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Una peculiar familia 27

CAPÍTULO XXVII

Era un librito de unos cinco centímetros de grosor con tapas de un rosa pálido y unas ilustraciones un tanto infantiles. Y en el lomo y en la portada, con letras doradas, una misma inscripción: «Mi diario». Su apariencia no podía ser más cursi.

Para "garantizar" la confidencialidad de su contenido, ambas tapas quedaban unidas por una especie de pasador o engarce que se aseguraba mediante una diminuta cerradura.

Con semejante "protección", mi hermana Viki no se había esmerado mucho a la hora de elegir un sitio donde ocultar sus confesiones y el librito lo guardaba bajo la almohada de su cama. Lo que no sabía es que una simple horquilla bastaba para liberar el cierre y dejar el contenido del diario a disposición de cualquiera. Y por la habilidad que mostró al hacerlo, me quedó claro que Dori había experimentado con bastante asiduidad aquel truco.

—Me sigue pareciendo algo ruin esto de leer el diario a espaldas de Viki —objeté cuando Dori me lo alargó ya abierto.

—Eso tiene fácil solución.

—¿Cuál?

—Yo lo leo en voz alta y tú, casualmente, lo escuchas.

No me pareció que semejante treta rebajase demasiado el grado de ruindad de la acción; pero, como excusa, la consideré correcta y acepté.

—Pero, en tal caso —comentó Dori—, surge otro problema.

—¿Qué problema?

—Las anotaciones del primer día me resultan tan excitantes que me ponen cachonda perdida. Las he leído varias veces y siempre he terminado masturbándome. Estando tú aquí, me parece que lo de la masturbación está de más.

—¿Quieres decir que, aunque acabamos de hacerlo, sería aconsejable volverlo a hacer?

—Más que aconsejable, yo diría que sería necesario.

—Pues no se hable más y vayamos al grano.

De nuevo nos desnudamos y una rápida mamada bastó para que mi pacote empezara otra vez a echar fuego. Como aquél iba a ser uno de nuestros polvos reposados, me tumbé boca arriba sobre la cama de Dori y ésta procedió a cabalgarme y engullir de nuevo con su vagina mi ya palpitante tronco. No cabe duda que era una estupenda forma de fomentar la afición por la lectura.

Con leves movimientos de pelvis que no atosigaban, pero que incordiaban lo suyo, Dori se dispuso a dar principio a la exposición de los hechos.

Viki había comenzado a escribir su diario justamente el día siguiente al de mi 18 cumpleaños.

* * *

21 de junio.

Ya no aguanto más y, como no tengo a quien contarlo, te he elegido a ti, querido diario, para hacerte partícipe de lo que lleva ya tanto tiempo atormentándome y que hoy, más que nunca, necesito echar fuera de mí y compartirlo con alguien. Varias veces he intentado hablarlo con mamá, pero ella tampoco me comprende y al final siempre terminamos discutiendo, sin que ello me sirva de mayor consuelo ni ayuda.

Ayer Quini cumplió los 18 años y, como era de rigor, pasó la obligada prueba de la desvirgación. Hasta última hora tuve mis dudas y temores. No me hacía a la idea de que mi madre se prestara a ser la "sacrificada" y bien creía que habría de ser yo la elegida para que mi hermano realizara el tránsito de niño a hombre. Nadie me había dicho nada sobre el particular, pero ciertas miraditas de mamá durante la cena me llevaron a sospechar que tales eran sus planes.

La verdad es que no sé si quería o no hacerlo y si hubiera o no accedido en el caso de que me lo hubieran propuesto. Por una parte sentía miedo, pero por otra... Por otra no sabía muy bien lo que sentía. Estaba totalmente confusa.

Cuando papá y mamá se marcharon con Quini a su alcoba y tuve la seguridad de que yo no participaría en la "ceremonia", para mí supuso un gran alivio; sin embargo, al propio tiempo, me noté incómoda, casi molesta me atrevería a decir. En cierto modo, me consideré como rechazada, como si yo no formara parte de la familia.

No fue ni ha sido la última vez que he tenido esa sensación; pero quizá nunca de forma tan acusada como anoche. Las risitas de Barbi y Cati me resultaron más insoportables que nunca; y las miradas que me dirigía Dori cada vez que de la alcoba llegaban los consabidos gemidos de mamá, acabaron poniéndome furiosa. Más conmigo misma que con ellas.

No he podido pegar ojo en toda la noche. Una vez más he vuelto a recordar cómo fue el desdichado día en que yo también cumplí los 18. Es posible que todo hubiera transcurrido de distinto modo de no haber sido yo la mayor y, por tanto, la primera en ser sometida a semejante "prueba". Entonces creí haber obrado como debía; ahora hay ocasiones en las que hasta siento algo parecido a la vergüenza.

El día había sido fantástico y yo me sentía la más feliz de las criaturas. Los regalos, la tarta, la presencia de mis mejores amigas en casa, todo fue maravilloso. Tan sólo faltaba el obsequio de papá, pero ya mamá me había advertido que se trataba de algo muy especial y que me lo entregaría a la noche. Me hice las mayores ilusiones del mundo. Tenía unas ganas enormes de poseer una videocámara y daba por sentado que eso había de ser lo que papá me tenía reservado. Creyendo no equivocarme, le insistí varias veces para que me la diera cuanto antes, pues quería que la fiesta fuera mi primera grabación; pero él, sin darme la menor pista, se negó una y otra vez a complacerme.

Llegó la noche, se acabó la cena y la sorpresa seguía sin producirse.

—Ahora —me dijo mamá—, vete a la cama como todas las noches y espera a que todos tus hermanos estén dormidos. Cuando ello ocurra, papá y yo te estaremos esperando en nuestro dormitorio.

No supe qué pensar. Me parecía todo tan extraño que, en tanto aguardaba a que Dori se durmiera, por mi cabeza pasaron todo tipo de suposiciones. Casi estaba yo también dormida cuando mamá entró en la habitación.

—Ha llegado el momento —me susurró al oído. Y, cuando intenté vestirme, pues estaba en camisón, me quitó mis ropas de la mano y añadió—: Así estás muy bien.

Ella también estaba en camisón y, cuando llegamos a su dormitorio, papá se encontraba completamente desnudo. No era la primera vez que le veía así, pero esta vez me llamó más la atención porque su pene estaba tremendamente grande y tieso y él sonreía de una manera que me pareció muy rara. Miré por todas partes tratando de descubrir algo que pudiera asemejarse a un regalo, pero no encontré nada. Pensé que tal vez lo tenían escondido en el ropero o debajo de la cama.

—Anda, cariño, desnúdate.

La petición me ha hizo mamá y me resultó un tanto sorprendente. Aunque papá estaba también más que harto de verme desnuda, ahora tuve la impresión de que todo era muy diferente y, no sé si influenciada porque su pene no dejaba de crecer, por primera vez sentí reparos en mostrarme sin ropa delante de él.

—Vamos, cariño —me apremió mamá—. ¿Acaso ahora te va a dar vergüenza?

Ella mismo se encargó de quitarme el camisón e, instintivamente, me llevé ambas manos a mis aún casi insignificantes pechos para evitar que quedaran expuestos a la mirada de papá. Su silencio también me intimidaba.

—¿Dónde está el regalo? —pregunté.

—¿De veras no sabes cuál es? —se extrañó mamá—. Pues lo tienes bien a la vista.

Mamá me señaló el imponente miembro de papá. Sentí deseos de salir corriendo y huir hasta mi habitación, pero me había quedado como petrificada. Ni siquiera me atreví a oponer la menor resistencia cuando mamá me despojó también de las bragas.

Fue entonces, viendo mi desesperación, cuando papá se acercó hasta mí y trató de tranquilizarme. Me soltó un largo discurso que no sería capaz de reproducir porque mi estado no era el más adecuado para escuchar a nadie y tan sólo pensaba en cómo escapar de aquella situación.

Sé que me habló de que yo ya no era una niña, que lo más natural es que sintiera el despertar del sexo, que la primera vez podía resultar traumática para mí... De vez en cuando, también mamá tomaba la palabra para ratificar lo mismo que papá acababa de decir.

—Por supuesto —concluyó papá—, eres tú quien debe tomar la determinación. Ni mamá ni yo te vamos a obligar a nada. Si quieres que te sea sincero, también para mí resulta un tanto violento todo esto. Mamá y yo lo hemos discutido largamente, y ambos hemos llegado a la conclusión de que es lo mejor para ti.

—La primera vez siempre es dolorosa —apostilló mamá—; por eso, nadie te lo hará con mayor cariño y cuidado que papá.

Papá estaba tan cerca de mí que incluso la punta de su miembro rozaba mi pubis llenando mi piel de un líquido pegajoso e incoloro. Yo me sentía incapaz de hacer ni decir nada. Seguía inmóvil como una estatua.

En un momento dado, papá colocó una mano cubriendo mi vagina y empezó a acariciármela muy suavemente. Mentalmente quise rechazar aquel contacto, pero mi cuerpo seguía rígido y como sin vida. Papá y mamá se miraron y, como si pudieran hablarse con los ojos, los dos a una me condujeron hasta la cama e hicieron que me tumbara boca arriba en el centro. Acto seguido papá se colocó a mi derecha y mamá a mi izquierda.

—Debes relajarte, cariño —me insinuó mamá mientras me acariciaba el pelo.

Papá empezó a acariciar mis pechos con la misma suavidad que empleara antes con mi vagina. Aunque no estoy segura, creo que no sentí nada especial. Me gustaba que me tocara de aquel modo, pero no en mayor medida que si me hubiera tocado un brazo o la cara.

Después la cosa cambió cuando, en lugar de con las manos, empezó a acariciarme con los labios y la lengua. Su boca empezó a descender por mi vientre, dejó atrás el ombligo y siguió bajando hasta alcanzar mi vulva. Allí su lengua entró nuevamente en acción, abriéndose paso entre mis labios externos y centrándose en mi clítoris hasta arrancarme un suspiro involuntario. Aquello sí me agradaba y mucho, mi cuerpo empezó a reaccionar y mis suspiros se convirtieron en gemidos cada vez más audibles. Algo enormemente placentero empezó a bullir dentro de mí y se fue haciendo más y más intenso hasta hacer que todo mi ser se estremeciera de gozo. Miré a mi madre sorprendida, sin dar crédito a lo que me estaba pasando.

—Es normal, cariño —me dijo con gran dulzura—. Acabas de tener tu primer orgasmo.

—¿Ése era el regalo especial? —quiero recordar que pregunté.

—Sólo es el principio. Falta lo más importante: la desfloración.

Sentí verdadero pánico al observar cómo mi padre se disponía a introducir su falo en mi vagina e instintivamente me giré hasta quedar de costado, dando frente a mi madre.

—No, eso no, por favor —supliqué.

—No tienes nada que temer —dijo papá—. ¿No confías en mí?

—Claro que confío; pero me da miedo.

—¿Por qué miedo?

—Tu cosa es demasiado grande y sé que me hará mucho daño.

—Mi cosa es de lo más normal. Hasta tu hermano la tiene más grande que yo.

—Sé que me hará mucho daño —me aferré a la única razón que encontraba para oponerme.

Papá pareció desistir. Estaba echado prácticamente encima de mí y se apartó. De nuevo hubo un intercambio de miradas entre él y mamá.

—Está bien —dijo esta última—. Verás como la cosa de papá no hace ningún daño.

Ahora fue ella la que se colocó en el centro, desplazándome a mí hacia un lado, y abriéndose de piernas incitó a papá a que introdujera su tremenda barra en la rajita de ella. Mamá estaba de lado, mirándome a mí, y papá la tomó por detrás, de forma que yo podía ver perfectamente cómo la penetraba más y más ya que, al mismo tiempo que lo hacía, la obligaba a mantener una pierna completamente levantada. Nunca les había visto haciendo el amor de semejante manera y me pareció como algo salvaje, más propio de animales que de personas que se quieren.

Mamá empezó pronto a emitir aquellos gritos cortos y seguidos a los que yo estaba ya más que acostumbrada, mientras que con una mano se frotaba el clítoris a ritmo cada vez mayor, de manera que no pude saber si el orgasmo que tuvo rápidamente se lo provocó papá o se lo provocó ella misma. El acto duró apenas cinco minutos y, cuando papá desenterró su herramienta, pude comprobar que él no había eyaculado, pues en el preservativo que tenía colocado (con mamá nunca lo usaba porque no lo necesitaba, pero como su intención era hacerlo conmigo había adoptado esa medida) no se advertía ningún indicio de semen.

—¿Ves como no pasa nada? —me insistió mamá.

La rápida demostración no hizo menguar mi resquemor. Estaba segura de que me iba a causar mucho daño y, además, no deseaba que papá repitiera conmigo lo que acababa de practicar con mamá. En cierto modo, me sentía defraudada. El concepto que yo tenía de "hacer el amor" era muy diferente a lo que acababa de ver. Y ello me llevó a concluir que yo quería algo muy distinto para mí y llevarlo a cabo con una persona a la que realmente deseara. Quería y quiero mucho a papá, mas no sentía ni siento el menor deseo de entregarme a él.

—¿Estás ahora más dispuesta? —me preguntó volviéndose a echar sobre mí.

No lo estaba, pero no me atreví a contrariarle. Estaba claro que él sí me deseaba y no tuve el valor suficiente para decirle lo que yo sentía en aquellos momentos. Intenté hacerme la fuerte y dejé que se colocara en la postura adecuada y que me acariciara y besara por todo el cuerpo. Sin embargo, en cuanto sentí en mi vagina el contacto de su miembro, ya no pude soportarlo más. Solté un grito, salté de la cama y huí despavorida a mi cuarto, hundiendo la cabeza en la almohada para que mis sollozos no despertaran a Dori...

* * *

—Por hoy —dijo Dori cerrando el diario y arreciando su vaivén— ya es suficiente, ¿no te parece? Vayamos a lo nuestro, que yo estoy casi a punto.

Tan a punto estaba que, si hubiera sido a punto y coma, le habría sobrado entera la coma, pues apenas si tardó dos segundos en correrse. Y yo, que bastante me había estado sujetando, tampoco tardé mucho más en secundarla.

—Entonces —dije una vez recuperado el resuello—, ¿papá no desvirgó a Viki?

—El día en que ella cumplió los 18 años, no.

—¿Lo hizo más adelante?

—No lo sé. Habrá que seguir leyendo en otra ocasión. Ahora lo mejor que podemos hacer es devolver el diario a su sitio, que Viki no tardará en llegar.

Dori se levantó de la cama, volvió a cerrar el diario con su correspondiente engarce y lo colocó justo en el sitio de donde lo había cogido, dejando la almohada tal cual estaba cuando llegamos. Después se echó nuevamente a mi lado.

—¿Viki es virgen? —insistí.

—Ya te he dicho que no lo sé.

—No te creo. Tú ya has leído el diario entero y sabes muy bien si Viki es virgen o no todavía.

—No he leído el diario entero. Ya te dije antes que sólo he visto algunos trozos.

—¿Desde cuando sabes que Viki escribía ese diario?

—Eso lo sé desde hace más de un mes. Pero el truco de la horquilla me lo enseñó Cati no hace mucho.

—¿Quieres decir que Cati también ha leído el diario?

—Y Barbi. Y me parece que mamá también.

—O sea, que el único que no lo sabía era yo.

—Y papá tampoco.

—¿Y decías que era tu secreto?

—¿Tú lo sabías?

—No.

—Entonces está claro que, con respecto a ti, era mi secreto, ¿no?

Contundente razonamiento el suyo. A falta de mejor objeción, la así por el cuello con ambas manos y simulé un intento de estrangulamiento, para terminar besando una vez más aquella boca que cada vez me tenía más loco.

—Voy a darme una ducha —propuse—. ¿Me acompañas?

—Con una condición.

—¿Qué condición?

—No más polvos por hoy. Sólo enjabonamiento.

—Vale.

Y nos fuimos juntos al cuarto de baño, vestidos de Adán y Eva.

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