Nota: Este post pertenece a una historia interactiva, sugiero que para entenderla leas el primer post en el siguiente link:
http://www.poringa.net/posts/relatos/2568665/Decisiones-Inicia-la-aventura.html
Al final Rodrigo decidió salir con Alfonso a tomar aire fresco y algunos cuantos tragos, todo con tal de aclarar un poco sus ideas.
Se podría decir que Rodrigo pasó una semana de sufrimiento. Trataba de evitar a su hermana, pues solo podía imaginarla desnuda, gimiendo y pidiéndole que la penetrara. Incluso tuvo que evitar masturbarse, pues siempre terminaba pensando en Rebeca.
A pesar de que se culpaba, le gustaba aquella fantasía y cada vez que le llegaba a la cabeza su verga se levantaba y le rogaba por complacerla, pero no podía… no debía. Parecía que mientras más evitaba pensar en el tema, más se le metía en la cabeza.
––
Llegó el domingo, aquel día en el que Rebeca duerme hasta casi el medio día. Rodrigo por su parte siempre se levantaba moderadamente temprano, sentía que si se quedaba dormido perdía valiosas horas del día. Por desgracia con todo ese asunto de Rebeca todos los días eran una tortura.
Recordó aquella vez en la que había hecho mucho ruido, cuando se le cayeron las sartenes. En esa ocasión Rebeca no se había despertado. Al chico se le pasó por la cabeza ir a verla <<¿Se despertaría si entro a su cuarto?>> pensó. Meneó la cabeza, no le gustaba a donde iban sus pensamientos.
Salió de su cuarto para ir a desayunar, miró la puerta de la habitación de Rebeca y le entró curiosidad, pero luego se recriminó y terminó bajando.
Cuando hubo desayunado, subió de regreso hacia su cuarto, pero una vez más su mirada se cruzó con el picaporte de la puerta de su hermana. Estuvo a punto de renegarse, pero algo dentro de él le dijo <<No voy a hacer nada malo… sólo voy a echar un vistazo>>, y entró. Lo hizo despacio. Miró alrededor, la habitación estaba algo oscura, las cortinas estaban cerradas, pero se podía ver sin mucho problema.
Se acercó a la cama donde se podía ver a Rebeca acostada boca abajo, con la cara hacia un lado. Dormía con una blusa y un pantalón de algodón, bastante holgadas, así que no era una imagen de lo más excitante.
Rodrigo caminaba despacio, levantó el brazo y apuntó su dedo índice hacia el rostro de su hermana. Se fue inclinando lentamente hasta que la yema de su dedo tocó la mejilla. Picó un par de veces el rostro de Rebeca, pero esta ni se inmutaba. Entonces bajó la mano hasta tomarla del hombro, la acarició con delicadeza. A cada respiración la miraba al rostro para cerciorarse de que no estaba despierta. La movió un poco aún sujetándola del hombro, logró que se pusiera ligeramente de lado.
Con la otra mano le acarició la espalda y luego fue bajando hasta llegar a la cintura. Ya empezaba a sentir la excitación en sus pantalones, su verga comenzó a incomodarle conforme se hinchaba. Ignoró su miembro y siguió acariciando a su hermana, subiendo por las redondas caderas. Tomó la tela y mientras se movía hacia los muslos jalaba de ésta. Casi sin resistencia el pantalón de algodón cedió, dejándolo apreciar los adornos costurados de la tanga de Rebeca. Era blanca.
Logró bajarle el pantalón, lo suficiente como para dejarle las nalgas y parte de los muslos desnudos. Sus glúteos eran tersos y su redondez lo incitaban a tocarlos. Lo hizo, con ambas manos, las acarició con cuidado, moviéndolas de un lado al otro, abriéndolas y apretándolas. Se sentían firmes, pero suaves al tacto. Su vista y sus dedos no perdieron la oportunidad de deslizarse hacia la zona media, ahí donde la tela era más delicada.
Le tocó la concha como cuando le tocó la mejilla, con un solo dedo, temeroso de hacerla despertar. Rebeca no hizo ni ruido al contacto. Rodrigo siguió tocando y acariciando, siempre con cuidado y sin dejar de voltear a ver el rostro de su hermana. La presión de su glande había aumentado, ya le dolía de lo hinchado que estaba. Se sacó la pija, y ya que la tenía agarrada se dio unos cuantos apretones.
La idea de masturbarse ahí, con esa imagen de su hermana indefensa y con los pantalones abajo, se le hizo tentadora. Se masajeó el tronco del pito con una mano y con la otra trató de hacer a un lado la tanga para poder verle la concha desnuda. Sus dedos y los labios de la vagina se tocaron. Rodrigo sintió un escalofrío y luego siguió tocando. Sus dedos se deslizaron a lo largo y ancho de la concha, pero tenía cuidado de no ser muy tosco.
De pronto, le metió un dedo. Rebeca dio un ligero suspiro y Rodrigo se lo sacó de inmediato. No pasó nada, pero hasta la respiración se aguantaba el chico, estaba ya sudando. Se acercó de nuevo y comenzó a pajearse, cada vez más cerca del trasero de su hermana. Quería que su pija le tocara las nalgas, pero le quedaba muy lejos parado. Se subió a la cama y con sumo cuidado se recostó, quedó ligeramente atrás de su hermana, casi de cucharita. Su glande por fin le tocó las nalgas y comenzó a pajearse con fuerza, quería venirse lo antes posible y largarse; ya había logrado más de lo que había pensado en un principio.
Se tomó un respiro y le tocó la concha de nuevo mientras se pajeaba. Recordó la voz de su hermana diciendo su nombre y diciéndole que se la metiera, estaba muy caliente como para recriminarse esos recuerdos y todas las fantasías que había tenido durante la semana. No se lo pensó dos veces, se estaba pajeando alado de su hermana y le estaba tocando la concha ¿Por qué no podría metérsela, aunque sea un poquito. No era como si pensara terminarle adentro, ni siquiera pensaba en moverse mucho, solo quería sentirla con la pija.
Le agarró de la cadera y la hizo girarse un poco, para que fuera más cómodo metérsela. Con la otra mano se sostenía la pija tratando de apuntarle. Empujó la cadera un poco y apenas pudo sentir los labios cálidos tocando la punta de su glande. Trató de empujar sintiendo como la concha se iba abriendo lentamente. En ese momento Rebeca se despertó y al sentir aquello tan ajeno tratando de forzarse en su sexo se volteó de un salto.
–¡¿Qué carajo crees que estás haciendo?!
Rebeca se paró de la cama y lo primero que vio fue la pija de Rodrigo. Luego se dio cuenta de cómo tenía la concha descubierta y los pantalones abajo.
–¡¿Me ibas a coger?!
Rodrigo titubeó, estaba muerto de miedo y a duras penas logró guardarse la pija, que con el susto le quedó flácida al instante.
–¡Lárgate! –ordenó Rebeca iracunda, señalando la puerta y subiéndose los pantalones.
El chico obedeció, desapareció de la habitación más rápido de lo que había entrado. Rebeca cerró la puerta tras él y le puso seguro, quería estar sola.
Rodrigo se fue a su cuarto y se recostó en la cama, suspirando y lamentándose en sus adentros. Pasaron unos largos veinte minutos, cuando la puerta de Rebeca se abrió. Rodrigo se sentó sobre la cama al ver entrar a su hermana. Se veía más tranquila, pero se notaba aún tensa, pues llevaba los brazos cruzados.
–¿Por qué hiciste eso? –preguntó tranquila.
Rodrigo miró al piso, le era difícil mirarla a los ojos.
–Bueno… es que– titubeaba tratando de encontrar las palabras–. El otro día, te escuché diciendo mi nombre mientras te masturbabas.
Rebeca se puso tensa de golpe y se llevó una mano a la boca. Recordaba ese día y ahora se sentía avergonzada, más que enojada.
–Escuché todo lo que decías– continuó Rodrigo –. No pude sacarme de la cabeza lo que decías, así que hoy, mientras dormías… pues, pasó esto.
Rebeca se llevó las manos a la cara, se moría de la vergüenza. Rodrigo lo notó e inmediatamente se puso de pie.
–Pero fue una estupidez de mi parte– dijo tratando de hacerla sentir mejor –. No volverá a suceder.
Rebeca se destapó la cara, tenía el rostro serio.
–Claro que no volverá a suceder.
–La lamento en serio– dijo Rodrigo regresando la mirada al suelo.
–Yo también…
Rebeca se fue de la habitación. Aquel día se evitarían por completo.
––
Cada vez que ambos se encontraban en la cocina, la sala o el comedor, el ambiente se ponía tenso y silencioso. Todos los días eran incómodos, era un sentimiento mutuo. En varias ocasiones Rodrigo trató de cruzar miradas con su hermana, tratando de leer sus sentimientos, pero no lo conseguía, así que suponía que aún estaba algo molesta con él.
Rebeca había perdido un poco la confianza en su hermano, no sabía lo que podría llegar a hacer y hasta cierto punto ella se sentía culpable por haber sido tan descuidada y haber caído casi tan bajo fantaseando con él.
Para cuando llegó el domingo, Rodrigo trató de abrir la puerta de Rebeca, sólo por curiosidad. La puerta tenía seguro, así que no podría abrirla.
––
Después de algunos días, por fin las cosas se iban calmando un poco. Ahora por lo menos se daban los buenos días. Esto tranquilizó un poco a Rodrigo y hasta le recordó que llevaba más de una semana sin masturbarse.
Le entraron las ansias por desahogar la pija, así que se preparó un poco para comenzar con ese rito de placer. Mientras buscaba una porno que fuera adecuada para el momento, se le pasó una idea por la cabeza <<¿Qué pasaría si dejo que Rebeca me vea mientras me masturbo?>>
Él ya había escuchado a Rebeca masturbarse, así que ¿por qué no hacer la prueba, y dejarla a ella ver? Tal vez con eso las cosas estarían un poco a mano; aunque también cabe aclarar que Rodrigo tenía un extraño morbo, pues suponía que tal vez su hermana aún no perdía la fantasía de verlo a él de manera sexual.
Decidió que esperaría hasta que Rebeca llegara a casa para masturbarse, quería hacer ésta prueba con ella. Se quedó el resto de la tarde mirando el reloj impaciente por el sonido del garaje.
Las rejas sonaron y luego el motor de la camioneta, esa era la señal que había estado esperando. Se colocó lo auriculares, pero en realidad no escucharía nada, quería oír a su hermana cuando estuviera cerca. Puso la porno y se sacó la pija para comenzar a acariciarla.
Rebeca entró a la casa como de costumbre, dejando su portafolio sobre el sofá de la sala; tomando un vaso de agua en la cocina y finalmente subiendo a la planta alta.
Al llegar arriba, le llamó la atención la puerta de Rodrigo. Estaba abierta y eso era algo extraño. Rebeca quiso echar un vistazo, quería cerciorarse de que ahí estuviera su hermano. Ahí estaba Rodrigo, sentado frente a su computadora como siempre, lo único diferente, y que sobresaltó a Rebeca, era que tenía la pija de fuera y se la estaba pajeando. La joven se tapó la boca, quiso darse la vuelta y retirarse antes de que la viera, pero sus ojos no se despegaban de la pija de su hermano.
Rodrigo para entonces ya sabía que Rebeca lo estaba observando, los tacones la delataron a cada paso. Con cierta maña comenzó a pajearse más rápido y hasta empezó hacer algunos ruidos, como si fueran gemidos.
Rebeca se debatía si seguir observando o irse. Al igual que Rodrigo, ella no se había masturbado en mucho tiempo y ver aquello le hacía sentir un calor interno que deseaba con culpa. Sus manos se movieron solas y terminaron debajo de su falda. Arrugaba la tela de su ropa interior y así con su concha. No tardó en estar húmeda, pero aquello se vio interrumpido, pues Rodrigo giró la cabeza a propósito, atrapándola infraganti.
A Rebeca se le paró el corazón, pero sus piernas la salvaron al salir corriendo en dirección a su cuarto. Rodrigo se levantó de la silla de un salto, sonriendo.
–¿A dónde vas?– preguntó en voz alta.
Rebeca logró escucharlo antes de cerrar la puerta. Se dejó caer en el suelo, con la respiración agitada y el corazón dándole tumbos en el pecho. Se agarró la frente y se tocó el cabello, no creía lo que le estaba pasando. Lo peor de todo es que seguía caliente y podía sentir la humedad entre sus piernas.
Tras unos cuantos respiros profundos, se reincorporó, le puso seguro a la puerta y se metió al baño. Se quitó la ropa dispuesta a meterse a la ducha, necesitaba agua fría.
––
El martes por la mañana coincidieron en la cocina. Rebeca estaba tomando su taza de café ya lista para irse a trabajar. Rodrigo se dirigió hacia el refrigerador saludándola con uno “buenos días”. Rebeca le contestó con algo de inseguridad. Rodrigo lo notó y sonrió. Rebeca estaba tensa y avergonzada por el incidente del día anterior, a diferencia de Rodrigo que se sentía más que satisfecho e incluso atrevido.
Se acercó a su hermana por detrás, arrimó un poco su entrepierna y le rozó las nalgas con esta, también aprovechó a hacerlo con la mano, sin embargo lo hizo parecer un accidente, como si fuera pasando por ahí. Rebeca lo notó y lo miró a ver. Rodrigo llevaba un cartón de leche en la mano y mantenía el rostro serio, como si él no se hubiera dado cuenta de lo que hizo.
–Basta –dijo Rebeca antes de dejar su taza y salir de la cocina.
Aparentaba estar enojada, pero Rodrigo sabía que no era así, sólo estaba avergonzada. De todas formas, no le dijo nada y ella se fue a trabajar.
Rebeca pasó casi todo el día recordando los acontecimientos más incriminadores que había tenido con su hermano. Incluso por la noche mientras hacía ejercicio en el gimnasio, seguía recordando la pija y la mano de su hermano. Luego recordó lo de la mañana y no pudo evitar sentirse algo caliente.
Regresó a casa sudada y cansada. Fue a la cocina para terminarse su bebida energética. Estaba tan distraída que ni se dio cuenta de la presencia de Rodrigo entrando en la cocina y acercándosele por la espalda.
De pronto sintió como unas manos la tomaban de la cadera y algo duro se le posaba entre las nalgas y le hacía una gran presión entre ellas. Abrió los ojos de par en par y se le erizó la piel, casi se atragantaba con el liquido en la garganta.
Se dio la vuelta y empujó a Rodrigo con un brazo.
–¡¿Qué haces?! – dijo algo enojada, buscándole la mirada.
Rodrigo no dijo nada, pero tenía una ligera sonrisa en el rostro.
–Basta – dijo Rebeca un tanto más tranquila –. No hagas eso de nuevo.
Sin más que decir subió en dirección a su cuarto. De nuevo se ocultaba detrás de su puerta con el corazón latiéndole como si fuera a colapsar. La había tomado desprevenida y por muy retorcido que sonara, le había gustado. Pero Rebeca no lo aceptaría, no quería hacerlo. No debía.
––
El jueves, regresó del gimnasio siguiendo con su rutina. Fue a la cocina para refrescarse un poco antes de irse a la ducha. En esta ocasión si se percató de la presencia de Rodrigo al entrar en la cocina. Lo observo cautelosa, pero discreta.
Rodrigo como siempre se hacia el desentendido, pero sus ojos lo delataron, pues en un par de veces le miró la cola. Apenas la chica se dio cuenta de que su hermano se le acercaba más de lo debido dijo.
–Ni lo pienses.
Rodrigo contestó con una sonrisa y algunas risillas. Bajó la mirada, pero no por vergüenza, sino para volver a echarle una mirada a ese par de nalgas que tenía su hermana. Ella lo notó y se dio la vuelta para encararlo, se podía notar por su expresión que se sentía apenada.
–Vamos, no seas así conmigo –dijo Rodrigo, en un tono de falso sufrimiento –. Me torturas con la ropa que usas.
Rebeca frunció las cejas e hizo una mueca con la boca.
–Mira –continuó Rodrigo –, tienes un cuerpo hermoso. Senos redondos y firmes, una cintura angosta pero fuerte, unas caderas anchas y una piernas fuertes. Y luego usas esas ropas deportivas y faldas que se pegan a tu figura ¿cómo esperas que no me caliente al verte?
Rebeca estaba roja de la vergüenza, tanto por las palabras como porque fuera su hermana quien las decía. No podía mirarlo a los ojos, así que se miró a sí mismo en sus ropas de licra gris. Se cruzó de brazos y fingió unas risas sarcásticas.
–No es mi problema que seas un pervertido.
Rodrigo rió de vuelta.
–Sí que lo es, tú fuiste la que se masturbó pensando en mi.
A Rebeca no le gustó que se lo recordara, pues tenía razón, ella había comenzado con todo aquello.
–Pero, podríamos terminar con esto –sugirió Rodrigo –. Déjame masturbarme con tus nalgas.
Rebeca lo miró a los ojos, sorprendida de que se atreviera a pedirle algo así. Rodrigo estaba serio y la miró sin perder el contacto visual. Hablaba en serio.
–¿Q…Qué? –titubeó Rebeca.
–Sí, sólo una vez. Si me dejas hacerlo prometo que te dejaré en paz. Sólo necesito sacarme está enferma fantasía de la cabeza.
Rebeca suspiró pensativa. Realmente no quería aceptar esa propuesta, pero tenía algo de sentido. Tal vez sólo eso necesitaba Rodrigo para olvidarse de que ella había fantaseado con él. Además no era algo tan malo, no era como si ella fuera a tocarle la verga o él le fuera a tocar la concha. Eso era lo que pensaba Rebeca mientras se decidía.
–Está bien –dijo finalmente –. Pero está es la única vez.
Rodrigo asintió contento. Se acercó a su hermana quien estaba algo nerviosa y rígida, no sabía qué hacer en un momento como ese. Rodrigo la tomó de la cadera dirigiéndola para que se diera la vuelta. Enseguida Rebeca se inclinó un poco hasta que sus manos tocaron la barra frente a ella. Rodrigo enseguida acercó su cadera hacia el culo de su hermana, sintiendo la presión que las nalgas ejercían sobre el bulto de sus pantalones.
Poco a poco fue meciéndose y meneándose, rozándose contra el culo de su hermana. Entre ambos había silencio, así que lo único que se escuchaba era el ruido de las telas. Rebeca mantenía una expresión seria, pero en el fondo aquello le empezaba a gustar. Sentir las manos de su hermano apretándole las caderas, el bulto de la pija contra sus nalgas y el contoneo le hacían vibrar por dentro.
De pronto Rodrigo se detuvo y se alejó un poco. Rebeca no quiso moverse, pero la curiosidad hizo que volteara la cabeza.
Rodrigo se estaba sacando la pija y esto la preocupó un poco.
–¿Qué haces? – preguntó ella.
–Es que me duele al tenerla parada, mi ropa me queda muy apretada.
Rebeca no dijo nada ante la excusa, pero no dejo de observarle la pija. Le gustaba mirarla, pero también lo hacía para cerciorarse de que su hermano no intentara nada que sobrepasara su acuerdo.
Rodrigo le tomó de las caderas de nuevo y se acomodó la pija entre los glúteos de Rebeca. Embistió y volvió a embestir, cada vez más rápido y con más fuerza. Rebeca seguía al compás de los empujones. Se agarraba con fuerza de la barra y trataba de apretarse los labios. Si no fuera porque Rodrigo jadeaba, se podría escuchar la respiración acelerada de Rebeca. Por un momento pensó en tocarse la concha, la sentía húmeda y cálida. No lo hizo, no quería que Rodrigo se diera cuenta de que estaba excitada.
De pronto Rodrigo avisó que se venía. Gimoteó y luego dio un respiro de alivio mientras los chorros de semen caían sobre la tela gris que cubrían las nalgas de Rebeca. Ella también suspiró. Se irguió y se encaminó hacia las escaleras sin mirar a ver a su hermano.
–Esta es la única vez–le dijo mientras subía las escaleras.
Se encerró en su cuarto, se metió al baño agitada y se sacó la ropa. Notó como su ropa interior estaba empapada de sus fluidos. Luego tocó el semen en los pantalones, estaba tibio. Se llevó los dedos a la concha y no pudo evitar masturbarse pensando en su hermano cogiéndosela en la cocina.
––
El sábado al medio día, como era costumbre, Rebeca regresaba del trabajo. Rodrigo la saludo al entrar, pues estaba en la sala recostado en sillón viendo televisión. Mira a ver a su hermana mientras esta deja su portafolio sobre la mesa. Le mira la falda ceñida a su figura y le entran ganas de masturbarse de nuevo con ella.
–Rebeca, ¿me dejarías masturbarme una última vez?
Su hermana enseguida lo miró a ver, levantó una ceja y luego dijo
–No, habíamos quedado en que aquella vez iba a ser la única.
Se dio media vuelta y se dirigió a las escaleras. Rodrigo se puso de pie de un salto y la siguió.
–Pero esta vez estas vestida de falda, es diferente.
Rebeca no le dijo nada, se limitó negar con la cabeza mientras subía los escalones acentuando cada pisada. Rodrigo la siguió por detrás, sin perder la oportunidad de verle el culo contonearse a con cada escalón.
Siguió persiguiéndola repitiendo “por favor” hasta que llegaron al cuarto de Rebeca.
–Dije que no –dijo su hermana, tratando de aparentar seriedad.
–Sólo una vez más, que sea como una despedida.
Rebeca suspiró mientras su hermano seguía suplicándole. Se hartó de escucharlo, sabía que no se iba a callar y no la dejaría de fastidiar hasta que aceptara.
–Está bien– dijo finalmente–. Pero está en serio es la última.
Rodrigo nuevamente se sintió victorioso. Rebeca se inclinó, esta vez apoyándose en su cama. Rodrigo tomó su lugar detrás de ella, mientras se sacaba la pija. Le levantó un poco la falda y metió la pija debajo de ésta.
–¿Qué haces? –preguntó Rebeca al sentir la verga tan cerca de su concha.
–Voy a hacerlo por debajo de tu falda, si lo hago por encima la tela podría lastimarme.
Rebeca le creyó, la tela de la falda era algo áspera, así que era cierto. Sin embargo se sintió nerviosa cuando la pija le tocó la piel y la tanga que llevaba. Para Rodrigo aquello era un sueño, su pija, de nuevo tocando la piel de su hermana.
Comenzó a mover las caderas y a rozarse contra el trasero de Rebeca. Las nalgas y la falda le apretaban el glande a cada movimiento, se sentía de lo más placentero. En uno de los movimientos bajó demasiado la pija y cuando empujó se fue hacia adelante, rozándole toda la parte frontal de la tanga. Se sentía húmeda y cálida, pues era la parte que cubría la concha.
Rebeca suspiró al sentir la verga rozándole la zona. Rodrigo la escuchó y le encantó saber que ella también estaba sintiendo placer. No corrigió la posición de su pija y continuó con los contoneos rápidos, frotándose con más fuerza.
–No… ah… detente… ahí no– se quejaba Rebeca, pero solo lo miraba de reojo, parecía que le gustaba más de lo que quería hacer parecer.
Rodrigo la embistió con más fuerza y empujaba la pija hacía arriba, si no fuera por la tanga ya se la hubiera clavado. Rebeca hacía pequeños ruidos, mantenía la boca y los ojos cerrados. En un momento se le escapó un ligero gemido y Rodrigo se vino.
–Se ve que a ti también te gustó– le dijo mientras veía como jadeaba Rebeca.
De pronto Rebeca se encerró en el baño. Rodrigo pegó la cabeza a la puerta intentando escuchar. Escuchó algunos ruidillos sugestivos y se imaginaba que Rebeca se estaba masturbando.
No la interrumpió, así que se fue del cuarto.
––
En los siguientes días, Rodrigo se comportaría adecuadamente con ella. Sin insinuaciones ni contactos indiscretos.
El martes por la noche, cuando Rebeca regresó del gimnasio, Rodrigo sonrió y bajó a la cocina. Era una escena familiar para ambos. De hecho Rebeca lo observó y muy profundo de ella esperaba el momento en el que su hermano se le arrimara hacia las nalgas.
Para su sorpresa, no pasó. Rodrigo tomó un vaso y una jarra. Se sirvió jugo de naranja y se fue sin decir nada. Rebeca estaba perpleja y para colmo se quedó con las ganas, pues aunque no quisiera aceptarlo quería que su hermano le suplicara por masturbarse con ella.
Algo desilusionada, se fue a su cuarto para darse una ducha. Trató de masturbarse para quitase un poco de la cabeza el asunto, pero no era lo mismo.
––
El jueves se repitió el escenario, pero a diferencia de la otra vez, Rebeca trató de sacar más el culo y hacer movimientos algo más sugestivos. Incluso trató de hacer conversación con Rodrigo para que este le prestara atención.
Rodrigo se limitó a contestarle y luego se dirigió hacia las escaleras. Rebeca suspiró desilusionada una vez más. Pero le duró poco tiempo, pues enseguida y sin previo aviso Rodrigo la agarró de la cadera y apretó su entrepierna contra la de ella.
–¿Hoy no me lo vas a negar? – le preguntó en un susurro mientras ya se sacaba la pija y se la apoyaba en las nalgas.
Rebeca no dijo nada, no quería contestarle. Si le decía que no, se vería como una urgida y si le decía que si estaría mintiendo. Se dejó hacer.
Rodrigo le embarraba la pija por las nalgas, entre las piernas y hasta por la zona de la concha. Rebeca gemía ligeramente hasta que Rodrigo se detuvo. El chico tomó los extremos del pantalón deportivo y lo fue bajando ligeramente. Rebeca no se lo impidió, pero se aseguró de que no le tocara la tanga.
Rodrigo se agarró la verga y comenzó a restregarla sobre la concha, aún cubierta por la tela. Pasaba la pija como si fuera una brocha, de arriba abajo, presionando a cada paso. Después se detuvo, se arrodillo y ante la mirada de su hermana enterró la cara entre las nalgas. Su lengua salió de inmediato al encuentro con la tanga que cubría la concha. Lamía y relamía mientras Rebeca se movía impasible, sentía la humedad de la prenda metiéndosele entre los labios de la vagina.
Entonces Rodrigo le destapó la concha. Rebeca enseguida se agarró la tanga tratando de evitar que se la destapara, pero ya no había vuelta atrás, la lengua de Rodrigo ya estaba tocándole el sexo al descubierto.
Rebeca gimió y gimoteó excitada. Y sin preámbulo así inclinada, le tomó la pija y comenzó a masajeársela. Rodrigo dio un respingo, pero luego la agarró de las caderas diciéndole que se agachara, que se le sentara encima.
Así pues, ahora Rebeca estaba casi sentada sobre la cara de Rodrigo, quien seguía chupándole la concha como quien chupa una teta. Rebeca, al tener la pija de Rodrigo al frente, saltando y moviéndose, no tardó en regresar a pajearsela hasta que terminó en su boca. Chupaba, lamía y volvía a chupar.
Rodrigo le amasaba las nalgas y le jugaba el ano. Rebeca sollozaba con excitación tras un orgasmo descomunal. Tras este, se tragó el pene de su hermano hasta que sus labios le tocaron los huevos. Rodrigo no pudo resistir la sensación y se terminó viniendo. Tomó por sorpresa a Rebeca, pero no tuvo problema en tragarse la leche de su hermano.
––
En los siguientes días, amos se veían un poco más en confianza. Charlaban y decían alguna que otra tontería. No hablaban ni se sugerían nada sexual, aquello sólo era una travesura…
Al menos hasta el domingo.
Aquella mañana, como siempre, Rebeca dormía y Rodrigo estaba despierto. Recordó que desde ya varias semanas ella dejaba la puerta con seguro. Su curiosidad le hizo ir a revisar si la puerta estaba o no asegurada esa mañana.
Se acercó a la puerta, palpó el picaporte y trató de girarlo. La puerta se abrió y para él fue como una invitación. Entró y encontró a su hermana como en aquella ocasión, recostada boca abajo, completamente dormida.
Se acercó y la tocó, pero ya no con tanta cautela y temor. Le acarició el brazo y las caderas y luego se recostó a su lado. No la despertó.
Deslizó sus manos por las nalgas y logró bajarle el pantalón de algodón. La tanga era negra. Se bajó sus pantalones y su bóxer para sacarse la pija. Le hizo a un lado la tanga y le acercó al verga a la concha, pero no se la metió, solo comenzó a frotarse contra ella.
Rebeca se levantó y lo miró de reojo, aún algo adormilada. No le dijo nada, pero su sonrisa era la aprobación que Rodrigo buscaba. Siguió frotándose contra ella hasta que en un movimiento brusco empujó de más y casi la penetraba.
Rebeca se tapó la concha con la mano empujando el pene hacia afuera. Luego hizo la tanga a un lado dejando al descubierto el orificio entre sus nalgas.
–Si quieres, puedes meterla aquí– dijo ella en un susurro.
Rodrigo le tomó la palabra. La agarró de las caderas y empujó la verga. En numerosas ocasiones se escupía la mano y se embadurnaba la cabeza del pene. Luego empujaba y enterraba más y más dentro de la cavidad de su hermana. Ella solo daba quejidos y suspiros.
Cuando el falo estuvo dentro, Rodrigo se abrazó de Rebeca y comenzó a moverse con ayuda de sus piernas. Cada golpe de cadera sonaba más fuerte que el anterior y las sabanas siseaban debajo de ellos. Rebeca gemía y apretaba la almohada y Rodrigo se agarraba más fuerte de ella en un intento de aumentar la intensidad.
Le era muy incomodo coger así. Se hincó sobre la cama y agarró a Rebeca. La chica entendió de inmediato, así que levantó el culo sin despegar la cabeza de la almohada. Rodrigo por fin pudo maniobrar mejor. Ahora cada embestida que le daba tenía la fuerza y velocidad que le gustaba. Rebeca también estaba complacida, gemía más. Se tocaba la concha con los dedos haciendo ruidos líquidos. Sentía que estaba por venirse, pero no lo lograba, simplemente no podía, le faltaba algo.
–¡Métemela Rodrigo!…– dijo ella–¡Métemela toda!
Rodrigo se sorprendió con las palabras, incluso se lo pensó dos veces antes de intentar algo.
–¿Estas segura? – preguntó sin detener las embestidas.
–¡Sí!
Rodrigo no rechistó. Sacó la pija del ano y con la misma intensidad como se la estaba culenado, se la metió por la concha. Rebeca gimió como loca y un par de embestidas después se estaba viniendo. Fue tan intento que le temblaron las piernas. Rodrigo se sintió más excitado escuchándola que fallándosela.
–Me voy a venir– musitó el chico tratando de aguantarse los disparos.
–¡Lléname! –dijo ella, entre sus gemidos.
Rodrigo no lo dudó, y ni aunque lo hubiera dudado, ya no lo aguantaba. Se sintieron como treinta mil chorros de semen. Como si nunca se hubiera pajeado en la vida.
Rodrigo y Rebeca cogieron como locos durante meses. Lo hicieron en la sala, en la cocina, el patio trasero y los cuartos. Todos los baños de la casa tuvieron registro de su amor y más aún las escaleras. Lo hicieron en cada uno de los escalones. Rodrigo y Rebeca no tendrían un final juntos, son hermanos. Así que disfrutarían de esto lo más que pudieran. Serían los mejores tiempos de sus vidas.
[Good End]
Felicidades, obtuviste un buen final. Déjame un comentario ¿Que te ha parecido esta historia?
http://www.poringa.net/posts/relatos/2568665/Decisiones-Inicia-la-aventura.html
Al final Rodrigo decidió salir con Alfonso a tomar aire fresco y algunos cuantos tragos, todo con tal de aclarar un poco sus ideas.
Se podría decir que Rodrigo pasó una semana de sufrimiento. Trataba de evitar a su hermana, pues solo podía imaginarla desnuda, gimiendo y pidiéndole que la penetrara. Incluso tuvo que evitar masturbarse, pues siempre terminaba pensando en Rebeca.
A pesar de que se culpaba, le gustaba aquella fantasía y cada vez que le llegaba a la cabeza su verga se levantaba y le rogaba por complacerla, pero no podía… no debía. Parecía que mientras más evitaba pensar en el tema, más se le metía en la cabeza.
––
Llegó el domingo, aquel día en el que Rebeca duerme hasta casi el medio día. Rodrigo por su parte siempre se levantaba moderadamente temprano, sentía que si se quedaba dormido perdía valiosas horas del día. Por desgracia con todo ese asunto de Rebeca todos los días eran una tortura.
Recordó aquella vez en la que había hecho mucho ruido, cuando se le cayeron las sartenes. En esa ocasión Rebeca no se había despertado. Al chico se le pasó por la cabeza ir a verla <<¿Se despertaría si entro a su cuarto?>> pensó. Meneó la cabeza, no le gustaba a donde iban sus pensamientos.
Salió de su cuarto para ir a desayunar, miró la puerta de la habitación de Rebeca y le entró curiosidad, pero luego se recriminó y terminó bajando.
Cuando hubo desayunado, subió de regreso hacia su cuarto, pero una vez más su mirada se cruzó con el picaporte de la puerta de su hermana. Estuvo a punto de renegarse, pero algo dentro de él le dijo <<No voy a hacer nada malo… sólo voy a echar un vistazo>>, y entró. Lo hizo despacio. Miró alrededor, la habitación estaba algo oscura, las cortinas estaban cerradas, pero se podía ver sin mucho problema.
Se acercó a la cama donde se podía ver a Rebeca acostada boca abajo, con la cara hacia un lado. Dormía con una blusa y un pantalón de algodón, bastante holgadas, así que no era una imagen de lo más excitante.
Rodrigo caminaba despacio, levantó el brazo y apuntó su dedo índice hacia el rostro de su hermana. Se fue inclinando lentamente hasta que la yema de su dedo tocó la mejilla. Picó un par de veces el rostro de Rebeca, pero esta ni se inmutaba. Entonces bajó la mano hasta tomarla del hombro, la acarició con delicadeza. A cada respiración la miraba al rostro para cerciorarse de que no estaba despierta. La movió un poco aún sujetándola del hombro, logró que se pusiera ligeramente de lado.
Con la otra mano le acarició la espalda y luego fue bajando hasta llegar a la cintura. Ya empezaba a sentir la excitación en sus pantalones, su verga comenzó a incomodarle conforme se hinchaba. Ignoró su miembro y siguió acariciando a su hermana, subiendo por las redondas caderas. Tomó la tela y mientras se movía hacia los muslos jalaba de ésta. Casi sin resistencia el pantalón de algodón cedió, dejándolo apreciar los adornos costurados de la tanga de Rebeca. Era blanca.
Logró bajarle el pantalón, lo suficiente como para dejarle las nalgas y parte de los muslos desnudos. Sus glúteos eran tersos y su redondez lo incitaban a tocarlos. Lo hizo, con ambas manos, las acarició con cuidado, moviéndolas de un lado al otro, abriéndolas y apretándolas. Se sentían firmes, pero suaves al tacto. Su vista y sus dedos no perdieron la oportunidad de deslizarse hacia la zona media, ahí donde la tela era más delicada.
Le tocó la concha como cuando le tocó la mejilla, con un solo dedo, temeroso de hacerla despertar. Rebeca no hizo ni ruido al contacto. Rodrigo siguió tocando y acariciando, siempre con cuidado y sin dejar de voltear a ver el rostro de su hermana. La presión de su glande había aumentado, ya le dolía de lo hinchado que estaba. Se sacó la pija, y ya que la tenía agarrada se dio unos cuantos apretones.
La idea de masturbarse ahí, con esa imagen de su hermana indefensa y con los pantalones abajo, se le hizo tentadora. Se masajeó el tronco del pito con una mano y con la otra trató de hacer a un lado la tanga para poder verle la concha desnuda. Sus dedos y los labios de la vagina se tocaron. Rodrigo sintió un escalofrío y luego siguió tocando. Sus dedos se deslizaron a lo largo y ancho de la concha, pero tenía cuidado de no ser muy tosco.
De pronto, le metió un dedo. Rebeca dio un ligero suspiro y Rodrigo se lo sacó de inmediato. No pasó nada, pero hasta la respiración se aguantaba el chico, estaba ya sudando. Se acercó de nuevo y comenzó a pajearse, cada vez más cerca del trasero de su hermana. Quería que su pija le tocara las nalgas, pero le quedaba muy lejos parado. Se subió a la cama y con sumo cuidado se recostó, quedó ligeramente atrás de su hermana, casi de cucharita. Su glande por fin le tocó las nalgas y comenzó a pajearse con fuerza, quería venirse lo antes posible y largarse; ya había logrado más de lo que había pensado en un principio.
Se tomó un respiro y le tocó la concha de nuevo mientras se pajeaba. Recordó la voz de su hermana diciendo su nombre y diciéndole que se la metiera, estaba muy caliente como para recriminarse esos recuerdos y todas las fantasías que había tenido durante la semana. No se lo pensó dos veces, se estaba pajeando alado de su hermana y le estaba tocando la concha ¿Por qué no podría metérsela, aunque sea un poquito. No era como si pensara terminarle adentro, ni siquiera pensaba en moverse mucho, solo quería sentirla con la pija.
Le agarró de la cadera y la hizo girarse un poco, para que fuera más cómodo metérsela. Con la otra mano se sostenía la pija tratando de apuntarle. Empujó la cadera un poco y apenas pudo sentir los labios cálidos tocando la punta de su glande. Trató de empujar sintiendo como la concha se iba abriendo lentamente. En ese momento Rebeca se despertó y al sentir aquello tan ajeno tratando de forzarse en su sexo se volteó de un salto.
–¡¿Qué carajo crees que estás haciendo?!
Rebeca se paró de la cama y lo primero que vio fue la pija de Rodrigo. Luego se dio cuenta de cómo tenía la concha descubierta y los pantalones abajo.
–¡¿Me ibas a coger?!
Rodrigo titubeó, estaba muerto de miedo y a duras penas logró guardarse la pija, que con el susto le quedó flácida al instante.
–¡Lárgate! –ordenó Rebeca iracunda, señalando la puerta y subiéndose los pantalones.
El chico obedeció, desapareció de la habitación más rápido de lo que había entrado. Rebeca cerró la puerta tras él y le puso seguro, quería estar sola.
Rodrigo se fue a su cuarto y se recostó en la cama, suspirando y lamentándose en sus adentros. Pasaron unos largos veinte minutos, cuando la puerta de Rebeca se abrió. Rodrigo se sentó sobre la cama al ver entrar a su hermana. Se veía más tranquila, pero se notaba aún tensa, pues llevaba los brazos cruzados.
–¿Por qué hiciste eso? –preguntó tranquila.
Rodrigo miró al piso, le era difícil mirarla a los ojos.
–Bueno… es que– titubeaba tratando de encontrar las palabras–. El otro día, te escuché diciendo mi nombre mientras te masturbabas.
Rebeca se puso tensa de golpe y se llevó una mano a la boca. Recordaba ese día y ahora se sentía avergonzada, más que enojada.
–Escuché todo lo que decías– continuó Rodrigo –. No pude sacarme de la cabeza lo que decías, así que hoy, mientras dormías… pues, pasó esto.
Rebeca se llevó las manos a la cara, se moría de la vergüenza. Rodrigo lo notó e inmediatamente se puso de pie.
–Pero fue una estupidez de mi parte– dijo tratando de hacerla sentir mejor –. No volverá a suceder.
Rebeca se destapó la cara, tenía el rostro serio.
–Claro que no volverá a suceder.
–La lamento en serio– dijo Rodrigo regresando la mirada al suelo.
–Yo también…
Rebeca se fue de la habitación. Aquel día se evitarían por completo.
––
Cada vez que ambos se encontraban en la cocina, la sala o el comedor, el ambiente se ponía tenso y silencioso. Todos los días eran incómodos, era un sentimiento mutuo. En varias ocasiones Rodrigo trató de cruzar miradas con su hermana, tratando de leer sus sentimientos, pero no lo conseguía, así que suponía que aún estaba algo molesta con él.
Rebeca había perdido un poco la confianza en su hermano, no sabía lo que podría llegar a hacer y hasta cierto punto ella se sentía culpable por haber sido tan descuidada y haber caído casi tan bajo fantaseando con él.
Para cuando llegó el domingo, Rodrigo trató de abrir la puerta de Rebeca, sólo por curiosidad. La puerta tenía seguro, así que no podría abrirla.
––
Después de algunos días, por fin las cosas se iban calmando un poco. Ahora por lo menos se daban los buenos días. Esto tranquilizó un poco a Rodrigo y hasta le recordó que llevaba más de una semana sin masturbarse.
Le entraron las ansias por desahogar la pija, así que se preparó un poco para comenzar con ese rito de placer. Mientras buscaba una porno que fuera adecuada para el momento, se le pasó una idea por la cabeza <<¿Qué pasaría si dejo que Rebeca me vea mientras me masturbo?>>
Él ya había escuchado a Rebeca masturbarse, así que ¿por qué no hacer la prueba, y dejarla a ella ver? Tal vez con eso las cosas estarían un poco a mano; aunque también cabe aclarar que Rodrigo tenía un extraño morbo, pues suponía que tal vez su hermana aún no perdía la fantasía de verlo a él de manera sexual.
Decidió que esperaría hasta que Rebeca llegara a casa para masturbarse, quería hacer ésta prueba con ella. Se quedó el resto de la tarde mirando el reloj impaciente por el sonido del garaje.
Las rejas sonaron y luego el motor de la camioneta, esa era la señal que había estado esperando. Se colocó lo auriculares, pero en realidad no escucharía nada, quería oír a su hermana cuando estuviera cerca. Puso la porno y se sacó la pija para comenzar a acariciarla.
Rebeca entró a la casa como de costumbre, dejando su portafolio sobre el sofá de la sala; tomando un vaso de agua en la cocina y finalmente subiendo a la planta alta.
Al llegar arriba, le llamó la atención la puerta de Rodrigo. Estaba abierta y eso era algo extraño. Rebeca quiso echar un vistazo, quería cerciorarse de que ahí estuviera su hermano. Ahí estaba Rodrigo, sentado frente a su computadora como siempre, lo único diferente, y que sobresaltó a Rebeca, era que tenía la pija de fuera y se la estaba pajeando. La joven se tapó la boca, quiso darse la vuelta y retirarse antes de que la viera, pero sus ojos no se despegaban de la pija de su hermano.
Rodrigo para entonces ya sabía que Rebeca lo estaba observando, los tacones la delataron a cada paso. Con cierta maña comenzó a pajearse más rápido y hasta empezó hacer algunos ruidos, como si fueran gemidos.
Rebeca se debatía si seguir observando o irse. Al igual que Rodrigo, ella no se había masturbado en mucho tiempo y ver aquello le hacía sentir un calor interno que deseaba con culpa. Sus manos se movieron solas y terminaron debajo de su falda. Arrugaba la tela de su ropa interior y así con su concha. No tardó en estar húmeda, pero aquello se vio interrumpido, pues Rodrigo giró la cabeza a propósito, atrapándola infraganti.
A Rebeca se le paró el corazón, pero sus piernas la salvaron al salir corriendo en dirección a su cuarto. Rodrigo se levantó de la silla de un salto, sonriendo.
–¿A dónde vas?– preguntó en voz alta.
Rebeca logró escucharlo antes de cerrar la puerta. Se dejó caer en el suelo, con la respiración agitada y el corazón dándole tumbos en el pecho. Se agarró la frente y se tocó el cabello, no creía lo que le estaba pasando. Lo peor de todo es que seguía caliente y podía sentir la humedad entre sus piernas.
Tras unos cuantos respiros profundos, se reincorporó, le puso seguro a la puerta y se metió al baño. Se quitó la ropa dispuesta a meterse a la ducha, necesitaba agua fría.
––
El martes por la mañana coincidieron en la cocina. Rebeca estaba tomando su taza de café ya lista para irse a trabajar. Rodrigo se dirigió hacia el refrigerador saludándola con uno “buenos días”. Rebeca le contestó con algo de inseguridad. Rodrigo lo notó y sonrió. Rebeca estaba tensa y avergonzada por el incidente del día anterior, a diferencia de Rodrigo que se sentía más que satisfecho e incluso atrevido.
Se acercó a su hermana por detrás, arrimó un poco su entrepierna y le rozó las nalgas con esta, también aprovechó a hacerlo con la mano, sin embargo lo hizo parecer un accidente, como si fuera pasando por ahí. Rebeca lo notó y lo miró a ver. Rodrigo llevaba un cartón de leche en la mano y mantenía el rostro serio, como si él no se hubiera dado cuenta de lo que hizo.
–Basta –dijo Rebeca antes de dejar su taza y salir de la cocina.
Aparentaba estar enojada, pero Rodrigo sabía que no era así, sólo estaba avergonzada. De todas formas, no le dijo nada y ella se fue a trabajar.
Rebeca pasó casi todo el día recordando los acontecimientos más incriminadores que había tenido con su hermano. Incluso por la noche mientras hacía ejercicio en el gimnasio, seguía recordando la pija y la mano de su hermano. Luego recordó lo de la mañana y no pudo evitar sentirse algo caliente.
Regresó a casa sudada y cansada. Fue a la cocina para terminarse su bebida energética. Estaba tan distraída que ni se dio cuenta de la presencia de Rodrigo entrando en la cocina y acercándosele por la espalda.
De pronto sintió como unas manos la tomaban de la cadera y algo duro se le posaba entre las nalgas y le hacía una gran presión entre ellas. Abrió los ojos de par en par y se le erizó la piel, casi se atragantaba con el liquido en la garganta.
Se dio la vuelta y empujó a Rodrigo con un brazo.
–¡¿Qué haces?! – dijo algo enojada, buscándole la mirada.
Rodrigo no dijo nada, pero tenía una ligera sonrisa en el rostro.
–Basta – dijo Rebeca un tanto más tranquila –. No hagas eso de nuevo.
Sin más que decir subió en dirección a su cuarto. De nuevo se ocultaba detrás de su puerta con el corazón latiéndole como si fuera a colapsar. La había tomado desprevenida y por muy retorcido que sonara, le había gustado. Pero Rebeca no lo aceptaría, no quería hacerlo. No debía.
––
El jueves, regresó del gimnasio siguiendo con su rutina. Fue a la cocina para refrescarse un poco antes de irse a la ducha. En esta ocasión si se percató de la presencia de Rodrigo al entrar en la cocina. Lo observo cautelosa, pero discreta.
Rodrigo como siempre se hacia el desentendido, pero sus ojos lo delataron, pues en un par de veces le miró la cola. Apenas la chica se dio cuenta de que su hermano se le acercaba más de lo debido dijo.
–Ni lo pienses.
Rodrigo contestó con una sonrisa y algunas risillas. Bajó la mirada, pero no por vergüenza, sino para volver a echarle una mirada a ese par de nalgas que tenía su hermana. Ella lo notó y se dio la vuelta para encararlo, se podía notar por su expresión que se sentía apenada.
–Vamos, no seas así conmigo –dijo Rodrigo, en un tono de falso sufrimiento –. Me torturas con la ropa que usas.
Rebeca frunció las cejas e hizo una mueca con la boca.
–Mira –continuó Rodrigo –, tienes un cuerpo hermoso. Senos redondos y firmes, una cintura angosta pero fuerte, unas caderas anchas y una piernas fuertes. Y luego usas esas ropas deportivas y faldas que se pegan a tu figura ¿cómo esperas que no me caliente al verte?
Rebeca estaba roja de la vergüenza, tanto por las palabras como porque fuera su hermana quien las decía. No podía mirarlo a los ojos, así que se miró a sí mismo en sus ropas de licra gris. Se cruzó de brazos y fingió unas risas sarcásticas.
–No es mi problema que seas un pervertido.
Rodrigo rió de vuelta.
–Sí que lo es, tú fuiste la que se masturbó pensando en mi.
A Rebeca no le gustó que se lo recordara, pues tenía razón, ella había comenzado con todo aquello.
–Pero, podríamos terminar con esto –sugirió Rodrigo –. Déjame masturbarme con tus nalgas.
Rebeca lo miró a los ojos, sorprendida de que se atreviera a pedirle algo así. Rodrigo estaba serio y la miró sin perder el contacto visual. Hablaba en serio.
–¿Q…Qué? –titubeó Rebeca.
–Sí, sólo una vez. Si me dejas hacerlo prometo que te dejaré en paz. Sólo necesito sacarme está enferma fantasía de la cabeza.
Rebeca suspiró pensativa. Realmente no quería aceptar esa propuesta, pero tenía algo de sentido. Tal vez sólo eso necesitaba Rodrigo para olvidarse de que ella había fantaseado con él. Además no era algo tan malo, no era como si ella fuera a tocarle la verga o él le fuera a tocar la concha. Eso era lo que pensaba Rebeca mientras se decidía.
–Está bien –dijo finalmente –. Pero está es la única vez.
Rodrigo asintió contento. Se acercó a su hermana quien estaba algo nerviosa y rígida, no sabía qué hacer en un momento como ese. Rodrigo la tomó de la cadera dirigiéndola para que se diera la vuelta. Enseguida Rebeca se inclinó un poco hasta que sus manos tocaron la barra frente a ella. Rodrigo enseguida acercó su cadera hacia el culo de su hermana, sintiendo la presión que las nalgas ejercían sobre el bulto de sus pantalones.
Poco a poco fue meciéndose y meneándose, rozándose contra el culo de su hermana. Entre ambos había silencio, así que lo único que se escuchaba era el ruido de las telas. Rebeca mantenía una expresión seria, pero en el fondo aquello le empezaba a gustar. Sentir las manos de su hermano apretándole las caderas, el bulto de la pija contra sus nalgas y el contoneo le hacían vibrar por dentro.
De pronto Rodrigo se detuvo y se alejó un poco. Rebeca no quiso moverse, pero la curiosidad hizo que volteara la cabeza.
Rodrigo se estaba sacando la pija y esto la preocupó un poco.
–¿Qué haces? – preguntó ella.
–Es que me duele al tenerla parada, mi ropa me queda muy apretada.
Rebeca no dijo nada ante la excusa, pero no dejo de observarle la pija. Le gustaba mirarla, pero también lo hacía para cerciorarse de que su hermano no intentara nada que sobrepasara su acuerdo.
Rodrigo le tomó de las caderas de nuevo y se acomodó la pija entre los glúteos de Rebeca. Embistió y volvió a embestir, cada vez más rápido y con más fuerza. Rebeca seguía al compás de los empujones. Se agarraba con fuerza de la barra y trataba de apretarse los labios. Si no fuera porque Rodrigo jadeaba, se podría escuchar la respiración acelerada de Rebeca. Por un momento pensó en tocarse la concha, la sentía húmeda y cálida. No lo hizo, no quería que Rodrigo se diera cuenta de que estaba excitada.
De pronto Rodrigo avisó que se venía. Gimoteó y luego dio un respiro de alivio mientras los chorros de semen caían sobre la tela gris que cubrían las nalgas de Rebeca. Ella también suspiró. Se irguió y se encaminó hacia las escaleras sin mirar a ver a su hermano.
–Esta es la única vez–le dijo mientras subía las escaleras.
Se encerró en su cuarto, se metió al baño agitada y se sacó la ropa. Notó como su ropa interior estaba empapada de sus fluidos. Luego tocó el semen en los pantalones, estaba tibio. Se llevó los dedos a la concha y no pudo evitar masturbarse pensando en su hermano cogiéndosela en la cocina.
––
El sábado al medio día, como era costumbre, Rebeca regresaba del trabajo. Rodrigo la saludo al entrar, pues estaba en la sala recostado en sillón viendo televisión. Mira a ver a su hermana mientras esta deja su portafolio sobre la mesa. Le mira la falda ceñida a su figura y le entran ganas de masturbarse de nuevo con ella.
–Rebeca, ¿me dejarías masturbarme una última vez?
Su hermana enseguida lo miró a ver, levantó una ceja y luego dijo
–No, habíamos quedado en que aquella vez iba a ser la única.
Se dio media vuelta y se dirigió a las escaleras. Rodrigo se puso de pie de un salto y la siguió.
–Pero esta vez estas vestida de falda, es diferente.
Rebeca no le dijo nada, se limitó negar con la cabeza mientras subía los escalones acentuando cada pisada. Rodrigo la siguió por detrás, sin perder la oportunidad de verle el culo contonearse a con cada escalón.
Siguió persiguiéndola repitiendo “por favor” hasta que llegaron al cuarto de Rebeca.
–Dije que no –dijo su hermana, tratando de aparentar seriedad.
–Sólo una vez más, que sea como una despedida.
Rebeca suspiró mientras su hermano seguía suplicándole. Se hartó de escucharlo, sabía que no se iba a callar y no la dejaría de fastidiar hasta que aceptara.
–Está bien– dijo finalmente–. Pero está en serio es la última.
Rodrigo nuevamente se sintió victorioso. Rebeca se inclinó, esta vez apoyándose en su cama. Rodrigo tomó su lugar detrás de ella, mientras se sacaba la pija. Le levantó un poco la falda y metió la pija debajo de ésta.
–¿Qué haces? –preguntó Rebeca al sentir la verga tan cerca de su concha.
–Voy a hacerlo por debajo de tu falda, si lo hago por encima la tela podría lastimarme.
Rebeca le creyó, la tela de la falda era algo áspera, así que era cierto. Sin embargo se sintió nerviosa cuando la pija le tocó la piel y la tanga que llevaba. Para Rodrigo aquello era un sueño, su pija, de nuevo tocando la piel de su hermana.
Comenzó a mover las caderas y a rozarse contra el trasero de Rebeca. Las nalgas y la falda le apretaban el glande a cada movimiento, se sentía de lo más placentero. En uno de los movimientos bajó demasiado la pija y cuando empujó se fue hacia adelante, rozándole toda la parte frontal de la tanga. Se sentía húmeda y cálida, pues era la parte que cubría la concha.
Rebeca suspiró al sentir la verga rozándole la zona. Rodrigo la escuchó y le encantó saber que ella también estaba sintiendo placer. No corrigió la posición de su pija y continuó con los contoneos rápidos, frotándose con más fuerza.
–No… ah… detente… ahí no– se quejaba Rebeca, pero solo lo miraba de reojo, parecía que le gustaba más de lo que quería hacer parecer.
Rodrigo la embistió con más fuerza y empujaba la pija hacía arriba, si no fuera por la tanga ya se la hubiera clavado. Rebeca hacía pequeños ruidos, mantenía la boca y los ojos cerrados. En un momento se le escapó un ligero gemido y Rodrigo se vino.
–Se ve que a ti también te gustó– le dijo mientras veía como jadeaba Rebeca.
De pronto Rebeca se encerró en el baño. Rodrigo pegó la cabeza a la puerta intentando escuchar. Escuchó algunos ruidillos sugestivos y se imaginaba que Rebeca se estaba masturbando.
No la interrumpió, así que se fue del cuarto.
––
En los siguientes días, Rodrigo se comportaría adecuadamente con ella. Sin insinuaciones ni contactos indiscretos.
El martes por la noche, cuando Rebeca regresó del gimnasio, Rodrigo sonrió y bajó a la cocina. Era una escena familiar para ambos. De hecho Rebeca lo observó y muy profundo de ella esperaba el momento en el que su hermano se le arrimara hacia las nalgas.
Para su sorpresa, no pasó. Rodrigo tomó un vaso y una jarra. Se sirvió jugo de naranja y se fue sin decir nada. Rebeca estaba perpleja y para colmo se quedó con las ganas, pues aunque no quisiera aceptarlo quería que su hermano le suplicara por masturbarse con ella.
Algo desilusionada, se fue a su cuarto para darse una ducha. Trató de masturbarse para quitase un poco de la cabeza el asunto, pero no era lo mismo.
––
El jueves se repitió el escenario, pero a diferencia de la otra vez, Rebeca trató de sacar más el culo y hacer movimientos algo más sugestivos. Incluso trató de hacer conversación con Rodrigo para que este le prestara atención.
Rodrigo se limitó a contestarle y luego se dirigió hacia las escaleras. Rebeca suspiró desilusionada una vez más. Pero le duró poco tiempo, pues enseguida y sin previo aviso Rodrigo la agarró de la cadera y apretó su entrepierna contra la de ella.
–¿Hoy no me lo vas a negar? – le preguntó en un susurro mientras ya se sacaba la pija y se la apoyaba en las nalgas.
Rebeca no dijo nada, no quería contestarle. Si le decía que no, se vería como una urgida y si le decía que si estaría mintiendo. Se dejó hacer.
Rodrigo le embarraba la pija por las nalgas, entre las piernas y hasta por la zona de la concha. Rebeca gemía ligeramente hasta que Rodrigo se detuvo. El chico tomó los extremos del pantalón deportivo y lo fue bajando ligeramente. Rebeca no se lo impidió, pero se aseguró de que no le tocara la tanga.
Rodrigo se agarró la verga y comenzó a restregarla sobre la concha, aún cubierta por la tela. Pasaba la pija como si fuera una brocha, de arriba abajo, presionando a cada paso. Después se detuvo, se arrodillo y ante la mirada de su hermana enterró la cara entre las nalgas. Su lengua salió de inmediato al encuentro con la tanga que cubría la concha. Lamía y relamía mientras Rebeca se movía impasible, sentía la humedad de la prenda metiéndosele entre los labios de la vagina.
Entonces Rodrigo le destapó la concha. Rebeca enseguida se agarró la tanga tratando de evitar que se la destapara, pero ya no había vuelta atrás, la lengua de Rodrigo ya estaba tocándole el sexo al descubierto.
Rebeca gimió y gimoteó excitada. Y sin preámbulo así inclinada, le tomó la pija y comenzó a masajeársela. Rodrigo dio un respingo, pero luego la agarró de las caderas diciéndole que se agachara, que se le sentara encima.
Así pues, ahora Rebeca estaba casi sentada sobre la cara de Rodrigo, quien seguía chupándole la concha como quien chupa una teta. Rebeca, al tener la pija de Rodrigo al frente, saltando y moviéndose, no tardó en regresar a pajearsela hasta que terminó en su boca. Chupaba, lamía y volvía a chupar.
Rodrigo le amasaba las nalgas y le jugaba el ano. Rebeca sollozaba con excitación tras un orgasmo descomunal. Tras este, se tragó el pene de su hermano hasta que sus labios le tocaron los huevos. Rodrigo no pudo resistir la sensación y se terminó viniendo. Tomó por sorpresa a Rebeca, pero no tuvo problema en tragarse la leche de su hermano.
––
En los siguientes días, amos se veían un poco más en confianza. Charlaban y decían alguna que otra tontería. No hablaban ni se sugerían nada sexual, aquello sólo era una travesura…
Al menos hasta el domingo.
Aquella mañana, como siempre, Rebeca dormía y Rodrigo estaba despierto. Recordó que desde ya varias semanas ella dejaba la puerta con seguro. Su curiosidad le hizo ir a revisar si la puerta estaba o no asegurada esa mañana.
Se acercó a la puerta, palpó el picaporte y trató de girarlo. La puerta se abrió y para él fue como una invitación. Entró y encontró a su hermana como en aquella ocasión, recostada boca abajo, completamente dormida.
Se acercó y la tocó, pero ya no con tanta cautela y temor. Le acarició el brazo y las caderas y luego se recostó a su lado. No la despertó.
Deslizó sus manos por las nalgas y logró bajarle el pantalón de algodón. La tanga era negra. Se bajó sus pantalones y su bóxer para sacarse la pija. Le hizo a un lado la tanga y le acercó al verga a la concha, pero no se la metió, solo comenzó a frotarse contra ella.
Rebeca se levantó y lo miró de reojo, aún algo adormilada. No le dijo nada, pero su sonrisa era la aprobación que Rodrigo buscaba. Siguió frotándose contra ella hasta que en un movimiento brusco empujó de más y casi la penetraba.
Rebeca se tapó la concha con la mano empujando el pene hacia afuera. Luego hizo la tanga a un lado dejando al descubierto el orificio entre sus nalgas.
–Si quieres, puedes meterla aquí– dijo ella en un susurro.
Rodrigo le tomó la palabra. La agarró de las caderas y empujó la verga. En numerosas ocasiones se escupía la mano y se embadurnaba la cabeza del pene. Luego empujaba y enterraba más y más dentro de la cavidad de su hermana. Ella solo daba quejidos y suspiros.
Cuando el falo estuvo dentro, Rodrigo se abrazó de Rebeca y comenzó a moverse con ayuda de sus piernas. Cada golpe de cadera sonaba más fuerte que el anterior y las sabanas siseaban debajo de ellos. Rebeca gemía y apretaba la almohada y Rodrigo se agarraba más fuerte de ella en un intento de aumentar la intensidad.
Le era muy incomodo coger así. Se hincó sobre la cama y agarró a Rebeca. La chica entendió de inmediato, así que levantó el culo sin despegar la cabeza de la almohada. Rodrigo por fin pudo maniobrar mejor. Ahora cada embestida que le daba tenía la fuerza y velocidad que le gustaba. Rebeca también estaba complacida, gemía más. Se tocaba la concha con los dedos haciendo ruidos líquidos. Sentía que estaba por venirse, pero no lo lograba, simplemente no podía, le faltaba algo.
–¡Métemela Rodrigo!…– dijo ella–¡Métemela toda!
Rodrigo se sorprendió con las palabras, incluso se lo pensó dos veces antes de intentar algo.
–¿Estas segura? – preguntó sin detener las embestidas.
–¡Sí!
Rodrigo no rechistó. Sacó la pija del ano y con la misma intensidad como se la estaba culenado, se la metió por la concha. Rebeca gimió como loca y un par de embestidas después se estaba viniendo. Fue tan intento que le temblaron las piernas. Rodrigo se sintió más excitado escuchándola que fallándosela.
–Me voy a venir– musitó el chico tratando de aguantarse los disparos.
–¡Lléname! –dijo ella, entre sus gemidos.
Rodrigo no lo dudó, y ni aunque lo hubiera dudado, ya no lo aguantaba. Se sintieron como treinta mil chorros de semen. Como si nunca se hubiera pajeado en la vida.
Rodrigo y Rebeca cogieron como locos durante meses. Lo hicieron en la sala, en la cocina, el patio trasero y los cuartos. Todos los baños de la casa tuvieron registro de su amor y más aún las escaleras. Lo hicieron en cada uno de los escalones. Rodrigo y Rebeca no tendrían un final juntos, son hermanos. Así que disfrutarían de esto lo más que pudieran. Serían los mejores tiempos de sus vidas.
[Good End]
Felicidades, obtuviste un buen final. Déjame un comentario ¿Que te ha parecido esta historia?
1 comentarios - Decisiones: Hermandad.
En cuanto a lo técnico del relato, excelente!