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Compendio I
Narraré este relato como lo hacía antes, con los diálogos que se grabaron en mi memoria de esa conversación.
Sé que Marisol hará un puchero cuando las lea. Pero me gusta que sea así.
Incluso, dejando aparte el asunto de las otras parejas, mi ruiseñor no reacciona como el común de las mujeres.
A veces, se pone inmadura o se preocupa más de la cuenta por cosas que ni siquiera son tan terribles. Pero me encanta.
Es rara y simplemente, no quiero que cambie: La amo, porque simplemente ella es así…
Esa tarde estaba callada, pero conozco a mi ruiseñor. Se sentía celosa, aunque no lo admitiría.
“¿Por qué compraste preservativos de nuevo?” preguntó con esos ojitos verdes cargados de enojo.
“No son para nosotros.” Respondí, intuyendo su preocupación. “Los usaré cuando lo haga con Diana.”
Cuando éramos novios, siempre hacíamos el amor con preservativos. Siempre me ha preocupado el futuro de Marisol y no quería que sus estudios terminaran por quedar embarazada.
Pero cuando le pedí que fuera mi mujer, ella pidió que no usara preservativo y también había olvidado sus pastillas. 7 meses después, terminamos siendo padres…
Pero a ella le gustó hacerlo de esa manera. Dice que se siente completa cuando baño su vientre con mis jugos.
“Ya veo…” dijo ella, tomando un poco de café. “ ¿Y qué tal te fue con ella?”
Conozco sus miradas. No la entiendo…
“Bien. Lo hicimos en el sofá y le hice la cola…” respondí, preparándome un sándwich.
“Y… ¿Lo hizo mejor que yo?” preguntó, con sus ojitos verdes como si se fuera a poner a llorar.
“¡Claro que no!” respondí, acariciando su cabeza. “Es rico… pero contigo es distinto.”
“Pero a mí me has lamido la cola una sola vez…”
“¿Y eso te gusta?” pregunté con descaro.
“¡Por supuesto que no!” respondió roja como un tomate. “Pero si se lo haces a ella… y ella no es tu esposa… entonces…”
Suspiré.
“Yo todavía no entiendo por qué hago esto. Te pones muy celosa y la que más me importa eres tú…”
Ponía sus ojitos verdes enormes y suplicantes, como si fuera una gatita.
“¿Y aun me quieres?” preguntó.
“Marisol, si no te quisiera, no volvería.”
“¿Y no te aburres?”
“Eres demasiado excéntrica. Por supuesto que no me aburro.”
Ella sonrió y se sentó en mis piernas.
“¿Por qué me quieres tanto?”
“No sé. Eres muy rara.”
“¡Qué malo eres! ¡Quiero que me digas cosas lindas!…” hizo un tremendo puchero.
“Pues esas cosas son las que me gustan.” Le dije, acariciando su carita. “Marisol, soy una persona que siempre pensó que las cosas se daban de una manera. Bien metódica y estructurada. Pero tú siempre me sorprendes. Cuando pienso que te conozco, haces algo inesperado y me desconciertas y eso me gusta mucho.”
Ella me besó con sus labios con sabor a limón.
“Yo te quiero, porque… tú… eres tú…”
“¡Gracias, Marisol! Eso me aclara muchas dudas…” le respondí con sarcasmo.
Ella se rió.
“¡No, tonto! Tú me gustas… porque siento que sabes lo que pienso. Cuando te pido algo, tú me lo das. Me cuidas y me obedeces en todo… incluso si te digo no… o si es demasiado raro. Me obedeces… y eso me gusta mucho.”
“Entonces… ¿Te gusto porque me manipulas?” pregunté, confundido.
“¡No es así!” respondió ella, mirándome a los ojos, muy seria. “También me gusta que ves otras cosas… que eres más precavido… y me cuidas como un papá… pero creo que tienes razón… y tal vez, soy rara…” suspiró con tristeza.
“Bueno, Marisol. Hay cosas que te obedezco, porque son extrañas, pero las hago porque te hace feliz. Incluso esto lo hago más que nada porque tú me lo pides.”
“¿Pero no te aburrirías de acostarte solo conmigo?”
“Marisol, cuando te pedí matrimonio, te dije que me iba a entregar solamente a ti. Aceptaste, pero igual me seguiste compartiendo…”
Empezamos a reír juntos.
“¿Tú te aburres de acostarte conmigo?” le pregunté, un poco preocupado.
“¡Por supuesto que no!” exclamó ella, muy enérgica. “Tienes mucha energía y cuando dormimos juntos… pues es como la primera vez, ¿Sabes?... y bueno… esto de estar casada… a mi me asusta que se vuelva aburrido… y me termines dejando.”
“¿Y por eso me compartes?”
“¡Claro!” respondió ella, más confundida que yo. “Suena raro… pero siempre quiero que vuelvas. Quiero que veas… que lo que siento por ti no te lo da nadie más… y por eso lo hago.”
“Entonces, ¿Me voy porque tú quieres que me vaya?” pregunté, entonando la canción esa.
“¡No te burles!” dijo ella, colorada y haciendo otro puchero.
“¡Con razón te da tanto miedo que encuentre otros labios!”
“¡Que no es así!” protestó ella. “Pero me sentiría mal si lo hicieras…”
“Pues yo me siento mal cada vez que lo hago.” Le dije, pidiendo que me mirara a los ojos. “No sé qué pasará en esa cabecilla loca tuya, pero yo pienso que lo que hago está mal. Eres mi esposa. Estamos recién casados y somos papás.”
“Pero que paremos de tener relaciones…tú y yo… ¿No te preocupa?”
“¿Quieres parar de tener relaciones?” pregunté.
“¡Por supuesto que no!” exclamó nuevamente, con mucha energía. “Ya es difícil que te vayas una semana… y me dejes aquí… con ganas… y las pequeñas… ¿Cómo piensas que quiero parar?”
La besé y la miré a los ojos.
“Marisol, fue error mío. Tú sabes, me gustaba mucho estudiar física y encontré una carrera que tenía demasiado. Cuando te conocí, no pensé que me terminaría casando contigo… y de haberlo sabido, habría estudiado otra cosa…”
Sus ojitos se iluminaron.
“¡Pero a ti te gusta mucho todo eso!”
“Lo sé. Pero tengo que trabajar mucho tiempo lejos de tu lado… ¡Discúlpame!... de haber sabido, habría estudiado algo más…”
Ella lloraba.
“¡No te disculpes! ¡No te disculpes!” decía ella, restregando su nariz en mi cara. “Yo te quiero mucho, mucho… ¡Eres tan lindo!... ¿Por qué me quieres tanto?”
“Marisol, trabajaré en esto un par de años. Ahorrare un poco de dinero, intentaré abrir una empresa y me quedaré a tu lado.” Le dije, para que no siguiera llorando.
“¡Yo te esperare! ¡Yo te esperare!... lo que tú me digas, yo lo haré.” Decía, besándome efusivamente.
Es mi esposa. La tenía entre las piernas. La misma carita con el lunar que me volvía loco cuando le hacía clases… con esos pechos blanquitos y apetitosos… que crecieron con el embarazo.
¿Cómo no se me iba a parar?
No quería que pasara la lengua. Protestaba entre avergonzada y orgullosa, pero no oponía resistencia.
Le abría los cachetes con ambas manos. Estaba apoyada en la mesa de la cocina.
Con que diera un paso. A la derecha, izquierda, cualquier dirección, me fregaba el intento…
Pero no. Muy parada y con el trasero en pompa.
¡Qué decir de su voz! … que “Sacara la lengua de ahí”… que “No lamiera, porque me haría mal”.
Pero es Marisol. ¿Qué cosa mala podía salir de allí?
Más encima suspiraba y botaba jugos por borbotones.
Por puro hostigarla, le pregunté por qué no me lo había pedido, si le gustaba tanto.
Como me esperaba, que “No le gustaba…” y que “Parara de hacerlo…”, aunque sus gemidos me decían lo contrario.
Le enterré la lengua en su interior y tuvo que ponerse la mano en la boca. Entre sus piernas, fluía una cascada…
El agujero estaba dilatado, listo para la acción.
Por puro jugar con ella, retrocedí y la dejé reposar en la mesa.
Me preguntó si estaba muy cansado o aburrido. Algo asustada, preguntó si no me había gustado.
Le dije que estaba delicioso, pero que no se lo iba a meter, si ella no me lo pedía.
Orgullosa, dijo que si quería, lo podía hacer y si no… pues… entonces no.
Hubiesen visto su desesperación al ver cómo yo me abrochaba los pantalones…
Dijo que no era necesario que fingiera, que ella sabía que el trasero que más me gustaba era el suyo.
Le respondí que era cierto, pero no se la iba a meter, a menos que reconociera que le había gustado.
Roja como un tomate, dijo que no lo diría, porque si lo decía, se lo haría todas las veces y ella sabe que soy escrupuloso.
Pero yo le dije que su trasero tenía un rico aroma y si a ella le gustaba, se lo haría cuando me lo pidiera… y le decía eso, caldeando el ambiente, acariciando sus nalgas con pajarote listo para la acción y ella se meneaba, siguiendo sus movimientos.
Me dijo que no fuera malo y que no la obligara a decirme eso, porque le daba vergüenza.
Decidí complacerla. Al menos, había reconocido en parte que le gustaba y por primera vez, dio un gemido más de alegría que de dolor al meterla.
Le pregunté si le gustaba sentirme por detrás y para eso no tiene muchas vergüenzas.
Que “le lleno todos sus espacios”, que “Siempre le quemo su trasero” y comentarios así.
Incluso, exclamó que era lo que más extrañaba cuando me iba a la faena. Por curiosidad, le pregunté cómo lo hacía esos días, y ella, muy arrebatada de placer, me decía que no, que no podía contarme.
Me puso más caliente y empecé a bombearla con más fuerza, interrogándola para que me lo dijera. Ella, con uno de sus tonos más sensuales, me decía que no podía contarme, porque le daba vergüenza y que no siguiera azotándola así, porque ella acabaría pronto.
La desobedecí y dejamos la mesa de la cocina manchada y apestando a nuestros jugos.
Cansado y sorprendido con su tenacidad, le pellizque los pezones suavemente, le dije que no la soltaría hasta que me lo dijera.
A ella la vuelve loca que la agarre de los pechos, pero aun así no quería confesar.
Sé que no tiene otros hombres. También sé que físicamente le gustan tipos más musculosos, como los jugadores del Manchester, o incluso, como Kevin… pero si tuviera algo aparte, me lo diría, así como yo le cuento todo lo que hago.
Somos honestos y la conozco bien. Si ella no me lo quiere contar es porque sabe que la hostigare y la hostigare en la cama, hasta que saque una confesión y a ella le gusta jugar conmigo de esa manera.
Cuando me despegué, le di un beso en los labios y le pregunté otra vez. Sonriendo, la muy traviesa se rehusó a decirme nuevamente, por lo que le dije, en un tono cantarín…
“…Entonces, te daré la media vuelta, y te lo haré con el sol, hasta que llegue la tarde…”
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1 comentarios - Siete por siete (11): Entonces, yo daré la media vuelta…
saludos y exito capo 🤘 🤘