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Siete por siete (32): Mi muñequita de juguete




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Compendio I


Y esa noche, fue excelente. Memorable. Deliciosa.
Luego que volviéramos de la universidad, después de cenar, Marisol decidió cortar por lo sano y prestarme definitivamente a su madre y a su hermana. No pensaba que tuviese motivos ocultos, pero estaba contento por su decisión.
Y es que era evidente en los 4 esa tensión en el aire. Ellas saben que me gustan por separado y sería un mentiroso si trataba de resistirme…
Aunque todas me deseaban por igual, Marisol decidió providencialmente que una de ellas tenía preferencia, porque sus ojitos aun se avergonzaban ante la idea de pasar definitivamente una noche juntos, tal cual como si estuviésemos casados…
“¿Y qué se siente estar casada, Amelia?” le pregunté. “Porque esta noche, serás mi esposa…”
No lo sé. Aunque suene egoísta, espero que nunca se case. Porque tener relaciones con Amelia es delicioso…
En realidad, con toda la familia de Marisol… (Aunque siendo sincero, falta su tía Lucia… ¡Oh, Enero! ¿Qué sorpresas me esperan el próximo año?)
Porque está mi esposa, con ese espíritu competitivo, de ser la mejor de mis mujeres, pidiéndome cada vez una repetición de lo que hago con otras.
Esta mi suegra, que es simplemente, una mujer fenomenal: una amante experta, que ha entregado su delicioso cuerpo tantas veces, para satisfacer el placer de los hombres y que está siempre dispuesta a experimentar cosas nuevas.
También está Pamela, con ese carácter de perros, con su cuerpo de diosa y su feminidad tan sensible, que me hizo creer cada vez que le hice el amor, que no la merecía, porque es una belleza digna para una estrella del balompié o un actor de películas.
Y por supuesto, ella, mi cuñada. Tan deliciosamente tierna…
Se cubría la cara con la sabana, para que no contemplara su rubor. Sin embargo, estaba pendiente de cómo me desvestía y me colocaba el pantalón del pijama.
Marisol se quedó en la pieza matrimonial, con las pequeñas, redactando, mientras yo me servía a su hermana menor.
Con ella estrenaría las camas individuales. Aunque había tenido encuentros, nunca pasé la noche entera durmiendo.
Se pueden acostar 2 personas, dormir apretaditos y hacer más cosas. Eso lo descubrí jugueteando con Megan y con Diana. Pero de llevarlo a la práctica, sería con Amelia.
Estaba nerviosa. Suspiraba…
Se acostó al extremo de la pared, como si intentara huir de mí. No es que no lo deseara. Solamente, tenía miedo.
Y cuando levanté la sabana, para acostarme, sentí como si fuera hacérselo por primera vez: porque estaba avergonzada y su camisón blanquito, cortito hasta un poquito más abajo del pubis, sus colgantes, su piel blanquita y su rubor, me daban la impresión que iba a probar su virginidad otra vez… a pesar que he probado la virginidad de todos sus agujeros y superficies.
“¡Amelia, eres muy hermosa!”
“¡No te burles!” se quejó ella, con sus mejillas sonrosadas. “Ya van 2 veces que me has dicho gorda…”
Sonreía. Como una mujer adulta, ya recordaba cada transgresión que hacía.
“Pero aun no me respondes. ¿Qué se siente estar casada?”
Se mostraba más seria…
“¡No bromees con eso! ¡Es muy malo!...”
“¿Por qué?”
“Porque sé que estás mintiendo. Sé que no me amas, tanto como a Marisol o como a Pamela…” me dijo, anunciando lo que sería el tópico de la noche.
“¡Ay, princesa!” exclamé.
Y empecé a besarla, a hacerla mía…
A veces me pregunto si la habré violado. Es decir, soy incapaz de hacerlo, pero ella es tan sumisa…
Me perdía en sus jugosos y gruesos labios, mientras mis manos acariciaban impunemente sus pechos.
Ella suspiraba en éxtasis, mientras besaba su cuello, lamía el contorno de sus pechos y deslizaba mis dedos a través de su tesoro rosadito más tierno.
“¿No estás… mintiendo?” trató de preguntar, sin gemir demasiado. “¿Hoy… seré tu esposa?”
La miré a sus ojos. Aunque es el mismo tono que su madre y su hermana, puedo distinguir los ojos de Amelia, por su ternura, pureza y anhelo…
“¡Por supuesto!” le respondí. “¡Es nuestra noche de bodas!”
“¡Oh, Marco!” exclamó, y me recibió dentro de ella.
Nada de preservativos. Atacando a “fierro limpio”…
Marisol los detesta. Desde la vez que quedó embarazada, los odia y ahora, sabiendo que volvería a verlas, me pidió que no los usara, porque si a ella no le gustaban, a su mamá y a su hermana, muchísimo menos…
Esa es una de las cosas que me confunde de mi ruiseñor: Ni siquiera le preocupa si embarazo a su hermana.
“¡Si, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡Más adentro!... ¡Más adentro!... ¡Por favor!” suplicaba, mientras la bombeaba con fuerza.
No era necesario, porque yo quería estarlo. Me encanta besarla, mientras que ella me abrazaba y sentía su vibrante pecho apoyarse sobre el mío.
Acariciaba su trasero, porque quería prepararlo.
“¡Si, esposo!... ¡Por favor, tómalo también!” decía con una voz tan ansiosa y sensual…
Porque mi cuñada lo disfruta más por la cola…
Le metía los dedos y su lengua se desbocaba en mi boca.
“¡Te amo!... ¡Te amo!... ¡Te amo!...” repetía en interminable frenesí.
Y tuve esa sensación… esa, como cuando no quieres estornudar, porque sabes que mancharas con moco…
Aunque claro, no la sentí en mi nariz y ella deseaba que estornudara…
4 estornudos, dentro de su ser…
“¡Tan rico!... “me decía, con unos ojos hermosísimos, rellenos de dicha “¡Me siento tan bien!... ¡Marco, yo te amo!”
Le sonreía y acariciaba su cara. Me miraba contenta y me besaba, porque nos gusta besarnos.
Esperamos nuestros acostumbrados 10 minutos, hasta que bajara lo más que pudiera. Pero no era del todo, porque seguía excitado.
Me presentó su cola ansiosa. Enorme. Imponente. Escultural…
Blanquita.
Fue un alivio para ambos enfundar. Si bien, hacer el amor es rico, mejor es disfrutar las cosas que nos gustan más juntos.
El agrado de volver a someterla, de la misma manera que lo hacía cuando salíamos a trotar: con sus piernas dobladas, apoyada en ambas manos, mientras yo ingresaba mi bastón de carne en su estrecho y apretado intestino…
No dijo palabras. Como les mencione, disfruta más por la cola…
Sonreía, recordando sus soniditos de sorpresa, la primera vez que lo hice…
“¡Ip!... ¡Ip!... ¡Ip!”
La verdadera señal “Amelia”…
Le gusta demasiado. Solamente, se escuchaban suspiros…
Lamentos placenteros… como cuando comes una sopa deliciosa e involuntariamente, no puedes resistir la música de sabores que sientes en la boca.
Yo trataba de darme mi tiempo. Se notaba que lo que dijo antes era cierto: nadie, en todos estos meses, la había penetrado…
Mi niña preciosa…
La bombeaba, imaginando las hojas del otoño, con su uniforme escolar y corriendo sus antiguos y largos cabellos castaños, en su colita de caballo, que se obstinaban a molestar su cara, mientras caminaba de regreso a su casa… solita, tierna y hermosa.
Me pregunté cuántas veces se habrá tocado, pensando en mí o haciendo qué cosas…
Sus gemidos eran más intensos. Como si fueran un poquito dolorosos. Pero no se quejaba… o si lo hacía, le agradaba ese dolor.
Deslicé mi mano hasta su pepita. Estaba inundada…
Era obvio, porque su marido la estaba disfrutando.
Me aferré a sus bombones, enterrándola de lleno. Dio un gemido de sorpresa, pero no menos sensual.
La machacaba, con violencia y ella disfrutaba que estuviera más adentro, entrando y saliendo, entrando y saliendo, de su apretadísimo interior.
Me corrí en ella, otra vez, pero quería probar su agujero delantero una vez más.
Ella resoplaba, cansada, con la cola en alto, sonriendo y esperando que me bajara…
Un ángel. Un maravilloso y delicioso ángel…
Pensó que iba a montarme, pero no. No quería. Quería atraparla, besarla, acariciar su cuerpo…
Hacerla mía. Nada de palabras dulces ni comentarios tiernos. Si se tiene una boca, se usa para besar o lamer…
“¡Marco! ¿Qué te…?” alcanzó a preguntar, cuando mi fogosa boca sometió la suya.
La arremetía con fuerza, enterrándola a fondo…
Trataba de hablar, pero la callaba con mis labios. Finalmente comprendió y empezó a besarme efusivamente.
Se estremecía cuando amasaba sus pechos. Mordía mi hombro, cuando acariciaba su trasero…
Y yo, una fuerza imparable: no sentía fatiga. La bombeaba sin darle tregua, mientras que sus jugos fluían sin cesar.
Gemía, gemía. Me encantaban sus gemidos… mi tierna cuñada, gimiendo de esa manera por mí… me ponía más caliente…
La estaba quemando. Lo sentía, porque mi vara estaba ardiendo en deseo por ella…
Se quejaba, sin parar de abrazarme, ni que sus besos recorrieran mis mejillas, mientras la densa, húmeda y ardiente atmosfera de sudor nos envolvía…
Finalmente, cuando iba por su tercera o cuarta corrida, me habló…
“¡Córrete dentro!... ¡Córrete dentro!... ¡Por favor, Marco, córrete adentro!...” suplicaba ella, con lágrimas en los ojos.
Yo sonreía, disfrutando del delicioso “¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf!”, producto del choque de nuestros cuerpos, mientras la bombeaba con todas mis fuerzas.
La besaba e incluso sus labios temblaban anhelantes de mi inminente corrida…
Se llenó de júbilo cuando vio mi suspiro y es que simplemente, no podía resistirme a su cálido y tierno interior.
“¡Ahhhh!” exclamó ella, empapada de sudor y yo me sentí ligeramente mareado… pero sonriente.
Era la tercera vez que me corría en ella esa noche y estaba muy ansioso de probar una cuarta y con suerte, una quinta y proyectando una sexta…
“¡3 veces, Marco!... ¡3 veces!” sonreía ella, muy contenta, tratando de desabrigarse, porque estaba bañada en transpiración.
Yo disfrutaba de su sonrisa...
“¡Si, así es!”
“¿Y qué pasará si me embarazas, Marco? ¿Acaso ya no te preocupa?” preguntaba ella, con una mirada llena de anhelo.
“¡Por supuesto que me preocupa!” le respondí vigorosamente, para darle un tierno beso en sus labios regordetes. “Pero por esta noche, eres mi esposa… y hay que complacerte.”
La mirada de Amelia fue tan tierna con el caer de sus parpados. Todavía le avergonzaban esas cosas y yo la disfrutaba…
“¡Te amo mucho!” le dije, besando su cuello y partiendo por la cuarta vez…
Sin embargo, su mirada se volvió más triste…
“¿Pasa algo?”
“No es nada…” dijo ella, restándole importancia. “Solo me preguntaba si sientes lo mismo por Pamela…”
Yo me reí.
“¿Y a qué viene eso?” deteniendo mis caricias.
“Es que todavía me acuerdo de lo que escribiste sobre ella…”
Tras nuestro casamiento, como regalo de despedida, envié a cada una de ellas una copia de la bitácora que narraba lo que compartí con ellas.
Fue la primera versión de lo que bauticé posteriormente como “Seis por ocho”. Sin embargo, una buena parte estaba compuesta de encuentros intensos entre Pamela y yo.
Y era inevitable, dado que vivíamos bajo el mismo techo, junto con Marisol. Nos amábamos, pero no podíamos reconocer esas emociones, porque Pamela sabía que deseaba casarme con Marisol y porque yo mismo me reprochaba los sentimientos que tenía por Pamela.
“¿Te gusta más ella?” preguntó, con algunas lágrimas asomándose.
Me sorprendió que me lo preguntara en esos momentos. Había disfrutado de ella intensamente y en ningún minuto se me pasó Marisol o Pamela por mi mente.
“¡Por supuesto que no! No tiene nada que ver…”
“¡Marco, no tienes que mentirme!” dijo ella, tratando de sonreír con valentía. “Siempre te ha gustado… y no te preocupes… yo puedo entenderlo…”
La besé. Son cosas como esas las que me encantan de ella…
“¡Marco!” exclamó, colorada y sorprendida.
La besé otra vez…
“¡Me encanta que seas tierna, Amelia!... es lo más rico que tú tienes…”
En vano trataba de resistirse: quería hablarme (lo sabía por la mirada en sus ojos), pero su lengua, lejos de rechazarme, me besaba con la misma intensidad que le entregaba.
“¡Marco!... ¡Por favor, créeme!” me suplicaba, mientras me ocupaba de sus mejillas y apretaba suavemente sus meloncitos, los que les ocasionaba sensuales gemidos de deseo. “¡Yo soy madura, Marco!... ¡Ya soy mujer!”
“¡Si, si lo sé!” le dije, mientras reiniciaba la cuarta… aunque legalmente, era la quinta vez que entraba en ella.
Ella suspiraba…
“¡No, no lo sabes!” decía, disfrutando nuevamente del intenso vaivén con que la había recibido toda la noche.
Aun así, trataba de explicar su punto…
“¡Marco… de verdad… soy tan madura… ¡Ahh!... como Pamela… o Marisol!”
“¡No lo dudo!” le respondí, sorprendido y agradado de su estrechez, humedad y calidez interna, que tras 2 irrupciones, recibía igual de apretada que antes. “¡Siempre lo he sabido!”
Sus ojitos tomaron un resplandor divino…
“¿De verdad?” preguntó ella, estrechando su rajita un poco más…
“¡Así es!... déjame acabar en ti y te lo explico…”
Antiguamente, sus besos eran tiernos. No eran tan buenos, porque la práctica que había tenido con ellos había sido con su hermana Marisol.
Pero ahora, una de las mejores cosas que hace es besar. Y es que su succión me recuerda a las caricaturas, cuando se atoran los sopapos en la cabeza.
Para que decir de sus mamadas, que son formidables…
Pero hacerle el amor, de esa manera (si, Marisol, sé que lo vivo diciendo una y otra vez), es agradable, porque de mis 4 favoritas, es la única que se deja guiar por mí.
4 favoritas… ¡Jamás pensé que podría armar un harem, si lo quisiera!
Marisol también lo hace, pero es que ella y yo lo hemos hecho tantas veces, que aunque la guio, ella sabe el recorrido que tomaré.
Pero Amelia no. Con ella, casi todo parece primeras veces…
Era la segunda vez que me cabalgaba desde que llegó. Confieso que me gusta más forzarla, porque su cuerpo musculoso pone una resistencia innata.
Sin embargo, cuando lo hace ella y se estira, irguiéndose, quedan sus pechos expuestos y aprovecho de apretarlos, jugueteando con sus pezones.
Porque al igual que su madre, también es muy sensible en esos lados…
“¡Marco… me tocas ahí… y siento corriente!”
Y otra de las cosas singulares que tiene Amelia es que, cuando uno hace cosas como esa, saca un movimiento de cadera que te deja turulato…
Literalmente, me entierra en ella, trazando leves circunferencias sobre mi vientre, que permiten que la punta del glande presione diferentes superficies del útero. Al menos, esa es la sensación que tanto ella y yo sentimos y que mi infatigable mente de ingeniero intenta explicar.
Y lo que es mejor, es que necesito deslizar mi mano hasta su cintura, para que empiece a clavárselo con más violencia.
“¡Si, Marco!... ¡Más adentro!... ¡Así, Marco!... ¡Por favor!... ¡No te detengas!” dice ella…
Pero en esos momentos, mi participación es casi nula. Es tan violenta, que el colchón se hunde y el mismo colchón, al restituir su posición inicial, hace que mi penetración sea más efectiva, sin necesitar que me mueva.
Pero a diferencia de la vez anterior, permanece erguida y toma mis manos, para que acaricie sus hinchadísimos pezones…
Y es que esta vez, está hirviendo en lascivia, mientras que antes, nos abrazábamos y besábamos…
No. Esta vez quería que acabara en ella, una vez más, y lo hacía de esa manera para sentirlo, para disfrutar la sensación y sentirse completa…
Un intensísimo “¡Ahhhh!” avisó cuando bañaba nuevamente su interior. Su carita de ángel, satisfecha por cuarta vez, me sonreía y se acostaba en mi pecho, como una gatita malcriada.
“¡4 veces!” repetía ella, suspirando. “4 veces… ¡Tendríamos muchos hijos!”
Se reía y suspiraba. Quería besarla y calmarla un poco, para explicarle lo que siento por ella.
“Amelia… no pienso que seas la más inmadura.” Le dije, deseando ser un fumador y poder fumar decentemente en esos momentos.
Ella me miraba humilde…
“¡Marco!” dijo, tras darme un tierno besito. “¡No tienes que mentirme!... te comprendo…”
“No.” le respondí. “Porque sigues creyendo que Marisol y Pamela son maduras… y eso es una gran falacia.”
Me miraba confundida, pero habiendo estado con las 3, yo tenía mis justificaciones.
Es que, en el fondo, nadie es “enteramente maduro”, porque todos hacemos cosas que no corresponden a nuestra edad: yo juego con consolas diseñadas para niños y adolescentes; Marisol y yo seguimos viendo caricaturas y cantando temas de animación japonesa…
Y bueno… he contado muchas veces los gestos de Marisol.
Pero es que son esas cosas de la vida las que les dan su sazón: sería muy aburrido si solamente pensara en trabajar, pagar las cuentas, ver noticiarios y todas esas cosas que uno ve cuando es pequeño, sin darme un momento de distracción.
Incluso, mi misma abuelita, de más de 90 años, esconde caramelos en su dormitorio, para comer en la noche y literalmente, se escabulle para darle de comer a los pájaros de la casa de mis padres o lavar la loza, cuando su visión es tan mala.
Y en ese aspecto, Amelia es fácilmente, 5 veces más adulta que Pamela.
Entiendo que Pamela haya tenido una de las niñeces más difíciles. Pero para las vísperas de mi matrimonio, luego de sus resultados de ingreso a la universidad y cuando estaba haciendo las paces con su madre, nuestra relación ya era un noviazgo a todas luces.
Sin embargo, vivía diciendo que no le gustaba que le hiciera la cola, que le agarrara los pechos, que la besara, entre otras cosas, cuando en realidad, le encantaban.
Pero no niego que hacer el amor con una mujer así (aparte de las múltiples virtudes y atributos que Pamela tiene por sí sola), lo hacía más placentero. Porque a nivel sugestivo, existía una resistencia “mental” a la penetración, donde debía someter a una española “encabritada”, para obtener placer.
No obstante, con Amelia, hacer el amor es completamente lo opuesto…
Su personalidad sumisa y tímida la vuelve una muñequita en mis brazos.
Puedo hacer lo que se me antoje y ella lo sabe y me deja. Porque genuinamente confía en mí (que es algo que disfruto mucho en una mujer, mientras hago el amor… porque cuando tengo sexo, ¡No necesariamente me dan su confianza, Marisol!) y se entrega a cumplir mis deseos.
Sé que le gusta el sexo anal, que le coma su rajita y por supuesto, darme mamadas. Pero ella me respeta y me deja tocarla como yo desee, porque sabe que, más temprano que tarde, le daré en el gusto.
Y es honesta. Me pregunta abiertamente cuando está de ganas…
Ella se ruborizó cuando terminé de explicarle…
“Entonces… ¿Tú me quieres tanto como a Pamela?” preguntó, con su adorable timidez.
“De hecho, creo que un poco más…” confesé.
Estaba roja como un tomate…
“¿P-por qué?” preguntó, tartamudeando ligeramente.
La besé, para tranquilizarla.
“Porque eres lo que Marisol más ha protegido: lo más tierno, lo más puro, lo más dulce… y eso, corazón, me encanta.”
Fue ella quien busco la quinta vez… pero cuando acabamos, quedó rendida.
Aunque también estaba agotado, no quería dormir, porque la estaba disfrutando, como lo hace la gente con el vino.
Acostados, de cucharita, con la luz verde del reloj, anunciando las 4:26 de la mañana, me recordaba esa noche, hace mucho, mucho tiempo atrás, en que Marisol me había apartado por un tiempo de su lado y que por esa noche (la que estaba recordando), me había aceptado de vuelta.
Al igual que como lo hice con su hermana, contemplaba los gestos de Amelia mientras dormía: su respiración, su ligero ronquido…
Y trataba de nivelar mis instintos con mis sentimientos…
La razón siempre me ha dicho lo malo que sería si Amelia tuviese un hijo conmigo. Pero el corazón y mis sentimientos se sopesaban.
Las pequeñas, no obstante, eran las únicas que mantenían esa nave de sueños e ilusiones anclada. Porque yo ya me veía con Amelia, en una casa, abrazando a nuestro propio bebe…
Pero era cierto. Ella se entregaba deliciosamente…
“Porque eres mi novio…”
Me encanta cuando me lo dice, porque se lo creo. Y no pienso que sea una ilusión causada por la inmadurez.
Para nada. Probablemente, me ha querido tanto como Marisol…
Pero a diferencia de antes, no me preocupaba el “qué dirán los otros”, si embarazaba a Amelia. Lo que me preocupaba era qué dirían mis pequeñas si descubrieran que sus primos son medio hermanos y eso me frenaba.
Incluso en su sueño, ella se entregaba: podía acariciar sus sufridos meloncitos, jugueteando con sus pezones o bien, jugar con su rajita y ver cómo se agita su respiración…
Pero a pesar de lo que habíamos hecho, me decidí por su colita… aunque quise hacerlo de una manera diferente a la que conoce.
Me deslice bajo las sabanas, levanté la falda de su camisón y palpé esos tremendos bombones, incrustando la lengua entre ellos.
Me encanta ese aroma a jabón, mezclado con el aroma propio de una mujer y la calidez de su cuerpo.
Chupeteaba su estrecho agujero, sin prestarle demasiada importancia a los sabores, que terminaron disipándose luego con mi saliva.
Escuchaba su respiración agitarse, mientras la inesperada invasión recorría la punta de su esfínter.
En mi mente, jugaba imaginando que mi lengua era un vendedor de bienes raíces, preparando una casa para un cliente extranjero…
Mr. Verg A.
Por supuesto, Mr. Lengua debía hacer un trabajo minucioso, ya que Mr. Verg era un cliente muy, muy importante. Grande y poderoso, por lo demás…
No importaba que el edificio se sacudiera peligrosamente por los exhaustivos arreglos de Mr. Lengua.
Mr. Verg es una persona… complicada. Le gustan los ambientes más húmedos y candentes…
Y Mr. Lengua pasó media hora, armando el apartamento, mientras que la casa vecina tenía una terrible inundación…
Mr. Lengua era un profesional… pensaba arreglar otro día esa avería, pero no podía ocuparse en esos momentos. Mr. Verg iba en camino al edificio.
Era un apartamento estrecho… pero Verg era una persona obstinada. Había invertido mucho en el departamento y aunque tenía problemas para entrar, seguía esforzándose…
Entraba, salía y volvía a entrar…
Era un poderoso. No se iba a dejar intimidar por una casa pequeña…
Era una casa acogedora, romántica, con forma de bombones. Las paredes exteriores eran lisas y suaves, mientras que las interiores eran húmedas y pegajosas.
A Verg le gustaba su casa. En especial, la protección anti- sísmica…
Aunque no negaba estar muy apretado, lo que más le gustaba a Verg era que podía avanzar lo más profundo en su alargada casa, sin preocuparse que fuese a colapsar sobre él.
Le encantaba, particularmente, la textura de las paredes, que parecían envolverlo cómodamente y abrigarlo de una manera refrescante.
Finalmente, más satisfecho con su nuevo hogar, Mr. Verg decidió celebrar su compra con una botella de champaña…
Lamentablemente, la botella se destapó y manchó las paredes del hogar…
Soy un desquiciado y probablemente, si le hubiese contado la historia a Amelia, le habría dado vergüenza.
Sin embargo, verla dormir, agitada y con una enorme sonrisa, me dio a entender que ella siempre sería mi esposa y mi muñequita para jugar…


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