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Siete por siete (19): La rosa del desierto




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Compendio I


Tenía pensado escribir sobre la instalación del internet de Rachel, pero algo ha pasado que me obligó cambiar mis planes.
Hannah está durmiendo. Ha sido un día muy largo para ella y creo que merece contarlo.
En la eterna batalla por los minerales entre los hombres y la montaña, los hombres siempre llevamos desventaja.
Incluso con herramientas y maquinaria no deja de ser más peligroso y lo que pasó hoy fue prueba de ello.
Sonó la sirena por los parlantes. Todos saben que es señal de accidente y que obliga a todos a detener las obras, para facilitar el movimiento de los vehículos de emergencia.
Luego empiezan las llamadas. Me llamaron porque ocurrió en la planta de recuperación de mineral.
A Hannah también la llamaron. Estaba preocupada, porque algunos de sus chicos estaban revisando unos equipos en ese sector.
Nos fuimos juntos en la camioneta y le aseguré que todo estaría bien.
Pero lamentablemente, me equivoqué…
Sus chicos estaban haciendo mantención a una retroexcavadora. Falló uno de los pistones de la pala y una de las aspas tomó la pierna de uno de ellos.
La ambulancia lo llevó de urgencia a Broken Hill. Viviría, pero necesitaría una prótesis.
Llegó uno de los administrativos. Están enojados porque los informes de producción no han sido satisfactorios y piensan que nosotros tenemos la culpa.
Insistió en que Hannah inspeccionara la máquina. Algunos de sus hombres se ofrecieron, porque saben cómo se pone.
“Que lo haga ella. Para eso le pagan…” dijo el muy inconsciente.
Hay como 5 técnicos en el equipo de Hannah que pueden hacer ese trabajo y tienen la suficiente sangre fría.
Pero no. Hannah es la jefa de mantenimiento y operaciones, además de ingeniero mecánica…
Ella se muestra dura con sus hombres, pero saben lo sensible que es. Me miraron para que dijera algo, pero el pendejo ese insistía con que lo hiciera ella.
Se metió a la cabina y confirmó que la palanca se había desenganchado. Pero el insensato quería que revisara en terreno, que revisara donde estaba la pala.
Todos nos opusimos, pero vimos la majestuosidad de Hannah en acatar sus órdenes. Sé que le impactó, porque el herido era “uno de los buenos”. Pero así y todo, se contuvo.
Dio su reporte y confirmó que había sido un accidente (por alguna razón, los de administración piensan que hacemos esas cosas a propósito). Nos ordenó que lo redactásemos y nos despachó.
A Hannah le afectó y no me sorprendió que se retirara más temprano. Me fueron a avisar sus hombres, para que la acompañara…
Pero no era necesario. Yo también me iba a retirar.
Es mi “esposa de la mina” y no me importó dejar el trabajo tirado por ella. Mi equipo también lo sabe y aunque se ofrecieron a cubrirme, les dije que no, que yo me haría responsable mañana.
La encontré llorando en mi cama, abrazada al cojín. Me rompió el corazón verla así.
La vida en la mina es difícil. Turnos largos, falta del sol…
Pero Hannah nos da alegría. Ella nos inspira, nos da ánimos para trabajar.
Sus cabellos dorados, su piel blanquecina y su belleza natural. Soy afortunado, porque ella me quiere y me esperaba.
Me abrazó y lloró en mis brazos.
Traté de consolarla, pero solamente quería que la abrazara. Que la protegiera.
Logré que me soltara, acostándola en la cama. Le ofrecí prepararle una tortilla de espinaca, como sé que le gustan.
Pero su mirada estaba perdida y sus ojitos celestes no paraban de llorar.
Conecté mi teléfono a los parlantes y cargué un tema de Strauss. Un vals, y la tomé para bailar.
“Sigue mis pasos, pequeña” le dije, pidiendo que mirara mis ojos.
Sus pies marchaban al ritmo, en nuestra menuda habitación. Ella se apegaba a mi cintura, pero su mente seguía en otro lugar.
“¡Hannah, mírame!” le supliqué.
Estaba triste. La besé, pero de esos besos que le doy especialmente a Marisol.
No sabría describirlos. Me acuerdo de esa canción…
“te quiero comer la boca, sin dejarte respirar…”
Pero más que eso, quería succionar su tristeza con mis labios.
La tomé por sorpresa. Nunca la he besado así antes. Pero no me rechazó.
Estuvimos así un buen rato, bailando y pegados de labios. Eso es lo bonito del vals. Es tan sencillo, que permite besar sin perder el ritmo.
Cuando paré, tenía parte de su tierna sonrisa.
“¿Por qué me quieres tanto?” preguntó.
“Porque eres mi “esposa de la mina”, pequeña.” Le respondí.
Ella se avergonzó y se rió por mi apodo.
“¡No te burles!... me siento triste.”
“¡No me estoy burlando! Amo que seas pequeñita…”
Ella me miró un poco más seria.
“Siempre dices que me amas…”
“¿No me crees?”
Se avergonzó.
“Marco… yo sé que esto no es serio. Tú estás casado… y yo tengo a Doug…”
“¿Y eso significa que no puedo amarte?”
Ella dio un suspiro.
Acaricie sus mejillas y le di un tierno besito en los labios.
“No soy el único que te ama.” Le confesé, haciendo que me mirara con sorpresa. “Muchos de mis hombres y de los tuyos les encantaría besarte de la manera que lo estoy haciendo…”
Ella se rió despacio.
“No. Ellos me quieren para…” dijo, señalando la cama.
“Es cierto.” Reconocí. “Pero más que eso, te quieren porque aunque eres dura y exigente, saben que eres tierna. Que eres “mamá gallina” y nosotros somos tus pollitos…”
Volvió a reírse, para detenerse bruscamente.
“Pero el pobre Mikey…” se lamentó.
Tomé su mentón, para que mirara mis ojos.
“¡Alégrate!” le dije. “Al menos, volverá con los suyos…”
Los mineros tienen 3 tipos de historias sobre la faena: las “anécdotas”, que siempre tratan de ellos y cómo “esquivaron a la muerte”; las “malas”, que generalmente las cuentan cuando estás en confianza o tienen algunas copas y que tratan de otros compañeros menos afortunados; y las “feas”, que ya salen a la luz tras unas 3 horas de cerveza o aguardiente y que hablan de la memoria de otros compañeros.
Hannah vivió una de las “malas”, pero le consoló ver que no fuera una de las “feas”.
Me pidió que la besara otra vez. Yo estaba más que complacido…
“Y… ¿Por qué dices… que me amas?” preguntó con timidez.
Le sonreí.
“¡Hannah, eres la flor en el desierto! ¡El arcoíris, tras la tormenta!”
“¡Que cursi!” se burló.
Pero le pedí que me mirara a los ojos…
“¡Es verdad, Hannah! Tú nos alegras el día. Haces que entrar a la mina no parezca tan gris y amargo…”
Parecía confundida…
“¿Por qué?”
“¡Porque tú eres tú!” Cité inconscientemente a mi ruiseñor. “Es decir… sabemos cómo eres y que te hace feliz y por eso nos motivas a dar nuestro mejor esfuerzo…”
Su mirada se volvió más tierna…
“¿Incluso… tú?” preguntó, con un delicioso rubor en las mejillas.
Sonreí.
“Hannah… cuando estoy contigo, me siento afortunado.” Le confesé. “Tú sabes cuántos hombres hay en la planta… y aun así, prefieres estar conmigo.”
Ella esquivó mi mirada. Le di justo en el nervio…
“Es que… eres extraño… inusual.”
“Y me amas…” agregué.
Ella me miró, con una cara entre indignación y sorpresa. Pero es mi “esposa de la mina”.
“¡No te amo!... te dije que tengo a Doug… y yo…”
Empezó a retroceder y titubear. Sabía que la iba a besar…
“¿Entonces no me amas?” pregunté, aunque sus ojos, su cara y en general, todo su cuerpo me decían lo opuesto a sus palabras.
Trató de sonar más seria…
“¿Cómo me puedes amar?... Siempre piensas en tu esposa…”
Me detuve a pensar…
“¡No me engañes!... sé que te gusto… y que disfrutas conmigo… pero en el fondo, no me amas.” Suspiró, desanimada.
“Hannah, creciste con tus padres, ¿Cierto?”
“Así es…” respondió, todavía acongojada.
“¿Quién te que quería más: tu papá o tu mamá?”
Ella sonrió.
“¡Que tonto eres!” respondió. “Ambos me quieren mucho…”
“¿Y tú los quieres a ellos… por igual?” pregunté, finalmente.
Soy una persona llena de remordimientos. No voy a negar que estas relaciones son placenteras y que disfruto mucho de ellas.
Pero al momento de continuar, de regresar a mi Marisol, tengo que conciliar mis sentimientos con mis acciones.
Amo a Marisol (parece mi logo favorito de cada entrega), pero también las amo a cada una de ellas. A algunas más, a otras menos…
Pero me preocupan y soy realista. No creo que esto dure para siempre. Por ahora, yo soy su mejor opción, porque las puedo complementar y “atender bien” en la cama.
Pero es temporal: Hannah se casará con Doug, Diana conocerá a alguien y así sucesivamente…
Ellas saben que más no puedo hacer: estoy casado con Marisol, soy papá y aparte que sean mis amantes, no les puedo ofrecer más. Pero ellas lo aceptan y saben que a mí me complica la existencia.
Porque si fuera otro tipo de persona, las llamaría cuando me sintiera caliente y no sé… tal vez, no me preocuparía tanto por ellas.
Pero yo no soy así… son importantes para mí y ellas lo saben.
“Entonces… ¿Tú… de verdad…?” preguntó, sorprendida.
“¡Hannah, me conoces!” Le respondí. “Si no lo sintiera, no te lo diría…”
Empezaba a llorar de alegría. A veces, pienso que soy despreciable por hacerlas llorar...
“¿Entonces… cuando dices que soy tu “esposa de la mina”… tú…?”
Le di una mirada amarga. Me molestó que no me creyera…
Se abalanzó sobre mí y me dio uno de sus mejores besos.
Su saliva me recuerda a la miel. Es dulce, pero afortunadamente, no tan empalagosa como la original. Es dinámica, fluida. Como si se pudiera beber…
Ya empezábamos a desvestirnos. Yo le sacaba sus bermudas y ella desabrochaba mi pantalón…
Tomé el preservativo y puso “esos ojos”…
“¿Qué?” pregunté.
“Pues… acabas de decirme que me amas… me siento triste… y quiero sentirte dentro…”
“¿Y?”
“¿No piensas que es poco romántico hacerlo casi todas las veces con preservativo?” preguntó, con esa mirada prejuiciosa.
Di un suspiro…
“¿Son tus días seguros?”
Esquivó mi mirada…
“¿Has tomado tus pastillas?”
Mismo gesto…
“Sólo digo que si soy “tu esposa”, deberíamos hacerlo sin protección de vez en cuando…” trató de excusarse, sin mirarme a los ojos.
Marisol, en cambio, me habría hecho un puchero…
“Y eso viniendo de los labios de la misma rubia que me dijo que amaba solamente a Douglas…” Protesté.
Me dejó ponerme el preservativo…
Desde que nacieron las pequeñas, Marisol se toma religiosamente las pastillas. Antes, tenía que recordarle a diario y también usaba preservativos…
Pero bastó un descuido para que nos volviéramos padres.
Hacer el amor con Hannah siempre ha sido algo arriesgado. Es tan estrecha, que en 2 ocasiones he roto el preservativo en plena acción y ha sido pura suerte que no quede embarazada.
Claro, ella queda más que feliz con que me corra adentro. Pero rara vez se acuerda de las pastillas, por lo que trato de no arriesgarme.
Pero es genial agarrarla de la cintura y escuchar su suave gemido, a medida que voy deformando su agujerito.
“Hannah, ¿Por qué eres tan bonita?” le preguntó, acariciando su carita, una vez dentro.
Empiezo a moverme y yo la guio. Ella se deja querer…
A ratos suspira o me besa. Yo le agarro los pechos y se los chupo.
Me cuesta creer que Douglas no lo haga, aunque le agarra el trasero. También lo hago, pero cuando siento que me voy a correr…
Trató de hacerlo parecido a como lo hago con Marisol. Es una experiencia extraña, porque sus ojos son claritos como los de mi esposa, pero sus aromas son distintos.
Sé que no muchos se fijan en eso, pero para Hannah es importante. Se ha corrido un par de veces porque aspiro el olor de sus cabellos.
Me abraza fuerte y me da todas las facilidades y yo aprovecho de lamer su transpiración un poco en su cuello, que es otra cosa que le encanta.
Cuando ya bajo con mis manos a su cintura y el vaivén es incesante, le agarro sus nalgas. A ella le gusta que se las agarren, pero con suavidad.
Como que la empujes hacia los testículos y que la ensartes lo más adentro posible.
Entonces, gime más fuerte, más fuerte y me tengo que correr, porque suena demasiado sensual.
Ella trata de recuperar el aliento, apoyada en mi pecho y yo olisco otro poco sus cabellos.
Lo que más le agrada es que me quede adentro…
“Si “Dougie” fuese como tú…” me dijo, sonriendo.
“¡Lo sé! Me veo enclenque…” respondí de mal humor.
“¡No!” me corrigió, avergonzada. “Si “Dougie” pudiera quedarse tanto rato adentro…”
Me dejó sin palabras. Hannah sonrió.
“Y Marisol… ¿Te hace sentir mejor?” preguntó, de una manera temerosa.
“Pues sí. No me puedo quejar. Me atiende en todo…” respondí, con sonrisa de idiota.
“¡Oh!” exclamó ella, un poco decepcionada con mi respuesta. “Pues… si quieres probar algo porque la extrañas… me puedes avisar y lo haré…”
La besé en los labios.
“¡No te pongas así!” la acaricie en la mejilla. “Es mi esposa y sabes que la amo. Apuesto que hay cosas que haces con Douglas que conmigo no las haces…”
Ella se avergonzó.
“Douglas no siempre tiene tiempo…” confesó.
“¿Y no hay cosas que te gustaría aprender con él?”
“Estábamos hablando de Marisol…” respondió, desviando el tema…
“Bien. ¿Qué quieres saber?”
En eso, las 2 son como gotas de agua. Actúan por impulso y no miden las consecuencias.
Pasó medio minuto pensando en una pregunta…
“¿Ella sabe de mí?”
“Por supuesto. Le hablo de ti todo el tiempo…”
Se sonrojó un poco…
“¿Y qué piensa?”
“Pues, le gustaría conocerte…”
Su mirada se llenó de espanto.
“¿Qué? ¿Por qué?”
“Porque le gustaría conocer a la chica que me recuerda tanto a ella en la mina…”
Estaba muy preocupada…
“Pero ella no sospecha, ¿Cierto?”
“Para nada.” Respondí, con una tremenda sonrisa. “Ella lo sabe todo…”
No supo si lo decía en serio o en broma.
Le pregunté si quería hacerlo otra vez. Me sonrió y me dijo que siempre estaría dispuesta.
Y ahora, ronca a mi lado y estoy muy tentado de tomarle la cola mientras duerme…


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1 comentarios - Siete por siete (19): La rosa del desierto

pepeluchelopez +1
Uff! 2 meses leyendo a ratos, mientras voy al wc, antes de dormir, en el colectivo. Hasta q llegue a este relato desde "mi novia otaku" sin duda muy buena entrega de relatos, te animaste a hacer lo que yo queria hace años, una bitacora de memorias, mismas q teclee una hoja de word y decidi cerrar sin guardar! Gracias x todas las entregas
metalchono
En retrospectiva, pienso que somos raros. Como ya debes saber, seis por ocho la mandé como regalo de bodas a las que se quedaron en mi tierra y aunque solamente una de ellas se quejó, las otras se fueron identificando de a poco. Sinceramente, las que más quiero aparecen en esas entregas y te mentiría si no me siento impaciente para que termine el año y las vuelva a ver. Pero agradezco el apoyo y sería genial que encontraras tu bitácora. Saludos y gracias por el apoyo.