La sed que nunca se satisface

Quizás sea la experiencia, tal vez el haber pasado ya la mitad de mi vida, pero cuando estoy con una mujer así disfruto el darle placer. Nada me importa, solo ella.
Después de todo, no siempre uno tiene la suerte de compartir íntimos momentos con mujeres así.

Me recibe como siempre, alegre, energética, angelical y a la vez fatal.
Una combinación de inocencia y sensualidad que desarma a cualquier hombre.
El poder de una mujer así sobre mi es casi hipnótico.



Tan solo verla me produce tanto gozo, que el poco egoísmo que me queda se diluye en cuestión de segundos. Mi mente, mis manos, mis labios, mi entero ser se predisponen a buscar su mayor placer. Que se entienda la probable confusión lingüística, la búsqueda se trata de complacer a esa bella dama, que con solo su presencia y su intimidad me dan vitalidad.

Repentinamente, esa energía que creía perdida, fluye de algún rincón de mi cuerpo como el imparable caudal de un río bravío que nada puede detener.



La adoro e idolatro cual diosa pagana de la sensualidad.
Los dedos de sus pies me erotizan, son presas de mis manos y mis labios.
Recorro una y otra vez el entorno y forma de sus piernas.
Y por encima de ellas una manzana que me hace comprender porque Adán la prefirió al paraíso.



Su espalda se arquea, busca el placer de mis manos una vez más.
Ellas son obedientes, si su diosa las reclaman, no tienen otra opción quc cumplir.



Su cuello y sus hombros son también de una sensualidad que me apabullan.
Suave, pero con firmeza a la vez, los moldeo siguiendo sus formas.



Yo ya no aguanto, quiero penetrar, pero resisto, el placer es para ella, la princesa que me honra al dejarme estar junto a ella una vez más.
La doy vuelta, veo su rostro relajado, me da satisfacción, sus ojos rasgados, casi orientales, su bella boca, me provoca besarla. Nuestros labios se sellan en un beso eterno.





Mis manos no se detienen, acarician sus pechos, su perfil, su abdomen, pero hay algo allí abajo que me atrae, que me llama con sus movimientos y calor.



Continúo besándola y mi mano baja allí, al centro del mundo, al lugar más placentero que un ser puede llegar.
Tanta calidez y humedad hay allí que me cuesta controlarme, pero soy suave.



Algo encendí, mi bella diosa toma las riendas de la situación. Su pasividad se acabó.
Me da vuelta, se pone arriba, toma el preservativo de la mesa de luz, lo coloca y su boca toma a la presa sin piedad. Dura como adolescente, no lo puedo creer.



Cuando parece que todo es inevitable, ella lo presiente y se detiene, me mima, me besa, me calmo.



Se yergue sobre sus rodillas, toma mi pene y se lo introduce lenta y suavemente.
Estoy entregado, que haga de mí lo que quiera, soy solo un instrumento de placer.

Cabalga, lento y profundo, su cara se transforma, gestos de placer se vislumbran.
Acelera sus movimientos y yo acompaño con placer.
Su humedad me salpica y me llena de goce. No sé cuanto fue, para mí, eterno.



Se desmonta, mí miembro viril todavía duro y sin acabar, me resistí con todas mis fuerzas.
Lo toma con una de sus manos. Sube y baja con frenesí. Quiere acabarme o mantenerme firme ?



La respuesta viene enseguida, me toma con sus manos para que me incorpore, se recuesta de espaldas y arquea una de sus piernas.
Coloco mis manos a sus costados, brazos extendidos, mi pelvis en su cola, la levanta y allí la penetro. Lentamente, pero sin pausa.
Movimientos suaves, alternando con algún estertor de profundidad continúa nuestra intimidad.
Sus dedos estrujan las sábanas debajo nuestro. La humedad se hace evidente en los sonidos que viajan por el aire.



No aguando más, borbotones de placer surgen de mi interior, indescriptible sensación que provoca placer y alivio. Es tanta la energía liberada que no puedo parar de moverme en su interior.
Beso su cuello, su espalda, la soplo, hace calor y nuestros cuerpos están húmedos de sudor y satisfacción. Así permanecemos varios minutos.

Ella rendida, yo no puedo dejar de acariciarla, le pregunto si le molesta, es que no me puedo detener.
No, me responde ella, me encanta. Y así estuvimos un rato más, sin decir palabra, solo el contacto de nuestra piel.



Hoy ya pasó más de un día de esa noche, busco en mi mente las imágenes, trato de hallar su aroma en la punta de mis dedos.
Quiero más, es una sed que logra el placer pero nunca se satisface.