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Una peculiar Familia 33

CAPÍTULO XXXIII

Con el calentón que yo llevaba dentro y con la presencia de mis dos sirenitas favoritas dispuestas a dispensarme todos los mimos precisos, creo que mi pacote fue aún más consciente que yo de la importancia del momento. Si aún mantenía buena parte de la prestancia que le había conferido la inconclusa mamada de Bea, ahora, cuando Luci volvió a sacarlo de su refugio y le propinó sus primeras caricias, adoptó tal bravura que ni yo mismo recordaba haberlo visto jamás tan esplendoroso.

Tan majestuoso era su porte, que ni Dori pudo resistirse a su encanto y, sin importarle la novedad que ello suponía, acudió también presurosa a unir sus propias zalemas a las que ya Luci me prodigaba.

Para quien haya tenido la fortuna de verse en situación semejante, quizá sobren las palabras. En mi caso, era la primera vez que dos deliciosas boquitas pugnaban a la par por apoderarse de mi don más preciado y, la verdad, la impresión fue inigualable. Si ya las sensaciones eran de por sí extraordinarias, no se quedaba atrás el mero hecho de ver aquellas dos lenguas revoloteando cual alas de mariposa alrededor de mi bálano, con gloriosos hincapiés en la zona del frenillo, cuya sensibilidad se hallaba más desenfrenada que nunca.

No creo que deba avergonzarme el decirlo. Hasta ahora, casi siempre me he venido jactando de haber sabido aguantar lo indecible cuando el caso lo requería para posponer mi eyaculación. En esta ocasión, quizá propiciado por el trabajo que previamente llevara Bea a cabo, tal contención me fue imposible y, en cuestión de a lo sumo medio minuto, mi verga comenzó a soltar lastre sin contemplaciones, embadurnando por igual los rostros de Luci y Dori, pues para ambas hubo material suficiente. Por suerte, lejos de decepcionarse, las dos acogieron mi rápida claudicación como motivo de risa y festejaron el suceso como una importante victoria de ambas sobre mí. Tan unidas las vi en su alegría, que me vino la sospecha de que bien podía tratarse de algo previamente tramado. En cualquier caso, el gran gustazo nadie me lo quitó.

—Esto no puede quedar así —dijo Luci, empujando hacia su boca los cuajarones que le habían tocado en suerte.

—Desde luego que no —defendió Dori la postura de Luci—. Esto exige una continuación y una justa recompensa.

—No puedes dejarnos a dos velas —remachó Luci.

Hubiera dado cualquier cosa en aquellos momentos por ser uno de esos superdotados del cine porno, donde hasta los más viejecitos parecen tener una descomunal potencia a prueba de bombas y son capaces de echar polvo tras polvo sin dar señales del menor desfallecimiento. Renegué como nunca de mi condición de triste mortal y asistí con verdadera rabia al lamentable espectáculo que mi cada vez más encogido miembro ofrecía, entendiendo como burlonas las que sobradamente sabía no eran sino risas de sana diversión.

—Como la cosa requerirá su tiempo —propuso Luci con buen criterio—, será mejor que cambiemos de escenario, para que nadie nos moleste. ¿Qué tal si seguimos en mi habitación?

—Con tal de seguir —se unió Dori a la fiesta—, me da igual un sitio que otro.

Aunque era más que natural que así sucediera, no dejó de sorprenderme la facilidad y rapidez con que Luci y Dori habían llegado a conseguir aquel grado de amistad y complicidad que captaba en todos sus detalles. Entre las dos se habían propuesto exprimirme al máximo y no me cabía la menor duda de que lo conseguirían.

Bien es verdad que a mí no me importaba en absoluto, pues lo deseaba tanto como ellas.

Así que me dejé conducir como un manso corderito hasta el lugar que Luci había señalado como ideal. En el fondo, compartía la misma idea que Dori: teniéndolas a ellas, igual me daba un escenario que otro. Mi pacote seguía sin recuperarse aún de la última corrida; pero, viendo aquellos dos cuerpecitos tan salerosos que me precedían camino del dormitorio, con aquellos dos oscilantes traseros que eran todo un reclamo a la lujuria hecha demencia, mis irrenunciables ansias de guerra se recompusieron rápidamente.

La entidad de mis antagonistas me hizo presagiar desde un principio que aquél no iba a ser un trío cualquiera, pues si profundos eran los sentimientos que albergaba respecto a ellas, estaba convencido que no lo eran menos los que ellas albergaban respecto a mí. Tanto era así que, al verlas juntas ahora por primera vez a las dos, casi me invadió la duda de que Dori fuera realmente mi preferida, aunque siguiera pareciéndome la más hermosa. Tan largos caminos llevaba recorridos con la una y con la otra, que me resultaba imposible establecer comparaciones, dado que mis recuerdos se mezclaban y ya no me era factible concretar lo que correspondía a cada una.

Para empezar, parece que hasta tuvieran ensayado el guión a seguir. Procedieron a retirar el acolchado cubrecamas y me hicieron tumbarme boca arriba sobre el lecho, más tieso que una mojama.

—De momento —indicó Luci—, tú debes limitarte a hacerte el muerto y nosotras nos encargaremos de hacerte resucitar.

Cada una por un lado, procedieron a aligerarme de ropas hasta dejarme sin tan siquiera los calcetines. Dori, que se encargó de la parte de abajo, no pudo evitar cierto gesto de decepción al bajar mi slip y comprobar el pobre estado que ofrecía aún mi recogida verga.

—Debe de estar haciendo acto de contrición —comentó sacudiéndole un leve papirotazo.

—Sólo se está haciendo la muerta —bromeó Luci.

Y, desnudado el santo, las dos devotas pasaron a realizar sobre sí mismas idéntico cometido. Dori fue quitando prendas a Luci y Luci se las fue quitando a Dori hasta que ya no hubo nada que quitar.

—Propongo una cosa —continuó Luci con sus bromitas.

—Aceptada de antemano —le siguió Dori la corriente—. ¿De qué se trata?

—Puesto que nuestro espadachín está muerto, y su espada se encuentra técnicamente fuera de funcionamiento, propongo despertársela entre las dos sin tocársela para nada.

Yo, como estaba muerto, no dije nada; pero mi espada sí que experimentó cierta reacción nada más oír la propuesta. El reto no tenía valor alguno, pues sólo con ver aquellos dos firmes pares de tetas y el par de coñitos pidiendo a gritos ser comidos, ya tenían más que suficiente para que el perseguido despertar llegara por sí mismo. Lo realmente difícil habría sido conseguir todo lo contrario: hacer que la espada no se inmutara y continuara técnicamente fuera de servicio por mucho que la sobaran; pero, como estaba muerto, seguí guardando silencio y permanecí a la expectativa.

Cada una me asaltó por un lado, Dori por la derecha y Luci por la izquierda. Luci no era ninguna ignorante, pero nadie mejor que Dori sabía cómo ponerme cachondo en cuestión de segundos. Mientras Luci perdía el tiempo lamiendo mi tetilla izquierda, Dori se agarró a mi oreja derecha y, al tiempo que mordisqueaba el lóbulo como ella sólo sabia hacerlo, empezó a susurrarme las más sugerentes frases, sin cesar, por otro lado, de frotar sus pechos contra mi brazo. Con aquello ya era más que suficiente, pero no pude evitar una resurrección momentánea para sugerir:

—¿Puedo yo también tocaros?

—Nada, nada —se apresuró a replicar Luci—. Los muertos no pueden tocar nada.

Continué, pues, en mi papel de fallecido, que más bien cabría decir que era el de nave varada, porque el palo mayor se iba desentendiendo cada vez más del tema e iba cobrando forma por momentos.

La suerte que Luci tenía era que, al actuar al mismo tiempo que Dori, no sabía que era ésta y no ella quien estaba llevando todo el peso del trabajo, por lo que con toda seguridad pensaba que a ella le correspondía buena parte del mérito. Para mí tampoco dejaba de ser una ventaja, pues así podría evadirme fácilmente en el caso de que pretendieran sonsacarme quién de las dos había sido más eficiente.

Justo es reconocer, no obstante, que Luci contribuyó también lo suyo en el tramo final del espectacular remonte cuando, viendo lo poco que faltaba para que mi pacote se encumbrara del todo, pasó a acariciar mis muslos con su pierna, mientras su mano se deslizaba como guante de seda a lo largo y ancho de mi tórax. Dori, en tanto, se había apoderado de mi boca y rozaba ahora mi antebrazo con sus túmidos pezones; y yo, como acordado difunto, a duras penas me abstenía de responder en debida forma a la acción de sus labios y lengua.

—¡Ya está! —fue el grito triunfal de Luci—. ¡Ya lo hemos logrado! ¡El bichito ha vuelto a revivir!

—¿Ya no estoy muerto? —quise saber, aprovechando el momento en el que Dori apartó su boca de la mía para comprobar lo que Luci afirmaba.

—No creo que a ningún muerto se le empine de tal forma.

Y mientras Luci volvía a centrar toda su atención en mi rediviva verga, dedicándole todo tipo de atenciones manuales y bucales a guisa de bienvenida, agarré firmemente a Dori entre mis brazos y le devolví con generosos intereses aquel beso que tanto me mortificara instantes antes al no poderle dar respuesta por la impuesta calidad de cadáver. Sellados los labios, ahora mi lengua sí buscó con afán la suya y juntas compusieron todo tipo de formas y figuras, embriagándose mutuamente la una con la otra en un intercambio exhaustivo de salivas y succiones.

Mas con ser harto excitante todo ello, no lo era menos el tratamiento que me estaba aplicando Luci por otro lado y no me pareció correcto tenerla tan desatendida, por lo que a mi mente acudieron las recientes imágenes de mi padre con su esposa y su amante y decidí que, siendo pareja la situación en que ahora yo me encontraba, no estaría de más componer nuestro propio anillo de fuego.

—¿Hay algún problema en que le comas el coño a Luci mientras yo te como a ti el tuyo? —consulté a Dori.

—¿Y que hará Luci mientras tanto?

—Seguirá con lo que está haciendo ahora.

Dori ni siquiera se había dado cuenta de la tarea que Luci estaba desempeñando.

—La verdad —repuso—, prefiero tu verga antes que su coño.

—Eso no es problema. Al cabo de un rato cambiaremos: tú me la chuparás a mí, yo se lo chuparé a ella y ella te lo chupará a ti. Así, todos probaremos de todo.

—Nunca he hecho nada con otra mujer —siguió objetando Dori.

—Yo tampoco —terció Luci, suspendiendo su faena—, pero no me importa hacerlo contigo. Al fin y al cabo, eres mi hermana.

La espontaneidad de Luci dejó desarmada a Dori.

—De acuerdo —decidió tras breve deliberación consigo misma—. Probemos todos de todo.

Y, vencida la última resistencia, procedimos a armar el belén. Adoptando cada cual la postura más acorde, el círculo de chupones quedó felizmente constituido. Yo no tuve el menor inconveniente en hincar la cabeza entre los muslos de Dori y ésta, salvando las reticencias iniciales, acabó haciendo lo propio con Luci, quien a su vez siguió dando lustre a mi polla con su avezada lengua.

A estas alturas ya no sé lo que he dicho o dejado de decir en pasajes anteriores; pero, aun a riesgo de repetirme, debo significar que la entrepierna de Dori encerraba para mí sus peculiares encantos y atractivos. Pese al uso y abuso que de él llevaba hecho, su coño seguía pareciéndome de puro estreno cada vez que lo cataba y era una auténtica gozada abrirme paso con la punta de la lengua en aquella hermética concha que formaban sus labios exteriores y ahondar en el rosado universo que escondían, saboreando todos y cada uno de sus pliegues y la jugosidad que en ellos se iba acumulando.

Era una auténtica reacción en cadena. Mientras mayor era mi énfasis en el abordaje a Dori, más intensa era la llamarada que yo percibía de Luci, alimentada sin duda por un recrudecimiento similar en el quehacer de Dori sobre ella.

Cuando por fin abordé el desencapuchado clítoris de Dori, ésta se puso a vibrar y acometió igual empresa con Luci, lo que se tradujo en un incremento de la ya mas que excelsa mamada que me estaba dispensando. El primer orgasmo de Dori suscitó por simpatía el de Luci y yo conseguí aguantar el chaparrón como mejor pude.

La situación se tornó tan excitante, que el cambio de sentido resultaba ya inaplazable. Le habían cogido tanto gusto a la cosa que ninguna de las dos mostraba el menor interés en dejar su presa. Casi hube de imponer mi mayor fortaleza física para llevar a cabo la transmutación de roles.

Pero conseguí mi objetivo y, aunque el asunto era el mismo, explorar nuevos parajes, no por también conocidos menos atrayentes, pareció insuflarnos a todos nuevos ánimos. El humedal de Luci me llevó a la conclusión que Dori había realizado un trabajo a conciencia y yo no quise ser menos, por lo que me empleé también a fondo. A su vez, fue de agradecer que Dori empezase a actuar con relativa suavidad, porque mi herramienta había llegado a un punto en que ya no estaba para aguantar demasiados desafíos y amenazaba con desbordarse en cualquier momento. Supongo que Dori era consciente de ello y obraba en consecuencia, procurando no forzar la maquinaria más de lo conveniente.

Luci, sin embargo, no se andaba con los mismos miramientos, hostigando con tal saña la vagina de Dori, que ésta no sabía ya cómo ponerse, incapaz de sofrenar sus impulsos, que la abocaban a una segunda abdicación sin condiciones. No sé si Luci actuaba motu proprio o su agresividad venía motivada por los impulsos que transmitía yo a sus más sensibles intimidades, aunque los resultados fuesen menos aparatosos en apariencia.

Convencida de la inutilidad de su esfuerzo por evitarlo, Dori terminó sucumbiendo al poco rato y tan satisfecha debió de quedar que se olvidó de mi picha y de todo cuanto no fuera su propio goce. En cierto modo, el hecho de que Luci aún se me resistiera, espoleó mi orgullo de macho y, aunque ya casi notaba la lengua entumecida de tanto lamer y lamer, di una vuelta más de tuerca a mi acoso, puse también en funcionamiento mis dedos y la rendición no se hizo esperar.

Aunque siempre entendí que lo que la naturaleza ha dispuesto bien dispuesto está, ha habido veces que he echado en falta ciertos extras no concedidos. En el presente caso hubiera deseado disponer de dos penes, en lugar de uno sólo, para poder dar simultáneamente satisfacción a tan adorables criaturas.
Pero, puesto que la madre naturaleza nos ha dotado nada más de un miembro y sus designios son irrefutables, no me quedaba otro remedio que afrontar la realidad tal como era y, en lugar de asumir yo la iniciativa, decidí dejar que fueran ellas quienes tomaran la determinación de elegir cuál sería la primera en pasar por la piedra.

Apelando una vez más a su ingénita generosidad, Dori no dudó en cederle el privilegio a Luci, que parecía la más entera de las dos. Luci no transigió a las primeras de cambio y entre ambas se produjo una ligera porfía, de la que Dori acabó saliendo victoriosa.

—Yo tengo muchos más días que tú para disfrutarlo —fue su alegato final y decisivo.

—Eso es verdad —concedió Luci, dándose por vencida—. Si Quini no tiene nada que alegar...

Quini lo único que quería era culminar la obra con un buen polvo que eliminara toda la tensión acumulada en su cuerpo en general y en su pacote en especial, que ya se impacientaba con tanta espera. Así que, sin pensármelo, agarré a Luci por la cintura, la hice esparrancarse sobre mí y se la clavé hasta tocar fondo, pues lubricación era lo que ya nos sobraba a espuertas.

El coño de Luci se estremeció ante tan decidida intrusión, pero pronto se relajó y dejó que el intruso desempeñara su misión a su libre albedrío. Dori observaba y se relamía de vez en cuando.

—¿Quieres que reserve algo para ti? —consulté.

—Yo estoy ya bien servida de momento. Aprieta con Luci.

No me hizo falta escuchar más y me apresté a seguir la consigna al pie de la letra, poniendo el alma en cada una de mis acometidas hasta arrancar de la garganta de Luci los más expresivos gemidos.

—Sigue, sigue —me animaba ella, sintiendo próxima su tercera hecatombe.

Y vaya si seguí. No sé de dónde saqué la energía necesaria, pero aún después de correrme me quedó la suficiente para conseguir que Luci remontara una vez más el vuelo, rematando la faena como el mejor de los maestros.

Cuando ambas se acurrucaron a mi lado y me bañaron de caricias, me sentí como un dios en su particular Olimpo. Y una vez más tuve el total convencimiento de que acababa de echar el mejor polvo de mi vida.

Alguien tenía que romper el hechizo del momento, y Luci fue la encargada.

—La hora de la cena se acerca —dijo.

Afortunadamente tenía razón, pues el tute que nos acabábamos de dar bien merecía reponer fuerzas cuanto antes.

Ya todos estaban sentados a la mesa cuando pasamos al comedor. Aproveché el asiento libre que quedaba a la derecha de Bea y, tan pronto se presentó la ocasión, le pregunté:

—¿Cómo ha ido tu conversación con Viki?

—Ya la tengo medio convencida y, como Bea que me llamo, te aseguro que mañana termino de quitarle de la cabeza tanto fantasma. Aunque, eso sí, cuando llegue el momento, deberás tratarla con el máximo tacto.

—¿A qué te refieres exactamente?

—Le tendrás que demostrar que sientes por ella amor y no simple deseo.

—Siempre he querido a Viki.

—No lo pongo en duda; pero se lo tendrás que demostrar... Y, aunque la cosa va de secreto, te recomiendo que esta noche descanses bien.

—¿Por qué?

—Porque para mañana te tienen reservada una sorpresita.

—¿Cuál?

—Si te lo dijera, ya no sería ninguna sorpresa.

—¿Buena o mala?

—En esta casa, las sorpresas siempre son buenas; a las malas, las llamamos disgustos y procuramos que sean las menos posibles

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