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Entregando a mi esposa-Crónica de un consentimiento Prt 22B

"Querida, hace tiempo que te convertiste en una fulana, de alto nivel por supuesto, pero fulana al fin y al cabo. Además, no parecías estar tan mal en mi despacho cuando te besé, ni en el coche cuando dejaste tu falda levantada todo el camino para que te mirara, ni hace un momento cuando me empapabas los dedos con tu coño chorreante" – dijo llevándose los dedos a la nariz, María bajó la mirada avergonzada– "mmm… me vuelve loco tu olor… " – chupó sus dedos lentamente – "y tu sabor cariño, es delicioso" – María se ruborizó sin poder evitarlo, oyó la risa con que Roberto recibió la imagen de sus mejillas rojas, de pronto se volvió a poner serio – "Mira María, acaba de una vez con esas dudas que te hacen oscilar de un extremo al otro, decide de una vez lo que quieres y actúa en consecuencia, nunca sé si me vas a tratar como un amigo o como un violador y estoy un poco harto de tus arranques de decencia, primero me calientas y luego te comportas como una monja, ¡coño! hace tiempo que tomaste una decisión, deja de titubear de una vez"
Soltó su brazo y se dirigió hacia el restaurante, María se volvió hacia la calle para buscar un taxi, pero Roberto lo debió pensar mejor y regresó hacia donde estaba, se sobresaltó al notar como la agarraba de nuevo del brazo, fuerte, dominante.
"No María, esto no va a quedar así, no me puedes dejar en evidencia delante del Colegio. Te doy diez minutos, invéntate una excusa creíble, di que fue una falsa alarma, lo que quieras, pero en diez minutos te quiero dentro otra vez, luchando por el acuerdo, casi lo tenemos, y es imprescindible que estén tus tetas ahí, delante de ellos para que acaben de ceder ¿entendido? Si no lo haces lo perdemos y si lo perdemos… tú sabrás– su tono grosero la dejó sin habla, Roberto la soltó con violencia y se marchó dentro.
María estaba desolada, se hubiera echado a llorar allí mismo, se acababa de dar cuenta del error que había cometido cediendo cada día un poco más hasta llegar a esta situación. Recordó el día que le ofreció el departamento, si aquella tarde le hubiera puesto en su sitio quizás no habría perdido el ascenso y ahora no estaría en esta situación. Calibró la opción de marcharse y renunciar, no tardaría mucho en tener otro puesto de trabajo.
Pero no era eso lo que quería, sería volver a empezar desde cero cuando aquí ya lo tenía todo prácticamente al alcance de la mano. Ya había pasado, le había dicho con claridad que no volviera a intentarlo nunca más, quizás fuera el momento de pensar con calma y no precipitarse.
Diez minutos más tarde Roberto la vio entrar por la puerta del comedor, se levantó fingiéndose sorprendido y los demás se levantaron a recibirla.
"¿Todo bien?" – dijo tomándola de la mano, María parecía serena, como si la tormenta que la había vapuleado unos minutos antes jamás hubiera existido.
"Si, todo bien, volví a llamar y me dijeron que había sido solo un susto"
"Te agradezco mucho que hayas vuelto, hablábamos precisamente ahora de los últimos cambios que deberíamos adoptar en la redacción del artículo para quitarle cualquier matiz pubicitario."
Se sentó de nuevo a su lado preparada para afrontar un nuevo ataque, pero el resto de la sobremesa transcurrió en un tono totalmente profesional, pensó que había acertado al volver, Roberto había actuado mal pero quizás no debía haber protagonizado aquella escapada que no estaba segura de haber justificado convincentemente ante los miembros del Colegio, tenía que haber intentado otra forma de detenerle sin provocar aquella huída.
Salieron del restaurante con el acuerdo establecido, eran ya las cinco de la tarde y María preparó un argumento para evitar volver al despacho; Roberto se adelantó.
"Volvamos, tenemos que cerrar esto hoy mismo" – su tono no ofrecía duda, anduvieron hasta el garaje e hicieron todo el camino de vuelta en silencio
Al llegar al gabinete María se dirigió a su despacho.
"Te espero en media hora" – oyó decir a Roberto a su espalda.
Encerrada en su despacho, comenzó a evaluar todo lo que había sucedido, se sentía serena, con una extraña tranquilidad que presagiaba momentos de desesperación futuros, cuando fuera capaz de superar esa barrera protectora que su psique le proporcionaba para no hundirse.
Recordó que había silenciado su móvil al comienzo de la comida y comprobó que tenía varias llamadas perdidas, dos mías, tres de Pablo.
Marcó el número de Pablo, necesitaba hablar con él antes que conmigo, ante mi sentiría remordimiento y vergüenza, con él todo era un oasis en el que refugiarse y olvidar, aunque solo fuera por unos momentos.
"Hola preciosa, creí que no querías hablar conmigo" – su voz alegre la calmó como si fuera un bálsamo.
"Nada de eso, tuve un almuerzo de trabajo"
Charlaron de cosas intrascendentes, justo lo que María necesitaba, agotó la media hora de la que disponía evadiéndose de lo que le esperaba y zambulléndose en el placer que le proporcionaba Pablo.
"Me muero por volver a besarte, no lo podré evitar, sabes que cuando te vea, lo primero que hare será buscar tu boca, lo sabes, verdad?" – María estaba agotada de tanto luchar, la presión de Pablo era tan diferente..
"Eres un loco"
"Dime que no vaya si no quieres que lo haga, pero si voy, no conseguiré evitarlo, no podría estar a tu lado sin probar de nuevo tu boca"
Quería verle, necesitaba verle, era el refugio en el que quería olvidar todo aquello, ante él no habría remordimientos ni culpa, solo se dejaría acariciar por sus palabras, por sus manos y si: sabía que cedería a sus besos.
"Solo quedan dos días, niña, dentro de dos días volveré a sentirme naufragar en tus ojos"
Era embriagador, se sentía adorada, seducida, todo lo contrario que con Roberto.
A la hora prevista entró en el despacho de Roberto, tenía las ideas muy claras sobre lo que quería plantearle. Se encontraba de pie al lado de la librería consultando un volumen. María se detuvo tras cerrar la puerta, ninguno había dicho palabra alguna, Roberto la miró con seriedad, luego dejó el libro en su lugar y avanzó hacia ella.
"Espero que no se repita una situación como la de hoy María, no puedes salir huyendo en medio de una reunión tan importante para nosotros como ésta"
"No debiste actuar como lo hiciste, ni era el momento, ni el lugar" – María quiso despejar la ambigüedad que había dejado en su frase – " ni es ese mi deseo, ha sido algo intolerable que espero que no se repita jamás, lo único para lo que he venido es para escuchar una disculpa"
Le miraba con altivez, estaba serena pero distante, no estaba preparada para abandonar, sabía que debía hacerlo pero se sentía incapaz de perder aquella oportunidad, intentaba establecer unos límites y si tenía que volver a someterse a sus manoseos al menos lo haría sin perder su dignidad y marcando claramente la frontera que no iba a permitirle traspasar. Roberto percibió ese matiz de fría superioridad.
"Mira María, durante muchos años me has mirado exactamente como lo estás haciendo ahora, como si fueras mejor que yo, más integra, más decente… lo he soportado e incluso he intentado acercarme a ti, pero siempre me he encontrado ese muro de fría y distante superioridad, como si me hicieses un favor dignándote a hablar conmigo" – caminó a su alrededor – "veía como mirabas a las chicas que hacían lo mismo que estás tú haciendo ahora, ni más ni menos, intentar medrar; Las mirabas como si fueran unas pobres desgraciadas, los demás, hipócritas, me envidiaban pero las miraban como si fueran unas putas. Tú no, tú las juzgabas desde tu pedestal como si estuvieran traicionando al género femenino, como si fueran débiles, justo lo contrario de lo que tu presumes." – se detuvo delante de ella, su rostro aparecía serio, duro.
"Ya ves lo que son las cosas, ahora tu estas siguiendo su mismo camino y seguro que tu propia autocritica es la que te hace dar estos bandazos que me desconciertan, creo que te has convertido en tu peor juez, ¿acierto?" – María desvió su mirada y no contestó.
"Y ahora tengo que soportar tus cambios de criterio, primero me dejas que te acaricie, incluso pareces desearlo, mas tarde me miras como si te estuviese forzando, me dejas besarte y me apartas ofendida como si no te hubieses dado cuenta de lo que haces, ¡acaba ya con eso por Dios, no seas ridícula!"
María le escuchaba sin creerse lo que estaba oyendo, no podía consentir que la tratase de esa manera.
"No tengo por qué aguantar que me…" – Roberto se volvió con brusquedad hacia ella
"Exactamente, no tienes por qué aguantarlo, pero la realidad es que aquí estás, haciéndote la estrecha para calmar tus prejuicios pero aguantando, tragando lo que haga falta con tal de no perder tu departamento, tu flamante despacho… así que no te pongas tan digna María, tu y yo sabemos lo que quieres y lo que estás dispuesta a pagar por obtenerlo"
María quedó enmudecida, no estaba preparada para que nadie le hablase en ese tono, aquel era el momento de salir de allí, porque si se quedaba ya no habría lugar para protestas. Tuvo la clara intención de girarse y abandonar el despacho pero la voz de Roberto la detuvo.
"Antes me advertiste que no te tratase como una de mis fulanas…" – acercó su rostro al de ella, y María volvió a bajar la mirada – "lo siento nena, ya eres una de ellas, una autentica fulana" –le miró enfurecida, Roberto puso un dedo en su boca instándola a callar.
"Te ofrecí el ascenso y no tardaste ni un minuto en dejarme acariciar tus muslos ¿lo recuerdas? Fue tu primera venta, no fue fácil lo sé, pero lo superaste, has ido bajando los humos y has ido pagando con pequeñas concesiones grandes regalos que te he ido haciendo, no has sido justa y lo sabes, pero he sido paciente contigo, se que no te gusta lo que haces pero no estás dispuesta a perder lo que te ofrezco ¿a qué no?
No contestó, Roberto hizo un gesto de interrogación pero María mantuvo su mirada altiva y no abrió la boca, él pareció irritarse, entonces le lanzó un reto: puso su mano en el escote y la acarició, sonrió ante su pasividad, ´"A que no?" – repitió, ella le mantuvo la mirada, Roberto hundió su mano entre sus pechos y de nuevo se detuvo esperando alguna reacción, María no iba a mostrarse asustada, no lo iba a conseguir, mantuvo su mirada fría y despreciativa, entonces Roberto movió la mano y la desplazó por dentro del sujetador hasta abarcar su pecho derecho, María se sobresaltó al sentir el contacto de los dedos en su pezón – "¿Ves cómo no estás dispuesta a renunciar?" – volvió a retarla y de nuevo María vaciló, el tiempo jugó en su contra, dejó que pasaran los segundos sin reaccionar. – "¿Lo ves?" – Sacó la mano con brusquedad y se alejó de ella – "convéncete, eres una furcia y no te voy a tolerar ni una humillación mas, que te quede claro" - de pronto se volvió y se acercó con paso decidido hasta quedar casi pegado a su cara. Su propia irritación y la pasividad de María le envalentonaban. Quizás la carga de excitación que había ido acumulando a lo largo del día fue la responsable de que actuara como lo hizo.
"¿Cuánto te crees que vale tu nuevo despacho? ¿unas simples caricias, un beso en la boca? ¿no lo sabes? Te lo voy a decir"
Desabrochó un botón de su vestido, María no movió un músculo de su rostro, su mirada mostraba un desprecio total, Roberto soltó el segundo, luego el tercero y se detuvo retándola; María no iba a asustarse, no esperaba que Roberto fuera capaz de avanzar más, estaba lanzando un farol, tan solo esperaba que ella vacilara; Tras una breve pausa desabrochó el ultimo botón, a la altura de su cintura, María le miraba a los ojos con frialdad, con altivez, estaba preparada para aquello, había supuesto que tendría que pasar por algo así aquella tarde y estaba decidida a hacerlo sin perder su dignidad, sin doblegarse, sin asustarse ante él, convencida de que si se mantenía firme sería él quien retrocedería.
"¡Condenada orgullosa!"
Sin ninguna delicadeza soltó el enganche del sujetador, actuaba sin prisas, mirándola a los ojos, esperando un paso atrás, un ruego, pero María se mantuvo altiva, no le creía capaz, estaba segura de que no se atrevería; podía más en ella su orgullo herido que su pudor. Las copas habían saltado e intuyó por el frío en su piel que la habían dejado aun mas desnuda que la vez anterior, Roberto la miró alternativamente a los ojos y a los pechos, la expresión de María no había cambiado, si esperaba ver miedo o súplica solo se encontró frialdad; Despechado, tomó las copas entreabiertas y las arrastró junto con el vestido bajándolo de un golpe hasta la mitad de sus brazos, María nunca había supuesto que llegaría tan lejos pero sacó fuerzas de su desprecio y se quedo desnuda ante él, sin bajar la mirada, sin pestañear, paralizada, como si el tiempo se hubiera detenido. Su cabeza funcionaba atropelladamente, pensó en aguantarle la mirada un segundo más y vestirse antes de abandonar el despacho diciéndole que renunciaba, pensó en denunciarle ante Andrés. Su serenidad exterior era solo un muro que ocultaba su desasosiego, no esperaba tanto y tan rápidamente, el frio en su cuerpo le gritaba que estaba desnuda ante Roberto, deseaba escapar, cubrirse y huir de allí, su respiración agitada elevaba sus pechos desnudos que eran el foco de atención de Roberto.
Pero no se movió, el tiempo pareció detenerse, se concentró en una sola fracción de segundo. Aguantó inmóvil, sin darse por vencida, sin bajar la vista. Tenía la esperanza de que Roberto se calmase y diese por terminada su humillación.
"Este es el precio que tienes que pagar por tu nuevo despacho" – acarició sus pechos, rodeó sus pezones con la yema de sus pulgares y estos reaccionaron rápidamente adquiriendo una puntiaguda dureza que Roberto siguió tocando, una veces con un dedo, otras aprisionándolos con dos, María sintió de nuevo la humedad brotar en su coño y una creciente e incontrolable excitación que rechazaba pero que no podía evitar, ¿Hasta cuándo duraría esto? ¿Hasta dónde podría aguantar sin doblegarse?
"No tienes por qué aguantar, María, ¿no decías eso?– no dejaba de mirarla mientras continuaba acariciando sus pechos, ella le sostuvo la mirada, la tomó por la cintura la atrajo hacia él y la besó en la boca, se dejó hacer como una muñeca inerte, se mantuvo hierática, lejana, inaccesible a pesar de su entrega.
Roberto estaba nervioso, la seguridad de María, su aparente serenidad frente a su abuso le dejaban en evidencia ante él mismo, se inclinó hasta alcanzar con su boca uno de sus pezones, María cerró los ojos un instante al sentir sus dientes apretando levemente, luego su lengua comenzó a lamerlo provocando en ella sensaciones contra las que no podía luchar. Se incorporó, estaba visiblemente alterado y muy nervioso,- "¿Ahora qué" – repetía una y otra vez mientras sus manos recorrían su cuerpo saltando de un lugar a otro sin pausa.
María estaba bloqueada, se sentía incapaz de reaccionar, su cuerpo no obedecía su impulso de cubrirse y salir de allí, era como una pesadilla en la que se movía a cámara lenta mientras a su alrededor las cosas sucedían con una agilidad que superaba su capacidad de reacción.
Sin embargo parecía serena mientras le miraba a los ojos, ahora era él quien tenía la mirada huidiza y la evitaba; la tomó de los brazos y de un solo golpe terminó de sacar las mangas y las hombreras del sujetador que cayó al suelo, sus pechos vibraron por el brusco movimiento, el vestido quedó suspendido de sus caderas. Roberto se irguió y la miró, - "¿dónde está tu carta de dimisión?" - María se mantenía como una estatua de hielo, sin evitar su mirada, pero con un frio glacial en la suya.
Por dentro, estaba a punto de desmoronarse, se daba cuenta de que su estrategia había sido un error, se encontraba en un callejón sin salida, ¿de qué le valía resistir si estaba permitiéndole que hiciera lo que quisiera con ella, si no salía de allí, si se dejaba desnudar ¿Qué clase de dignidad era la que creía defender con esa actitud?
"Ni así te bajas de tu trono, eres una condenada orgullosa"
Avanzó con paso rápido a su mesa y rebuscó algo en ella con impaciencia, tirando algunos papeles al suelo, por fin se acercó con un documento en la mano.
"¿Y esto, dime cuál es tu precio por esto?"
María no movió sus ojos, seguía mirándole con desprecio, Roberto le puso el papel delante de la cara, era la tabla salarial para el año 2000, sus datos figuraban remarcados en rotulador fluorescente.
"Tres millones, María, tres millones de pesetas de incremento, plaza de aparcamiento, beneficios… y no has visto la tabla de incentivos, te equiparo a los socios, ¡joder!" – Tiró el papel al suelo con rabia – "¿Cuánto estas dispuesta a pagarme por esto?"
Estaban frente a frente, casi rozándose, mirándose a los ojos, ninguno de los dos parecía ceder, ella lanzándole su desprecio pero aturdida por lo que acababa de escuchar, él con la mirada cargada de rabia.
"¡Joder!" - repentinamente puso sus manos en la cintura y de un golpe hizo descender el vestido hasta que superó las caderas y cayó al suelo.
María se tambaleó por la brusquedad con que había sido despojada del vestido, por primera vez sintió miedo, se sintió en peligro, sus bragas habían sido arrastradas por aquel rápido gesto y habían quedado por debajo de su pubis, con el lado izquierdo más caído y la parte posterior por debajo de sus nalgas, estaba prácticamente desnuda, peor aún: le hacía sentirse más humillada tener las bragas a medio bajar, las sensaciones que le llegaban de su cuerpo le indicaban que incluso la prenda había quedado separada de su sexo y colgaba entre sus piernas, sintió como una de sus medias había perdido sujeción y se deslizaba muy lentamente por su muslo. Era mucho peor que estar desnuda.
Roberto debió quedar impactado por el erotismo de la escena: Erguida y orgullosa, subida a sus tacones de 12 cm como si fueran un pedestal, con la melena cayendo sobre sus hombros desnudos y sus pechos elevándose por su agitada respiración, su vientre plano y firme marcando sus abdominales por la tensión a la que estaba sometida y su pubis que se asomaba por la braga caída, dejando ver una estrecha franja de vello y mostrando el bronceado total de su piel, los brazos a lo largo de su cuerpo, una mano apoyada en su muslo, como si se hubiera detenido en su camino para ocultar su sexo, la otra apenas rozándolo con un dedo como si ese punto de contacto le diera seguridad, y sus larguísimas piernas enfundadas en aquellas medias; Las bragas a medio bajar y la media caída casi hasta la rodilla le debieron conferir un poderoso componente erótico al conjunto.
Durante unos segundos se quedó paralizado mirándola mientras María intentaba no derrumbarse, le vio acercarse y temió lo peor ¿Por qué no huía? ¿Por qué estaba reaccionando así?
Roberto puso sus manos en sus hombros, quería sentir su tacto, bajó por sus clavículas a sus pechos, siguió por sus costados, acarició su duro vientre y viajó hacia sus glúteos. La sujetó por las nalgas retirando hacia abajo la braga que estropeaba su sensación de desnudez, presionó y el cuerpo de María, como si no tuviese vida, se movió hacia él dando dos cortos pasos, pisó el vestido y sin pensarlo lo apartó con el pie, Roberto rozó el vello que asomaba por la braga, con decisión introdujo la mano por el hueco que dejaba la prenda y abarcó su coño con la palma forzándola a separar las piernas para admitir la mano intrusa que avanzaba sin detenerse, pareció perder el equilibrio y quedó con un pie apoyando solo las puntas de los dedos, con la espalda arqueada hacia atrás como si quisiera huir, prisionera y encadenada por su culo y su coño a las manos de su violador. María vivía aquel momento tras una especie de niebla que filtraba su visión, sintiendo una extraña clase de fiebre que adormecía sus sentidos y le confería un aire de irrealidad.
Sus miradas estaban clavadas, María no se movía pero su expresión había cambiado, había sorpresa en sus ojos, quizás miedo. Roberto movía su dedo medio como si fuera una serpiente a lo largo de su coño, hollando el camino hacia su interior, obligando a sus labios a separarse y darle cobijo, su respiración sonaba en los oídos de María como si fuera un animal salvaje; le molestó el contacto de la braga en su mano y la bajó con urgencia hasta medio muslo, luego subió la mano que había mantenido en sus nalgas por su espalda y la atrajo hacia él, sus pechos quedaron pegados a su camisa, la besó, besó una boca muerta, paralizada.
María no sentía nada, estaba fuera de su cuerpo, alejada, se sentía un observadora de una escena ajena a ella, sin emociones, sin sensaciones, notaba aquellos dedos moviéndose entre sus labios, deslizándose por ellos y lo único que sentía era la inestabilidad de su postura , aquella mano en su coño la obligaba a separar las piernas, Roberto puso un pie entre los suyos y golpeó el zapato hacia fuera obligándola a separar las piernas y haciéndola perder el equilibrio, la apretó hacia él para no dejarla caer, la braga a medio muslo se estiraba clavándose en su carne, esas sensaciones predominaban sobre las que nacían del contacto de los dedos entre sus labios, rozando su intimidad.
María no pudo reprimir una queja cuando sintió dos dedos hundirse en su interior, instintivamente subió los brazos y los apoyó en el pecho de Roberto, sus manos temblaban crispadas.
Al escucharla separó su boca de ella. María tenía los ojos cerrados y un rictus de dolor contraía su rostro; Roberto comenzó a mover la cabeza, negando fuertemente algo que bullía en su mente, de improviso la soltó y se apartó dando grandes pasos por la sala, de un lado a otro.
Se detuvo frente a ella. María se había recuperado y hacía vanos esfuerzos por aparecer fría e inexpresiva, sus mejillas habían adquirido un intenso color.
"Serias capaz de dejarte follar con tal de conseguir tu puesto y aun así seguirías con esa expresión de dignidad y de desprecio, como si los demás fuéramos unos desgraciados y tu… tu estuvieras por encima de nosotros" – había desaparecido la rabia de su expresión, se alejó unos pasos – "¡Pero qué coño estoy haciendo! …" – parecía hablar consigo mismo, de nuevo se volvió hacia ella – "Enhorabuena, has conseguido sacar lo peor de mí mismo…" – siguió dando pasos por la sala, se detuvo y la miró - "…pero no soy un violador, no, no soy tan cabrón como piensas. Jamás, nunca antes había…" – siguió caminando, torturándose, sin terminar las frases – "…no estoy tan necesitado de un polvo como para caer tan bajo, no me vas a volver a humillar, por muy buena que estés, por mucho que te desee..." – se detuvo ante ella, ahora eran sus ojos los que mostraban desprecio – "Eres una puta, peor que una puta" - se agachó, recogió la ropa de María y se la arrojó con violencia a los brazos sobresaltándola, el sujetador cayó al suelo – "¡Sal de aquí!, ¡fuera!, ¡inmediatamente!"
María no se creía que hubiera acabado aquella pesadilla, lentamente para no temblar recogió el sujetador del suelo y comenzó a vestirse, Roberto se había vuelto de espaldas y se apoyaba inclinado en su mesa, se sentía absurdamente serena, salvo el temblor de sus manos no sentía nada; Se vistió despacio para dominar sus manos, de espaldas a él, sintiendo como la humillación tan brutal que acababa de soportar comenzaba a derrumbar sus defensas; luego abandonó el despacho, pasó brevemente por el suyo, recogió sus cosas y salió a la calle.
No fue hasta que estuvo en los jardines de nuestra urbanización que rompió a llorar.

1 comentarios - Entregando a mi esposa-Crónica de un consentimiento Prt 22B

thanathos2014
Espero con ansias para los que seguimos tus post la continuación de los relatos