Tras el encuentro en los baños del centro comercial, estuve masturbándome con la escena durante un par de semanas, casi de manera compulsiva. Sin embargo, al mismo tiempo, sentía una enorme sensación de vergüenza por haberme colocado en aquella situación. Había pasado de la relativa inocuidad de la charla morbosa por chat al riesgo de una situación en la vida real, con un desconocido en un baño. Yo era mejor que eso, me decía, ¿y si alguien nos hubiera sorprendido? ¿Y si hubiese llegado la seguridad del centro comercial? ¿Y si el muchacho se hubiera vuelto violento? Uff, demasiado terrible para extraer conclusiones. Me sentía aliviado por haber salido indemne del trance, no obstante. Tomé la determinación de poner coto a mis fantasías de sexualidad sui generis.
Así, con la carga de la culpa, intenté reconducir mi relación con mi novia, Elena. La invité a cenar y a tomar algo fuera los fines de semana. Sin embargo, algo no iba bien. Si no estaba cansada, había bebido demasiado, y si no, estaba triste. El caso es que, aparte de sufrir yo mismo por empatizar demasiado, no follábamos ya nunca. Nos llevábamos mejor, pero creo era por resignación, porque anticipábamos una derrota que se perfilaba en el horizonte y por lo que no había que molestarse en luchar más. Un mes después, entre la rutina de mi trabajo de funcionario y el desierto de mi relación con Elena, volvieron mis fantasías, redobladas, si cabe.
Regresé a los chats, sobre todo a los chats de cornudos, que eran en los que mantenía las charlas más morbosas. Aunque alguna vez adopté el rol de corneador, lo que de verdad me gustaba era asumir el papel de cornudo y de sumiso. A veces, sin ni siquiera entrar en materia, se me ponía dura por anticipado. Algunas corridas eran gloriosas. Luego, tras el éxtasis, la vida marchita que estaba llevando volvía a angustiarme.
Mi segundo encuentro surgió como resultado de conocer a un tipo en una de esas páginas, que me propuso follarse a mi novia, claro. Ese día, en vez de darle largas, le contesté con sinceridad, que sólo buscaba calentarme en el chat para hacerme un pajote. Él me dijo que, en realidad, a él le pasaba lo mismo, que nunca se había follado a ninguna mujer de otro tipo. Que en el chat, la mayoría, incluidos el mismo, eran unos palilleros. Congeniamos, sin duda. Nos despedimos en buenos términos y quedamos para chatear para otro día. Así estuvimos en un par de ocasiones, contándonos la vida un poco. Hasta que en la cuarta o quinta conversación, le conté mi experiencia con las bragas de mi novia, aunque sin contarle que finalmente había sido yo quien había masturbado y hecho correrse al muchacho.
-Oye, a mi me ha puesto muy caliente lo que me has contado. –me escribió.
-Uff, es que fue la leche. Yo me estuve masturbando todos los días durante dos semanas después –le respondí.
-Me encantaría correrme en las bragas de tu novia.
-Joder.
-Vamos a quedar, tío. Tú y yo. Una tarde, cuando te venga bien.
-Bueno, todas las tardes las tengo libres…
-Pues decide tú, no quiero presionarte. Te traes un pen con fotos de tu novia y nos pajeamos viéndola. Pixélale la cara, si quieres. ¿A que es morboso? Me encantaría correrme en sus bragas, como aquel tío del centro comercial.
-Qué bien lo pintas. Me tientas. Deja que me lo piense.
-Apunta mi email…
Jorge, que así me llamaba, me recibió con una gran sonrisa. Era un tipo alto, delgado, de unos 35 años. Me dio un vigoroso apretón de manos y me hizo pasar. Estábamos en un barrio residencial, diría que de clase alta. Me condujo al salón y me trajo una cerveza. Charlamos de naderías y al poco me preguntó por el pendrive. Se lo di. Encendió la pantalla y lo enchufó.
-Esta pantalla es genial para ver porno. Es un modelo nuevo. Se ve de puta madre. No veas las pajas que me casco aquí. Por no hablar del fútbol – se le veía cómodo, sin duda. No sabía qué decir, así que esperé a que terminara con los preparativos y que comenzaran a salir las fotos.
-Las voy a poner en plan diapositiva –dijo. –Me gusta la variedad... Eh, pásame las bragas de tu novia, que las voy a destrozar.
-Perfecto –respondí,entregándoselas. Eran unas bragas de estilo leopardo, con ribetes rojos, que me gustaban en especial. Aunque estaba un poco tenso, se me estaba poniendo morcillona. Estaba a punto de vivir otra fantasía.
Había hecho una buena selección: sobre todo, fotos de vacaciones. En la primera época de nuestra relación, me gustaba hacerle fotos. A ella le encantaba hacer posturitas, ponerse sexy… Nunca pensó que esas fotos pudieran servir para que un desconocido se la cascara en el salón de su casa. Jorge decía:
-Está buena tu novia –o: -Vaya tipazo – mientras se acariciaba el paquete por encima del pantalón. Notaba cómo su bulto en la entrepierna iba creciendo. A propósito, para hacerlo más interesante, había dejado las mejores fotos para el final.
-¿No las tienes más picantes?
-Espera un poco.
Entonces, comenzaron a aparecer las buenas. Mi novia en topless. Mi novia con la parte inferior del bikini metida entre los cachetes del culo. Mi novia abierta de piernas con la braguita del bikini un poco bajada... Jorge me miró entonces y me dijo:
-Tío, ha llegado el momento –y, sin más dilación, se bajó los pantalones junto con los calzoncillos hasta los tobillos. Ante mis ojos se desplegó una polla de unos 18 cm, pero, sobre todo, muy cabezona. Llamaba la atención. Comenzó a acariciarse con las bragas, mirando la pantalla.
-Joder, tu novia es toda una guarrilla.
Uf, cómo me excitaba que hablaran así de ella. Se me había puesto dura.
-Anda, hazte una paja conmigo, coño –me animó. –Que para eso has venido.
Y así hice. Me bajé la cremallera y me saqué mi polla. Era mi primera paja junto a otro hombre. Llegaron entonces las fotos del dormitorio: Elena con el camisón, Elena en ropa interior, Elena en salto de cama sexy… Elena, desnuda… Los ojos de Jorge no perdían detalle. Parecían devorar las imágenes. Cómo no admirar aquel culo, aquellos pezones erectos, aquel vientre plano, aquel coñito sonrosado…
-Qué cachondo estoy, tío –susurró. –Me encantaría meterle el rabo. ¿Te gustaría que se lo metiera?
-Me encantaría –dije, sin pensármelo mucho. Era lo que había que decir. El morbo era demasiado fuerte para hablar con tapujos.
-Le metería todo este capullazo por el coño. Se quedaría flipada. ¿No ves que mi polla es más gorda que la tuya?
-Sí, mucho más.
-Y más larga. ¿Cuánto te mide? Seguro que no llega a los 15.
-14.
-Ya te digo, no llegas a la media. No me extraña que no folle contigo. Ella necesita otra cosa. Otra polla. Como la mía. Y la actitud. Yo estaría todo el día pegado a su culo… ¿Te gustaría ver esta polla metida en su coño?
-Uf.
-Cómo que “uf”. ¿Sí o no?
-¡Sí, tío, sí que me gustaría!
-¿Y verla en cuclillas desnuda mamándomela?
-Joder, tío, eres la hostia, ¡sí!
-¿Me cogerías la polla y se la meterías tú mismo en su coño?
-¡Síiiiii!
Jorge me estaba excitando cada vez más con su conversación. La atmósfera era de un morbo palpable. Había conseguido que confesara que quería entregarle a mi novia, como si fuera lo natural. Él era el macho que debería follársela. Sin mirarme, con la vista clavada en la pantalla, puso las manos en la nuca y me dijo:
-Acércate.
Me quedé quieto. ¿Qué pretendía?
-Que te acerques, coño.
Esa repentina muestra de autoritarismo me pilló por sorpresa. Me puse al lado: no quería que se enfadara.
-Agárrame la polla y pajéame. Llega hasta el nabo, que me gusta más así.
Le miré, pero él evitaba mi mirada. Estaba concentrado en las fotos que se iban mostrando en la pantalla. Envolví el tronco de su polla con las bragas de mi novia. La noté caliente, palpitante. Subí y bajé la piel que la cubría. Ahí estaba yo otra vez, meneándosela a otro hombre. Lo peor era que estaba disfrutando, sin duda. Me gustaba ver cómo le hacía sentir placer. Al mismo tiempo, con la otra mano, me acariciaba yo.
-Joder, cogía a tu novia y le desollaba el coño. Qué buena está, me cago en la puta. Y qué piernas tiene. La dejaría desnuda, pero con los tacones puestos. ¿Te gustaría verlo, eh, cornudín?
Fue decir “cornudín” y correrme. Algún sonido emití, porque me miró y exclamo:
-¡Joder, serás cabrón! Te has corrido como una cerda.
-Estaba muy cachondo…
-Bueno, ahora me tengo que correr yo, ¿no? Ven, rózame el nabo con los labios.
Casi sin poder de decisión, besé la punta de su polla. Jorge suspiró. A continuación, sentí su mano en mi cabeza. No podía hacer nada ya para impedir lo que me pareció inevitable. Abrí la boca y alojé en ella su polla. Subí y bajé la cabeza, una y otra vez, empapaba con mi saliva aquel largo tronco de carne que parecía piedra, aquel capullo gigantesco en torno al cual giraba mi voluntad. Oí que me decía:
-Joder, eres más puta que tu novia. Vas a ser mi maricona. Lo sabes, ¿verdad? Porque eres una maricona.
Ni qué decir tiene que esas palabras, como si fueran un sortilegio, tuvieron la virtud de ponerme la polla dura otra vez. Entonces, agarrándome con más fuerza la cabeza, comenzó un mete-saca frenético, follándome la boca como si fuera un coño. Noté que su capullo se hacía cada vez más grande y, de repente, bombardeó en andanadas las paredes de mi boca, lengua y campanilla con su semen. Lo noté espeso, caliente, invasivo, como lo es la semilla de un macho de verdad. Me sentí agradecido.
Así, con la carga de la culpa, intenté reconducir mi relación con mi novia, Elena. La invité a cenar y a tomar algo fuera los fines de semana. Sin embargo, algo no iba bien. Si no estaba cansada, había bebido demasiado, y si no, estaba triste. El caso es que, aparte de sufrir yo mismo por empatizar demasiado, no follábamos ya nunca. Nos llevábamos mejor, pero creo era por resignación, porque anticipábamos una derrota que se perfilaba en el horizonte y por lo que no había que molestarse en luchar más. Un mes después, entre la rutina de mi trabajo de funcionario y el desierto de mi relación con Elena, volvieron mis fantasías, redobladas, si cabe.
Regresé a los chats, sobre todo a los chats de cornudos, que eran en los que mantenía las charlas más morbosas. Aunque alguna vez adopté el rol de corneador, lo que de verdad me gustaba era asumir el papel de cornudo y de sumiso. A veces, sin ni siquiera entrar en materia, se me ponía dura por anticipado. Algunas corridas eran gloriosas. Luego, tras el éxtasis, la vida marchita que estaba llevando volvía a angustiarme.
Mi segundo encuentro surgió como resultado de conocer a un tipo en una de esas páginas, que me propuso follarse a mi novia, claro. Ese día, en vez de darle largas, le contesté con sinceridad, que sólo buscaba calentarme en el chat para hacerme un pajote. Él me dijo que, en realidad, a él le pasaba lo mismo, que nunca se había follado a ninguna mujer de otro tipo. Que en el chat, la mayoría, incluidos el mismo, eran unos palilleros. Congeniamos, sin duda. Nos despedimos en buenos términos y quedamos para chatear para otro día. Así estuvimos en un par de ocasiones, contándonos la vida un poco. Hasta que en la cuarta o quinta conversación, le conté mi experiencia con las bragas de mi novia, aunque sin contarle que finalmente había sido yo quien había masturbado y hecho correrse al muchacho.
-Oye, a mi me ha puesto muy caliente lo que me has contado. –me escribió.
-Uff, es que fue la leche. Yo me estuve masturbando todos los días durante dos semanas después –le respondí.
-Me encantaría correrme en las bragas de tu novia.
-Joder.
-Vamos a quedar, tío. Tú y yo. Una tarde, cuando te venga bien.
-Bueno, todas las tardes las tengo libres…
-Pues decide tú, no quiero presionarte. Te traes un pen con fotos de tu novia y nos pajeamos viéndola. Pixélale la cara, si quieres. ¿A que es morboso? Me encantaría correrme en sus bragas, como aquel tío del centro comercial.
-Qué bien lo pintas. Me tientas. Deja que me lo piense.
-Apunta mi email…
Jorge, que así me llamaba, me recibió con una gran sonrisa. Era un tipo alto, delgado, de unos 35 años. Me dio un vigoroso apretón de manos y me hizo pasar. Estábamos en un barrio residencial, diría que de clase alta. Me condujo al salón y me trajo una cerveza. Charlamos de naderías y al poco me preguntó por el pendrive. Se lo di. Encendió la pantalla y lo enchufó.
-Esta pantalla es genial para ver porno. Es un modelo nuevo. Se ve de puta madre. No veas las pajas que me casco aquí. Por no hablar del fútbol – se le veía cómodo, sin duda. No sabía qué decir, así que esperé a que terminara con los preparativos y que comenzaran a salir las fotos.
-Las voy a poner en plan diapositiva –dijo. –Me gusta la variedad... Eh, pásame las bragas de tu novia, que las voy a destrozar.
-Perfecto –respondí,entregándoselas. Eran unas bragas de estilo leopardo, con ribetes rojos, que me gustaban en especial. Aunque estaba un poco tenso, se me estaba poniendo morcillona. Estaba a punto de vivir otra fantasía.
Había hecho una buena selección: sobre todo, fotos de vacaciones. En la primera época de nuestra relación, me gustaba hacerle fotos. A ella le encantaba hacer posturitas, ponerse sexy… Nunca pensó que esas fotos pudieran servir para que un desconocido se la cascara en el salón de su casa. Jorge decía:
-Está buena tu novia –o: -Vaya tipazo – mientras se acariciaba el paquete por encima del pantalón. Notaba cómo su bulto en la entrepierna iba creciendo. A propósito, para hacerlo más interesante, había dejado las mejores fotos para el final.
-¿No las tienes más picantes?
-Espera un poco.
Entonces, comenzaron a aparecer las buenas. Mi novia en topless. Mi novia con la parte inferior del bikini metida entre los cachetes del culo. Mi novia abierta de piernas con la braguita del bikini un poco bajada... Jorge me miró entonces y me dijo:
-Tío, ha llegado el momento –y, sin más dilación, se bajó los pantalones junto con los calzoncillos hasta los tobillos. Ante mis ojos se desplegó una polla de unos 18 cm, pero, sobre todo, muy cabezona. Llamaba la atención. Comenzó a acariciarse con las bragas, mirando la pantalla.
-Joder, tu novia es toda una guarrilla.
Uf, cómo me excitaba que hablaran así de ella. Se me había puesto dura.
-Anda, hazte una paja conmigo, coño –me animó. –Que para eso has venido.
Y así hice. Me bajé la cremallera y me saqué mi polla. Era mi primera paja junto a otro hombre. Llegaron entonces las fotos del dormitorio: Elena con el camisón, Elena en ropa interior, Elena en salto de cama sexy… Elena, desnuda… Los ojos de Jorge no perdían detalle. Parecían devorar las imágenes. Cómo no admirar aquel culo, aquellos pezones erectos, aquel vientre plano, aquel coñito sonrosado…
-Qué cachondo estoy, tío –susurró. –Me encantaría meterle el rabo. ¿Te gustaría que se lo metiera?
-Me encantaría –dije, sin pensármelo mucho. Era lo que había que decir. El morbo era demasiado fuerte para hablar con tapujos.
-Le metería todo este capullazo por el coño. Se quedaría flipada. ¿No ves que mi polla es más gorda que la tuya?
-Sí, mucho más.
-Y más larga. ¿Cuánto te mide? Seguro que no llega a los 15.
-14.
-Ya te digo, no llegas a la media. No me extraña que no folle contigo. Ella necesita otra cosa. Otra polla. Como la mía. Y la actitud. Yo estaría todo el día pegado a su culo… ¿Te gustaría ver esta polla metida en su coño?
-Uf.
-Cómo que “uf”. ¿Sí o no?
-¡Sí, tío, sí que me gustaría!
-¿Y verla en cuclillas desnuda mamándomela?
-Joder, tío, eres la hostia, ¡sí!
-¿Me cogerías la polla y se la meterías tú mismo en su coño?
-¡Síiiiii!
Jorge me estaba excitando cada vez más con su conversación. La atmósfera era de un morbo palpable. Había conseguido que confesara que quería entregarle a mi novia, como si fuera lo natural. Él era el macho que debería follársela. Sin mirarme, con la vista clavada en la pantalla, puso las manos en la nuca y me dijo:
-Acércate.
Me quedé quieto. ¿Qué pretendía?
-Que te acerques, coño.
Esa repentina muestra de autoritarismo me pilló por sorpresa. Me puse al lado: no quería que se enfadara.
-Agárrame la polla y pajéame. Llega hasta el nabo, que me gusta más así.
Le miré, pero él evitaba mi mirada. Estaba concentrado en las fotos que se iban mostrando en la pantalla. Envolví el tronco de su polla con las bragas de mi novia. La noté caliente, palpitante. Subí y bajé la piel que la cubría. Ahí estaba yo otra vez, meneándosela a otro hombre. Lo peor era que estaba disfrutando, sin duda. Me gustaba ver cómo le hacía sentir placer. Al mismo tiempo, con la otra mano, me acariciaba yo.
-Joder, cogía a tu novia y le desollaba el coño. Qué buena está, me cago en la puta. Y qué piernas tiene. La dejaría desnuda, pero con los tacones puestos. ¿Te gustaría verlo, eh, cornudín?
Fue decir “cornudín” y correrme. Algún sonido emití, porque me miró y exclamo:
-¡Joder, serás cabrón! Te has corrido como una cerda.
-Estaba muy cachondo…
-Bueno, ahora me tengo que correr yo, ¿no? Ven, rózame el nabo con los labios.
Casi sin poder de decisión, besé la punta de su polla. Jorge suspiró. A continuación, sentí su mano en mi cabeza. No podía hacer nada ya para impedir lo que me pareció inevitable. Abrí la boca y alojé en ella su polla. Subí y bajé la cabeza, una y otra vez, empapaba con mi saliva aquel largo tronco de carne que parecía piedra, aquel capullo gigantesco en torno al cual giraba mi voluntad. Oí que me decía:
-Joder, eres más puta que tu novia. Vas a ser mi maricona. Lo sabes, ¿verdad? Porque eres una maricona.
Ni qué decir tiene que esas palabras, como si fueran un sortilegio, tuvieron la virtud de ponerme la polla dura otra vez. Entonces, agarrándome con más fuerza la cabeza, comenzó un mete-saca frenético, follándome la boca como si fuera un coño. Noté que su capullo se hacía cada vez más grande y, de repente, bombardeó en andanadas las paredes de mi boca, lengua y campanilla con su semen. Lo noté espeso, caliente, invasivo, como lo es la semilla de un macho de verdad. Me sentí agradecido.
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