Querida comunidad, estoy inmensamente agradecido (y sorprendido) del recibimiento que tuvo mi primer relato. Pensé que pasaría mucho tiempo hasta que escribiera la segunda parte final, o que simplemente nunca la escribiría. Pero el aliento que me dieron sus comentarios, sus favoritos, las sugerencias y observaciones, los puntillos que algunos han dejado, y que se agradecen muchísimo, me animaron con ansiedad a continuar la historia. Ya tengo pensado escribir la siguiente, así que quería preguntarles si el estilo narrativo les gustó, si les pareció rebuscado, si las gustan las descripciones, las palabras usadas, en fin, uno escribe para ustedes y trata de que lo que lean sea de su agrado, así que algunas sugerencias o críticas en esos aspectos vendrían muy bien. Sin más vueltas, los dejo con la segunda y última parte. Saludos y muchísimas gracias a todos!
La puse violentamente de espaldas a la pared, mis manos abrieron sus nalguitas de algodón, y aquella rosada estrellita volvió a aparecer invitando a mi lengua, que pronto pareció cobrar una consciencia propia, una voluntad propia. Enloquecida saboreó su asterisco, lo contorneó, luchó en su caliente humedad por hundirse, por habitar aquel estrecho agujerito, ayudándose en la tarea con el cristalino fluido de su vecina cercana. Tanteé la mesita del velador y busqué dos sobrecitos que abrí con los dientes. Los dos oleosos chorritos cayeron lentamente en su pequeño jazmín rosado, mis dedos lo esparcieron, y pronto el meñique intentó filtrarse, esperando el leve empujoncito que manifestara la hospitalidad de su anfitrión. Agostina arqueó la espalda y ayudó presionando contra el dedo que, tímido, aún se encontraba en las puertas de su culito. Un suspiro ahogado acompañó el movimiento de sus piernas que por un segundo parecieron vencerse en un espasmo involuntario. Ponto mi meñique se abrigó en el calor de ese recinto jamás habitado. Una vez cómodo y a gusto, un segundo lo acompañó. Los gemidos apenas contenidos de Agos, sus dedos crispados casi arañando la pared, sus ojos idos, sus piernas temblando, el maullido de su gata que volvió a distraerme mirándome extrañada desde el respaldo del sofá donde comenzara todo, mi verga palpitante que con eventuales gotas traslucidas imploraba ansiosa sumarse a aquél festín y experimentar por vez primera el placer del sagrado anillo de los dioses.
No seguro aún, decidí intentar con un tercer dedo, que su culito esforzado pero bien dispuesto, se esmeró en albergar. Busqué más sobrecitos entre los que habían caído al piso en mi apresurada búsqueda anterior, y nuevamente los esparcí en su ya algo dilatado agujerito, al tiempo que alternaba con mi lengua.
-¡La quiero ya! ¡Dámela ya!- La escuché rogar con una voz de puta que hizo retozar en cabeceos a mi verga agradecida.
Abrí sus nalguitas, volví a zambullirme en una última lamida, me incorporé y antes de otra dosis de lubricante, desde lo alto, como haciendo puntería, dejé caer un abundante hilo de baba que quizás, por la suerte de principiante, fue a dar exacto en aquella diana rosada. No sé si las cualidades lubricantes de mi saliva competirían con la de los sobrecitos, pero siempre quise hacerlo.
Su delicada manito blanca, buscó mi verga que entonces tenía ya la ansiedad desbocada de un pura sangre esperando la apertura de las gateras. La ayudé a apoyar la cabeza en su agujerito y esta, al sentir su calor, dejó escapar otra gota. Jugó en su culito, frotándose, latiendo. Podía sentir la sangre luchando por llenarla aún más. Presioné muy levemente, y dejé que fuese ella quien lentamente la introdujera, empujándose contra la enorme cabeza de toro que babeaba sintiendo su carne.
Pronto mi verga quedó acogotada por el cuello, al tiempo que Agos continuaba en su lento empujar. Milímetro a milímetro, el grueso tótem fue perdiéndose en su interior. Lo hacía muy lentamente, como si quisiera escanear sensitivamente cada detalle de la topografía de mi verga, cada retorcida curva de la red de gruesas venas que cubrían esa colosal pija.
Increíblemente mi pubis hizo tope en aquel culito de un blanco inmaculado. La fiebre de su interior parecía quemarme la verga. Por un segundo me quedé contemplando aquella imagen, como quien saca una foto mental de un paisaje que atesorará por el resto de su vida. Su anillito ciñéndose alrededor de mi miembro que ya la llenaba por completo.
-No sé como hiciste, pero ya la tenés toda adentro putita- Le dije sin despegar la vista de su anillito.
Mi mano izquierda buscó su cuello y lo aprisionó de forma firme pero delicada. La derecha bajó por su pancita y buscó su conchita empapándose en jugos. Mi boca encontró su oído, y comencé a moverme muy despacio, conteniendo las ganas de arremeter contra su frágil anatomía como un animal. Seguí apretando su cuellito, babeando ya su cuello, su oreja derecha, saboreando su piel de la forma más primitiva. Mi mano derecha subió hasta su boca, y sus labios saborearon su propio sabor a hembra. La tomé por el cabello, mi brazo y mano derecha rodeó su pancita, aferrándose fuerte por su cadera izquierda, y entonces si ese deseo bestial de romperla, se hizo irreprimible. Un primer bombazo furioso hizo que Agos se arqueara, se retorciera soltando un grito que ya a esa altura a ninguno nos importaba que se escuchara en todo el edificio, o en la misma cuadra entera.
-¡¡Rompéme toda hijo de putaaaa!! – Gritó Agostina con un placer furioso.
Mis manos estribaron rápidamente en sus caderas pequeñas y bien definidas, enterrándose en su carne, sintiendo sus huesos. Luego de un par de arremetidas, y siempre con la verga enteramente adentro, maniobramos de forma torpe para terminar en la alfombra. Entonces todo rastro de humanidad nos abandonó por completo, fuimos animales, bestias enloquecidas. Mis huevos se estrellaban rápidos y contundentes contra sus muslitos empapados en su néctar. Le amordacé la boca con una mano y enterré mi verga en ella como si intentara atravesarla, matarla, literalmente, de una forma en la que jamás me había reconocido, como un león que se ciega apresando a una frágil gacela, sintiendo sus últimos mugidos, su respiración entrecortada y ahogada. Como flashes en mi cabeza, se alternaban las ideas de llenarle los intestinos de leche, o formar un gran lago caliente en el cuenco alargado de su espalda. O hasta quizás verla atragantarse en borbotones cuando mi pija explotara en su boquita, sosteniendo fuertemente su cabeza para que se la tragara lo más posible, con esa mezcla de baba y leche goteándome en los pies. Liberé su boca y le pregunté:
-¿¡Dónde la querés putita!?
-¡La quiero en la carita! ¡Enchastráme toda carita en guasca hijo de puta! Pero antes dejáme pajearla un poco…
Con algo de dificultad saqué mi verga de su culito que parecía resistirse a su ausencia con cierto efecto de succión, como de un leve vacío. Sus dos manitos se esforzaron por acaparar el grosor de esa gruesa poronga que apenas cabía en ellas. Me pajeó furiosa un momento, y busqué presuroso su carita, su boca bien abierta, su lengua afuera con una mueca como de esfuerzo. Seis o siete largos chorros de leche, se estrellaron contra su carita, con una fuerza que dio la sensación de que le provocarían pequeños moretones al día siguiente, pequeñas manchitas verdes contrastando en el fondo pálido de su rostro. La espesa y caliente guasca casi la ahoga, enchastrándola completamente, cayendo en gelatinosos hilos hasta las tetitas en punta que ella se encargó de embadurnar con sus manitos. Su boquita buscó mi pija todavía latiendo, y la limpió completamente lamiendo y succionando con fuerza la cabezota, como si no quisiera dejar en mis huevos la menor reserva de leche.
Buscó mis jeans y del bolsillo sacó un paquete aplastado de puchos. Caminó así, desnuda hasta el balcón tomándome de la mano, y luego de reírnos a carcajadas sintiendo el viento frío que llegaba del río cercano a unas cuadras, comenzamos a besarnos dulcemente de nuevo, pero eso amigos, eso es otra historia…
Primera parte: http://www.poringa.net/posts/relatos/2590599/Agostina-mi-vecina-del-2-B.html
La puse violentamente de espaldas a la pared, mis manos abrieron sus nalguitas de algodón, y aquella rosada estrellita volvió a aparecer invitando a mi lengua, que pronto pareció cobrar una consciencia propia, una voluntad propia. Enloquecida saboreó su asterisco, lo contorneó, luchó en su caliente humedad por hundirse, por habitar aquel estrecho agujerito, ayudándose en la tarea con el cristalino fluido de su vecina cercana. Tanteé la mesita del velador y busqué dos sobrecitos que abrí con los dientes. Los dos oleosos chorritos cayeron lentamente en su pequeño jazmín rosado, mis dedos lo esparcieron, y pronto el meñique intentó filtrarse, esperando el leve empujoncito que manifestara la hospitalidad de su anfitrión. Agostina arqueó la espalda y ayudó presionando contra el dedo que, tímido, aún se encontraba en las puertas de su culito. Un suspiro ahogado acompañó el movimiento de sus piernas que por un segundo parecieron vencerse en un espasmo involuntario. Ponto mi meñique se abrigó en el calor de ese recinto jamás habitado. Una vez cómodo y a gusto, un segundo lo acompañó. Los gemidos apenas contenidos de Agos, sus dedos crispados casi arañando la pared, sus ojos idos, sus piernas temblando, el maullido de su gata que volvió a distraerme mirándome extrañada desde el respaldo del sofá donde comenzara todo, mi verga palpitante que con eventuales gotas traslucidas imploraba ansiosa sumarse a aquél festín y experimentar por vez primera el placer del sagrado anillo de los dioses.
No seguro aún, decidí intentar con un tercer dedo, que su culito esforzado pero bien dispuesto, se esmeró en albergar. Busqué más sobrecitos entre los que habían caído al piso en mi apresurada búsqueda anterior, y nuevamente los esparcí en su ya algo dilatado agujerito, al tiempo que alternaba con mi lengua.
-¡La quiero ya! ¡Dámela ya!- La escuché rogar con una voz de puta que hizo retozar en cabeceos a mi verga agradecida.
Abrí sus nalguitas, volví a zambullirme en una última lamida, me incorporé y antes de otra dosis de lubricante, desde lo alto, como haciendo puntería, dejé caer un abundante hilo de baba que quizás, por la suerte de principiante, fue a dar exacto en aquella diana rosada. No sé si las cualidades lubricantes de mi saliva competirían con la de los sobrecitos, pero siempre quise hacerlo.
Su delicada manito blanca, buscó mi verga que entonces tenía ya la ansiedad desbocada de un pura sangre esperando la apertura de las gateras. La ayudé a apoyar la cabeza en su agujerito y esta, al sentir su calor, dejó escapar otra gota. Jugó en su culito, frotándose, latiendo. Podía sentir la sangre luchando por llenarla aún más. Presioné muy levemente, y dejé que fuese ella quien lentamente la introdujera, empujándose contra la enorme cabeza de toro que babeaba sintiendo su carne.
Pronto mi verga quedó acogotada por el cuello, al tiempo que Agos continuaba en su lento empujar. Milímetro a milímetro, el grueso tótem fue perdiéndose en su interior. Lo hacía muy lentamente, como si quisiera escanear sensitivamente cada detalle de la topografía de mi verga, cada retorcida curva de la red de gruesas venas que cubrían esa colosal pija.
Increíblemente mi pubis hizo tope en aquel culito de un blanco inmaculado. La fiebre de su interior parecía quemarme la verga. Por un segundo me quedé contemplando aquella imagen, como quien saca una foto mental de un paisaje que atesorará por el resto de su vida. Su anillito ciñéndose alrededor de mi miembro que ya la llenaba por completo.
-No sé como hiciste, pero ya la tenés toda adentro putita- Le dije sin despegar la vista de su anillito.
Mi mano izquierda buscó su cuello y lo aprisionó de forma firme pero delicada. La derecha bajó por su pancita y buscó su conchita empapándose en jugos. Mi boca encontró su oído, y comencé a moverme muy despacio, conteniendo las ganas de arremeter contra su frágil anatomía como un animal. Seguí apretando su cuellito, babeando ya su cuello, su oreja derecha, saboreando su piel de la forma más primitiva. Mi mano derecha subió hasta su boca, y sus labios saborearon su propio sabor a hembra. La tomé por el cabello, mi brazo y mano derecha rodeó su pancita, aferrándose fuerte por su cadera izquierda, y entonces si ese deseo bestial de romperla, se hizo irreprimible. Un primer bombazo furioso hizo que Agos se arqueara, se retorciera soltando un grito que ya a esa altura a ninguno nos importaba que se escuchara en todo el edificio, o en la misma cuadra entera.
-¡¡Rompéme toda hijo de putaaaa!! – Gritó Agostina con un placer furioso.
Mis manos estribaron rápidamente en sus caderas pequeñas y bien definidas, enterrándose en su carne, sintiendo sus huesos. Luego de un par de arremetidas, y siempre con la verga enteramente adentro, maniobramos de forma torpe para terminar en la alfombra. Entonces todo rastro de humanidad nos abandonó por completo, fuimos animales, bestias enloquecidas. Mis huevos se estrellaban rápidos y contundentes contra sus muslitos empapados en su néctar. Le amordacé la boca con una mano y enterré mi verga en ella como si intentara atravesarla, matarla, literalmente, de una forma en la que jamás me había reconocido, como un león que se ciega apresando a una frágil gacela, sintiendo sus últimos mugidos, su respiración entrecortada y ahogada. Como flashes en mi cabeza, se alternaban las ideas de llenarle los intestinos de leche, o formar un gran lago caliente en el cuenco alargado de su espalda. O hasta quizás verla atragantarse en borbotones cuando mi pija explotara en su boquita, sosteniendo fuertemente su cabeza para que se la tragara lo más posible, con esa mezcla de baba y leche goteándome en los pies. Liberé su boca y le pregunté:
-¿¡Dónde la querés putita!?
-¡La quiero en la carita! ¡Enchastráme toda carita en guasca hijo de puta! Pero antes dejáme pajearla un poco…
Con algo de dificultad saqué mi verga de su culito que parecía resistirse a su ausencia con cierto efecto de succión, como de un leve vacío. Sus dos manitos se esforzaron por acaparar el grosor de esa gruesa poronga que apenas cabía en ellas. Me pajeó furiosa un momento, y busqué presuroso su carita, su boca bien abierta, su lengua afuera con una mueca como de esfuerzo. Seis o siete largos chorros de leche, se estrellaron contra su carita, con una fuerza que dio la sensación de que le provocarían pequeños moretones al día siguiente, pequeñas manchitas verdes contrastando en el fondo pálido de su rostro. La espesa y caliente guasca casi la ahoga, enchastrándola completamente, cayendo en gelatinosos hilos hasta las tetitas en punta que ella se encargó de embadurnar con sus manitos. Su boquita buscó mi pija todavía latiendo, y la limpió completamente lamiendo y succionando con fuerza la cabezota, como si no quisiera dejar en mis huevos la menor reserva de leche.
Buscó mis jeans y del bolsillo sacó un paquete aplastado de puchos. Caminó así, desnuda hasta el balcón tomándome de la mano, y luego de reírnos a carcajadas sintiendo el viento frío que llegaba del río cercano a unas cuadras, comenzamos a besarnos dulcemente de nuevo, pero eso amigos, eso es otra historia…
Primera parte: http://www.poringa.net/posts/relatos/2590599/Agostina-mi-vecina-del-2-B.html
6 comentarios - Agostina, mi vecina del 2ºB [segunda parte y final]
Si tienes al menos una foto o imagen de la víctima que te violaste, seria estupendo ya que podemos ilustrarnos mejor. Saludos.
Excelenta post! +5 (es lo mas que puedo)
Excelente post maestro.
Gracias!
van los puntitos