Mi primer trabajo fue en una empresa de comercio exterior. Estaba en la parte administrativa y mi jefa era la señora Elba, una mujer de unos cuarenta años, altiva, portentosa y autoritaria. Al mismo tiempo era una mujer de belleza explosiva, deseada por todos, pero al mismo tiempo temida por la ferocidad de su carácter. Sin embargo, conmigo tenía una relación amable, me tomó como su protegido desde llegué a la empresa. Yo la respetaba y al mismo tiempo la deseaba, con sus tetas enormes, sus piernas larguísimas, su cintura entallada y esa mirada que hacía arder al mundo.
Hubo un día en que diluvió y la ciudad quedó anegada. A la hora de irnos de la oficina ella me preguntó a dónde pensaba ir. “A mi casa” respondí. “Ni se te ocurra” me dijo “Todo está inundado y no hay transporte, nunca vas a llegar viviendo tan lejos como vives, te vienes a mi casa y ahí esperaremos a que pare de llover” No era una propuesta, era una orden, ella siempre daba órdenes. Vivía a pocas calles de la oficina por lo tanto fuimos caminando bajo la lluvia. Minutos después llegamos calados hasta los huesos, recuerdo que su blusa se volvió semitransparente con la humedad y sus pezones se adivinaban oscuros y redondos. “Será mejor que te quites esa ropa cuanto antes así te la pongo a secar” dijo y desapareció luego de cruzar una puerta. Yo, en medio del living, no sabía qué hacer. No quería desobedecerla, pero tampoco me parecía apropiado desnudarme. Me quité el sweater y la camisa. De pronto ella regresó, estaba desnuda. “Vamos, quítate toda la ropa, ¿o acaso no hay confianza entre nosotros?, vamos, vamos”. Obedecí como un autómata y me desnudé por completo. Ella tomó mi ropa y se la llevó. Luego volvió por mí y me dijo “Ven, vamos a tomar algo caliente”. Me llevó a su dormitorio, me ordenó tenderme en la cama y rato después apareció con dos tazas de café. Las bebimos en la cama, los dos completamente desnudos mientras oíamos caer el diluvio. Comenzó a acariciarme un muslo y luego, descaradamente tomó mi pene y comenzó a masajearlo. “Lo que pase hoy no se lo contarás a nadie ¿OK?”. Afirmé con la cabeza. Me masturbó un rato, luego me besó con furia, llenando mi boca con su lengua y su saliva, me lamió el cuello, el pecho, el abdomen y luego comenzó a chuparme la verga. No podía creerlo mientras observaba el cabello oscuro de la señora Elba, derramado sobre mi pelvis mientras su boca se tragaba mi pene. De pronto se incorporó, me miró fijo unos segundos y abrió un cajón de la mesa de noche y sacó un consolador. “Ponte en cuatros patas” ordenó. Obedecí e inmediatamente sentí como comenzaba a chuparme el culo, sentía su lengua, vivaz y agresiva en mi orificio anal. Lamía, besaba y chupaba ruidosamente mientras me acariciaba los testículos. Luego – sin permitirme girar para ver- me untó el culo con algo aceitoso y me dijo: “Ahora vas a quedarte quietito como un buen chico”. Y sentí que algo me entraba, todo mi cuerpo se tensó. “Tranquilo…tranquilo…es mi dedo”, dijo la señora Elba. Estuvo un rato metiéndome el dedo, haciéndolo girar a un lado y otro. Descubrí con cierto asombro que me gustaba, pero me aterraba la idea de que me metiera ese tremendo consolador. Y eso fue lo que hizo a continuación. Me lo empezó a poner de a poco. Me dolía, pero no me atrevía a resistirme. “Eso…así, chiquito…déjate hacer”. El dolor aumentaba, con mi mano traté de detener la de ella, pero me la retiró con violencia y de un golpe me lo introdujo por completo. Grité de dolor. “Eso te pasa por desobedecer” dijo, y comenzó a meterlo y sacarlo. Yo le pedía por favor que lo hiciera suave, y ella me aseguraba que pronto comenzaría a gustarme. Y me gustó, una vez que mi orificio se adaptó me vi envuelto en un placer inimaginado. Estaba siendo penetrado por mi jefa en una tarde de lluvia, me excitaba sentirme dominado por ella y la sensación en mi ano era de vértigo. Mientras me introducía el consolador me acariciaba el pene y los testículos y prometía: “Pronto te haré acabar como nunca lo hiciste, chiquito”. Estuvo varios minutos violándome sin piedad. De pronto me sacó el consolador del culo, me hizo acostar y se me subió en cima metiéndose mi verga en su concha. Y empezó a la galopar sobre mí, se agitaba furiosa, sacudiendo sus tetas y mirándome con ojos de fuego. Sus movimientos eran furiosos, su cadera ondulaba y la humedad de su vagina me cubrió la pelvis, yo deliraba de placer al sentir como mi verga entraba y salía de su cuerpo arrebatado de calentura, los dos sudábamos y gemíamos en una tempestad de placer. Derramé mi semen en el interior de mi jefa sintiendo que cada célula de mi cuerpo se volvía incandescente, entonces ella acabó entre temblores y gritos de fiera salvaje. Afuera, la lluvia seguía cayendo a mares. Ella me miró con una sonrisa de diabla y me dijo “Esto recién comienza, chiquito”.
Hubo un día en que diluvió y la ciudad quedó anegada. A la hora de irnos de la oficina ella me preguntó a dónde pensaba ir. “A mi casa” respondí. “Ni se te ocurra” me dijo “Todo está inundado y no hay transporte, nunca vas a llegar viviendo tan lejos como vives, te vienes a mi casa y ahí esperaremos a que pare de llover” No era una propuesta, era una orden, ella siempre daba órdenes. Vivía a pocas calles de la oficina por lo tanto fuimos caminando bajo la lluvia. Minutos después llegamos calados hasta los huesos, recuerdo que su blusa se volvió semitransparente con la humedad y sus pezones se adivinaban oscuros y redondos. “Será mejor que te quites esa ropa cuanto antes así te la pongo a secar” dijo y desapareció luego de cruzar una puerta. Yo, en medio del living, no sabía qué hacer. No quería desobedecerla, pero tampoco me parecía apropiado desnudarme. Me quité el sweater y la camisa. De pronto ella regresó, estaba desnuda. “Vamos, quítate toda la ropa, ¿o acaso no hay confianza entre nosotros?, vamos, vamos”. Obedecí como un autómata y me desnudé por completo. Ella tomó mi ropa y se la llevó. Luego volvió por mí y me dijo “Ven, vamos a tomar algo caliente”. Me llevó a su dormitorio, me ordenó tenderme en la cama y rato después apareció con dos tazas de café. Las bebimos en la cama, los dos completamente desnudos mientras oíamos caer el diluvio. Comenzó a acariciarme un muslo y luego, descaradamente tomó mi pene y comenzó a masajearlo. “Lo que pase hoy no se lo contarás a nadie ¿OK?”. Afirmé con la cabeza. Me masturbó un rato, luego me besó con furia, llenando mi boca con su lengua y su saliva, me lamió el cuello, el pecho, el abdomen y luego comenzó a chuparme la verga. No podía creerlo mientras observaba el cabello oscuro de la señora Elba, derramado sobre mi pelvis mientras su boca se tragaba mi pene. De pronto se incorporó, me miró fijo unos segundos y abrió un cajón de la mesa de noche y sacó un consolador. “Ponte en cuatros patas” ordenó. Obedecí e inmediatamente sentí como comenzaba a chuparme el culo, sentía su lengua, vivaz y agresiva en mi orificio anal. Lamía, besaba y chupaba ruidosamente mientras me acariciaba los testículos. Luego – sin permitirme girar para ver- me untó el culo con algo aceitoso y me dijo: “Ahora vas a quedarte quietito como un buen chico”. Y sentí que algo me entraba, todo mi cuerpo se tensó. “Tranquilo…tranquilo…es mi dedo”, dijo la señora Elba. Estuvo un rato metiéndome el dedo, haciéndolo girar a un lado y otro. Descubrí con cierto asombro que me gustaba, pero me aterraba la idea de que me metiera ese tremendo consolador. Y eso fue lo que hizo a continuación. Me lo empezó a poner de a poco. Me dolía, pero no me atrevía a resistirme. “Eso…así, chiquito…déjate hacer”. El dolor aumentaba, con mi mano traté de detener la de ella, pero me la retiró con violencia y de un golpe me lo introdujo por completo. Grité de dolor. “Eso te pasa por desobedecer” dijo, y comenzó a meterlo y sacarlo. Yo le pedía por favor que lo hiciera suave, y ella me aseguraba que pronto comenzaría a gustarme. Y me gustó, una vez que mi orificio se adaptó me vi envuelto en un placer inimaginado. Estaba siendo penetrado por mi jefa en una tarde de lluvia, me excitaba sentirme dominado por ella y la sensación en mi ano era de vértigo. Mientras me introducía el consolador me acariciaba el pene y los testículos y prometía: “Pronto te haré acabar como nunca lo hiciste, chiquito”. Estuvo varios minutos violándome sin piedad. De pronto me sacó el consolador del culo, me hizo acostar y se me subió en cima metiéndose mi verga en su concha. Y empezó a la galopar sobre mí, se agitaba furiosa, sacudiendo sus tetas y mirándome con ojos de fuego. Sus movimientos eran furiosos, su cadera ondulaba y la humedad de su vagina me cubrió la pelvis, yo deliraba de placer al sentir como mi verga entraba y salía de su cuerpo arrebatado de calentura, los dos sudábamos y gemíamos en una tempestad de placer. Derramé mi semen en el interior de mi jefa sintiendo que cada célula de mi cuerpo se volvía incandescente, entonces ella acabó entre temblores y gritos de fiera salvaje. Afuera, la lluvia seguía cayendo a mares. Ella me miró con una sonrisa de diabla y me dijo “Esto recién comienza, chiquito”.
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