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Compendio I
Con una enorme sonrisa (y aun recuperando fuerzas)… lamento la tardanza. La última semana fue bastante intensa, a pesar de mis esfuerzos.
He redactado incluso en horario de oficina. Por fortuna, no tengo mucho trabajo y por las noches, sigo atendiendo a la deliciosa Hannah.
Con diciembre a la vuelta de la esquina, tuve que explicarle a Marisol. Ella me comprendió y aceptó mi propuesta, sin dejar de burlarse, por supuesto.
“¿No será que aun te gusta mi hermana?” preguntó, enterrando la lanza directamente en el talón de Aquiles, con su mirada de niña traviesa.
“Bueno, Marisol… tú sabes cómo se puso la última vez, para el año nuevo.” Le dije, tratando en vano ocultar mi vergüenza. “Pienso que debió haber seguido mi consejo… y encontrar a otro chico que la quisiera… y no me gustaría que se molestara porque sigo haciendo las mismas cosas por las que nos fuimos…”
Ella sonrió.
“¡Está bien!... pero Megan está un poco frustrada, porque va a acabar el año… y dice que no le has ayudado a pasar todas sus penas.” Dijo, con un tono de molestia.
“¡Vamos, Marisol, no me obligues!” protesté.
Quería tomarme unos días de tranquilidad. Había “bajado la intensidad” durante los 2 últimos turnos libres y Marisol se había dado cuenta.
Tal como mi esposa me avisaba, la más afectada era Megan, que ya la tenía “lista para servir”: por las noches, se quedaba conmigo, viendo como jugaba el juego de la porrista, para después juguetear entre nosotros…
Y no niego que también me fue difícil, porque tras lamerla tantas veces por la rajita, meterle mis dedos por ambos agujeros hasta cansarla, besarla por montones y comerle los pechos hasta que se derritiera del placer, me dejaba con el “arma principal en línea”… y ella quería que nuevamente la disparara en su interior.
Pero al igual que el resto, no le basta con un simple disparo...
Sin embargo, la tierna hermana de Marisol, la niña que he llamado Amelia, se quedó muy ilusionada conmigo tras el casamiento y hasta el último momento, me dijo que yo era su novio.
Y ahora, en diciembre, volveremos a verla. Pero no quiero ponerme nostálgico...
“No te estoy obligando…” respondió Marisol, con un tono de ofendida. “Sólo digo que si no aprovechas, puede conocer a alguien en los meses de verano…”
Me daba a entender que o Megan estaba interesada en alguien más o viceversa.
Por lo que esa semana de descanso empezó livianita…
“Piano, piano”, como habrían dicho mis padres.
Lunes y martes, conté solamente con el amor de Marisol y las pequeñas…
Pero el miércoles, se desató la razón de esta entrega…
Kevin vino en ámbito festivo, trayendo carne y dejando definitivamente su asadera en mi patio. Fio, en cambio, estaba más reservada y trataba de conversar con Marisol y no mirarme demasiado.
“¿Tienes que viajar?” le preguntaba a Kevin. “Pero ¿No dijiste que la oficina en Sydney se quería encargar del proyecto?”
“¡Así es, compañero!” Dijo él, tomando sonriente un trago de cerveza, mientras asaba la carne. “Pero la nueva jefatura quiere tomar una postura integradora. Quieren designar un representante de cada oficina, para mantenerla centralizada… ¡Y el afortunado he sido yo!”
Le di un caluroso abrazo. Por fin, la suerte le volvía a sonreír.
No es por menospreciar a mi vecino, pero es un administrativo tan endeble como lo era yo en la antigua oficina. Es decir, podían terminar su contrato por cualquier motivo y reemplazarlo dentro de la misma semana.
Por esa razón, que le ofrecieran un viaje era casi tan bueno como un ascenso.
“¡Te felicito! ¿Y qué es lo que me querías pedir?”
“Pues, si puedes recibir a Fiona un par de días en tu casa…”
Al igual que en las películas, me atraganté con la sugerencia…
“¿P-p-por qué?” pregunté yo, con esa sensación de congelamiento en la espalda.
“¡Vamos, compañero! Las veces que te has ido de turno, yo he cuidado tu casa… y eres mi hombre de confianza…” dijo él, dándome un efusivo abrazo.
Por supuesto, él ignora que también soy la razón por la que su esposa le pone los cuernos…
“Si… pero amigo… ¿No prefieres que la cuide algún familiar o algo así?” pregunté.
Su cara se amargó. Entonces, aparecieron Marisol y Fiona, que también se veía algo insegura de la propuesta de su marido.
“¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es ese escándalo?” preguntó mi ruiseñor, fingiendo estar enojada, pero con la sonrisa propia con la que recibimos a los amigos.
“¡Nada, Marisol! Solo que tu esposo no es tan buen amigo como esperaba…” respondió, bastante frustrado.
Claro, el recién comenzaba a rasguñar esa idea…
Al verme afligido, Marisol me acarició la cara.
“¡No es eso, Kevin!” Le explicó, mirándole a los ojos, con completa templanza. “Es sólo que le preocupa que esté abusando de tu confianza. Fiona viene todos los días a cuidar nuestras pequeñas y realmente, no quiere aprovecharse…”
Al oír eso, las facciones de mi vecino se dulcificaron…
Yo, en cambio, estaba petrificado y pálido como una estatua…
“¡Es por eso mismo que quiero que se quede aquí!” respondió Kevin “Fio me cuenta todos los días cuánto disfruta del afecto de tus hijas y lo feliz que lo pasa al estar en tu hogar…” luego me miró a los ojos. “¡Además, compañero! como está embarazada, necesito a alguien de mi completa confianza para que la cuide, en caso de una emergencia y sé que te sientes en deuda conmigo, por ayudarte cuando nacieron las pequeñas…”
Si antes me sentía petrificado, sus palabras hacían profundas fisuras que me quebraban…
Su esposa estaba igual que yo…
“Pero Kevin… ¿Estás seguro que será algo bueno?...” pregunté, bastante nervioso. “Es decir… tú mismo me contaste que la oficina de Sydney buscaba soberanía…”
Antes que pudiera responderme, Marisol me interrumpió.
“¡No seas bobo, Marco!... las cosas buenas siempre les pasan a la gente buena…”
Aunque reconfortó a los vecinos, Marisol y yo sabemos que no siempre es así…
Me pasé en mi mente el peor de los casos: Que le pidieran cómo llenó la base de datos, traspasar la mayor cantidad de información al nuevo sistema y después, regresarlo a Adelaide, a su antiguo cargo de programador.
“¿Cómo puedes saberlo?” pregunté a mi ruiseñor.
Sus ojos dieron un pestañeo bastante lento, como si mintiera.
“Bueno… ¡No lo sé!… pero lo intuyo…” al sentir mi mirada inquisitiva, se puso más sería. “Además, si le están pidiendo que vuele a Sydney… no debe ser malo…”
Entonces, comprendí a Marisol: no quería que le quitara las esperanzas.
“¡En efecto, tu esposa tiene razón!” explicó Kevin. “No solamente nuestra oficina ha sido convocada. Las de Melbourne y Perth también. Incluso, hablan de llamar próximamente a representantes de los yacimientos, para integrar los departamentos de Mantención.”
Incluso Hannah me había hablado de ello, porque querían hacer una base de datos global… pero eso no alejaba mis temores más próximos.
“¿Y por cuántos días es tu viaje, amigo?” le pregunté, resignándome a mis estrellas…
“¡Son solo 3 días!... además, no veo en que te puede molestar tanto, si vives recibiendo a Diana y a Megan todas las semanas…”
Si él supiera por qué y cómo las terminamos recibiendo…
“Y el próximo mes llegan mamá con mis hermanas y en enero, viene mi tía con mi prima…” agregó, sonriente Marisol.
“¿Lo ves, compañero?... entonces, deberías empezar a prepararte para recibir gente…” dijo él, en tono de broma.
El glacial frio en mi espalda decía que eso era tan cierto en tantos niveles… pero tenía que mantener la esperanza que me hubiesen hecho caso.
Así fue que el jueves por la tarde, Fiona apareció en mi casa. Me ofrecí a dejar a mi cornudo amigo al terminal, intuyendo los planes que tendría mi pervertido ruiseñor.
Como era su primer viaje, iba muy animoso…
“¡Por favor, cuídamela bien!” me dijo, cuando lo deje en la terminal, antes de salir.
Eso era lo que me temía… que la cuidara demasiado bien…
Las chicas prepararon la cena, la que como todas las anteriores, empezó con la invitada bastante silenciosa y avergonzada.
“Marisol, quería preguntarte dónde voy a dormir…”
“Puedes dormir donde quieras…” le respondió Marisol, con la calidez habitual, mientras probaba la tortilla de papas. “Incluso, con mi esposo…”
Aunque Marisol lo dijo en el contexto que los que siguen estas entregas me entienden, Fiona lo interpretó como un ataque…
“Marisol… él y yo rompimos… hace semanas…” dijo ella, fingiendo indolencia, pero no era creíble. “Te digo… que nada pasa entre nosotros.”
“No… no has roto con él y no tienes que preocuparte, porque lo sé todo…” le explicó, tomando su mano para tranquilizarla.
“Pero… ¿Cómo?...” preguntó Fiona, impactada por la pasividad de mi ruiseñor.
“A ver… de partida, están las cámaras de video de la casa…” expuso mi ruiseñor, con completa naturalidad, mostrándole la instalación que hizo Ryan. “En las que he podido ver todo lo que pasa en estos días… también está tu cambio de actitud cuando mi marido vuelve de la mina, que te pones un poco más radiante de lo normal… y por último, porque él mismo me cuenta todo.”
Fiona estaba blanca como un papel, al ver que Marisol no tenía ninguna muestra de enojo en su interior y lo explicaba con tal naturalidad, como si hablara de las hojas cayendo en el otoño.
“¿Lo sabes… todo?” logró preguntar.
Incluso, mi ruiseñor se sonrojó.
“Si… incluso me enteré de lo que pasó con el cura. Debería pedirte disculpas por haberlo visto sin tu permiso.”
Fue como si le cayera una viga entera en la cabeza…
“Pero… ¿No estás molesta?”
“¡Claro que no!” le dijo mi esposa, con esa sonrisa traviesa que tantos dolores de cabeza me da. “Te dije la otra vez que te tenía confianza y que lo sabía. Por ahora, has sido buena… aunque mi marido se desbandó con Ryan, cuando instalaron los equipos.”
El único gesto furibundo fue hacia mí, que guardaba un silencio sepulcral…
A Fio le sorprendía lo bien informada que estaba de mis movimientos.
“Por eso te pregunto si acaso quieres dormir con él esta noche.” Le dijo Marisol, mirándola con sus intensos ojos verdes.
“¿Cómo me preguntas eso?” exclamó, con nerviosismo.
“Porque los escuchamos por la noche… y bueno, no es por competir…” dijo ella, dando un pestañeo largo y con una amplia sonrisa en las mejillas. “Pero mi marido dura más rato…”
Dado que Marisol tenía todas las cartas sobre la mesa, no le quedó otra opción más que ser honesta.
“Bueno… confieso que tengo un poco de curiosidad. Como debes saber bien… tu esposo y yo lo hacemos… un par de veces…”
“¿Sólo “un par”?” preguntó Marisol, con una tremenda sonrisa.
Fio se avergonzó.
“Bueno… en realidad, lo hacemos varias veces… y al principio, me preocupaba que te fueras a dar cuenta… pero por las noches, también los escuchamos… y no sé de dónde sacará tanto vigor…”
Las 2 me miraban con el mismo par de ojos…
“Piano, piano…” me decía a mí mismo, masticando mi trozo de tortilla, pensando en lo tranquilo que se pondría todo…
Esa noche, Marisol durmió en la habitación de las pequeñas, llevándose su infaltable “huevito de las respuestas”, que emplea para esperarme por las noches.
A pesar del acuerdo, Fiona seguía avergonzada…
“Tu esposa es un poco extraña…” confesó, mientras se desvestía.
“Sí. Ese es el consenso general…” le respondí, suspirando.
“¿Consenso general?” preguntó, intrigada.
“Bueno… no es mi primera vez.” Le dije, sacándome la camisa.
“O sea… ¿Lo has hecho varias veces?” preguntó, ya vestida con un camisón blanco con colgantes y metiéndose bajo las sabanas.
“Pues si…” respondí, con el pantalón de pijama y cubriéndome con las sabanas también.
Fiona sonreía sorprendida.
“¿Por qué?... no es que me esté quejando… pero no me gustaría que Kevin lo hiciera…”
“¿En serio piensas eso? ¿Después de todo lo que hemos hecho?”
Nos reímos de lo lindo…
“Debo parecerte egoísta… pero la verdad es que amo a mi marido... fue mi novio en la secundaria y mi primer hombre…”
“¿Y a mí no me amas?”
Le tiré la bomba incomoda…
“Bueno… de amor, amor como el que tengo con él, no…” su rostro tomó una sonrisa maliciosa. “Pero del “otro”… pues, sí.”
“¿Del otro?” me hice el desentendido.
“¡No me hagas decirlo!” se enojó, roja de vergüenza. “Ya es suficientemente malo que esté aquí, acostada contigo, mientras él está lejos…”
“La puerta está abierta… y puedes acostarte en otro dormitorio, si lo deseas…”
Lo pensó un poco…
“Si tan solo pudiera…” respondió, suspirando.
Y nos empezamos a besar.
Mis manos apretaban sus ricas nalgas, mientras ella me envolvía en un fuerte abrazo y me enterraba sus masivos pechos sobre el mío.
No mentía cuando dijo que me amaba de la otra manera. La hemos escuchado gritar por las noches sus “¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!” con su marido.
Conmigo, la situación empezaba con un intensísimo “Sí…” que retumbaba por las paredes de la casa, mientras la empezaba a ensartar.
“¡Lo siento!…” se excusaba ella, pestañeando profusamente. “Es que hace mucho que lo quería hacer…”
“¡Oye!, pero si no es la primera vez.” Le dije, deteniendo mi vaivén.
“¡Lo sé! Pero esta noche te quedaras conmigo…” decía ella, moviendo su cintura. “¡Toda la noche… haciendo esto contigo… hasta que me canse!”
Ya que se sacudía, empecé a bombearla con más fuerza. La muy calentona se soltaba los colgantes, para que le viera sus enormes senos.
“¡Cómelos!... ¡Por favor cómelos!… y sácales la leche.” Pedía ella.
Uff… esos pechos. Calientitos y los pezones paraditos, como si fueran un biberón.
Tomé uno con ambas manos, mientras lo succionaba intensamente, mientras machacaba ese agujero negro que se tragaba hasta la luz.
“¡Si!... ¡Así!... ¡Chupa más, chupa más!... ¡Ahhhh!” decía ella, a medida que se iba corriendo.
Ya la azotaba en la cama a esas alturas. La perra salvaje me besaba tan apasionada, mientras le metía dedos por detrás.
“¡Más adentro!... ¡Por favor!...” suplicaba ella, mientras se aferraba a mi cuello y enterraba esas firmes y ardientes cantimploras en mi pecho. “Llena mis agujeros contigo…”
De pura lujuria, empecé a meterle dedos de las 2 manos y empezaba a estirar su ojete.
Ella babeaba como loca…
“¡Por favor… después métela por atrás!... la quiero… la quiero mucho por atrás…”
Me abrazaba tan fuerte y envolvía sus piernas en las mías para que la machacara más adentro, hasta que finalmente no aguante más y boté mis jugos.
“¡Ay!... siiii… ¡Eso quería!…. ¡Eso quería!... tanta leche… tanta… ahhh…” me decía, mientras me seguía abrazando y estrujando todo.
Se reía tanto y me miraba tan serena.
“Marisol tiene suerte.” Dijo la primera vez, mientras se apoyaba en mis mejillas “La puedes llenar todas las noches y te quedas tanto rato dentro.”
Estuvimos así un rato, abrazados y esperando que bajara un poco.
Cuando la saqué, ella bajó y le dio un par de lamidas.
“¡Todavía está dura y calientita!” Me miraba con unos de golosa… “¿Quieres hacérmelo por detrás?”
Ese es mi broche de despedida. Lo hago cuando ya quiero dormir…
Si quería que lo hiciéramos hasta que se cansara, quedaba bastante rato para hacerle la cola…
“Me gustaría hacértelo en los pechos…”
Puso una sonrisa de contenta y le dio una chupada de lujo, satisfecha con la idea.
En pocas ocasiones, me la han envuelto con tanta carne.
“¡Me gusta ver tus ojos! Se nota que te gusta.” Me decía ella, mientras la apretaba entre sus colosales pechos.
“Es que son tan blanditas…” le decía, disfrutando del momento. “¿Se lo haces también a tu marido?”
Se avergonzó.
“Bueno… Kevin tiene un rabo más grande… pero con suerte lo convenzo para que me haga el amor y la cola por las noches. Dice que es por el trabajo…”
Yo estaba en la gloria, pensando que era el único que disfrutaba de esos tremendos melones.
“¿Y el fin de semana tampoco?”
“Lo hacemos por las mañanas y por las noches…” dijo ella, suspirando con mayor intensidad, al ver que aparecía la cabeza. “Pero no es como tú…no bota tanta leche.”
La miraba con ganas de probarla y cuando le llegó al alcance de su lengua, no se resistió.
“¡Sabe tan rica!... me encanta…”
Y se olvidó de masajearla con los pechos. Subía y bajaba sobre el tronco, mientras yo la guiaba con el moño de su cola de caballo.
Se me entrecerraban los ojos, luchando con el placer y con las ganas de correrme.
Subía y bajaba con perfidia. Como si quisiera sacarme el alma, junto con los jugos…
Si no estaba dentro de su boca, la baboseaba entera, dándole algunos chupones a los testículos, mientras masajeaba la puntita con sus manos, sin perder el ritmo.
“¡Ya!... métela en la boca.” le ordené, cuando notaba que no iba a aguantar más.
Con una gran sonrisa, abrió la boca, besó la puntita, forzándola en su interior y empezó a subir y bajar, ordeñándola.
De a poquito se fueron hinchando sus mejillas y la iba liberando, a medida que los disparos rellenaban su boca.
Se la tragó toda y me la volvió a limpiar.
“Y todavía sigue dura…” dijo, sin soltarla de su mano.
Me acosté y le dije que me montara ella.
“¡Siii!… ¡Aun sigue tan dura!” gimoteo ella, con la misma intensidad que la otra vez.
Luego me miró y se disculpó.
“Realmente… envidio a Marisol…” dijo la segunda vez, empezando a sacudirse.
Su movimiento de caderas es terrible. Además, sus pechos se sacuden de una manera esplendorosa.
De nuevo, atrapado en ese delicioso agujero negro y su movimiento de cintura, como si tratara de enterrarla más.
“¡Si!... ¡Agarra mis pechos!... ¡Chúpalos!... ¡Muérdelos!... ¡Ah!”
Se llevaba las manos a las mejillas, exhalando un gemido mientras le tiraba los pezones.
“¡La adoro!... ¡La adoro!..” repetía mientras machacaba con insistencia.
“¿Más… que la de tu marido?” le pregunté, por puro molestarla.
“¡No!... ¡Yo amo a mi marido!...” respondió, pero empezó a menearse con más fuerza.
“Pero vienes… a verme siempre...” insistí, al sentir que me apretaba más fuerte.
Sus movimientos simplemente eran arrolladores… y sus flujos eran constantes.
“Es que… mi marido… mi marido… ¡Ahhh!”
“¿No… es… suficiente?” le alcancé a preguntar, con un hilo de voz.
Estaba tan caliente y se sentía tan apretada…
“¡Siii!... ¡Lo siento, Kevin!... ¡Ahhh!.... ¡Pero me encanta… la cosa del vecino!... ¡Ahhh!”
Tuvo un potente orgasmo, pero ya con 2 depósitos previos, aun me faltaba un tramo para llegar…
Ella, en cambio, aprovechaba para sincerarse….
“¡Es que duras tanto!... ¡Es tan caliente!... ¡Y tiras tanto jugo!...” me decía, besándome efusivamente, mientras yo guiaba el movimiento de sus nalgas, porque se empezaba a cansar. “Con Kevin… a veces veo estrellitas… pero contigo… ¡Oh, cielos!... ¡Las veo siempre!”
Sus movimientos de cintura eran frenéticos y golpeaba con tanta fuerza…
Fiona estaba perdiendo el control. Le metí unos dedos en el trasero y sin querer, se pedorreó…
“¡Lo siento!” se disculpaba, llorando. “¡Es que ya no aguanto!... ¡Por favor… dámela!... ¡Dámela!”
“¡Uf!... Fio… ya casi llego…” le decía yo, esforzándome por complacerla.
“¡Por favor, córrete!... ¡Dámela toda!... ¡Por favor!... ¡Uuup!..” exclamó, cuando la tomé para que me enterrara en sus pechos.
Y al sentirme ahogado en esos sensuales pechos, liberé mi descarga: 4 maravillosos chorros…
“¡Mira, Marco!... ¡Que bonitos!.. ¡Puntitos de colores!...” exclamó, besándome ardientemente en los labios.
Estaba contenta. Bien follada… y algo lesa.
“¡Que estrellitas ve Marisol por las noches!” comentó extrañamente la tercera vez.
Pero yo quería cola…
“¿Aun quieres más?” preguntaba ella, con una cara de golosa, presentando su escultural cola.
“Sí. Tú misma lo pediste hace rato… lo mejor lo dejo para el final.” Le respondí.
Estaba arrodillada en 4 patas, presentando el agujero, como haciendo una reverencia.
Empezaba a ensartarla y se corría por el otro lado.
“¡Es tan gruesa!... ¡Me quema!” decía ella, mientras afirmaba su cintura.
“Y lo tienes tan apretado…” respondí, avanzando con dificultad, pero disfrutando de sus suaves nalgas.
“A Kevin no le cuesta tanto… pero llega más adentro…” confesó.
En vista que volvíamos a las comparaciones…
“¿Cuál te gusta más?”
Llegaba a ese punto donde no hablaba y pasaba aire por la boca…
“¿Cuál te gusta más?” volví a preguntar.
No que me importase, pero se notaba que le gustaba comparar a su marido.
“¡No lo sé!... ¡No lo sé!...” decía ella, gimoteando.
Empezaba nuevamente a azotarse nuestras carnes. Su trasero se dilataba nuevamente.
“¡Dime cuál te gusta más!” insistí, sonando enfadado y bombeando con más fuerza.
Ella trataba de responderme, pero mis movimientos no le dejaban…
“¡No sé!... Kevin es más brusco… ¡Ahh!... tú eres… más delicado…”
Y le empecé a azotar las nalgas…
“¿Tu marido… te hace eso?”
Nunca tan fuerte para lastimarla, pero con la misma intensidad con la que repaso lecciones con Marisol.
“¡Ay!... ¡Ay!... no… mi marido… no me hace eso…” confesó, con algunas lágrimas, pero con un chorro por delante. “Él se afirma a mi cintura… y la entierra hasta el fondo…”
Yo ya estaba hasta el fondo, pero aun sabía de otros castigos.
“¡No, mis pechos no!” protestó ella, mientras le agarraba las ubres. “¡No las pellizques!”
Yo estaba mete, saca, mete, saca… pero modo intensivo, como si bombeara para sacar petróleo,
“¿Te lo hace tu marido?”
“Nooo…” confesaba, completamente desbocada. “Los niños… el padre… ellos me pellizcaban los pechos… ¡Ahhh!”
Y nuevamente, otro chorro entre sus piernas… y algo de leche en mis manos.
“¿Y esto?” le dije, acariciando el botón con una mano y metiendo los dedos por el manantial que fluía entre sus piernas.
Se estremeció, al punto de contraer su ano…
“¡No!... ¡Sólo lo haces tú!... ¡Y me vuelves loca!...”
A esa altura, nos movíamos como un tren…
“¿Ni tu marido?” pregunté.
“¡No!... dice que le da asco… meter mi mano… así…”
Se corría intensamente, mientras narraba. Su lengua buscaba intensamente la mía dentro de mi boca y con la mano libre, aprovechaba de acariciar su pecho nuevamente.
Luego de estar así un buen rato, el “arma principal” se cargó y emitió su último disparo… fulminándola.
Estábamos sedientos. De pasadito las 9 hasta las 3 y algo de la mañana, puro mete y saca…
Estaba satisfecha y me besaba, pero yo no le daba tregua. Le metí los dedos por su rajita hasta alrededor de las 4…
No me lo esperaba, al día siguiente pagaría las consecuencias con creces…
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1 comentarios - Siete por siete (24): La guerra de 2 noches, (1era noche)