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Compendio I
Es curioso cómo se dan las cosas. En una ocasión, mi ruiseñor me dijo que le daba miedo tener relaciones conmigo por las noches (reforzando la idea que buscara otras parejas), porque ella me encontraba muy animoso.
Sin embargo, tras nuestro matrimonio, el nacimiento de las pequeñas y mi nuevo turno en la mina, la libido de mi esposa ha crecido también y es ella quien me termina exigiendo más de la cuenta.
Creo que va muy conectado con que tenga a “otras”, porque siempre me pide que “le haga demostraciones” y esa noche no fue diferente.
Le mostré cómo lo había hecho con Megan, pero también aproveche de descargar la calentura con que me dejó Fiona por la tarde (que tal como esperaba, me ha costado un “tirón de orejas”, de parte de mi ruiseñor, puesto que “me he despegado de su plan” y le ha hecho considerar, junto con lo que narraré en esta entrega, mi posición sobre una crítica a la moral, asunto que lo discutiremos entre los 2 a mi regreso del turno).
No le mentí del todo. Había cosas que quería hacerlo con ella, porque es mi esposa y me sigue poniendo a mil. Pero algunas se dieron porque se me ocurrieron cuando estaba con Fiona.
El asunto fue que ambos quedamos felices: para variar, yo, atrapado en su interior, pero embelesado por sus ojitos verdes que me miraban con tanto cariño. Le decía que me tenía tan contento, porque era mía y ella sólo me sonreía.
Pero al día siguiente, el viernes, nuestra relación con Megan cambió drásticamente.
Pasé una tarde tranquila. Fiona estaba con una tremenda sonrisa, porque además del cariño que le di yo con “Ted” (Es más fácil que escribir “Peluche” a cada rato), Kevin regresó bastante tenso, por lo que busco el amor de su esposa para “olvidar sus preocupaciones”.
Pero por la noche, me sorprendí de ver a Megan. Ella tiende a quedarse de lunes a jueves cuando tengo libre y del viernes al domingo se va a su departamento en el downtown. Sin embargo, esa tarde había vuelto con mi ruiseñor.
Le cedí mi cena (había cocinado para Marisol y para mí) y reviví la antigua costumbre de “tomar once” que tenía en mi tierra, sirviéndome una taza de té y un par de emparedados.
Pero la tensión en la mesa se podía cortar con un cuchillo…
Era como una intervención, como cuando las personas tienen problemas de adicciones.
“Aun no puedo creerte, Marisol.” Dijo Megan. “Es decir… él es tu marido. Te quiere mucho y lo vive diciendo todo el tiempo. ¿Me estás diciendo que no te molestaría que yo lo besara en estos momentos?”
Marisol bajó la mirada.
“No.” Respondió mi esposa. “Él es… especial… y sé que siempre volverá a mí. Por eso le dejo que lo haga.”
Megan rechistó sin poder creerle.
“Y tú…” dijo, mirándome a los ojos. “ Siempre vives diciendo que amas a tu esposa… ¿Por qué lo haces?... ¡Qué pregunta más estúpida!... porque eres un hombre.”
Marisol saltó a defenderme.
“¡Te equivocas! A mi marido le resulta incómodo.” Dijo Marisol, con algo de tristeza. “Él siempre me ha pedido que paremos… incluso desde antes que nos comprometiéramos… pero lo encuentro tan dulce, gentil y amable…”
“Sí. No niego que sea dulce y gentil y no me sorprendería si me dijeras que tú tuvieras otros amantes, porque parece un padre bonachón e inocente… Pero aun encuentro extraño que me lo hayan contado…” Megan me miró con extrañeza. “…Yo no tengo que ver en esta trama.”
Marisol también me miró extrañada.
“Te digo que necesito a alguien que me diga que esto está mal…”
“¿Por qué?” preguntó Marisol.
“¡Yo no tengo problemas con esto!” exclamó Megan.
Tuve que ser sincero…
“Es porque extraño a Pamela.” Le dije a Marisol.
“¿Pamela?” Preguntó Megan. “¿Quién es Pamela?”
Pero Marisol estaba sorprendida. Ha pasado casi un año que no la veo…
“¡Amor, fuiste tú el que dijo que no querías saber de ella!” Dijo mi esposa. “Dijiste que no querías que te contara de ella, porque querías que hiciera su vida…”
“¡Lo sé!... y sigo pensando así… pero no significa que no la siga extrañando.”
“Pero amor. Ella aun…”
Soy bueno interrumpiendo ese tipo de cosas. Es como un reflejo. Deslicé mis dedos en sus labios justo a tiempo…
“¡Por favor, no lo digas!” le dije, con tristeza. “Créeme que lo único que hará será hacerme sentir peor.”
Marisol bajó la mirada, comprendiendo. Así como ella actúa raro, yo también tengo mis momentos.
“¡Hey, extranjeros! ¿Quién es Pamela?” preguntó Megan, interrumpiendo nuestro mundo privado.
“Pamela es mi prima. Ella y mi esposo también tuvieron algo hasta que nos casamos…” le explicó mi ruiseñor.
Los ojos de Megan eran grandes como platos.
“Entonces… lo que él me contó… de tu mamá y tu hermana…”
Marisol asintió con la cabeza.
“Pero… ¿Por qué?... ¡Es tu propia familia!” le dijo Megan, muy escandalizada.
“¡No es como te lo imaginas!” le corrigió Marisol. “Mi esposo nunca quiso serme infiel. No obstante, yo sabía que mamá y mi hermana tenían sentimientos hacia él. Mi padre era… bueno… cuando mi esposo llegó a mi casa, nosotras aprendimos cómo debería ser un buen papá. Creo que fue inevitable, porque tú has visto que el cariño de mi marido no tiene condiciones, mientras que el de papá si las tenía…”
Megan aún estaba sorprendida…
“Pero tu prima…”
“Con mi prima, fue distinto.” Le explicó mi ruiseñor. “Tal vez te cueste creerlo ahora, pero mi esposo solamente tenía ojos para mí. Pamela era muchísimo más atractiva que yo y le molestaba que mi marido no la mirara… Siempre le trató con desprecio, porque nunca creyó que encontraría a alguien que me amara así…”
Repentinamente, me miró a los ojos.
“¿Es eso lo que extrañas? ¿Que Pamela te desprecie?” preguntó mi ruiseñor.
“¡Por supuesto que no, Marisol!” respondí. “Pamela se sentía culpable de traicionarte, porque creía que lo que hacíamos no estaba bien.”
“¿Y por eso me lo contaste todo? ¿Porque querías que me sintiera culpable contigo?” preguntó Megan, cada vez más sorprendida.
Fue en esos momentos cuando comprendí lo egoísta que había sido…
“Mira… yo no conozco a la tal “Pamela”, ni tampoco sé cómo debería comportarme para que te sientas mejor.” Respondió Megan. “Yo soy yo… y aunque esto ha sido lo más extraño que he oído, no creo que seas malo.”
“Bueno… ya lo sabes todo. Si quieres, puedes marcharte.” Le sugerí yo, más desanimado.
Ella enrojeció al instante.
“¡Por supuesto que no!” protestó Megan. “Marisol es mi amiga… y con ella, he aprendido bastante. Aunque todo esto es muy raro… no me quiero ir.”
El rostro de Marisol se iluminó.
“¡Te gusta!”
“¿Qué?”
“¡Te gusta mi esposo!”
“¡Por supuesto que no, Marisol!” le respondió, tratando de esconder su rostro. “Lo que tengo con tu esposo es algo de consuelo… es solamente para olvidar a mi antiguo novio.”
Pero Marisol parecía un sabueso tras una pista…
“¡Fue cuando hicieron el amor!” le dijo “¡Lo viste a los ojos!”
Megan estaba muy complicada…
“Marisol… eso no fue “hacer el amor”…” Respondió Megan, colorada hasta las orejas. “Sólo fue sexo de despecho…”
“¡No me mientas!” insistió Marisol. “¡También lo sentiste!”
Megan estaba acorralada.
“¿De qué hablas?” preguntó ella
“¡Marco, explícame cómo se produce el viento!” me ordenó Marisol.
“¿Qué?” pregunté, confundido por la inesperada pregunta.
“¡Por favor, explícame cómo se produce el viento, que ya lo olvidé!”
“Pero… ¿Preguntármelo ahora?”
“¡Sólo hazlo!” me ordenó.
Como estaba Megan presente, tuve que ser más gráfico y usar mis manos. Le dije que la luz del sol calentaba el aire de la superficie del planeta o la del mar, lo que hacía que el aire ascendiera. Puesto que se generaba un vacío, este se llenaba con aire fresco, que repetía el ciclo, generando de esa manera el viento.
El rostro de Megan era indescriptible…
“Puso esos ojos cuando lo hizo, ¿Cierto?” preguntó Marisol.
“¿Cómo… lo sabes?” Preguntó Megan, muy sorprendida.
En realidad, no sé si los habrá visto. Cuando lo hice con Megan, estaba oscuro y aunque se acercó y podía distinguir parte de sus facciones, no pude ver su rostro claramente. Puede ser que ella, al estar cabalgándome, haya tenido mayor suerte…
Marisol sonrió, bien avergonzada.
“Son los mismos ojos que pone cuando lo hace conmigo. Son sus ojos para las cosas que él ama…” le explicó Marisol. “Una buena amiga le llama sus “Ojos de ingeniero”… pero yo creo que es más que eso. Te sentiste amada, bonita, la única mujer en el mundo, ¿Cierto?”
“Sí.” Confesó Megan.
“Te sentiste protegida, segura y no querías que parara de mirarte, ¿Verdad?”
“Si, Marisol. Todo lo que dices es cierto… pero él no puede amarme.” Le respondió. “Sé que no le gusto, porque no soy su tipo. Tal vez, lo seas tú, tu vecina o incluso la molesta chica pelirroja, pero mira mis pechos. No son muy grandes… y además, sé bien que no le gusto.”
Megan bajó la mirada. Pensé decir algo, pero Marisol me lo impidió.
“¿Se lo has preguntado?”
“¡Claro!” exclamó Megan, bastante irritada. “¡Quería saber por qué jugaba conmigo! ¡Por qué no me tocaba!... y lo único que conseguí fue una tonta respuesta que le gustaba que fuera esforzada.”
Marisol sonrió.
“Es que esa es otra de las cosas que hace especial a mi marido: aunque su cuerpo le dice lo contrario, siempre se fija en lo que sientes.” Le explicó.
“¿De qué hablas?” preguntó con incredulidad Megan.
“Cuando fuimos novios, yo era incluso más delgada que tú y el cuerpo que tengo ahora se debe solamente al embarazo. Sabes bien que le gustan los pechos grandes, al igual que lo sabía yo e imagínate cómo me sentía cuando mi hermana menor me daba sus sujetadores antiguos, porque sus pechos habían crecido demasiado.” Dijo Marisol, con un tono de nostalgia, pero luego me miró a los ojos. “Pero aunque mamá y mi hermana eran más atractivas para él, e incluso mi prima Pamela trataba de robar su atención, mi esposo siempre me miraba y sabía que era suya, así como yo soy de él… y por eso te digo que él te ama y si ha querido contarte eso, debe tener sus razones.”
“Y… ¿Qué haremos?” preguntó Megan.
Por un momento, tuve la sensación de haber vivido esto antes. Recordaba a mi querida Pamela, preguntando algo parecido a lo que preguntaba Megan.
“¡No lo sé! Como dice él, si lo deseas, te puedes marchar…”
“¡No, no quiero!” dijo Megan. “Esto es muy raro para mí… y sinceramente, no sé qué siento por tu esposo. Por ahora, me gustaría… disfrutar y ver lo que pasa.”
“Nuestra casa es grande y tenemos muchas camas…” le dijo Marisol. “O si lo prefieres, puedes dormir con nosotros…”
Creo que eso fue la gota que rebalsó el vaso…
“Marisol… sé que piensas diferente y lo aceptó… pero estar con otra mujer es algo raro para mí, ¿Entiendes?” respondió Megan, con honestidad. “Te encuentro muy bonita… y tal vez, algún día lo estemos… pero si no te molesta… me gustaría ir más despacio… a solas, ¿Sabes?”
Definitivamente, esto lo había vivido antes. No era la primera vez que me sentía “prestado”, como si fuera una escoba o una aspiradora...
“¡Claro que lo entiendo! ¡No es la primera vez que me pasa!” le respondió mi ruiseñor. “¿Te parece si lo tomas primero? Porque prefiero que después me muestre lo que hizo contigo…”
La vergüenza le hizo impedir una respuesta con palabras y como si fuera una niña, me tomó de la mano y me llevó a su habitación.
“¡No te preocupes! ¡Yo veré a las pequeñas!... pero trata de volver antes de las 3, porque te estaré esperando…” Me dijo Marisol, tirándome un beso.
Sí. Definitivamente había vivido algo parecido… algún tiempo atrás…
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2 comentarios - Siete por siete (17): Intervención