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Compendio I
No es lo que piensan. No me he arrancado con Fiona, con Hannah o con otra, ni tampoco es sobre la última vez que lo hice antes de volver al trabajo, que fue el domingo recién pasado. Fue algo que me di cuenta en ese fin de semana y que vale la pena mencionar.
Para la noche de ese viernes, ninguno de los 3 quería más guerra. De hecho, tuve que cargar a Diana a mi dormitorio, porque no podía sentarse bien del dolor en la cola y a Marisol también, aunque ella me lo pidió más de regalona que por necesidad.
Así que tuve que mudar a las pequeñas, darles los biberones y preparar la cena, ya que era el “único” que podía caminar.
Pero era tierno ver conversar a mi ruiseñor con Diana, de una forma tan amena. A ambas les dolía, sin lugar a dudas, pero mientras cenábamos, me daban unas bonitas sonrisas.
Luego de bajar los platos sucios, lavar la loza y dar una última revisión a las pequeñas, me preguntaron si quería una mamada entre las 2.
Aunque Marisol se excuso, diciendo que era por “haberme portado tan bien y preparar la cena”, en realidad, era un deseo de Diana.
A pesar que tuvimos un día ocupado, igual me interesaba la idea, pero Diana quería hacerlo para hacerme feliz.
Le dije que ya lo estaba, porque las tenía a ellas. Se miraron, sonriendo y me ordenaron a que me acostara. Que “me lo tenía merecido”…
Hacen duplas estupendas. Se reparten el trabajo de una manera celestial, que me dejan completamente en las nubes.
Además, se turnan armónicamente para lamerlo, pidiéndose permiso para probar la punta. Marisol se toma la molestia de darle unos consejos sobre mis puntos débiles, los que Diana está muy solicita para acatar.
Y como les dolía la cola, estaban completamente desnudas de la cintura para abajo. El traserito deportivo de mi pervertido ruiseñor y el tímido y apetitoso durazno de Diana, al alcance de mis manos.
Les gustó que metiera los dedos en sus cuevitas y demostraban su agradecimiento, lamiendo con mayor pasión.
Sus jugos se volvían más espesos y pajarote recuperaba su esplendor.
Cuando les avisé que me iba a correr pronto, empezaron a jugar una versión sensual de la “ruleta rusa”, en donde en cada chupada, veían quien sería la afortunada en recibir mi carga.
La suerte favoreció a Diana, que lo bebió de un solo golpe, aunque Marisol se encargó de limpiarla. No se sorprendió que no bajara…
Me voltee con ellas y les dije que quería meterla otra vez. Ellas estaban muy animadas y me preguntaban de dónde sacaba fuerzas.
Pero yo me puse a suplicarles como lo hacen ellas, cuando me dicen que no me verán en un mes o en una semana.
Marisol se resignó a complacerme, puesto que tenía el fin de semana libre, mientras que Diana debía embarcarse al día siguiente.
Nos reíamos como chiquillos, porque ninguno de los 3 creíamos que me quedaran muchas fuerzas.
Pero cuando se lo empecé a meter a Marisol, me puse bien caliente y ella se quejaba, porque le aplastaba su adolorida cola.
Entre besos y abrazos, la puse encima de mí, pudiendo ver sus pechos bambolear. Ella gemía de forma tan placentera, mientras se los chupaba, que me hacía bombearla con más fuerza.
Estuve unos 45 minutos, metiendo y sacando, hasta que me corrí dentro de ella y quedó deshecha.
Aunque estaba cansado, mi pene quería otra ronda y Marisol estaba lona…
Le supliqué a Diana, pero ella se rehusó, diciendo que si lo hacíamos, no la podría caminar al día siguiente.
Solamente cuando mencioné que otra vez había olvidado los preservativos, ella decidió aceptar. Pero me pidió que no le hiciera más cosas a su agotada cola.
La tuve que incrustar encima de mí y como es un poco estrecha, tuve que forzarla un poco nuevamente, para llegar al fondo.
Ella se quejó un poco y como no tenía fuerzas para mover sus caderas, tuve que yo mover las mías.
Nunca he sido atlético. De hecho, odiaba hacer abdominales. Pero el interior de Diana se sentía tan bien, que apenas sentía el peso del cansancio y estuve unos 40 minutos ejercitando el abdomen.
Ella se sentía bastante bien, mientras le agarraba sus pequeños pechos y se los estrujaba con delicadeza. Estaba cansada y sus ojitos se cerraban solitos. Me pedía que me viniera pronto, porque se sentía bien pero quería dormir.
Sin importar lo agotador que era para mí también, quería sentirla cerca. No la vería en un mes o tal vez más, así que la besaba y me perdía en el calor de su cuerpo y sus abrazos y en sus suspiros de agotamiento.
Me terminé corriendo en su interior y ella disfrutó cada uno de mis chorros. Nos besamos y estábamos tan cansados, que nos dormimos sin siquiera despegarnos, mientras mi ruiseñor roncaba plácidamente al otro lado de la cama.
Al día siguiente, despertamos alrededor de las 9. Otra mamada doble y Marisol me mando a la ducha con Diana, porque embarcaba a las 11.
Aprovechamos de hacerlo una vez más bajo el chorro de agua caliente y ella se reía cuando le prometía que a partir de su próxima visita empezaríamos a usar preservativos.
Le dolía un poco la cola, pero podía caminar. Nos besamos en la terminal y tenía un resplandor extraño en la cara, que no solamente yo podía notar: era como un tipo de sonrisa coqueta, traviesa y relajada. Como si hubiese estado 2 semanas en Cancún…
Cuando regresé a casa, Marisol tenía una pila de libros en la mesa, ya había visto a las pequeñas y tenía preparado el almuerzo.
Quería que le ayudara a estudiar para un control que tenía el lunes.
No es que tenga problemas. Marisol tiene un rendimiento perfecto (100%) en todas sus asignaturas, a pesar que es su primer semestre oficial (Ella había comenzado a asistir a la universidad cuando estaba embarazada, pero bajo condición de “alumna oyente”).
Pero le preocupa que a final de año no aparezca en la ceremonia del rol de honor, aunque el control que tenía ese lunes poco daño le podía hacer.
Así que nos pusimos a repasar sus lecciones hasta alrededor de las 7. Después que preparé la cena y ella vio a las pequeñas, me preguntó si tenía algún deseo en particular para esa noche.
Sonreí, diciéndole que no era necesario. Estaba cansado, porque los días fueron muy agitados y me conformaba con hacerle el amor como siempre lo hacemos, que no es nada malo.
Pero ella estaba ansiosa. Preguntó si quería que se arreglara de alguna manera especial, poniéndose una colita de caballo o usando su antiguo uniforme de la escuela que había empacado.
Sonrió con picardía al ver que la última sugerencia me había llamado la atención. Pero le pedí que para hacerlo diferente, me dejara verla como se vestía para la escuela.
Varias veces, cuando éramos novios, cumplí mi fantasía de tener relaciones con una escolar con mi precioso ruiseñor. Pero siempre imaginaba lo sensual que debía ser verla vestirse para ir a la escuela.
Mientras lavaba los trastos de la cena, ella se dio una corta ducha para cumplir mi deseo. Me acosté en la cama y ella apareció envuelta en una toalla blanca que cubría la majestad de su cuerpo.
Estaba colorada y confundida, pero le pedí que imaginara preparándose para ir a la escuela, sin importar que yo estuviera ahí. Ella dio un suspiro y me concedió el deseo.
Para dar mayor realismo, se puso a revisar en el closet, a pesar que esa camisa es la única que tiene. Pero ella fingió la lucha diaria que tenía todos los días en su vida anterior a la universidad.
Luego de tomarla, sacó también el colgador con su chaqueta, corbata y faldita escocesa y por último, fue a su gaveta y sacó un par de calcetines, un sujetador y unas braguitas blancas, bien delgaditas.
Confieso que no estoy muy interesado en el voyeur, pero verla así fue impresionante, porque me di cuenta que aun extrañaba a mi ruiseñor delgadito como un palillo.
Se desnudó la toalla y pude apreciar el cambio en su cuerpo. Me he acostado con ella por más de un año y he visto que su figura ha cambiado, pero nunca en una perspectiva a la distancia.
Sus senos, bamboleantes, blanquitos y paraditos no se parecían en nada a los pechitos diminutos y casi planos que acariciaba cuando éramos novios.
Incluso su cintura había cambiado. Antes, su colita era sensual, pero discreta. Pero ahora, era grande, jugosa y demasiado tentadora para no agarrarla.
Se puso roja al ver cómo me empezaba a excitar, pero trataba de mantenerse concentrada en su personaje.
Se puso las bragas y el sujetador como todos los días, pero los problemas empezaron cuando trató de ponerse su antigua camisa.
Los 2 quedamos sorprendidos porque su antigua camisa, que antes cerraba perfectamente ocultando sus pechos, ahora dejaba 3 botones abiertos, debajo del que se abrocha el cuello, pudiéndose apreciar el sujetador.
Marisol se reía, mientras intentaba de luchar con uno de los botones rebeldes, hasta que finalmente logro someterlo, pero le dolían sus pechos y le dificultaba respirar.
Decidió desvestirse de nuevo y sacarse el sujetador.
Su idea pareció resultar, pudiendo cerrar el botón casi sin complicaciones, pero sus pechos parecían estar guardados a presión y deseando escapar ante la menor oportunidad.
Además, la camisa igual mantenía un escote sensual y sus pezones se transparentaban ligeramente entre las telas.
Intentó colocarse la corbata, pero su inesperado escote la volvía una prenda inútil, ya que aunque podía cerrar el botón del cuello, se distinguía claramente el color de su piel entre el blanco de la camisa y el verde de la corbata. Pero aun así, mantuvo la prenda.
Luego fue el turno de la falda. Tras graduarse de la escuela y para lucir muchísimo más sensual, Marisol lavó su falda con agua caliente, para encogerla.
La última vez que lo uso, cubría la mitad de sus muslos y con doblarse un poquito, mostraba sus bragas…
Pero ahora, el volumen de sus muslos se había incrementado, destacando su cola claramente bajo la falda, que ni siquiera alcanzaba a cubrir la mitad… y sus bragas se apreciaban con que solamente caminara.
Finalmente, se puso la chaqueta, que ocultaba los pezones y caminó por el dormitorio, luciendo su antiguo traje.
Fue en ese entonces que nos dimos cuenta que su tierno cuerpecito nos había abandonado (y por eso, el titulo que empleé) y ahora tenía esta sensualísima jovencita en su lugar.
Sonriendo, al verme cómo la contemplaba embobado, preguntó con una voz muy coqueta si podía enseñarle ahora…
Me puse de pie y la abracé. Lucía simplemente preciosa y extremadamente atractiva. La empecé a besar y la lleve a la cama.
Acostada, parecía que sus pechos querían escapar cada uno para su propio lado y sus cabellos sueltos, esparcidos, daban mayor énfasis a su carita de niñita inocente, aunque maliciosamente traviesa, con ese lunar pícaro que me vuelve loco.
No pude resistir la tentación y le susurré lo que quería hacer. Ella estaba más que dispuesta…
Desabroché uno de los botones debajo de sus pechos y empecé a metérsela entre sus tibias y deliciosas mamas. Lo había visto en un manga y siempre quise intentarlo, pero mi ruiseñor no tenía un busto tan voluminoso.
Era tan agradable como lo esperaba. Sin embargo, la camisa no me dejaba poner la punta en sus labios y de tanto forcejear, arranque unos botones.
Ella se reía, por la cara de impaciencia que ponía, aunque también anhelaba que su boca estuviera rellena.
Con la presión de mi pelvis estrujando sus pechos, algunas gotitas de leche materna empezaron a manchar su camisa, destacando más sus aureolas y la agradable sensación de sus pechos, junto con verla tan ansiosa, estirando la lengua para chuparla, me hizo acabar antes de lo previsto.
Uno de mis chorros le dio en la cara, otro en el mentón y el resto se derramó en sus pechos.
A ella no le gustó mucho. No tanto porque la había manchado, sino porque le gusta tragarse mis jugos y la encontraba muy sensual cómo parecía más preocupada por lamer los jugos que seguían derramándose sobre sus pechos, que limpiar su cara.
Fue impresionante hacerle el amor con ella montada encima de mí. De los hombros para arriba, era mi Marisol de antes, gozando como nunca de nuestros estudios. Pero sus pechos, tan deliciosos y blandos, me hacían bombearla con locura.
Después, hacerlo en el escritorio, sometiéndola igual como lo hacían con Elena, en la otra oficina…
Para el domingo en la tarde, no teníamos fuerzas. Su uniforme estaba arrugado, rasgado, manchado y oloroso, con semen y transpiración.
Ella, por su parte, muy contenta. No había manera que le fuera mal. Lo había recordado todo… varias veces.
Y yo, sonriendo como idiota, pero agotado hasta los huesos. Sólo quería descansar y reponerme…
Pero aun me quedaba ver a Fiona, el día siguiente…
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0 comentarios - Siete por siete (12): Adiós al tierno ruiseñor