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Siete por siete (23): Una entrada rezagada…




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Compendio I


Aprovechando que mi “esposa de la mina” está trabajando horas extras revisando no sé qué equipo, narraré un evento que no registré en su debido tiempo.
Debía haberlo contado para los finales de la primera bitácora (seis por ocho), porque transcurrió en esos tiempos.
Pero como quise “finalizar” esas entradas mencionando como Hannah y yo nos involucramos, no mencione esto porque quería descansar de escribir.
A veces me sorprendo de ella. Me parece increíble que nos hayamos encontrado.
No es solamente su “parecido en personalidades” con Marisol, aparte de un delicioso cuerpo europeo.
También poseemos esas actitudes obsesivas que nos obligan a exigirnos más de la cuenta.
Al igual que yo, los compromisos son compromisos y no importa si suena la señal del final de la jornada, como está pasando ahora.
Somos trabajólicos y si debemos trabajar turnos de 10 o 12 horas para cumplir las fechas, simplemente lo hacemos.
Desgraciadamente, no todos comparten nuestra visión y fue de esa manera tan singular que Hannah y yo empezamos las “inspecciones a terreno”…
No estoy seguro si fue el mismo turno o el siguiente a la primera vez que dormimos juntos. No que sea muy relevante, pero si es una bitácora, debe llevar una secuencia lógica, aunque esta entrada no se ingresó cuando correspondía.
Recuerdo que las pequeñas estaban recién nacidas y Marisol acababa de patear su relación con Kevin, por lo que igual me sentía inseguro y Hannah, al final de cuentas, me recordaba a mi esposa.
Por su parte, ella estaba experimentando cambios demasiado drásticos en sus sentimientos. Cuando la llamé para el nacimiento de las pequeñas, le demostré que la estimaba más de lo que ella creía y lo más seguro es que aceleró nuestro inevitable encuentro amoroso.
Sin embargo, nadie más sabía de lo nuestro…
“¡Vamos, muchachos! ¡Lo podemos sacar, si vamos juntos!” les dijo, mientras estaba en el casino.
“Lo siento, Cargo shorts. Pero ninguno de nosotros quiere volver mojado con agua hasta las rodillas.” Le respondió Tom, uno de los técnicos veteranos.
De unos 55 años, gordito, musculoso y con rasgos faciales duros, es su segundo al mando.
“¡Sabes bien que es una reparación sencilla!” insistía Hannah.
“Lo siento, amor. Pero tendrás que esperar hasta la próxima semana, cuando reparen la moto-bomba.”
Suspirando, Hannah miró a los alrededores del casino y nuestros ojos se encontraron.
“¡Marco!” susurró levemente. Nadie sabía de lo nuestro en ese entonces…
Pero recordando dónde estaba, habló con más fuerza y determinación.
“¡Marco!... ¿Te interesaría ir conmigo de inspección a terreno?”
“¿Por qué?”
Sus hombres se reían.
“¿Cómo que “por qué”? Pocas veces has entrado en la mina.”
“Si, porque realmente no lo necesito.” Le expliqué. “Soy jefe de extracción y casi todos los equipos de los que me debo encargar están acá afuera.”
Sus hombres se mataban a carcajadas.
“Pero la extracción… pasa adentro de la mina.” Esgrimió un débil argumento, suplicando un poco de apoyo.
En ese tiempo, su relación con sus hombres igual seguía siendo complicada. Aun le daban nalgadas, como amuleto de buena suerte para entrar a la mina, pero ella recién empezaba a alzar su voz y a hacerse respetar.
“Incluso si te acompañara, no sé qué tanta ayuda podría darte…”
Decirle eso la llenó de ánimos.
“¡No importa! ¡Tú me entiendes! Y sé que tampoco te gusta dejar tu trabajo pendiente…” luego se volteó hacía sus muchachos. “¿Lo ven, chicos? Él es un caballero, que atenderá a una dama en peligro. No como ustedes, que les da miedo mojarse.”
“¡Suerte, amigo!” dijo otro de sus hombres.
“¡No seremos caballeros, pero estaremos secos!” dijo otro, haciendo que el resto se riera.
“Solo te pido que cuides a Cargo por nosotros…” me pidió Tom. “Tiene chispa y nos alegra la jornada y no quiero que la lastimes ni te propases con ella.”
Nosotros nos pusimos rojos de vergüenza…
“Tom, sabes bien que si alguien la agarra más de la cuenta, “Ethel” se encargara de defender a Cargo.” Dijo otro, añadiendo a carcajadas.
Según me contaría Hannah, ese era el apodo de la enorme llave que emplean para liberar los ejes de los vehículos y que perfectamente, pesaba unos 30 kilos.
Por la forma de mirarnos, Tom sabía que Hannah y yo nos gustábamos…
Tomamos mi camioneta e ingresamos al mineral. No fue necesario dar muchas explicaciones a mi equipo, porque en calidad de jefe, siempre ando saliendo y entrando de la oficina, a no ser que tenga informes por redactar.
Descendimos un par de kilómetros, por túneles que Hannah conoce a la perfección. Me sorprende como ella puede orientarse, si todo está tan oscuro y solo se ven rocas.
“Disculpa que te haya traído.” Dijo ella. “Estoy tan frustrada y eres el que mejor me entiende…”
“¡No te preocupes!” le respondí, pendiente del camino y de las luces, mientras que el aire húmedo y la experiencia de manejar me hacían sudar un poco. “Te entiendo bien…”
Llegamos donde estaba el Scoop. Era una mole gigantesca. Parecía un tanque con enormes neumáticos y una tremenda pala en la parte delantera.
“¡Ay, no!” exclamó ella. “En verdad, hay mucha agua…”
En efecto, el vehículo estaba aparcado en un enorme charco con agua, por lo que acceder a él sería complicado.
Echó un par de maldiciones. El agua se tiende a apilar, dado que en el proceso de ruptura de material, se liberan napas subterráneas de la mina.
“¡Vamos a tener que esperar la bomba!” dijo ella, desilusionada.
Encendí la luz del casco y me bajé de la camioneta.
“¿Qué haces?”
“Pues, ya que estamos aquí, deberíamos revisar. ¿No crees?” sugerí.
Hannah echaba maldiciones por no poder acceder al vehículo, mientras que yo palpaba parte del terreno húmedo con los guantes. Era arcilloso.
Explorando el sector, encontré una toma de aire a unos 3 metros del charco. Son fosos sin fondo, que deben quedar señalizados para prevenir accidentes y que alimentan los pisos inferiores con ventilación.
“¡Odio que Tom tenga razón!” exclamó furibunda, mientras yo volvía a la parte trasera de la camioneta. “¿Qué haces?”
“Pruebo una idea…”dije, tomando un poste de madera que tenía en la camioneta.
“¿Qué vas a hacer?” dijo Hannah, muy divertida con el espectáculo. “¿Vas a hacer una zanja?”
“Algo así.” Respondí, buscando un par de piedras.
“No te molestes.” Dijo ella, con algo de tristeza. “Necesitaremos una bomba para sacarlo…”
Pero yo no me daba por vencido.
Encontré 2 piedras grandes, una para apoyar el poste y la otra, la coloqué en la punta.
Hannah comprendió lo que intentaba hacer.
Sinceramente, no le tenía muchas esperanzas. Pero si disponía de eso, valía la pena probar.
Una vez satisfecho, volví a la camioneta.
“¡Hazme espacio!” le ordené para que se moviera y enganché en primera…
El poste trazó un surco no muy profundo y la piedra fue enterrándose en la tierra, hasta caer por la toma de aire.
Sorpresivamente, resultó…
“Lo veo y no lo creo…” exclamó ella, viendo como bajaba lentamente el nivel de agua.
Tomé el poste y lo guardé en la camioneta.
“Solo nos queda esperar…” le dije, al verla sonriéndome.
Se abalanzó y me dio un caluroso beso.
“¡Eres increíble!” me dijo ella, abrazándome con fuerza.
“Si alguien no me hubiera enseñado a jugar pool…” le dije, acariciando sus cabellos.
Mientras nos besábamos, nos atacó la misma inquietud…
“¿Cuánto crees que tarde en drenarse?” preguntó.
Recordé todas esas materias de la universidad para dar un cálculo preciso. Torricelli, descarga por orificios, flujos laminares y turbulentos…
La cabeza de abajo, más práctica, dio un estimado.
“Media hora… o un poco más.”
¿Qué hacer por media hora, en oscuridad casi absoluta?
Ni medio segundo y le saqué el overol. Me recibían sus hermosos bermudas que le habían dado el apodo entre sus hombres.
Eran nuestras primeras veces y le avergonzaba un poco desnudarme. Como yo mostraba más iniciativa, me dejó hacer.
“¡Au!”
Un gemido vago y comprimido dio cuando lamía su rajita, por encima de las pantaletas.
Estaba calientito y levemente húmedo y ella contraía levemente su pierna izquierda, como si intentara detenerme.
“N-n-no… no debes hacer… eso…” me decía, a medida que su aroma a mujer empezaba a inundar su ropa interior.
“¿Por qué no?” pregunté, abriendo espacio para lamer su entrepierna sin problemas.
Ella dio un gemido más agudo y nuevamente, puso las manos sobre mi cabeza.
Me encanta que lo hagan. Es como un gesto de aprobación, como “buen trabajo” y es mucho mejor cuando te fuerzan, porque reafirma mi idea que lo estoy haciendo bien.
Me gusta chupar rajitas. Aprendí a hacerlo las primeras veces con mi Marisol, cuando me di cuenta que mi inexperiencia no le dejaba alcanzar el orgasmo.
La lamía para que acabara un par de veces en mi boca y después penetrarla, de manera que si acababa antes, no se sintiera decepcionada y me volví bastante bueno. Pero cuando salíamos, prefería masturbarla con mis manos.
No me gustan los 69 porque me da cosa terminar antes que ellas. Además, pienso que el sexo oral es un arte que hay que disfrutarlo y saber cómo darlo y me cuesta apreciarlo si hago ambas cosas al mismo tiempo.
En fin, para Hannah seguía siendo una sorpresa agradable. La luz del casco era bien mala y no podía verla, porque miraba el techo de la caverna.
O eso deducía, por la luz de su foco. Pero sus gemidos eran reconfortantes.
Acabó una vez y la dejé descansar unos minutos, para nuevamente resumir la acción.
“¡No!” exclamó nuevamente y se dejó querer, hasta que viera estrellitas por segunda vez.
Una vez agitada (y bien motivada), la llevé al asiento trasero de la camioneta, porque quería verla.
“¡Hola!” le dije a la hermosa princesa de ojos azules que me recibía, muy avergonzada.
“Mhm… aun… falta… ¿Cierto?” preguntó, con ganas de más.
“¡Por supuesto!” le dije, tomando un preservativo del bolsillo del pecho de mi overol, a medida que me desnudaba.
Ella se rió…
“¿Ya lo tenías planeado?”
“No... pero uno nunca sabe cuándo puede salir una oportunidad…”
“Si, claro.” Dijo ella, con un tono burlón. “Especialmente, en una mina llena de hombres, ¿no?”
“Bueno… nunca sabes si la suerte te sonreirá y podrás hacerlo con la rubia de Mantenimiento…”
Ella me sonrió y me besó.
Mientras no le diga “Cargo shorts”, me acepta todo.
Nos reímos bastante esa primera vez. Aprendimos que si queríamos hacerlo en la camioneta, teníamos que desnudarnos afuera o al menos, sacarnos los overoles.
También tuvimos que aprender a cuidar nuestros brazos, porque en 2 ocasiones, su codo me golpeó en la cara.
Pero ahí estaba: con una rubia, que hablaba otra lengua completamente distinta a donde yo había nacido, de ojos azules, bajita y delgadita… y que me miraba, expectante a que la tomara.
La luz de la cabina hacía cierto efecto de luz y penumbra con la sombra de mi cuerpo sobre ella. A ratos, distinguía solamente su silueta.
Era curioso. Una mujer menudita, como en otro tiempo lo había sido mi Marisol, a quien mi enclenque cuerpo podía proteger y envolver en mis brazos…
Se sorprendió al verme llorar…
“¿Qué te pasa?” me miró, preocupada, acariciando mi cara.
La acaricie, mirando sus ojos azules, esperando que se convirtieran en las esmeraldas que amaba y que el lunar que adoro apareciera en su mejilla derecha.
“¡Nada!” le dije. “Solo te encuentro muy bonita.”
Pensé en Marisol y Kevin…
Cerré los ojos, buscando su aroma a jabón. El sabor a limón de sus besos…
Pero simplemente, era otra chica.
Hannah, en cambio, también estaba absorbida en esa atmosfera mágica.
Algo debe tener la perfección de Douglas que le obliga a buscarme y conformarse conmigo…
Incluso, a cuestionarse si quiere casarse o no con él…
Pero veía en ella a mi antigua Marisol, la que en otros tiempos era mi novia: La delgada y tímida chica otaku…
No digo que no ame a la impresionante mujer que Marisol es ahora. Pero esos recuerdos, de caminatas en parques, de besos furtivos mientras estudiábamos, de escapadas secretas en bicicleta o de tomarle la mano cuando íbamos al cine…
Eso encuentro al ver y hacerle el amor a Hannah.
Sentía esos imperiosos deseos de regresar el calendario un par de meses atrás y volver a los tiempos sencillos, donde simplemente la amaba a ella y a nadie más.
Fue por eso que empecé a besarla con mayor intensidad, para su sorpresa. La envolvía, la abrazaba y le sacaba la respiración de sus pulmones…
Descubría sus pequeños pechos, mientras que mis labios besaban su majestuoso cuello…
Pero me sentía frustrado. Parecía a ella, pero no lo era…
Su aroma, el sabor de su cuerpo, su calor. Eran completamente distintos.
Ella, en cambio, me miraba con paciencia. Como si me entendiera… como si realmente fuera mi Marisol.
Entonces, la volvía a besar en los labios, con mi lengua explorando su boca, buscando el sabor a limón de mi esposa.
No lo encontraba, pero hallé una lengua atenta a mis caricias y mis besos. Saliva dulce, como la miel, con una nariz que respiraba cálidas brisas en mis mejillas.
La acariciaba con ternura. Era Marisol… pero a la vez, no lo era…
Y me maravillaba.
Dio el mismo gemido que daba mi ruiseñor las primeras veces. Ese, ahogado, mientras la penetraba, como para mantener el secreto de nuestra relación.
“¡Te amo!” le dije a mi antiguo y nuevo ruiseñor, haciendo que se avergonzara en sus rosadas y delicadas mejillas.
Hannah sabía suficiente español para comprender mis palabras.
Y empecé a bombearla, como eran las cosas antes…
Despacio, para no lastimarla y consolándola con mis besos.
Acariciaba su cintura y apretaba sus pechos, recordándola a ella, a la de antes.
“¡Por favor!... ¡No pares!” me decía ella, en una lengua extraña a la Marisol de mis recuerdos, mientras yo bajaba de sus mejillas, de vuelta a su cuello.
Confundido, apegaba mi cuerpo más a ella y Hannah daba intensos suspiros. Como la antigua chica otaku que yo conocía…
Empezaba a tomar más fuerza, tomarla como era la mía…
Como la Marisol de mis recuerdos, Hannah ahogaba sus gemidos en mi hombro. Mi cuerpo agarraba más impulso, potenciado por ese gesto.
La camioneta se sacudía y el calor de ambos volvía la cabina una atmosfera ardiente, eléctrica. Ella daba gritos de placer, que no eran los de mi ruiseñor, pero la seguía bombeando con mayor intensidad.
Quería fundirme de nuevo con ella, con mi antigua Marisol…
Pero sus gemidos eran distintos. No eran el mismo tono de la Marisol de mis recuerdos. Pero a mi cuerpo no le importaba.
Cerrando los ojos, mi mente imaginaba su aroma a jabón y sus celestes ojos tomaban ese resplandor de esmeralda que buscaba.
Ya la bombeaba con mayor fuerza…
El poco espacio de la camioneta jugaba a nuestro favor. Me permitía mantenerme conectada a ese recuerdo intenso de mi ruiseñor.
La apretaba, la apretaba, la apretaba, cada vez, más y más…
Había un fuego intenso en nuestro interior. Una flama, que podíamos apaciguar solamente con besos, caricias y abrazos, que impidiesen nuestra separación…
Y su respiración, entrecortada, era la misma de mi ruiseñor.
Hallaba en ella el santuario que buscaba. El recuerdo de otros tiempos, también alegres… que aun extrañaba.
Y bombeando, bombeando, bombeando. Cada vez, con más y más fuerza…
Sus gemidos, paulatinamente se fueron transmutando en los gemidos de mi tímido y delgadito ruiseñor…
Sus ojos, el resplandor diáfano de las esmeraldas…
Sus besos, el sabor especial a los limones…
Y ese lunar… ese travieso y pervertido lunar… en la mejilla derecha…
Sus cabellos… migraron del rubio al castaño…
Y alcancé la gloria. Ese punto donde el tiempo se detiene y eres uno con el otro. Donde sientes la presencia de los ángeles y te das cuenta que no todo es negro.
Estábamos los 2 juntos, en aquel maravilloso lugar, apoyado en su hombro, al igual que Marisol lo hace en el mío.
En un punto donde el tiempo no avanza. Donde ambos somos uno…
Pero vi sus ojos… y Marisol no era ella.
Era la hermosísima Hannah, que envuelta en éxtasis, lucía tan hermosa como un ángel.
“¡Hannah!” exclamé, sorprendido.
Ella me besaba.
“Me gusta que me llames por mi nombre…”
Y para mi sorpresa, se apoyaba en mi pecho, igual que Marisol lo hacía conmigo. La abrazaba, y acariciaba sus cabellos, como lo hacía con el ruiseñor de antes.
Maravillado, confundido y contento. Así me sentía.
Por primera vez, me sentía tranquilo. No me sentía como si hubiese traicionado el amor de mi ruiseñor. Porque ¿Cómo podía traicionarla, si había tocado las estrellas, sintiéndola a ella?
Claro, Hannah no es ella.
Pero en esos momentos especiales, no veía a Hannah…
Veía a Marisol.
Y nos quedamos así un rato. Acostados, en el asiento trasero de mi camioneta, con ella abrazándome y dándome su calor.
Luego, nos separamos. Pero nuestra relación se afianzó a partir de entonces.
Se había olvidado del scoop. El agua había descendido lo suficiente para hacer las reparaciones.
“¡Pásame la caja de herramientas, por favor!” me pidió, aun con esos ojos angelicales, de una mujer satisfecha.
Destapó la cubierta y con la maestría de una mujer de su calibre, empezó a hacer su magia.
Con casco en la cabeza, foco encendido y una linda sonrisa, me miraba ocasionalmente para darme sus instrucciones.
Y pasó cerca de media hora…
“¡Dame espacio!” dijo ella, como si se burlara de mi experimento previo.
El motor del enorme tanque arrancó sin problemas y le ayudé a bajar del vehículo, como siempre, acariciándola y besándola, luego de recibirla en mis brazos.
“Los muchachos ya pueden ir a buscarlo.” Le dijo a Tom, cuando salimos de la mina.
Pero el anciano fue el primero en saber qué había pasado en esa visita, tras ver esa hermosa sonrisa que nos engancha para entrar en los interiores de la tierra…
Sin embargo, al día siguiente en mi oficina….
“Marco… ¿Tienes tiempo libre antes de almorzar?... porque voy en ronda de inspección… y quería preguntarte si deseas acompañarme…” con ese rubor típico en sus mejillas europeas. “Ya sabes… eres una persona muy ocurrente…”
“¿Acompañar a una mujer tan talentosa como tú, Hannah? ¡Me sentiría honrado!” respondí con una gran sonrisa, lo que le alegró el día.
Con el tiempo, mi personal y el suyo se darían cuenta de lo que en realidad pasaba y nos darían espacio y privacidad para hacerlo.
Marisol siempre ha sabido que Hannah es mi “esposa de la mina” y supongo que le quedará más claro ahora por qué lo es…
Sencillamente, porque es ella misma, un par de meses atrás… y ambas me hacen muy feliz.


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2 comentarios - Siete por siete (23): Una entrada rezagada…

taldito +1
Deja de ver películas indiana jones
pepeluchelopez
Muy buen dato! Sobre todo el ingenio y sacar la casta de inteligente
metalchono
gracias.