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Siete por siete (25): La guerra de 2 noches (intermedio).




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Compendio I


A eso de las 7 me despertaron de la manera acostumbrada. Estaba cansado y apenas podía moverme, pero me alegraba reconocer esos labios buscando su “desayuno balanceado”.
“¡Amor, sigue durmiendo!” dijo, luego de bebérselo todo. “¡Es para la suerte!... tú sabes… por el control…”
Era uno de los ramos que le preocupaba, porque era de nivelación y siempre confundía conceptos griegos con romanos. De cualquier manera, se había preparado bien, juntándose a estudiar con Megan.
Pero cuando la mayoría de las mujeres pondrían el grito en el cielo al ver a su esposo acostado con la vecina, Marisol me daba una mamada y se despedía con un suave beso en los labios, con una mezcla de sabor entre limón y mis jugos.
Volví a dormirme por unas horas…
Aunque tardé en abrir los ojos, pude interpretar lo que estaba pasando: ese vaivén sobre mi vientre, la humedad pegajosa entre mis piernas, la respiración agitada y un calor intenso que se expandía por mi cuerpo, empezando por la punta del glande, que se refrescaba y humedecía de manera constante…
Me estaban montando.
“¡Ahh!... ¡Ahh!... ¡Dámelo!... ¡Dámelo todo!...” alcancé a escuchar.
Y abriendo los ojos, se lo di todo. Esas caderas moliéndome, esos pechos rebotando y ese torso tan sensual, erguido y con la cabeza mirando al techo, sumergida en otro apetitoso orgasmo…
Una corrida más, para la insaciable Fio…
“¡Buenos días!” me saludaba ella, muy alegre, mansa y suspirando. Sin olvidar, claro, que nuevamente me tenía atrapado en su interior.
“¡Buenos días!” respondí, con una sonrisa parecida a la suya y transpirando por montones.
“Te estaba ayudando…” se empezó a excusar. “Lo tenías duro… y pensé que podía dolerte…”
“¡Qué bien! ¿Lo aprendiste con tu marido?” pregunté, aun resoplando.
“¡No!... a él… no le pasa tanto.” Respondió agitada.
Estuvimos acostados cerca de 20 minutos, entre besándonos y haciéndonos cariño, ya que no me bajaba…
“¿Hay algo… que pudiera hacerle?” preguntó, mirándola con unas ganas de volver a chuparla, después de desenfundar.
“No. Me pasa todo el tiempo con Marisol.”
Ni siquiera me miraba a los ojos. La tenía hipnotizada…
“¿No te duele?” preguntó, empezando a masajearla despacito.
“Un poco, pero se quita con una ducha helada…” respondí, retirándosela de la mano.
Claro, la ducha la baja, pero a la mitad.
A mediodía, mientras Fio les daba pecho a las pequeñas, llamó mi ruiseñor.
“Amor, ¿Puedes venir a la universidad?... necesito un poco de tu ayuda.”
“¡Por supuesto! ¿Estás en la facultad?”
“No, estamos en… ¡Megan! ¿Dónde estamos?... estamos en Barr Smith. La biblioteca Barr Smith.”
Le avisé a Fio que tenía que salir. Quedó decepcionada, porque quería cocinar conmigo y lo más seguro que juguetear también...
Así que aproveché de cargar el tanque de gasolina y el tanque del estómago también, con una pizza mediana y unas bebidas energéticas en la gasolinera.
La Universidad de Adelaide es enorme. Cuenta con un montón de facultades, canchas de futbol, gimnasios, bibliotecas, restaurants…
Incluso la atraviesa un rio… una verdadera ciudad dentro de la misma ciudad.
Voy llegando a la universidad y el GPS se echa a perder.
Hay un sinfín de edificios, facultades y canchas de deportes. Empiezo a recorrer la pequeña ciudad, de una ribera a la otra, buscando la biblioteca, pero sin mucha suerte.
Decido detenerme a consultar en un campo deportivo (ya que no sé si Marisol podrá atender la llamada) y me encuentro con una de las divisiones de soccer femenino de la universidad.
Las gloriosas “Blacks” (gloriosas, porque me recordaron el cielo de los vikingos): unas 15 jovencitas, de entre 18 y 25 años, de diferentes razas, tamaños, color de cabellos, ojos, piel y otros factores, que me impedían decidirme sobre cuál era la más guapa de todas.
Y yo, sin palabras, con todas ellas riéndose de mí. Alcanzo a balbucear algo a la capitana, una morenaza preciosísima, que me encuentro perdido y ando buscando la biblioteca.
Aunque le había dado a Fio como tambor, nunca había visto tanta belleza junta y algunas me tiraban sus miradas medio coquetas, pero yo trataba de prestarle atención a la capitana, quien me indicaba con un mapa mi objetivo. Les pido disculpas por la molestia, les doy las gracias y me retiro, rojo de vergüenza.
Cruzando el rio se encuentra el edificio.
La biblioteca me dejó boquiabierto. Es un edificio antiguo, de ladrillo, con pilares, que me recordó la “torre del reloj” donde caía el rayo y potenciaba la máquina del tiempo de esa peli ochentera.
Entré y luego de buscar un rato encontré a Megan, que se alegró al verme.
“¿Y Marisol?” pregunté, luego de los saludos respectivos.
“Creo que está indispuesta. Ha estado yendo y viniendo del baño.”
En eso llega mi ruiseñor.
Marisol vestía un par de jeans viejos, que antes del embarazo le quedaban holgados, pero ahora disimulan su seductora cola y una camisa blanca sin mangas, abrochada hasta más arriba del pecho.
Por lo general, mi ruiseñor muestra lo justo y necesario. No tanto para incitar, pero tampoco para no pasar desapercibida. Pero el conjunto que escogió fue desafortunado, ya que se veía acalorada, a pesar del aire acondicionado del edificio.
Megan, en cambio, estaba más veraniega. Usaba un conjunto celeste de mezclilla bien bonito, con tirantes en los hombros, que revelaba de manera sencilla su delicada figura.
“¡Marco!” exclama Marisol y me da un sabroso beso. “¡Qué bueno que viniste!”
Su exclamación en español fue un poco fuerte y le pidieron guardar silencio.
“¿Qué pasa?” preguntó, en nuestra lengua nativa, casi susurrando. Me incomodó marginar a Megan de la conversación.
“¡Es que es una emergencia!… ¡Es simplemente terrible!...” se empieza a alterar otra vez, pero la acaricio y le pido que se tranquilice.
Aunque Megan no sabe español, “emergencia” y “terrible” son similares en ambos idiomas, por lo que nos presta mayor atención.
“¿Qué es lo que pasa? ¿Te sientes enferma?”
“No, es peor que eso…” dijo ella, a punto de entrar en llanto. “¡Es el “huevo”! ¡Se le acabaron las pilas!”
“¿Y por eso me has hecho venir?” exclamé enojado, alzando la voz y sorprendiendo a Megan. Además, me hicieron callar.
“¡Pero claro!…” exclamó ella, susurrando indignada conmigo. “¡Es tu culpa! ¡Tú y Fio me hicieron gastar las pilas!”
La duración de su vibrador o “huevito de las respuestas” en términos de pilas es de 3 horas y media, más o menos.
No me iba a poner a discutir nuestras intimidades frente a Megan, incluso en otro idioma. Pero traté de sonar racional.
“¿Y no pudiste comprar un par de pilas por tu cuenta?”
“¿Acaso ves una farmacia por estos lados?” preguntó, con sus ojitos verdes derramando furia.
En mi tierra, uno podía comprar pilas en casi todos lados. Pero acá, en algunos supermercados y farmacias.
Incluso en las tiendas de la universidad es probable que no las vendan. Con las nuevas tecnologías, pasaron los tiempos donde los estudiantes usaban las enormes calculadoras que las necesitaban.
“¿Y qué sugieres?...”
Su mirada lo decía todo…
Me amurré.
“¡Por favor! ¡Es tu culpa y tienes que hacerte responsable!” respondió.
Probablemente, esa línea la leyó en un manga…
Por el espectáculo que estábamos dando, Megan estaba más interesada en nosotros que en estudiar.
“Pero la camioneta está aparcada al aire libre…” me excusé.
“Están los baños…” me sugirió, sin aceptar mi respuesta.
“¡Pero debe haber cámaras, guardias y todo eso!”
“Hay solo una cámara y ya he ido a tocarme 3 veces…”
La naturalidad con que dice esas cosas es como un balde de agua fría para mí.
Como he mencionado, a Marisol le gusta hacer el amor al aire libre. Algunas mañanas en las que la vengo a dejar, aprovechamos de estacionar la camioneta en un lugar discreto y le doy en el gusto.
Pero constantemente, sea que vayamos a un centro comercial, un supermercado, algún cine o una tienda departamental, ella se fija en la seguridad para escabullirnos.
Y al parecer, ni siquiera la universidad era la excepción…
Nos disculpamos con Megan y como si fuera una película de espías (aunque sin el spray para luces infrarrojas), nos infiltramos para ir al baño. Había gente en el recibidor, por lo que el guardia no debía estar mirando los monitores.
Entramos al baño de mujeres y por fortuna, estaba vacío.
“¿Y por qué están estudiando aquí?” pregunté, abriendo la puerta de la caseta. Sabía que la Facultad de Artes tenía una sala de estudios.
“Pues… Megan sugirió que cambiáramos.” Dijo, mientras trataba de sacarse los jeans en la estrecha caseta.
“¡Mal día para usarlos!” señalé, sentado en el excusado, con mi vara en espera.
“Porque esperaba usar mi huevito…” protestó molesta, bajando el pantalón lo más que pudo.
Cuando quiere hacerlo en un baño afuera, usa faldas de manera que me pueda cabalgar mientras me siento en el excusado, ya que de esa manera no queda tan manchada con nuestros jugos.
Pero aparte de los apretados pantalones, también usaba unos botines de cuero, que se rehusaba a sacárselos.
No quedó otra opción más que se sujetara de las paredes de la caseta y me ofreciera la cola.
“La vista es bien buena por acá…” le dije, tratando de meterla.
“Si… pero no quiero tanto la cola. Por adelante, ¡Por favor!”
Era una lástima, porque empezaba a encajar en su estrecho agujerito. Pero es mi esposa y son sus necesidades.
Así que enfile hacia el otro agujerito, que me esperaba bastante húmedo. Una vez encajados, empecé a bombearla despacito, haciéndole caricias.
“Marisol, ¿Te he dicho lo sensual que te ves?”
Ella se reía, suspirando bien bajito.
“Me lo dices siempre.”
“Es que tu cola es un monumento… y tus pechos... son sorprendentes.” Le decía, disfrutando de la calidez, humedad y estrechez de mi ruiseñor.
“¿Si?... ¿Más que los de la vecina?” preguntó y nos besamos.
Pero se nos detuvo el corazón, cuando abrieron la puerta…
La caseta estaba con el cerrojo puesto.
“¡Ocupado!” dijo Marisol, aunque no intentó entrar en la nuestra.
La chica se sentó al lado a orinar, mientras nosotros manteníamos esa pose un tanto incomoda, pero no menos excitante.
Le agarraba los pechos a mi mujer, sabiendo que la pondría a mil, porque parte del encanto es el deseo inconsciente que la sorprendan.
Marisol respiraba agitada, mientras le estrujaba los pechos sin misericordia. Mientras tanto, la chica probablemente se limpiaba, sin darse cuenta de los dedos asomados en su pared izquierda.
Para complicar más a mi ruiseñor pervertido, la seguía bombeando, bien despacito, cuyos gemiditos apenas podía contener a labios cerrados.
La muchacha fue al lavabo, se lavó las manos, se habrá mirado un poco en el espejo y se fue. Nosotros recuperamos el tiempo perdido, con furiosas sacudidas.
“¡Voy a tener la de verdad!… ¡Voy a tener la de verdad!…” repetía constantemente, mientras sacudía su cintura.
“¿De qué hablas?” le pregunté, con unas ganas tremendas de lamerla por la espalda.
Le había desabrochado unos 3 botones, el sujetador y tenía los pechos al aire, pero la espalda de Marisol, su sudor y su piel perfumada a jabón son verdaderos manjares para mi boca y la desquiciada camisa no me permitía acceder a ellos.
“De tu ayuda… voy a tener tu ayuda de verdad…” me decía, gimiendo deliciosamente seductora.
“Igual que antes…” recordé yo, sonriendo, los días que lo hacíamos en la otra universidad.
Le dio un orgasmo.
“Si, amor… igual que antes…” respondió ella, dándome un rico besito.
Sus codos golpeteaban la puerta como un ariete, pero nuevamente el sonido de la puerta nos congeló.
Esta vez eran 2 chicas que marcharon directamente a los lavabos. Hablaban de un tipo llamado Troy, que le había dado una mirada a una de ellas estando con su novia y cosas así…
Y nosotros, con ganas de hacernos polvo. Acomodé los codos de Marisol, de manera que quedara firme y su cuerpo absorbiera mis embestidas.
Ni que decir que la nueva posición le fascinó, porque la primera embestida y se corrió. Así que la seguí machacando, con mis manos en su boca, porque sus gemidos empezaban a subir de volumen.
Las mocosas se arreglaban, mientras nosotros estábamos en nuestra salsa, como lo hacíamos antes.
El suspenso que nos encontraran fue tan fuerte, que me corrí gloriosamente en su interior. Me encanta ver los ojos verdes de Marisol cuando la lleno. Se pone tan bonita…
Nos sentamos para esperar despegarnos y aprovechaba de abrazarla por la cintura, besarla y agarrarle los pechos.
Una vez que las chicas se marcharon, pudimos conversar.
“¿Lo hemos hecho así antes?” pregunté.
“No estoy segura. Pero si lo hemos hecho en baños…”
“Si, lo sé…” le remarqué, con una sonrisa. “En especial, el de mi carrera…”
Ella se rió…
“¡Era tu culpa! Siempre llegabas casi atrasado a clases… y yo me quedaba esperándote.” Hizo un ligero puchero.
“¡Pobrecita!” le dije, acariciando sus mejillas.
“Y entre hacerla en el pasto o en un baño, ¿Cuál prefieres?” le pregunté, recordando los viejos tiempos.
“El pasto, porque…”
No alcanzo a responderme, porque se abrió nuevamente la puerta.
“¿Marisol?” preguntaba la persona que entró al baño.
“¡Aquí!” respondió mi ruiseñor en inglés.
“¿Qué es lo que te pasa? ¿Dónde está Marco?” preguntaba Megan.
Cuando abrimos la puerta de la caseta, dio un grito y se cubrió con ambas manos para no vernos.
“¿Qué hacen acá? ¿No saben que eso está prohibido? ¡Marisol, si te sorprenden, pueden expulsarte!”
“Lo siento, Megan, pero necesitaba tranquilizarme…” respondió Marisol, abrochando sus pantalones.
“¿Tranquilizarte?... ¿Aquí?”
“Sí. Así lo hacía antes de los controles… y me iba bastante bien. ¡Mírame! Relajada, como siempre…”
“Pues eso podrás hacer tú que estás casada. Pero lo que es yo…”
Marisol me dio una de esas miradas…
“¡No, Marisol!... yo vine porque tú me llamaste.” Protesté.
“Si, pero Megan también está nerviosa… y nunca lo ha probado.”
“Pero ni siquiera tengo preservativos…”
Se dieron una mirada entre las 2… mi opinión nuevamente no contaba.
“Yo cuido la entrada y me tomo una bebida, amor. Tú tranquiliza a Megan…” dijo mi ruiseñor, cerrando la puerta. “¡No olviden que les queda una hora!”
“¿De verdad hace eso… cuando tiene un control?” preguntó Megan, un poco menos confundida que yo.
Le asustaba la idea de hacerlo en ese lugar, pero Marisol lucía tan refrescada…
Le expliqué parte de lo ocurrido. Más que nada, el uso del huevo de Marisol.
Luego me senté en el excusado de otra caseta y la esperé…
Tenía sus dudas y no sabía cómo actuar, así que me puse de pie, la besé y la empecé a guiar.
“¡Es tan caliente!” dijo, a medida que se ensartaba.
Ella, por su parte, tan apretada y mojada…
Aunque estaba molesto, no negaba lo agradable de tener 3 mujeres distintas en el mismo día.
“Sí que te gustan los pechos… ¿No?... los míos son más pequeños… pero siempre los comes tan rico.” Me decía, mientras los amasaba y le daba algunos chupetones suavemente.
Lentamente, empezaba perder el morbo de hacerlo en el baño. Su abrazo, envolviendo con fuerza mis hombros, mientras nos seguíamos besando y ella movía sus caderas.
Ni siquiera me preocupaba de mis pantalones manchados. Ni que decir de dónde me iba a correr. Pero al menos, ella se toma la pastilla regularmente.
Aprovechando el movimiento, acariciaba su cola y deslizaba unos dedos en su interior, entrando y saliendo.
Ella babeaba.
“Megan, ¿Lo has hecho por detrás?”
Estaba en éxtasis…
“Marisol… dice que te gusta hacerlo… por atrás… que lo haces mucho… y que se siente… muy rico…” respondía, entre gemidos y con ese golpeteo tan sensual de carnes.
“Pero ¿Lo has hecho?” le pregunté, aunque ella estaba deseosa de besarme.
“Si te corres en mí… dejaré que lo hagas… cuando quieras…”
Me puse más duro todavía y ella lo sintió.
“¡Ay, si!... ¡Ay, si!... ¡Hazlo con fuerza!... ¡Dale más fuerte!...” gemía ella, besando y babeando profusamente.
La tomaba por la cintura y la enterraba con fuerza, deformándola casi a presión. A ella le encantaba que la deformara por dentro, con esas infernales sacudidas.
“Si… ¡Puedes tomar la cola!... ¡Puedes tomar la cola!...” decía, chorreando hasta el fondo.
Gritaba sin restricciones, a diferencia de Marisol, que aprendió a callarse sus gemidos cuando lo hacemos en público, por lo que tuve que secuestrar su boca y dominar su lengua con la mía, hasta que finalmente estallé en ella.
Nos quedamos pegaditos y sentados en el baño, haciéndonos caricias y besándonos. Cuando se pudo desmontar, vio que aun seguía parada.
“¿Me dejarías probarla?” preguntó. “Siempre que voy a tu casa, me lames tú, pero nunca he probado la tuya.”
“Si tú quieres…” respondí, tratando de recuperar energía.
Le dio un tierno beso y empezó a pasarle la lengua.
“A mi novio le encantaba cuando se la chupaba.” Comentaba, besando el tronco. “Decía que lo hacía bien…”
Le dio una especial atención al glande, succionándola con mucha suavidad.
Inconscientemente, me empezaba a bajar más jugo y ella se ponía más afanosa al limpiarla.
“Tus ojos se ven bonitos…” dijo ella, para luego meterla en sus mejillas.
“No tenía idea que te gustaba hacer eso…” respondí, disfrutando cómo se derretía en su boca.
Megan se puso colorada…
“¿Quieres que la chupe hasta el final?” con una mezcla entre baba y mis jugos derramándose entre sus labios.
No sabía si se refería a metérsela en lo más profundo de la garganta, hacerme acabar o tal vez, ambas.
De cualquier manera, le dije que si…
¡Qué manera de chupar! Su cabeza subía y bajaba, bien rápido. Me recordaba a la máquina de coser de mi mamá.
“Ya entiendo a tu novio…” le dije, flotando en una nube. “Si Marisol tuviera tu ritmo, también se lo pediría todo el tiempo…”
De repente, se lo sacó de la boca y continuó con su mano. ¡Era increíble!
“¡Te ves gracioso!” dijo ella, muerta de la risa. “Te dije que venía de un pueblo pequeño. Puedo ordeñar vacas desde los 12 años…”
¡Qué estilo! Y alternaba con la boca fácilmente y manteniendo el ritmo.
“¡Uf! Tus vacas… debieron adorar cuando las ordeñabas…”
“Prefiero ordeñar hombres.” Dijo, mientras lamía la puntita y masajeaba con las manos. “Su leche sabe más fuerte…”
Ya no podía aguantar más. Zamarreaba las manos, suspiraba y ella sabía que iba a acabar.
Y de una manera impresionante, se la metió en la boca e hice mis descargas…
¡Qué manera de chupar! Se la bebió toda y la succionaba, como si intentara sacar más leche.
¡Fue increíble!
“Eso fue para darte las gracias.” Dijo, mientras se limpiaba los labios. “Y bueno… para que sepas qué te espera si vas a mi departamento un rato.”
Yo quedé tirado en la caseta, con una sonrisa de idiota. Aun sentía mi miembro palpitar, mientras ella se ponía el labial nuevamente.
“¡Megan, es hora!” dijo Marisol, entrando repentinamente.
“¡Ya voy!” le respondió, algo enfadada. “¡Tenías razón! Te relaja bastante hacer esto antes de un control…”
Marisol me vino a ver a la caseta. Anonadada, pocas veces me había visto como un trapo mojado de cansancio.
Se fueron y me dejaron que me repusiera. A los 20 minutos, me pude volver a mover. Abro la puerta de la caseta y justo entra al baño una mujer con lentes, chaqueta y falda, de unos 30 años, más o menos.
Da un solo grito…
“¡SEGURIDAD!”
Me escoltó “gentilmente” un guardia, acompañado de la mujer, fuera de la biblioteca, expresando “su cariño” con algunos bastonazos. Me querían detener y llamar a la policía, pero logré zafarme sacrificando la chaqueta que llevaba y volar al estacionamiento, sacando la camioneta lo más rápido posible…


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