daríamos nietos, ya que era el único hijo que no la había hecho abuela”, sin preocuparse que mi ruiseñor aún seguía en la escuela.
Mientras que a sus espaldas, me expresaban la desconfianza que tenían en nuestra relación, ya que la consideraban inmadura…
Mis hermanos, por su parte, me preguntaban si realmente me sentía enamorado y me decían que “abriera los ojos, porque estaba embobado con su físico”.
Pero con Marisol, navidad y año nuevo eran más gratos. Aunque tenía que hacer las mismas cosas, ella lo disfrutaba mucho, por el cálido ambiente familiar que se generaba en mi hogar y ver la expectación en sus ojos me animaba más.
Y ahora, todos están así: preguntándose unos a otros dónde lo pasaran y blablablá.
Y para rematar mis malos ánimos, no hay día que pase Tom a la hora de salida y me invite a celebrar. Dice que conoce unas casas de putas bien buenas, pero dado que el caserío adónde van es de unas 60 personas, tengo mis dudas.
En fin, no vale la pena seguir quejándose…
Las mañanas de los sábados y domingos aprovechamos de quedarnos acostados hasta tarde. Despertamos alrededor de las 7 de la mañana, para darles el desayuno a las pequeñas.
Si bien no tengo leche, no encuentro justo que ella se levante sola, por lo que mientras alimenta a una, yo juego con la otra, veo sí me dejó alguna sorpresita en el pañal o si está medio adormilada, la arrullo con mi voz.
Luego, jugamos entre nosotros. Dado que ella siempre me atiende en la semana, soy yo quien le come la rajita un par de veces.
Posteriormente, ella me complace con sus hermosísimos pechos y dándome sus deliciosos paizuris, saboreando mi verga.
Después, hacemos el amor un par de veces. Casi siempre, hacemos el “recuento de la semana” o bien, satisfacemos nuestros deseos particulares.
Pero ese sábado, la noté nerviosa.
Distante.
“¿Estás enojada porque volví tarde anoche?” pregunté, mientras me restregaba los ojos. Era alrededor de las 10 de la mañana y recién estaba despertando.
Ella, en cambio, parecía estar despierta de antes.
“¡No, amor! ¿Cómo crees?”
“Es que te veo preocupada…” respondí. “Quería disfrutar un poco de ti por la mañana…”
“¡Si, yo también!” Dijo ella, aunque no parecía sincera.
Entonces, repicó el teléfono.
“¿Aló? ¿Sí?” contestó ella.
Su cara se mostró aliviada…
“¡No te preocupes! ¡Te doy con él!” Respondió, sonriéndome. “¡Es para ti!”
Por supuesto, se trataba de una mujer…
Luego de cortar, la miré enfadado.
“¿No piensas que es oportuno?” preguntó, con una tremenda sonrisa. “Yo justo que le había comprado unos regalos…”
“Marisol… estoy cansado.” Le expliqué. “Quiero relajarme este fin de semana y quedarme con ustedes.”
“Pero Marco…” puso una cara de desilusión. “¡No la has visto en 2 meses!”
No paraba de mirarla con desagrado. Es rico, sin lugar a dudas. Pero cuando ya te obligan a hacer cosas, pierde la gracia.
“¿Qué?” me preguntó ella, con tremendos ojos. “¿Piensas que lo sabía de antemano? ¿Qué tengo un horario, con su tiempo libre?”
“No… no lo creo…” respondí, luego de reflexionarlo un poco.
“Que Diana me mande mensajes de texto, es otra cosa…” sentenció, con su mirada de traviesa.
Me doy una ducha, tomo la caja de cartón, envuelta en papel de regalo y salgo. Me irrita que Marisol lo haga de esa manera, ya que no ve el rostro de su hermana cuando me voy.
Trata de sonreírme, pero sé que lo sabe… y que nada podemos hacer al respecto.
Cuando salgo a Military Road, voy pensando.
“Si tomo este camino, pasaré cerca del restaurant de Liz; si tomo la autopista, puedo llegar a Dovers Garden y desviarme por donde vive Megan…”
En algún momento, mi mapa imaginario de la ciudad se llenó de referencias de mujeres. Supongo que para los “amantes profesionales” (aun me considero amateur), debe ser peor, pensando en 2 o 3 domicilios de mujeres antes de llegar a su destino.
Opté por la segunda opción, ya que me dirijo al downtown…
Bajo del vehículo y subo a su departamento. Me espera sonriente…
“¿Y esa cara?” me pregunta. “Si es por llamarte tan temprano, ¡Discúlpame!... sabes que no tengo tanto tiempo libre y que cuando llego… lo primero que pienso es en ti.”
La beso en la mejilla y se tranquiliza. No es culpa de Rachel…
“¡Te ves cansado!” me dice, como si no me mirara al espejo. “Diana me contó que tenías visitas en tu casa. ¿Es eso?”
Es bueno verla preocupada por mí…
“¡No, no te preocupes!... Marisol te manda este regalo…” le digo, sonriéndole y pasándole el paquete.
“¡Qué bonito gesto!” me responde, con una cara de afligida.
La pobre todavía cree que Marisol no sabe lo de nosotros…
“¡Tengo que darte una buena noticia!” me dice, abriendo el regalo, muy ansiosa. “¡Decidí tomarme mis 2 semanas de vacaciones, así que estaré todas las fiestas acá! ¿No es maravilloso?”
“Si… pero me tocará trabajar el turno de navidad…” le expliqué.
“¡Que lastima!” responde.
Pero cuando abre la caja, se queda muda…
“¡Vaya!... ¡No me lo esperaba!” me dice, contemplando el contenido.
“¿Qué es?”
Cierra la caja apresurada y roja de vergüenza…
“No creo que debas mirarlo…” me dice ella, esquivando mi mirada.
“¿Por qué?”
Abre la caja y me muestra un camisón de dormir rosado, semi- transparente, con tirantes…
Muy sensual.
“Pienso… que deberías probártelo…” le digo.
“¡No lo haré contigo al lado!” protesta, avergonzada. “¡Conozco esa cara!... y no lo haré con el regalo que me manda tu esposa…”
“Pero… podría quedarte pequeño…”dije yo, imaginándola. “Marisol no sabe tu talla… puede que necesitemos cambiarlo…”
Ella suspiró.
“¡Esta bien!” dice, suspirando con resignación. “Solo… espérame aquí…”
Pasaron minutos eternos, en que me tentaba con ir a su dormitorio…
Finalmente, escucho su voz.
“¡No creo que sea buena idea!” me dice…
Tenía razón. Le quedaba extremadamente bien…
Para empezar, el color hacia juego con sus rizos pelirrojos. Además, se transparentaba su figura a través de la tela, pudiéndose contemplar todos sus detalles, como la cola, su ombligo y sus maravillosos pechos, aunque se encontraban cubiertos por ropa interior.
“Siento… que el pecho me queda apretado…” forcejeaba ella, con la tela, lo que hacía que la falda quedara en la mitad de los muslos.
“¡Déjame ayudarte!” me ofrecí voluntariamente.
“¡No! ¡No! ¡Quédate ahí!” me ordenó, con una gran sonrisa. “¡Me pones las manos encima y no paras!”
Pero la elasticidad de sus pechos sintéticos impide que pueda ajustarse bien…
“¡Está bien!” dice ella, contemplándose en un espejo. “¡Ayúdame un poco, soltándolos por la espalda!”
La cabeza de abajo ladraba por salir…
“¿Me queda… bien…cierto?” pregunta, calentándose al sentir mi pelvis, empujando su cola.
“Si… te queda bien…” le respondo, mientras reanudo los colgantes. “Solo que tienes unas cosas de más…”
“¿Cómo qué?” pregunta ella, susurrante.
¡Zap! Hace el seguro del sostén, cuando lo libero…
Ella sonríe…
“¡Ya lo sabía!” dice, acariciando mi entrepierna, mientras que aprovecho de masajear sus tetas y liberarlas del sujetador.
Huele muy rico. No sé qué perfume usara, pero es un agrado oliscarla en el cuello. Le da cosquillas, pero se deja hacerlo.
“Pienso… que debes estar tenso…” me dijo, tras liberar la bestia y acariciarla con sus manos. “Tal vez… tú y ella… no tienen tiempo, con las visitas…”
Se arrodilló para chuparla. Es estupenda…
“¡Pobre niñito!” me dice ella, mientras masajea el tronco y besa la puntita. “mamá no la atiende y quiere que lo besen…”
No se da cuenta que son esos mismos tratos que me tienen así. Pero no me importa.
Es Rachel, mi chica mala. Mi puta norteamericana…
Ya no quiero que me chupe. Los 2 estamos más que calientes. Nos besamos y vamos marchando al dormitorio.
Sus calzones ya están empapados. No es difícil entrar. La cabalgo, apoyándome en sus vibrantes pechos.
Me mira constantemente a los ojos, acariciando mi cara. Me mantengo en silencio. El único ruido son sus gemidos, a medida que voy penetrándola.
Me sacudo con fuerza, entrando más adentro. Sus cabellos están desparramados y sus colgantes se han revelado, exponiendo abiertamente sus albinos pechos.
Cierro los ojos, porque no quiero decir algo que la haga enfadar.
Para ella, soy un juguete más… no hay sentimientos… es sólo un polvo.
Ella sabe que lo veo como algo más serio.
Los 2 gemimos, buscando corrernos juntos. Me aferro de sus brazos, como si la sometiera más y más a mis embestidas.
Finalmente, acabo y me acuesto en su cuello. Me dan ganas de besarla, de acariciarla, de decirle que es mía, pero debo aguantarme…
Sin embargo…
“¿Vas… a decir… algo?” me pregunta, aun agitada.
“¿Cómo… qué?”
“No lo sé… como que me amas… o algo así…” responde, con un tono de molestia.
“Dijiste… que no te gustaba…” le dije yo, tragando saliva.
Ella sonríe.
“¿Yo dije eso?...” pregunta, con una mirada radiante. “¿Cuándo?”
“La última vez… dijiste que era un mata-pasiones (Killjoy, para ser precisos)” le respondo, desanimado.
“¡Estás equivocado!” me dice. “Yo no podría habértelo dicho…”
“¿Por qué?”
“Porque eres lo más cercano que tengo a una pareja…” me dijo, acariciando mi mejilla y mirándome con sus profundos ojos negros.
“Incluso dijiste que no dijera que te amara. Que me guardara mis comentarios para mi esposa…” le recalqué.
Ella se reía.
“¡Ay, Marco!...” suspiraba, poniendo su mano en la frente “¡Está bien!... ¡Lo confieso!... me gusta que me digas eso…“
Quedé sorprendido.
“Lo dices y me dan ganas de dejar esto…” dijo, algo desganada. “Pero no sería tan divertido…”
Me acarició el pecho.
“Nunca tengo tiempo… y si lo ves, mi casa ni siquiera tiene un árbol navideño.”
“¿No te gustaría pasar las fiestas en mi casa?” pregunté.
“¡Por supuesto que no! ¡Sería extraño!” exclamó molesta. “Además, no estarías allí… y me gustaría detenerme a pensar. Lo que me dices, nunca me he dado el tiempo para considerarlo… pero es bueno saber que uno de mis amantes se preocupa lo suficiente para darme un regalo… pero si no te molesta, me gustaría ir para año nuevo. No conozco a nadie más…”
“¡No hay problemas!” le dije yo, pensando que sería una “agradable sorpresa” para Marisol…
Y que probablemente, me significara una reprimenda, por informarle de esta manera…
Y proseguimos la tarde, jugueteando con su regalo nuevo…
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1 comentarios - Siete por siete (41): Un buen regalo…