You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Una peculiar familia 11

CAPÍTULO XI

Luci era de la misma edad que Viki, pero su forma de ser se acercaba mucho más a la de Dori. Su fisonomía no se parecía en nada a la de ninguna de mis hermanas, y fue la propia Luci quien me aclaró que había salido más a su madre. Como quiera que a Merche sólo la había visto una vez y con una capa de maquillaje bastante considerable, difícilmente podía hacer comparaciones. De cualquier manera, entre Luci y yo se estableció casi de inmediato una corriente de mutua simpatía, sin que en ello mediara en absoluto la posibilidad de que ambos fuéramos descendientes de un mismo padre, circunstancia que, por lo demás, no estaba tan clara como en el caso de Bea.

Yo me había cuidado muy mucho de desvelar a mi padre la existencia de Luci. Ya tenía bastante preocupación el hombre con Bea como para aumentarle aún más sus pesares. Sí le hablé de mi presencia en la Mansión y de lo bien que parecían irles las cosas a Merche y a Bea, echándole la pequeña y piadosa mentira de que era esta última la que se iba a encargar de darme las clases de natación. Mi padre ya sabía que la situación económica de Merche era bastante mejor que la nuestra, pero desconocía lo de la Mansión y se alegró con ello.

Conforme a lo acordado, Luci comenzó a adiestrarme en el arte de la natación y se alegró de que mis conocimientos fueran absolutamente nulos.

—Es mejor partir de cero —aseguró—. Antes prefiero instruir al que reconoce no saber nada que a quien, sabiendo aún menos, alardea de saber algo.

Las primeras clases discurrieron con absoluta normalidad, sin que ninguno de los dos nos saliéramos para nada del papel que a cada uno le tocaba desempeñar. Yo achacaba mis progresos a sus excelentes dotes docentes y ella, por el contrario, no paraba de afirmar que el mérito era mío, porque poseía unas cualidades innatas que me hacían aprender con más rapidez de lo normal. En realidad pienso que fui un idiota al no ralentizar mi proceso de aprendizaje, pues las primeras clases fueron con mucho las más interesantes, por los continuos roces e inevitables sobeos que mutuamente nos dábamos, en modo alguno malintencionados pero tan efectivos como si lo hubieran sido. Porque, a estas alturas, creo innecesario decir que ambos nos desenvolvíamos en porreta y ya adelanté en su momento que Luci no era de las que pasan desapercibidas.

Es realmente curioso cómo las cosas cambian según el contexto. Y aquí paso un poco a explicar el porqué antes aseguré que Luci era una persona tímida. La ocasión fue ideal porque Bea estaba ausente, tal vez atendiendo una de sus "ocasiones especiales", y nos encontrábamos solos en la gran Mansión.

Si en circunstancias normales ella se exhibía desnuda ante mí con la mayor naturalidad del mundo, bastó hacer la menor referencia a cualquiera de sus encantos para que su actitud cambiara de inmediato.

—¿Sabes que tienes unas tetas muy bonitas? —le dije en un momento dado.

Y automáticamente bajó la cabeza pudorosa y se cubrió con los brazos la zona elogiada. Aquello, por inesperado, me resultó divertido e inicié un juego algo macabro. Yo ya empezaba a ser bastante descarado en estos lances.

—Y no digamos el coñito —señalé a continuación—. Está pidiendo a gritos que te lo coman.

Como era de esperar, Luci se apresuró a tapar con una mano su cosita, dejando un poco descuidado con ello el ocultamiento de sus pechos.

—Pero yo creo —seguí con lo mío—, que nada es comparable con ese culito tan rico y respingón. Me encanta tu culo.

Luci se giró rápidamente lo necesario para que sus nalgas quedaran ocultas a mi mirada.

—Aunque tampoco tus muslos tienen nada que envidiar al resto.

Como nos hallábamos aún junto a la piscina, pues acabábamos de dar por concluida una clase, Luci, no teniendo ya brazos ni manos suficientes para cubrirse, terminó por zambullirse de nuevo en el agua, no dejando asomar sino la cabeza.

—La clase ya ha terminado —dijo enfurruñada—. Puedes irte cuando quieras.

—Tú lo has dicho: puedo irme cuando quiera. Pero todavía no quiero.

—¿Vas a seguir igual de insolente?

—¿Insolente? ¿Qué culpa tengo yo de que estés tan buena?

—Yo no soy Bea.

—Ya me había dado cuenta hace tiempo. Tú eres Luci.

—Quiero decir que yo no... Quiero decir que Bea es Bea y yo soy yo.

—También de eso me había dado cuenta.

—Quiero decir que... —no debía de saber muy bien lo que quería decir y calló unos segundos antes de preguntar—: ¿Piensas quedarte ahí todo el día?

—Si te molesta mi presencia, me marcho.

—No me molesta tu presencia. Es que... —tampoco terminó la frase.

—¿De pronto te da vergüenza estar desnuda delante de mí?

Luci agachó la cabeza y dejó sin contestar mi pregunta.

—¿Aún eres virgen? —volví a la carga.

—No soy virgen, pero...

—Pero, ¿qué? —la apremié viendo que la pausa se prolongaba demasiado.

—Sólo lo he hecho una vez y no me gustó.

Le repliqué con lo primero que se me ocurrió, poco poético por cierto.

—Tampoco a mí me gustó la sopa de ajo la primera vez que la probé y ahora, sin embargo, me encanta.

—No creo que tenga nada que ver una cosa con la otra.

—Aparentemente, no; pero, en el fondo, es lo mismo. Quizá la primera vez no te lo hicieron bien o no estabas preparada para ello. Puede ser que, si vuelves a probar, todo te resulte diferente.

—¿Probar con quién? ¿Contigo?

—Si tú no tienes ningún inconveniente, yo estoy dispuesto a sacrificarme ahora mismo.

Su conato de sonrisa me indicó que estaba siguiendo el camino correcto y que, al fin, casi podía hablar de mi primera "conquista". Faltaba comprobarlo sobre el terreno y, firmemente decidido, me lancé a un agua que ya no me inspiraba el menor respeto. En un par de brazadas estuve a su lado y, cuando ya creí tenerla a mi alcance, Luci se puso a nadar también, alejándose de mí, hacia el lado más profundo, aquél en el que aún no me había nunca aventurado a adentrarme.

—Ven hasta aquí si te atreves —me desafió.

—¿Qué ganaré con hacerlo?

—Confianza y seguridad en ti mismo.

—Esos trofeos no me interesan. Te prefiero a ti.

—¿A mí? ¿Para qué me quieres a mí?

—Para quererte.

—¿Para quererme?

No supe si se estaba haciendo la tonta o iba en serio su necia pregunta.

—Para quererte, sí —insistí.

—¿Quieres decir para follarme?

El brusco cambio de vocabulario me hizo titubear un poco.

—No quería decirlo tan a las claras; pero, sí, me gustaría follar contigo.

—¿Follar conmigo? ¿Quieres que yo te folle también a ti?

—Con tal que follemos, me da igual follarte yo a ti o que me folles tú a mí.

—¿Y cuál es la diferencia?

—No lo sé. Has sido tú quien lo ha preguntado.

—Creo que no estoy preparada para eso.

—Ya me encargaré yo de prepararte.

—¿Cómo?

La conversación se me estaba haciendo ya eterna y, con una erección de caballo, olvidándome de los cuatro metros de profundidad que la piscina alcanzaba en el sitio en que Luci se hallaba braceando para mantenerse a flote, empecé a nadar hacia ella. Y por segunda vez, cuando estaba a punto de darle alcance, ahora entre risas, volvió a desplazarse en sentido contrario al mío hasta detenerse junto a la misma escalinata en la que Bea y yo habíamos tenido nuestro segundo encuentro.

Mi calentura empezaba a ser tal que estaba dispuesto a hacerme cuatro largos de piscina, si era necesario, con tal de lograr mi propósito. Afortunadamente no fue preciso llegar a tanto sacrificio, pues Luci ya no siguió con el juego de las huidas y persecuciones y aguardó, sin moverse del sitio, a que yo llegara a su lado.

Fue un momento algo tenso el que siguió. No vi ninguna predisposición por su parte y eso me desmarcó un poco. Era la primera vez que me enfrentaba a una situación semejante y mi valor flaqueó en el momento en que más lo necesitaba.

—¿Por qué no te gustó la primera vez? —traté de encubrir mi indecisión.

—Sólo sentí dolor. No se pareció en nada a lo que el otro día vi cuando Bea y tú lo estabais haciendo en este mismo lugar.

A pesar de que ella era tres años mayor, yo era más alto, más fuerte y, aparentemente, más maduro en aquellos asuntos. En mi fuero interno la consideraba como de menor edad y sentí que toda la responsabilidad pesaba sobre mis espaldas, que yo sería el único culpable del éxito o el fracaso. Y eso me causó una honda preocupación. En los últimos días había ido aprendiendo a encariñarme de ella y no quería defraudarla por nada del mundo. Su expresión, entre timorata y recelosa, no contribuía precisamente a ayudarme.

—Si no deseas hacerlo, lo dejamos.

—No deseo hacerlo, pero tampoco deseo dejar de hacerlo... No es nada nuevo en mí... Mi madre suele decir que soy una niña estúpida que nunca sabe lo que quiere... Y tiene razón... Estoy muy nerviosa... Sé que no me va a pasar nada malo y, sin embargo, tengo miedo...

Pensé que lo mejor sería posponerlo para otro día, pero también pensé a continuación que lo más probable es que otro día nos encontráramos en la misma situación y la espera no habría servido de nada.

—¿Qué te parece si nos vamos al salón? —propuse. Un polvo acuático con Luci en aquellas circunstancias no me parecía lo más acertado.

—¿No quieres que lo hagamos aquí?

—Creo que no resultaría.

—En tal caso, ¿no será mejor que vayamos a mi cuarto?

—Como prefieras.

No quise perder la excelente ocasión que se me presentaba de atizar un poco el fuego y, en lugar de recurrir al típico y aburrido albornoz, le propuse secarnos el uno al otro con una toalla. Cuando aceptó, mi erección, que ya había decaído bastante, volvió de nuevo a revitalizarse.

Aunque la tela era algo grosera, sentir bajo ella la molicie de sus senos o la curvatura de su vulva fueron emociones no aptas para cardiacos. Luci parecía divagar mientras mis manos, siempre al otro lado de la burda tela, recorrían sus zonas más sensibles, secando escrupulosamente hasta el último rincón. Fue inevitable que se unieran nuestras bocas, que nuestros labios se apretaran, que nuestras lenguas se entrelazaran y que, ya sin toalla por medio, nuestros cuerpos se fundieran en un abrazo y mi polla buscara el palpitar de su sexo, abriéndose paso entre sus piernas.

No recordaba haber probado antes nada tan dulce como los besos de Luci, ni siquiera los de mi querida Dori. Había en ellos algo diferente que despertaba un tipo distinto de sentimientos. O tal vez era que aquella mezcla de cortedad y osadía que percibía en ella obraba en mí esta sensación. La notaba nerviosa, casi temblorosa y como forzada, pero empeñada en disimularlo, lo que la convertía en más deseable. Por fin me sentía más maestro que discípulo, dominador de la situación, y eso daba alas a mi ego.

—Será mejor que terminemos de secarnos —interrumpí aquella primera aproximación.

Hice ademán de coger la toalla del suelo, pero ella se me adelantó.

—Ahora me toca a mí —dijo.

Toda la decisión que mostró en secarme de cintura para arriba, se convirtió en indecisión al llegar al puntero que fatídicamente señalaba hacia ella.

—Aunque lo veas que parece furioso —bromeé—, te aseguro que es muy pacífico y nunca ha mordido a nadie.

Con una sonrisa de compromiso, Luci le echó valor a la cosa y empuñó mi verga con el mayor de los cuidados, como si de algo tremendamente frágil se tratara.

—Es la primera que toco —confesó cabizbaja.

—¿Y la segunda que te va a tocar?

—Ya me ha tocado, ¿no?

—No me refiero a esa clase de toques.

—Ya sé a qué clase de toque te refieres.

—¿Y?

Luci titubeó unos instantes antes de responder:

—Sí; será la segunda.

La volví a besar y, consciente o inconscientemente, dejó resbalar la toalla al suelo y ya su mano quedó en contacto directo con mi pene, insinuando una leve caricia que, poco a poco, se fue haciendo más ostensible y extensa.

Urgía marchar cuanto antes al dormitorio; pero antes, conociendo ya el sitio, tomé un preservativo de la taquilla en que sabía se guardaban.

El dormitorio en cuestión era descomunal como todo en la casa, con un predominio del rosa pálido que se me antojo un tanto cursi y empalagoso. Mi atención se fijo más, sin embargo, en la amplia y confortable cama.

Dejé que Luci se pusiera cómoda y luego me eché a su lado. Una vez más volví a degustar el néctar de su boca, pero ahora también mi mano entró en acción, sin prisas pero sin pausa, deambulando tiernamente por su mejilla, por su cuello, por su hombro... Parada obligada al llegar a sus senos, acariciando sus contornos, abarcándolos después uno a uno... Luci que empezaba a mostrar una respiración más agitada, los pezones que comenzaban su sensitivo despliegue...

Y de nuevo la mano en movimiento con rumbo bien conocido... lenta, inexorable... descendiendo por el aplanado vientre, sobrevolando el dorado y discreto piercing de su ombligo, perfilando la curva deliciosa de su pelvis, remontando el delta venusiano... la seda del interior de sus muslos...

Luci que se encoge y jadea... Luci que parece querer tragarse mi lengua... Luci que mordisquea mis labios y eleva su pubis, clamando porque mi mano deje de vagabundear por los alrededores y se centre de una vez en una vagina humedecida y sedienta de caricias...

Y mi mano, displicente, que se entretiene en sus ingles, rozando solo de forma tenue los límites de sus labios mayores... Luci que gime, que suplica con la mirada por entre sus entornados párpados... Mi mano que se desliza perezosa por el suave tapiz de su vello púbico... Que sigue, que no sigue, que se para, que parece que se mueve...

Luci que gimotea, que se desespera, que atrapa mi mano con la suya y pone fin a su tormento aplastándomela contra su vagina, incitándome a frotársela... Luci que toma mi verga y empieza a masturbarme... Luci que arde... Luci que quiere más... Luci que lo quiere todo...

Mi índice ya se sepulta en su grieta, ya sondea en su vagina, ya busca la cresta de su clítoris, ya frota, ya oprime, ya afloja... Otro dedo se le une y un tercero... Dos apartan su prepucio y del medio que sigue friccionando, empujando, acariciando...

Luci asaltada por mil picores... Se encoge, se estira, se dobla, se tensa... Se agita, se estremece... Quiere decir algo pero sólo le sale un pequeño gruñido... Mi boca sigue dueña de su boca y su lengua es más mía que suya... No puede hablar; sólo, a duras penas, gruñir...

Luci que se inflama... Luci que parece agonizar, que revive de súbito y que explota entre convulsiones y jadeos asfixiantes.

Llega mi turno. Mi polla está también a punto de reventar y el preservativo casi se queda chico para envolver tanto calibre. Luci se muestra poco mañosa y tengo que socorrerla para que el guante quede bien ajustado. O Luci es hipersensible o el segundo orgasmo le llega por simpatía, al simple roce de mi glande con su introito.

La penetro con suavidad, a la espera de algún posible obstáculo que definitivamente no encuentro... Ya estoy por completo dentro de ella... Balanceo media docena de veces y me tomo un respiro porque siento próxima mi eyaculación... No quiero precipitarme; quiero saborear al máximo el trance en que Luci está sumida... Ni ella puede ser más mía ni yo puedo ser más suyo...

Luci se impacienta... Mi quietud la exaspera y la suple con sus propios movimientos... Un nuevo aluvión de placer sacude su cuerpo y con el suyo arrastra el mío, que no puede contenerse más tiempo...

Quedamos abrazados y abrasados por un calor que parece querer fundirnos a ambos. Nos miramos y ella sonríe tenuemente.

—Esta vez sí me ha gustado... mucho... Ha sido tan diferente...

—¿Querrás repetirlo algún día?

—Querré repetirlo siempre que tú quieras.

Fuera empezaba a oscurecer. Dentro de mí todo era luz y alegría. Luci era lo más sublime que me había ocurrido. Al abandonar la Mansión sentí como si abandonara un paraíso. Pero sus puertas seguían abiertas...

SIGUIENTE RELATO
http://www.poringa.net/posts/relatos/2601164/Una-peculiar-familia-12.html


1 comentarios - Una peculiar familia 11