Una noche de verano estábamos mi novio y yo con una pareja amiga en el chalet que los padres del chico tenían en la sierra. Teníamos toda la casa para nosotros solos, y nos pasamos toda la tarde tonteando y nadando en la piscina. Después de tomar unas copas, el hijo de los dueños puso una película porno en el dvd. Nos sentamos cada uno con su pareja a ver la película, y al cabo de un rato nuestros amigos comenzaron a besarse y a meterse mano, ignorando nuestra presencia. En un visto y no visto los dos se fueron escaleras arriba sin parar de sobarse. Para echar un polvo en la habitación, claro. M. y yo continuamos viendo unas cuantas escenas más, hasta que él comenzó a aburrirse y me propuso hacerlo en la piscina.
A esas alturas yo ya estaba más caliente que un bombero apagando un fuego, por lo que, sin pensarlo dos veces, acepté la proposición. Nunca lo había hecho en una piscina y la idea me sedujo. Echar un polvo en la piscina era algo que en esos momentos me apetecía muchísimo, pues había que el agua facilita las cosas cuando estás metida en esos placenteros menesteres.
Cogidos de la mano nos fuimos hacia la piscina, y un momento después nos estábamos dando un chapuzón. Al cabo de un rato, mi novio se sentó en el borde de la piscina con los pies dentro del agua. Yo intuía lo que pretendía. Yo me acerqué nadando hasta él, y cuando hice pie en el fondo comencé a hacer carne quitándole la parte de arriba del bikini. Cuando estuve a su lado le saqué el bañador y, cogiendo con tres dedos la flácida y húmeda verga, me en la introduje en la boca. Entonces él se echó hacia atrás apoyando las palmas de ambas manos en el suelo, y levantó la pelvis facilitándome así la maniobra. La tranca se iba haciendo más grande y poniendo más dura por momentos. Cuando ya era tan grande que el capullo me daba en la garganta, deje salir de mi boca un buen trozo del enhiesto miembro. Me concentré en el capullo, moviendo la lengua y trazando círculos a su alrededor, pasando la mayor superficie posible de la lengua por las dos caras del tronco y frotando con la punta de la lengua en fresnillo. En un momento dado, él comenzó a jadear, puso la mano derecha sobre mi cabeza y fue marcando el ritmo que deseaba que imprimiera a la mamada.
Lenta, lentamente, lentísimamente, M. fue imprimiendo mayor velocidad al movimiento de la mano. Cada vez apretaba más fuerte y yo hacía verdaderos esfuerzos por llegar hasta el fondo. A cada momento que pasaba él iba acelerando el ritmo de mi cabeza. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Adentro y afuera. Adentro y afuera. Adentro y afuera. Hasta que la sacó de repente de mi boca, se metió en el agua, me cogió con ambas manos de la cintura, me izó e hizo que yo quedara sentada al borde de la piscina. Puso sus manos debajo de las corvas de mis rodillas y las empujó hacia atrás, dejando al alcance de su boca mi vagina en todo su esplendor. Yo coloqué las palmas de las manos en el suelo y dejé caer la espalda hacia atrás. Entonces M. me lamió por el interior de los muslos, por las ingles y por los labios mayores y menores. A veces se detenía y me frotaba muy fuerte el clítoris con la barbilla. Luego centró el movimiento de su lengua sobre el clítoris, al tiempo que lo succionaba como si fuera un niño mamando un biberón. A esas alturas yo ya estaba tan mojada por dentro como por fuera, por lo que comencé a masturbarme sin dejar de jadear y sin dejar de mirarle. Un momento después exploté en un orgasmo largo, intenso y frenético. Acto seguido, me ayudó a entrar en el agua, aferró mis rodillas alrededor de su cintura y me la metió de un solo empellón...
A esas alturas yo ya estaba más caliente que un bombero apagando un fuego, por lo que, sin pensarlo dos veces, acepté la proposición. Nunca lo había hecho en una piscina y la idea me sedujo. Echar un polvo en la piscina era algo que en esos momentos me apetecía muchísimo, pues había que el agua facilita las cosas cuando estás metida en esos placenteros menesteres.
Cogidos de la mano nos fuimos hacia la piscina, y un momento después nos estábamos dando un chapuzón. Al cabo de un rato, mi novio se sentó en el borde de la piscina con los pies dentro del agua. Yo intuía lo que pretendía. Yo me acerqué nadando hasta él, y cuando hice pie en el fondo comencé a hacer carne quitándole la parte de arriba del bikini. Cuando estuve a su lado le saqué el bañador y, cogiendo con tres dedos la flácida y húmeda verga, me en la introduje en la boca. Entonces él se echó hacia atrás apoyando las palmas de ambas manos en el suelo, y levantó la pelvis facilitándome así la maniobra. La tranca se iba haciendo más grande y poniendo más dura por momentos. Cuando ya era tan grande que el capullo me daba en la garganta, deje salir de mi boca un buen trozo del enhiesto miembro. Me concentré en el capullo, moviendo la lengua y trazando círculos a su alrededor, pasando la mayor superficie posible de la lengua por las dos caras del tronco y frotando con la punta de la lengua en fresnillo. En un momento dado, él comenzó a jadear, puso la mano derecha sobre mi cabeza y fue marcando el ritmo que deseaba que imprimiera a la mamada.
Lenta, lentamente, lentísimamente, M. fue imprimiendo mayor velocidad al movimiento de la mano. Cada vez apretaba más fuerte y yo hacía verdaderos esfuerzos por llegar hasta el fondo. A cada momento que pasaba él iba acelerando el ritmo de mi cabeza. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Adentro y afuera. Adentro y afuera. Adentro y afuera. Hasta que la sacó de repente de mi boca, se metió en el agua, me cogió con ambas manos de la cintura, me izó e hizo que yo quedara sentada al borde de la piscina. Puso sus manos debajo de las corvas de mis rodillas y las empujó hacia atrás, dejando al alcance de su boca mi vagina en todo su esplendor. Yo coloqué las palmas de las manos en el suelo y dejé caer la espalda hacia atrás. Entonces M. me lamió por el interior de los muslos, por las ingles y por los labios mayores y menores. A veces se detenía y me frotaba muy fuerte el clítoris con la barbilla. Luego centró el movimiento de su lengua sobre el clítoris, al tiempo que lo succionaba como si fuera un niño mamando un biberón. A esas alturas yo ya estaba tan mojada por dentro como por fuera, por lo que comencé a masturbarme sin dejar de jadear y sin dejar de mirarle. Un momento después exploté en un orgasmo largo, intenso y frenético. Acto seguido, me ayudó a entrar en el agua, aferró mis rodillas alrededor de su cintura y me la metió de un solo empellón...
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