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Compendio I
Marisol siempre se ríe cuando recuerda cómo le presenté a Hannah.
Fue hace unas 3 semanas, más o menos, que le hablé de ella. Esa noche, le imprimí su currículo vitae, para que lo viera.
Ella lo revisó completamente las 4 páginas.
“¿Para qué me muestras esto?” preguntó.
“Porque la relación entre ella y yo se está poniendo cercana…”
“¡Ah!... ¿Y quieres pedirme permiso?” dijo ella, revisando el documento de nuevo.
Yo sólo sonreí…
Ella lo leyó nuevamente y me miró.
“¡Vas a tener que decirme más!” dijo. “Esto sirve si vas a una entrevista de trabajo…”
La faena está ubicada a 350km al noroeste de Adelaide y a unos 120km al oeste de Broken Hill, que es la urbe más cercana. Hay pueblos pequeños, pero estamos en el medio de la nada.
El clima es desértico, bien árido. Aunque hay varios complejos mineros cerca, esta veta es nueva y se está explotando afortunadamente de manera subterránea, por lo que no tenemos que lidiar tanto con el odioso calor y las inclemencias del clima, por el microclima que se genera en el interior de la mina.
La empresa ha construido un complejo de casas prefabricadas para sus trabajadores, con algunas comodidades (Salón de juegos, comedor, conexión a internet, televisión satelital, entre otros) para satisfacer nuestras necesidades.
Sin embargo, mis compañeros acuden a un pueblo cercano para satisfacer sus “necesidades sociales”, que es lo que me ha hecho distinguirme del resto e involucrarme más con Hannah.
Tiene 28 años y es una Ingeniero Mecánico. Es una de las pocas mujeres en faena, siendo un oasis entre 200 hombres.
Es rubia, de pelo corto hasta el principio de los hombros, de ojos azules, tez blanca y debe medir 1.65m, pero tiene 2 grandes defectos: un carácter de perros y es obsesionada por su trabajo.
Nadie la trata como Hannah. Todos la conocen como “Cargo Shorts”, porque es su tenida favorita y a ellos les encantan, puesto que su cola es bastante buena y sus pechos son medianos.
Está comprometida con un abogado y piensan casarse el próximo año, cuando él termine sus estudios, pero estos turnos nos terminan afectando a todos y eventualmente, sucumbimos a nuestros instintos.
Los problemas principales han sido los fracasos para la puesta en marcha de la operación. Por más de un mes, no se pudo establecer un funcionamiento apropiado de sistemas y equipos y a causa de esto, alrededor de la mitad del personal deambulaba de aquí para allá, sin labores fijas.
Hannah, por ser jefa de mantención y operaciones, tiene unos 20 hombres bajo su mando y por lo tal, para mantener una figura de autoridad y no ser sobrepasada por sus hombres, tiene que mantener esa personalidad dura.
Me han contado que en algunas ocasiones han tratado de propasarse con ella, pero los ha mantenido a raya, a base de golpes de herramientas.
Incluso, ha mandado unos 2 o 3 al hospital, pero como es humillante decir que una mujer te agarró con una llave inglesa a golpes, tratan de hacerlo pasar por accidentes laborales.
Pero eso no impide que ellos abusen…
Nuestros encontrones empezaron durante la primera semana. No niego que es muy guapa, pero la mirada de pocos amigos que me daba no auguraba nada bueno.
Nuestras oficinas están casi al lado una de la otra. Como soy supervisor de faena de extracción, también tengo personal a cargo que me trae informes de producción y cosas así, pero no es tan numeroso y no tengo que darles ordenes.
Si tuviera que traducir nuestras labores a cargos militares, Hannah viene a ser una especie de teniente o sargento, mientras que yo soy una especie de vigía, que verifica el perímetro.
Dado que la operación aun estaba en proceso de montaje, no tenía muchas cosas por hacer, así que empecé a fisgonear el estado de los equipos que debían darme información.
Hannah es como yo en ese aspecto: aunque exista trabajo no descrito en papel, lo hacemos con tal de romper el ocio.
Pero los demás no piensan así. Y fue de esta manera que me enteré de la “cábala” de darle nalgadas si pasan a su lado y van a entrar en la mina. También, fue la primera vez que hable con ella.
Dicen que es por suerte, pero creo que es más por calentura. En esa ocasión, recibió el castigo de unos 15 mineros de manos pesadas y quedó con el trasero colorado.
Yo la sorprendí de pura casualidad, ya que nuestros baños son los mismos e iba a buscar agua.
“¿Qué te pasa? ¿También quieres golpearme el trasero?” me preguntaba, mientras se pasaba una compresa helada frente al espejo. Tenía sus bermudas en las rodillas y usaba un calzón blanco, muy sensual.
Estaba enojada y se aguantaba las lágrimas, pero se defendía como una leona.
“No… pero debe dolerte…” dije, al ver los rojos dedos marcados de algún trabajador. “¿No quieres que te ayude?”
“¡Por supuesto que no! ¡No voy a dejar que un marica de mierda me toque las nalgas!”
“Nadie ha dicho de tocar tus nalgas…” le expliqué, tratando de calmarla.
Me saqué el casco y lo llené con agua. Ella me contemplaba, muy confundida.
“Entra en el excusado.” le pedí.
Le dije que se sentara y arremangara su camisa, a la altura de sus costillas. Luego, sintió el hilito de agua en su espalda, esparciendo el chorro por encima de sus costillas, hasta que empezó a mojar la zona afectada.
“¿Qué carajos haces?” preguntó, más aliviada.
“Trata de restregarte el agua en el trasero y dime si te sientes mejor.” Le dije, saliendo del excusado para darle mayor privacidad.
Me obedeció y de hecho, sintió algo de alivio.
“Me siento… mejor.” Me dijo, bajando la guardia un poco más.
“¡Lo haremos otra vez!” le dije.
Al recibir nuevamente el chorro en su espalda, dio un leve gemido de sorpresa.
Repitió el procedimiento y sus nalgas tomaban un color más natural.
“Me llamo Hannah y soy la jefa de mantenimiento y operaciones.” Se presentó, algo avergonzada, luego de subirse los bermudas.
“¿Y dejas que te traten así? ¿Dónde está tu respeto?”
“Lo hacen por suerte. Creen que así no tendrán accidentes…” me respondió, desanimada.
“¿Y qué tiene que ver la suerte con tu trasero?”
“Son hombres y aun piensan que la mina no es lugar para mujeres.”
“¡Pero eres una ingeniera!” protesté.
“Y yo también lo sé, pero son mis hombres… y si con eso me obedecen…”
Me empecé a reír.
“¡Tendrás que traer muchas compresas heladas, cuando empiecen a trabajar todos!”
Ella también se rió. Así empezamos a hacernos “conocidos”.
Soy el único que la trato por su nombre. En la universidad, los mecánicos tenían la costumbre de ser muy respetuosos con las mujeres de su carrera, porque eran pocas las que se llevaban bien con los cálculos y las físicas y mucho menos, las ingenieras que eran bonitas.
“¿Cómo que quieres entrar en la mina? ¿Crees que es un paseo?” me preguntó otro día.
Tenía los esquemas en mano.
“Sólo quiero revisar el funcionamiento de esta máquina, nada más.”
“¡Pero tú eres supervisor de extracción!”
“Y esta máquina se asegura que hagamos un buen trabajo.” le expliqué.
Así que tomamos una camioneta y entramos en la mina.
“¡No sé para que lo haces! Esto debería ser trabajo de mis hombres o mío. Somos nosotros los que vemos toda la maquinaria en la mina.” Me contaba, muy ofuscada mientras manejaba.
“¿Toda?”
“Sí.” Dijo ella, con sus “ojos de ingeniera” en la cara. “Nos encargamos de reparar los S1Ds, sus taladros, cambiar los ejes, revisar el sistema hidráulico…”
Y se largó una buena charla, hasta que llegamos al área que me convocaba a mí.
“¿Estás seguro que está por aquí? ¡No he visto una maquina por estos lugares!” preguntó, revisando el perímetro.
Había unos tableros eléctricos cerca, con luces fluorescentes. Revise y ahí estaba la maquina “Verónica australiana”.
“¡Aquí esta!” le avisé.
“¿Estás seguro de lo que haces?” me preguntó ella, desconfiando al ver mi portátil.
“¡Yo no te preguntó de lo tuyo!” respondí. “Sólo asumo que lo harás bien…”
Cargué el software y me puse a probar. Como esperaba, la maquina aun no estaba del todo configurada.
“¿Y para qué sirve?” preguntó.
“¡Yo pensé que una ingeniera mecánica como tú debía saberlo!” le dije, con sarcasmo. “¡Eres tan versada en las maquinas y obviamente, conoces todo lo que pasa por acá!”
Ella se rió.
“¡Esta bien!... tal vez no lo sepa todo…” dijo ella, aun manteniendo su orgullo “Pero al menos, sé de las maquinas más importantes.”
“¿De veras?”
“¡Por supuesto! Los boomers, scoops, taladros, grúas, camiones… ¡Menciona una maquina con motor y yo sé repararla!” dijo, triunfante.
“¡Bien!” le respondí yo. “Yo no tendré idea de cómo reparar esas maquinas y no niego que son importantes. Sin embargo, esta pequeña cajita que ves aquí es la que no te tiene cavando a tontas y a locas… y que a partir de ahora, nos está diciendo que hay unos buenos filones, a unos 200mt de aquí.”
Ella se sorprendió al oír eso.
“¿Cómo puedes saberlo?”
Cerré el ordenador, lo guardé y le respondí.
“Es equipo estándar. Piensas que, porque vengo de un país del tercer mundo, ¿No tengo idea?”
A partir de entonces, me empezó a considerar más. Me prestaba mayor atención y cuando coincidíamos en faena, nos dábamos algunas miradas.
Por la noche, yo me quedaba en la casa de huéspedes, redactando estas entradas y ella se había dado cuenta.
“¿No vas a bajar?” Me preguntó una noche.
“No. Estoy bien aquí.”
“¿Qué tanto escribes?... ¿Es tu diario de vida o algo así?” dijo, tratando de leer, pero no sabe mucho de español.
“Si… algo así.” Le respondí.
Ella se rió.
“¿No recuerdas mucho de los números romanos?”
“¿Qué? ¿Por qué lo dices?”
“Porque los 40 no son 4 X seguidas. Es XL. Por eso.” Dijo ella, señalando mi error.
“¿Estás segura?”
“¡Claro! Cuando tengo que redactar informes, al final tengo que escribir los años de esa manera.” Se reía. “¡Es como las películas americanas! Y para mí, es un gasto de tinta y tiempo innecesario.”
“¡Ya veo!”
“Pero… ¿Qué escribes?... siempre que te veo y estás libre, te pones a escribir… ¡Anda, dime!”
Yo me reí.
“¿Así que me ves escribir?”
Se avergonzó.
“Es que me parece extraño… Nunca bajas y siempre te vas a dormir… por eso te pregunto…”
“¿Me estás siguiendo?”
La seguí mirando, para incomodarla más.
“¡No te estoy siguiendo!” dijo ella, más colorada. “Sólo tengo curiosidad… nada más… de qué puede entretenerte tanto.”
Así pasaron los días y al tiempo después, nacieron mis pequeñas y nuestra relación se volvió una amistad.
¡Es increíble lo que puede hacer la curiosidad con una mujer!
Por la noche, ella llegaba a la casa de huéspedes, a meterme conversa y tratar de sonsacarme mis escrituras.
Se ponía triste cuando cerraba el ordenador, pero disfrutábamos bastante de ver películas o enseñarme a jugar pool.
“¡Que no! ¡Así no se hace!” me regañaba, cuando tomaba mal el taco.
“¿De verdad?” le preguntaba, con una gran sonrisa.
“¡Que gracioso eres!” me decía, sonriendo con malicia. “Pienso que lo haces a propósito, para que te toque más de la cuenta.”
“¿Tú crees?” le preguntaba, con una expresión que la hacía dudar.
Ella se apoyaba en mi espalda y apegaba la mejilla junto a la mía.
“Recuerda de pegar en el centro. Si le pegas en otra parte, le darás efecto y la bola girara…”
“¿Estás usando perfume?” le pregunté, al sentir un aroma dulzón.
“¡Por supuesto que no!” decía, roja como un tomate. “Recuerda que ya estoy comprometida y sólo lo hago… para no oler mal.”
“Bueno… yo también estoy casado y soy papá… pero eso no quita que aun coquetee un poco contigo.” Le respondí con honestidad.
“¿Y por qué quieres coquetear conmigo?” preguntó, más interesada.
“Puede ser porque eres la mujer más guapa en la mina… tal vez, porque extraño a mi esposa… o simplemente, porque me divierto mucho contigo… son varias cosas…”
“¿No es… porque te quieras acostar conmigo?”
“No lo creo.” Le confesé. “En realidad, disipo mis ganas escribiendo o tú sabes… por la noche…”
Hice el movimiento de manos bastante explicativo…
Por suerte, teníamos confianza y ella estaba acostumbrada al trato de hombres.
“Entonces… ¿Eso escribes?...” dijo ella, muy colorada. “ ¿También escribes de mí?”
“Solamente, un par de líneas. Escribo más que nada, de la relación que he tenido con mi esposa.”
Mi respuesta la decepcionó un poco…
“¿Podrías leerme un poco?”
“No, lo siento. Pero es algo personal…”
Empezaba a suplicar.
“¡Sólo unas líneas, por favor!” me pedía.
“¿Por qué quieres que te lo lea?”
No quería confesarme…
“Es que… yo también estoy de ganas…” dijo, sin mirarme a los ojos.
Y empezamos a conversar, sirviéndonos unas bebidas. Su novio está estudiando leyes, por lo que coincidían poco en su tiempo libre. Ella lo ama, pero es mujer y también tiene necesidades y vivir en un ambiente rodeada de hombres y tener que mostrarse tan dura todo el tiempo, ha cobrado su precio en ella.
“Y no es tan fácil para mí, para que pueda viajar al pueblo y acostarme con uno. Si me acuesto con alguien del trabajo… puede decírselo a sus amigos y pasaría a ser la puta de la mina.” Me contó, sorbiendo un trago de cerveza.
“Bueno… también está la masturbación…” le dije yo, tomando jugo.
“¡Ay, por favor!” me reprochaba. “Tú sabes que después de follar, masturbarse pierde la gracia. Incluso si te corres, aun tienes esa necesidad que alguien te toque.”
“¿Y por eso usaste perfume?” pregunté.
Ella se sonrojó.
“Es que eres raro…” confesó. “No sé porque te he dicho todo esto… pero siento que no te burlaras... veo tus ojos y no me tratas de desvestir o pones una cara de caliente… siento como si me has escuchado de verdad… y francamente, me hace sentir mejor.”
Y fue eso lo que le comenté a mi esposa…
Marisol me besó.
“¡Eres muy dulce!” me dijo. “No es necesario que me pidas permiso o que me muestres estos papeles. Sólo me basta con que lo cuentes y yo estaré bien. Hace mucho tiempo, te dije que la única manera que me fueras infiel sería si alguien te obligara, pero ahora veo que ni siquiera con eso. No me lo dices para lastimar mis sentimientos. Me lo cuentas, porque aun te preocupa que me pueda lastimar. Pero si alguien ve lo que yo veo en ti, no me voy a enojar y no me molesta compartirte, amor.”
Supongo que esa es una de las razones por las que más amo a mi esposa. No es por las facilidades que me da, sino que porque ella me entiende.
Y a partir de la semana siguiente, empecé mi relación con Hannah. Al principio, le sorprendió, pero estaba tan necesitada de afecto, que ni siquiera protestó.
Aprovechamos de estar a solas en la sala de pool y dimos rienda suelta a nuestros labios.
“¡Besas muy bien!” dijo, algo emborrachada con mis labios.
“¡Tú tampoco lo haces nada mal!” le respondí.
Me volvió a besar.
“Si los otros me vieran…” exclamó, un poco asustada.
“Dirían que tengo suerte de andarme besando con la bella Hannah…” le respondí.
Dije eso y se me abalanzó encima, sentándome en una silla y atrapándome entre la pared.
“¡Eres el único que no me dice “Cargo Shorts”!” Me besaba, en completo frenesí.
Su cara es bonita y sus labios son carnosos y jugositos. Sentía su vientre cerca del mío y ella palpaba mi erección.
“¿No quieres… dormir conmigo…esta noche?” me preguntaba, sin parar de besarme.
“Me gustaría… pero ¿Qué dirán los otros?” le pregunté.
“¡No me importa!... ¡Te quiero a ti!...”
“¿Y tu novio?” le pregunté.
Ella se empezó a enojar.
“¡Si no te quieres acostar, sólo dilo y ya!”
“Que si me quiero acostar. Eres una mujer sensual, Hannah, pero también me preocupa lo que sientas. No quiero que mañana despiertes y te sientas culpable.”
Se calmó.
“La verdad… es que no hemos tenido sexo en 3 meses… y siendo sincera, tengo muchas ganas…”
“¡Que mal!” le comenté yo. “Siempre que me acuesto, es para hacer el amor…”
La descoloqué…
“¡No tienes que mentir!” me reprendió, muy avergonzada. “Ya te dije que me quiero acostar contigo… pero no es para tanto…”
“¡Es que no puedo evitarlo!” le dije, mirándola a los ojos. “Te veo y me recuerdas a mi esposa…”
Su mandíbula temblaba con temor…
“Pero… ¿Sentir amor?...” preguntó, confundida.
“No es necesario que tú me ames.” Le expliqué, para que se calmara. “Tú y yo tenemos otras vidas, fuera de este turno. Yo extraño mucho a mi esposa, pero veo tus ojos y recuerdo sus ojos verdes. Me gusta estar contigo y hay cosas de ti que me la recuerdan… pero no estoy pidiéndote que me ames.”
“Pero… ¿Hacerme el amor?...” preguntaba, con mucho temor, tratando de no ver mis ojos.
“Hannah, eres dura y valiente y realmente, te respeto como amiga… pero también sé que necesitas de cariño. Me siento triste de no estar con mi esposa ahora. ¿No te importaría pretender, sólo por hoy, que sea alguien que tú quieras? No le diré a nadie, si aceptas… ni tampoco dejaré de ser tu amigo, si te opones…”
Era una propuesta complicada, por lo que pensó por un buen rato…
“¡Está bien!... ¡Acepto!... pero a cambio, quiero que me leas de tu libro…” dijo ella, con mayor seriedad, pero no con menos nerviosismo.
“¿Por qué?”
Tardó un poco en darme una respuesta. Al igual que Marisol, Hannah tiende a actuar más que nada por impulso que por medir las consecuencias.
“Pues… porque si te recuerdo a tu esposa… debo saber cómo es ella…” respondió finalmente.
Le sonreí. Era mi Marisol, tamaño pequeño, modelo rubio de pelo corto y ojos celestes.
Me llevo a su cabaña, besándola y acariciando su cuerpo. Sin embargo, rocé sus nalgas y ella se quejó.
“Aun me arde…” dijo ella, al bajarse el bermuda.
Podía verse su nalga colorada y con carne tierna.
“¿Qué haces?... ¡No, no hagas eso!...”
Debo decirles que a Marisol también le gusto que lamiera sus nalgas. Es una sensación extraña. Marisol siente cosquillas cuando lo hago.
“¡Para de lamerme!” protestaba Hannah, aunque notaba que también lo disfrutaba.
“¡Hannah, no debes dejar que te hagan eso!” la reprendí, como si fuera su papá. “¡Mira tus nalgas! ¡Tan bonitas y coloradas!”
Ella lloraba de placer…
“A ellos les gusta…” me respondió.
“Si serás mi “novia de la mina”, tendrás que cuidarte mejor. No quiero que tu trasero tenga moretones o heridas…”
Ella se rió.
“¡Que pretencioso eres!” me reprochó. “Sólo será una noche de sexo y nada más…”
La miré con seriedad.
“¿Estás segura?”
Se asustó con mis ojos, pero aceptó el desafío.
Empecé a comer su rajita, como me encantaba hacerlo con mi Marisol, cuando vivíamos juntos en la casa de sus padres. Aunque Hannah se contenía, podía ver por sus gestos y escalofríos que era la primera vez que se lo hacían y lo estaba disfrutando.
“Hannah, pon tus manos en mi cabeza y anda guiándome donde quieres que te lama.”
Ella me miraba, llena de placer y obedecía. Se arqueaba especialmente en el espacio entre sus muslos y su rajita. Eventualmente se terminó corriendo y como he acostumbrado, lo dejé todo limpio.
Hannah flotaba en una nube…
“¡Bien, Hannah, te haré el amor!” dije, tomando un preservativo.
“Si tú quieres…” dijo ella, abriendo sus piernas.
La besaba, mientras la iba penetrando. Por su cara de placer, imaginaba que yo era una cuchilla y ella, un trozo de mantequilla.
“¡Se siente tan rico!” decía ella, con unos ojos muy parecidos a los de mi esposa.
Yo, en cambio, no podía decir lo mismo. Sentía la presión del canal vaginal sobre mi miembro, pero había hecho tantas veces el amor sin preservativo, que me había acostumbrado al calor y la humedad de una mujer.
Finalmente, logré acomodarla en su interior y ella dio un gemido de placer.
“Aquí empieza lo bueno…” le dije yo, aunque ella ya era feliz.
Empecé a bombearla bien despacio, besándola y lamiendo sus pechos.
“¡Ya!... ¡Déjalos!... ¡Me haces sentir extraña!”
“¡Lo siento!” Me disculpé, sacando mis manos y labios de ahí. “Así le gusta a mi esposa y me he dejado llevar…”
Ella suspiró.
“Bueno… si lo haces así con ella… debe estar bien…” me besó otra vez. “¡Hazlo de nuevo, por favor!”
Empezó a dar leves gemidos, mientras le comía los pechos. Mis manos recorrían el contorno de sus nalgas, pero al tocar las zonas adoloridas, se sacudió de dolor.
“¡Hannah, de verdad, que no te hagan más eso!” le dije, mirándola con ternura.
Ella bebió de mis labios.
“¡Esta bien!... si me lo pides tú… haré lo que quieras…” dijo, en un arrebato de placer.
Para mí, fue un golpe energético…
Los resortes de la cama crujían con mis embestidas y ella se corría constantemente…
“¡Ay, no!... ¡Ay, no!... ¡Eres un tren!... ¡Eres un camión!... ¡Me estás matando!…” gemía ella, tratando de contenerse.
Yo estaba con toda la carga y quería sentir ese trasero también.
“¡No!... ¡Tus dedos… ahí… no!... es tan raro… siento tan rico… ¡Ay!... ¡Ay!...” se quejaba de placer.
Acariciaba sus pechos. Besaba sus labios. En el fondo, veía a mi antigua y amada Marisol…
Tras casi una media hora de sacudidas, llené el preservativo…
Ella estaba muy agitada…
“¡Ha sido tan rico!...” me dijo ella, con una expresión confundida. “Quiero llorar, reír… y lo que lo hace más raro… ¡Aun estás adentro!”
“Si, lo sé…” le sonreí, con algo de nostalgia por mi esposa.
Lo hicimos otras 2 veces más y nos dormimos acurrucados. Al poco rato, sonó mi teléfono y era hora de volver a mi habitación.
Había sido delicioso, pero no era el cariño de mi esposa. Quería volver a sus labios con sabor a limón y a hacerle el amor, como a ambos nos gusta, pero este es el único consuelo del que puedo disponer.
Pero por el momento, he cumplido mi palabra. He tenido suerte, porque le he leído algunas páginas y aun no llegamos a la parte con Verónica y con Pamela, lo que me da nervios, porque no sé cómo lo tomara…
Y así es como llego al final de esta bitácora. A Marisol aun le encanta que lo haga con otras, pero a pesar de todo, la que más extraño es a ella y lo hago para que sea feliz.
Claro, no niego que me divierto con Rachel y con Fiona, pero en el fondo, sé que en la noche, ese ruiseñor que me ha dado tantas felicidades será mío otra vez. Ella lo sabe y lo disfruta y aunque este es el final, me queda dando vuelta lo que Hannah me preguntó esta semana, mientras revisábamos los esquemas de trituradores…
“Creo que voy a posponer mi compromiso…” dijo ella, esa noche.
“¿Por qué?”
“Porque soy joven… y estoy en esa edad, donde me quiero enfocar exclusivamente en mi carrera y mi trabajo…” me respondió, mirándome a los ojos seriamente.
“¡Ya veo!” le respondí. “¡No es mala idea!... ¿Por cuánto tiempo piensas posponerlo?”
Ella me sonrió.
“¡No lo sé!… ¿Por cuánto tiempo estarás trabajando aquí?”
Dudo que sea el final definitivo de mis historias…
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