Eva empieza a perder la cordura y es presa de su imaginación al sentirse deseada por su hijo...
Al medio día, cuando Pedro regresó de clase y le dio, como siempre, un beso en la mejilla, Eva se estremeció. Se dio la vuelta y siguió preparando la comida.
"¿Me estará mirando? Seguro que me estará mirando. Tendrá sus ojos clavados en mi culo"
Eva se ruborizó ligeramente. Ahora sabía lo que él pensaba de ella. Ahora se sentiría siempre observada.
Durante la comida sus miradas coincidieron varias veces. Ella la apartaba con rapidez.
-¿Cómo empieza el curso, Pedrito? - preguntó su padre.
-Muy bien papá.
-Si te sale tan bien como el curso pasado, tendrás lo que te prometí.
-Gracias papá - respondió contento.
Lo prometido era una moto. Así no tendría que ir en autobús a la facultad. Sabía que a su madre no le gustaba la idea de la moto, pero un coche era demasiado caro.
Por la tarde Eva se quedó sola en la casa. Como cada tarde, veía la tele en el salón. Pero no tenía la mente allí. Miraba la pantalla sin verla. Pensaba en Pedro. En lo que había leído. Tenía una extraña sensación en el cuerpo. Una sensación que sólo había tenido otra vez en su vida. Antes de casarse, cuando empezó a tener relaciones sexuales con su novio. Cuando pensar en él la excitaba. Cuando sólo deseaba estar con él, besarlo, ser besada, ser acariciada...ser... follada.
Esa pasión, esa mezcla de amor, deseo y lujuria ya había pasado. El tiempo la fue diluyendo poco a poco hasta hacerla desaparecer. Hasta que la lectura del diario de Pedro la había hecho reaparecer.
La primera vez que la sintió fue algo hermoso. Nació el amor, el matrimonio. Un hijo. Esta segunda vez era algo... impensable. Algo que tenía que desterrar de su mente.
En la pantalla se sucedían imágenes sin sentido. Su mente la empujaba al cuarto de Pedro. Al diario.
Sonó el teléfono y dio un respingo. Se levantó. Reconoció el teléfono. Era su amiga Rosa.
-Hola Rosa.
-Hola Evita. ¿Qué haces?
-Nada, ver la tele.
-Bah, y yo. No hay nada interesante. ¿Vamos a dar una vuelta?
-Ay, sí. Necesito despejarme un poco.
-Vale. Nos vemos donde siempre.
A la media hora las dos amigas estaban sentadas en una cafería.
-¿Qué te pasa, Eva?
-Nada. ¿Por?
-Estás muy callada. Estás en otro sitio.
-No me pasa nada, de verdad.
Rosa se acercó a Eva y le susurró:
-Aquellos dos chavales no nos quitan el ojo de encima.
Eva miró con disimulo. Eran dos chicos, de la edad de su hijo, más o menos.
-No seas tonta, Rosa.
-Que sí, mujer. Uf, quien pillara a un yogurín de esos. Seguro que me quitaba las telarañas del coño.
-Jajaja Rosa, pero que brutita eres.
-Evita, no sabes las ganas que tengo de echar un buen polvo. Y seguro que con un jovencito de esos haría maravillas.
-¿Es que tu marido no te atiende como es debido?
-¿Acaso el tu yo sí?
Eva desvió la mirada.
-Umm, ya veo que estás igual que yo, Evita.
-No todo es culpa suya. Ya no soy una jovencita. Me hago vieja.
-¡Toma coño! Ni ellos tampoco son unos pimpollos. Ya tienen barriguita y las cabezas se les empiezan a pelar. Seguro que se les van los ojos detrás de las jovencitas.
-Seguro.
-Pues a mí se me van detrás de los jovencitos.
-¿Serías capaz de ponerle los cuernos a Rodolfo?
-No sé. Pero si uno de esos de la mesa de al lado me lo propone, creo que sí.
-Yo no sería capaz. ¿De verdad piensas que un chico como ese se sentiría atraído por alguien de nuestra edad?
-He oído que hay muchos jóvenes a los que les atraen mucho las maduritas.
Eva se estremeció al recordar las cosas que su hijo había escrito sobre ella.
-¿Otra vez con la mirada pedida, Eva?
-¿Eh?
-Ummm, ¿No tendrás tú algún rollito y me lo estás ocultando?
-No, no. Claro que no.
-Evita. Te conozco como si te hubiese parido. Cuenta, cuenta. ¿Quién es él? ¿Lo conozco? ¿Qué edad tiene? ¿Está bueno? ¿Tiene una buena polla?
-Ay, que boba eres. No hay nadie, mujer.
-No te lo voy a quitar. Podríamos... compartirlo. Jajaja.
Rosa la miró con los ojos entornados. Eva trató de disimular.
-Ya me enteraré.
Eva cambió de conversación. Empezaron a criticar a las amigas que no estaban presentes. Siempre es divertido poner verde a quien no está delante. A más de una le pitaron los oídos esa tarde, seguro.
Cuando cerca de las ocho de la tarde se despidieron, Rosa insistió.
-¿Y quién es él?
-Pesada. No hay nadie, coño.
-¿A qué dedica el tiempo libreeeeeeeee? - añadió Rosa tatareando la canción de Perales.
-Jajaja. Capulla. Adiós. Se buena.
Cuando Eva llegó a su casa Pedro estaba viendo la tele.
-Hola mami. ¿De paseo?
-Sí, me tomé un café con Rosa.
-Seguro que pusieron verde a más de una.
-Jajajaja, sí. Y a más de uno también.
-Uf, dos mujeres juntas son un peligro.
-¿Me ayudas con la cena?
-Claro mamá.
Entre los dos prepararon la cena.
"¿Me estará mirando?", pensaba Eva, sin atreverse a mirar a Pedro.
"Ya basta. No sigas. Déjalo ya. Es tu hijo, por el amor de dios", pensó. Pero al instante siguiente, en su cabeza resonó: "Me estaba corriendo dentro de ella. Y ella se corría conmigo mientras el agua caía sobre nosotros".
Cenó sin levantar la vista, respondiendo automáticamente las preguntas de su marido y de Pedro.
Horas después, Eva estaba acostada en su cama. No se podía sacar a las palabras de Pedro de la cabeza. No podía evitar sentirse excitada. Por mucho que se lo negase a sí misma, sus pezones duros y sensibles se lo recodaban a cada instante. La humedad de su coño era como un puñetazo contra su voluntad.
No podía dormir. Necesita desahogo. Necesitaba placer. Pensó en darse la vuelta, pegarse a su marido. Acariciarle. Antes, bastaba eso para que él se diera la vuelta y le clavara su dura polla hasta el fondo de su coño y no dejase de follarla hasta hacerla correr con intensidad.
Recordó la última vez que lo intentó. Estaba excitada. Se pegó él, llevó su mano hacia la polla y se la empezó a sobar. Él le apartó la mano.
-Estoy cansado - dijo, secamente.
Eva retiró la mano, se dio la vuelta y nunca más lo volvió a intentar.
Ahora necesita sexo. Los suaves ronquidos de su marido le hicieron desistir de intentar nada con él. No quería recibir otro rechazo. Su mano derecha bajó por su cuerpo, se metió por dentro de su pijama y por debajo de las bragas. Giró la cabeza contra la almohada para ahogar sus gemidos de placer.
Estaba muy mojada. Recorrió la rajita de su coño con las yemas de sus dedos, se frotó con suavidad el inflamado clítoris. El placer la inundó. Necesitaba un orgasmo que liberara la tensión acumulada en su cuerpo. Deseaba correrse sin tener a Pedro en su mente. Luchó con todas sus fuerzas por pensar en otras cosas, en otros hombres, pero su mente volvía una y otra vez hacia su hijo.
Dejó de tocarse. No quería correrse así, pensando en él. No podía.
Su corazón dio un latido. Lo sintió en la sien. Lo sintió entre las piernas. Estaba tan caliente, tan excitada, que casi sentía dolor. Y se rindió. Perdió la batalla. No podía luchar contra el deseo.
Su mano volvió hasta su coño. Se frotó con intensidad y se corrió como hacía años que no lo hacía. Mordiendo la almohada para no gritar. Con cada fibra de su cuerpo en tensión. Con intensos espasmos que hicieron mover toda la cama a pesar de sus esfuerzos por que su marido no se diera cuenta de nada.
Y se corrió con una imagen en su cabeza. Pedro, su hijo, la miraba a los ojos. Su polla clavada hasta lo más profundo de su coño. Y el calor de su leche llenándola por dentro.
Se quedó varios minutos jadeando, con el cuerpo perlado de sudor.
Se acababa de correr pensando en su hijo, imaginando como él se corría con ella, dentro de ella.
"Es sólo una fantasía. Juegos de mi mente. Nunca se harán realidad."
Se convenció a si misma de que mientras todo quedase así, sólo dentro de su cabeza, no era tan horrible. Que así lograría no sentirse tan sucia. No podía controlar lo que su cabeza pensaba. Pero sí podía controlar lo que su cuerpo hacía.
Continuará....
Al medio día, cuando Pedro regresó de clase y le dio, como siempre, un beso en la mejilla, Eva se estremeció. Se dio la vuelta y siguió preparando la comida.
"¿Me estará mirando? Seguro que me estará mirando. Tendrá sus ojos clavados en mi culo"
Eva se ruborizó ligeramente. Ahora sabía lo que él pensaba de ella. Ahora se sentiría siempre observada.
Durante la comida sus miradas coincidieron varias veces. Ella la apartaba con rapidez.
-¿Cómo empieza el curso, Pedrito? - preguntó su padre.
-Muy bien papá.
-Si te sale tan bien como el curso pasado, tendrás lo que te prometí.
-Gracias papá - respondió contento.
Lo prometido era una moto. Así no tendría que ir en autobús a la facultad. Sabía que a su madre no le gustaba la idea de la moto, pero un coche era demasiado caro.
Por la tarde Eva se quedó sola en la casa. Como cada tarde, veía la tele en el salón. Pero no tenía la mente allí. Miraba la pantalla sin verla. Pensaba en Pedro. En lo que había leído. Tenía una extraña sensación en el cuerpo. Una sensación que sólo había tenido otra vez en su vida. Antes de casarse, cuando empezó a tener relaciones sexuales con su novio. Cuando pensar en él la excitaba. Cuando sólo deseaba estar con él, besarlo, ser besada, ser acariciada...ser... follada.
Esa pasión, esa mezcla de amor, deseo y lujuria ya había pasado. El tiempo la fue diluyendo poco a poco hasta hacerla desaparecer. Hasta que la lectura del diario de Pedro la había hecho reaparecer.
La primera vez que la sintió fue algo hermoso. Nació el amor, el matrimonio. Un hijo. Esta segunda vez era algo... impensable. Algo que tenía que desterrar de su mente.
En la pantalla se sucedían imágenes sin sentido. Su mente la empujaba al cuarto de Pedro. Al diario.
Sonó el teléfono y dio un respingo. Se levantó. Reconoció el teléfono. Era su amiga Rosa.
-Hola Rosa.
-Hola Evita. ¿Qué haces?
-Nada, ver la tele.
-Bah, y yo. No hay nada interesante. ¿Vamos a dar una vuelta?
-Ay, sí. Necesito despejarme un poco.
-Vale. Nos vemos donde siempre.
A la media hora las dos amigas estaban sentadas en una cafería.
-¿Qué te pasa, Eva?
-Nada. ¿Por?
-Estás muy callada. Estás en otro sitio.
-No me pasa nada, de verdad.
Rosa se acercó a Eva y le susurró:
-Aquellos dos chavales no nos quitan el ojo de encima.
Eva miró con disimulo. Eran dos chicos, de la edad de su hijo, más o menos.
-No seas tonta, Rosa.
-Que sí, mujer. Uf, quien pillara a un yogurín de esos. Seguro que me quitaba las telarañas del coño.
-Jajaja Rosa, pero que brutita eres.
-Evita, no sabes las ganas que tengo de echar un buen polvo. Y seguro que con un jovencito de esos haría maravillas.
-¿Es que tu marido no te atiende como es debido?
-¿Acaso el tu yo sí?
Eva desvió la mirada.
-Umm, ya veo que estás igual que yo, Evita.
-No todo es culpa suya. Ya no soy una jovencita. Me hago vieja.
-¡Toma coño! Ni ellos tampoco son unos pimpollos. Ya tienen barriguita y las cabezas se les empiezan a pelar. Seguro que se les van los ojos detrás de las jovencitas.
-Seguro.
-Pues a mí se me van detrás de los jovencitos.
-¿Serías capaz de ponerle los cuernos a Rodolfo?
-No sé. Pero si uno de esos de la mesa de al lado me lo propone, creo que sí.
-Yo no sería capaz. ¿De verdad piensas que un chico como ese se sentiría atraído por alguien de nuestra edad?
-He oído que hay muchos jóvenes a los que les atraen mucho las maduritas.
Eva se estremeció al recordar las cosas que su hijo había escrito sobre ella.
-¿Otra vez con la mirada pedida, Eva?
-¿Eh?
-Ummm, ¿No tendrás tú algún rollito y me lo estás ocultando?
-No, no. Claro que no.
-Evita. Te conozco como si te hubiese parido. Cuenta, cuenta. ¿Quién es él? ¿Lo conozco? ¿Qué edad tiene? ¿Está bueno? ¿Tiene una buena polla?
-Ay, que boba eres. No hay nadie, mujer.
-No te lo voy a quitar. Podríamos... compartirlo. Jajaja.
Rosa la miró con los ojos entornados. Eva trató de disimular.
-Ya me enteraré.
Eva cambió de conversación. Empezaron a criticar a las amigas que no estaban presentes. Siempre es divertido poner verde a quien no está delante. A más de una le pitaron los oídos esa tarde, seguro.
Cuando cerca de las ocho de la tarde se despidieron, Rosa insistió.
-¿Y quién es él?
-Pesada. No hay nadie, coño.
-¿A qué dedica el tiempo libreeeeeeeee? - añadió Rosa tatareando la canción de Perales.
-Jajaja. Capulla. Adiós. Se buena.
Cuando Eva llegó a su casa Pedro estaba viendo la tele.
-Hola mami. ¿De paseo?
-Sí, me tomé un café con Rosa.
-Seguro que pusieron verde a más de una.
-Jajajaja, sí. Y a más de uno también.
-Uf, dos mujeres juntas son un peligro.
-¿Me ayudas con la cena?
-Claro mamá.
Entre los dos prepararon la cena.
"¿Me estará mirando?", pensaba Eva, sin atreverse a mirar a Pedro.
"Ya basta. No sigas. Déjalo ya. Es tu hijo, por el amor de dios", pensó. Pero al instante siguiente, en su cabeza resonó: "Me estaba corriendo dentro de ella. Y ella se corría conmigo mientras el agua caía sobre nosotros".
Cenó sin levantar la vista, respondiendo automáticamente las preguntas de su marido y de Pedro.
Horas después, Eva estaba acostada en su cama. No se podía sacar a las palabras de Pedro de la cabeza. No podía evitar sentirse excitada. Por mucho que se lo negase a sí misma, sus pezones duros y sensibles se lo recodaban a cada instante. La humedad de su coño era como un puñetazo contra su voluntad.
No podía dormir. Necesita desahogo. Necesitaba placer. Pensó en darse la vuelta, pegarse a su marido. Acariciarle. Antes, bastaba eso para que él se diera la vuelta y le clavara su dura polla hasta el fondo de su coño y no dejase de follarla hasta hacerla correr con intensidad.
Recordó la última vez que lo intentó. Estaba excitada. Se pegó él, llevó su mano hacia la polla y se la empezó a sobar. Él le apartó la mano.
-Estoy cansado - dijo, secamente.
Eva retiró la mano, se dio la vuelta y nunca más lo volvió a intentar.
Ahora necesita sexo. Los suaves ronquidos de su marido le hicieron desistir de intentar nada con él. No quería recibir otro rechazo. Su mano derecha bajó por su cuerpo, se metió por dentro de su pijama y por debajo de las bragas. Giró la cabeza contra la almohada para ahogar sus gemidos de placer.
Estaba muy mojada. Recorrió la rajita de su coño con las yemas de sus dedos, se frotó con suavidad el inflamado clítoris. El placer la inundó. Necesitaba un orgasmo que liberara la tensión acumulada en su cuerpo. Deseaba correrse sin tener a Pedro en su mente. Luchó con todas sus fuerzas por pensar en otras cosas, en otros hombres, pero su mente volvía una y otra vez hacia su hijo.
Dejó de tocarse. No quería correrse así, pensando en él. No podía.
Su corazón dio un latido. Lo sintió en la sien. Lo sintió entre las piernas. Estaba tan caliente, tan excitada, que casi sentía dolor. Y se rindió. Perdió la batalla. No podía luchar contra el deseo.
Su mano volvió hasta su coño. Se frotó con intensidad y se corrió como hacía años que no lo hacía. Mordiendo la almohada para no gritar. Con cada fibra de su cuerpo en tensión. Con intensos espasmos que hicieron mover toda la cama a pesar de sus esfuerzos por que su marido no se diera cuenta de nada.
Y se corrió con una imagen en su cabeza. Pedro, su hijo, la miraba a los ojos. Su polla clavada hasta lo más profundo de su coño. Y el calor de su leche llenándola por dentro.
Se quedó varios minutos jadeando, con el cuerpo perlado de sudor.
Se acababa de correr pensando en su hijo, imaginando como él se corría con ella, dentro de ella.
"Es sólo una fantasía. Juegos de mi mente. Nunca se harán realidad."
Se convenció a si misma de que mientras todo quedase así, sólo dentro de su cabeza, no era tan horrible. Que así lograría no sentirse tan sucia. No podía controlar lo que su cabeza pensaba. Pero sí podía controlar lo que su cuerpo hacía.
Continuará....
2 comentarios - Deseo de hijo, deseo de madre: El diario (Parte 2)