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Siete por siete (30): Piedra filosofal




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Compendio I


Confieso que me ha tomado de sorpresa la entrada de mi ruiseñor. No me lo esperaba, aunque conociendo a Sonia, que también es un poco “dramática” para sus cosas, no creo que este muy contenta.
Seguramente, me avisaría en un tiempo más, con un memo o una orden, para que me presentase en su oficina en unos meses más y darme la sorpresa en persona…
Pero en estos momentos, llevo 2 días en faena y ya estoy ansioso por volver: 3 de mis 5 amores están esperándome en casa.
Es que, aunque mi conciencia me dice que no debo hacerlo, me es imposible mirar a mi suegra y a mi cuñada con los ojos que les tenía antes y ellas también sienten esa tensión eléctrica, que me obliga a disfrutar de sus cuerpos…
Y lo mejor, es que ellas también lo desean.
Cada día fue intensísimo, al punto que me cuesta quedarme dormido. Tengo que masturbarme un par de veces, algo que no he hecho en un buen tiempo. E incluso mis hombres, en el trabajo, se dan cuenta que trabajo más animoso, mientras que el resto todavía lamenta la salida de Hannah.
No piensen que no la extraño. Por supuesto que también lo hago. Pero Hannah tiene a Douglas y según ella misma, no es un mal novio.
Es apuesto, atlético y también sabe manejarse en la cama… pero no me voy a poner a contar eso, si los dedos se me queman por narrar la mañana del miércoles.
“Marco, ¿Puedes decirle que no está enferma?... porque me está empezando a convencer. Ya has visto esas noticias por la tele y tú sabes más cosas… ¿Qué es lo que nos pasa cuando viajamos mucho en avión?” preguntó mi ruiseñor.
El desayuno empezaba con una Marisol afligida y una Amelia preocupada, tras haber dormido casi 14 horas. Su estómago está inusualmente más hambriento que de costumbre, para ser la hora del desayuno.
Verónica, por supuesto, seguía durmiendo.
Según me cuenta Amelia, tiene la misma hambre que cuando quiere cenar y no se da cuenta que está en lo correcto: que a esa hora, ya debía haber cenado.
Son 12 horas y media que nos separan de su huso horario, por lo que mientras ella lucha con la cama para levantarse por las mañanas, nosotros hacemos los preparativos para acostarnos.
Eso, además que “vivimos en el futuro”…
“¿Estás diciendo que hoy es martes?” preguntó, bastante confundida.
Aunque Marisol lo vivió en su tiempo, todavía le cuesta entender por qué veía a “Hisashi- sensei” a las 9 y media de la mañana del miércoles.
“Para ustedes, sí. Pero para nosotros, es la mañana del miércoles. Según tú, son alrededor de las 10 de la noche y si no has cenado, no me sorprende que estés hambrienta.” Le dije, tomando mi café.
Confundida y maravillada, por saltar del domingo al miércoles, me siguió preguntando.
“Pero… ¿Cómo?... ¿Por qué aquí es mañana?”
No es que ignorase la redondez de la tierra. Ella entendía que era de noche en nuestro país, mientras que aquí era de día.
Lo que no entendía era por qué era miércoles en Adelaide, si en nuestra tierra seguía quedando horas de martes.
“Cuando cruzaste el pacifico, atravesaste la línea de cambio de día. Cuando la medianoche pega en esa línea, por consenso internacional, se acuerda que uno pasa al día siguiente. Por esa razón, las celebraciones de “año nuevo” empiezan a diferentes horas y por eso, si te acuerdas de los noticiarios de la tarde para la víspera, siempre reportan cómo han vivido los chinitos o los australianos el año nuevo.”
“¿O sea que Pamelita va a “hacer tuto”?” preguntó inesperadamente Violeta.
Con solo oír su nombre, me corté…
Sus hermanas mayores se miraron sonrientes.
“Si, princesita. Debe estar con mucho sueño.” Le explicó Marisol.
“La última vez que la vi, se veía bastante enojada.” Dijo Amelia y sin querer, la miré con mayor atención. “No sé por qué… si puede tener el mundo a sus pies.”
Lo último, lo agregó con amargura y supe que era a causa mía. Es decir, lo intuí.
“¿Te animas a salir a trotar, Amelia?”
Pude ver su sonrisa bien amarga…
“¿De qué hablas? Ya no troto hace casi un año…”
“Yo tampoco. Pero al verte, me traes recuerdos y me dieron ganas de trotar.”
“¡Deberías aprovechar!” dijo Marisol. “Yo no puedo correr nunca con él, porque siempre se tiene que quedar uno de nosotros cuidando a las pequeñas…”
Nuestras frases animosas parecían ser no tan efectivas como lo eran antes…
“¡Ni siquiera traje ropa para trotar!” exclamó ella, como si se rehusara.
La acompañe a su dormitorio y le vi vaciar el bolso. Definitivamente, no mentía, porque toda su vestimenta había cambiado radicalmente: faldas, pantalones de mezclilla, camisetas strapless, tanktops y otras prendas juveniles.
“¿Lo ves? Ya no soy la niña que todos piensan…” dijo, con un tono bien sarcástico.
Sinceramente, no me gustó, porque la Amelia que siempre he conocido ha sido dulce y bondadosa y el sarcasmo queda mejor en mujeres con carácter más fuerte, como lo son Pamela o Marisol.
Rescaté un par de bermudas y la llevé a nuestro dormitorio. Estaba ligeramente enojado, porque no me gusta escucharla hablar de esa manera, así que fui a mi gaveta, tomé una polera vieja y se la pasé.
“¡Toma!... ¡Saldremos a trotar!” le ordené.
Pero tal como mencione en la entrega anterior, “Por más que la mona se vista de seda, mona se queda” y aunque esa actitud rebelde y desafiante trataba de intimidarme, hubo un gesto ligero, casi imperceptible, que me hizo creer que en el fondo, seguía siendo la misma niña que trotaba conmigo: Oliscó brevemente mi polera.
Ahora, trotar en pendiente es otra cosa completamente distinta. Antes, podíamos correr sin problemas, porque el terreno era parejo. Pero ahora, en bajada, agarrábamos demasiado impulso y en una ocasión, no alcancé a detenerme y me tropecé.
Aunque Amelia se asustó, al verme que estaba bien, se rió con la misma jocosidad de la niña que meses atrás había dejado y aunque me rasmillé una de mis rodillas, ayudo a liberar las tensiones.
Llegamos al borde del club de yates y nos quedamos mirando las embarcaciones.
“¿Y por qué no trotas?”
“Porque esas cosas la hacía cuando niña…” dijo nuevamente, con esa actitud tan altanera que simplemente no le queda. “Antes, yo me arrancaba de los problemas, pero ahora los enfrento.”
“Pues, está mal que no trotes.” Le dije yo. “Te estas poniendo más gordita por no hacerlo.”
Aunque la afligió un poco, Amelia había aprendido a contener sus emociones, al igual que disimularlas.
“Además… la razón por la que salía a trotar se casó con mi hermana y se fue a vivir a otro país…”
En ese momento, esa expresión sarcástica si estaba más acorde a ella.
Le sonreí, agradado por el comentario.
“¿Te animas a correr otro poco más? Quiero darte un regalo que ni a Marisol ni a Pamela les he entregado…”
Sus ojitos se llenaron con ilusión y aunque estaba un poco cansada, continuamos el trote. Marchamos al sur, unos 2 kilómetros más y llegamos a una playa que había visto, hecha de pedregales.
La había visto un par de veces, cuando llevaba a Marisol a la universidad. Me dio un poco de lástima, porque viviendo en una ciudad costera, las playas arenosas estaban más al sur y la más cercana, medianamente decente era esa, con piedrecillas.
Había puesto de salvavidas, basureros y baños, como toda buena playa debe tener y tiene unos macizos rocosos por los bordes, que le dan una forma de ensenada, protegiéndola del oleaje.
Fue en este lugar, un tanto olvidado de la gente y de la civilización, al que quise darle a Amelia su propia versión de lo que viví con Diana en Ulundi.
“¿Y qué me vas a dar?” me preguntó, mientras nos sentábamos en la playa.
“Paciencia.” le respondí, contemplando el oleaje.
Inesperadamente, como un halcón viendo su presa, me incorporé y corriendo, mientras las aguas retrocedían, tomé una piedrecilla blanca y se la entregué.
“¡Toma!” le dije, muy contento, al ver que era un pedazo de cuarzo.
“¿Esto querías darme? ¿Para esto vinimos hasta acá?” exclamó, bastante enfadada.
“Pues sí.”
Decepcionada con el regalo, alzó la mano y amenazaba con arrojarlo.
“¡Espera! ¿Qué haces?”
“Pensé que ibas a darme algo bonito y especial… como un anillo o un par de aretes.”
Sabía que era un poco ladina, como lo es su padre. Pero no pensé que estando con Lucia tanto tiempo se pusiera tan sofisticada.
“Pero si ese regalo es especial…” le dije, sinceramente preocupado porque lo arrojara.
“¿De qué hablas? Si lo acabas de recoger…”
“Pues si… pero lo que tú no sabes es que es una piedra filosofal…”
Ella me miró desconcertada.
“¿Piedra filosofal?” me preguntó. “¿Piedra filosofal?... ¡Estás mintiendo! No existen las piedras filosofales…”
“¿Por qué no?”
“Porque si existieran, todos seriamos inmortales…”
Claro. El único concepto que tiene de ese término es la película del niño hechicero…
“¡Pero te equivocas! Esa piedra, de verdad, es una piedra filosofal.” Le dije, con vehemencia.
Ella la miró con mayor atención y como soné sincero, se detuvo para contemplarla.
“Y… ¿Por qué es una piedra filosofal?” preguntó.
“Pues… porque te la di yo.”
Ella se rió.
“¿Y eso qué? Aquí hay muchas piedras que pudiste haberme dado…”
“Así es.” Le dije. “Sin embargo, de todas esas piedras, la que te di fue esa.”
Ya estaba más cautivada con la explicación.
“¿Y qué es lo que la hace… especial?”
“Pues… que te la he dado yo.”
Se volvió a reír.
“¡Que tonto eres!”
“Pues es cierto.” Le dije, tomando otro guijarro. “Podría haberte dado esta, que es más amarilla, con claras señales de erosión, por los poros que tiene, pero era muy fácil de entregártela y esa es un poco más valiosa que esta.”
“¿De verdad?” dijo, mirando su piedra con mayor atención.
“Así es. Esa es de un trozo de cuarzo, que ha estado rodando el mar, probablemente por años antes que tú, yo o alguien la tomara y el hecho que la tengas en tu mano, le da un valor especial.”
“¿Por qué lo dices?” preguntó ella, más intrigada.
“Porque mírate: una muchacha hermosísima, de una tierra completamente lejana, literalmente, del otro lado del mundo, viene a esta playa, que como ves, está completamente vacía… y luego llega un chico, que la toma y se la entrega. ¿No piensas que eso es algo especial?”
Ella se volvió a reír.
“Bueno… si el chico es como tú… no me debería sorprender.”
“Y eso que recién comenzamos a rasguñar la “filosofía de esta piedra”, Amelia. Si no te has dado cuenta, tu piedra ha estado rodando en el mar…”
“¿Y qué tiene de especial eso?”
“Pues que de todas las piedras que has visto, esta es única entre todas ellas.”
“¿De qué hablas? Yo he conocido el mar y he visto piedras… y aunque lo que dices es muy bonito, no encuentro que tan especial tiene esta piedra.”
Le tomé la mano y la miré a los ojos.
“Pues, lo que hace especial esta piedra, en comparación de todas las piedras que has visto en el mar, es que esta piedra, esta pequeña piedrecita que tienes en tus manos, ha estado en un océano completamente distinto al que tú conoces.”
Fue entonces que se dio cuenta de que lo que decía era cierto: había visto toneladas de guijarros en el océano pacifico, pero esa piedra era única, en el sentido que se encontraba en el océano índico.
“¡Es verdad!” exclamó sorprendida por la revelación.
“Y a pesar de todo, aun no revela todos sus misterios…” le dije, cautivando más su atención.
“¿Por qué? ¿Qué otros misterios tiene?”
“Pues… de partida, te la he regalado yo…”
Ella se volvió a reír.
“¡Está bien! Ya me lo has dicho… y me ha quedado claro.”
“Pero no lo entiendes completamente.” Le recalqué. “Para poder darte esta piedra, ¿Hemos tenido que trotar cuánto? ¿Hará unos 3 kilómetros?”
“Si, más o menos…”
“Y eso solo ha sido para llegar hasta aquí. Ahora bien, piensa que ni tú ni yo hemos salido a trotar en un año…”
“Pues sí…”
“Y si tú no hubieses aceptado a salir a trotar, no habría salido a trotar yo…”
Sus ojos se dilataron…
“¡Marco!” exclamó, con su delicioso rubor en las mejillas. Aun recordaba que yo odio salir a trotar…
“Por lo que si no hubiésemos venido, esta piedra habría seguido rodando con la marea, de manera indefinida, mientras yo habría visto televisión y tú habrías tratado de mostrarte más adulta.”
Estaba avergonzada…
“E incluso sabiendo eso, otra de las cosas que hace especial a esta piedra es que tú la has recibido y tú has sido la única quien le he dado una piedra…”
Volvía a sonreír, en una montaña rusa de emociones…
“Porque ni por Pamela ni por Marisol ni por tu madre ni por nadie he venido exclusivamente a esta playa, para darle una piedra como esta como regalo…”
Empezaba a conmoverse…
“Marco… yo…”
“Y para finalizar la cantidad de misterios que he descubierto de esta piedra, Amelia, lo que hace a esta más singular que todas las piedras, que todos los aretes y todos los anillos que puedan regalarte, es que esta piedra, esta insignificante y común piedra… es que esta piedra va con un mensaje…”
No pude contenerme y la besé, suavemente en la mejilla, amansándola un poquito más…
“Esta piedra… que tienes en tus manos, te dice que no cambies… que tu cuñado, a pesar de estar casado… a pesar de ser un padre… y a pesar de vivir tan lejos… te ama especialmente por la manera que tú eres… y que no necesitas cambiar… y cada vez que veas esta insignificante piedra, te acordaras de lo que vivimos este día.” La besé nuevamente, acariciando suavemente sus pechos. “Por eso, Amelia… esta es una piedra filosofal…”
Simplemente, paré de contenerme. Nos besamos en los labios, como antes…
Me encantan sus besos. Son tiernos y cariñosos, que te van envolviendo y guiando…
No sé cuál es el embrujo de la familia de Marisol. Pero retumbaba en mi cabeza el hecho que era miércoles, día de semana y la playa de por sí, no era atractiva como las otras… por lo que estaríamos solos.
Me saque la polera (como buen caballero) y la puse en su espalda, para que no se lastimara con las piedras.
Ella ya sabía que íbamos a hacer…
Me gusta mucho su sonrisa. Amelia proyecta su inocencia de tal manera, que tientan mis propios demonios a corromper algo tan inocente y puro.
Y es que ella, en sí, no se corrompe. Me ha querido casi tanto tiempo como lo ha hecho Marisol, aunque su timidez lo mantuvo en secreto.
Por ese motivo, vez que la tomo, ella se entrega completamente y es especial, porque a diferencia de Marisol, es muchísimo más sumisa.
No digo que sea mejor. Me encanta que mi esposa tenga las ideas claras de qué es lo que quiere y cómo le gusta.
Pero cuando estoy con Amelia, todo parece una primera vez y todo lo que hago parece sorprenderla y agradarla. Por esa razón, no pone resistencia...
Le encanta que acaricie sus pechos. Le gusta que mis manos estén siempre tibias.
No sé si habrá pensado que otros hombres se los toquen. Pero cuando te mira con esos ojos de enamorada, cobra valor sus palabras que “soy su novio” y me los entrega sin restricciones.
Es delicioso besarla, porque su boquita te recuerda al sabor de las frutillas. Sus suspiritos son tan tiernos y su carita, blanquita, como la de un ángel, hace que el momento parezca especial.
Otro placer es deslizar la mano bajo su bermuda, mientras ella cierra sus ojitos, sintiendo como la voy amando como una mujer. Su tesoro más preciado, rosadito, peludito y muy húmedo, espera ansioso que lo vea.
Liberaba suspiros deliciosos, a medida que masajeaba la zona e impregnaba mis dedos con tal deliciosa miel.
En esos momentos, tienes que besarla, sí o sí. De lo contrario, un angelito como ese regresaría al cielo… y ella lo desea.
“¡Marco… te he extrañado tanto!” dijo ella, para luego exclamar un maravilloso gemido de placer, a medida que le liberaba los bermudas.
Mi niña aún conserva su ropita interior con diseños de ositos. La miraba con ternura, al ver cómo se avergonzaba, porque seguía siendo la misma...
Metí mi lengua en su cálido interior y ella se estremeció en placer. Sorbía sus deliciosos juguitos, mientras que mi dedo pellizcaba su hinchadísimo botón. Ruiditos angelicales salían de sus labios…
Ya estaba duro. Estuve duro desde el primer momento que las vi en el terminal… y aunque tardé 3 segundos en liberarme de los pantalones del buzo y los calzoncillos, encontré una terrible falta de respeto hacerle esperar.
Por primera vez, la deseaba tanto que no pensé en preservativos, en días seguros o en pastillas. Y por ese motivo, mi irrupción fue levemente más violenta.
Se quejó, pero como todas las otras veces, no protestó. Aunque no seguía trotando, me recibía tan apretada como siempre.
La deseaba a ella, con sus ojitos verdes y su mirada de niñita tímida e indefensa, tratando de contener mis embestidas, mientras que sus pechitos, anhelantes, paraditos y excitados, deseaban tanto que fueran chupados…
“¡Chupas tan rico!... ¡Te adoro!…”
Espero que nunca se entere que todos los hombres podemos chuparla así. Me guardaré ese secreto…
Levantaba sus musculosas piernas, para tensar ligeramente su cálido manantial de la vida. Aunque la nueva posición le dolía un poco más, la disfrutaba, dando deliciosos gemiditos.
“¿Te vas a correr dentro?... ¿Me vas a llenar otra vez, verdad?...” me preguntaba, mirándome deseosa por una respuesta afirmativa.
Eso es otra de las cosas que le gusta. Desde que empezó a tomar sus pastillas anticonceptivas, un mundo nuevo de placeres se manifestó ante sus ojos.
No quise responderle. Sus labios esponjosos y su lengua me llamaban la atención. Ella quería una respuesta física a su consulta, pero mi sonrisa y por ende, la suya, sabían cuál era la verdad.
Nos abrazamos y la giré, para que me montara ella. No me importó tener gravilla en mi espalda. El dolor me recordaba que estaba despierto… y que seguía vivo.
“¡Por favor!... ¡Dime que me extrañaste!… ¡Dime que querías hacer esto conmigo otra vez!…” suplicaba ella, mirando al cielo, apoyando sus brazos en mi vientre y contemplando el maravilloso movimiento de sus pechos celestiales, mientras que entremedio de mis piernas, sentía fluir el jugo de los dioses.
Nuevamente, movía las caderas, como lo hizo en su vergel. Ese movimiento, como si acomodara mi pene en su interior, para que no la volviera a abandonar…
No nos preocupaba ni el sol, ni el calor, ni la gente. De cualquier manera, estábamos solos y yo le agarraba los pechos, mientras se seguía sacudiendo.
“Amelia… ya sabes mi respuesta…” le dije.
Nos besamos otra vez. Me encantan sus labios. Su succión y su técnica, es maravillosa. Aún mantiene esa ternura de los primeros besos que nos dimos… le he enseñado tanto…
“¡Si, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡Te amo!... ¡Te sigo amando!...” decía, golpeando con más fuerza entre mis piernas, mientras apoyaba sus brazos y me dejaba contemplar sus pechos enormes, blandos y suaves, como si fuera una vaquita.
Yo también quería estar más adentro de ella y al tomar sus tiernos bombones, para acomodarla a mi ritmo, ella daba unos tiernos gemidos…
Finalmente, acabé en ella y quedó tan feliz…
“Marco… Marco…” llamaba mi nombre, constantemente, mientras me mantenía atrapado en su interior. “Marco… yo te sigo amando… y tenía tanto miedo… que no me siguieras queriendo…”
“Amelia…” le respondí, agitado, mientras se acostaba en mi pecho. “Yo también estaba asustado… que me hubieses hecho caso… y que hubieras encontrado a alguien más…”
Ella se volvió a reír.
“¿Qué dices?... intenté hacerlo… ¡De verdad!... conocí amigos de mis amigas… pero no pude… te estuve esperando… todo este tiempo…”
Me empezaba a excitar dentro de ella… y se daba cuenta…
“¡Te estás poniendo duro de nuevo!” dijo, cerrando los ojos. “La última semana se me hizo eterna… y casi me acabé los anticonceptivos, pensando que haríamos esto otra vez… ¡Ahh!”
Simplemente, tuve que hacerle el amor un par de veces más…
Regresamos a casa a eso de las 3. Ya habían almorzado y Marisol sonreía bastante, sabiendo el motivo de nuestra demora…
“¿Y por qué tardaron tanto?” preguntó mi ruiseñor.
“Pues… Marco me regaló una piedra…” dijo Amelia, mostrándole su regalo, con la mirada que su hermana conocía bastante bien.
“¡Mira tú!” dijo Marisol, mirándome muy divertida. “¿Y por qué a Amelia les das piedras y a mí no?”
Aunque eso iluminó más la mirada de Amelia, supe bien que era un reproche para mí…
Después de todo, ya iban 2 chicas convencidas que las piedras no eran inútiles…


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3 comentarios - Siete por siete (30): Piedra filosofal

pepeluchelopez +1
Recordar es volver a vivir... Pero volver a vivir es el cielo mismo y la gloria de los dioses! Te envidio y mis felicitaciones por que el destino les permitio volver a disfrutarse. Sobre la entrada de marisol ni tiempo a enojarte te dio... Jaja tu napoleon del crimen
metalchono
En parte tienes razón. Pero no me puedo enojar con ella, ya que sabe que yo mismo no he querido preguntar. Incluso ahora, que todas saben lo ansioso que estoy por ver a Pamela, no he querido hacerlo, para no hacerme demasiadas expectativas, porque ella, adorablemente, es de un carácter complicado. Pero si, disfrutar de ella ha sido excelente.
pepeluchelopez
Genial! Esta bien por una parte que hanna este de vacaciones puesto que tienes mas energia acumulada para los 3 amores q hay en casa. Falta q fiona pida su despedida de año para celebrar año nuevo. Regrese rachel pidiendo su ultimo del año, diana y la otra chica q acompaña a marisol, bueno, ellas dos puedes prestarlas un poquito a Ted. Suerte y feliz diciembre en espera de otra entrega
metalchono
Genial... sigue dándole más ideas a mi esposa, jajaja