Lo habían golpeado hasta dejarlo completamente magullado. Si la bella Rosalina Aragón lo viera en ese estado, no lo reconocería, jamás diría que ése era el mismo Segundo Cuevas que ella había conocido, ese mismo muchacho que le había pedido matrimonio apenas un día antes. Alguien lo arrastró por la gravilla, le incomodó mucho el que tiraran tan fuerte del cuello de su camisa y que las piedras lastimaran sus nalgas pero todo esto parecían leves caricias comparadas con la golpiza que había recibido. No podía abrir los ojos de lo hinchado que estaban y sentía que había perdido todos y cada uno de sus dientes, pero esto era sólo por tener las encías inflamadas, sus dientes se habían aferrado milagrosamente y aún estaban en su sitio.
-¿No les parece que se les fue la mano? –dijo una voz grave y varonil.
Segundo intentó averiguar quién hablaba pero sólo consiguió divisar una delgada figura masculina con hombros anchos. El muchacho creía que su cabeza estallaría en cualquier momento como un zapallo arrojado desde un techo.
-Patrón, usted nos pidió que…
-Les pedí que le enseñaran una lección, no que lo transformen en carne molida para empanadas. No puedo llevarlo ante el Comisario en este estado. El tipo ya se va a cabrear mucho cuando sepa que tiene que enterrar tres cadáveres. Hagamos una cosa, denle un buen trago de whisky y permitan que se lave.
-¿Ahora lo atenderemos como si fuera invitado de honor? –a Cuevas le dio la impresión de haber oído a una joven muchacha hablando.
-No Flora, lo arreglaremos un poco y luego dejaremos que se pudra en “La Llorona”.
¿Había escuchado bien? ¿Habían dicho “La Llorona”? ¿De verdad pensaban enviarlo a la peor prisión conocida en este olvidado rincón del mundo, tan sólo por intentar llevarse unas mugrosas vacas? ¿Pero a qué temía? Si al fin y al cabo seguía vivo, durante la noche anterior, cuando recibía tan brutal golpiza, creyó que su vida se iba a terminar y que su cuerpo quedaría tan hinchado por los hematomas que ni siquiera su adorada madre lo reconocería. ¿Qué pensará su madre cuando se entere que su único hijo viviría un infierno en esa inmunda prisión? La necesidad de huir a otra parte llevó a Segundo Cuevas a rememorar aquellos bellos recuerdos que tenía junto a su madre en la época en que él había visto tan solo dieciocho veces el mes de septiembre.
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-¡Segundo! ¿Dónde crees que vas? –le preguntó su madre al descubrirlo deslizándose sigilosamente hacia la puerta.
-Me esperan los muchachos en la taberna.
-Pues seguirán esperando, tú no vas a ninguna taberna. ¿Está claro? –los fogosos ojos marrones de Cándida se clavaron en el muchacho y éste abandonó su postura de ratero.
-Pero… si he trabajado toda la semana, como me lo has pedido. Estuve alimentando a las gallinas todos los días… mira cómo me han dejado las manos –las levantó enseñando un montón de cortes y cicatrices a medio cerrar- creo que merezco tomarme unos tragos con mis amigos.
-Los que llamas “amigos” te doblan en edad Segundo, y ninguno de ellos se molestaría en ayudarte si tuvieras un problema.
-Eres injusta conmigo madre, y lo sabes –el joven resignado se sentó en una enclenque silla de madera junto a una rústica mesa- todo esto es por… -se quedó callado antes de completar la frase, sabía que estaba entrando en terreno peligroso.
-Así es. Es por lo de tu padre –la mujer se sentó frente a su hijo y tomó una de sus lastimadas manos- disculpa hijo, no quiero que a ti te pase lo mismo, me aterran esos lugares, la gente se emborracha y comienza una riña por cualquier motivo. Todos van armados y hasta les parece divertido que maten a alguien por una estupidez.
-No es algo que pase todos los días –acotó él esquivando la mirada de su madre- lo de papá fue una tragedia y no quiere decir que a mí me vaya a pasar lo mismo.
-Con tu temperamento sé que es difícil que te involucres en una pelea, eres un buen chico Segundo, pero es justamente por eso que me da más miedo, ni siquiera sabes defenderte… hasta un montón de gallinas pueden contigo –esto esbozó una sonrisa en los labios de ambos.
-En mi defensa puedo decir que son las gallinas más salvajes que hemos tenido.
-Eso es porque ya no tenemos perro que las espante. Debemos conseguir uno.
-Madre, a duras penas podemos comer tú y yo ¿de verdad quieres que traigamos otra boca que alimentar a la casa? El perro terminará por comerse las gallinas.
-Podremos pasar hambre, pero siempre nos sobra un hueso que roer. Ahora permíteme que cure esas heridas antes de que se infecten.
-Son sólo rasguños, madre.
-Producidos por gallinas, nunca te confíes de las heridas provocadas por animales.
La mujer se puso de pie y buscó algunos objetos dentro de la pequeña cabaña, regresó a la mesa con un cuenco lleno de agua, jabón y un trapo limpio e hizo que su hijo se sentara en uno de las cabeceras, así ella podía tenerlo más cerca al estar sentada en uno de los laterales. Comenzó a lavar lentamente las heridas enrojecidas.
-Tus manos parecen de mujer –le comentó a Segundo- aún te queda mucho trabajo para poder curtirlas, eso de estar siempre leyendo no te hará un verdadero hombre.
-Aprendo más en los libros que en las agotadoras jornadas de trabajo a las que me sometes.
-No te someto a nada, si tú no quieres trabajar puedes dejar de hacerlo el mismo día en que quieras dejar de comer –Cándida era mujer dura y curtida por la vida, aún conservaba juventud en su cuerpo pero la cara ajada que una vida de trabajo le obsequió hacían que se viera un poco más vieja de lo que era en realidad. A esto había que sumarle el aspecto descuidado que le daba su enmarañado cabello color castaño claro que sólo arreglaba si debía ir a la iglesia- ¿y por qué tenías tantas ganas de ir a la taberna? No me creo eso de “tus amigos”.
-Es por eso.
-Soy tu madre, no puedes mentirme. ¿Hay alguna muchacha involucrada? –Aguardó unos instantes y cuando vio que su hijo apartaba la mirada sonrió- siempre hay una muchacha. ¿Cómo se llama?
-No lo sé.
-¿Cómo que no lo sabes? –La mujer miró directamente a los ojos de su hijo sin dejar de limpiar las heridas con el trapo húmedo enjabonado- ¿Cuántas veces la viste?
-Solamente una vez, en la taberna.
-¿Es bonita? –el muchacho dudó.
-No es la mujer más hermosa que he visto…
-¿Entonces por qué tienes tantas ganas de verla otra vez? –Segundo no contestó- ¿Acaso ella te permitió tocarla?
-¿Eh? No, yo no la toqué –allí fue cuando su madre comprendió todo.
-Entonces fue ella quien te tocó a ti –al ver que su hijo lucía más avergonzado que nunca supo que dio justo en el clavo y comenzó a reírse- ¿Te tocó allí abajo… como cuando te cascas? –Sólo el lejano quejido de los grillos le respondió- Vamos hijo, sé muy bien que lo haces prácticamente cada noche antes de dormir y a veces a la mañana antes de despertarte, no hace falta que vea, lo sé por la forma en que tu cama rechina –las mejillas del joven enrojecieron- ¿Cuánto te tocó?
-Só… Sólo un poco –respondió con timidez.
-¿Y con tan sólo un poco ya estás loco por volverla a ver? ¿No te alcanza con tus toqueteos? –volvió a sonreír.
Segundo se sentía sumamente incómodo, su madre era una mujer directa que no andaba con rodeos pero nunca le había hablado de ese tema. No sabía cómo responderle, tal vez lo mejor sería confesarlo todo y ya no seguir atormentándose.
-Es que… -comenzó diciendo- no es lo mismo, no se siente de la misma manera –no se atrevía a hacer contacto visual con su madre- ella metió su mano en mi pantalón e inmediatamente noté la diferencia, por más que intenté hacerlo como ella lo hizo, no pude igualarlo.
-Eso es porque fue otra persona quien te tocó, siempre es diferente –Cándida permanecía tranquila- me alegra que por fin lo entiendas, eso quiere decir que ya te estás convirtiendo en un hombre, al verte siempre rodeado de libros pensé que este día nunca llegaría pero me tranquiliza saber que te agrada cuando una mujer te toca. Lo que no me agrada es que sea una de las prostitutas que rondan por la taberna, esas mujeres no son dignas de ti. Son sucias y se pasan el día fornicando con desconocidos, podrían pegarte cualquier enfermedad que hayan pescado por ahí y por eso te prohíbo que vuelvas a verla.
-Pero mamá… ella parecía ser una mujer limpia.
-Limpia o no, entre sus piernas habrán pasado tantos hombres que ni siquiera ella los debe recordar –aseguró la mujer a pesar de no conocerla- créeme hijo, me encantaría que fueras tan viril y buen amante como lo fue tu padre pero no a ese costo. Tienes que hacerlo con una mujer que sea digna, que no abra las piernas ante cualquier desconocido ¿me comprendes?
-Sí mamá –respondió apenado.
-Así que nada de frecuentar tabernas, ese sitio no es para ti, la gente se aprovecharía de tu ingenuidad y de tu falta de madurez –en ese momento miró hacia abajo y notó un bulto marcado en el sucio pantalón de su hijo- veo que los recuerdos te traicionan.
-¿Eh? –Siguió la mirada de su madre hasta que se encontró con su propia entrepierna- perdón madre –se cubrió rápidamente con una mano- no sé qué decir…
-Yo diría que te has acordado de lo que hizo esa sucia mujer con tu pajarito y éste se despertó. ¿Te gustaría ir a verla ahora mismo? –le preguntó con una sonrisa maternal.
-Sí me gustaría –contestó Segundo cayendo en su trampa.
-Pues eso es justamente lo que no va a ocurrir. Ése no eres tú Segundo, quien piensa ahora es él –señaló hacia el bulto que su hijo cubría con la mano- él es quien te quiere llevar por el mal camino para que termines fornicando con una mujer ordinaria y sin valor alguno.
-Perdón mamá, lo lamento mucho.
-Deja de pedir perdón a cada rato, tú no has hecho nada malo. Es algo que le pasa a todos los hombres, tu padre también tenía debilidad por la carne, pero yo me encargaba de satisfacer todas sus necesidades y él lo hacía con las mías –el muchacho miró asombrada a su madre, jamás se imaginó que ella pudiera hacer algo como eso -¿qué sabes tú de complacer mujeres?
-Leí mucho sobre eso en algunos libros y… -Cándida estalló en una carcajada.
-Ay hijo, no aprenderás eso en los libros. Los libros jamás te enseñarán a complacer a una mujer, ni siquiera sabes cómo se ve una sin la ropa.
-Me hago una idea.
-¿Tu idea o la que te dieron los libros? –El joven no respondió, apretó imperceptiblemente su entrepierna y ésta reaccionó favorablemente- tu padre sí que sabía complacer una mujer, espero que hayas heredado algo de su talento. Él siempre decía que el verdadero hombre es el que se parte la espalda trabajando todo el día pero que cada noche antes de ir a dormir tiene fuerzas para dejar satisfecha a su mujer. La satisfacción de una mujer se le nota en la cara y él siempre se jactaba de mi sonrisa, siempre aseguraba a todo el mundo que él la había puesto en mi rostro y siempre tenía razón. Hasta la muerte de tu padre yo era la envidia de muchas de las mujeres del poblado a quienes sus maridos las follaban sin entusiasmo y las dejaban insatisfechas –todas estas palabras estaban haciendo meya en el joven Segundo y su pene no dejaba de crecer bajo el pantalón.
-Si quieres que aprenda a complacer una mujer deberías dejarme ir a la taberna, es el único sitio donde puedo hacerlo –esta afirmación tomó por sorpresa a Cándida, el chico a veces podía ser muy astuto.
-De ninguna manera, lo dices porque tienes el pajarito duro y te mueres de ganas de que esa cochina mujer te lo haga cantar.
-No es eso… es que…
-Ya te lo dije Segundo, no puedes mentirme, soy tu madre y sobre todo, soy mujer. Sé cómo piensan los hombres –la mujer permaneció dubitativa durante unos instantes- ya sé qué podemos hacer para que no estés tan… impaciente –levantó su silla y la acercó a la de su hijo sentándose frente a él- veamos qué tenemos aquí –apartó la mano con la que Segundo cubría su entrepierna y tiró de la desgastada tela del pantalón liberando el pene en erección –se te ha puesto como un palo –dijo Cándida sonriendo, su hijo no podía disimular su asombro, intentó cubrirse otra vez pero la mujer se lo impidió- no seas niña Segundo, peor sería que la tuvieras del tamaño de un maní. Me recuerda a la de tu padre, él la tenía del mismo tamaño, igual de oscura y la piel se le achicharraba de la forma- ella tomó el trapo húmedo y comenzó a frotarlo sobre el pene del muchacho- lo primero que debes saber es que siempre tienes que estar limpio antes de hacerlo con una mujer.
-Yo puedo limpiarme solo –dijo Segundo evidentemente nervioso pero la presión que ejercía el trapo manipulado por su madre le provocaban una agradable sensación.
-Ya no hace falta, ya está bien limpio –aseguró la mujer dejando el trapo sobre la mesa, acto seguido tomó el palo duro de su hijo presionando firmemente con los dedos.
-¿Qué haces mamá? –preguntó el muchacho dando un respingo.
-Antes de que estés yendo a una sucia taberna a que una desconocida llena de enfermedades te esté tocando, prefiero hacerlo yo misma.
Los inquietos dedos provocaron un extraño cosquilleo en el pene de Segundo, él tuvo el impulso de apartarse pero su madre apretó más fuerte su miembro empujando hacia abajo obligándolo a permanecer sentado. Su prepucio bajó hasta liberar el glande por completo y sintió un leve ardor cuando la piel se estiró hasta el límite. Cándida dejó caer unas gotas de saliva que fueron a dar justo contra el único ojo de esa rígida serpiente, luego ella esparció la saliva utilizando la palma de su mano haciéndola girar una y otra vez alrededor del glande y parte del tronco, al muchacho le temblaron las piernas y exhaló una buena cantidad de aire.
Su madre tironeó hacia abajo el pantalón liberando así sus testículos, los cuales estaban recubiertos por una desprolija capa de pelos negros, la misma mano que bajó el pantalón fue la que comenzó a sobar esos huevos peludos mientras que la otra se movía de arriba abajo como si recorriera las vetas de un tornillo. Segundo creía que todo se trataba de un sueño irreal, ese mismo sueño que tantas veces había invadido sus noches, especialmente las últimas, en las cuales vivía fantasías sexuales con su madre, pero esto no se veía como un sueño, no se sentía como un sueño. El rápido movimiento de las manos de Cándida y su agitada respiración debido al esfuerzo tenían un realismo que ni el mejor sueño podría dar.
-¿Esto es lo que querías? –preguntó la mujer sin dejar de sacudir el miembro del muchacho; él no respondió- ¿Te gusta? ¿Así es como lo hizo esa mujer? –Segundo negó con la cabeza sin dejar de mirar su propio pene- ¿entonces cómo lo hizo?
-No utilizó las manos.
-¿Lo metió en su boca? –El joven asintió- ¿quieres decir que una sucia ramera se introdujo tu pene en la boca? –apretó la verga con más fuerza de la necesaria pero a su hijo no pareció molestarle.
Los recuerdos de esa noche con la muchacha en la taberna sumados a la masturbación a la que lo sometía su madre fueron los culpables de que su miembro terminara escupiendo todo el líquido blanco que guardaba dentro. Éste cayó sobre las manos de cándida, especialmente sobre la derecha, que sostenía el pene. Ella no se apartó, continuó sacudiendo el pajarito mientras éste vomitaba el lechoso jugo. Una línea blanca quedó dibujada desde la base de su pulgar hasta la muñeca y más salpicones la rodearon.
-Has descargado muy rápido –dijo ella como si se estuviera quejando- pero me alegra saber que tienes buenas reservas, con esto podrás llenar a una mujer con un hijo en tu noche de bodas… mientras tanto seré yo quien se encargue de ordeñarte, no quiero que vuelvas a frecuentar tabernas o burdeles –los movimientos de sus manos se tornaron más lentos- también deberás aprender a controlarte, nunca dejarás satisfecha a una mujer si terminas tan rápido –él la miraba atónito- ¿me estás escuchando?
-Sí mamá.
-Está bien, ahora puedes irte a la cama a dormir o a perder el tiempo con tus libros, sólo te pido que no consumas todas las velas.
El muchacho se puso de pie y su madre le limpió el miembro con el trapo enjabonado, cuando él se estaba retirando pudo ver como Cándida miraba fijamente el líquido blanco que había quedado pegado a su mano.
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De vuelta al tiempo presente Segundo se encontró nuevamente sólo encerrado en un granero y se percató de que los recuerdos le habían provocado una erección. Al tener las manos incómodamente amarradas a la espalda no podía tocarse siquiera, no tuvo más remedio que esperar a que la rigidez desapareciera por voluntad propia.
Había escuchado a su captor decir que debían alimentarlo bien y evitar golpearlo, dentro de lo posible. Esperarían unos días para que sus heridas sanen un poco. Le habían lavado la cara con agua fría recolectada de un pozo y sintió su hinchazón disminuir al instante, aunque no era más que una ilusión, sus ojos y sus mejillas seguían tan amoratadas como antes. Con el pene erecto y la cara entumecida se reclinó sobre el montón de paja y se quedó dormido con la esperanza de despertar al lado de su madre.
La mala fortuna quiso que esto no fuera así, lo que lo despertó, a la mañana siguiente, fue el ruido de los peones de campo entrando al granero mientras discutían entre sí.
-No se notará si falta un poco… -dijo una voz aguda mientras la puerta se abría.
-Te digo que no –el que respondió tenía una voz profunda, segundo supo al instante que se trataba del negro que trabajaba al servicio de su captor- el patrón dijo que se tiene que alimentar bien y ya sabes el regaño que tuvimos porque se nos pasó la mano con los golpes.
-Por eso mismo digo que podríamos comer un poco, al fin y al cabo esto lo estamos pagando nosotros.
-Silencio o te oirá el cuatrero.
-¿Y qué hará si nos escucha?
-Los bandidos también saben hablar ¿se te olvida eso?
La puerta se abrió y la brillante luz de la mañana encandiló a Segundo, los dos peones entraron y luego de unos segundos, cuando sus ojos se acostumbraron a la claridad, pudo ver que traían una tabla de madera con carne roja asada encima de ella, las tripas del hambriento muchacho crujieron al olerla.
-Aquí está tu comida, cretino –dijo el negro apoyando cuidadosamente la tabla en el piso, su patrón le había dicho que no quería enterarse de que habían tirado comida al piso, eso era un pecado.
-Espero que te sepa a mierda –se quejó el segundo peón, un muchacho flaco de cabello rojizo ondulado, Segundo lo recordaba por los golpes que había recibido de él- el patrón nos está haciendo pagar por cada plato de comida que te lleves al estómago sólo porque no entendió que te dimos tu merecido, si fuera por mí te estaría pateando las entrañas hasta que las escupas –se acercó con la clara intención de darle una patada pero el negro le puso una mano en el pecho.
-Ni se te ocurra, imbécil.
-¿Ahora tú lo vas a defender? –preguntó el flaco desafiante.
-Si lo golpeas otra vez tardará más en curarse y eso quiere decir que deberá comer más y seremos nosotros quien lo pague. Por cada patada que le des yo te daré dos a ti y créeme que pateo mucho más duro que tú –el flaco entendió a duras penas, su compañero tenía razón- además este cretino se pudrirá en la cárcel, créeme que cuando esté allí él mismo dará cualquier cosa por volver a este granero para que le pateemos las tripas a cambio de plato de comida.
-¿Escuchaste bien, asqueroso ratero? Te vas a pudrir en “La Llorona”.
-Yo no soy ningún ratero –su vos fue casi un susurro pero ambos hombres pudieron oírlo claramente.
-¿Qué no eres un ratero? –El hombre blanco comenzó a reírse burlonamente- ¿entonces cómo explicas lo de las vacas? ¿Estabas llevándolas a pasear? ¿Alguna de ellas era tu novia? –el negro se rio por la ocurrente broma- yo creo que sí, creo que cometimos un error, el pobre estúpido sólo estaba llevando a su novia y sus amigas a pasear por el campo, seguramente quería follar con todas –el negro volvió a reír- ¿eso es lo que eres, un follador de vacas? –los dos hombres se rieron al unísono mientras Segundo mantenía la mirada fija en esos jugosos trozos de carne asada.
-Míralo, parece un perro mirando un hueso, se le cae la baba.
-¿Hasta qué hora van a seguir con todo este jueguito? –Preguntó una voz femenina proveniente de la puerta del granero- sólo tenían que traer un poco de carne y les lleva más tiempo que arar una hectárea –los peones se sobresaltaron al ver a Flora entrar.
-¡Flora! Eres tú, casi nos matas del susto.
-Ramón, un día de estos te voy a matar, pero de un tiro si sigo viéndote holgazanear en horario de trabajo y tú también Malik –miró al negro con el ceño fruncido- vete a hacer algo productivo antes de que mi padre se entere de esto.
-Sí señora –dijo Malik de mala gana, hizo un saludo burlón con su sombrero de paja y salió del granero seguido por el pelirrojo.
-¿Y tú, no piensas comer? –el demacrado muchacho la miró desde el suelo.
-Tengo sed, no puedo comer nada con tanta sed –en ese momento Flora recordó que el muchacho había dormido casi un día completo y que nadie le había dado un sorbo de agua.
-Espera un momento, ya vuelvo.
Salió a toda prisa del granero y regresó en pocos minutos cargando un balde de madera lleno de agua fresca del pozo. En la otra mano llevaba una especie de vaso de madera unido a una vara. Cargó el vaso con agua y lo extendió hacia el prisionero.
-Bebe despacio o te hará mal –el muchacho se lanzó como un perro sediento y comenzó a beber, el frescor del agua lo revigorizó.
-Quiero más.
-Luego. Si tomas demasiada te caerá mal, todavía estás maltrecho.
-Eso es gracias a tus amigos.
-No son mis amigos, son los peones de mi padre.
-Es la misma mierda –miró a la muchacha con aire desafiante pero no pudo mantener el ceño fruncido durante mucho tiempo, al verla de cerca se percató de lo bella que era, si sus ojos no la engañaban estaba viendo una hermosa melena de cabello castaño y dos grandes y expresivos ojos verdosos.
-Si vuelves a insultar a mi padre una vez más te juro que te dejo morir de hambre.
-Lo siento mucho –bajó la cabeza para cortar con el extraño hipnotismo al que lo inducía la mirada de la muchacha- ¿podrías desatarme? No puedo comer teniendo las manos detrás de la espalda.
-De eso ni hablar, comerás como los perros.
-¿Parezco un perro?
-Pareces un bandido y así es como trato yo a los bandidos. No me hables más y come tu carne antes de que se la dé a los perros que cuidan el ganado, ellos la merecen más que tú porque trabajan honestamente.
Flora se puso de pie y abandonó el granero dejando al muchacho solo comiendo directamente de la tabla de madera y luchando por cortar la carne utilizando sólo sus dientes, se apiadó de los pobres perros que debían comer siempre de esa forma pero también se dio cuenta de lo hambriento que estaba y no dejaría de hacerlo aunque tuviera que lamer el suelo.
Luego de alimentarse volvió a sentarse en su rincón analizando si tendría posibilidades de escapar pero descartó esa idea al recordar amargamente el destino que corrieron el Roña y los gemelos Pérez. Esta gente no dudaría en meterle una bala en la cabeza si siquiera lo veían con la cabeza asomando fuera del granero. Para evitar pensar en esto prefirió volver a los agradables recuerdos que tenía junto a su madre.
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Segundo cumplió al pie de la letra las instrucciones de su madre, encendió el fuego de la estufa con leña seca y calentó el agua en una olla negra, luego la echó en la bañera metálica y la templó agregando agua fría de a poco. Se desvistió y se sentó dentro dejando que el agua tibia cubriera su cuerpo casi por completo. Normalmente prefería darse baños rápidos con agua fría pero debía reconocer que la idea de su madre era muy buena, su cuerpo se relajó ni bien se sumergió, era el mejor remedio para una larga y agotadora jornada de trabajo.
Había colocado la bañera en su propio cuarto y ya estaba pensando en dejarla allí no sólo porque era pesada e incómoda para trasladar sino también por lo mucho que la estaba disfrutando.
Giró su cabeza sorprendido hacia la puerta en cuanto escuchó que ésta se abría y vio a su madre ingresando al cuarto despreocupadamente cargando un pequeño taburete de madera, el cual colocó junto a la bañera.
-Ya era hora de que te dieras un baño –le dijo Cándida a su hijo mientras se sentaba- algo muy importante que debes aprender es que a las mujeres nos gusta el olor a hombre pero nos desagrada el hedor del cerdo por lo que debes bañarte con regularidad y aquí es donde debes lavarte mejor –sumergió una mano en el agua tibia y aferró con seguridad el flácido pene del muchacho.
En los últimos días Cándida había nutrido a su hijo con abundante información acerca de las mujeres, le explicó lo mejor que pudo el proceso menstrual para que comprendiera por qué las mujeres no podían mantener relaciones sexuales en ciertos días del mes. También le dio varios consejos sobre el cortejo, además se tomó el trabajo de ordeñarlo dos veces más desde aquella primera vez. Segundo todavía no podía controlar esa extraña sensación que le producía tener los dedos de su madre tratando de esa forma su pene y solía eyacular en pocos minutos, el placer que recibía cuando esto ocurría era inmenso.
Cándida tomó el jabón que estaba en el piso junto a ella y comenzó a enjabonar el pene de Segundo, éste se movió incómodo en la bañera, los finos dedos de su madre le provocaban un agradable cosquilleo en los testículos y su virilidad ya se estaba haciendo notar. La mujer se esmeraba en limpiar bien el símbolo de masculinidad de su hijo y se alegraba de saber que éste funcionara tan bien, que se pusiera duro como un garrote ni bien comenzaban a tocarlo.
-Tú podrías llegar a ser muy bueno complaciendo mujeres si aprendes a usarlo y sobre todo, si aprendes a controlarte. Tu principal problema es que empiezas a soltar la leche en apenas unos minutos.
-Yo no suelto nada –se defendió- se sale sola.
-Pero hay formas de controlarlo.
-¿Y cómo se hace?
-No lo sé, no soy hombre, pero créeme, tu padre sí que sabía controlarse, podía estar largo rato metiendo su comadreja en la madriguera sin soltar una gota de leche.
-¿Qué comadreja, qué madriguera? –preguntó con ingenuidad.
-Tú sabes, no seas tonto. Ésta es la comadreja –sacudió el pene haciéndolo chapotear en el agua- y la madriguera es lo que tenemos las mujeres entre las piernas, ya te expliqué cómo era y tú te jactas de “haber leído sobre el tema” en tus preciosos libros.
-Sí, pero no son muy descriptivos.
-Lo ves, esos mugrosos libros nunca te enseñarán a complacer a una mujer y mucho menos a una que sepa montar.
-¿Qué tienen que ver los caballos con…?
-No seas imbécil Segundo, no hablo de montar caballos –el tono tajante de la mujer enmudeció al muchacho.
Los toqueteos continuaron y la verga ya estaba completamente dura, asomando fuera del agua mientras Cándida la enjuagaba hábilmente librándola de todo rastro de jabón.
-Me habías dicho que esa sucia zorra usó su boca en tu pajarito –él se limitó a asentir con la cabeza- ¿te gustó más eso que lo que yo hago al ordeñarte?
-No… -estuvo a punto de mentir pero sabía que su madre no le creería- no es lo mismo, tengo que admitirlo.
-¿Y de qué forma te gusta más? –la mano de la mujer subía y bajaba rápidamente por todo el tronco del muchacho.
-Lo de la boca se sintió muy bien.
Su madre le sonrió, unas leves arrugas se dibujaron en la comisura de sus labios, acto seguido se inclinó hacia adelante y en un parpadeo introdujo la punta del pene en su boca. Su hijo no podía creer lo que ocurría pero el contacto con la lengua le provocó un placentero respingo. Ella miró a los ojos del joven pero no se detuvo, tragó un poco más de ese duro miembro masculino e hizo girar su lengua alrededor del glande, luego levantó la cabeza y la bajó una vez más, repitió esta acción una y otra vez acelerando el ritmo. Segundo no podía pensar en la prostituta de la taberna, era como si aquello nunca hubiera ocurrido, sólo podía ver a su madre chupando su pajarito y ella lo hacía increíblemente bien. Cándida engulló la verga por completo viéndose obligada a sumergir su boca y su nariz dentro del agua tibia, contuvo la respiración y aguardó unos segundos antes de retroceder y tomar aire por la nariz. Casi al instante sintió ese líquido espeso que se estrellaba contra su paladar y supo que había hecho bien su trabajo, tal vez demasiado bien. La boca se le llenó de tibio semen y tal como solía hacerlo con su difunto marido, ella tragó todo lo que fue a parar a su boca.
-No me comía uno de estos desde que tu padre murió –dijo con una sonrisa cuando soltó el miembro de su hijo, el muchacho la miraba incrédulo.
-¿Lo tragaste?
-Claro, aprendí de muy mala manera que siempre debo tragarlo. Una vez lo escupí y tu padre me dio una zurra de la que no me olvidaré jamás y me dijo que había tomado mi acción como una falta de respeto y una ofensa hacia él. Desde ese día no volví a ofenderlo.
Segundo miró la sonrisa en el rostro de su madre, hacía tiempo que no la veía así, aún le latía el corazón a gran velocidad y su mente intentaba asimilar lo que había ocurrido pero aún le costaba creer que en verdad había tenido su pene dentro de la boca de su progenitora y que ella había tragado todo lo que salió de él. Por extraño que le pareciera, encontró la situación muy satisfactoria.
-Quiero aprovechar para lavarme, así no tenemos que calentar agua otra vez –dijo Cándida girándose en el taburete dándole la espalda a su hijo- ayúdame con el vestido- le pidió al mismo tiempo que comenzaba a desprender los botones que estaban en su pecho.
Las tímidas manos del muchacho hicieron a un lado el cabello pajizo de su madre y comenzó a bajarle el vestido desnudando los hombros. Cándida aceleró la tarea mostrando la piel de su espalda curtida por el tiempo y el trabajo, Segundo tragó saliva cuando pudo ver la curva que formaba el seno izquierdo en la silueta de su madre, sus ojos miraron fijamente un pezón marrón oscuro.
-Vamos, ¿qué esperas? Toma el trapo y pásamelo por la espalda.
Él nunca había visto a su madre desnuda pero supuso que luego de lo ocurrido sería una niñería hacer algún comentario al respecto, obedeció al pie de la letra y enjabonó el trapo húmedo, comenzó a limpiar esa espalda tostada en la parte superior y pálida como la leche de la mitad hacia abajo. Pudo hacerlo sin salir de la bañera, aunque la posición le incomodaba un poco. Luego de un par de minutos Cándida se puso de pie y dejó caer el vestido al piso, luego lo recogió para colocarlo sobre la cama de su hijo, al voltear nuevamente hacia él le enseño su cuerpo completamente desnudo, esta vez lo que captó toda la atención del muchacho fue ese nido oscuro que cubría la entrepierna de su madre y la marcada división de la vagina, su pene se despertó y reaccionó instintivamente. No apartó la vista hasta que la mujer volvió a sentarse en el taburete enseñándole solamente la espalda. Ella tomó el trapo que colgaba de los dedos del jovencito y se limpió toda la zona púbica sin decir una palabra. Cuando terminó giró su cabeza para mirar a Segundo.
-Ven, te quiero enseñar algo –el chico permaneció estático dentro de la bañera- sal de ahí dentro, no hace frío y ya estás bien limpio.
Segundo titubeó pero al final se puso de pie sin dejar de admirar la desnudez de la mujer que le dio la vida, se colocó detrás de ella, su miembro quedó rozando el hombro derecho de su madre. Las gotas de agua de su cuerpo caían contra el suelo de madera dejando manchas oscuras.
-Agáchate –le pidió ella y cuando él lo hizo el pene acarició toda la espalda desde arriba hacia abajo quedando justo contra las últimas vértebras de la columna –dame tu mano- Cándida tomó la mano de su hijo y la llevó hasta su seno derecho, obligándolo a agarrarlo- a las mujeres nos gusta que un hombre nos trate bien los pechos- la mano de Segundo temblaba levemente pero su madre se encargaba de moverla de forma suave y circular- esto es lo que tienes que hacer si quieres poner a una dama de humor para la cama, trátala con suavidad, como si fuera una delicada flor –la verga del muchacho quedó completamente rígida una vez más y ésta se hincaba contra la espalda de su progenitora, pero a ella parecía no molestarle- ¿vas entendiendo lo que te digo?
-S… Sí mamá –contestó acariciando el pecho de su madre por voluntad propia, sentía oleadas de placer que se movían por su cuerpo partiendo desde la punta de su pene.
-Lo más importante de todo está abajo –al separar las piernas mostró unos carnosos labios oscuros y velludos- aquí es donde tienes que tratar mejor a una mujer –le dijo a su hijo mientras volvía a tomar su mano.
Obligó a Segundo a inclinarse hacia adelante, su pene se dobló hacia la derecha al presionarse contra la espalda de la madura mujer, cuando el muchacho sintió el espeso vello negro entre los dedos unas gotas de líquido manaron desde el ojo único de su serpiente, su corazón bombeaba copiosamente mientras Cándida lo obligaba a recorrer la intimidad femenina. Él no imaginó que esa zona fuera a estar tan viscosa, estuvo a punto de apartarse pero su madre lo evitó.
-Aquí, toca aquí –le indicó al mismo tiempo que presionaba la punta de los dedos de su hijo contra una pequeña protuberancia en el centro de su sexo- siempre que toques bien a una mujer en este punto, harás que abra sus piernas y te permitirá explorar su cuevita, pero debes hacerlo muy bien, quítate ese temor tan absurdo, ya no eres un niño Segundo, eres todo un hombre. Tienes la verga y los huevos de un hombre, tal como tu padre, aprende a usar eso y tus manos, no quiero que mi hijo sea un maricón, quiero que te conviertas en un verdadero semental.
La yema de los dedos de Segundo se llenaron de flujo vaginal aunque él no estuviera seguro de qué era eso, su curiosidad y excitación iban en aumento, deseaba explorar más ese mundo nuevo y conocer una cueva femenina, aunque se tratara de la de su madre, por instinto comenzó a presionar y se llevó una gran sorpresa cuando su dedo de hundió en un hueco húmedo y tibio.
-Veo que lo encontraste –dijo Cándida con media sonrisa en el rostro- ahí es donde tienes que meterla.
-Sí… lo sé –respondió mientras movía su dedo dentro de esa cuevita, su madre se inclinó más hacia atrás y sus cabezas quedaron casi en paralelo.
-Si tanto sabes muéstrame qué eres capaz de hacer.
-¿Qué quieres decir?
-Tócame, dame placer. Veremos si eres capaz de hacerlo –ella separó más las piernas y giró la cabeza para mirar a su hijo a los ojos- eres increíblemente parecido a tu padre, deberías ser capaz de hacerlo tan bien como él me lo hacía.
Segundo sentía su verga tan dura que casi le dolía, instintivamente comenzó a acariciar toda la zona íntima de su madre mojando sus dedos en ese jugo que brotaba de la cavidad femenina. Recordó lo que ella dijo sobre aquel pequeño bulto en la parte superior de la vagina y comenzó a presionarlo levemente. Cándida estiró un brazo hacia atrás y se aferró a la nuca de su hijo, su respiración se aceleraba constantemente y Segundo no dejaba los dedos quietos ni por un segundo. El muchacho suponía que lo estaba haciendo bien pero sabía que su timidez le estaba impidiendo hacerlo como se debe, se esforzó por mitigarla y puso más énfasis en sus caricias moviendo los dedos en círculos alrededor de ese pequeño bulto. Luego, sin que su madre se lo pidiera, introdujo una vez más su dedo en aquel agujerito elástico, hundiéndolo todo lo que su posición se lo permitió, mientras tocaba no dejaba de mirar los pechos y las curtidas piernas de su madre, ocasionalmente giraba su cara hacia a ella y se encontraba con una bella mujer madura que lo miraba a los ojos jadeando con la boca abierta y los parpados entrecerrados, por primera vez en su vida vio a su madre como una mujer de verdad, incluso mejor que aquella prostituta en la taberna, ésta era una mujer digna y él estaba haciendo algo que creyó imposible, le estaba dando placer con sus propias manos.
-Lo haces muy bien, pero aún tienes mucho que aprender –dijo su madre soltando un suspiro- desde que murió tu padre ningún hombre me ha tocado. A ti te falta agresividad, eres demasiado amable, él me sometía y me llevaba a hacer lo que él quería.
-Pero yo…
-Pero nada, si quieres que una mujer te respete y te satisfaga, tienes que imponerte sobre ella. ¿O piensas ser un maricón toda tu vida?
-No soy un maricón.
-¿A cuántas mujeres te has follado?
-A ninguna –contestó Segundo agachando la cabeza.
-¡Y ya eres todo un hombre! Mira ese rabo que tienes entre las piernas –agarró con excesiva fuerza el pene de su hijo y lo sacudió de un lado a otro- ¿cuándo va a ser el día que lo metas entre las piernas de una mujer?
-¿Y qué hay si no quiero hacerlo? Tal vez no tengo ganas.
-Sí que tienes ganas, mira cómo la tienes de dura. Si está así es porque hay leche que ordeñar –comenzó a masturbar con fuerza al muchacho haciendo que éste sintiera un ardor en su prepucio- ¿acaso vas a ordeñarte otra vez a mano?
-Podrías hacerlo de nuevo con tu boca –dijo el muchacho con enfado.
-Por puro gusto no… yo ya te mostré lo que se siente… si quieres que me la trague otra vez deberás imponerte como hombre.
-Entonces trágala –dijo con tono autoritario.
-Ni lo sueñes –redujo el ritmo de la masturbación- no soy tu mujer. Soy tu madre.
-Pero me la puedes chupar igual, ya lo has hecho.
-¿Así que no te importa que sea tu madre la que tiene que estar chupándotela?
-Serás tú o una de las putas de la taberna. Si no me la chupas me voy –el chico no entendía por qué reaccionaba así con su propia madre pero se sentía sumamente excitado.
-Tú no tienes que buscar una mujer que te la chupe, imbécil. Tú tienes que buscar una para follártela y hacerte hombre de una vez. Así siempre serás un crío –la ruda mujer se puso de pie y le dio la espalda a su hijo.
-Entonces… entonces… te follaré a ti.
Cándida sonrió durante una fracción de segundo y el muchacho la aferró desde atrás, con toda su fuerza la empujó hacia la cama haciéndola caer boca abajo sobre ella, luego Segundo se acercó, puso una mano en su verga y la otra contra la espalda de su madre. Sabía muy bien dónde debía meterla, utilizando sus propias piernas obligó a la mujer a separar las suyas y se inclinó sobre ella. El cálido nido femenino lo recibió con agrado, se abrió para él y le permitió hundir su pajarito hasta la mitad. Cándida soltó un ahogado suspiro que fue una mezcla entre satisfacción y alivio, por primera vez en mucho tiempo tenía el privilegio de sentir un pene duro dentro de su vagina. Por puro instinto el chico comenzó a sacudirse, clavando a su madre una y otra vez, exhalando con cada penetración, quedó maravillado con esa sensación de calor, humedad y contención que rodeaba su verga.
-Si me vas a follar entonces hazlo bien –dijo la mujer entre jadeos- dame duro, animal. Móntame como a una yegua.
La mujer se esforzó por ponerse de rodillas y apoyarse sobre las manos, el muchacho comprendió inmediatamente a qué se refería con eso de “móntame como a una yegua”, había visto muchas veces a un caballo haciéndolo y eso mismo lo llevó a entender por qué su madre había adoptado esa posición. Se aferró a los hombros de la mujer pasando las manos por su pecho y comenzó a darle violentas embestidas, luego de pocos segundos se dio cuenta de que éstas serían más potentes si se ponía de pie. Cuando se paró a pocos centímetros de la cama, su madre se acercó más al borde y permitió que el muchacho volviera a clavarla en su dilatada y humedecida cueva. Él la tomó por la cintura y volví a darle potentes arremetidas. Ella gimió de placer pero procuró no gritar, si bien no tenían vecinos en las cercanías, no quería alertar a ningún curioso, todos sabían que ella no tenía marido y no sería muy difícil adivinar que era su hijo quien se la estaba follando como un animal en celo. Ella también estaba en celo, llevaba meses en celo fantaseando con este momento y agradecía a Dios que, a pesar de haberle arrebatado a su marido, al menos le dejara un hijo varón con una buena polla.
-Lléname… lléname con tu verga –pidió ella- hazte hombre, cabrón. Dame duro… sin compasión.
Estas palabras incentivaban de una forma descontrolada al muchacho, se puso rojo, sus músculos se tensaron y, una vez más guiado por el instinto, aferró a su madre por el cabello. El sonido que hacía su cuerpo al golpear constantemente contra las nalgas de esa mujer lo excitaba aún más, hasta la forma en que ella jadeaba y respiraba lo ponían como un toro. Ahora entendía todos los comentarios que había escuchado sobre lo fantástico que era montar una mujer, ese hueco viscoso entre las piernas de su madre le estaban brindando el mayor placer que había sentido en toda su vida. Admiraba su pene entrando y saliendo de esos labios peludos que parecían abrirse cada vez más. Segundo marcó un ritmo hipnótico y furioso al que su madre respondía con resoplidos, quejidos y gemidos. Cada vez que el pene entraba completo la cara de la mujer se aplastaba contra el duro colchón de lana de oveja. Una de las manos de Cándida encontró su clítoris a tientas y comenzó a estimularlo para aumentar el goce. Pensó en su marido y su excitación aumentó, ese hombre sí que sabía complacerla, pero su punto máximo, su clímax llegó cuando fue realmente consciente de que era su hijo, su querido hijo Segundo, quien se la estaba follando salvajemente. Ella sabía que eso estaba prohibido, incluso ante los ojos de Dios, pero no le importó, el placer era inmenso y Dios estaba en falta con ella desde hacía tiempo.
-Ponla en mi boca… y dame de tomar tu leche –Cándida pidió esto sólo para que el muchacho no se corriera dentro de su vientre- dame tu leche y hazme tu mujer.
El joven semental no se hizo rogar, liberó a su madre sólo para acercarse a su rostro y clavar su duro palo dentro de la boca de su progenitora, ésta lo recibió con gusto, al mismo tiempo que se ponía boca arriba y se masturbaba con violencia, utilizando ambas manos. Ella sabía muy bien cómo dar placer a un hombre utilizando su boca, su lengua sabía cómo recorrer en círculos cada centímetro de una verga erecta y su hijo no pudo resistirlo mucho más, soltó el torrente lechoso arqueando su espalda y recibiendo espasmos de placer en toda la zona baja de su cuerpo. Cándida maltrataba su vagina y ésta salpicaba líquido para todos lados, abrió las piernas como una rana y las levantó, esto le dio una visión muy explícita al muchacho del sexo femenino. Mientras su pene se iba relajando la mujer puso un dedo de su mano izquierda contra su ano y comenzó a acariciarlo suavemente sin dejar de introducir dedos dentro de su concha. A continuación hundió el dedo dentro de su culo y dio toda la apariencia de estar masticando el pene de Segundo, que ya no era más que un apéndice gomoso que colgaba, ella aún podía saborear el semen y sintió un placer inmenso cuando el dedo entro por completo en el agujero prohibido. El muchacho se preguntó por qué su madre hacía esto pero supuso que a ella le gustaría. Luego vio a la mujer sufrir espasmos violentos sin sacar el pene de su boca.
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El chirrido de la puerta del establo volvió a despojar a Segundo de sus agradables sueños y recuerdos. La bella Flora ingresó una vez más al granero para verificar si su prisionero no se había fugado, cuando lo vio acurrucado en un rincón, se tranquilizó.
-Veo que ya has terminado de comer ¿necesitas algo más? –le preguntó mientras se acercaba a él.
-¿Por qué eres tan amable conmigo?
-¿Te parece que estoy siendo amable?
-Bueno, al menos no me estás golpeando como hacen los otros salvajes.
-Esos salvajes son los peones de mi padre…
-¿Y tampoco se me permite insultarlos?
-A ellos… -la muchacha meditó durante unos segundos- sí, a ellos puedes insultarlos todo lo que gustes, sólo procura que mi padre no te oiga.
-Pues son unos animales cobardes, no enfrentarían a un hombre en igualdad de condiciones ni aunque les pagaran por hacerlo, maricones… hijos de puta –la muchacha comenzó a reírse.
-Tienes temperamento… a pesar de estar tan magullado. Te repito por última vez ¿necesitas algo más?
-Necesito orinar –la chica lo miró sobresaltada.
-¿No puedes hacerlo solo?
-Si me desataras las manos, podría –una vez más, la muchacha dudó.
-No… eso no.
-¿No confiás en mí?
-No confío en ti.
-Entonces tendrás que ayudarme.
-O dejar que te orines encima.
-Ni a los perros los hacen orinarse encima. Es cuestión de unos segundos, orino y no molesto más… ya quiero dormir un poco… me duele todo el cuerpo.
-Está bien, te ayudaré –dijo Flora resignada.
Ella se acercó y tomó al muchacho por un brazo obligándolo a ponerse de pie, allí se sobresaltó y se echó hacia atrás un paso. Algo grande sobresalía del centro del pantalón del prisionero, no le llevó mucho tiempo deducir que éste tenía una erección, como las que tantas veces había visto en su padre.
-¿Cómo ocurrió eso? –la chica preguntó porque aún tenía dudas al respecto, no sabía cómo los hombres conseguían poner duros sus penes, sólo sabía que lo hacían y que luego lo metían en los agujeros de la mujer.
-Es una larga historia –Segundo sintió un poco de vergüenza, sólo su madre lo había visto con la verga dura… bueno, ni siquiera contaba a esa puta de la pulpería… ella siempre veía vergas duras.
-¿Puedo saberla?
-No. No confío en ti. ¿Me vas a ayudar a orinar?
-Venga, vamos al rincón.
Arrastró al muchacho hasta el rincón más apartado de lo que venía a ser su cama. Ella sabía muy bien que debía bajar el pantalón del prisionero y lo hizo sin esfuerzo. Allí lo vio por primera vez. El pene de este hombre no se parecía a los otros que había visto, este se doblaba de forma extraña hacia arriba.
-Bueno, comienza a mear de una vez.
-Te sugiero que lo apuntes hacia abajo, sino orinaré todo… incluso a ti y a mí.
Flora no vio otra alternativa, tomó la verga con una mano e intentó doblarla hacia abajo, ella no sabía cuánto placer producía esto a Segundo, pero si supo que ella se sintió extraña al tocarlo. Era más duro de lo que imaginaba. La orina salió como un disparo e impactó contra las desgastadas tablas de la pared del granero para caer luego al piso. Se agachó flexionando sus rodillas, procurando que el orín no la tocara y admiró de cerca ese extraño palo de carne. Nunca había visto uno desde tan cerca.
-¿Por qué se puso dura?
-Ya dije que no te iba a responder eso.
-Es que no sé por qué se ponen así… a veces las veo colgando como si fueran la cola de una vaca, y otras veces están duras, como el poste de una cerca –las últimas gotas de orina cayeron pero ella no se apartó.
-¿De verdad no lo sabes?
-Te he dicho que no –respondió ella con el entrecejo fruncido; Segundo pensó la mejor forma de responderle y se le ocurrió una que le pareció divertida.
-Es como cuando a ti se te moja la chucha.
-¿La qué?
-La vagina, mujer… la vagina.
-¿Y cómo sabes que se moja?
-Porque a todas las mujeres le pasa, cuando se excitan… cuando se calientan… cuando quieren que las follen –Flora se sobresaltó y abrió la boca al oír esa palabra -¿a ti se te ha mojado muchas veces?
-Sí –confesó la chica recordando las veces que se mojó al mirar a sus padres o al toquetearse con su amiga.
-¿Y sabes por qué ocurre?
-Sí, lo sé.
-Bueno, a los hombres nos pasa algo parecido, pero en lugar de mojarnos, se nos pone dura.
-¿Entonces tú tienes ganas de follar? –ella seguía aferrando esa verga dura con una mano, mirándola como si fuera lo más extraño que había visto en su vida.
-No exactamente… a veces pasa sin que uno lo controle.
-¡Es cierto! A veces a mí se me moja la vagina y no estoy pensando en follar –la chica hablaba con naturalidad del sexo ya que no conocía todos los prejuicios que éste acarreaba.
-¿La tienes mojada ahora? –segundo preguntó por puro morbo.
-Sí. ¿A ti también te sale leche de la punta?
-¿Cómo sabes eso?
-Porque lo vi muchas veces… en –su instinto le dijo que no mencionara a su padre- en algunos hombres –la jovencita recordaba haber sentido ese líquido tibio en su cuerpo esa noche que Lozano le chupó la vagina.
-Sí, de mi verga también sale leche.
-¿Y cómo haces que salga? Lo quiero ver –esto era demasiado bueno para Segundo, esta chica era una ingenua total.
-Eso no es tan fácil… no es que pueda sacar leche cuando yo quiero… hasta las vacas necesitan ayuda. Si quieres verlo tendrás que ayudarme
Flora recordó a su madre haciendo muchas cosas diferentes con el pene de su padre, era cierto, éste no soltaba la leche al comienzo, lo hacía al final. Recordaba que más una vez su querida madre introducía el miembro en su boca y lo chupaba, a veces sólo bastaba con eso para que éste escupiera la leche, pero la muchacha no estaba dispuesta a hacer semejante cosa, este sucio ladrón había estado tirado allí dentro todo el día, no era tan estúpida como para introducirse su rabo en la boca.
-No lo haré… así quedará –la chica no sabía qué ocurría con un pene si este no soltaba la leche, las vacas se quejaban si pasaban mucho tiempo sin que las ordeñen, se preguntó si este caso sería parecido.
-¿No vas a ayudarme?
-Ya te ayudé a orinar –guardó la verga del prisionero dentro del pantalón- no tengo que hacer nada más por ti, mañana mi padre decidirá tu destino.
-¿Es juez tu padre?
-No, es el dueño de estas tierras… por lo tanto él manda aquí.
-¿Y puede él pasar por encima de la ley?
-A veces sí… son los beneficios que tiene ser un hombre respetado por estos lados, deberías haberlo sabido antes… el robar ganado te hace todo, menos respetable –Flora dejó caer al muchacho sobre lo que sería una vez más su cama- ahora duérmete si quieres que las horas se te pasen rápido… no hagas mucho ruido y procura no apestar, de lo contrario atraerás a los bichos y alimañas.
-O a los peones de tus padres.
-Eso pasará sólo si intentas escapar. Si yo fuera tú, ni siquiera lo intentaría, esperaría hasta el día siguiente.
-¿Para que decidan mi destino?
-Así es… sigue siendo mejor que terminar con un tiro en la espalda.
-¿Y si ese fuera mi destino?
-Entonces estará allí fuera, esperando por ti… así que no hay prisa –Segundo no tuvo más remedio que admitir que la chica tenía toda la razón.
La mañana inició como suele hacerlo siempre en las tierras de Don Avelino Irizarry, antes de que cantara el gallo. Algún día haría sopa con ese maldito animal que no sabía cumplir ninguna de sus funciones en la granja, cantaba a destiempo y a duras penas fertilizaba alguna gallina.
-Traigan a ese ladrón roñoso –dijo a tres de sus peones habituales.
José Pereyra permaneció a su lado en silencio y juntos aguardaron hasta que trajeron a rastras al prisionero, éste estaba sucio y desprolijo, su cabello oscuro parecía ser el nido de algún roedor y su piel estaba llena de arañazos y moretones, pero aún respiraba.
-¿Qué hacemos con él, patrón? –preguntó por fin el fiel Pereyra.
-Con todo respeto, patroncito –habló Malik, el negro- debería entregarlo al comisario para que él lo arroje a “La Llorona” y que se pudra allí dentro como el cochino que es –por la severidad del rostro de Avelino, el descendiente de africanos temió haber hablado de más.
-Tus palabras llevan mucho de razón, Malik –esto tranquilizó enormemente al negro, tanto que llegó a sonreír- esa tal vez sea la opción más apropiada que tenemos.
-Es eso o meterle un tiro en la cabeza, como a los demás –Pereyra sólo subrayaba ese hecho para impartir miedo al muchacho maniatado.
-Está bien –Don Irizarry aspiró una buena cantidad de aire y luego exhaló- cárguenlo en una carreta y llévenlo ante el comisario, cuéntenle lo ocurrido y que él o el juez decidan cuánto tiempo pasará en la cárcel.
Segundo sintió que su mundo se desmoronaba como lo había hecho Troya, en ese famoso libro que había tenido el gusto de leer. Tan sólo por una imprudencia, un tropiezo, un desliz, una sola idiotez en su vida… y ésta ya tenía fecha límite. Quería llorar, quería explicar una vez más que él no era ningún ladrón, quería volver junto a su madre, abrazarla, besarla, sentir su calor una vez más… pero no podía hacerlo. A ella se le rompería el corazón al perder a su único hijo vivo, se quedaría sola y desdichada.
-¡Jefazo! –el grito amistoso de Augusto Lozano llegó desde lo lejos acompañado por el galope de su caballo- ¡Jefazo! –repitió mientras sacudía en su mano una hoja de papel blanca.
-Ayúdenlo a desmontar –indicó Avelino a dos de sus peones.
Cuando Lozano descendió de su caballo se acercó agitado hasta su amigo, ignorando al prisionero que balbuceaba de rodillas en el piso.
-¿Qué ocurre?
-Don… -el hombre tomó aire- tengo una carta de los Azurri para usted, supuestamente está firmada por el mismo Pancho Azurri.
-¿Qué pone en ella?
-No me lo dijo… sólo me dijeron que se la traiga a usted, de inmediato… tuve que correr un buen trecho hasta que llegué a donde estaba mi caballo y desde allí vine tan rápido como el bovino me lo permitió.
-Equino –dijo en voz baja Segundo Cuevas, por su imprudencia recibió una patada en las costillas por parte del negro.
-¡Callate escoria! Nadie te dio permiso para hablar.
-Pero tengo razón –dijo casi sin aire- es un puto equino, no un bovino.
-El muchacho tiene huevos –dijo Avelino con media sonrisa en su rústico rostro- y sabe de animales –el patrón aprovechó este momento para pensar qué hacer, sabía muy bien que la carta de Pancho Azurri era una broma de mal gusto hacia él, porque ese tipo sabía perfectamente que Don Irizarry nunca había aprendido a leer o escribir -¿cómo podemos averiguar lo que dice esa maldita carta?
-El cura sabe leer –aseguró José Pereyra- pero el muy desgraciado cobra cada vez que alguien quiere que le lea algo.
-El dinero no es problema, lo pagaré de ser necesario… pero tengo entendido el que Cura está de viaje.
-Así es –corroboró Lozano- dijo algo sobre un retiro espiritual y se esfumó en la nada… debe estar tomando vino bajo la sombra de un ombú, lejos de todo el mundo.
-No hable mal del cura Lozano, puede ofender a los creyentes de la zona.
-Mis disculpas a ese montón de palurdos que creen que un carpintero loco es su amo y señor –todos, a excepción del prisionero, estallaron en risas ya que era sabido que Irizarry no era creyente.
-Disculpas aceptadas… pero eso no nos resuelve el problema de la carta.
-Yo sé leer.
Las palabras del joven Segundo dejaron boquiabiertos a los presentes, si una ventisca hubiera cruzado en ese momento se hubiera oído su silbido sobre la respiración de los presentes.
-Está mintiendo patrón –aseveró el negro- intenta ganar tiempo para que…
-Si está mintiendo lo podemos corroborar de una forma sencilla –lo interrumpió Don Avelino- que lea carta en voz alta, si miente se lleva una bala en la rodilla.
-¿Y si digo la verdad? –preguntó el prisionero levantando la mirada hacia su captor.
-Si dices la verdad… ya veremos.
-Nada de veremos, necesito garantías.
-No eres más que un ladrón inmundo muchacho. No vengas a hablar de estupideces –Lozano estuvo a punto de propinarle otra patada, no lo hizo sólo porque Don Irizarry negó con la cabeza.
-No soy un ladrón. Les dije que fue sólo una equivocación… nunca robé nada en mi vida.
-Te vimos saliendo de nuestras tierras cargando cinco vacas, propiedad del señor Avelino Irizarry –recitó Pereyra.
-Como les dije –continuó Segundo- fue una estupidez de mi parte… y creo que la golpiza recibida fue suficiente castigo. Sí quise robar sus vacas, no lo negaré… pero le pido disculpas por ello. Lo hice para… -iba a inventar la mentira de que su madre estaba enferma y necesitaba dinero para medicinas, pero prefirió decir la verdad, por estúpida que fuera- para casarme con una bella muchacha… ella sólo se casaría conmigo si yo tuviera dinero como para comprar una pequeña casa en algún sitio de condado. No tengo trabajo y no estaba pensando claramente… solo soy un idiota que se enamoró –dos de los peones comenzaron a reírse pero Avelino los hizo callar al instante cortando el aire con su mano- usted puede creerme o no… pero mis intenciones eran devolver el dinero una vez que tuviera mi propia granja… mi propio empleo.
-¿Y cómo lo hubieras devuelto? –Preguntó el patrón- ¿Hubieras golpeado la puerta de mi casa diciéndome que habías robado mis vacas y que ahora traías de regreso el dinero?
-Soy estúpido, pero no tanto. Ya lo había pensado. Compraría otras cinco vacas, las más jóvenes y saludables que pudiera comprar y de la misma forma en que me llevé las primeras cinco, dejaría éstas dentro de los límites de sus tierras. Quien sabe, tal vez usted ni lo hubiera notado.
-Sí lo hubiera notado, llevo todo mi ganado marcado.
-Lo sé, lo marca con una letra A con cuernos de toro en la cima. Nada difícil de hacer para un herrero… pensaba encargar un sello igual y marcar el ganado.
-Se ve que habías pensado en todo.
-En todo no, nunca imaginé que dispararían por la espalda, sin previo aviso… como si fuéramos animales.
-Así tratamos a los ladrones por estos lados, chiquillo, deberías saberlo –aseguró Irizarry.
-No lo sabía… pero ahora que lo sé, créame que no volveré a robar ni siquiera una naranja en toda mi vida.
Avelino Irizarry meditó luego de escuchar las palabras del muchacho, él también había sido joven una vez y había estado muy enamorado de su querida Esperanza, también tuvo que salir desde el fondo de un chiquero, literalmente, para poder hacer algo de dinero y dar una vida digna a su futura esposa.
-Te propongo una cosa, jovencito, para que veas que soy un hombre honrado y justo. Si sabes leer y puedes leerme esta carta, te liberaré.
-Pero patrón…
-¡Cállate Malik! Estoy hablando.
-Disculpe –el negro puso las manos detrás de su espalda y agachó la cabeza.
-Y no sólo comprarás tu libertad, sino que también te ofreceré un empleo.
-¿Un empleo? –el muchacho no comprendía nada.
-Sí, un empleo digno y pagado, para que ya no tengas que robar.
-¿Qué clase de empleo?
-Lo sabrás luego de leer la carta. Ahora… hazlo.
Tendió la hoja de papel hacia el muchacho e hizo señas a uno de sus peones para que lo liberaran. Cortaron la nudosa soga que sostenía sus manos y Segundo sintió un ardor intenso, como de mil agujas, dentro de cada uno de sus dedos. Con dificultad se puso de pie, Lozano llevó su mano derecha hasta la culata de su arma, con esto le indicaba que estaba muerto si intentaba alguna locura. El joven se limitó a tomar el pedazo de papel y miró la desprolija letra que éste tenía garabateada en tinta negra.
-El que escribió esto fue un animal –dijo y todos se rieron.
-El chico es inteligente, patrón –Pereyra sonreía ampliamente.
-¿Por qué dices que fue un animal, muchacho? –preguntó Avelino.
-Porque cometió muchísimas fallas al escribir.
-Y el muy hijoeputa se hace el culto –Lozano escupió al piso.
-Intentaré leer lo que creo
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