Para los amantes de los relatos le traigo lo mejor de lo mejor!
Cómo todo tiene un final, el congreso donde mi cuñada me dio su culo terminó y tuvimos que volver a casa. Todavía recuerdo que en el avión de vuelta, Nuria se puso triste porque sabía que al aterrizar en Madrid estaría Inés, mi mujer. Casi llorando me pidió que al menos una vez por semana y aprovechando que trabajábamos juntos, la poseyera. Pero haciendo caso omiso a su sugerencia, me negué diciendo:
-Nuria, como te expliqué lo nuestro no debe seguir por tu hermana. No creo que quieras hacerle daño.
Asintió de mala gana pero tras permanecer durante unos minutos en silencio, llamó a la azafata y le pidió una manta con la que taparse. No tuve que ser un premio nobel para comprender que no era el frio la razón para pedirla y con una sonrisa, le di vía libre. Al entregársela la empleada, se las arregló para que nos cubriera a los dos y así que nadie se percatara de lo que iba a ocurrir bajo esa tela.
Como habréis anticipado, tuve que esperar poco tiempo para sentir que su mano me empezaba a acariciar el pene por encima del pantalón. La persistencia de Nuria buscando levantar mi libido tuvo cómo respuesta que mi miembro se irguiera en su plenitud.
-Si quieres guerra, la vas a tener- le dije antes de ordenarle que me hiciera una mamada.
Mi cuñada recibió con espanto mi orden porque solo entraba en sus planes el hacerme una paja y nunca pensó en una felación por estar rodeados de gente.
-¿Aquí? – preguntó muerta de vergüenza.
-Sí- respondí y para dar mayor veracidad a mi orden, bajándome la bragueta, liberé mi miembro: -¡Quiero que me la comas!
Asintiendo, me susurró:
-De acuerdo, pero no hagas ruido.
Tras lo cual, noté que le costaba respirar mientras abarca entre sus dedos mi extensión. Durante un par de minutos se dedica únicamente a pajearme pero al exigirle que quería más, sin quejarse hizo como si buscara algo en el suelo y viendo que nadie se había fijado en que se había arrodillado, me miró diciendo:
-¡Tú te lo has buscado!
Antes de metérsela en la boca, decidió humedecerla y con su lengua, la lamió empezando por la base y terminando en mi glande. Ya con su boca en la cabeza de mi pene, escupió un poco de saliva sobre mi capullo y la extendió con la mano por toda mi piel. Satisfecha, entonces abrió sus labios y de un tirón, la engulló hasta la base. Como la maestra que era, chupó mi polla con pasión y usando su boca como si de un estrecho coño se tratara, la sacó lentamente para cuando sus labios ya bordeaban mi glande, volvérsela a meter.
-¡Voy a echar de menos tus mamadas!- dije y llevando mi mano hasta uno de sus pechos, pellizqué su pezón.
Nuria al sentir mi ruda caricia, no puede evitar que se le erizara y mientras un escalofrío de placer le recorría por el cuerpo, pegó un gemido de satisfacción, tras lo cual siguió mamando mi pene sin hacer más ruido que el inevitable chapoteo de su saliva. Llevaba un buen rato con esa felación cuando sentí que cerrando sus labios alrededor de mi glande, uso su lengua para darme unas breves lamidas circulares sobre mi hoyuelo.
El morbo que me daba que me lo estuviera haciendo enfrente de todo el pasaje, me dominó y por eso cuando sentí que estaba a punto de correrme, presionando con mi mano su cabeza, le exigí que se lo bebiera todo. Como una posesa esperó a que explotar dentro de su garganta y sin dar tregua a mi miembro, lo ordeñó hasta que mis huevos quedaron vacíos. Solo entonces, se la sacó y mientras la dejaba inmaculada, me preguntó:
-En la oficina, ¿Podré hacerte alguna?
Metiendo mi pene dentro del calzón, me cerré la bragueta diciendo:
-Te he dicho que no.
Cabreada, no me dirigió la palabra el resto del viaje y solo cuando vimos a Inés tras la puerta de la aduana, se acercó a mí diciendo:
-Si crees que puedes dejarme tirada, ¡Te equivocas!
Su amenaza caló en el fondo de mi mente y por eso cuando saludé a mi esposa con un beso, me temí lo peor. Afortunadamente, Nuria no le contó nada pero cuando ya nos despedíamos, su hermana le preguntó cómo me había portado. Sonriendo, la contestó:
-No tengo queja. Tu marido me ha dejado agotada de tanto darme por culo.
Creyendo que era una broma, mi mujer se descojonó de la burrada y recriminándole su falta de tacto, le siguió la guasa diciendo:
-Pobrecita, ¿Te has podido sentar?
Soltando una carcajada, le confirmó que no pero señalando sus rodillas, respondió:
-Me ha traído arrodillada entre sus piernas y no me ha dejado sentarme hasta que no he satisfecho todas sus perversiones.
-¡Será cabrón, mi marido!- dijo con sorna Inés mientras me reprendía con unas imaginarias nalgadas en el trasero.
Como comprenderéis fui testigo mudo de esa conversación, no fuera que, al tratarme de defender, mi esposa se percatara de que esa supuesta broma tenía mucho de real. La diversión de la que fui objeto por parte de las dos hermanas, se prolongó hasta que ya desde el interior de su coche, mi cuñada me gritó:
-Te veo en la oficina, ¡Machote! Estaré deseando uno de tus azotes.
La risotada con la que mi mujer recibió la chanza de su hermana, me tranquilizó y tratando de hacerme el mártir, al sentarme en el asiento del copiloto, le dije:
-¡No sabes cómo me ha estado jodiendo toda esta semana!
Con genuina alegría, me contestó mientras encendía el motor del automóvil:
-Ya puedes olvidarte de ella. A partir de hoy: ¡Seré yo quien te joda!
Mi primer día de trabajo tras la vuelta.
Debido al cambio horario me tomé dos días de descanso antes de retornar a la oficina. Mereciéndolo, no tardé en arrepentirme porque al llegar hasta mi despacho, Nuria había aprovechado mi ausencia para realizar unos sutiles cambios en la disposición de los cubículos.
Al ser público tanto mi ascenso como el de ella, a nadie le extrañó que eligiera el que estaba al lado del mío. Por eso en cuanto me senté en mi silla, me encontré que a través del cristal de la mampara, la viera a ella. La muy zorra me sonrió al ver mi cara y metiéndose un bolígrafo en la boca, se puso a chuparlo como si estuviera haciendo una felación.
Reconozco que me calentó y cabreó de igual modo, por lo que bajando la persiana, evité seguir viendo esa morena tentación:
“¡Será zorra!”, pensé, “¡No se da cuenta que estamos en el trabajo!”
Su actitud afianzo mi decisión de dar por terminada nuestra relación y por eso, a través del teléfono, le pedí que viniera. Al verla acercarse contorneando sus caderas, comprendí que iba a resultar difícil convencerla pero aun así nada más sentarse, le pedí que se comportara.
-No sé a qué te refieres- me dijo mientras cruzaba sus piernas, dejándome apreciar la perfección de sus muslos.
Haciendo un esfuerzo para retirar mis ojos de sus piernas, me encaré con ella diciendo:
-Nuria, debemos ser prudentes. No te conviene que la gente sepa que además de tu cuñado, soy tu amante.
Al ver la expresión de su cara, supe que había expresado con el culo lo que quería decir pero antes que rectificara mis palabras, mi cuñada se levantó de su asiento, diciendo:
-No te preocupes. Nadie sabrá que eres mi hombre.
Su súbita huida no me permitió explicarme pero al ver que sonreía mientras volvía a su cubículo, advertí que esa puta se estaba riendo de mí. Cabreado hasta las muelas, le mandé un mail con solo una palabra:
¡Puta!
No tardé en recibir su contestación. Al leerla supe que me había ganado la tercera batalla en solo diez minutos:
“Esto puede considerarse acoso. Te espero en mi casa a la hora de comer”.
Maldiciendo en silencio, me concentré en el día a día y cuando ya casi se me había olvidado, llegó mi secretaria diciendo:
-Jefe, Doña Nuria me ha pedido que le recuerde la cita.
Pensando que quizás en su casa, pudiera hacerla entrar en razón, decidí acudir sabiendo que era una encerrona. Mientras iba a ver a mi cuñada, me quedé pensando que solamente una vez había pisado su casa y eso que llevaba casado con su hermana diez años. La mala relación que mantuvimos durante todo ese tiempo nos había convertido en unos extraños. Todo nuestro contacto se limitaba a breves encuentros dentro del ámbito familiar y esporádicamente en el trabajo. Pero comprendí que tras ese congreso, todo había cambiado.
No solo nos habíamos acostado, debido a que Arthur la había nombrado responsable para España, ahora era mi subordinada.
“No comprendo su fijación por mí, puede conseguir al tipo que desee”, me dije al tratar de analizar porque una mujer tan bella y soltera se había encaprichado de un hombre casado que para más inri era su cuñado. Tras pensarlo, aterrorizado comprendí que ese era exactamente el problema: acostumbrada a conseguir que los hombres babeen por ella, había encontrado en mi rechazo un estímulo que no le daban los demás.
“¡Tiene que recapacitar! Si sigue con esa actitud, va a echar a perder mi matrimonio”, sentencié mientras tocaba el telefonillo de su apartamento.
Nuria me abrió de inmediato. Que hubiese tardado unos escasos segundos en hacerlo, me avisó de que a esa mujer le urgía verme y por eso, bastante nervioso cogí el ascensor. Curiosamente, me recibió en bata y diciéndome que la esperara un minuto para darle tiempo a acabarse de vestir, me hizo pasar al salón para esperarla. Verme solo, me dio la ocasión de chismear su vivienda y mientras lo hacía, me sorprendió descubrir en su librería fotos mías.
“¿De qué va esta tipa?, maldije en silencio en cuanto me percaté que había al menos media docena de instantáneas en las que yo aparecía.
Podréis pensar que es normal que una mujer tenga fotos de su cuñado, lo sé. Lo que no es lógico es que aparezca solo y que por su tamaño sobresalgan sobre el resto. Revisando las mismas, me pareció todavía más increíble que fueran una colección que abarcaba años de mi vida. Alucinado, me fijé sobretodo en una de ellas. ¡Era una foto de una fiesta en la que por algún motivo, la tenía abrazada! Absorto me quedé mirando la imagen al percatarme que en la misma, Nuria me miraba con ojos de enamorada.
“¡No puede ser, tiene más de tres años!
La confirmación de que su encaprichamiento venía de lejos, me dejó hundido al comprender que no era algo pasajero. Tratando de asimilar esa noticia, involuntariamente cogí el marco de fotos y me senté en el sofá. Fue así como me encontró mi cuñada cuando entró en la habitación:
¡Mirando una imagen de los dos!
Al darme la vuelta, a la que vi no fue a mi cuñada sino a una diosa. Envuelta en un picardías de raso negro casi transparente, llegó a mi lado contorneándose sobre unas sandalias con tacón. Aunque era consciente de su belleza, os juro que me costó respirar al observarla vestida así. El corpiño que lucía en esos momentos, maximizaba la perfección de sus senos dotándola de una sensualidad sin límites.
Al ver tanto mi reacción como el hecho de que tenía en mis manos ese marco, le hizo reír y sentándose a mi lado, me dijo con voz divertida:
-El día en que nos tomamos esa foto, fue cuando me di cuenta que estaba prendada de ti.
Intentando de mantener la cordura, retiré la vista de su cuerpo y haciendo un esfuerzo por mantener mi excitación lejos, le contesté:
-¡Querrás decir encoñada! ¡Eres incapaz de amar a alguien!
Mis duras palabras no consiguieron su objetivo porque lejos de enfadarse, Nuria se subió a horcajadas sobre mis piernas mientras con voz dulce me contestaba:
-Te equivocas. Si durante años te traté con desprecio, era porque sabía que no podía vivir sin ti. Era una forma de evitar mostrar mis sentimientos- y entornando sus ojos, prosiguió diciendo mientras sus manos me empezaban a desabrochar la camisa: -Te amo desde entonces pero ahora que sé que me deseas, no lo puedo evitar y deseo ser solamente tuya.
La cercanía de sus pechos y el roce de sus muslos contra mis piernas estuvieron a punto de hacerme ceder, pero sacando fuerzas de mi propia desesperación, le dije:
-Sabes que no es posible. ¡Soy el marido de tu hermana!
-¡Lo sé y me duele!- respondió- por eso quiero ayudarte.
No sabiendo por donde iba, le pedí que me explicara en que me podía auxiliar. Mi cuñada acercando su boca a mi oído, me susurró:
-A convencerla de que te comparta conmigo.
Reconozco que debía haberme levantado e ido, pero para entonces Nuria se había apoderado de mi pene a través del pantalón y se lo había colocado de forma que podía sentir los pliegues de su sexo frotándose contra mi extensión.
-¡Estás loca!- solté inseguro de no dejarme llevar- ¡Nunca lo aceptará!
Fue entonces cuando me contestó:
-Tú déjamelo a mí. Mi hermana me quiere y cuando sepa que no seré feliz sin tenerte a mi lado, no le quedará más remedio que pedirme que me meta en vuestra cama.
-¿Me estás diciendo que le vas a reconocer que nos hemos acostado?- pregunté con pavor.
-¡Jamás! Si lo hiciera, no solo te echaría de casa sino que no me volvería a hablar.
Al escucharla, me tranquilicé porque al menos mi matrimonio no corría peligro inmediato. Tratando de averiguar que se proponía hacer, insistí en que me lo explicara:
-Ese en mi problema- contestó muerta de risa. –Usaré psicología femenina pero ahora, ¡Ámame!
Mas excitado que convencido, dejé a mis hormonas actuar y por encima del picardías, acaricié sus pechos, descubriendo que los senos de mi cuñada esperaban con los pezones duros mis toqueteos. Cuando tratando de mantener la calma, me apoderé de uno de ellos y dulcemente lo pellizqué, Nuria me regaló un suspiro que me hablaba de la altísima temperatura que había alcanzado su cuerpo.
Ese gemido consiguió romper con las ataduras de mi moral y sin poderlo evitar, la levanté del sofá y le bajé las bragas, descubriendo ese depilado y cuidado sexo que tan bien conocía. Su sola visión hizo que casi me corriera de placer, mi cuñada no solo estaba buena y era una estupenda mamadora sino que de su coño desprendía un aroma paradisíaco que invitaba a comérselo. Ya dominado por la lujuria, la alcé entre mis brazos y la llevé hasta su cuarto. Nada más entrar, Nuria me empezó a besar con pasión sin darme tiempo a quitarme los pantalones.
-Fóllame- rogó descompuesta.
De pie y soportándola entre mis brazos, me quité los pantalones, para acto seguido y de un solo arreón, penetrarla contra la pared. Chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida. La cabeza de mi pene chocó contra la pared de su vagina.
-¡No seas bruto!-
Dándome cuenta de que me había pasado, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado pero ella me gritó como posesa que la tomara, que no tuviera piedad. Sus gemidos y aullidos se sucedían al mismo tiempo que mis penetraciones y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas, mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. Manteniéndola en volandas, disfruté de un orgasmo tras otro, mientras mi cuerpo se preparaba concienzudamente para sembrar su vientre con mi semilla.
Sin estar cansado, pero para facilitar mis maniobras la coloqué encima de una mesa, sin dejarla de penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Grandes y duros se movían al ritmo de mis penetraciones, alentándolas. Contestando su llamada, los cogí con mi mano y maravillado por la tersura de su piel, me los acerqué a la boca.
Mi cuñada aulló como una loba cuando sintió como mis dientes mordían sus pezones, torturándolos. Y totalmente fuera de sí, me clavo las uñas en mi espalda, buscando aliviarse la calentura. Pero solo consiguió que el arañazo incrementara tanto mi libido como mis ganas de derramarme en su interior y que cogiendo sus senos como agarre, incrementara el ritmo con el que la hacía el amor. Al hacerlo, olvidé toda precaución y explotando, esparcí mi semen en su interior.
Agotado me desplomé sin sacarla encima de ella. Nuria al sentir mi peso, en vez de quejarse siguió moviéndose hasta que la falta de aire y su propia calentura le hicieron correrse brutalmente, gritando y llorando por el orgasmo con el que la había regalado.
-Vamos a la cama-, le pedí en cuanto se hubo recuperado un poco.
-De eso nada, cariño. Tienes que irte. He quedado con tu mujer en media hora y no quiero que te sorprenda aquí- me contestó con una dulce sonrisa.
El saber que Inés estaba a punto de llegar, me hizo recoger mi ropa y sin despedirme de ella, salir huyendo de allí
El plan de Nuria empieza a tomar forma.
Os juro que al salir del apartamento de Nuria, me pareció ver a mi esposa bajándose de un taxi y temiendo que pudiera verme, me fui lo más rápido que pude de allí. Ya en la oficina, no pude tranquilizarme hasta que vi entrar a mi cuñada.
Queriendo enterarme de cómo le había ido, entré en su despacho y cerrando la puerta, le pedí que me lo contara. Por mucho que le insistí, solo conseguí sonsacarle que todo había trascurrido como ella había planeado pero no que era lo que le había dicho. Ante mi insistencia, me soltó:
-Mejor que no lo sepas, para que cuando te lo cuente mi hermana no tengas que disimular la sorpresa- y con una sonrisa en sus labios, me pidió que no metiera la pata, diciendo: -¡No sabe nada de lo nuestro!
Por eso, llegué a casa sin saber que narices me encontraría al entrar. Mis negros pronósticos desaparecieron nada más ver que mi mujer había preparado una cena romántica en el jardín.
“Por lo menos, no está cabreada conmigo”, pensé cuando me recibió excesivamente cariñosa con una copa de champagne.
Su cálido recibimiento me extrañó porque advertido como estaba que esa tarde había hablado con su hermana, comprendí que lo quisiera o no, esa noche iba a sufrir un duro interrogatorio. Y así fue, ni siquiera habíamos empezado a cenar cuando Inés en plan empalagoso se sentó en mis rodillas y me preguntó que hombres habían estado en el congreso. Su pregunta de seguro estaba relacionada con Nuria y por eso me anduve con pies de plomo al contestarle.
-Muchos- respondí- pero que tu conozcas: Arthur, mi jefe y Antonio el de contabilidad.
Al escuchar mi respuesta, se tomó unos segundos antes de insistir diciendo:
-¿Ambos están casados?
-Sí- respondí y tratando de sacar el lado cómico, le solté: -Al menos por ahora, ¡Ya sabes que Lucy es la quinta esposa del Jefe!
Sin hacer caso a mi broma, masculló entre dientes que era imposible que fuera alguno de los dos. Al escucharla todos mis vellos se erizaron y queriendo sondear cual era el tema, directamente se lo pregunté. Fue entonces cuando poniendo un gesto preocupado, me respondió:
-La boba de mi hermana está destrozada. Me ha contado esta tarde que se ha enamorado de un hombre casado.
-¡No jodas!- exclamé- ¿Me estás diciendo que ese témpano se ha liado con un tipo con mujer?
Cabreada, se levantó de mis piernas, diciendo:
-¡No te permito que hables así de Nuria! Mi hermana es una buena mujer que nunca ha encontrado una pareja y resulta que cuando al fin se interesa por alguien, está ya cogido- y mirándome a los ojos, me dijo:- Antes que lo preguntes, ¡No se ha acostado con él! Por lo visto ese hombre adora a su mujer y no le ha dado entrada.
Comprendiendo por vez primera parte de su plan, supe que debía de seguir actuando como si siguiera odiando a mi cuñada y por eso, dije muerto de risa: -¡No me extraña! ¡Esa frígida lo debe haber asustado!
Mi reiterado insulto terminó con esa velada porque mi mujer viendo el cachondeo con el que me tomaba el problema de su hermana pequeña, me llamó imbécil, dejándome solo cenando en el jardín. Por mucho que intenté congraciarme con ella, ¡Esa noche dormí en la habitación de invitados!
Reconozco que no me importó el pasar esa noche exiliado de mi cama porque si de algo era consciente, era de la capacidad de manipulación que tenía esa zorra y anticipando el resultado de su plan, me imaginé disfrutando de las dos a la vez en mi cama.
A la mañana siguiente, Inés estaba de mejor humor y mientras desayunábamos, me pidió que al llegar a la oficina le dijera como había encontrado a Nuria. Haciéndome el apenado por lo sucedido la noche anterior, le prometí cumplir con su deseo. Agradeciendo mi comprensión, me besó mientras me prometía que al volver a casa, me esperaría en la cama. Viendo que se me hacía tarde, me despedí de ella y me fui a la oficina.
Todavía no me había sentado en mi despacho, cuando mi cuñada entró y me pidió que le contara como me había ido. Sinceramente, le expliqué con pelos y señales tanto la noche anterior como durante el desayuno. Nuria me escuchó con satisfacción y tras quedarse callada durante un minuto, dijo:
-Espera una hora y llama a mi hermana. Dile que he llegado tarde y que con muy malos modales te mandé a la mierda cuando me preguntaste como estaba.
-De acuerdo- contesté.
Tal y como me pidió así lo hice, añadiendo de mi cosecha que había llegado sin maquillar y con ojeras. Mi esposa al escuchar el mal estado de su hermana, se quedó preocupada y me rogó que fuera bueno con ella. Satisfecho por su reacción, me despedí de ella y fui a contarle a Nuria nuestra conversación. Estaba todavía explicándole lo hablado cuando me avisó que Inés la estaba llamando, de manera que fui testigo de la perfecta representación de depresión que le brindó a su hermana por teléfono. Como si fuera algo innato en ella, se mostró como la mejor de las actrices al llorar desconsoladamente mientras le decía que estaba desesperada. Os juro que si no llego a conocerla y a saber que era parte de un plan, ¡Yo también me lo hubiese creído!
Nada más colgar, sonriendo, me informó que había quedado a comer con Inés y que no la esperara en la tarde.
-Eres una zorra- descojonado le solté mientras me iba.
Como me había avisado, esa tarde no apareció por la oficina. Al ser su jefe, me inventé que le había mandado a ver a un cliente para que nadie la echara de menos y esperanzado, aguardé a que al llegar a casa mi mujer me pusiera al tanto de lo que habían hablado.
Pero contra lo que había previsto, no pude averiguar nada porque Inés estaba de pésimo humor y en cuanto le pregunté por mi cuñada, gritando me dijo:
-¡No me hables de esa loca! ¡No quiero saber nada de ella!
Viendo que enfocaba su cabreo sobre Nuria, me abstuve de insistir porque de alguna forma, supe que le había revelado su encoñamiento por mí. Andando con pies de plomo, no me quejé cuando en un momento dado descargó su frustración contra mí. Si lo lógico hubiese sido enfadarme, hice todo lo contrario y abrazándola contra su voluntad, le dije al oído que la quería.
Zafándose de mi abrazo, me soltó:
-Lo sé pero hoy no estoy para carantoñas.
Y por segunda noche consecutiva, tuve que dormir en el cuarto de invitados porque mi esposa, suponiendo que yo no tenía ninguna culpa, no podía soportar estar conmigo en la misma habitación. Si veinticuatro horas antes no me había importado, entonces sí porque temía conociendo su carácter que Inés nunca perdonaría a su hermana. Mientras pensaba en ello, asustado comprendí que ambas me importaban:
“Estoy jodido”, maldije en mi mente al darme cuenta de que estaba enamorado de las dos.
Todo se desencadena.
Aunque me costó, conseguí quedarme dormido y por eso cuando a las cuatro de la mañana, Inés entró como una loca tardé en comprender que me decía. Llorando a moco tendido, me explicó que la acababan de llamar de la clínica de La princesa diciéndole que Nuria acababa de ingresar por Urgencias.
-¿Qué ha pasado?- pregunté francamente preocupado.
-Por lo vista, esa idiota se ha intentado suicidar- respondió mientras me pedía que me diera prisa.
Curiosamente el saber que ese era el motivo, me tranquilizó porque comprendí que podía ser parte de su plan pero aun así, ni siquiera me había abrochado la camisa cuando ya salíamos rumbo a ese hospital. Durante el trayecto, mi esposa no paró de echarse la culpa de lo sucedido, diciendo que debía haberla hecho caso. Como era un tema espinoso, me mantuve callado mientras escuchaba el dolor que la consumía.
Afortunadamente, nada más llegar nos comunicaron que estaba fuera de peligro y que si queríamos podíamos pasar a verla. Pensando que mi mujer necesitaba mi soporte, la acompañé hasta la habitación donde estaba su hermana pero justo cuando iba a entrar Inés me pidió que la dejara sola. Al insistir, llorando me confesó:
-¿Recuerdas que te dije que Nuria se había enamorado de un casado?
-Sí- respondí.
-¡Ese casado eres tú!
Haciéndome el sorprendido, la contesté que no tenía nada que ver con el capricho de su hermana.
-Sé que no es culpa tuya- convino conmigo completamente destrozada, tras lo cual me pidió que quería hablar sola con ella.
Como comprenderéis no entré y sentándome a esperar en una silla, me puse a analizar lo sucedido. Aunque sabía lo cabezota y bruta que era mi cuñada, nunca me imaginé que llegara hasta ese extremo su locura y menos que pusiera en riesgo su salud para manipular a su hermana.
Al cabo de una hora, Inés salió a verme con los ojos hinchados de tanto llorar y dándome un abrazo, me informó que Nuria estaba mejor pero aun así quería quedarse con ella.
-No te preocupes, te espero- le dije aliviado.
Mi mujer sonrió al escucharme e insistiendo, me rogó que me fuera a casa diciendo:
-Es tarde y tienes que trabajar. Luego te llamo a la oficina.
Confieso que no me fui a gusto porque no tenía duda de que de lo que hablaran en el hospital mis dos mujeres, dependería mi futuro. Solo tenía claro que las necesitaba a ambas pero si me obligaban a decidir, sin lugar a dudas, elegiría a Inés.
Con el alma en un vilo, esperé la llamada de mi mujer. Sin saber que habían decidido entre esas dos cuando vi en mi móvil que Inés me llamaba, contesté aterrorizado.
- Manuel, acaban de dar el alta a Nuria- me informó primero y con voz temblorosa, me preguntó después: -¿Te importa que se quede en casa mientras se recupera?
Reprimiendo mi alegría, le contesté que no y que por mi parte, podía quedarse el tiempo que necesitara. Al colgar, comprendí que aunque no podía cantar victoria, los planes de Nuria estaban cumpliéndose según el guion marcado. Durante todo el día estuve malhumorado, con cualquier cosa saltaba. Por eso con mis nervios a flor de piel cuando salí de la oficina y antes de ir a casa, decidí que no podía llegar en ese estado y previendo problemas, me paré en un Vips a comprar unas flores con las que apaciguar a mi mujer.
Curiosamente cuando llegué a casa y se las di, no las aceptó diciendo:
-La enferma es Nuria, dáselas a ella- al ver mi reticencia, me pidió: -¡Hazlo por mí!
Cortado por regalarle a mi cuñada unas flores en presencia de su hermana, toqué en la puerta del cuarto de invitados. Desde dentro Nuria con voz cansada, me rogó que pasara y os juro que cuando la vi con unas negras ojeras enmarcando sus ojos, me dolió que hubiera tenido que pasar por ese sufrimiento por el solo hecho de querer estar conmigo. Conmovido, me acerqué hasta su cama y acariciándole la cabeza, le pregunté cómo seguía:
-Bien- contestó con una sonrisa fingida pero al ver que le traía un ramo, se le iluminó su cara y llorando me dio las gracias.
No me preguntéis porqué pero supe que su sentimiento era autentico y estuve a punto de caer a sus pies y reconocerle que yo también la amaba. Afortunadamente mi esposa me pidió que la dejara descansar por lo que despidiéndome de ella, me fui al salón a tomarme una copa. Estaba todavía poniéndome un whisky cuando vi entrar a Inés con gesto preocupado y dejándose caer en el sofá, me pidió que me sentara a su lado.
-Gracias por ser tan cariñoso con ella- me dijo abrazándome y pegando su cabeza a mi pecho, me soltó: -¡Nuria nos necesita!
No queriendo adelantar acontecimientos, me quedé callado mientras mi esposa se desahogaba llorando. La lucha que se estaba desarrollando en su mente la tenía hundida y como sabía mi parte de culpa en su sufrimiento, la consolé durante largo rato. No sé si eso le sirvió de catarsis, pero cuando se levantó del asiento, me pareció descubrir en su rostro una determinación que antes no estaba.
Fue entonces cuando mirando el reloj, me pidió que pusiera la mesa mientras ella calentaba la cena, tras lo cual la vi desaparecer rumbo a la cocina. Sin saber a qué atenerme ni cómo íbamos a llevar que su hermana, la mujer que le había reconocido que estaba enamorada de mí, estuviera esos días con nosotros, me ocupé de colocar los platos y cubiertos sobre el mantel mientras mi mente estaba a mil kilómetros de distancia.
Como no sabía si Nuria iba a acompañarnos, puse un servicio para ella. Al cabo de diez minutos, Inés volvió y al observar que había tres lugares en la mesa, me dijo:
-Gracias por contar con mi hermana pero ya le he llevado de cenar- tras lo cual, nos pusimos a cenar.
Os reconozco que fue una cena extraña. Ninguno de los dos quiso sacar el tema pero aunque nos pasamos charlando de temas insustanciales, ambos sabíamos que era a propósito y éramos conscientes de que Nuria estaba en nuestros cerebros.
Como todas las noches, al terminar recogimos los platos y los metimos al lavavajillas, pero cuando ya me dirigía hacia el salón a ver la tele, Inés me cogió por banda y pegándose a mí, me susurró:
-¡Necesito hacerte el amor!
No que decir tiene que acepté su sugerencia y la besé. Sus labios me resultaron todavía más dulces esa noche y llevándola entre mis brazos, fui con ella hasta nuestra cama. Botón a botón, fui desabrochando su vestido y descubriendo su piel. Inés no pudo reprimir un jadeo, al sentir que le quitaba el último.
-Tenemos que hablar- me dijo pero cerrando su boca con un beso, la abracé.
Mi mujer al notar a mi mano recorriendo su trasero, se lanzó como una loba contra mí, despojándome de mi camisa. Aunque conocía su temperamento ardiente, me sorprendió su urgencia. No me hice de rogar y tumbándola en el colchón, me agaché pasa probar el sabor de su coño. Mi lengua recorrió todos sus pliegues antes de llegar a tocar su clítoris. La lentitud, con la que me fui acercando y alejando de mi meta, hizo que al apoderarme de su erecto botón, su sexo ya estuviera empapado. Sabía que le gustaba el sexo, pero jamás se me hubiese ocurrido pensar que se pusiera como loca y me pidiera:
-Fóllame-.
Totalmente excitado, le metí dos dedos dentro de su vagina, mientras seguía torturando su sexo con mi boca. Entonces mi mujer separó sus piernas dándome vía libre a hacer con ella lo que quisiera. Viendo que le gustaba no dude en introducir un tercero. Su reacción fue inmediata, gimiendo de gozo y gritando como posesa, me pidió mientras se corría que la tomara.
Mi sexo totalmente empalmado me pedía acción y mientras mi mujer recuperaba su respiración, me dediqué a recorrer su cuerpo con mis manos. Inés sobrexcitada no dejaba de gemir y de jadear cada vez que mis yemas, se acercaban o acariciaban uno de sus puntos sensibles. Si ya me había dejado gratamente sorprendido su calentura, al pasar distraídamente mis dedos cerca de su entrada trasera, me alucinó. Suspirando y con la voz entrecortada por la lujuria que la dominaba, susurró:
-Sé que nunca te he dejado pero esta noche quiero ser toda tuya- e incapaz de mirarme a los ojos, me pidió que le hiciera el sexo anal.
Un poco asustado por la responsabilidad, pero entusiasmado por al fin hoyar su esfínter, la besé:
-Dime cuando paro-.
Sabiendo que tenía que hacérselo con cuidado, comprendí que si para ello tenía que usar toda la noche, lo haría. Por eso me levanté al baño por un bote de crema. Al volver la vi colocada a cuatro patas, decidida a ello pero aterrorizada, por eso abrazándola por detrás, acaricié sus pechos tranquilizándola. Su reacción fue pegarse a mí, de forma que mi pene entró en contacto con su hoyuelo.
-Tranquila, cariño. Túmbate boca abajo-, le pedí al darme cuenta de su urgencia.
Obediente, se acostó dándome la espalda. Y poniéndome a horcajadas sobre ella, con una pierna a cada lado, comencé a darle un masaje. Fue entonces, cuando realmente percibí hasta donde llegaba su calentura. Parecía por sus gritos, que mis manos la quemaran. Todo en ella era deseo. El sudor que surcaba su espalda, no era nada en comparación con el flujo que manaba de su sexo. Totalmente anegada, me pidió que la desvirgara cuando mis manos separaron sus dos cachetes.
Al hacerlo, no pude dejar de admirarlo. Totalmente cerrado y de un color rosa virginal, me resultó una tentación irresistible y acercándome a él, comencé a transitar por sus rugosidades.
-Por favor-, me dijo agarrándose a los barrotes de la cama.
Su ruego me excitó y perdiendo el control, forcé su entrada con mi lengua. Incapaz de soportar su calentura, bajó su mano masturbándose. Su completa entrega me permitió que cogiendo un poco de crema entre mis dedos, pulsase su disposición untándola por los alrededores. No encontré resistencia a mis caricias, al contrario ya que la propia Inés separando sus nalgas facilitó mi avance. Cuidadosamente unté todo su esfínter antes de introducir un primer dedo en su interior.
Jadeó al sentir como forzaba sus músculos pero no se quejó, lo que me dio pie a irlo moviendo en un intento de relajarlos. Poco a poco, la presión fue cediendo y su excitación incrementando hasta que chillando me pidió que la penetrara.
-Tengo que tener cuidado-, le dije sabiendo que si le hacía caso, la iba a desgarrar.
Sin decirle que iba a hacer, le introduje un segundo, mientras que con mi mano libre le acariciaba su sexo. La reacción de mi mujer a esa incursión no se hizo esperar y levantando el trasero, gimió desesperada. Manteniéndome firme, hice oídos sordos a sus ruegos y seguí metiendo y sacando mis dedos del interior de su trasero. Tanta excitación tuvo sus consecuencias y retorciéndose sobre las sabanas, se corrió. Ese fue el momento que aproveché para ponerla a cuatro patas y con delicadeza jugar con mi pene sin meterlo en su interior.
Fue alucinante el observar cómo su cuerpo reaccionaba a mis caricias. Completamente en celo, Inés movía sus caderas buscando que la penetrara, pero en vez de ello sólo consiguió calentarse aún más. Apiadándome de ella, le exigí que dejara de moverse y poniendo mi sexo en su esfínter, le introduje lentamente la cabeza. Mi esposa mordió sus labios intentando no gritar, pero fue en vano, el dolor era tan insoportable que chilló pidiéndome una pausa.
Esperé a que se relajara. Paulatinamente su dolor se fue diluyendo al acostumbrarse a tenerme dentro de ella. Cuando supuse que estaba lista, empecé a moverme lentamente. Sus protestas desaparecieron cuando dándole un azote le pedí que se masturbara. Esa dulce violencia le excitó y un poco cortada me rogó que continuara. Creyendo que se refería al sexo anal, aceleré mis penetraciones y entonces ella gritando me aclaró que quería más azotes. Eso fue el detonante de la locura, marcándole el ritmo con mis golpes sobre su trasero, fuimos alcanzando un velocidad brutal mientras ella no dejaba de gritar su calentura.
La fiereza de nuestros actos no tuvieron comparación con los efectos de su orgasmo, porque cayendo de bruces sobre el colchón, Inés empezó a temblar al sentir que mi extensión se clavaba en su interior mientras ella de derramaba en un clímax bestial. Fue alucinante escuchar su pasión y sentir como se corría bajo mis piernas, coincidiendo con mi propia culminación.
Mi cuerpo dominado por la lujuria, se electrizó al percatarme que mi mujer estaba disfrutando con el sexo anal y sin poder retener más mi explosión, regué con mi simiente sus intestinos mientras ella se desplomaba sobre la cama. Agotados por el esfuerzo permanecimos abrazados mientras nos recuperábamos.
-Te preguntarás porque te he pedido que me lo hicieras- me dijo sonriendo.
-La verdad es que sí- contesté.
Con un gesto dulce, me confesó:
-Quería probarlo antes de pedirte algo.
Después de lo sucedido entre esas sábanas, supe que no podría negarme y aun así, le pregunté que deseaba.
-Sé que aunque te caiga mal, quiero seas cariñoso con mi hermana. Es una mujer bella y no te debe resultar difícil.
Comprendiendo sus intenciones, me quedé callado. Inés malinterpretó mi silencio y llorando, me imploró:
-Nuria nos necesita. Si me quieres… ¡Déjame que te comparta con ella!
Sin darme tiempo ni a aceptar ni a negarme a cumplir sus deseos, llamó a su hermana. Su hermana debía estar esperando tras la puerta porque inmediatamente entró en nuestro cuarto y quedándose de pie ante la cama, esperó… Inés me miró aterrorizada temiendo mi reacción. Dando mi brazo a torcer, llamé a mi cuñada dando una palmada al otro lado del colchón y entonces mi mujer pegando un grito de alegría, me besó diciendo:
-Gracias mi amor, entre las dos, ¡Te haremos muy feliz!
En mi oreja, escuché a mi cuñada decir:
-¡Ves que fácil resultó convencerla!
Cómo todo tiene un final, el congreso donde mi cuñada me dio su culo terminó y tuvimos que volver a casa. Todavía recuerdo que en el avión de vuelta, Nuria se puso triste porque sabía que al aterrizar en Madrid estaría Inés, mi mujer. Casi llorando me pidió que al menos una vez por semana y aprovechando que trabajábamos juntos, la poseyera. Pero haciendo caso omiso a su sugerencia, me negué diciendo:
-Nuria, como te expliqué lo nuestro no debe seguir por tu hermana. No creo que quieras hacerle daño.
Asintió de mala gana pero tras permanecer durante unos minutos en silencio, llamó a la azafata y le pidió una manta con la que taparse. No tuve que ser un premio nobel para comprender que no era el frio la razón para pedirla y con una sonrisa, le di vía libre. Al entregársela la empleada, se las arregló para que nos cubriera a los dos y así que nadie se percatara de lo que iba a ocurrir bajo esa tela.
Como habréis anticipado, tuve que esperar poco tiempo para sentir que su mano me empezaba a acariciar el pene por encima del pantalón. La persistencia de Nuria buscando levantar mi libido tuvo cómo respuesta que mi miembro se irguiera en su plenitud.
-Si quieres guerra, la vas a tener- le dije antes de ordenarle que me hiciera una mamada.
Mi cuñada recibió con espanto mi orden porque solo entraba en sus planes el hacerme una paja y nunca pensó en una felación por estar rodeados de gente.
-¿Aquí? – preguntó muerta de vergüenza.
-Sí- respondí y para dar mayor veracidad a mi orden, bajándome la bragueta, liberé mi miembro: -¡Quiero que me la comas!
Asintiendo, me susurró:
-De acuerdo, pero no hagas ruido.
Tras lo cual, noté que le costaba respirar mientras abarca entre sus dedos mi extensión. Durante un par de minutos se dedica únicamente a pajearme pero al exigirle que quería más, sin quejarse hizo como si buscara algo en el suelo y viendo que nadie se había fijado en que se había arrodillado, me miró diciendo:
-¡Tú te lo has buscado!
Antes de metérsela en la boca, decidió humedecerla y con su lengua, la lamió empezando por la base y terminando en mi glande. Ya con su boca en la cabeza de mi pene, escupió un poco de saliva sobre mi capullo y la extendió con la mano por toda mi piel. Satisfecha, entonces abrió sus labios y de un tirón, la engulló hasta la base. Como la maestra que era, chupó mi polla con pasión y usando su boca como si de un estrecho coño se tratara, la sacó lentamente para cuando sus labios ya bordeaban mi glande, volvérsela a meter.
-¡Voy a echar de menos tus mamadas!- dije y llevando mi mano hasta uno de sus pechos, pellizqué su pezón.
Nuria al sentir mi ruda caricia, no puede evitar que se le erizara y mientras un escalofrío de placer le recorría por el cuerpo, pegó un gemido de satisfacción, tras lo cual siguió mamando mi pene sin hacer más ruido que el inevitable chapoteo de su saliva. Llevaba un buen rato con esa felación cuando sentí que cerrando sus labios alrededor de mi glande, uso su lengua para darme unas breves lamidas circulares sobre mi hoyuelo.
El morbo que me daba que me lo estuviera haciendo enfrente de todo el pasaje, me dominó y por eso cuando sentí que estaba a punto de correrme, presionando con mi mano su cabeza, le exigí que se lo bebiera todo. Como una posesa esperó a que explotar dentro de su garganta y sin dar tregua a mi miembro, lo ordeñó hasta que mis huevos quedaron vacíos. Solo entonces, se la sacó y mientras la dejaba inmaculada, me preguntó:
-En la oficina, ¿Podré hacerte alguna?
Metiendo mi pene dentro del calzón, me cerré la bragueta diciendo:
-Te he dicho que no.
Cabreada, no me dirigió la palabra el resto del viaje y solo cuando vimos a Inés tras la puerta de la aduana, se acercó a mí diciendo:
-Si crees que puedes dejarme tirada, ¡Te equivocas!
Su amenaza caló en el fondo de mi mente y por eso cuando saludé a mi esposa con un beso, me temí lo peor. Afortunadamente, Nuria no le contó nada pero cuando ya nos despedíamos, su hermana le preguntó cómo me había portado. Sonriendo, la contestó:
-No tengo queja. Tu marido me ha dejado agotada de tanto darme por culo.
Creyendo que era una broma, mi mujer se descojonó de la burrada y recriminándole su falta de tacto, le siguió la guasa diciendo:
-Pobrecita, ¿Te has podido sentar?
Soltando una carcajada, le confirmó que no pero señalando sus rodillas, respondió:
-Me ha traído arrodillada entre sus piernas y no me ha dejado sentarme hasta que no he satisfecho todas sus perversiones.
-¡Será cabrón, mi marido!- dijo con sorna Inés mientras me reprendía con unas imaginarias nalgadas en el trasero.
Como comprenderéis fui testigo mudo de esa conversación, no fuera que, al tratarme de defender, mi esposa se percatara de que esa supuesta broma tenía mucho de real. La diversión de la que fui objeto por parte de las dos hermanas, se prolongó hasta que ya desde el interior de su coche, mi cuñada me gritó:
-Te veo en la oficina, ¡Machote! Estaré deseando uno de tus azotes.
La risotada con la que mi mujer recibió la chanza de su hermana, me tranquilizó y tratando de hacerme el mártir, al sentarme en el asiento del copiloto, le dije:
-¡No sabes cómo me ha estado jodiendo toda esta semana!
Con genuina alegría, me contestó mientras encendía el motor del automóvil:
-Ya puedes olvidarte de ella. A partir de hoy: ¡Seré yo quien te joda!
Mi primer día de trabajo tras la vuelta.
Debido al cambio horario me tomé dos días de descanso antes de retornar a la oficina. Mereciéndolo, no tardé en arrepentirme porque al llegar hasta mi despacho, Nuria había aprovechado mi ausencia para realizar unos sutiles cambios en la disposición de los cubículos.
Al ser público tanto mi ascenso como el de ella, a nadie le extrañó que eligiera el que estaba al lado del mío. Por eso en cuanto me senté en mi silla, me encontré que a través del cristal de la mampara, la viera a ella. La muy zorra me sonrió al ver mi cara y metiéndose un bolígrafo en la boca, se puso a chuparlo como si estuviera haciendo una felación.
Reconozco que me calentó y cabreó de igual modo, por lo que bajando la persiana, evité seguir viendo esa morena tentación:
“¡Será zorra!”, pensé, “¡No se da cuenta que estamos en el trabajo!”
Su actitud afianzo mi decisión de dar por terminada nuestra relación y por eso, a través del teléfono, le pedí que viniera. Al verla acercarse contorneando sus caderas, comprendí que iba a resultar difícil convencerla pero aun así nada más sentarse, le pedí que se comportara.
-No sé a qué te refieres- me dijo mientras cruzaba sus piernas, dejándome apreciar la perfección de sus muslos.
Haciendo un esfuerzo para retirar mis ojos de sus piernas, me encaré con ella diciendo:
-Nuria, debemos ser prudentes. No te conviene que la gente sepa que además de tu cuñado, soy tu amante.
Al ver la expresión de su cara, supe que había expresado con el culo lo que quería decir pero antes que rectificara mis palabras, mi cuñada se levantó de su asiento, diciendo:
-No te preocupes. Nadie sabrá que eres mi hombre.
Su súbita huida no me permitió explicarme pero al ver que sonreía mientras volvía a su cubículo, advertí que esa puta se estaba riendo de mí. Cabreado hasta las muelas, le mandé un mail con solo una palabra:
¡Puta!
No tardé en recibir su contestación. Al leerla supe que me había ganado la tercera batalla en solo diez minutos:
“Esto puede considerarse acoso. Te espero en mi casa a la hora de comer”.
Maldiciendo en silencio, me concentré en el día a día y cuando ya casi se me había olvidado, llegó mi secretaria diciendo:
-Jefe, Doña Nuria me ha pedido que le recuerde la cita.
Pensando que quizás en su casa, pudiera hacerla entrar en razón, decidí acudir sabiendo que era una encerrona. Mientras iba a ver a mi cuñada, me quedé pensando que solamente una vez había pisado su casa y eso que llevaba casado con su hermana diez años. La mala relación que mantuvimos durante todo ese tiempo nos había convertido en unos extraños. Todo nuestro contacto se limitaba a breves encuentros dentro del ámbito familiar y esporádicamente en el trabajo. Pero comprendí que tras ese congreso, todo había cambiado.
No solo nos habíamos acostado, debido a que Arthur la había nombrado responsable para España, ahora era mi subordinada.
“No comprendo su fijación por mí, puede conseguir al tipo que desee”, me dije al tratar de analizar porque una mujer tan bella y soltera se había encaprichado de un hombre casado que para más inri era su cuñado. Tras pensarlo, aterrorizado comprendí que ese era exactamente el problema: acostumbrada a conseguir que los hombres babeen por ella, había encontrado en mi rechazo un estímulo que no le daban los demás.
“¡Tiene que recapacitar! Si sigue con esa actitud, va a echar a perder mi matrimonio”, sentencié mientras tocaba el telefonillo de su apartamento.
Nuria me abrió de inmediato. Que hubiese tardado unos escasos segundos en hacerlo, me avisó de que a esa mujer le urgía verme y por eso, bastante nervioso cogí el ascensor. Curiosamente, me recibió en bata y diciéndome que la esperara un minuto para darle tiempo a acabarse de vestir, me hizo pasar al salón para esperarla. Verme solo, me dio la ocasión de chismear su vivienda y mientras lo hacía, me sorprendió descubrir en su librería fotos mías.
“¿De qué va esta tipa?, maldije en silencio en cuanto me percaté que había al menos media docena de instantáneas en las que yo aparecía.
Podréis pensar que es normal que una mujer tenga fotos de su cuñado, lo sé. Lo que no es lógico es que aparezca solo y que por su tamaño sobresalgan sobre el resto. Revisando las mismas, me pareció todavía más increíble que fueran una colección que abarcaba años de mi vida. Alucinado, me fijé sobretodo en una de ellas. ¡Era una foto de una fiesta en la que por algún motivo, la tenía abrazada! Absorto me quedé mirando la imagen al percatarme que en la misma, Nuria me miraba con ojos de enamorada.
“¡No puede ser, tiene más de tres años!
La confirmación de que su encaprichamiento venía de lejos, me dejó hundido al comprender que no era algo pasajero. Tratando de asimilar esa noticia, involuntariamente cogí el marco de fotos y me senté en el sofá. Fue así como me encontró mi cuñada cuando entró en la habitación:
¡Mirando una imagen de los dos!
Al darme la vuelta, a la que vi no fue a mi cuñada sino a una diosa. Envuelta en un picardías de raso negro casi transparente, llegó a mi lado contorneándose sobre unas sandalias con tacón. Aunque era consciente de su belleza, os juro que me costó respirar al observarla vestida así. El corpiño que lucía en esos momentos, maximizaba la perfección de sus senos dotándola de una sensualidad sin límites.
Al ver tanto mi reacción como el hecho de que tenía en mis manos ese marco, le hizo reír y sentándose a mi lado, me dijo con voz divertida:
-El día en que nos tomamos esa foto, fue cuando me di cuenta que estaba prendada de ti.
Intentando de mantener la cordura, retiré la vista de su cuerpo y haciendo un esfuerzo por mantener mi excitación lejos, le contesté:
-¡Querrás decir encoñada! ¡Eres incapaz de amar a alguien!
Mis duras palabras no consiguieron su objetivo porque lejos de enfadarse, Nuria se subió a horcajadas sobre mis piernas mientras con voz dulce me contestaba:
-Te equivocas. Si durante años te traté con desprecio, era porque sabía que no podía vivir sin ti. Era una forma de evitar mostrar mis sentimientos- y entornando sus ojos, prosiguió diciendo mientras sus manos me empezaban a desabrochar la camisa: -Te amo desde entonces pero ahora que sé que me deseas, no lo puedo evitar y deseo ser solamente tuya.
La cercanía de sus pechos y el roce de sus muslos contra mis piernas estuvieron a punto de hacerme ceder, pero sacando fuerzas de mi propia desesperación, le dije:
-Sabes que no es posible. ¡Soy el marido de tu hermana!
-¡Lo sé y me duele!- respondió- por eso quiero ayudarte.
No sabiendo por donde iba, le pedí que me explicara en que me podía auxiliar. Mi cuñada acercando su boca a mi oído, me susurró:
-A convencerla de que te comparta conmigo.
Reconozco que debía haberme levantado e ido, pero para entonces Nuria se había apoderado de mi pene a través del pantalón y se lo había colocado de forma que podía sentir los pliegues de su sexo frotándose contra mi extensión.
-¡Estás loca!- solté inseguro de no dejarme llevar- ¡Nunca lo aceptará!
Fue entonces cuando me contestó:
-Tú déjamelo a mí. Mi hermana me quiere y cuando sepa que no seré feliz sin tenerte a mi lado, no le quedará más remedio que pedirme que me meta en vuestra cama.
-¿Me estás diciendo que le vas a reconocer que nos hemos acostado?- pregunté con pavor.
-¡Jamás! Si lo hiciera, no solo te echaría de casa sino que no me volvería a hablar.
Al escucharla, me tranquilicé porque al menos mi matrimonio no corría peligro inmediato. Tratando de averiguar que se proponía hacer, insistí en que me lo explicara:
-Ese en mi problema- contestó muerta de risa. –Usaré psicología femenina pero ahora, ¡Ámame!
Mas excitado que convencido, dejé a mis hormonas actuar y por encima del picardías, acaricié sus pechos, descubriendo que los senos de mi cuñada esperaban con los pezones duros mis toqueteos. Cuando tratando de mantener la calma, me apoderé de uno de ellos y dulcemente lo pellizqué, Nuria me regaló un suspiro que me hablaba de la altísima temperatura que había alcanzado su cuerpo.
Ese gemido consiguió romper con las ataduras de mi moral y sin poderlo evitar, la levanté del sofá y le bajé las bragas, descubriendo ese depilado y cuidado sexo que tan bien conocía. Su sola visión hizo que casi me corriera de placer, mi cuñada no solo estaba buena y era una estupenda mamadora sino que de su coño desprendía un aroma paradisíaco que invitaba a comérselo. Ya dominado por la lujuria, la alcé entre mis brazos y la llevé hasta su cuarto. Nada más entrar, Nuria me empezó a besar con pasión sin darme tiempo a quitarme los pantalones.
-Fóllame- rogó descompuesta.
De pie y soportándola entre mis brazos, me quité los pantalones, para acto seguido y de un solo arreón, penetrarla contra la pared. Chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida. La cabeza de mi pene chocó contra la pared de su vagina.
-¡No seas bruto!-
Dándome cuenta de que me había pasado, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado pero ella me gritó como posesa que la tomara, que no tuviera piedad. Sus gemidos y aullidos se sucedían al mismo tiempo que mis penetraciones y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas, mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. Manteniéndola en volandas, disfruté de un orgasmo tras otro, mientras mi cuerpo se preparaba concienzudamente para sembrar su vientre con mi semilla.
Sin estar cansado, pero para facilitar mis maniobras la coloqué encima de una mesa, sin dejarla de penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Grandes y duros se movían al ritmo de mis penetraciones, alentándolas. Contestando su llamada, los cogí con mi mano y maravillado por la tersura de su piel, me los acerqué a la boca.
Mi cuñada aulló como una loba cuando sintió como mis dientes mordían sus pezones, torturándolos. Y totalmente fuera de sí, me clavo las uñas en mi espalda, buscando aliviarse la calentura. Pero solo consiguió que el arañazo incrementara tanto mi libido como mis ganas de derramarme en su interior y que cogiendo sus senos como agarre, incrementara el ritmo con el que la hacía el amor. Al hacerlo, olvidé toda precaución y explotando, esparcí mi semen en su interior.
Agotado me desplomé sin sacarla encima de ella. Nuria al sentir mi peso, en vez de quejarse siguió moviéndose hasta que la falta de aire y su propia calentura le hicieron correrse brutalmente, gritando y llorando por el orgasmo con el que la había regalado.
-Vamos a la cama-, le pedí en cuanto se hubo recuperado un poco.
-De eso nada, cariño. Tienes que irte. He quedado con tu mujer en media hora y no quiero que te sorprenda aquí- me contestó con una dulce sonrisa.
El saber que Inés estaba a punto de llegar, me hizo recoger mi ropa y sin despedirme de ella, salir huyendo de allí
El plan de Nuria empieza a tomar forma.
Os juro que al salir del apartamento de Nuria, me pareció ver a mi esposa bajándose de un taxi y temiendo que pudiera verme, me fui lo más rápido que pude de allí. Ya en la oficina, no pude tranquilizarme hasta que vi entrar a mi cuñada.
Queriendo enterarme de cómo le había ido, entré en su despacho y cerrando la puerta, le pedí que me lo contara. Por mucho que le insistí, solo conseguí sonsacarle que todo había trascurrido como ella había planeado pero no que era lo que le había dicho. Ante mi insistencia, me soltó:
-Mejor que no lo sepas, para que cuando te lo cuente mi hermana no tengas que disimular la sorpresa- y con una sonrisa en sus labios, me pidió que no metiera la pata, diciendo: -¡No sabe nada de lo nuestro!
Por eso, llegué a casa sin saber que narices me encontraría al entrar. Mis negros pronósticos desaparecieron nada más ver que mi mujer había preparado una cena romántica en el jardín.
“Por lo menos, no está cabreada conmigo”, pensé cuando me recibió excesivamente cariñosa con una copa de champagne.
Su cálido recibimiento me extrañó porque advertido como estaba que esa tarde había hablado con su hermana, comprendí que lo quisiera o no, esa noche iba a sufrir un duro interrogatorio. Y así fue, ni siquiera habíamos empezado a cenar cuando Inés en plan empalagoso se sentó en mis rodillas y me preguntó que hombres habían estado en el congreso. Su pregunta de seguro estaba relacionada con Nuria y por eso me anduve con pies de plomo al contestarle.
-Muchos- respondí- pero que tu conozcas: Arthur, mi jefe y Antonio el de contabilidad.
Al escuchar mi respuesta, se tomó unos segundos antes de insistir diciendo:
-¿Ambos están casados?
-Sí- respondí y tratando de sacar el lado cómico, le solté: -Al menos por ahora, ¡Ya sabes que Lucy es la quinta esposa del Jefe!
Sin hacer caso a mi broma, masculló entre dientes que era imposible que fuera alguno de los dos. Al escucharla todos mis vellos se erizaron y queriendo sondear cual era el tema, directamente se lo pregunté. Fue entonces cuando poniendo un gesto preocupado, me respondió:
-La boba de mi hermana está destrozada. Me ha contado esta tarde que se ha enamorado de un hombre casado.
-¡No jodas!- exclamé- ¿Me estás diciendo que ese témpano se ha liado con un tipo con mujer?
Cabreada, se levantó de mis piernas, diciendo:
-¡No te permito que hables así de Nuria! Mi hermana es una buena mujer que nunca ha encontrado una pareja y resulta que cuando al fin se interesa por alguien, está ya cogido- y mirándome a los ojos, me dijo:- Antes que lo preguntes, ¡No se ha acostado con él! Por lo visto ese hombre adora a su mujer y no le ha dado entrada.
Comprendiendo por vez primera parte de su plan, supe que debía de seguir actuando como si siguiera odiando a mi cuñada y por eso, dije muerto de risa: -¡No me extraña! ¡Esa frígida lo debe haber asustado!
Mi reiterado insulto terminó con esa velada porque mi mujer viendo el cachondeo con el que me tomaba el problema de su hermana pequeña, me llamó imbécil, dejándome solo cenando en el jardín. Por mucho que intenté congraciarme con ella, ¡Esa noche dormí en la habitación de invitados!
Reconozco que no me importó el pasar esa noche exiliado de mi cama porque si de algo era consciente, era de la capacidad de manipulación que tenía esa zorra y anticipando el resultado de su plan, me imaginé disfrutando de las dos a la vez en mi cama.
A la mañana siguiente, Inés estaba de mejor humor y mientras desayunábamos, me pidió que al llegar a la oficina le dijera como había encontrado a Nuria. Haciéndome el apenado por lo sucedido la noche anterior, le prometí cumplir con su deseo. Agradeciendo mi comprensión, me besó mientras me prometía que al volver a casa, me esperaría en la cama. Viendo que se me hacía tarde, me despedí de ella y me fui a la oficina.
Todavía no me había sentado en mi despacho, cuando mi cuñada entró y me pidió que le contara como me había ido. Sinceramente, le expliqué con pelos y señales tanto la noche anterior como durante el desayuno. Nuria me escuchó con satisfacción y tras quedarse callada durante un minuto, dijo:
-Espera una hora y llama a mi hermana. Dile que he llegado tarde y que con muy malos modales te mandé a la mierda cuando me preguntaste como estaba.
-De acuerdo- contesté.
Tal y como me pidió así lo hice, añadiendo de mi cosecha que había llegado sin maquillar y con ojeras. Mi esposa al escuchar el mal estado de su hermana, se quedó preocupada y me rogó que fuera bueno con ella. Satisfecho por su reacción, me despedí de ella y fui a contarle a Nuria nuestra conversación. Estaba todavía explicándole lo hablado cuando me avisó que Inés la estaba llamando, de manera que fui testigo de la perfecta representación de depresión que le brindó a su hermana por teléfono. Como si fuera algo innato en ella, se mostró como la mejor de las actrices al llorar desconsoladamente mientras le decía que estaba desesperada. Os juro que si no llego a conocerla y a saber que era parte de un plan, ¡Yo también me lo hubiese creído!
Nada más colgar, sonriendo, me informó que había quedado a comer con Inés y que no la esperara en la tarde.
-Eres una zorra- descojonado le solté mientras me iba.
Como me había avisado, esa tarde no apareció por la oficina. Al ser su jefe, me inventé que le había mandado a ver a un cliente para que nadie la echara de menos y esperanzado, aguardé a que al llegar a casa mi mujer me pusiera al tanto de lo que habían hablado.
Pero contra lo que había previsto, no pude averiguar nada porque Inés estaba de pésimo humor y en cuanto le pregunté por mi cuñada, gritando me dijo:
-¡No me hables de esa loca! ¡No quiero saber nada de ella!
Viendo que enfocaba su cabreo sobre Nuria, me abstuve de insistir porque de alguna forma, supe que le había revelado su encoñamiento por mí. Andando con pies de plomo, no me quejé cuando en un momento dado descargó su frustración contra mí. Si lo lógico hubiese sido enfadarme, hice todo lo contrario y abrazándola contra su voluntad, le dije al oído que la quería.
Zafándose de mi abrazo, me soltó:
-Lo sé pero hoy no estoy para carantoñas.
Y por segunda noche consecutiva, tuve que dormir en el cuarto de invitados porque mi esposa, suponiendo que yo no tenía ninguna culpa, no podía soportar estar conmigo en la misma habitación. Si veinticuatro horas antes no me había importado, entonces sí porque temía conociendo su carácter que Inés nunca perdonaría a su hermana. Mientras pensaba en ello, asustado comprendí que ambas me importaban:
“Estoy jodido”, maldije en mi mente al darme cuenta de que estaba enamorado de las dos.
Todo se desencadena.
Aunque me costó, conseguí quedarme dormido y por eso cuando a las cuatro de la mañana, Inés entró como una loca tardé en comprender que me decía. Llorando a moco tendido, me explicó que la acababan de llamar de la clínica de La princesa diciéndole que Nuria acababa de ingresar por Urgencias.
-¿Qué ha pasado?- pregunté francamente preocupado.
-Por lo vista, esa idiota se ha intentado suicidar- respondió mientras me pedía que me diera prisa.
Curiosamente el saber que ese era el motivo, me tranquilizó porque comprendí que podía ser parte de su plan pero aun así, ni siquiera me había abrochado la camisa cuando ya salíamos rumbo a ese hospital. Durante el trayecto, mi esposa no paró de echarse la culpa de lo sucedido, diciendo que debía haberla hecho caso. Como era un tema espinoso, me mantuve callado mientras escuchaba el dolor que la consumía.
Afortunadamente, nada más llegar nos comunicaron que estaba fuera de peligro y que si queríamos podíamos pasar a verla. Pensando que mi mujer necesitaba mi soporte, la acompañé hasta la habitación donde estaba su hermana pero justo cuando iba a entrar Inés me pidió que la dejara sola. Al insistir, llorando me confesó:
-¿Recuerdas que te dije que Nuria se había enamorado de un casado?
-Sí- respondí.
-¡Ese casado eres tú!
Haciéndome el sorprendido, la contesté que no tenía nada que ver con el capricho de su hermana.
-Sé que no es culpa tuya- convino conmigo completamente destrozada, tras lo cual me pidió que quería hablar sola con ella.
Como comprenderéis no entré y sentándome a esperar en una silla, me puse a analizar lo sucedido. Aunque sabía lo cabezota y bruta que era mi cuñada, nunca me imaginé que llegara hasta ese extremo su locura y menos que pusiera en riesgo su salud para manipular a su hermana.
Al cabo de una hora, Inés salió a verme con los ojos hinchados de tanto llorar y dándome un abrazo, me informó que Nuria estaba mejor pero aun así quería quedarse con ella.
-No te preocupes, te espero- le dije aliviado.
Mi mujer sonrió al escucharme e insistiendo, me rogó que me fuera a casa diciendo:
-Es tarde y tienes que trabajar. Luego te llamo a la oficina.
Confieso que no me fui a gusto porque no tenía duda de que de lo que hablaran en el hospital mis dos mujeres, dependería mi futuro. Solo tenía claro que las necesitaba a ambas pero si me obligaban a decidir, sin lugar a dudas, elegiría a Inés.
Con el alma en un vilo, esperé la llamada de mi mujer. Sin saber que habían decidido entre esas dos cuando vi en mi móvil que Inés me llamaba, contesté aterrorizado.
- Manuel, acaban de dar el alta a Nuria- me informó primero y con voz temblorosa, me preguntó después: -¿Te importa que se quede en casa mientras se recupera?
Reprimiendo mi alegría, le contesté que no y que por mi parte, podía quedarse el tiempo que necesitara. Al colgar, comprendí que aunque no podía cantar victoria, los planes de Nuria estaban cumpliéndose según el guion marcado. Durante todo el día estuve malhumorado, con cualquier cosa saltaba. Por eso con mis nervios a flor de piel cuando salí de la oficina y antes de ir a casa, decidí que no podía llegar en ese estado y previendo problemas, me paré en un Vips a comprar unas flores con las que apaciguar a mi mujer.
Curiosamente cuando llegué a casa y se las di, no las aceptó diciendo:
-La enferma es Nuria, dáselas a ella- al ver mi reticencia, me pidió: -¡Hazlo por mí!
Cortado por regalarle a mi cuñada unas flores en presencia de su hermana, toqué en la puerta del cuarto de invitados. Desde dentro Nuria con voz cansada, me rogó que pasara y os juro que cuando la vi con unas negras ojeras enmarcando sus ojos, me dolió que hubiera tenido que pasar por ese sufrimiento por el solo hecho de querer estar conmigo. Conmovido, me acerqué hasta su cama y acariciándole la cabeza, le pregunté cómo seguía:
-Bien- contestó con una sonrisa fingida pero al ver que le traía un ramo, se le iluminó su cara y llorando me dio las gracias.
No me preguntéis porqué pero supe que su sentimiento era autentico y estuve a punto de caer a sus pies y reconocerle que yo también la amaba. Afortunadamente mi esposa me pidió que la dejara descansar por lo que despidiéndome de ella, me fui al salón a tomarme una copa. Estaba todavía poniéndome un whisky cuando vi entrar a Inés con gesto preocupado y dejándose caer en el sofá, me pidió que me sentara a su lado.
-Gracias por ser tan cariñoso con ella- me dijo abrazándome y pegando su cabeza a mi pecho, me soltó: -¡Nuria nos necesita!
No queriendo adelantar acontecimientos, me quedé callado mientras mi esposa se desahogaba llorando. La lucha que se estaba desarrollando en su mente la tenía hundida y como sabía mi parte de culpa en su sufrimiento, la consolé durante largo rato. No sé si eso le sirvió de catarsis, pero cuando se levantó del asiento, me pareció descubrir en su rostro una determinación que antes no estaba.
Fue entonces cuando mirando el reloj, me pidió que pusiera la mesa mientras ella calentaba la cena, tras lo cual la vi desaparecer rumbo a la cocina. Sin saber a qué atenerme ni cómo íbamos a llevar que su hermana, la mujer que le había reconocido que estaba enamorada de mí, estuviera esos días con nosotros, me ocupé de colocar los platos y cubiertos sobre el mantel mientras mi mente estaba a mil kilómetros de distancia.
Como no sabía si Nuria iba a acompañarnos, puse un servicio para ella. Al cabo de diez minutos, Inés volvió y al observar que había tres lugares en la mesa, me dijo:
-Gracias por contar con mi hermana pero ya le he llevado de cenar- tras lo cual, nos pusimos a cenar.
Os reconozco que fue una cena extraña. Ninguno de los dos quiso sacar el tema pero aunque nos pasamos charlando de temas insustanciales, ambos sabíamos que era a propósito y éramos conscientes de que Nuria estaba en nuestros cerebros.
Como todas las noches, al terminar recogimos los platos y los metimos al lavavajillas, pero cuando ya me dirigía hacia el salón a ver la tele, Inés me cogió por banda y pegándose a mí, me susurró:
-¡Necesito hacerte el amor!
No que decir tiene que acepté su sugerencia y la besé. Sus labios me resultaron todavía más dulces esa noche y llevándola entre mis brazos, fui con ella hasta nuestra cama. Botón a botón, fui desabrochando su vestido y descubriendo su piel. Inés no pudo reprimir un jadeo, al sentir que le quitaba el último.
-Tenemos que hablar- me dijo pero cerrando su boca con un beso, la abracé.
Mi mujer al notar a mi mano recorriendo su trasero, se lanzó como una loba contra mí, despojándome de mi camisa. Aunque conocía su temperamento ardiente, me sorprendió su urgencia. No me hice de rogar y tumbándola en el colchón, me agaché pasa probar el sabor de su coño. Mi lengua recorrió todos sus pliegues antes de llegar a tocar su clítoris. La lentitud, con la que me fui acercando y alejando de mi meta, hizo que al apoderarme de su erecto botón, su sexo ya estuviera empapado. Sabía que le gustaba el sexo, pero jamás se me hubiese ocurrido pensar que se pusiera como loca y me pidiera:
-Fóllame-.
Totalmente excitado, le metí dos dedos dentro de su vagina, mientras seguía torturando su sexo con mi boca. Entonces mi mujer separó sus piernas dándome vía libre a hacer con ella lo que quisiera. Viendo que le gustaba no dude en introducir un tercero. Su reacción fue inmediata, gimiendo de gozo y gritando como posesa, me pidió mientras se corría que la tomara.
Mi sexo totalmente empalmado me pedía acción y mientras mi mujer recuperaba su respiración, me dediqué a recorrer su cuerpo con mis manos. Inés sobrexcitada no dejaba de gemir y de jadear cada vez que mis yemas, se acercaban o acariciaban uno de sus puntos sensibles. Si ya me había dejado gratamente sorprendido su calentura, al pasar distraídamente mis dedos cerca de su entrada trasera, me alucinó. Suspirando y con la voz entrecortada por la lujuria que la dominaba, susurró:
-Sé que nunca te he dejado pero esta noche quiero ser toda tuya- e incapaz de mirarme a los ojos, me pidió que le hiciera el sexo anal.
Un poco asustado por la responsabilidad, pero entusiasmado por al fin hoyar su esfínter, la besé:
-Dime cuando paro-.
Sabiendo que tenía que hacérselo con cuidado, comprendí que si para ello tenía que usar toda la noche, lo haría. Por eso me levanté al baño por un bote de crema. Al volver la vi colocada a cuatro patas, decidida a ello pero aterrorizada, por eso abrazándola por detrás, acaricié sus pechos tranquilizándola. Su reacción fue pegarse a mí, de forma que mi pene entró en contacto con su hoyuelo.
-Tranquila, cariño. Túmbate boca abajo-, le pedí al darme cuenta de su urgencia.
Obediente, se acostó dándome la espalda. Y poniéndome a horcajadas sobre ella, con una pierna a cada lado, comencé a darle un masaje. Fue entonces, cuando realmente percibí hasta donde llegaba su calentura. Parecía por sus gritos, que mis manos la quemaran. Todo en ella era deseo. El sudor que surcaba su espalda, no era nada en comparación con el flujo que manaba de su sexo. Totalmente anegada, me pidió que la desvirgara cuando mis manos separaron sus dos cachetes.
Al hacerlo, no pude dejar de admirarlo. Totalmente cerrado y de un color rosa virginal, me resultó una tentación irresistible y acercándome a él, comencé a transitar por sus rugosidades.
-Por favor-, me dijo agarrándose a los barrotes de la cama.
Su ruego me excitó y perdiendo el control, forcé su entrada con mi lengua. Incapaz de soportar su calentura, bajó su mano masturbándose. Su completa entrega me permitió que cogiendo un poco de crema entre mis dedos, pulsase su disposición untándola por los alrededores. No encontré resistencia a mis caricias, al contrario ya que la propia Inés separando sus nalgas facilitó mi avance. Cuidadosamente unté todo su esfínter antes de introducir un primer dedo en su interior.
Jadeó al sentir como forzaba sus músculos pero no se quejó, lo que me dio pie a irlo moviendo en un intento de relajarlos. Poco a poco, la presión fue cediendo y su excitación incrementando hasta que chillando me pidió que la penetrara.
-Tengo que tener cuidado-, le dije sabiendo que si le hacía caso, la iba a desgarrar.
Sin decirle que iba a hacer, le introduje un segundo, mientras que con mi mano libre le acariciaba su sexo. La reacción de mi mujer a esa incursión no se hizo esperar y levantando el trasero, gimió desesperada. Manteniéndome firme, hice oídos sordos a sus ruegos y seguí metiendo y sacando mis dedos del interior de su trasero. Tanta excitación tuvo sus consecuencias y retorciéndose sobre las sabanas, se corrió. Ese fue el momento que aproveché para ponerla a cuatro patas y con delicadeza jugar con mi pene sin meterlo en su interior.
Fue alucinante el observar cómo su cuerpo reaccionaba a mis caricias. Completamente en celo, Inés movía sus caderas buscando que la penetrara, pero en vez de ello sólo consiguió calentarse aún más. Apiadándome de ella, le exigí que dejara de moverse y poniendo mi sexo en su esfínter, le introduje lentamente la cabeza. Mi esposa mordió sus labios intentando no gritar, pero fue en vano, el dolor era tan insoportable que chilló pidiéndome una pausa.
Esperé a que se relajara. Paulatinamente su dolor se fue diluyendo al acostumbrarse a tenerme dentro de ella. Cuando supuse que estaba lista, empecé a moverme lentamente. Sus protestas desaparecieron cuando dándole un azote le pedí que se masturbara. Esa dulce violencia le excitó y un poco cortada me rogó que continuara. Creyendo que se refería al sexo anal, aceleré mis penetraciones y entonces ella gritando me aclaró que quería más azotes. Eso fue el detonante de la locura, marcándole el ritmo con mis golpes sobre su trasero, fuimos alcanzando un velocidad brutal mientras ella no dejaba de gritar su calentura.
La fiereza de nuestros actos no tuvieron comparación con los efectos de su orgasmo, porque cayendo de bruces sobre el colchón, Inés empezó a temblar al sentir que mi extensión se clavaba en su interior mientras ella de derramaba en un clímax bestial. Fue alucinante escuchar su pasión y sentir como se corría bajo mis piernas, coincidiendo con mi propia culminación.
Mi cuerpo dominado por la lujuria, se electrizó al percatarme que mi mujer estaba disfrutando con el sexo anal y sin poder retener más mi explosión, regué con mi simiente sus intestinos mientras ella se desplomaba sobre la cama. Agotados por el esfuerzo permanecimos abrazados mientras nos recuperábamos.
-Te preguntarás porque te he pedido que me lo hicieras- me dijo sonriendo.
-La verdad es que sí- contesté.
Con un gesto dulce, me confesó:
-Quería probarlo antes de pedirte algo.
Después de lo sucedido entre esas sábanas, supe que no podría negarme y aun así, le pregunté que deseaba.
-Sé que aunque te caiga mal, quiero seas cariñoso con mi hermana. Es una mujer bella y no te debe resultar difícil.
Comprendiendo sus intenciones, me quedé callado. Inés malinterpretó mi silencio y llorando, me imploró:
-Nuria nos necesita. Si me quieres… ¡Déjame que te comparta con ella!
Sin darme tiempo ni a aceptar ni a negarme a cumplir sus deseos, llamó a su hermana. Su hermana debía estar esperando tras la puerta porque inmediatamente entró en nuestro cuarto y quedándose de pie ante la cama, esperó… Inés me miró aterrorizada temiendo mi reacción. Dando mi brazo a torcer, llamé a mi cuñada dando una palmada al otro lado del colchón y entonces mi mujer pegando un grito de alegría, me besó diciendo:
-Gracias mi amor, entre las dos, ¡Te haremos muy feliz!
En mi oreja, escuché a mi cuñada decir:
-¡Ves que fácil resultó convencerla!
3 comentarios - Mi mujer y mi cuñada