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La educación de Natalia (Segunda Parte)

Era una belleza pelirroja, casi tan alta como Albertina, pero mucho más bella: sus pechos eran más grandes, sus muslos más anchos y su mirada más fiera. Por alguna razón, su falda también era más corta. Tanto, que cualquiera que se dedicase a observarla no tardaría en contemplar algún detalle de sus braguitas.

No venía sola. Tenía un séquito formado por cinco bellezas adolescentes que aguardaban respetuosamente detrás, a cuatro pasos de distancia.

— ¿Quién es la nueva? — quiso saber Rebeca — ¿es tuya?

La segura de si misma Albertina parecía tener problemas para respirar y para hablar. Tragando saliva dio un paso al frente y lo hizo:

— Se llama Natalia y si, es mía… ¿de quien iba a ser si no?

Natalia contemplaba la escena manteniéndose al margen, pero como la aludían a ella no quiso quedarse callada.

— ¡Yo no soy de nadie!

Rebeca sonrió, al contrario que Albertina. Jana se apresuró a susurrarle.

— ¡No! ¡No digas eso! Preferirás mil veces ser de Albertina que de Rebeca…

— ¡Pero yo no soy de nadie! ¡No soy un perro o un sombrero para que me posean otras personas! ¡Maldita sea!

Rebeca escupió una carcajada. Se dirigió entonces a Albertina, aunque miraba a Natalia y le sujetaba la barbilla con los dedos índice y pulgar. Colocaba un píe sobre el banco en el que las chicas estaban sentadas, ofreciendo una buena porción de muslo a cualquiera que mirara.

— La nueva tiene carácter… ¿es por eso que te la quieres quedar? También es un poco tonta…

— ¿Y tú quien eres?

Rebeca parecía divertida con la insolencia de Natalia. Pero antes de que continuase, Albertina se colocó en medio.

— Ella es mía… lo siento, pero está fuera de tu alcance…

— ¿De verdad? Ya tienes bastante con la comunista y con la negra…a esta me la voy a quedar yo para que sea mi perra…

— ¡Ninguna se va a quedar conmigo!

— ¿Lo ves? Ella misma lo dice… no es tuya…

— Eso… ya lo veremos…

Rebeca se dio la vuelta y caminó como quien acaba de conseguir una victoria.

— ¡Vamos, esclavas!

Gritó, y sus acompañantes la siguieron, guardando la misma distancia de cuatro pasos y recitando al unísono “si, ama”. Al caminar, la falda de Rebeca subía y bajaba ofreciendo furtivas vistas de sus braguitas blancas.

Cuando Rebeca se había perdido entre los setos Albertina suspiró y contempló a Natalia con tristeza…

— Tu no lo sabías, claro… — comenzó a decirle — ojalá te hubiésemos podido advertir…

— ¿Advertir de que? — dijo Natalia furiosa — ¿de que me quieres como una propiedad?

— Albertina no quiere eso — intervino Bintou — nosotras no somos suyas, somos amigas…

— Pero Rebeca si lo quiere — añadió Jana —

Natalia se quedó muda, no acababa de comprender.

— Rebeca es la favorita de la matrona — comenzó a decir Albertina — le come el coño todos los días y ella le concede todos los caprichos. Cualquiera que se oponga a su voluntad corre el riesgo de acabar en el potro…

— ¿El potro? No me creo ni por un momento que aquí torturen a nadie…

Bintou se remangó la camisa. En su espalda había cicatrices de latigazos. Se las mostró a Natalia.

— Yo antes era muy desobediente…

— ¡Esto es una locura!

— Rebeca es hija de un hombre de negocios — prosiguió Albertina — que trabaja para el mío. Si mi padre se enterara de que me ha hecho algo malo aquí dentro se lo diría al suyo, y entonces ella tendría problemas. Por eso me respeta…

— No le tengo miedo… — balbuceó Natalia con poca convicción —

— Pues deberías… — intervino Jana — no es sólo que te lleven al potro… a mi me hacía todo tipo de cosas antes de que me rescatara Albertina…

— Te las hacía a ti, pero no me las hará a mí…

Natalia, henchida de valor, se apartó de las demás y comenzó a hablar, con la mirada perdida en el horizonte.

— Me he estado preguntando la extraña razón por la cual mi propio padre, que tanto me quiere, ha sido capaz de abandonarme a mi suerte en un lugar tan espantoso. Y creo que ya conozco la respuesta….

— ¿De veras? — preguntó Bintou —

— ¡Quiere hacerme fuerte! ¡Una líder! Quiere que me enfrente a Rebeca y a la Matrona, y que las derrote, ese es mi destino…

Las tres muchachas se quedaron mirando a Natalia, estupefactas y sin ser capaces de decir una palabra. Finalmente, Albertina concluyó:

— Tú eres idiota…

Durante la cena Natalia pudo ver a Rebeca y a sus acompañantes así como a muchas otras chicas. Todas vestidas igual, debía haber unas cien en aquel comedor.

Cada alumna tenía un asiento alrededor de una larga y lujosa mesa que presidía la Matrona. A su lado se sentaba Rebeca, a la que besaba a menudo en los labios y parecía tocar bajo la mesa y, a su alrededor, aquellas otras chicas que la habían seguido.

Natalia se sentó junto a Jana, que estaba al lado de Albertina, que se sentaba al lado de Bintou.

El mismo criado negro que le había abierto la puerta servía la comida, ayudado por unas cuantas doncellas y, tal y como mandan las buenas maneras, nadie podía empezar a comer hasta que toda la sopa estuvo servida.

— ¡Qué hambre tengo! — dijo Bintou —

— Pues que no se te ocurra comenzar a comer… — le susurró Albertina —

— ¿Qué pasaría si lo hace? — quiso saber Natalia —

De repente una de las chicas comenzó a gritar. El criado negro la había empujado sobre la mesa, derribando platos y copas sin miramiento alguno y subido la falda. Sujetándole del cuello para evitar que sus forcejeos la liberaran se disponía, con la otra mano, a bajarle las braguitas.

El comedor se quedó en silencio. Sólo se escuchaban los gritos de la muchacha que estaba siendo violentada. Si alguien miraba hacia la Matrona, podía verla reír y a Rebeca con ella.

— No mires… — le dijo Albertina a Natalia —

— ¡Pero es horrible!

— Ernesto tiene licencia para hacer con nosotras lo que se le antoje cuando se le antoje. Sólo agradece que la de encima de la mesa no seas tú…

— Pero… ¡tenemos que hacer algo!

— Si, callar y esperar a que la sopa se termine de servir. Entonces comeremos y regresaremos a nuestras habitaciones.

Ernesto, el criado negro, violaba brutalmente a la niña haciendo oídos sordos a sus lamentos. Su miembro parecía de un tamaño exagerado mientras que el cuerpo de la niña apenas era capaz de albergar el pene de un ratón. Cuando terminó, se subió los pantalones y dejó a la muchacha allí, para continuar sirviendo la sopa como si nada hubiese ocurrido.

— ¡Que hombre más desalmado y cruel! — exclamó Natalia —

— ¡Marina! — gritó la matrona dirigiéndose a la muchacha que acababa de ser forzada — se supone que esto es un comedor. Compórtate como una señorita, siéntate y tómate tu sopa. Un solo llanto más y terminarás en la mazmorra.

Natalia probó la sopa. Tenía un regusto ácido.

— Que mujer tan odiosa… — exclamó — ¿de que es la sopa?

— Seguramente de pollo — dijo Albertina olisqueando la cuchara — pero seguramente también el cocinero ha vuelto a corrérse en el puchero...

— ¡Que asco! ¿es que no hay nada aquí que no sea desagradable y nauseabundo?

— Pues que no se te ocurra no comértela — le indicó Albertina — puedes tragar semen diluido en sopa o sin diluir, directamente de la polla del cocinero.

Natalia encontró su habitación un remanso de paz y de intimidad. Rápidamente fue al lavabo a vomitar la asquerosa cena. Después se limpió y se echó sobre la cama, exhausta. Se había imaginado su vida como algo ordenado y de acuerdo a lo establecido por la sociedad: estudiaría en un colegio de señoritas, se casaría con un apuesto joven de buena posición y tendría algunos hijos. Alternaría con otras mujeres de su estatus social para ayudar a la carrera de su esposo y todo el mundo la tendría por una mujer educada y sensata. Pero, aunque lograra escapar de este infierno de pecado e indecencia ¿Cómo se iba a recuperar de las cosas que había visto?

Natalia buscó en vano un camisón con el que dormir. En aquel armario la ropa era bastante escasa. Decidió entonces que se acostaría en topa interior y cayó extenuada en un profundo sueño.

A media noche se despertó repentinamente. Había tenido una horrible pesadilla en la cual lamía de buen grado entre las horrendas piernas de la Matrona. Allí estaba también Albertina, siendo violada por Ernesto, y también su padre, con los brazos cruzados repitiendo una y otra vez “¡Cómo me has decepcionado! ¡Ya no eres mi hija!”

Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y se volvió para intentar dormir, pero temblaba, era incapaz de conciliar el sueño.

De repente advirtió un ruido lejano, como un alboroto que se aproximaba. “Otro de los horrores de este espantoso lugar” pensó para si, pero pronto tuvo motivos en verdad para alarmarse, pues el bullicio que escuchaba se aproximaba a su cuarto.

De repente la puerta se abrió de par en par y la habitación se llenó de gente. La primera en entrar llevaba consigo un candil encendido. Era Rebeca, que vestía un camisón transparente que dejaba ver sus abundantes pechos y sus braguitas de encaje. Le acompañaban otras chicas. Su séquito habitual, pensó Natalia.

— ¡Buenas noches, puta! — dijo Rebeca dejando el candil sobre la mesilla de noche — así que te escondías aquí ¿he?

— ¿Qué haces tú aquí?

— Te dije que eras mía, y vas a empezar a saber lo que eso significa…

— ¡Yo no soy tuya!

— Claro que si… mío es tu coño, tu culo, tus tetas, tu boca…para hacer con ellos lo que se me antoje…

El resto de chicas rodearon la cama, destaparon a Natalia y la sujetaron por los brazos y las piernas. Natalia intentó zafarse, pero eran muchas las que la sujetaban. La mantenían con los brazos y las piernas separadas.

Rebeca se libró de la ropa interior de Natalia utilizando unas tijeras. Primero cortó el sujetador, luego las braguitas.

— Eres más bonita de lo que parecía… — dijo Rebeca — ardo en deseos de devorarte…

Rebeca acercó sus labios a los de Natalia y le dio un húmedo beso. Natalia se sorprendió a si misma ya que no opuso resistencia. Sólo abrió la boca y dejó que sucediera. Los labios de Rebeca eran carnosos y sensuales y sus ojos tenían algo que la dejaba sin apalabras. Al apartar el rostro el largo y pelirrojo cabello de Rebeca le acarició los pechos.

Rebeca se sentó sobre el pecho de Natalia y comenzó a manipular sus tetas y a lamerlas. Luego desplazó una mano para acariciarle entre las piernas. Natalia se había mojado y no tenía nada que decir. Sentía el calido contacto del trasero de Rebeca en su vientre y la cabeza le daba vueltas. Se sentía rara y se odiaba por ello.

— La Matrona me ha dicho que eres virgen — dijo Rebeca echándose a un lado — lo cual hay que remediar lo antes posible…

Natalia volvió a abrir los ojos. Ante si el horror se había hecho realidad. Ernesto estaba desnudo frente a la cama, apenas iluminado por el candil de la mesilla de noche. Su miembro era una suerte de ariete de ébano capaz de derribar las murallas de una fortaleza. Natalia se puso a gritar en cuanto lo vio.

— No chille, señorita — reía Ernesto — que le va a gustar. Primero le destrozaré el coñito, después, haré lo mismo con su culito y luego, la ahogaré metiéndosela entera por su boquita. Quien sabe… si tiene suerte quizá sobreviva esta noche…

— ¡No! ¡No puede hacer eso!

— Claro que puede — contestó Rebeca — a Ernesto le encantan las vírgenes y nunca tiene suficiente. Si sales de esta no podrás sentarte en un mes…

Natalia sentía la desesperación como una soga que le apretaba la garganta. No podía liberarse, no tenía donde huir, nadie podía ayudarla… pero entonces recordó.

— ¡No puedes hacerlo! ¡No puedes! ¡Soy de Albertina! ¿Recuerdas? ¿quieres que le cuente a su padre lo que me has hecho? ¿eso quieres?

El rostro de burla y placer de Rebeca se tornó ira y miedo. Inmediatamente ordenó retirarse a Ernesto con un grito y a sus secuaces que liberaran a Natalia.

Todo el mundo salió de la habitación. La última fue Rebeca, que antes recogió su candil de la mesilla de noche.

— Esto no va a quedar así… — dijo ya en el quicio de la puerta —

— Cierra la puerta al salir — contestó Natalia — hace frío para salir de la cama.

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