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Seis por ocho (111): la intención es lo que cuenta




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Compendio I


Cada día que pasa, me pongo más ansioso. No es mi intención dilatar demasiado los relatos, pero todo este asunto de ser cornudo cambia tanto tu manera de pensar, como la de tu pareja.
Para el cornudo (al menos, en mi caso), empiezas a darte cuenta de lo que tienes a tu lado y lo valoras más, porque ha sido tuyo, pero ya has visto que otro también la ha disfrutado y bueno, supongo que entiendo más la posición de Marisol de asegurarse que ninguna otra me robe.
Para la infiel ( y afortunadamente, estoy hablando de mi caso), también reconoces lo que tienes al lado y te das cuenta que son pocos los que te aman como tu pareja.
En el fondo, hemos cambiado completamente de lugares. Antiguamente, cuando salíamos, Marisol me miraba constantemente si acaso yo veía otras mujeres, pero quedaba muy agradada que mis ojos fueran exclusivamente para ella, mientras que yo podía salir con Marisol y confieso que no me preocupaba demasiado que me la robaran , porque ella era un palillo y tenías que estar muy cerca de ella para que alguien notara sus encantos, ya que Pamela, Amelia o Verónica se llevaban la atención.
Pero con el nacimiento de las pequeñas, hemos cambiado de parecer. Marisol es un bombón ahora y donde sea que vayamos, pues me la miran mucho. Sus pechos han crecido bastante, al punto que estamos contentos de que me pueda hacer paizuris y su cola, pues no envidia nada ni a Pamela ni Sonia y que para el relato que viene, pues realmente sufría porque Kevin le hiciera sus anales, por más que pudiera hacer eso y más con Fiona.
Por su parte, ella tiene ojos solamente para mí. Me dice que ya no necesita que cambiemos de lugar, porque aunque no la tenga tan larga como Kevin, lo que yo le doy es mucho mejor y se ha dado cuenta que con serme infiel, lo único que logra es sentirse más frustrada con no tenerme a su lado, lo cual me llena el ego bastante.
Pero como les digo, ahora me pongo ansioso y cuando vuelvo, nos ponemos extremadamente cariñosos. Claro, a ella le sigue gustando que me acueste con Fiona, Diana y Rachel, pero siempre la termino demoliendo a ella al final. Me da cosa dejarla sola ahora, porque sé que no solo Kevin me la mira, sino que también sus profesores y sus compañeros de facultad. Incluso los pocos hombres de los servicios o del supermercado, que puedan ir a nuestra casa. Pero ella me dice que no me preocupe, que me será fiel.
La más beneficiada de todo esto es Hannah, con la que deseo terminar contando estos relatos, puesto que necesitaba bastante que le hicieran el amor de una manera apasionada y dulce, además de varias veces, pero creo que es mejor seguir con la historia.
En esos tiempos más tranquilos, cuando las gemelas seguían dentro de su madre, las cosas eran mucho más sencillas: Kevin estaba aprendiendo con mi esposa y aunque le metía dedos en el trasero, el hecho que Marisol estuviera embarazada lo intimidaba bastante. Sin embargo, Marisol es una mamadora maestra, con más de 2 años de experiencia, sabiendo bien cómo, de qué manera y cuando vas a correrte, dependiendo exclusivamente de su boca y sus labios.
Y yo lo estaba viviendo esa mañana de martes, pero igual no dejaba de sentir que en el fondo, Kevin me estaba ganando.
Aunque he sido yo el que se ha tirado más mujeres, confieso que me sentía celoso que él pudiera tener algo con mi esposa y a la vez con Fiona e incluso Marisol se había dado cuenta.
“¿Pasa algo, amor? ¿Te estás sintiendo incomodo?” preguntó mi ruiseñor, algo preocupada, mientras lamía los restos de su desayuno de mi pene.
“No… no es nada.” Respondí.
“¡Marco, te conozco y sé que algo te está preocupando!”
“Mira…” recuerdo que le dije, porque tenía sentimientos confusos. “No niego que me incomoda… pero tienes que hacerlo, porque igual quiero ver si volverás a mí…”
Ella me sonrió con ternura, tomando mi mano para que acariciara su lunar derecho que bien sabe ella que tanto me gusta.
“¡Tontito! ¡Sabes bien que, pase lo que pase, volveré a ti, porque eres mío!” me dijo.
“Si…” le respondí. “Pero lo que más me complica es Fiona…”
Ella se rió.
“¡Ah!... ¿Y qué es lo que pasa con ella?” me dijo, acomodándose nuevamente bajo mi brazo.
Le conté lo que ella me había contado y lo que le había confesado (la infidelidad de Kevin). Al igual que yo, Marisol se sorprendió que aun existieran personas así, pero luego de meditarlo por la noche, me di cuenta que son más comunes que lo que uno podía esperar.
Yo soy creyente y cuando vivía con mis padres, también me congregaba en una iglesia. Es bueno saber, especialmente cuando estudias algo tan complejo como esto o que tienes una vida tan complicada, como la que tenía antes de conocer a Marisol, que en el fondo, siempre hay alguien que te mira desde arriba y en el fondo, sabe todos tus deseos e inquietudes, sin necesariamente tener que avisarle.
Pero otra cosa son las jóvenes creyentes. Me tocó conocer a varias y había un choque entre lo que yo buscaba en una mujer, versus sus ideales. De partida, desde jovencitas, se mentalizaban de casarse jóvenes y ojala tener un montón de hijos, idea que me perturbaba, porque mis padres me criaron (más que nada, mi madre) con la idea que hombres y mujeres tienen igualdad de derechos para estudiar y trabajar, mientras que estas “niñitas” (algunas, tan jóvenes como de 13 o 14 años), se mentalizaban que con suerte terminarían la escuela, para casarse y volverse dueñas de casas.
Además, ellas se mantenían vírgenes hasta el matrimonio y cualquier manoseo adicional era mal visto, tanto por la congregación como por ellas mismas, puesto que se estaban entregando al esposo y lo que más repelía la idea de casarme con una chica de la iglesia era que, para ella, la religión se vivía al menos 4 reuniones a la semana, incluyendo los sábados y con escuchar principalmente música religiosa.
“¡Amigo, eres un hipócrita! ¡También te casaste con una chica joven!” pueden pensar y es cierto, pero la gran diferencia con Marisol es que ella tiene otros gustos, los cuales respeto de la misma manera que lo hace con los míos y como han visto, no tiene muchos “tabús” (no refiriéndome sólo al ámbito sexual), puesto que le da lo mismo ver al Manchester o hentai y masturbarse o por último, escuchar todo el día la banda sonora de Hisashi Sensei, si es que lo deseara. Incluso, podemos ver películas de terror, sin preocuparnos que “los demonios de esas películas terminen posesionando nuestros espíritus y envenenando nuestras almas”.
Pero bueno, regresando al momento…
“¿Así que es eso lo que te preocupa?” dijo Marisol.
“Pues… si. Es algo más difícil con ella… sus creencias son muy fuertes y no sé si podrá cambiar.” Le confesé.
Por eso me gusta decirle todo a Marisol. No es que sea sometido, pero ella tiene una percepción tan profunda, que me hace creer que es medio bruja.
“Yo no me preocuparía tanto…” me dijo, mirándome con sus hermosas esmeraldas.
“¿Por qué?”
“Porque ella puede creer que no le gustas, pero sus acciones dicen lo contrario…” me respondió.
Yo estaba confundido…
“¿Cómo?”
Ella se rió.
“¡Marco, es obvio! Sus creencias le dicen que debe entregarse a un solo hombre, sin embargo, ella viene todas las tardes para que tú le enseñes. Además, aunque no te niego que es algo celosa, yo noté que ella andaba diferente los días que no estaba aquí… y bueno, la prueba más grande es que aprendió a cocinar puré de papas, esperando que tú fueras el primero en probarlo. Por eso, creo que tienes más oportunidades que las que crees.” Me explicó.
Yo estaba sorprendido. A veces, creo que Marisol se equivocó y debió estudiar psicología, en lugar de pedagogía en historia. Pero ella me sonríe, diciéndome que es más entretenido enseñarle a niños que escuchar los dramas de otras personas.
“Lo que yo pienso es que debe sorprenderle que nuestro estilo de vida sea tan diferente al que ella conocía. Tal vez, sea por eso que no pueda expresar bien sus sentimientos…” concluyó.
“Si, pero nuestro estilo de vida no es tan normal…” le dije yo, sonriendo. “A ti te gusta que tenga 2 amantes que me visiten una vez al mes y hemos llegado a un acuerdo para que “me seas infiel”.”
Ella sonrió.
“Bueno… yo te he sido infiel… para que te decidas y tengas algo con Fiona.” Me dijo, besándome cariñosamente, suspirando. “Pero sigo prefiriendo estos labios…”
“Y bien, Marisol…” le dije, con mucha risa. “¿Se la chuparas por la mañana?”
Marisol hizo como que lo pensaba…
“¡No sé!... hoy desayune bien…” me respondió, en tono de broma.
“¡Deberías aprovechar!” insistí yo. “¡Es una más larga!”
Me golpeó con el cojín.
“¡Que malo eres!... me obligas a hacer esas cosas…” dijo ella, dándome un beso y suspirando.
“¡Tienes que disfrutar!... es lo que me haces vivir todos los días.” Le dije, acariciándola con ternura.
Ella se ruborizó.
“¡Está bien!” aceptó, finalmente.
Se bañó rápidamente y se vistió. Al poco rato, se escuchó la bocina de Kevin. Ella me miró al despedirse, con algo de tristeza, pero yo le sonreí. Era difícil verla partir, para satisfacer a otro hombre, pero me imaginaba que ella muchas veces sintió lo mismo.
Al medio día, apareció Fiona en la casa.
“¡Estoy empezando a odiarte!” me dijo, cuando empezó a freír el arroz. “Me estuve mentalizando para que me metiera los dedos por el trasero, cuando de repente, toma mi cabeza y me la acerca a su pene… ¡Él nunca había hecho eso!”
“¿Y la lamiste?” le pregunté, picando cebollas.
“¡Claro que no!... ¡Es asqueroso!... ¡Es por donde hace pipi!” me respondió, enojada, volteándose a verme.
“Bueno… también es un punto donde tiene una gran cantidad de terminales nerviosas y si te lo pidió, pues quería que lo hicieras.” Le dije yo, limpiando mis lágrimas.
“Es que… es muy difícil… y él es muy grande…” me confesó. “Por las noches… es violento, y al principio, me duele… pero siento ganas de más…”
“Fiona, ¿Has tenido un orgasmo?” le pregunté, vertiendo la cebolla con el arroz.
“¿Qué es eso?” me preguntó.
No creí que lo preguntara porque no lo hubiera sentido. Puede que lo haya hecho, pero nunca supo las palabras.
Le expliqué lo que era y la sensación que debía causarle. No me sorprendió que tampoco lo hubiera sentido.
“¿Y cómo tienen relaciones? ¿Hacen algún juego previo?” le pregunté, vertiendo la salsa de tomate en la mezcla.
“No… nosotros no jugamos…” me decía, cada vez más desanimada.
“¿Y cómo empiezan? ¿Se dan besos, caricias?”
“No… no lo dejo. Él se acuesta y yo lo montó…” me dijo, ya más triste.
“¡Pobre Kevin!” le dije yo. “¡Debe quererte mucho!”
“¿Por qué?” preguntó, extrañada.
“Porque si Marisol fuera tan fría, yo ya la habría dejado…” le respondí.
A ella pareció alegrarle mi comentario.
“¿Qué… debería hacer?” me preguntó, con mucha inseguridad.
“¡No lo sé!” respondí, sin mirarla, mientras revolvía la olla. “Yo pienso que deberías ver un poco de pornografía… o si te molestan las imágenes, leerla, pero nunca he buscado historias en ingles… o lo que hacemos con Marisol: ver dibujos animados eróticos… pero tal vez, lo primero que deberías hacer es preguntarle qué es lo que quiere él…”
“¡Es que eso me asusta!” me dijo ella, muy triste. “Kevin es… muy grande… y me da miedo que me duela.”
Suspiré. Tenía que confrontar mis estrellas…
“Podría enseñarte yo… pero eso ya es un tema más delicado.” Le dije, sin poder mirarla a los ojos.
Ella lo comprendió. Seguimos cocinando en silencio.
Luego de guardar una ración para Marisol y servirnos en la mesa, le conté a Fiona mis impresiones.
“Lo bueno es que quiere intentar esas cosas contigo. Tal vez, no te ha preguntado, porque podría parecerte raro con palabras… y podrías decir que no…” le comenté.
“¡Yo no quiero que me deje!” me dijo, llorando.
“Como te digo, yo podría enseñarte… pero no quiero…” le respondí, con el escalofrió en la espalda. “Preferiría que vieras los videos o que leyeras… incluso que lo hablaras con Kevin… pero que a mí, me dejaras de último recurso.”
“¿Por qué?” me preguntó.
“Porque uno se envicia.” Le explique, bien nervioso. “Se siente tan rico… que quieres hacerlo una y otra y otra vez… además, llegas a un punto en donde no quieres detenerte y te olvidas de todo, por estar con la otra persona.”
“¡Pero yo amo a Kevin!” exclamó.
“Al igual que yo amo a Marisol… pero como te digo… se crea una conexión muy fuerte… al punto que olvidas a las otras personas…”
“¿Tú… lo has hecho antes?” preguntó. Conocía esos ojos. Estaba considerando la idea.
Tenía que hacerla desistir.
“Pues… si, pero por eso te digo… no es bueno que lo hagamos. De partida, serías infiel a tu esposo… y me preocupa que empieces a sentir algo por mí.” Le expresé mis temores.
Ella miraba la servilleta con la que se había secado las lágrimas.
“Es que yo ya siento algo por ti…” respondió.”…aunque sigo amando a Kevin… no sabría cómo describírtelo… vuelvo a casa y me siento triste… porque sé que estaré sola. Además… Kevin es muy grande e impulsivo… y a veces, me asusta… pero contigo… no sé por qué… me siento más segura.”
“¡Fiona, de verdad te pido que no lo hagamos!” Le dije yo. “Yo quiero a mi mujer, al igual que tú quieres a Kevin.”
“Si… pero para él, no soy suficiente. No te pido que me ames, sólo que me enseñes.” Me dijo ella.
No podía resistirme. Después de todo, ¿No lo estaba haciendo Kevin con mi esposa?
La besé. Podía ver por su cara de confundida que no se lo había esperado. Al principio, se resistió, pero mis besos que han mejorado. Mi lengua se fusionaba con la suya, pudiendo sentir su saliva y sus suspiros de deseo.
Me abrazaba fuertemente, enterrándome en esos tremendos pechos, sin dejarme escapar. Era irresistible estar tan apegada a ella y no manosearlos y aunque me miraba asustada y confundida, no paraba de abrazarme, ni me impedía que se los tocara.
No tardó mucho tiempo en que saltara su polerón azul. Los días se estaban poniendo frescos, a medida que el otoño llegaba, pero para mi sorpresa, tenía un sostén negro de encaje, el cual se transparentaba en la zona del pezón.
Se veían muy apretados, por lo que sonreía muy feliz.
“¿Y te pusiste este sostén por mí?” pregunté.
“No…” dijo ella, con vergüenza. “Me gusta mucho el color…”
La besé más apasionado.
“¡Pobrecita!... ¿Ni siquiera se lo mostraste a tu marido?” le dije yo, desabrochando sus pantalones.
Ella suspiraba.
“¡Claro que no!” dijo ella, muy avergonzada. “Es sólo ropa…”
“Si, pero una que pide a gritos que alguien la vea…” le dije yo, finalmente bajando el pantalón. El calzón era semi transparente y podía apreciar su rajita.
“¡No toques… ahí! ¡Ah!” gimió, cuando le metí los dedos por debajo del calzón. “Es donde hago pipi…”
“Y también, quieres hacer otras cosas…” la besé, mientras acariciaba su chorreante rajita.
Me encanta cuando las mujeres se muerden los labios en la cama. Se ven tan sensuales y Fiona no era la excepción. Aunque todavía se resistía a la idea de ser infiel (lo notaba por sus ojos achinados, cerrados firmemente, para luchar con el placer), su cuerpo se rendía ante esta nueva gama de sensaciones.
“¡Marco!” suspiraba, más que nada. “Me siento extraña… me está pasando algo…”
“Si” le dije yo. “Creo que te vas a correr.”
En efecto, así fue y eso que había sido sólo con mis dedos. Tenía que probar esa rajita.
“¡No!... no metas… tu lengua… ahí… ¡Ah!... está sucio…” me protestaba, pero a mí me daba lo mismo.
La lamí por casi una hora. Era divertido verla estremecerse y gemir de placer. Nunca antes había sentido algo así. Se corrió varias veces.
“¡Estoy… exhausta!” me dijo, cuando consideré que era suficiente.
“¿De qué hablas? Aun estamos empezando…” le dije, cuando le empecé a chupar los pechos, acostándola sobre el mueble isla de la cocina.
Ella gemía de lo lindo y yo cobraba venganza con Kevin, mientras no paraba de masturbarla. Marisol le estaba dando mamadas, pero yo sería el primero en comerle los pechos a su esposa.
Se los apretaba, los juntaba, le chupaba ambos pezones al mismo tiempo, se los mordía y todo eso, mientras gemía de placer. Eran sensibles, blanditos, calientitos y bastante elásticos.
Cuando no pude aguantar la calentura, me desabroche el pantalón y liberé a la bestia.
“¿Qué haces?” preguntó, sorprendida al ver mi pene entre sus blandos pechos.
“Probablemente, Kevin se muere de ganas de hacerte esto. Se llama paizuri.” Le dije.
“¡Que pequeñita!” dijo, al ver mi pene.
Me indigné, así que empecé a follárselo con fuerza. Le dolían los pechos, porque los apretaba fuerte. Cuando salió la cabeza, se lo ordené.
“¡Lamela!”.
“¡No! ¡Está sucia!” me respondió ella.
“¡Lamela!” ordené otra vez.
“¡No!...”
Pero estaba tan caliente, que mientras me respondía, lo forcé en su boca. Al principio, le sorprendió y la sacó, pero probó los jugos y empezó a lamerla un poco más. Era torpe, lo reconozco, pero al menos obedecía.
Finalmente me corrí y quedó con la cara cubierta con mis jugos. También había restos en el mueble.
“¡Ahora, límpiala!” le dije, acercándole el pene a su boca.
Ella se resistía.
“¡Está bien!... déjame sacar papel…” respondió.
“¡Usa tu boca!” le ordené.
“¿Qué?”
“¿Quieres sorprender a Kevin? Pues, usa tu boca…” le insistí.
Ella aun dudaba…
“Pero…”
“¡Sólo hazlo!”
Y empezó a hacerlo. Usaba la punta de su lengua…
“¡No! ¡Debes chuparla!”
“¡No lo haré! ¡Es asqueroso!”
“¡Tienes que hacerlo!” le ordené. “Hay mujeres a las que pagas para que te hagan esto. ¿Crees justo para Kevin que tenga que hacerlo, si te tiene a ti?”
No le convencía mi argumento, pero me obedecía. Notaba por el brillo de sus ojos rebeldes que le gustaba que le diera órdenes.
Lo chupaba bastante bien, como si la besara. Una vez que quedé satisfecho, se la retiré de los labios. Curiosamente, me miró algo molesta por mi acción…
“¡Ahora, limpia tu cara!” le ordené.
“¡Está bien!... pero déjame salir e ir a buscar las toallas.” Dijo ella, tratando de zafarse.
“¡Fiona, no!” protesté. “El objetivo de esto es que te acostumbres a tomar semen. Cuando una mujer lo mama, para que el hombre se sienta feliz, debe chuparlo como si fuera la bebida más deliciosa en la tierra. Nada es más sensual que ver a una mujer que se toma tus jugos. ¿Recuerdas hace rato, cuando te lamí la rajita? La lamí hasta dejarte limpiecita. ¿Te gusto eso?”
No quería admitirlo, por lo que trataba de no mirarme.
“Si” confesó. “Pero mi cara esta pegajosa… ¿Cómo lo hago?”
“Usa tus dedos…” le expliqué.
Le daba asco, pero lo hacía.
“Tiene un olor fuerte… y un sabor salado” protestó ella, casi con arcadas.
“¡Tienes que acostumbrarte!” le dije “¡Ningún hombre considera sensual que una mujer le vomite encima, después de tener relaciones!”
Quedó medianamente limpia.
“¡Siento mi cara pegajosa!” protestó.
“¡Eso está bien! cuando lo hagas con Kevin, también quedaras pegajosa. Aunque no te guste su sabor, debes hacerle creer que te gusta. Después, cuando terminas de tener sexo, te lavas y te limpias.” Le expliqué.
Ella me miraba avergonzada.
“¿Puedes limpiar mis pechos?” preguntó, mucho más sumisa.
“¡Trata de lamerlo!” le dije. “No hay nada más sensual que una mujer que crea que tu semen es caramelo.”
Estaba frustrada. Lo veía en sus ojos, pero al menos, obedecía.
“Te recomiendo dos cosas: que intentes estirar tus pechos hacía tu boca, con la intención de limpiarlos”
“¡Pero no los alcanzo!” me interrumpió.
“¡No importa!” le dije yo, enfadado con que me interrumpiera. “La intención es lo que cuenta. Y segundo, nunca le quites los ojos a la persona con quien lo haces. Le haces sentir importante.”
“¡Esta bien!” accedió.
Luego, nos pusimos de pie y le pedí que limpiara el mueble. Pensó en ir a buscar una toalla absorbente, pero ocupo su lengua. Me miraba, consultándome si lo hacía bien, a lo que asentía y yo me movía, para que practicara mi segundo consejo.
Vi ese trasero y en realidad, el pobre Kevin debía tener un tremendo antojo. Pero ya que se había tomado tantas molestias con el de mi esposa, no creí que le molestaría que lo hiciera con el de ella… aunque eso sería para otro día.
Nos bañamos juntos y le comí los pechos y la rajita otra vez, lo que disfrutó bastante. Luego le ordené que me hiciera un paizuri de nuevo, recordando la sensación de sus pechos apretados.
Esa vez, su boca si estaba más deseosa de recibir semen. Lo limpio, siguiendo lo que le había enseñado y noté en sus ojos que le había gustado, ya que se mostraba bastante interesada en que mi pene aun siguiera erecto.
Nos vestimos y nos despedimos, con un beso muy apasionado, diciéndole que si quería, podía venir más temprano, luego que se fueran Kevin y Marisol.
Por su sonrisa, me di cuenta que tomaría mi consejo.
Y así fue, que me quedé esperando impaciente, la llegada de mi ruiseñor pervertido…


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