Mala época la que estamos pasando, muy mala.
Mi esposo, me exhorta de continuo, a permanecer fuerte. Dice, que me necesita para no decaer y seguir luchando. Que pronto llegarán tiempos mejores. Confieso, que cuesta mucho no demostrar lo que siento.
A los 36 años, con dos hermosos hijos, de 6 años la nena y 4 el varón, todo luce muy turbio.
Creerán que peco de vanidad, pero realmente soy muy atractiva. Y simpática, además. Me resulta fácil, caer bien, llegar a la gente, especialmente, a los hombres mayores, aunque nunca supe por qué a ellos.
No me demandó demasiado esfuerzo mantener mi cuerpo. Siempre fui de talla media, busto acorde a mis medidas, marcada cintura y una cola muy llamativa, pues es grandecita.
Tengo cabello negro ondulado y largo. Lo llevo, pasando los hombros, con un rebelde flequillo, que cae sobre mi frente, obligándome a acomodarlo. Este detalle, armoniza con mi tez trigueña y ojos azules, dándome un toque pícaro, como dicen, tiene mi mirada.
Alberto, mi marido, tiene 48 años. No es de extrañar. Todos mis novios, me llevaron 5 años o más. Como dije, siempre atraje a hombres mayores. Tal vez, obedezca a mi propia necesidad de protección. Perdí a mi padre cuando tenía 5 años y con mi madre trabajando, crecí muy sola.
Como dije, la situación económica y todo lo que conlleva, está muy mal. Hace un año, Alberto perdió su empleo y aún no consigue nada.
Vivimos de la indemnización, pero se estaba acabando y …nada.
Por mi parte, contra la voluntad de mi marido, que desea me dedique a los chicos, intenté obtener ocupación, sin éxito alguno, por mi falta de capacitación.
Adeudamos ya, dos meses de alquiler. Pero eso sería lo de menos. Don Braulio, el viejo baboso, dueño de la casa donde vivimos, pregunta diariamente, cuando le vamos a pagar. Siempre, me encara con esa mirada libidinosa, inmunda que lo caracteriza. Tiene 63 años, pelado, con cabello a los costados, gordo, sucio, pero con dinero. Aunque el dinero, suele hacer ver a las personas de otra manera, lo veo tal cual es, una basura que me tiene ganas.
Vive solo, en una casa inmensa, contigua a la nuestra Una vieja, le hace la limpieza, tres veces por semana. La ventana de su comedor, se enfrenta a la de nuestro dormitorio, terreno por medio. Carezco de intimidad. Debo tener bajas las persianas, porque está siempre allí, esperando verme en ropa interior.
A propósito, me llaman Betty y lo que paso a relatar, acaba de ocurrir, en un día como tantos, cuando mi marido salió con los clasificados, previamente marcados como posibles empleos, los chicos fueron al colegio y yo, me disponía a limpiar la casa.
Como de costumbre, sonó el timbre. Ya sabía que era Don Braulio. Maldije por lo bajo, puse mi mejor cara y abrí.
No esperó que lo invitara, se metió y tomó asiento. Dijo que teníamos que hablar seriamente. Me puse cómoda, dispuesta a escuchar un nuevo reclamo de pago.
Para mi sorpresa, pareció rudo pero, a la par, comprensivo. Señaló muy acertadamente, que la situación no parecía dar para más. Que se juntaba una nueva cuota y mi marido continuaba sin trabajo igual que yo y teníamos dos críos que alimentar.
En un intento por sacarlo de encima, le dije que no había querido molestarlos, pero acudiría a mis padres, para saldar la cuenta con él. Como si nada hubiese dicho, continuó parloteando, hasta que por fin, dijo tener un amigo que podía darle trabajo a Alberto. Que se trataba de una comisión en el interior, por tres meses.
Estaríamos separados, pero ganaría buen dinero. La única condición era, que saldara lo adeudado y le adelantara algunos meses. Íntimamente, pensé, el viejo no era tan malo como suponía y experimenté una mezcla de alivio y alegría. Nada sugería, lo que estaba por llegar.
Ocultando mi estado, prometí que esa noche, se lo diría a mi marido. Se fue, mirándome como lobo al corderito, pero estaba demasiado alegre, como para percatarme de ello.
Esa noche, tras acostar a los chicos, comenté a Alberto lo del viejo. Nos costaba separarnos, pero al fin, ambos estuvimos de acuerdo en que, por fin, empezaba a cambiar la suerte.
Llegó el día de la partida. Disimulé mi pena, estimulándolo Quedamos, en que llamaría cada tres días para no gastar mucho y me daría el teléfono de su destino, ante cualquier emergencia.
La noche siguiente, mientras daba de cenar a los niños, sonó el timbre. Era el viejo. Lo atendí enseguida. Después de todo, gracias a él, todo había cambiado.
Estaba como desencajado, sus ralos cabellos despeinados y los ojos enrojecidos. Era evidente que estaba pasado de copas. Como de costumbre, no aguardó a ser invitado. Hasta se sirvió una copa de vino.
Con tono imperativo, me dijo que tenía que hablar a solas conmigo y que acostara cuanto antes a los chicos. Su lasciva mirada y su estado, me congelaron la sangre. De todos modos, hice lo que me pedía para preservar a los niños de cualquier escena violenta o desagradable.
Al regresar del cuarto de mis hijos, lo hallé cómodamente sentado en el sillón de tres cuerpos. Seguía bebiendo. Al verme llegar, se incorporó, dejó el vaso a un lado y antes que pudiera reaccionar, me estaba apretujando contra él.
Viejo hijo de puta pensé, ahora resulta todo claro. Tanta aparente bondad, cuando con seguridad, tenía todo bien planeado desde un principio.
Suavemente, por temor a represalias con mi marido, me retiré un poco y dije:
– Don Braulio, ojala me entienda. Amo a mi marido y vivo para mi familia. Es lindo para una mujer, que la cortejen, pero yo no soy de esa clase. Si el problema es el dinero, puedo acudir a mis padres, para que me den un adelanto.
El viejo se transformó. Me infundió miedo, mucho miedo. Jalándome de nuevo hacia él, con ojos desorbitados, respondió:
– La que parece no entender, sos vos. Me masturbo todas las noches, recordándote en tanguita, o cambiándote, frente a la ventana. Me tenés loco y me decís que no sos “de esas”. De cuáles? Porque también yo puedo ser distinto. Mientras esto decía, me apretaba más por el contorno de la cintura, contra su abominable abdomen. Me empezó a hablar al oído. Susurrando, pero en tono claramente amenazante, me recordó que no tenía más que llamar a su amigo, para que mi esposo regresara, precisamente, cuando se pensaba contratarlo en forma definitiva, para no hablar del desalojo inminente.
Luego, mirándome a los ojos, agregó:
- Me van a tener que pagar, hasta el último centavo de intereses. Todavía querés hablar con tus padres?
Rompí en llanto. Estaba mareada, temblorosa. Como en una película, me vi con mi marido e hijos, en la calle. No soportaríamos tanta desgracia y....todo dependía de mi.
En un intento desesperado por hacer tiempo y pensar, dije:
-Está bien Don Braulio, será como usted diga pero, por favor, hoy no. Estoy quebrada, no podría corresponderle en absoluto. Lloré convulsivamente, para dar mayor peso a mis palabras. No dio resultado. Al contrario, lo exasperé aún más.
Me miró con ironía y replicó:
– Así no querida. No creo en lágrimas de mujer y menos las tuyas. Ahora estoy muy enojado y vas a tener que suplicarme. Pero no de rodillas. Tendrás que calentarme bien y entonces veré que decido. Mientras así me hablaba, acariciaba mis nalgas por debajo de la pollera, metiendo los dedos por el borde de mi bombachita.
La sola idea me provocaba arcadas. Estaba asqueada, no sabía que pretendía ahora. Sólo atiné a decir:
– No entiendo que debo hacer. Por favor, dígamelo.
El viejo asqueroso, con voz babosa contestó:
– Decime que querés que te coja por todos los agujeros. Decilo bien convencida, bien caliente. Y cambiate de ropa ya. Ponete algo bien insinuante, como cuando te vestís para tu marido. Soy muy fetichista.
Me soltó un poco y cuando me dirigía al dormitorio, se acercó a la mesa, donde aún estaban los cubiertos. Tomó un cuchillo y agregó:
- No se te ocurra hacer nada raro. De última, también me excitan los “pichoncitos”, como los que tenés durmiendo ahí. Preparate bien para rogar y mejor será que me sigas excitando, con sólo verte. Puedo cambiar de opinión en cualquier momento y terminar en una carnicería.
Se me erizó la piel. Cundí en pánico. Además de ebrio, era un verdadero degenerado y capaz de hacernos daño a mí y a mis hijos. Estábamos a su merced. Como autómata, fui a mi habitación. Tratando de no pensar, seleccioné un conjunto de lencería, color blanco, que no usaba hacía tiempo, porque me quedaba demasiado estrecho. La tanguita, se metía en el culo quedando dos tiritas a los costados y el corpiño, no me tapaba media teta. En la parte superior, la casaca de un baby-doll negro de encaje, abierto que sólo se cerraba en el cuello con un lazo.
Felizmente, los chicos, dormían plácidamente. Entreabrí la puerta y le dije que estaba lista.
El viejo, abrió los ojos como naranjas, al verme así. Traía un paquete grande en la mano y un vaso de vino, que dejó en la mesa de luz. Sacándose la camisa, me pidió que lo abrazara e hiciera lo que me había pedido. En cuanto le rodee por el cuello, empezó a tocarme por todos lados, mientras me besaba el cuello, con tal avidez, que me marcó. Me decía al oído, que lo enloquecía. Comenzó a tocarme el culo. Corrió un poco la tanguita, que tenía metida dentro de la raya y me metió un dedo, con tanta violencia y profundamente, que me hizo gritar. Me tapó la boca, cuando grité, diciéndome que despertaría a los chicos. Me costaba aguantarlo, hasta el aliento era horrible.
Me soltó y sorbiendo vino, me pidió que me agachara, con el culo apuntándole. Muerta de miedo, me apoyé en la mesa de luz, tal como lo pedía. Su bulto, se apoyó en la entrada de mi culo y empezó a refregarse contra él, mientras, metía sus asquerosas manos, por dentro del estrecho corpiño, estrujándome los pechos. Lenta, muy lenta y metódicamente, fue descendiendo con sus manos, siguiendo mis contornos, mientras lamía toda mi espalda, hasta llegar a la tanguita.
Corrió la bombacha a un costado y me abrió los cachetes. Sentí su lengua, pasar por la raya del agujero, recorrer los lados, introducirse y salir muy rítmicamente.
También una mano que acariciaba los labios de mi vagina, introduciendo y sacando lo que al principio fue un dedo y luego, perdí la cuenta. Sin proponérmelo, me estaba lubricando espontáneamente. Me estaba excitando, probablemente porque no lo veía. No aguanté y lancé un leve gemido. No deseaba sentir, pero, con su maestría, lo estaba logrando.
Casi sin darme cuenta, me incorporé un poco y abrí las piernas, llevando mis nalgas más hacia arriba y afuera. Como respondiendo a mi mudo reclamo, enterró su cara allí. Abrí aún más las piernas. Deseaba sentir enterrada, esa lengua, que conocía muy bien su oficio. No podía controlar mi calentura y arranqué la tanga, ofreciéndome aún más. Siempre detrás mío, se desabrochó el pantalón. Ahora era su pija, la que recorría toda la raya de mi culo. Tuve la sensación de que era de un tamaño muy considerable, tal vez, por lo dura que estaba.
Levé mi mano hacia atrás y la agarré. La cabeza era desproporcionada, en relación al tronco, pero no la veía todavía.
Al viejo no le faltaba experiencia para calentar mujeres, no había dudas. Mi éxtasis superaba todo pudor. Quería, deseaba, entregarme a las sensaciones placenteras que vivía.
Me dio vuelta , me tomó con ambas manos de la cintura y me besó en la boca. Ya ni asco sentía. Fue cuando pude ver la pija. Parecía un hongo. El tronco era normal, pero la cabeza era tremendamente grande. Me dije que, mi falta de experiencia, no me permitía imaginar, que existían algunas con proporciones tan particulares. En comparación, la de mi marido, era chica. Supuse que podía molestar, pero ver esa cabezota colorada y súper hinchada, me enardeció aún más, si es que era posible.
Repentinamente, estiró la mano hacia el paquete que había traído. Contenía, un aparato, negro, inmenso, con la forma de un pene. Socarronamente, me dijo que era el “invitado especial para mí”. Que a mi colita, le iba a encantar y me haría sentir como si estuviera con dos hombres y no uno.
La sola idea, me hizo volver a la realidad, enfriándome repentinamente. Quise protestar, decirle que era demasiado con la suya, pero me miró amenazante y me callé.
- Así me gustan, dóciles y siempre dispuestas a ensayar lo nuevo- dijo-, mientras me quitaba el corpiño y me recostaba en la cama.
Me chupó las tetas como un bebé. Me pedía que le diera leche, apretando y mordiendo mis pezones, succionando con tal fuerza, que me dolían.
Simultáneamente, dos dedos hurgaban mi vagina, provocándome el primer orgasmo de la noche.
Recogió mi bombacha destrozada, la olió y la chupó mirándome a los ojos.
Tomó, un pote de un gel transparente, que también había traído y siempre mirándome a los ojos y pidiéndome que lo mire, untó toda su pija y la entrada de mi vagina.
Se acostó encima mío y delirando de deseo, abrí bien mis piernas. Sabía que iba a ser difícil, dar paso a esa cabezota dentro mío, pero la quería sentir.
Después de besarme y chuparme el cuello con violencia, diciéndome cosas obscenas, apuntó su deforme miembro a la entrada y comenzó a empujar. No entraba y me comenzaba a doler la invasión.
Traté de sacarla, le pedí, pero por toda respuesta, recibí una puteada, diciendo que me iba a romper toda, que nunca olvidaría esa noche.
Creí reventar, cuando la cabeza comenzó a abrirse paso para entrar. Suspiré, grité. Me abofeteó. Aprovechó que me aflojé, para meterla hasta el fondo. Era como un desgarro, me dolía, ardía Mi expresión de dolor, pareció excitarlo más. Aumentó la velocidad de las embestidas No dejaba de mirarme y su rostro se desfiguraba.
El viejo repugnante, gozaba como loco viéndome y sintiéndome sufrir.
Musitaba inmundicias y repetía que, marido le tendría que dar las gracias, por devolverle una mujer bien domadita y toda rota. Tras un terrible empujón, la dejó un rato clavada, “para que me acostumbre”, según dijo. Respiré hondo, me relajé un poco y efectivamente, mi vagina se fue acostumbrando.
Lo tomé de la cintura y comencé a moverme, con la esperanza que acabara enseguida. Pero era de largo aliento.
Me tuvo, una eternidad bombeándome. Yo subía y bajaba, al mismo compás, para amortiguar un poco sus embestidas.
Por fin, sentí el líquido caliente dentro mío. Sentí alivio, la pesadilla había concluido, aunque estaba muy dolorida y apenas podía caminar.
Cuando volví del baño, previo pasar por la habitación de mis hijos, para cerciorarme que seguían dormidos, el viejo estaba con el terrible aparato en su mano.
Me besaba, mientras me ponía boca abajo y decía:
– Ahora, es el turno de mi amiguito, en tu hermosa colita.
Colocó la almohada, bajo mi cadera, para que el culo quedara bien parado. Me puso mucho gel en el agujero con dos dedos. Se tomó su tiempo, pese a mis quejas, para dilatarlo. Con pánico, sentí como comenzó a meter el aparato. Imposible no gritar, cuando eso abrió mi culo para introducirse.
El viejo hijo de puta, mientras me rompía el culo, se masturbaba, emitiendo gemidos de placer.
Era terrible. Sentí necesidad urgente de ir al baño. Se lo dije, pero metiendo más, esa monstruosidad, replicó:
– Hacete encima, si podés. con este lindo tapón.
Rompí la sábana, con las uñas de las manos, cuando lo terminó de meter, de un golpe. Con los dientes, mordía la otra almohada, para soportar sin gritar..
El dolor era insoportable. A las ganas de defecar, se sumó la sangre que corría por mis piernas dormidas. Era un verdadero calvario. Y el viejo, se reía mientras se pajeaba.
Comenzó a meterlo y sacarlo, cada vez más impulsivamente, mientras me decía:
– No sabes qué hermoso está quedando el agujerito. Entra mi brazo ahí dentro.Y largó una carcajada.
No puedo calcular cuanto estuvo metiendo y sacando eso. Hasta que lo sacó y me metió su pija.
La cama, parecía a punto de romperse, de los empujones del viejo, clavándome el culo.
Me cabalgaba tempestuosamente, tirándome de los cabellos, con tal rudeza, que temí me rompiera el cuello. Me llamaba yegua y me trataba como tal. Me cogía y me insultaba. Marcó mis nalgas de tanto golpearlas y apretujarlas, como si las abriera y cerrara. Al acabar, me tuvo clavada un rato, hasta que la sacó.
Estaba exhausta, transpirada, dolorida, pero alcancé a ver que iba a higienizarse. Al salir, sin más, se vistió. Se rió con una risa depravada, como el hijo de puta que era. Luego, me dio un beso en la frente y me ordenó que, al día siguiente, consiguiera con quien dejar los chicos y fuera a su casa. Me recordó que ahora tenía algo más para presionarme. Podía contar todo a mi esposo.
Tardé en pararme para ir al baño, era intenso el dolor. Sangraba mucho por el ano. Lloré y y no dejé de lavarme hasta que la hemorragia pasó.
Al día siguiente, hice los arreglos necesarios y fui a su casa, por la noche.
Me recibió tan ebrio como el día anterior y me acometió de inmediato. De pie, apoyándome contra un mueble, me metió por delante y detrás, el enorme aparato. Luego, riendo, me preguntó si alguna vez había estado con dos tipos y empezó a cogerme por ambos lados, al unísono, usando su pene y el monstruoso aparatejo.
Estuve toda la noche con algo dentro mío, el aparato, la pija del viejo o ambos a la vez.
Tres días antes del regreso de mi esposo, las cosas se pusieron peor. Llevé los chicos a la casa de una pareja amiga.
El viejo, había dicho que vendría a las 10 de la noche. Que lo esperara, como yo sabía que debía hacerlo, es decir, bien provocativa. Apareció con otro viejo.
Era el jefe de mi marido. Un tipo morrudo, falto de modales, tanto para hablar como para moverse.
Quise quejarme y el “jefe” me dijo que me callara. Que al fin de cuentas, era una buena puta, que me había regalado, a cambio de trabajo para mi marido y que, de continuar siéndolo, dependía el futuro de Alberto. Me estaba chantajeando.
Pensé rebelarme, pero tuve que admitir que algo de razón tenía. Al fin de cuentas, desde el primer día, gocé con el baboso, gracias a su arte y aunque sufrí, en los días subsiguientes, me había acostumbrado y hasta disfrutado con él. De pronto, todo como en un flash, recordé el cuchillo, la amenaza sobre mis hijos y grité:
- Noooo!!!! Este hijo de puta – señalando a Braulio – me obligó a todo, cuchillo en mano.
Ambos rieron y dijeron que era un poco tarde para arrepentirse. Braulio, agregó que tanto entusiasmo mío, había despertado la curiosidad de su amigo. Que mejor me relajara y disfrutara. Que ya quedaban pocas “sesiones” y mucho por aprender y que si no me sentía contenta de que haya traído un “consolador natural”.
Luego, con una sonrisa burlona, agregó:
- ¿No me dirás que no te gustó el “juguetito” ?. Me di por vencida. Ahí estaba, sola con ambos.
No me desvistieron. Tras manosearme de pie, me hicieron arrodillar y chuparle la pija al jefe, muy cómodamente sentado. Braulio, por detrás y alzando bien mis nalgas, comenzó a cogerme por el culo, sin siquiera lubricarme mínimamente, tan acostumbrada estaba ya a recibirlo. Me dolió y mucho. La metió de una vez, pero no podía gritar. Mi boca estaba totalmente ocupada.
El “jefe”, me hacía ahogar, tan profundamente metía su pene largo y fino, entre mis labios. Cada vez que el otro, embestía por el culo, me empujaba hacia delante. Tenía arcadas, náuseas, pero nada podía hacer. Sólo soportar y esperar. Esta vez, ninguna excitación sentía. Sólo asco, incluso de mí misma.
Braulio acabó. Se incorporaron y me hicieron parar. El otro, me puso contra la pared y me la metió, de un empujón, en la vagina.
Creí que, me rompería la espalda, de cómo me daba. Me dolía todo el cuerpo. Sus movimientos eran muy bruscos, violentos. Era evidente que sólo deseaba poseerme y dañarme, como para dejar su huella en mi Braulio colaboraba, sosteniéndome las piernas bien en alto y rodeando el cuerpo de su amigo, mientras mi cabeza y cuerpo, daban contra la pared.
Acabó dando un grito, que pareció un alarido feroz y se desplomó. Braulio, volvió a mi culo, su única obsesión.
Me flexionó la cintura, contra la mesa y a enterró de tal manera que grité como nunca. Mientras me agarraba bien, por la cintura, golpeaba mis nalgas con saña.
Para acentuar mi calvario, su amigo, agarró mis pezones. Los pellizcaba y tiraba de ellos, pidiéndome que soltara la leche. Braulio, gritaba que sí, que les diera todo, que quería sentirme bien mojada, mientras introducía dos sucios dedos en mi vagina. Como notó mi sequedad, me golpeó más fuerte en la ancas y gritó:
- Puta, te quiero bien caliente, chorreada y rogando….
Sus expresiones, motivaron al “jefe”, quien de inmediato, colocó su pene entre mis labios, para que se lo chupe. Como no podía hacerlo, en esa posición y sufriendo tal dolor, me tomó de los cabellos y de un tirón, forzó que abriera la boca. Ambos se fueron casi a la par.
Me pidieron que les sirviera algo de beber, pese a que no podía caminar y uno de mis pechos, sangraba. Tuve que hacerlo. Bebieron de una vez sus tragos y me pidieron que los acariciara, para “devolverles la vida”. No quería, ni podía hacer nada. Me desplomé en el sillón, llorando, no se si de dolor, impotencia o ambas.
Fue un error. Era evidente que ambos eran sádicos y el sufrimiento los estimulaba. Con sorna, comentaron que “había que mimarme” y pronto me estaban abriendo bien las piernas y embadurnándome con gel por delante y detrás, mientras, me chuponeaban todo el cuerpo, a medida que me quitaban toda la ropa. Braulio se acostó boca arriba, en el mismo sillón y me puso encima de él. Yo subía y bajaba rápido, esperando que acabara pronto, cuando recibí una gran “lección”. Su compañero me tiró bien para adelante y de pronto tenía ambas pijas en mi vagina. Por si poco fuera, el “juguetito”, se abría paso por mi ano..
No estaba doblemente, sino triplemente penetrada. Era el acabose. Ni gritar podía, tal era el dolor y la tensión en todo mi cuerpo. Tampoco podía relajarme. Sólo sufrir. Comprendí, al fin, lo que se siente ser violada.
Como aguantaba y nada decía, me preguntaban si quería más y arremetían más violentamente, moviendo el consolador, al mismo ritmo de ellos. Cuando logre gritar, los complací. El jefe, tomó el lugar del consolador y acabaron casi juntos, desbordándome de semen por ambos agujeros.
Los dos días que quedaban antes del arribo de Alberto, estuve en cama. Dije que, aparentemente, tenía un problema en la columna, tanto me dolía.
Mi marido trabaja, estamos al día con los gastos y podemos ahorrar.
Cada tanto, lo mandan en comisión afuera, para agarrarme entre los dos viejos y cogerme.
Todavía estoy pagando el precio, por “tanta tranquilidad”.
Mi esposo, me exhorta de continuo, a permanecer fuerte. Dice, que me necesita para no decaer y seguir luchando. Que pronto llegarán tiempos mejores. Confieso, que cuesta mucho no demostrar lo que siento.
A los 36 años, con dos hermosos hijos, de 6 años la nena y 4 el varón, todo luce muy turbio.
Creerán que peco de vanidad, pero realmente soy muy atractiva. Y simpática, además. Me resulta fácil, caer bien, llegar a la gente, especialmente, a los hombres mayores, aunque nunca supe por qué a ellos.
No me demandó demasiado esfuerzo mantener mi cuerpo. Siempre fui de talla media, busto acorde a mis medidas, marcada cintura y una cola muy llamativa, pues es grandecita.
Tengo cabello negro ondulado y largo. Lo llevo, pasando los hombros, con un rebelde flequillo, que cae sobre mi frente, obligándome a acomodarlo. Este detalle, armoniza con mi tez trigueña y ojos azules, dándome un toque pícaro, como dicen, tiene mi mirada.
Alberto, mi marido, tiene 48 años. No es de extrañar. Todos mis novios, me llevaron 5 años o más. Como dije, siempre atraje a hombres mayores. Tal vez, obedezca a mi propia necesidad de protección. Perdí a mi padre cuando tenía 5 años y con mi madre trabajando, crecí muy sola.
Como dije, la situación económica y todo lo que conlleva, está muy mal. Hace un año, Alberto perdió su empleo y aún no consigue nada.
Vivimos de la indemnización, pero se estaba acabando y …nada.
Por mi parte, contra la voluntad de mi marido, que desea me dedique a los chicos, intenté obtener ocupación, sin éxito alguno, por mi falta de capacitación.
Adeudamos ya, dos meses de alquiler. Pero eso sería lo de menos. Don Braulio, el viejo baboso, dueño de la casa donde vivimos, pregunta diariamente, cuando le vamos a pagar. Siempre, me encara con esa mirada libidinosa, inmunda que lo caracteriza. Tiene 63 años, pelado, con cabello a los costados, gordo, sucio, pero con dinero. Aunque el dinero, suele hacer ver a las personas de otra manera, lo veo tal cual es, una basura que me tiene ganas.
Vive solo, en una casa inmensa, contigua a la nuestra Una vieja, le hace la limpieza, tres veces por semana. La ventana de su comedor, se enfrenta a la de nuestro dormitorio, terreno por medio. Carezco de intimidad. Debo tener bajas las persianas, porque está siempre allí, esperando verme en ropa interior.
A propósito, me llaman Betty y lo que paso a relatar, acaba de ocurrir, en un día como tantos, cuando mi marido salió con los clasificados, previamente marcados como posibles empleos, los chicos fueron al colegio y yo, me disponía a limpiar la casa.
Como de costumbre, sonó el timbre. Ya sabía que era Don Braulio. Maldije por lo bajo, puse mi mejor cara y abrí.
No esperó que lo invitara, se metió y tomó asiento. Dijo que teníamos que hablar seriamente. Me puse cómoda, dispuesta a escuchar un nuevo reclamo de pago.
Para mi sorpresa, pareció rudo pero, a la par, comprensivo. Señaló muy acertadamente, que la situación no parecía dar para más. Que se juntaba una nueva cuota y mi marido continuaba sin trabajo igual que yo y teníamos dos críos que alimentar.
En un intento por sacarlo de encima, le dije que no había querido molestarlos, pero acudiría a mis padres, para saldar la cuenta con él. Como si nada hubiese dicho, continuó parloteando, hasta que por fin, dijo tener un amigo que podía darle trabajo a Alberto. Que se trataba de una comisión en el interior, por tres meses.
Estaríamos separados, pero ganaría buen dinero. La única condición era, que saldara lo adeudado y le adelantara algunos meses. Íntimamente, pensé, el viejo no era tan malo como suponía y experimenté una mezcla de alivio y alegría. Nada sugería, lo que estaba por llegar.
Ocultando mi estado, prometí que esa noche, se lo diría a mi marido. Se fue, mirándome como lobo al corderito, pero estaba demasiado alegre, como para percatarme de ello.
Esa noche, tras acostar a los chicos, comenté a Alberto lo del viejo. Nos costaba separarnos, pero al fin, ambos estuvimos de acuerdo en que, por fin, empezaba a cambiar la suerte.
Llegó el día de la partida. Disimulé mi pena, estimulándolo Quedamos, en que llamaría cada tres días para no gastar mucho y me daría el teléfono de su destino, ante cualquier emergencia.
La noche siguiente, mientras daba de cenar a los niños, sonó el timbre. Era el viejo. Lo atendí enseguida. Después de todo, gracias a él, todo había cambiado.
Estaba como desencajado, sus ralos cabellos despeinados y los ojos enrojecidos. Era evidente que estaba pasado de copas. Como de costumbre, no aguardó a ser invitado. Hasta se sirvió una copa de vino.
Con tono imperativo, me dijo que tenía que hablar a solas conmigo y que acostara cuanto antes a los chicos. Su lasciva mirada y su estado, me congelaron la sangre. De todos modos, hice lo que me pedía para preservar a los niños de cualquier escena violenta o desagradable.
Al regresar del cuarto de mis hijos, lo hallé cómodamente sentado en el sillón de tres cuerpos. Seguía bebiendo. Al verme llegar, se incorporó, dejó el vaso a un lado y antes que pudiera reaccionar, me estaba apretujando contra él.
Viejo hijo de puta pensé, ahora resulta todo claro. Tanta aparente bondad, cuando con seguridad, tenía todo bien planeado desde un principio.
Suavemente, por temor a represalias con mi marido, me retiré un poco y dije:
– Don Braulio, ojala me entienda. Amo a mi marido y vivo para mi familia. Es lindo para una mujer, que la cortejen, pero yo no soy de esa clase. Si el problema es el dinero, puedo acudir a mis padres, para que me den un adelanto.
El viejo se transformó. Me infundió miedo, mucho miedo. Jalándome de nuevo hacia él, con ojos desorbitados, respondió:
– La que parece no entender, sos vos. Me masturbo todas las noches, recordándote en tanguita, o cambiándote, frente a la ventana. Me tenés loco y me decís que no sos “de esas”. De cuáles? Porque también yo puedo ser distinto. Mientras esto decía, me apretaba más por el contorno de la cintura, contra su abominable abdomen. Me empezó a hablar al oído. Susurrando, pero en tono claramente amenazante, me recordó que no tenía más que llamar a su amigo, para que mi esposo regresara, precisamente, cuando se pensaba contratarlo en forma definitiva, para no hablar del desalojo inminente.
Luego, mirándome a los ojos, agregó:
- Me van a tener que pagar, hasta el último centavo de intereses. Todavía querés hablar con tus padres?
Rompí en llanto. Estaba mareada, temblorosa. Como en una película, me vi con mi marido e hijos, en la calle. No soportaríamos tanta desgracia y....todo dependía de mi.
En un intento desesperado por hacer tiempo y pensar, dije:
-Está bien Don Braulio, será como usted diga pero, por favor, hoy no. Estoy quebrada, no podría corresponderle en absoluto. Lloré convulsivamente, para dar mayor peso a mis palabras. No dio resultado. Al contrario, lo exasperé aún más.
Me miró con ironía y replicó:
– Así no querida. No creo en lágrimas de mujer y menos las tuyas. Ahora estoy muy enojado y vas a tener que suplicarme. Pero no de rodillas. Tendrás que calentarme bien y entonces veré que decido. Mientras así me hablaba, acariciaba mis nalgas por debajo de la pollera, metiendo los dedos por el borde de mi bombachita.
La sola idea me provocaba arcadas. Estaba asqueada, no sabía que pretendía ahora. Sólo atiné a decir:
– No entiendo que debo hacer. Por favor, dígamelo.
El viejo asqueroso, con voz babosa contestó:
– Decime que querés que te coja por todos los agujeros. Decilo bien convencida, bien caliente. Y cambiate de ropa ya. Ponete algo bien insinuante, como cuando te vestís para tu marido. Soy muy fetichista.
Me soltó un poco y cuando me dirigía al dormitorio, se acercó a la mesa, donde aún estaban los cubiertos. Tomó un cuchillo y agregó:
- No se te ocurra hacer nada raro. De última, también me excitan los “pichoncitos”, como los que tenés durmiendo ahí. Preparate bien para rogar y mejor será que me sigas excitando, con sólo verte. Puedo cambiar de opinión en cualquier momento y terminar en una carnicería.
Se me erizó la piel. Cundí en pánico. Además de ebrio, era un verdadero degenerado y capaz de hacernos daño a mí y a mis hijos. Estábamos a su merced. Como autómata, fui a mi habitación. Tratando de no pensar, seleccioné un conjunto de lencería, color blanco, que no usaba hacía tiempo, porque me quedaba demasiado estrecho. La tanguita, se metía en el culo quedando dos tiritas a los costados y el corpiño, no me tapaba media teta. En la parte superior, la casaca de un baby-doll negro de encaje, abierto que sólo se cerraba en el cuello con un lazo.
Felizmente, los chicos, dormían plácidamente. Entreabrí la puerta y le dije que estaba lista.
El viejo, abrió los ojos como naranjas, al verme así. Traía un paquete grande en la mano y un vaso de vino, que dejó en la mesa de luz. Sacándose la camisa, me pidió que lo abrazara e hiciera lo que me había pedido. En cuanto le rodee por el cuello, empezó a tocarme por todos lados, mientras me besaba el cuello, con tal avidez, que me marcó. Me decía al oído, que lo enloquecía. Comenzó a tocarme el culo. Corrió un poco la tanguita, que tenía metida dentro de la raya y me metió un dedo, con tanta violencia y profundamente, que me hizo gritar. Me tapó la boca, cuando grité, diciéndome que despertaría a los chicos. Me costaba aguantarlo, hasta el aliento era horrible.
Me soltó y sorbiendo vino, me pidió que me agachara, con el culo apuntándole. Muerta de miedo, me apoyé en la mesa de luz, tal como lo pedía. Su bulto, se apoyó en la entrada de mi culo y empezó a refregarse contra él, mientras, metía sus asquerosas manos, por dentro del estrecho corpiño, estrujándome los pechos. Lenta, muy lenta y metódicamente, fue descendiendo con sus manos, siguiendo mis contornos, mientras lamía toda mi espalda, hasta llegar a la tanguita.
Corrió la bombacha a un costado y me abrió los cachetes. Sentí su lengua, pasar por la raya del agujero, recorrer los lados, introducirse y salir muy rítmicamente.
También una mano que acariciaba los labios de mi vagina, introduciendo y sacando lo que al principio fue un dedo y luego, perdí la cuenta. Sin proponérmelo, me estaba lubricando espontáneamente. Me estaba excitando, probablemente porque no lo veía. No aguanté y lancé un leve gemido. No deseaba sentir, pero, con su maestría, lo estaba logrando.
Casi sin darme cuenta, me incorporé un poco y abrí las piernas, llevando mis nalgas más hacia arriba y afuera. Como respondiendo a mi mudo reclamo, enterró su cara allí. Abrí aún más las piernas. Deseaba sentir enterrada, esa lengua, que conocía muy bien su oficio. No podía controlar mi calentura y arranqué la tanga, ofreciéndome aún más. Siempre detrás mío, se desabrochó el pantalón. Ahora era su pija, la que recorría toda la raya de mi culo. Tuve la sensación de que era de un tamaño muy considerable, tal vez, por lo dura que estaba.
Levé mi mano hacia atrás y la agarré. La cabeza era desproporcionada, en relación al tronco, pero no la veía todavía.
Al viejo no le faltaba experiencia para calentar mujeres, no había dudas. Mi éxtasis superaba todo pudor. Quería, deseaba, entregarme a las sensaciones placenteras que vivía.
Me dio vuelta , me tomó con ambas manos de la cintura y me besó en la boca. Ya ni asco sentía. Fue cuando pude ver la pija. Parecía un hongo. El tronco era normal, pero la cabeza era tremendamente grande. Me dije que, mi falta de experiencia, no me permitía imaginar, que existían algunas con proporciones tan particulares. En comparación, la de mi marido, era chica. Supuse que podía molestar, pero ver esa cabezota colorada y súper hinchada, me enardeció aún más, si es que era posible.
Repentinamente, estiró la mano hacia el paquete que había traído. Contenía, un aparato, negro, inmenso, con la forma de un pene. Socarronamente, me dijo que era el “invitado especial para mí”. Que a mi colita, le iba a encantar y me haría sentir como si estuviera con dos hombres y no uno.
La sola idea, me hizo volver a la realidad, enfriándome repentinamente. Quise protestar, decirle que era demasiado con la suya, pero me miró amenazante y me callé.
- Así me gustan, dóciles y siempre dispuestas a ensayar lo nuevo- dijo-, mientras me quitaba el corpiño y me recostaba en la cama.
Me chupó las tetas como un bebé. Me pedía que le diera leche, apretando y mordiendo mis pezones, succionando con tal fuerza, que me dolían.
Simultáneamente, dos dedos hurgaban mi vagina, provocándome el primer orgasmo de la noche.
Recogió mi bombacha destrozada, la olió y la chupó mirándome a los ojos.
Tomó, un pote de un gel transparente, que también había traído y siempre mirándome a los ojos y pidiéndome que lo mire, untó toda su pija y la entrada de mi vagina.
Se acostó encima mío y delirando de deseo, abrí bien mis piernas. Sabía que iba a ser difícil, dar paso a esa cabezota dentro mío, pero la quería sentir.
Después de besarme y chuparme el cuello con violencia, diciéndome cosas obscenas, apuntó su deforme miembro a la entrada y comenzó a empujar. No entraba y me comenzaba a doler la invasión.
Traté de sacarla, le pedí, pero por toda respuesta, recibí una puteada, diciendo que me iba a romper toda, que nunca olvidaría esa noche.
Creí reventar, cuando la cabeza comenzó a abrirse paso para entrar. Suspiré, grité. Me abofeteó. Aprovechó que me aflojé, para meterla hasta el fondo. Era como un desgarro, me dolía, ardía Mi expresión de dolor, pareció excitarlo más. Aumentó la velocidad de las embestidas No dejaba de mirarme y su rostro se desfiguraba.
El viejo repugnante, gozaba como loco viéndome y sintiéndome sufrir.
Musitaba inmundicias y repetía que, marido le tendría que dar las gracias, por devolverle una mujer bien domadita y toda rota. Tras un terrible empujón, la dejó un rato clavada, “para que me acostumbre”, según dijo. Respiré hondo, me relajé un poco y efectivamente, mi vagina se fue acostumbrando.
Lo tomé de la cintura y comencé a moverme, con la esperanza que acabara enseguida. Pero era de largo aliento.
Me tuvo, una eternidad bombeándome. Yo subía y bajaba, al mismo compás, para amortiguar un poco sus embestidas.
Por fin, sentí el líquido caliente dentro mío. Sentí alivio, la pesadilla había concluido, aunque estaba muy dolorida y apenas podía caminar.
Cuando volví del baño, previo pasar por la habitación de mis hijos, para cerciorarme que seguían dormidos, el viejo estaba con el terrible aparato en su mano.
Me besaba, mientras me ponía boca abajo y decía:
– Ahora, es el turno de mi amiguito, en tu hermosa colita.
Colocó la almohada, bajo mi cadera, para que el culo quedara bien parado. Me puso mucho gel en el agujero con dos dedos. Se tomó su tiempo, pese a mis quejas, para dilatarlo. Con pánico, sentí como comenzó a meter el aparato. Imposible no gritar, cuando eso abrió mi culo para introducirse.
El viejo hijo de puta, mientras me rompía el culo, se masturbaba, emitiendo gemidos de placer.
Era terrible. Sentí necesidad urgente de ir al baño. Se lo dije, pero metiendo más, esa monstruosidad, replicó:
– Hacete encima, si podés. con este lindo tapón.
Rompí la sábana, con las uñas de las manos, cuando lo terminó de meter, de un golpe. Con los dientes, mordía la otra almohada, para soportar sin gritar..
El dolor era insoportable. A las ganas de defecar, se sumó la sangre que corría por mis piernas dormidas. Era un verdadero calvario. Y el viejo, se reía mientras se pajeaba.
Comenzó a meterlo y sacarlo, cada vez más impulsivamente, mientras me decía:
– No sabes qué hermoso está quedando el agujerito. Entra mi brazo ahí dentro.Y largó una carcajada.
No puedo calcular cuanto estuvo metiendo y sacando eso. Hasta que lo sacó y me metió su pija.
La cama, parecía a punto de romperse, de los empujones del viejo, clavándome el culo.
Me cabalgaba tempestuosamente, tirándome de los cabellos, con tal rudeza, que temí me rompiera el cuello. Me llamaba yegua y me trataba como tal. Me cogía y me insultaba. Marcó mis nalgas de tanto golpearlas y apretujarlas, como si las abriera y cerrara. Al acabar, me tuvo clavada un rato, hasta que la sacó.
Estaba exhausta, transpirada, dolorida, pero alcancé a ver que iba a higienizarse. Al salir, sin más, se vistió. Se rió con una risa depravada, como el hijo de puta que era. Luego, me dio un beso en la frente y me ordenó que, al día siguiente, consiguiera con quien dejar los chicos y fuera a su casa. Me recordó que ahora tenía algo más para presionarme. Podía contar todo a mi esposo.
Tardé en pararme para ir al baño, era intenso el dolor. Sangraba mucho por el ano. Lloré y y no dejé de lavarme hasta que la hemorragia pasó.
Al día siguiente, hice los arreglos necesarios y fui a su casa, por la noche.
Me recibió tan ebrio como el día anterior y me acometió de inmediato. De pie, apoyándome contra un mueble, me metió por delante y detrás, el enorme aparato. Luego, riendo, me preguntó si alguna vez había estado con dos tipos y empezó a cogerme por ambos lados, al unísono, usando su pene y el monstruoso aparatejo.
Estuve toda la noche con algo dentro mío, el aparato, la pija del viejo o ambos a la vez.
Tres días antes del regreso de mi esposo, las cosas se pusieron peor. Llevé los chicos a la casa de una pareja amiga.
El viejo, había dicho que vendría a las 10 de la noche. Que lo esperara, como yo sabía que debía hacerlo, es decir, bien provocativa. Apareció con otro viejo.
Era el jefe de mi marido. Un tipo morrudo, falto de modales, tanto para hablar como para moverse.
Quise quejarme y el “jefe” me dijo que me callara. Que al fin de cuentas, era una buena puta, que me había regalado, a cambio de trabajo para mi marido y que, de continuar siéndolo, dependía el futuro de Alberto. Me estaba chantajeando.
Pensé rebelarme, pero tuve que admitir que algo de razón tenía. Al fin de cuentas, desde el primer día, gocé con el baboso, gracias a su arte y aunque sufrí, en los días subsiguientes, me había acostumbrado y hasta disfrutado con él. De pronto, todo como en un flash, recordé el cuchillo, la amenaza sobre mis hijos y grité:
- Noooo!!!! Este hijo de puta – señalando a Braulio – me obligó a todo, cuchillo en mano.
Ambos rieron y dijeron que era un poco tarde para arrepentirse. Braulio, agregó que tanto entusiasmo mío, había despertado la curiosidad de su amigo. Que mejor me relajara y disfrutara. Que ya quedaban pocas “sesiones” y mucho por aprender y que si no me sentía contenta de que haya traído un “consolador natural”.
Luego, con una sonrisa burlona, agregó:
- ¿No me dirás que no te gustó el “juguetito” ?. Me di por vencida. Ahí estaba, sola con ambos.
No me desvistieron. Tras manosearme de pie, me hicieron arrodillar y chuparle la pija al jefe, muy cómodamente sentado. Braulio, por detrás y alzando bien mis nalgas, comenzó a cogerme por el culo, sin siquiera lubricarme mínimamente, tan acostumbrada estaba ya a recibirlo. Me dolió y mucho. La metió de una vez, pero no podía gritar. Mi boca estaba totalmente ocupada.
El “jefe”, me hacía ahogar, tan profundamente metía su pene largo y fino, entre mis labios. Cada vez que el otro, embestía por el culo, me empujaba hacia delante. Tenía arcadas, náuseas, pero nada podía hacer. Sólo soportar y esperar. Esta vez, ninguna excitación sentía. Sólo asco, incluso de mí misma.
Braulio acabó. Se incorporaron y me hicieron parar. El otro, me puso contra la pared y me la metió, de un empujón, en la vagina.
Creí que, me rompería la espalda, de cómo me daba. Me dolía todo el cuerpo. Sus movimientos eran muy bruscos, violentos. Era evidente que sólo deseaba poseerme y dañarme, como para dejar su huella en mi Braulio colaboraba, sosteniéndome las piernas bien en alto y rodeando el cuerpo de su amigo, mientras mi cabeza y cuerpo, daban contra la pared.
Acabó dando un grito, que pareció un alarido feroz y se desplomó. Braulio, volvió a mi culo, su única obsesión.
Me flexionó la cintura, contra la mesa y a enterró de tal manera que grité como nunca. Mientras me agarraba bien, por la cintura, golpeaba mis nalgas con saña.
Para acentuar mi calvario, su amigo, agarró mis pezones. Los pellizcaba y tiraba de ellos, pidiéndome que soltara la leche. Braulio, gritaba que sí, que les diera todo, que quería sentirme bien mojada, mientras introducía dos sucios dedos en mi vagina. Como notó mi sequedad, me golpeó más fuerte en la ancas y gritó:
- Puta, te quiero bien caliente, chorreada y rogando….
Sus expresiones, motivaron al “jefe”, quien de inmediato, colocó su pene entre mis labios, para que se lo chupe. Como no podía hacerlo, en esa posición y sufriendo tal dolor, me tomó de los cabellos y de un tirón, forzó que abriera la boca. Ambos se fueron casi a la par.
Me pidieron que les sirviera algo de beber, pese a que no podía caminar y uno de mis pechos, sangraba. Tuve que hacerlo. Bebieron de una vez sus tragos y me pidieron que los acariciara, para “devolverles la vida”. No quería, ni podía hacer nada. Me desplomé en el sillón, llorando, no se si de dolor, impotencia o ambas.
Fue un error. Era evidente que ambos eran sádicos y el sufrimiento los estimulaba. Con sorna, comentaron que “había que mimarme” y pronto me estaban abriendo bien las piernas y embadurnándome con gel por delante y detrás, mientras, me chuponeaban todo el cuerpo, a medida que me quitaban toda la ropa. Braulio se acostó boca arriba, en el mismo sillón y me puso encima de él. Yo subía y bajaba rápido, esperando que acabara pronto, cuando recibí una gran “lección”. Su compañero me tiró bien para adelante y de pronto tenía ambas pijas en mi vagina. Por si poco fuera, el “juguetito”, se abría paso por mi ano..
No estaba doblemente, sino triplemente penetrada. Era el acabose. Ni gritar podía, tal era el dolor y la tensión en todo mi cuerpo. Tampoco podía relajarme. Sólo sufrir. Comprendí, al fin, lo que se siente ser violada.
Como aguantaba y nada decía, me preguntaban si quería más y arremetían más violentamente, moviendo el consolador, al mismo ritmo de ellos. Cuando logre gritar, los complací. El jefe, tomó el lugar del consolador y acabaron casi juntos, desbordándome de semen por ambos agujeros.
Los dos días que quedaban antes del arribo de Alberto, estuve en cama. Dije que, aparentemente, tenía un problema en la columna, tanto me dolía.
Mi marido trabaja, estamos al día con los gastos y podemos ahorrar.
Cada tanto, lo mandan en comisión afuera, para agarrarme entre los dos viejos y cogerme.
Todavía estoy pagando el precio, por “tanta tranquilidad”.
1 comentarios - el aprobechador