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Siete por siete (37): El tercer tiempo




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Compendio I


Sé que no soy “monedita de oro”, como dice una de las canciones favoritas de mi vieja, porque no todos sienten simpatía por mí.
También comprendo que incomode a los australianos: la mala reputación de los sudamericanos nos antecede y sé bastante bien que para la mayoría de las personas, mi estilo de vida puede parecer aburrido (sin muchos vicios, vida relativamente sana y ñoña, etcétera).
Incluso respeto a las personas que les gusta el futbol, aunque tampoco me interese y sea bastante ignorante en el tema (porque de pequeño, era inquieto y me aburría por montones viendo los partidos, teniendo que quedarme tranquilo y guardando silencio).
Pero me molestan que las personas no sean tolerantes y que te traten mal, simplemente porque no ves el mundo de la misma manera que ellos.
El martes me desperté más temprano de lo normal. Sin embargo, no fui el único…
“¡Marco… lo siento!... ¡Es mi culpa!... ¡No te enojes con Marisol!...” decía Verónica, mientras la tomaba en la cocina.
Confieso que era una situación agradable. Le había levantado la falda y le hacía el amor, amasando sus deliciosos pechos, mientras que mi adorada suegra seguía implorando el perdón por su hija.
Aunque Amelia y su madre tienen amplias caderas, en comparación de Marisol, que tiene una cinturita más delgada, sus traseros son blanquitos y fenomenales.
De hecho, de no ser por el plan de Marisol, me habría concentrado en ellas toda la semana y habría estado contento.
“¡Debí decirle no!... ¡ahhh!... ¡Lo hicimos juntas!... ¡No es culpa de Marisol!...”
La besaba. Realmente, no me importaba lo del fregadero, pero disfrutaba de tenerla tan sumisa en mis brazos.
“¡No… te enojes…. ¡ahhh!... más… con ella!... ¡siii!... ¡Yo haré… ¡ahhhh!... lo que pidas…. para perdonarla!... ¡siii!... ¡siii!...¡siii!...” me decía ella, más que nada, buscando su gratificación propia.
Me afirmaba a su cintura, enterrándola con más fuerza.
“¡No te… preocupes!... ¡Está… todo bien!...” le respondí, mientras le pellizcaba los pechos y ella se retorcía de placer.
“¡siii!.... ¡siiiii!... ¡gracias!.... ¡graaaacias!... ¡ahhhhh!... ¡Marco!... ¡te quiero!... ¡te quiero mucho!... ¡ahhhhhhh!”
Y me corrí en su interior. Se apoyaba cansada, frente al lavadero de la discordia, mientras yo acariciaba suavemente su cuerpo y besaba su torso, esperando despegarme.
Cuando pude hacerlo, se puso de rodillas, al ver que seguía erecto…
“¡Déjame darte… otra vez las gracias!” dijo, empezando a lamerlo nuevamente.
Aunque lo hacía suavemente, recorriendo con su lengua el contorno de mis jugos y dándole algunos besos, tuve que forzarla un poco cuando se metió el glande en la boca.
No era mi intención, pero no quería que me sorprendiera Violetita mientras su querida madre le regalaba una mamada a su yerno, por lo que empecé a abusar un poco de la boca de Verónica.
Verónica, en cambio, no parecía tan molesta por la violencia. Mi verga, para ella, tiene un sabor especial y la distingue de las otras y según me enteraría en la semana, obligarla que me dé mamadas es casi tan agradable como que la obliguen a comer chocolate… aunque con un simpático dolor de mandíbula.
Luego de correrme en su boca, subió a su habitación a cambiarse de ropa, mientras yo limpiaba la cocina y la ventilaba un poco, aprovechando de preparar el desayuno.
Marisol estaba bien y fue un agrado para mis cuñadas y mi suegra ver cómo nos besábamos.
Luego de desayunar, fui al centro comercial y compré algunas herramientas: sierra, destornilladores, un taladro…
Sé que si mi viejo me hubiese visto, habría estado orgulloso, porque siempre he sido atroz para las manualidades.
Luego de almorzar, volví a la tienda, ya que había removido el triturador y necesitaba comprar unos tubos de pvc y un codo, puesto que no estaba seguro si quería volver a instalarlo.
Y por la tarde, tras remover la carcasa, saqué finalmente el pedazo de coronta…
A las 7:45 pm, estaba en el restaurant, que a diferencia de la última vez, estaba repleto de hombres.
Mi primera impresión fue que había un partido importante y el ambiente estaba tenso.
“¿Y qué cerveza tomas, amigo?... tenemos Ale, cerveza negra, Lager, de trigo, de raíz…” me preguntó el mesero.
Era un pendejo de unos 25 años, cuando mucho. De 1.72m de altura, porque era un poco más alto que Marisol.
Ojos celestes. Cabello teñido rubio, pero con raíces negras y una pinta de surfista fracasado, por su peinado, su barba desaliñada de unos 2 días, su mandíbula prominente y dura, sus brazos gruesos y un ligero tufo a cerveza, para rematar la comparación...
“¡No, gracias!” le respondí, interrumpiéndole. “¡Yo quiero unas hamburguesas y una bebida!”
Fue como si le tirara un gargajo en la cara…
“¿Qué tonterías estás diciendo? ¿Has visto los alrededores, hombre?” preguntó bien exaltado. “Si no te das cuenta, Scott, ese bruto, con los tremendos brazos, es el cocinero y no hay fuerza en el mundo que le obligue a freírte unas hamburguesas, si van a dar la retransmisión del partido del Liverpool…”
Yo no sabía de qué me estaba hablando…
“¡Fred, él es extranjero y no sabe de la Champions League!” dijo Liz, salvándome el pellejo.
“¿Cómo que no sabe?” preguntó más iracundo. “¿Acaso es un imbécil?”
Ella se ofendió.
“¡No seas así! ¡Ve a ver el partido y yo me encargo de atenderlo!”
“¡Está bien!” respondió y murmullando bien despacio cuando pasó a mi lado, añadió “¡Marica!”
Liz estaba avergonzada…
“¡Lo siento!... no debió tratarte así…”
“¡Es mi culpa! Debí haberte avisado…”
La notaba cohibida. No era la misma mesera aburrida que me atendió esa tarde, sino que parecía pendiente de cada esquina, como si hubiese francotiradores listos para despacharla.
Sin embargo, su sonrisa ligeramente se notaba agradada de verme.
“Por un momento, pensé que no volvería a verte. ¿Qué quieres servirte?”
“En realidad, vine por ti…”
Liz se puso colorada y susurró despacio, cubriéndose la boca, como si pudiesen leer sus labios…
“¡No es el momento más afortunado!...” confesó ella, mirando para todos lados. “Como ves… Fred es mi pareja…”
Sonreí.
“¡Pensé que eras “soltera”!”
Ella se rió, siempre pendiente de su entorno.
“¡Esos días lo era!” Confesó. “Andaba en Perth, visitando unos parientes y acaba de regresar ayer…”
Sonreí con malicia…
“Entonces… debió atenderte bien…”
Comprendía la connotación de mis palabras…
“Bueno… no es malo…” respondió. “Pero no es lo mismo que un hombre casado…”
“¿Y qué tiene de especial hacerlo con un tipo casado?” pregunté, jugueteando con mi anillo, el cual miraba mordiéndose los labios.
“uhm… mi experiencia me ha dicho… que los mejores son… los que menos tiempo tienen…” respondió, en voz baja.
“¿Por qué?”
“Porque si quieren hacer algo, tiene que ser rápido… y con ellos, cada segundo cuenta…”
“Bueno… en mi caso, dispongo de 2 horas libres… porque estoy buscando repuestos para el fregadero de la cocina…” le expliqué la excusa que me dio Marisol para salir esa noche.
Ella sonrió, complicada…
“¡Vamos! ¡No insistas!” dijo, mirando de nuevo a la barra. “¡Él está aquí… y tengo que trabajar!
Me encanta cuando dicen “No” con las palabras, pero sus gestos dicen lo contrario…
“¿Estás segura?” pregunté. “Porque parece más interesado en la repetición de un partido y en las cervezas, más que su novia… además, te dije que trabajo en una mina y no creo volver a verte al menos, medio mes más…”
Liz sonreía nerviosa, con sus dientes perfectos, mirando a todos lados con nerviosismo…
Sus preciosas piernas se entrecerraban, deseando encontrar una oportunidad, pero la mente la tenía bloqueada.
“Y suponiendo que aceptara… ¿Cómo me excusaría con él?” preguntó, mirándome con esos deseosos ojos negros.
Sonreí. Aunque le gustaban los casados, no debía tener demasiada experiencia.
“¡No lo sé!... ¡Estás un poco colorada!…” le dije, sonriendo. “Tal vez, te estas sintiendo indispuesta… y no puedes trabajar, ¿No crees?”
Ella sonrió…
“¡Por eso los casados son los mejores!” respondió jubilosa. “¡Siempre saben qué decir!”
Pero tuve que calmarla. No podíamos salir al mismo tiempo, porque aunque el pendejo parecía un troglodita extinto de la última glaciación, lo creía capaz de sumar 1 más 1. En especial, si salía con la misma persona que estaba atendiendo su novia.
“¿Te retiras, viejo?” me preguntó el pendejo. “¿No quieres compartir con los hombres?”
Su grupo de amigos también disfrutaban del comentario…
Sonreí. Disfrutar de Liz sería un placer adicional…
“¡No, amigo! Voy a pedir algo por el camino… ya sabes… para llevar…” le respondí.
“¡Qué lástima!” me dijo. “Ojala vuelvas otra vez…”
Por una chica como Liz, podía contarlo…
Pasaron unos 4 minutos y apareció ella. Se veía muy nerviosa…
“¿Y dónde vamos?” preguntó.
“Pensé que vivías aquí a la vuelta…”
“¿Ahí?” exclamó sorprendida. “Es que es nuestro departamento de solteros… y es un chiquero.”
La besé, sorprendida, para decirle que no me importaba.
Quedó embobada, con labios que sabían a caramelo y una lengua que no tenía demasiada experiencia besando de esa manera.
Incluso, al separarnos, tuvo que respirar un poco…
“No he tenido tiempo para arreglarlo… o ventilarlo…” me decía ella, mientras abría el candado de la puerta de fierro y bajábamos por las escaleras, al subterráneo de un edificio bastante humilde. “Podemos ir a un motel…”
Miré el reloj. 8:12pm
“Me queda un poco más de hora 3/4.” Le informé. “Si quieres confirmar lo que dices sobre los sudamericanos, esta es nuestra mejor opción…”
Al decir eso, sus ojos brillaban de deseo. Supongo que sabía que la iban a coger bien cogida…
Pero tenía vergüenza al abrir la puerta de su habitación. En estricto rigor, era un departamento con una sola habitación, de 5X5 metros, que contaba con una cocina, un comedor y un futón o un colchón tirado en el piso, envuelto por unas sábanas.
La única otra puerta que quedaba debía ser del baño.
El aroma en el ambiente y la cantidad de ropa interior esparcida por el suelo explicaban bastante bien el motivo del descuido.
“¡Perfecto!” exclamé, besándola de nuevo.
Podría cogérmela con completa libertad, sin preocuparme que Fred se diera cuenta.
Empecé a desabrochar su falda, mientras ella soltaba mi cinturón.
“¡Espera!... ¿Qué haces?” pregunté, sujetándome el pantalón.
“Pensé que íbamos a coger…” respondió confundida.
“Si, pero no vas a coger con cualquier tipo…” le expliqué, mientras ella sonreía. “De partida, cogerás con un sudamericano, que tú misma dijiste que son buenos amantes. Segundo, soy ingeniero en minas y yo no “taladro” antes de “inspeccionar la cueva”…”
“Bueno… entonces… ¿Qué hago yo?” preguntó sorprendida por la situación.
“Apóyate en esa mesa y abre las piernas…”
Me obedeció y levante la falda. La muy viciosa ya estaba mojada…
“¿Y qué opina, señor minero?” preguntó, sonriendo de caliente.
“Se ve una veta prometedora…” respondí. “Sin embargo, hay que enviar una sonda…”
“¿Una sonda?... ¿De qué…? ¡Ahhh!” exclamó, mientras le metía la lengua.
Yo lamía y lamía, mientras metía los dedos en su chorreante y pegajosa intimidad. Es una especie de “garantía para ambas partes”, porque por un lado, veo de primera fuente dónde meteré mi herramienta y por otra, en caso que yo falle, queda con una buena experiencia.
Metía mis dedos, revisando que tan amplio estaba y 3 dedos aun calzaban apretados, lo cual no era malo.
También aproveché de deslizar una de mis manos a su trasero, que estaba bastante carnoso. A ella le gustaba bastante mi inspección.
“¡Ay, si!... ¡Ay, si!... ¡No pares!... ¡No pares!... ¡Lame más!...” decía, con una cara que se entregaba entera y me enterraba la cabeza con sus manos, algo que me encanta.
Pero el tiempo apremiaba y vi que eran las 8:31 en mi reloj.
“¡Bien! ¡Me gusto la entrada principal y ahora voy a inspeccionar el resto!”
“¿El… resto?” preguntó con una sonrisa que me dejaba clarísimo lo mucho que le gustó la inspección.
“¡Así es!” y le descubrí la camisa, para revelar sus pechos.
Sorpresivamente, eran casi tan grandes como los de Marisol y se veían bien cuidados y con poco uso, por la forma de bambolear…
Sus mamas son blancas, finas, esponjosas y pujantes, con pezones gruesos y aureolas rosadas bien grandes.
“¡Ahhh!... ¡Ahhh!... ¡Ay, hazlo así!...” me decía, mientras la succionaba.
Me sorprendía que siendo una mujer que le gustaban los hombres casados, se sintiera tan bien simplemente porque chupaba sus pezones.
“¿Con cuántos hombres casados te has metido?” pregunté, lamiendo las areolas.
“Con… 5…. ¡Ahhhiiii!” gemía ella.
Se notaba que sus areolas rosadas eran sensibles. Mis dedos, que en ningún momento pararon de masturbarla, me informaban la cantidad de jugos que fluían de su interior al momento de hacerlo.
“Más viejos que yo, ¿Cierto?” pregunté, pellizcando suavemente el pezón.
“No… ¡Ahhh!... no mucho… ¡ahhhghhh!...” me respondió, con una mirada luminosa.
Estaba bien mojada y a esas alturas, podría haberle hecho lo que quisiera. Pero la estaba catando…
“Bueno… entonces no deben tener bebes…” le expliqué. “Me encanta chuparle a mi esposa la leche de los pechos…”
“¡No!... ¡Yo no tengo leche!... ¡Yo no tengo!... ¡Ahhhh!...” exclamó, corriéndose otra vez.
8:54.
“Bueno… ya me convencí. Ahora voy a metértela…” le dije, abriendo el paquete con el preservativo.
Ella era un mar de gozo…
“¡Espera!” exclamó de repente. “¿No debería… revisarla yo también?”
“¡Adelante!” le dije, bajándome el pantalón y mostrándole a pajarote.
Se arrodilló, con baba en la boca. Realmente, le gusta chupar vergas, aunque le faltaba experiencia. Se concentraba en succionar la punta, llevándosela a las mejillas y mordisqueándola de vez en cuando.
Marisol la disfruta entera: el glande, el tronco, los testículos…
Para mi esposa, el plato principal es mi leche, pero no por eso desprecia el resto de mi carnosidad.
“¡Es gorda… y bien dura!” me dijo ella, acariciándola con sus manos, con una cara como si la deseara chupar por el resto de la noche.
“Si… pero no tengo mucho tiempo…” le respondí, algo frustrado.
A las 9:14, ya estaba enterrándosela por primera vez.
“¡Ay, si!... ¡Ay, si!... ¡Me gusta!... ¡Me gusta!...” decía, mientras le apretaba los pechos y la bombeaba con fuerza.
Ella me abrazaba con fuerza, mientras que yo seguía ensanchando sus paredes, acostados en el colchón impregnado a aroma a sexo…
“¡Estás… bien apretada!” le comenté. “¿De verdad… te has metido… con otros hombres?”
“¡ahhh!... ¡ahhh!... ¡ahhh!.... ¡Siii!... me he metido… ¡oh, cielos!... con otros… ¡ahhh!... hombres…”
“¿Y no… te acostaste… con Fred hoy?” pregunté.
Me besaba, buscando mi lengua. No me gustó besarla tanto, porque si bien su boca era medianamente dulce, podía sentir vaho de cerveza fluyendo por sus pulmones.
“¡Fred… nunca… ¡ahhhh!... me la ha abierto… tanto…!”
Le quedaban unos 20 minutos más de placer, mientras acariciaba sus pechos, le comía los pezones y como es mi costumbre, meterle un par de dedos en el trasero.
A las 9:37, esperábamos para despegarnos. Ella, sonriente como una chiquilla… y yo, conteniendo mi instinto de “Killjoy”, para no acariciar sus mejillas y mirarla demasiado a los ojos.
Aunque me costaba reconocerlo, Rachel tenía razón: no necesitaba más novias (entre Fio, Megan y Marisol podía defenderme bien) y si bien era cierto que esta era “carne nueva”, al mismo tiempo, me impedía disfrutar de mi suegra y mi cuñada.
“¡Eres excelente!” me confesó, bastante sudada y para variar, manteniéndome de rehén dentro de ella. “¿Lo disfrutaste?”
“Si…” le respondí, disimulando mis cavilaciones. “Solo que estoy pensando en lo que dijo Fred, sobre la Champions League…”
Ella se río.
“¿En verdad piensas eso, luego de la mejor cogida que me han dado?” preguntó con ojos risueños.
“Es que es futbol… y yo no conozco mucho…” confesé con vergüenza.
“¡Vaya, eres extraño!” Me dijo, acariciando mis mejillas, como sintiendo simpatía. “Yo tampoco sé mucho… y hasta hoy, no pensé que me fuese a excitar tanto por un partido del Liverpool…”
Fue ella quien buscó mis labios y me besó nuevamente.
“¡Tienes ojos muy lindos!” me dijo. “Tu esposa debe tener mucha suerte…”
Miré el reloj mientras nos duchábamos. 9:46 pm.
“Realmente, te preocupa mentirle a tu esposa, ¿No?” preguntó, sorprendiéndome.
Probablemente, me debió haber visto revisando el reloj…
“Es que ella sabe que no me desvió mucho…”
Ella sonrió con tristeza…
“¿Volveré a verte?... porque realmente, lo disfruté… y eres tierno… y sensible…”
La besé… acariciando pecosas sus mejillas y entregándole mi lengua. Ella necesitaba un “Killjoy”, más que un polvo de una sola noche…
“¡Por supuesto!” le respondí, sonriéndole. “Aún hay cosas que tengo que enseñarte…”
Su mirada se puso más alegre… y es cierto, porque solamente Fred ha probado su cola…
“Entonces… esperaré ansiosa a que vuelvas…” dijo, besándome otra vez.
Luego de ponerse su camisón para dormir (siempre mirándome, como si deseara que pasara la noche con ella), nos besamos una última vez y me marché, pensando en cómo podría visitarla en estos días.
Mientras pasaba por fuera del restaurant, se escuchaba el griterío por el final del partido.
“¡Liverpoool! ¡Liverpooool!”
Probablemente, había terminado el segundo tiempo…
Sonreía, porque yo ya había disfrutado del tercero…


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