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Seis por ocho (95): Una noche bien larga…





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Compendio I


Nuevamente, acostados y Pamela bien nerviosa…
Siendo sinceros, yo también lo estaba…
“Marco… trajiste condones… ¿Cierto?” decía, mientras sentía mi pujante pene por debajo de su rajita.
“En realidad… pensé que vendríamos por un rato…” le respondí yo.
La cama era pequeña, para una persona. Podíamos dormir 2, pero bien acurrucados y la tentación estaba ahí mismo: yo, con calzoncillos y Pamela, con un camisón negro, bien sensual…
En la visita anterior, se había llevado toda su ropa interior y ese día, se le había ocurrido usar un hilo dental, por lo que si bien, lo estaba usando ahora, no era una protección eficaz.
“¿No puedes… calmarte?... porque me estás poniendo caliente…” me preguntaba.
“Créeme, que si pudiera, lo haría…” le respondí. “¿Y si te la meto por detrás?”
“¡Claro que no! ¿Si mamá nos escuchara?” me dijo ella, aunque por su voz, parecía conformarse con la idea.
“¡Pero la otra vez lo hicimos y no te importó!” protesté.
“¡Pues… sí!” respondió avergonzada. “¡Pero estaba enojada con mamá!… es primera vez que me dice que quiere en años… y no quiero que sepa que me gusta por detrás…”
“Bueno, ella ya sabe que tú no eres virgen…”
“¡Marco, déjalo! ¿Ya?” me dijo, bien cortante. “¡Esta noche no me la meterás por detrás!... ¡Tengo mucha vergüenza!”
“¡Esta bien!... ¡No te enojes!...” traté de calmarla. “¿Y por delante? ¿Cómo estás en tus días?”
Se mordía los labios cuando rozaba su vulva con el glande…
“¿No te puedes aguantar una noche?” me decía, aunque ya estaba húmeda. “¡No!... ¡Tampoco podemos!... me he tomado mis pastillas, pero te conozco y probablemente, me embaraces igual por hacerlo tantas veces…”
“¡Bien! ¿Y qué sugieres?” pregunté.
“¡Que tratemos de dormir!” respondió ella, bien ofuscada.
“¡De acuerdo!... pero sería más fácil si me dejaras mi palo tranquilo…”
“¡Es que no puedo evitarlo, Marco!” me decía ella, bien sensual. “¡También estoy caliente!... tú sabes… casi siempre lo hacemos con condón… y ahora estas bien duro… y caliente… y quiero metérmelo…”
Lo tomaba y masajeaba suavemente los labios de su rajita, incrustando la punta del glande. Era horriblemente encantador…
“¡No me hagas así!... ¡Voy a terminar metiéndolo!”Le advertí.
“¡Esta bien! ¡Mételo por detrás!” me dijo, guiándome. “¡Pero por favor, se silencioso!”
Era un alivio para ambos. Podía acariciar su botón y disminuir su tensión también.
“¡Siempre… siento… que me quemas!” decía ella, mientras la bombeaba despacio.
“Y yo siempre siento que aprietas bien rico…”
“Si mamá supiera cómo me gusta sentirte por detrás…” Decía ella, disfrutando. “¡Creería que soy una puta!”
Nuevamente, esa sensación en la espalda…
“Pamela… sobre eso…”
“¿Sí?” decía ella, tomando el vaivén de mis sacudidas.
“Tú no piensas como Marisol, ¿Cierto?... es decir… a ti te molestaría que me acostara con tu mamá, ¿Verdad?”
“¿Cómo me dices eso?” preguntó, frenándose al seco. “¿Quieres acostarte con mi mamá, también?”
“¡Claro que no, Pamela!” le dije yo, volviendo a ver a la “amazona española”, enfurecida conmigo. “Sólo te lo pregunto… porque es idea de Marisol…”
“¡Y como eres un tío obediente, le harás caso! ¿No?” preguntaba, bien enfadada.
“¡Por supuesto que no, Pamela!” le respondí. “¡Para mí, es muy raro!”
“¡Sal de mi habitación! ¡No quiero verte!” me ordenó.
“Pero Pamela…”
“¡Sal de mi habitación!” ordenó por segunda vez. No tuve otra opción que obedecer.
Para colmo, seguía con una tremenda erección. Fui al baño, a orinar…
De repente, se abre la puerta…
“¡Ay, discúlpeme! ¡Es que no estoy acostumbrada a las visitas!” dijo la sirvienta.
Me sentía extremadamente expuesto… estaba bien excitado y orinando y la muchacha estaba muy interesada en verme descargar mis fluidos.
Debía medir como 1.60m. Por lo general, no me atraen las mujeres con rizos, pero a ella le quedaban bien, dándole un aire de exótica y desenfrenada en la cama. Tenía unos pechos medianos y una buena cola y unos ojos negros bien salvajes, nariz fina y labios carnosos. Era una buena representante de su país.
Para colmo, estaba durmiendo en sostén y calzones…
“¡No se preocupe por mí! ¡Pretenda que no estoy!” me decía, sonriéndome, pero no quitándole la mirada a mi pajarote…
Finalmente, acabé y me cubrí lo mejor que pude con el calzoncillo, que dejaba una buena parte de la cabeza afuera.
“¡Que curioso!” dijo ella, acercándose al excusado. “¡Yo también venía a lo mismo!”
Y sin mucho reparo en mi compañía, se bajó el calzón a la altura de las rodillas y se sentó a orinar.
Por respeto, miré para otro lado…
“¡Que no le dé pena!” me dijo, la muy coqueta. “¡Somos adultos y es algo natural!”
Me lavé la cara. Necesitaba refrescarme…
La muy puta se paró del excusado, giró mostrándome su trasero y su raja y apretó la cadena, para luego subirse el calzón.
Salí del baño y me dirigí a la cocina. Es de estilo americano bien grande, con una mesa comedor para 6 personas, con mantel, centro de mesa y todo tipo de decoraciones. Quería prepararme un té.
“¡Oiga, esperé!” me dijo la sirvienta. “¡No me deje sola, por favor!”
“¿Por qué le preocupa tanto? ¡Usted vive aquí!”
“Si, pero por la noche… usted sabe…” me respondió, con algo de miedo.
“¿Qué pasa por las noches?” pregunté.
“Los espíritus… por la noche penan.”
Si hay algo que me excite más que los mangas y el anime son las historias de fantasmas. En mi casa, a veces pasaban cosas raras, porque vivíamos cerca de un camino bien antiguo, por lo que veíamos sombras pasar por el jardín y cosas así, pero nunca algo permanente.
La casa de Lucia era elegante y estaba en un barrio viejo, por lo que no me sorprendía la idea que tuviera sus fantasmas.
A la muchacha le complació que pusiera tanto interés en sus historias. A decir verdad, no eran tan atemorizantes como esperaba: había visto una sombra una vez; por la noche, la casa crujía y se sentía el ruido de canicas y nada más, pero a ella le bastaba para creer que la casa estaba embrujada.
“¡Por eso, es agradable tener un macho en casa!” dijo ella, dándome una sonrisa.
Le serví un poco de té, lo que aceptó con gusto.
“¡Yo no soy un macho!” le dije, siendo sincero. “¡Míreme!... soy bien debilucho.”
Ella me miraba algo más de la cuenta…
“Bueno… puede no ser muy fortachón, pero es más macho que los chicos que vienen…” me explicó.
“¿Vienen muchos chicos?”
“Si, por el trabajo de la señora.” Respondió suspirando. “Son bien guapos… pero usted sabe que se ven “machitos” para las fotos…”
“Pero bueno… me imagino que debe tener sus novios por ahí…” le dije, para que subiera los ánimos.
Ella se rió.
“¿Cómo cree?” Preguntó. “La señora apenas me deja salir…”
“Si, me da la impresión que es algo amargada.” Le respondí, bebiendo un poco de té.
“¡Lo es!... pero usted sabe… cuando a las mujeres nos falta un buen “revolcón”… todas nos ponemos con genio de perros...” Dijo ella, riéndose despacio, para que no la escucharan.
Me cayó simpática, a pesar de que estábamos en ropa interior. No me daban ganas de saltarle encima (porque ella si estaba cachonda…), pero era divertido conversar con ella.
Se llamaba Celeste y había empezado a trabajar hacía unos 3 meses. Tenía sus parientes en otro país y como la economía estaba buena, le mandaba su dinerito para mantenerlos.
“¿Y usted es el novio de la señorita?” preguntó, bien interesada en mi respuesta.
“Pues sí. También llevamos unos 3 o 4 meses, más o menos.”
“¡Ya veo!” dijo, soplando el vapor de su tazón. “¿Y por qué no está durmiendo con ella? ¿Se han peleado?”
“¡No, no es eso!” le dije, mirando mi taza. “Están recién arreglando las relaciones con su madre… y tiene algo de vergüenza…”
“¿Vergüenza?” preguntó ella.
En realidad, no quería decirle… pero ya que estábamos entrando en confianza…
“Si… estábamos calientes… y bueno, la cama es pequeña… y he olvidado mis condones…” le dije, algo incomodo.
Ella se rió.
“¡Lo entiendo!... en realidad, debe ser difícil dormir en pareja y estar tan cerca… pero usted debe saber que hay otras opciones…” dijo ella, dándome una mirada bien sensual.
“De hecho, íbamos a hacerlo de otra manera… pero ella no quiere que su mamá piense que es una cualquiera, que le gusta por detrás…”
Bebió un buen sorbo de té, para bajar el calentón…
“Bueno… yo la entiendo. Cuando la conocí, parecía una chica buena para las fiestas… y realmente… hace tiempo que no me hacen la cola…”
“¿Usted ya estaba aquí cuando se fue?” Le pregunté, sin prestarle atención a su frase.
“Si.” Respondió, algo desilusionada por no escuchar su comentario. “Yo había llegado hacía poco tiempo y un caballero alto, bien guapo, la venía a buscar constantemente. La señora lo trataba bien mal cuando venía… pero yo recuerdo que era encantador conmigo…”
No me sorprendía. Por lo que Verónica me contaba, Diego era un seductor innato…
“Pues nunca debe confiarse de las apariencias, Celeste.” Le expliqué, tomando un sorbo de té. “Ese caballero era el papá de mi novia y no es un tipo muy bueno…”
“Pero él luce tan elegante y buen mozo…” me replicó.
“Y aun así, no dudo en levantarnos la mano a mí, a mi novia y a su prima.” Le dije, guardando mi ira. “Por fortuna, ahora está preso.”
“¿Y usted la defendió?” me preguntó, con una mirada brillante.
“¡Por supuesto!” respondí. “Ella es mi novia…”
Ella se rió nuevamente.
“¡Y usted dice que no es un macho!” dijo, riéndose, pero acercándose discretamente hacía mí. “¿Pero sabe?... si usted fuera mi macho, no habría forma que lo echara de mi cama…”
“Bueno, yo…” alcancé a decir, sintiéndome incomodo.
“¡Es más!... me preocuparía en darle en todos los gustos que quisiera… para que siguiera siendo mío…”
Su mano empezaba a rozar mis muslos y jugueteando levemente con mi vientre, esperando que mi cuerpo reaccionara.
Pero entonces, se escucharon ruidos en el pasillo…
“¡La señora!” exclamó, como si fuera un conejo asustado. “¡No le diga que me ha visto! Si no, seguro que me corre…”
Se escondió bajo la mesa. Al rato, apareció Lucia vistiendo un batín blanco.
“¡Me pareció escuchar ruidos extraños!” dijo.
“¡He sido yo! ¡Quería servirme un té!” respondí.
“¿Y ese tazón?” preguntó por el que había usado Celeste.
“¡No lo sé! Estaba aquí cuando llegue…”
Mi respuesta pareció convencerla.
“Bueno…” dijo ella, sonriendo y buscando otro tazón. “Aprovechando que estás solo…”
Le serví y empezamos a conversar. Celeste apenas se movía, para que no la descubrieran.
“¿Y por qué te has desvelado?”
“Pues… hemos discutido con Pamela…”
“¡Ya veo!... Pamela aun tiene ese carácter fuerte…” dijo, bebiendo un sorbo. “¿Pasa algo?”
Yo estaba de piedra… ¡Podía ver claramente ese gigantesco pecho!
“¡Qué vergüenza!” dijo, cubriéndose con la bata. “¡Lo siento!... ¡Realmente no fue mi intención!... ¡Me he acostumbrado a dormir desnuda!...”
Escuchamos la leve risa de Celeste…
“¿Qué fue ese ruido?” preguntó Lucia, con un tono de preocupación.
“Creo que fue el termo, botando algo de vapor…” Señalé.
Pensando en retrospectiva, la noche habría sido mucho más fácil si me hubiera levantado y regresado a dormir con Pamela.
Probablemente, le habría tenido que rogar un rato para que me dejara entrar; me habría abierto la puerta, diciéndome algún comentario que denotara su mal humor; me habría disculpado; me besaría y tal vez, con algo de suerte, habríamos hecho algo divertido en la cama…
Pero la vida no es así. Tenía a Celeste, semi desnuda bajo la mesa y la madre de Pamela, vistiendo una bata ligera, que al menor descuido mostraba su cuerpo desnudo.
Uno pensaría que una mujer como Celeste, preocupada por su trabajo, trataría de mantenerse quieta, para que no la viera su jefa…
Pero no era el caso. Sentía sus uñas sobre mis muslos, luchando con mis calzoncillos…
“¡Hay veces que me asusta un poco la casa!” Me contaba Lucia, bebiendo su tazón. “La niña que trabaja acá vive pendiente de fantasmas y cosas así y me tiene bastante nerviosa…”
Yo trataba de sonreír, mientras sentía como Celeste se esforzaba en desnudar mi delantera. Sentía su lengua, lamiendo mis muslos, para incitar al pajarote.
“¿Y cómo se conocieron con Pamela?” preguntó Lucia.
“Bueno… Marisol la invitó una vez a mi fiesta de cumpleaños… y se puso a coquetear con mis amigos…”
“¡Esa niña!” dijo, dando un suspiro. “¡Siempre fue muy inmadura!... al menos, ha cambiado contigo…”
Me apoyaba la mano sobre mi muñeca, mal interpretando la aflicción de mi rostro. Celeste había liberado a la bestia y había empezado a lamerla…
“¡Sí!” respondía yo, pero refiriéndome a Celeste, que lo estaba haciendo de la mejor manera que lo he sentido jamás.
Lo lamía como si fuera de chocolate…
Lucia se puso de pie.
“¡Necesito tomar algo más fuerte!” dijo, tomando un vaso pequeñito y sacando una botella con agua ardiente.
Por supuesto… porque para mí, las cosas iban a empeorar…
Tenía que morderme el labio. Celeste lo hacía con experiencia y un estilo completamente abrumador.
Para colmo, cuando Lucia se volvió a sentar, la bata nuevamente se empezó a deslizar, revelando despacio el contorno de sus tremendos pechos.
Y como si necesitara más excusas para excitarme, se lo bebió al seco, cerrando los ojos por el sabor amargo y tragándolo de un solo golpe… ¡Quería morirme!
“¡Mira, Marco!… no es algo que haga muy a menudo… pero quiero pedirte disculpas…” me dijo, mirándome a los ojos.
“¿Por… qué?” preguntaba, a punto de ponerme a llorar, por mi complicada situación.
La cabeza de Celeste parecía un martillo percutor: subía, bajaba, subía, bajaba, baboseándolo entero, en una mezcla de jugos y saliva y su lengua me causaba sensaciones completamente desconocidas…
Lucia suspiró.
“Sé que he sido muy dura contigo… me he comportado como un verdadero culo… pero he visto que eres un caballero…”
La bata resbalaba por el hombro, empezando a revelar la aureola. Oportunamente, su mano la atajo… ¡Que tortura!
“¡No… tiene que disculparse!” le respondí yo, aunque en realidad quería decir “¡No lo hagas así!”.
“¡Tienes todo el derecho para enojarte!” Me dijo, tomando nuevamente mi mano y mirándome con sus suplicantes ojos verdes. “¡La última vez los traté demasiado mal!... y bueno… siento que me has devuelto a mi hija…”
“¡No… tiene que… agradecer!” le decía yo, aguantándome con todas mis fuerzas.
“Por mi trabajo, he tenido que ponerme muy dura… pero en realidad, no soy así… y bueno… con la traición de Diego…” sonrió. “… no he conocido a alguien más…”
Esa mirada me lo decía todo...
No me quedaban dudas: la familia de Marisol era demasiado extraña…
“Señora… no creo… que a su hija le guste esto…” le decía, mientras se aproximaba lentamente, como una leona al acecho, mientras que por abajo, Celeste no se rendía.
“¡Anda, solo un cariñito!” me decía, mostrándome ya su escote y aproximando su cabeza a la mía, como si sintiera mi aroma. “¡Algo que me recuerde ser una mujer de verdad!”
No me estaba corriendo de pura fuerza de voluntad…
“¡Señora… yo no puedo…!” le dije.
Ella apoyo sus labios en mis mejillas y me enterraba sus pechos, susurrándome.
“Ese día, yo escuché como la hiciste gozar…”
No aguante más y boté mi carga. Creo que Celeste se sorprendió, pero por fortuna pudo tragarlo todo.
“¡Señora!... ¡Por favor, no siga!” le supliqué, respirando bien agitado. “¡Es su hija!... ¡La quiere mucho!... ¡Si la traicionamos…!”
Mis palabras la hicieron recuperar sus cabales. Se cubrió con la bata y retrocedió, espantada.
“¡Tienes toda la razón!” dijo ella, muy colorada, cubriéndose con la bata. “¡Te ruego que me disculpes!... ¡No sé que me ha pasado!...”
“¡No se preocupe!... ¡No ha pasado nada!...” traté de calmarla.
“¡Lo siento!... ¡Ha sido tanto tiempo!...” dijo, y regresó a su habitación, poniéndose a llorar...
Yo estaba agotado…
“¿Y a ti, qué te pasa?” le pregunté a Celeste, que me miraba muy sonriente.
“Nada…” decía ella, esquivando mi mirada como una chiquilla traviesa, chupándose los dedos que tenían restos de mis jugos. “Solamente, quería ver que tan macho era…”
“¿Pero delante de tu jefa?” le pregunté, bien irritado.
“¡No había mejor momento!” respondió, con una mirada que deseaba más…
Enojado, volví a la habitación. Apenas cerré la puerta, escuché la voz de Pamela.
“¡Marco! ¡Has vuelto!” me dijo, abrazándome por la cintura y enterrándome sus firmes pechos.
“¡Pamela, lo siento!” me disculpé.
“¡No, tonto, no!” dijo, besándome. “¡Fue culpa mía!... ¡Sé que me quieres! y realmente, te estamos forzando a hacer todo esto, pero también sé que eres incapaz de traicionarme así…”
Me abrazaba, empujándome hacia la cama.
“¡Te amo tanto, Marco!... porque sé que a pesar de lo que te pide Marisol, tú te preocupas por mí y eso me hace, tan, tan feliz…” me decía ella, besando mi pecho y bajando peligrosamente…
“¡Pero tienes razón, Pamela!” le dije, deteniéndola. “¡Debo ser más fuerte y aguantar, aunque sea una noche!”
“¡No, Marco! ¡Tontito!” me respondía, besando mi nariz. “¡A mí me gusta que me rompas el culo! ¡Es tuyo y siempre te ha gustado!”
Pajarote ya estaba listo para la acción y como podrán haber esperado, jugueteamos bastante rato…
“¡Deberíamos… discutir más antes de hacer el amor!” decía ella, más que satisfecha por sus múltiples corridas y transpirada desde el pelo a los dedos de los pies. “¡Fuiste tan intenso!” me decía, besándome y sacando el aire de mis pulmones.
¡Pobrecita! Me desquite con ella del calentón que me dio su madre y Celeste.
Al día siguiente, las 3 se juntaron para despedirme…
“¡No es necesario que te vayas! ¡Aun tenemos espacio!” me suplicaba Lucia, con cara de arrepentimiento.
“¡Si, lo sé, señora!” le respondí. “Pero les hará bien. Tienen muchas cosas que conversar…”
“Marco, ¿Volverás luego?” me preguntó Pamela, casi poniéndose a llorar.
“¡Lo intentaré, corazón!” respondí, acariciándola con dulzura. “Pero sabes bien que tengo otras responsabilidades…”
Ella sabía a qué me refería…
Me dio lejos, el mejor de sus besos. Me sacó el aire y me intoxicó con su perfume…
Incluso a ella le afectó…
“¡Para que no me olvides!” me dijo, tratando de recuperar el aliento.
“¿Cómo va a olvidarte, Pamela?” dijo Lucia, sonriendo con amargura. “Sólo tiene ojos para ti…”
No se percataron que Celeste quedó de las últimas. Cuando entró a la casa, no dudo en tirarme un beso por una de las ventanas…
Pensé que Marisol se sentiría contenta, porque estaba arreglando una de sus preocupaciones… pero ¿Qué sabía yo?...


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