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Telaraña babeante

Telaraña babeante


Que rico sabor el de mi boca.
Recostado sobre el sillón pardo de mi vieja casa en las afueras de la ciudad, siento un claro sabor dulce al pasar mi lengua por los sócalos de mi boca. Eugenia palpa con sus manos sobre mi pantalón de vestir. Mi pija esta dura y tiesa.
Y ella pasa su mano. Mira con ojos que provocan, prendidos fuegos, y contornea su boca al tiempo que pasa, una y otra vez, su mano.

Yo la miró con ojos de reptil, me acuesto sobre el sillón. Al momento María viene, por el pasillo azul, con ojos de lagartija y piel de serpiente. Los portaligas negras le quedan hermosos, la tanga militar excita hasta a los más angelotes. Y la blusa negra deja transparentar tetas suaves y paradas, como una coliflor. Hago un ademan y se sienta a mi lado. Y su boca se contornea como la de Eugenia. Y pasa su mano como Eugenia.
Mi pene tieso y duro, y dos manos sobre mis piernas.

Se miran ambas, se devoran con los ojos. Me rodean con sus piernas y se besan y me besan. Con sus labios serpentinos humedecen mi cara . La piel suave y brillante de damas tan elegantes rozando mi rostro provocan un ardor indescriptible.
Tan solo puedo decir que los botones de mi pantalón se desprendieron, que mis ansias fueron libres. Eugenia y María son el mar. Una desnuda, la otra con atuendo negro.
Y mi pija ahora sobresale, llega casi hasta la altura de mi ombligo.
–Quédate quieto tonto – me dice una. No le hago caso.
–María, vamos a cogernos a esta – digo. Y le guiño un ojo.

Nos paramos los dos y empujamos a Euge sobre la cama.
–Sos una perrita, y vas a hacernos caso.
–Ajaaam –
Dice con ojos tiernos.
Tiene tetas grandes, como dos globos. Y pezones límpidos como el cristal.
La ponemos en cuatro. Y María se saca sus tacones rojos y se pone debajo de ella.
Agarra con las manos sus tetas y trata de metérselas en la boca.
Obviamente no puede. Pero las llena de saliva, y no para. Yo me la monto, me la cojo. Tengo la pija hecha roble. Y siento lo mismo que ella cuando entra. Un crac insonoro. Me la cojo. Sacándola y penetrándola. Ella gime fuerte, grita.
María no para de chuparle las tetas y levanta su pierna tocándome los huevos. Yo no atiendo y sigo cogiéndomela a Eugenia. Y el sabor de mi boca, que es interminable y delicioso.

Fueron cinco minutos, en los que no dejamos de cogérnosla. Entonces saco la pija, las miró.
–Vamos a abrirte la cola ahora mi amor.
–Nooo.
–Siii – dice María.
Me agacho y le lengüeteo el culo. Y mi boca tiene un sabor delicioso, y se lo doy a ella. Ella gime suavemente; su cabeza da vueltas, y me mira con ojos de animal.
Entonces me alejo con la pija húmeda y venosa. Y la penetro. Entra de a poquito. Termina de entrar. Y me la cojo, sin parar, mientras Euge le sigue chupando las tetas. Está enamorada de sus tetas, siempre lo dice.
Pero ahora también le come la boca. Hay un festival de lenguas, tetas, conchas y anos en casa. Y pija. Y yo hago con Eugenia lo que las olas hacen con el mar. Le duele, pero le gusta así que no paro. Su cuerpo está muy húmedo ahora y su concha esta mojada, muy mojada. Hasta que paro.
Y ella se da vuelta. María queda dislocada, quería más tetas.
–Chúpenme la pija ahora
-Bueno, si lo pedís así amor… –
Dice María.
Le encanta chupar. Cuando no está chupando una pija, una teta, o una concha, está chupando un hombre, un chupetín, un culo.

Lo tenía loco a su jefe. Pero ese era un mosquetudo. Se pasaba mirándola y no hacía nada; solo se babeaba y se hacía pajas en la soledad de su oficina. Yo no lo crítico. Muchas veces temblé ante una mujer hermosa, o dos. Pero eso es porque soy un ser sensible.

Los cabellos de estas dos mujeres son negros como la espesura de la selva. Me chuparon la pija, una tras otra, una tras otra, y cuando no lo hicieron, me miraron como serpentinas negras de la selva. Y yo, como buen hombre, llene de telaraña sus caras. Telaraña en sus rostros, que se repartieron en sus bocas.

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